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Traducido del original por Mónica Hernández López.

(uso interno en Psicopatologñia y Máster Análisis Funcional en Contextos Clínicos y


de la Salud”

Traducción de: Dougher, M.J. y Hayes, S. C. (2000). Clinical Behavior Análisis. En M.J. Dougher (Ed.), Clinical
Behavior Analysis (pp. 11-25). Reno: Context Press.

ANÁLISIS DE LA CONDUCTA CLÍNICA

Michael J. Dougher
University of New Mexico
Steven C. Hayes
University of Nevada

El análisis de la conducta clínica es un campo relativamente nuevo. Aunque Skinner (1953; 1957) y
Ferster colocaron los cimientos conceptuales de un enfoque analítico-conductual de los problemas clínicos
tradicionales hace décadas, sólo recientemente el análisis de conducta ha conducido a resultados para clientes
verbalmente competentes que buscan asistencia terapéutica. Ahora que eso ha cambiado, la última década ha sido
testigo de una enorme expansión del campo. El análisis de conducta clínica está ahora en la disposición de
ofrecer contribuciones metodológicas y conceptuales únicas e importantes para, en términos generales, definir el
campo de la psicoterapia.
Puede ser útil en este punto definir el análisis de la conducta clínica y describir algunas de sus
características distintivas. El análisis clínico de la conducta puede ser definido generalmente como la aplicación
de supuestos, principios y métodos del análisis de conducta funcional contextual moderno a “cuestiones clínicas
tradicionales”. Con cuestiones clínicas tradicionales nos referimos al rango de problemas, escenarios y asuntos
típicamente confrontados por los psicólogos clínicos que trabajan en gabinetes. Incluyen la identificación de
variables y procesos que juegan un papel en el desarrollo, mantenimiento y tratamiento de los desórdenes
clínicos. Hasta cierto punto el análisis de conducta clínica es redundante con el análisis aplicado del
comportamiento, pero factores históricos precisan una distinción entre los dos campos basada en las poblaciones
y el desarrollo teórico y filosófico.
El análisis aplicado del comportamiento surgió en la década de los sesenta, en el tiempo en el que el
análisis de conducta básico definía los principios de las contingencias directas. El análisis conductual aplicado se
focalizó en poblaciones con severas deficiencias como autistas, personas con lesiones cerebrales, y niños y
adultos con retraso en el desarrollo. Con frecuencia esas poblaciones clínicas fueron tratadas en lugares de
tratamiento residenciales, colegios especiales y hospitales donde hay una buena oportunidad de control directo de
las contingencias de reforzamiento que afectan a la conducta de los clientes. La mayor parte de las intervenciones
clínicas informadas en la literatura del análisis aplicado del comportamiento, constan de procedimientos para el
manejo de las contingencias directas.
A la inversa, el análisis clínico de la conducta surgió en la década de los noventa, cuando las relaciones
de estímulos derivados, la conducta gobernada por reglas y otras cuestiones que implican lenguaje y cognición
surgían como tópicos clave en el análisis básico de la conducta. Aunque no se abandonan las contingencias
directas, esos principios y hallazgos prestaron aplicaciones focalizadas en problemas clínicos presentados por
clientes verbalmente competentes que veían al terapeuta en un gabinete típico una o dos veces por semana para
recibir “psicoterapia” u “orientación” para su depresión, ansiedad, abuso de sustancias o problemas
interpersonales. Los terapeutas que trabajan con esos clientes tienen relativamente poco control directo sobre las
contingencias de reforzamiento que afectan a la conducta de los clientes fuera del contexto clínico, y confían
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típicamente en las intervenciones basadas en el lenguaje para provocar cambios terapéuticos (ver Kohlenberg,
Tsai, y Dougher, 1993).
De largo las dos literaturas pueden combinarse, porque no hay necesariamente diferencias filosóficas
entre ellas, pero los objetivos, tecnología y principios específicos son suficientemente diferentes para mantener la
distinción por razones de conveniencia. Las cuestiones de la aceptación psicológica, el significado, el
compromiso y las relaciones no se aplican a personas con pocas o ninguna competencia verbal. Las cuestiones
implicadas en la reducción, digamos, de la conducta autolesiva tienen poco que ver con las cuestiones implicadas
en la reducción de los ataques de pánico sufridos por un agorafóbico.
A causa de que la literatura existente del análisis aplicado del comportamiento ha tenido relativamente
poco que decir para el trabajo de los clínicos con clientes verbalmente competentes en sus gabinetes, el análisis
clínico de la conducta históricamente se ha vuelto hacia la literatura de la terapia de conducta o la terapia
cognitivo-conductual como principal fuente de información. Sin embargo, por muchas razones, esas literaturas
son frecuentemente insatisfactorias. Como tradicionalmente se define la terapia cognitivo-conductual tiene que
ver con muchas de las cuestiones sustantivas relevantes, pero puede ser filosófica, conceptual y
metodologicamente ajena al análisis de conducta. Donde el análisis de conducta es contextual, funcional,
monista, no mentalista, no reduccionista e ideográfico, la terapia cognitivo-conductual es con frecuencia
mecanicista, estructuralista, dualista, mentalista, reduccionista y nomotética.
Esas diferencias no están entre posiciones “buenas” y posiciones “malas”. Por definición, las posturas
son pre-analíticas, permiten análisis, pero no pueden ser totalmente justificadas por el propio análisis. Sin
embargo, no es bueno fingir que las diferencias básicas no están presentes y así no hay razón para pensar que los
clínicos orientados al análisis de conducta quedarán satisfechos con la literatura cognitiva conductual como base
para su trabajo. La literatura de la terapia de conducta tradicional está cerrada, pero ni siquiera aquí las
diferencias conceptuales y filosóficas pueden ser profundas, particularmente cuando los análisis y procedimientos
están basados en los principios y asunciones S-R. Es más, el análisis clínico de la conducta es a veces más
coincidente con tradiciones al margen de los campos cognitivo y conductual (por ej. la terapia Gestalt),
precisamente porque hay un alto grado de transposición en las posturas filosóficas. A causa de que las posturas
filosóficas son tan críticas para comprender la naturaleza del análisis clínico de la conducta se discutirá abajo de
forma separada. Antes de esto, sin embargo, podría resultar útil en este punto discutir la historia del movimiento
de la terapia de conducta para colocar el surgimiento del campo del análisis clínico de la conducta en un
contexto histórico.

Historia del Movimiento de la Terapia de Conducta


A causa de que algunas de las cuestiones contemporáneas en el movimiento de la terapia de conducta
hunden sus raíces en las posiciones tomadas por John B. Watson, el padre de la psicología conductual,
empezaremos ahí. Watson presentó una mezcla única sacada del pragmatismo americano, la biología
evolucionista, el funcionalismo y la reflexología. Su más importante contribución fue un cambio en el objeto de
la psicología desde la mente y sus componentes estudiados por medio de la introspección, al estudio de la
conducta pública en su contexto (Watson, 1913; 1924). Él realizó dos razonamientos centrales para este cambio.
Primero, afirmó que la mente no existe, y por tanto todo lo que los psicólogos podían estudiar era la conducta
manifiesta. Segundo, argumentó que la psicología como ciencia no podría estudiar la mente aunque existiera,
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porque nunca habría un método científicamente aceptable para hacerlo. A esta primera posición normalmente se
ha llamado conductismo metafísico watsoniano, mientras que a la última se la llamó conductismo metodológico.
Unos pocos psicólogos siempre abrazaron el conductismo metafísico watsoniano. Contrariamente a la
visión popular, Watson abrazó el estudio del pensamiento, la emoción y similar (por ej. Watson, 1920), pero no
pudo sostener esta reclamación metafísica porque A) definió “conducta” como movimientos musculares y
secreciones glandulares (Watson, 1924), y B) creyó que los eventos privados eran realmente la conducta así
definida (por ej, creía que el pensamiento era habla subvocal). A la inversa, el conductismo metodológico llegó a
ser el enfoque dominante en la psicología americana. De una forma extraña, sin embargo, se suministraron los
cimientos filosóficos, para el posterior surgimiento de formas más sofisticadas de mentalismo, desde la simple
afirmación de que los eventos mentales no podían ser directamente estudiados científicamente. Finalmente, los
investigadores cayeron en la cuenta de que esto dejaba la puerta abierta a que los eventos mentales pudieran ser
estudiados indirectamente, y se idearon métodos ingeniosos para hacerlo.
Watson no fue un terapeuta, pero llevó a cabo unos pocos estudios que demostraban la aplicabilidad de
los principios conductuales a los asuntos clínicos (por ej, Watson y Rayner’s, 1920, el famoso caso del “Pequeño
Albert”), antes de su aventura y matrimonio en 1920 con su estudiante de doctorado Rosalie Rayner que le forzó
a salir de la vida académica prematura y permanentemente. El trabajo aplicado de Watson es importante en el
contexto actual porque mostró la alianza dentro del movimiento conductual entre la teoría básica y la
investigación aplicada. Esto era habitual en los enfoques teóricos de su tiempo. De hecho, una de las críticas
comunes del manifiesto conductista original de Watson (Watson, 1913) era que su postura era la de un tecnólogo
aplicado y no la de un científico real.
Desde la época de Watson a la década de los 50 fueron identificados un número importante de principios
conductuales en los laboratorios psicológicos que estudiaban el aprendizaje, incluyendo todos los principios del
condicionamiento clásico y operante, y los principios asociacionistas de los teóricos del aprendizaje S-R. Cuando
el trabajo conductual aplicado irrumpió en la escena a finales de los 50 y principios de los 60, había una enorme
acumulación de conocimiento básico preparado para que fueran exploradas sus implicaciones aplicadas. La
terapia de conducta surgió rápidamente, con dos variantes claras. El análisis aplicado del comportamiento
apareció en Estados Unidos y se relacionó estrechamente con la psicología operante de B.F. Skinner. Se
incluyeron pronto líderes como Donald Baer, Todd Risley, Teodoro Ayllon y Nathan Azrin. La primera revista
de análisis conductual aplicado, la Journal of Applied Behavior Analysis, se fundó en 1968.
La segunda ala surgió en Gran Bretaña y Sudáfrica, y se asoció con el conductismo metodológico de los
teóricos del aprendizaje S-R. Se incluyeron personas como Joseph Wolpe, Arnold Lazarus, Stanley Rachman,
Hans Eysenck, M. B. Shapiro y otros. En poco tiempo a los de ambas alas se les llamó “modificadores de
conducta”, pero rápidamente la segunda ala acordó el término de “terapia de conducta” (incluso este término fue
acuñado según parece por Ogden Lindsley, un estudiante de B.F. Skinner). La primera revista de terapia de
conducta, Behaviour Research and Therapy, fue fundada en Inglaterra en 1963. La primera revista de terapia de
conducta en Estados Unidos, Behavior Therapy, fue fundada en 1970 por la Association for the Advancement of
Behavior Therapy.
De las dos alas, el análisis conductual aplicado tuvo muy pocos adeptos. Como apuntaron Mahoney,
Kazdin y Lesswing (1974, p. 15), “el conductismo metodológico es mucho más común en los modificadores de
conducta contemporáneos que el conductismo radical”. No obstante, ambas alas estás fuertemente orientadas
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empíricamente. Franks y Wilson (1974) declararon que el elemento común a las terapias de conducta era una
adherencia a “la teoría del aprendizaje definida operacionalmente y a la confirmación bien establecida de los
paradigmas experimentales”.
Aunque ambas estaban empíricamente orientadas, eran bastante diferentes en sus focos y en el fondo.
Originalmente, los analistas de conducta tendieron a ser psicólogos experimentales o del desarrollo. Trabajaban
en áreas aplicadas, pero no en áreas comúnmente asociadas a la psicología clínica. Los terapeutas de conducta
fueron habitualmente psicólogos clínicos y trabajaron en sus gabinetes. Los analistas de conducta se focalizaron
en el trabajo con niños (frecuentemente en las escuelas, hogares u otros lugares no tradicionales) y con clientes
institucionalizados. Los terapeutas de conducta se ocuparon de trabajar con adultos en gabinetes. Las técnicas del
análisis de conducta fueron confiadas al personal, profesores, padres u otros para manejar las contingencias
directas (por ej, economía de fichas, tiempo fuera), mientras que la terapia de conducta se focalizaron en como
los terapeutas podían sustituir las viejas asociaciones con otras nuevas (por ej, a través de la desensibilización
automática). Con el tiempo, el análisis aplicado del comportamiento se focalizó más en problemas severos y
menos en población verbal, mientras que la terapia de conducta se focalizó en el uso de la psicoterapia para
aliviar la ansiedad, la depresión y los problemas de esa clase.
Filosóficamente, el análisis aplicado del comportamiento fue y es dominantemente contextualista y del
desarrollo. Las acciones de los organismo son situadas, tanto históricamente como en el contexto actual. Estas se
desarrollan en el tiempo y aparecen en circunstancias específicas. La posición es epigenética: el contexto
relevante para la conducta incluye la estructura del organismo en sí mismo, pero ninguna parte de las
características situacionales de una interacción eliminan la importancia de otras características. En los primeros
momentos la terapia de conducta tendió a ser neoconductista y asociacionista. Filosóficamente el enfoqué fue y
es mecanicista: los sistemas son analizados en términos de partes discretas, relaciones, y fuerzas que se supone
pre-existen como parte de un gran sistema mecánico. El análisis aplicado del comportamiento sorprendentemente
ha permanecido consistente a través de los años, aunque quizás con más y más énfasis en las discapacidades del
desarrollo , en parte por el gran número de analistas de conducta empleados en dichos lugares. El cambio mayor
es bastante reciente y se representa en este volumen: el ascenso del análisis de conducta clínica.
La terapia de conducta pasó por su mayor cambio a mediados y finales de los 70. La psicología S-R se
hundió por entonces en la psicología cognitiva básica. No fue un cambio filosófico, ambos eran claramente
mecanicistas, pero sí de la liberalización de la teoría y la adopción de una nueva metáfora mecánica, el
ordenador, que guió la teoría y la investigación. Pronto la versión cognitiva mediacional del cambio de conducta
empezó a aparecer (por ej. Bandura 1969) y rápidamente floreció en el movimiento de terapia cognitiva (por ej.
Mahoney 1974, Meichenbaum 1977). La teorización llegó a ser más mediacional y las técnicas más orientadas
hacia la detección y alteración de pensamientos. En la era moderna, la terapia de conducta, la terapia cognitivo-
conductual, la terapia conductual, el análisis aplicado del comportamiento, y ahora el análisis de conducta clínica
coexisten dentro de la psicología conductual como tradiciones distintivas pero solapadas. De estas, el análisis de
conducta clínica es claramente un chico nuevo en el bloque.

Características del Análisis de Conducta


Hay muchas características que distinguen el análisis de conducta de los enfoques dominantes de la
psicología, incluyendo la terapia de conducta y la terapia cognitivo-conductual. Esas características son en parte
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de naturaleza filosófica implicando asunciones metafísicas, epistemológicas y ontológicas, pero implican también
principios empíricos y preferencias metodológicas. En un esfuerzo por aclarar esas características, se contrastarán
con las características correspondientes que creemos definen la psicología dominante.

Contextualismo vs. Mecanicismo


El contextualismo y el mecanicismo son dos de las cuatro principales hipótesis o visiones del mundo
descritas en 1942 por el filósofo Stephen C. Pepper. Nos focalizamos en estas dos visiones porque opinamos que
representan el corazón filosófico del análisis de conducta y de la psicología dominante, respectivamente. El
contextualismo, como corazón filosófico del análisis de conducta ha sido discutido extensamente en escritos
previos por Hayes y otros (por ej. Hayes, Hayes y Reese 1988; Morris 1988), y esos orígenes deberían ser
consultados para el tratamiento más en profundidad del tópico. Un camino conveniente para contrastar las dos
perspectivas es compara sus respectivas metáforas radicales y criterios de verdad. La metáfora radical del
mecanicismo es, bastante apropiadamente, la máquina. Los mecanicistas ven el universo y los eventos que tienen
lugar en él como una máquina, una colección de partes independientes que operan juntas. La metáfora de Newton
del universo como un reloj ilustra esta perspectiva. Comprender la máquina requiere un análisis de sus partes
básicas y de los principios por los cuales estas operan. Desde esta perspectiva, se puede decir que uno sabe como
funciona un coche cuando ha identificado las partes importantes y como operan juntas para hacer que el coche
funcione. Un aspecto importante de esta perspectiva es que las partes de una máquina pueden ser entendidas
independientemente de las otras. Esto es, no hay interdependencia entre las partes de una máquina. Los
carburadores hacen lo que los carburadores hacen sin tener en cuenta lo que los distribuidores o los alternadores
hacen.
El criterio de verdad del mecanicismo está en correspondencia, o el alcance para la cual observamos el
mundo se corresponde con el modelo mecánico del mismo. Un tipo riguroso de correspondencia, y uno de los
que normalmente se emplea en ciencia es la predicción. Si el análisis de un evento permite para la predicción de
ese evento, el análisis es ajustado o correcto. Por ejemplo, la teoría de que la sustancia se compone de átomos es
ajustada hasta el punto que permite mejores predicciones de las que participan las teorías de la materia.
Como en el caso de la mayoría de las ciencias, la psicología dominante es y ha sido mecanicista. En
ningún sitio es tan evidente como en la psicología cognitiva, donde la conducta es explicada postulando entidades
cognitivas o mecanismos que se dice causan la conducta. Los modelos contemporáneos de la mente están
basados en ordenadores. El modelo de procesamiento de la información de la memoria, divide a la memoria en
tres tipos de almacenes (sensorial, a corto plazo y a largo plazo) y postula varios procesos (por ej. atención,
repetición, codificación) por los cuales la información es transferida desde un almacén de memoria a otro al
punto. La verdad de este modelo es el alcance que permite para la predicción de la conducta, por ejemplo, en
experimentos de memoria. Otro ejemplo, de quizás mayor relevancia clínica es el constructo de Bandura de
Autoeficacia (1977). La autoeficacia es una entidad cognitiva (una creencia) o un proceso, del cual se dice
explica parcialmente las diferencias individuales en la conducta. Basándose en este constructo, los psicólogos
cognitivo-sociales podrían apelar a que las diferencias en autoeficacia explican porque un estudiante estudia
diligentemente y logra buenas notas en el curso mientras que otro no. Desde una perspectiva mecanicista, si las
diferencias en las creencias de autoeficacia pueden predecir diferencias en las calificaciones obtenidas por los
estudiantes en los cursos, la teoría de la autoeficacia es correcta.
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La metáfora radical del contextualismo es la actuación en curso en el contexto. El énfasis aquí no está en
la actuación solamente, sino en la actuación en su contexto. Los eventos o actuaciones son interdependientes con
sus contextos, y no pueden ser entendidos por sí solos. Uno al otro se definen recíprocamente. Un evento solo
logra sentido con relación a la situación. Los contextualistas argumentarían que cada entidad física básica, como
la velocidad o el espacio, sólo pueden ser entendidas desde una perspectiva situacional. Como es propio de la
conducta, la posición contextualista es que ésta se comprende significativamente sólo en relación a su contexto.
A su vez, los contextos conductuales son mejor comprendidos en relación a sus efectos sobre la conducta. El
contextualismo del análisis de conducta se ejemplifica por la adopción de la contingencia en dos términos como
unidad básica de análisis. Los dos términos de la contingencia, conducta y consecuencias, se definen
interdependientemente. La conducta es definida en términos de las consecuencias que produce, y las
consecuencias son definidas en términos de sus efectos sobre la conducta. La misma respuesta topográfica, por
ej., conducir un coche, puede ser definido de forma bastante diferente dependiendo de las consecuencias que
controlan el conducir. De esta forma, ir a la tienda, probar un juego nuevo de bujías, y correr a la zona de
emergencia son todas conductas bastante diferentes, a pesar del hecho de que implican acciones definidas
topográficamente como conducir un coche. Una consecuencia conductual es definida como un reforzador sólo si
incrementa la frecuencia de las conductas que la producen. Es esta interdependencia de los dos términos de la
contingencia la que se traduce como la unidad de análisis.
El criterio de verdad del contextualismo es la ejecución exitosa o la acción efectiva. Las exposiciones
sobre el mundo son ciertas si permiten acciones más efectivas que otras exposiciones. Este criterio es similar al
adoptado por William James (1907) y otros filósofos pragmáticos (por ej., Peirce, 1940) y, por esta razón, el
contextualismo está estrechamente alineado con el pragmatismo filosófico. Este criterio de verdad es también
similar a la posición de Skinner (1957) de que los objetivos de la ciencia son la predicción y el control. El control
y la acción efectiva son virtualmente sinónimos, y mientras otras escuelas en psicología han adoptado la
predicción como un objetivo, sólo el análisis de conducta ha adoptado ambos, predicción y control. Por lo menos
en lo que se refiere a la conducta humana, el término control tiene algunas connotaciones claramente negativas, y
es probablemente técnicamente erróneo (ver Hayes, 1993). Por estas razones el término influencia se muestra
preferible al del control.
Es crítico para una comprensión del análisis de conducta ver que la adopción de acción efectiva, o
predicción e influencia como criterio de verdad necesariamente limita la clase de explicaciones que se consideran
legítimas. Por ejemplo, aunque las medidas de autoeficacia pueden permitir muy bien la predicción de la
conducta, no necesariamente permiten su influencia. Para influir la conducta, uno debe saber y tener acceso a
determinadas creencias de autoeficacia. Al menos que estas sean especificadas, la autoeficacia no puede ser
considerada como una explicación adecuada de la conducta. De este modo, la objeción del análisis de conducta a
la teoría de la autoeficacia no es que no sea útil o no permita la predicción, sino que no permite acciones
efectivas con respecto a la conducta en cuestión (ver Biglan, 1987; Dougher, 1995; Hawkins, 1995; LEE, 1995,
para una discusión más a fondo de las objeciones del análisis de conducta a la teoría de la autoeficacia, y
Bandura, 1996, para una réplica). Como se aclarará más abajo, la adopción de acción efectiva como criterio de
verdad es también el corazón de las objeciones del análisis de conducta al estructuralismo, el dualismo, el
mentalismo y el reduccionismo.
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Estructuralismo vs. Funcionalismo


El estructuralismo está emparentado con el mecanicismo y hace referencia a los enfoques en psicología
que buscan la identificación y comprensión de la naturaleza o estructura básica de las entidades subyacentes que
se dice causan la conducta. Desde que Wundt estableció el primer laboratorio de psicología a finales del siglo
XIX, la psicología dominante ha sido principalmente estructuralista en su aproximación al estudio de la conducta.
Aunque los métodos introspectivos de los primeros estructuralistas han sido abandonados, la psicología cognitiva
moderna está todavía interesada en la identificación de las estructuras esenciales de la mente. Además una de las
áreas “calientes” en la psicología contemporánea es la neurociencia cognitiva, que intenta explicar la conducta y
la cognición por la identificación de estructuras cerebrales subyacentes relevantes. El estructuralismo de la
terapia cognitivo-conductual se deja ver en sus intentos para explicar la conducta apelando a estructuras
cognitivas como creencias, expectativas y esquemas.
El funcionalismo, por otra parte, está ligado al contextualismo, e intenta explicar la conducta apelando a
su función o su propósito. Vale la pena apuntar aquí que el funcionalismo no se deduce necesariamente del
contextualismo. De hecho, Hayes (1993) ha identificado dos tipos de contextualismo: contextualismo descriptivo
y contextualismo funcional, y las diferencias entre ellos son importantes para comprender la relación entre
contextualismo y funcionalismo. Una diferencia crítica es que los contextualistas descriptivos tienden a adoptar
objetivos más personales, abstractos para sus análisis. Tienden a ser más filósofos que psicólogos, y
generalmente buscan una comprensión o sentido de coherencia personal que viene de un reconocimiento de la
participación interdependiente de las partes o aspectos del organismo entero. Los contextualistas funcionales
tienden a adoptar objetivos más prácticos y con frecuencia estás interesados en soluciones en vías de desarrollo
para problemas específicos. El funcionalismo es apropiado para los propósitos de los contextualistas funcionales
porque el énfasis en las funciones de los eventos frecuentemente apunta a sus variables de control.
La aproximación de Skinner (1957) al estudio de la conducta verbal ejemplifica el funcionalismo
subyacente al análisis de conducta. Mientras que la psicología dominante identifica la conducta verbal por su
forma o estructura (vocal), Skinner define la conducta verbal en términos de su función. Más que la conducta que
emana de las cuerdas vocales, Skinner definió la conducta verbal como una conducta, vocal o de otro tipo, que es
mantenida por sus efectos sobre la audiencia. Las aproximaciones estructuralista y funcionalista se interesan por
aspectos diferentes de la conducta verbal. Mientras que lingüistas y psicólogos cognitivos están interesados en la
gramática y la estructura sintáctica del lenguaje, el análisis de conducta está interesado en las condiciones
estimulares históricas y actuales que evocan y mantienen la conducta verbal. La distinción entre las
aproximaciones estructuralista y funcionalista al estudio del lenguaje se refleja incluso en las unidades básicas de
análisis adoptadas por las dos perspectivas. La unidad básica de análisis en las aproximaciones cognitiva y
lingüística del lenguaje, el morfema, es definida estructuralmente, mientras que las unidades básicas en el análisis
de conducta de la conducta verbal, por ejemplo, mandos, tactos y autoclíticos son definidos funcionalmente (ver
Skinner, 1957). Entre paréntesis, conservar esas distinciones en mente podría haber llevado a un intercambio más
productivo y razonable entre cognitivistas y analistas de conducta en la cuestión de como se adquiere el lenguaje
(ver la crítica de Chomsky al libro de Skinner Conducta Verbal 1959, y la réplica de MacCorquodale 1970).
A causa de que la aproximación funcional al estudio de la conducta se focaliza en los determinantes y
efectos de la conducta, facilita los objetivos de predicción e influencia. Identificar los determinantes de la
conducta frecuentemente permite acciones efectivas con respecto a dicha conducta. Es suma, cuando la conducta
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es definida en términos de sus funciones, la covariación de conductas funcionalmente equivalentes pero


topográficamente distintas empieza a tener sentido. Esto tiene importantes implicaciones clínicas. Por ejemplo, al
enfrentarse a situaciones que producen reacciones emocionales intensas, los individuos pueden responder de muy
distintas formas definidas topográficamente. Pueden beber, tomar drogas, trabajar más, aislarse socialmente,
pedir consuelo a su familia y amigos, no salir de casa o dedicarse a rituales conductas compulsivas. Sobre la base
se su apariencia o su forma, estas conductas son muy diferentes. Funcionalmente, por contra, son bastante
parecidas. Desde una perspectiva clínica, puede ser más útil clasificar las conductas en términos de su función
que por su forma, y dirigir las intervenciones terapéuticas a las causas funcionales de los problemas. En esta
situación, intervenciones orientadas a la evitación emocional subyacente a diferentes conductas pueden ser más
efectivas.

Monismo vs. Dualismo


Aunque el monismo y el dualismo son posiciones ontológicas clásicas sobre la naturaleza de la realidad,
la discusión aquí no es tan elevada. Se interesa por la naturaleza y legitimidad científica de los eventos privados.
Por eventos privados nos referimos a la colección de experiencias, respuestas y actuaciones que son observables
sólo para la persona que las “tiene”. Estos se refieren habitualmente a sentimientos, emociones, pensamientos,
imágenes, autoinformes, creencias, expectativas, recuerdos, atribuciones, etc. Uno de los malentendidos más
persistentes del análisis de conducta es que este quiere limitar la psicología al estudio de la conducta
públicamente observable y relegar los eventos privados más allá del ámbito del análisis científico (Dougher,
1993; Hayes y Brownstein, 1986; Moore, 1980). Muy al contrario, el análisis de conducta incluye explícitamente
a los eventos privados como objeto legítimo de investigación científica (Skinner, 1974). Puede ser así porque los
eventos privados son vistos como ejemplos de conducta. Para el análisis de conducta, la conducta es todo lo que
hace el organismo integrado que puede ser relacionado con su ambiente, y ciertamente los eventos privados caen
dentro de esta definición. A los eventos privados no se les confiere un estatus especial porque ocurran dentro de
la piel y no sean públicamente observables. Su estatus ontogenético es el mismo que el de la conducta
públicamente observable. Esto es, son reales, reacciones físicas a eventos físicos, reales. En ese sentido, los
analistas de conducta son monistas con respecto a su tratamiento de los eventos privados.
Aunque muy pocos psicólogos de la corriente dominante adoptarían una posición dualista literal, tienden
a hablar de los eventos privados de una forma que sugiere un dualismo metateórico (ver Hayes y Brownstein,
1986). Por ejemplo, los eventos privados son frecuentemente identificados con eventos, estructuras o procesos
mentales o cognitivos. El significado exacto de los términos mental o cognitivo no se especifica habitualmente,
pero con frecuencia está implícito como algo diferente a lo físico. Por otra parte, hay una clara bifurcación en la
forma en la que son tratadas científicamente las conductas públicas y privadas, lo que sugiere un dualismo tanto
científico como epistemológico. En las tradiciones del positivismo, el operacionalismo y el conductismo
metodológico (Day, 1969; Moore, 1980; Skinner, 1945) la psicología dominante ha tendido a dividir los
fenómenos psicológicos en privados y públicos, y en un intento por mantener su estatus científico, se ha limitado
a los últimos. Los eventos privados no son estudiados directamente, pero en vez de eso se categorizan como
constructos hipotéticos definidos operacionalmente. Así, la ansiedad y la depresión son definidas en términos de
puntuaciones en tests que supuestamente las miden. De la misma manera, las creencias de autoeficacia no son
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consideradas como entidades reales. Sino que son constructos hipotéticos que son definidos en términos de los
métodos u operaciones utilizados para medirlas.
Un problema que surge desde esta visión dualista de los eventos privados es que es difícil estipular
como esos eventos influyen en realidad en otra conducta, tanto pública como privada. ¿Cómo, por ejemplo, los
esquemas de la gente influyen para actuar de una forma determinada?. A la inversa, si suponemos que la
depresión es resultado de creencias o esquemas erróneos, entonces tendremos que enfrentarnos con la cuestión de
cómo las drogas, que son estímulos físicos, alteran creencias o esquemas, que son de naturaleza mental o
cognitiva. Si tomamos un punto de vista monista de los eventos privados y los vemos como ejemplos de
conducta, entonces este problema se reduce a especificar las relaciones conducta-conducta (Hayes y Brownstein,
1986). Mientras que esto puede ser cuestionado técnicamente, no es filosóficamente cuestionable.

Mentalismo vs. No-mentalismo


Desde un punto de vista analítico conductual, el problema más serio surgido desde una posición dualista
de los eventos privados ocurre cuando a esos eventos se les da un estatus causal. El intento de explicar la
conducta apelando a estados, procesos o constructos internos es llamado mentalismo. Es difícil encontrar un
término que sea opuesto al mentalismo, así que simplemente usaremos el término no-mentalismo. El análisis de
conducta es no-mentalista en su insistencia en que las explicaciones causales de la conducta deberían limitarse a
eventos externos, y preferiblemente, accesibles. Es importante anotar que no se restringe el estudio científico a
las conductas externas o públicamente observables, no se niega que los eventos internos o privados tengan una
influencia en la conducta. Sino que desde esta posición se considera que las explicaciones de la conducta son más
útiles cuando estipulan determinantes de la conducta externos, observables, y, accesibles o manipulables. De
nuevo, esta posición proviene directamente de los objetivos analíticos conductuales de predicción e influencia.
Las explicaciones de la conducta que están basadas en estados o estructuras internas como ansiedad,
depresión, creencias, expectativas o esquemas pueden, de hecho, permitir la predicción. Si nosotros sabemos que
un individuo está ansioso o tiene carencias en autoeficacia, esto aumenta nuestra capacidad para predecir su
conducta en determinadas ocasiones. Por otra parte, si el objetivo es influir la conducta, entonces es crítico
conocer los determinantes externos y accesibles de la conducta, porque la conducta sólo puede ser influida por la
manipulación de estos determinantes (ver Hayes y Brownstein 1986 para un desarrollo detallado de este punto).
Con mucho, las explicaciones mentalistas señalan eventos internos correlacionados, pero no especifican los
determinantes externos de la conducta. La objeción analítica conductual al mentalismo, entonces, no es que
invoque eventos privados, sino que no facilita, y de hecho puede interferir con los objetivos de predicción e
influencia.

Reduccionismo vs. No-reduccionismo


El reduccionismo generalmente se refiere a los intentos de explicar la conducta apelando a un nivel más
bajo de análisis. En psicología, el ejemplo prototípico de reduccionismo es el intento de explicar la conducta
apelando a procesos fisiológicos. Un problema con el reduccionismo es que es fácil seguir moviéndose hacia
niveles más bajos de análisis hasta el infinito. Igual que hay procesos fisiológicos subyacentes asociados con la
conducta, hay procesos bioquímicos subyacentes asociados con todos los procesos fisiológicos, y procesos físicos
Traducido del original por Mónica Hernández López.(uso interno en Psicopatologñia y Máster Análisis Funcional en Contextos Clínicos y
de la Salud”

subyacentes asociados con todos los procesos químicos. Al final, el fenómeno de interés y el nivel de análisis que
define la psicología desaparece.
Recientemente, ha habido un incremento en los intentos por explicar la conducta apelando a procesos
biológicos. Cada vez más se ofrecen explicaciones genéticas de la conducta, y la neurociencia conductual y
cognitiva pueden ser los campos que más rápidamente están creciendo en psicología. No hay duda de que los
avances en genética de la conducta, neurociencia conductual y psicología fisiológica han sido y continuarán
siendo muy útiles para los analistas de conducta. Después de todo, la conducta es biológica. Pero incluso si
nosotros conocemos en detalle los procesos biológicos implicados en cada conducta, todavía podría ser crítico
conocer las condiciones que causan esos procesos que ocurren si queremos poder influir en la conducta. Por esta
razón, el análisis de conducta ha rechazado el reduccionismo, prefiriendo en su lugar conservar el análisis
científico en el nivel de las relaciones ambiente-conducta.

Métodos Nomotético vs. Ideográfico


Como está claro incluso haciendo una revisión somera de las revistas de psicología y por el casi
universal requisito de que los estudiantes graduados de psicología pasen cursos de estadística inferencial, la
psicología dominante se basa en métodos nomotéticos. A pesar de las llamadas al incremento en la utilización de
diseños de caso único en la investigación clínica (Barlow, Hayes y Nelson, 1984) la inmensa mayoría de los
estudios informados en las revistas clínicas, incluyendo revistas clínicas orientadas conductualmente, utilizan
diseños de grupo y la estadística inferencial. Por otra parte, los estudios analíticos de conducta normalmente,
aunque no siempre, utilizan métodos ideográficos o de caso único. La razón, de nuevo, proviene de sus objetivos
de predicción e influencia. El intento de la mayoría de los estudios de análisis de conducta es demostrar el control
experimental preciso sobre la conducta de sujetos individuales. Los métodos nomotéticos, por otra parte, buscan
determinar si las relaciones entre variables evaluadas son estadísticamente significativas. Esta determinación
generalmente se hace sobre la base de datos de grupos promediados, y la conducta de los sujetos individuales
generalmente es ignorada.
Un tema que frecuentemente se plantea en lo concerniente a estos asuntos es la generalización de los
resultados de los estudios de caso único. ¿Cómo puede uno saber si los efectos obtenidos para uno o unos pocos
sujetos se generalizarán a otros? La cuestión de la generalización en las aproximaciones ideográficas se dirige a
la replicación experimental. Si los hallazgos de la investigación pueden ser replicados a través de sujetos, los
hallazgos son generalizables, y por tanto, se puede decir que tienen tanto alcance como precisión. Sin embargo,
lo que se replica a través de los estudios no es el efecto de una intervención definida formal o topográficamente,
sino el efecto de una intervención definida funcionalmente. Por ejemplo, se ha mostrado repetidamente que el
reforzamiento es un método efectivo para el cambio de conducta. Pero los estímulos específicos que funcionan
como reforzadores cambian de un individuo a otro y en el tiempo para el mismo individuo. Por esta razón, los
investigadores aplicados frecuentemente utilizan diferentes estímulos como reforzadores a través del tiempo, los
sujetos y las respuestas. Obviamente, entonces, lo que se generaliza a través de los estudios de reforzamiento no
son los estímulos específicos, sino su función como reforzadores.
A causa de que los estudios de replicación ideográfica se focalizan en intervenciones definidas
funcionalmente, los investigadores se han enfrentado con la tarea de adaptar sus intervenciones a los sujetos
individuales. Por ejemplo, los investigadores aplicados que utilizan procedimientos de reforzamiento deben
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encontrar estímulos que funcionen efectivamente como reforzadores para cada uno de los participantes en sus
estudios. Este proceso puede ser bastante útil si obliga a los investigadores clínicos a tener en consideración, y
quizás identificar los principios y variables que determinan la generalización de sus intervenciones. Este proceso
hace a los métodos ideográficos especialmente convenientes para la investigación clínica. El trabajo clínico,
después de todo, se hace normalmente con clientes individuales, y los clínicos que trabajan están generalmente
menos interesados en conocer la significación estadística de la intervención clínica que en saber como
maximizar la efectividad de una intervención para un cliente particular. Cuando se obliga a los investigadores
clínicos a dirigirse hacia estas cuestiones, esto ayuda a los clínicos que trabajan con la tarea de adaptar las
intervenciones a las necesidades y circunstancias de los clientes individuales.

El Análisis de la Conducta Clínica y los Principios del Análisis de Conducta


Mencionamos antes que el análisis de la conducta clínica aplica los principios del análisis experimental
de la conducta a los contextos clínicos. Aunque los principios del reforzamiento, el castigo, los efectos del
programa y el control de estímulos son ciertamente aplicables a los contextos clínicos (por ej. Kohlenberg y
Tsay, 1991), es de particular relevancia para el análisis de conducta clínica la reciente investigación en el área de
la conducta verbal. Clientes y terapeutas interactuan verbalmente. Los clientes informan de sus historias,
describen sus problemas, cuentan sus experiencias privadas, expresan sus hipótesis sobre las causas de sus
problemas, y declaran sus expectativas y objetivos para la terapia. Los terapeutas escuchan, interpretan, exploran,
preguntan, clarifican, explican, educan, ofrecen formulaciones alternativas, proveen metáforas, alientan, retan,
consuelan, refuerzan y programan futuras citas. Todo esto es verbal.
Podríamos decir que la característica definitoria del ser humano es nuestra capacidad para interactuar
verbalmente. A pesar de los informes fascinantes de la utilización de símbolos en primates, ninguna especie
puede alcanzar a los humanos en su capacidad, complejidad y facilidad verbal. Obviamente, esta capacidad
verbal confiere una gran ventaja evolutiva a nuestra especie. Pero por otra parte, puede muy bien ser la
responsable de un gran número de problemas clínicos.
A un nivel profundo, el análisis de la conducta clínica es el nombre no sólo de un nuevo conjunto de
técnicas, una nueva población y problema objetivo para el análisis de conducta. Es el nombre para una nueva
cuestión de peso. Exactamente la que divide las poblaciones institucionalizadas y las discapacidades del
desarrollo de las poblaciones clínicas de pacientes externos, es la relación extendida de la conducta verbal en el
desarrollo de los problemas y su recuperación. La “psicoterapia” es predominantemente terapia verbal y la
“mente” es el nombre para el conjunto de los procesos verbales. En ese sentido, la “psicopatología” es
preferentemente patología verbal y la enfermedad “mental” es enfermedad verbal. De este modo el análisis de la
conducta clínica es un campo que estudia las aproximaciones analíticas conductuales modernas a los eventos
verbales y desarrolla implicaciones aplicadas de esas aproximaciones en las áreas de la psicopatología y su
recuperación.
No es por accidente que muchos de los laboratorios más pujantes en el análisis de la conducta clínica,
también producen y consumen investigación contemporánea sobre conducta verbal, como relaciones derivadas de
estímulos, conducta gobernada por reglas y similar. Los analistas de conducta clínica no pueden mirar a las
teorías de los psicólogos y terapeutas cognitivos para orientarse, aun cuando los analistas de conducta clínica
están intensamente interesados en el lenguaje y la cognición definidos conductualmente. Hay una enorme
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diferencia entre la psicología cognitiva y una psicología conductual de la cognición. Desde el punto de vista del
análisis conductual, un análisis adecuado del lenguaje y la cognición requiere que nos aproximemos a esta área
como un fenómeno conductual; que lo veamos como una clase de interacción entre organismos enteros (no
cerebros) y ambientes situacionales históricos y presentes; y que evaluemos nuestra comprensión por el grado en
el cual podemos predecir e influir cada interacción con precisión, alcance y profundidad.
El análisis conductual es uno de los pocos campos en la psicología que mantienen una alianza clara y
efectiva entre las ramas básica y aplicada. Los analistas de conducta clínica se sienten bastante cómodos
dirigiendo algunos de sus esfuerzos hacia la generación de conocimiento básico sobre los procesos verbales que
es necesario para su trabajo clínico. Un buen ejemplo es la transformación de las funciones de estímulo a través
de las clases de equivalencia y otras relaciones derivadas. Una amplia proporción de la investigación en esta área
ha venido de los laboratorios de los analistas de conducta clínica. La transformación de las funciones de estímulo
a través de las relaciones de estímulos derivadas es una de las áreas obviamente aplicable de la investigación
analítica conductual básica dentro de los procesos del lenguaje, y así cuando los analistas conductuales básicos
no se movían suficientemente rápido en esta área, los analistas conductuales clínicos tomaron cartas en el asunto.
Es algo muy positivo que los analistas de conducta clínica hayan estado abiertos a hacer análisis de conducta
básico cuando el conocimiento básico ha tenido carencias. El hecho es que ellos han confirmado la postura de
que el análisis de conducta clínica es un campo orientado hacia el desarrollo de aproximaciones analíticas
conductuales modernas a los eventos verbales. De esta forma, el análisis de conducta clínica extiende el rango de
áreas dentro del análisis de conducta: básico, aplicado, teórico y filosófico.

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