Está en la página 1de 1

ANÁLISIS DE BOYHOOD

La vida de un niño texano, Mason Evans, contada desde los seis años hasta
que ingresó a la universidad.
En medio del viaje, una auténtica transferencia formativa de la infancia a la
edad adulta, está todo el Vía Crucis que ha salpicado la trashumancia
existencial de toda vida joven de los últimos veinte años: desde los
videojuegos de hace diez años hasta el uso de las redes sociales actuales
pasando por el descubrimiento del amor y el sexo, la emoción de la
desobediencia pero sobre todo las decepciones y los pequeños grandes
traumas relacionados con la dinámica más o menos retorcida de cada familia
media que es respetos.
Una familia que aquí no queda para nada en un segundo plano pero que
condiciona el aprendizaje de Mason gracias a sus constantes e impredecibles
cambios (con padres separándose creando nuevos vínculos, cambios en
ciudades, escuelas, pero también de estado, el cariño de un padre eterno
inmaduro y el vínculo indisoluble con una madre un poco vacilante en sus
estados de ánimo, pero siempre muy cariñosa).
La trayectoria personal de Mason nunca se nos impone; se vuelve asertivo y
más interesante con el tiempo. Esto hace que su maduración sea plausible en
un sentido narrativo (y la conclusión de la película satisfactoria), pero también
se alinea con la visión filosófica de la película de que la sustancia de la vida se
encuentra en los momentos intermedios.
La cualidad de Boyhood, es siempre entre estar en el momento presente y
convertirse en memoria, hace que los saltos al futuro de Mason estén aún
más teñidos de nostalgia, dejándonos finalmente a las puertas de la
universidad donde nosotros, como espectadores, salimos de la vida de
Mason. Sabemos que el tiempo ante nuestros ojos ya ha pasado, en pantalla
y fuera de ella.

También podría gustarte