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VAPOR Gilberto Rendon Ortiz a | Los cuatro amigos Fo ca de siempre i como Se SABE eS07 JEN QUE NO '29 wits | MENTO PRECISO DEJA UN NIKO CGheroRendin Onis | DE SER NINO?;HAY UNA REGLA PAR® LOSCUATRO | MEDIR.LA INFANCIA?-MANUEL EST! Gingos | PREOCUPABO, TIENE wlEDO DE CRE DESIEMPRE | CER. TAL VEZ SISEHACE MAYOR, SUS {AMIGOS “JULIO, EMILIO. JACK Y KARL DEJARANDEIRA VISTARLE. GILBERTO RENDON ORTIZ ES UN ESCR? TOR MERICANO CUYO PRINGPAL OBE TWOMA IDO DFUNDIR LAEDUGACION y ACULTURAATRAVES BELA RADE. Li NERECEDOR DE INNUMERABLES GALA ONES LITERARIOS, RENOON OBTUY! POR ESTA OBRA EL PREMIO BARC BE VAPOR WEXICO) DE 1288 | [APARTIRDE 9 AROS ie Primera edi: 2000 (Gaara edi: abd 2003 ‘Coleccion dig por Marinella Terai Cobierte ilustraciones Mario Feal Version adaprada del original pata a publicacin en Espa © Gilberto Rendén Ostix, 1999 (© Ealciones SM, 2000 Joaquin Turing, 39-2804 Madrid ISBN, 84.348.7260-9 Depésio legal M-10694-2003, Preimpresion: Grafs SL Impresoen Espaia/ Printed in Span Impreata SM Joaquin Turina, 39 - 28044 Madrid ‘No csi permits a eprdccin vot o parcial de ore iba suraamicno formic as anemic de nga fr perc moy a tn eciaer barpi stow on mts. sin lpi pres por eto Selective dlp Penn ROO Y os 1 Manuelito —Soos grandecita para jugar a esas cosas —ha dicho la tia Fanny. Me gusta la misica de sus palabras. Me gusta toda la tia Fanny, pero a veces me duele la mé- sica de su voz. La tia Alba vino también de Costa Rica, pero ella es més seca de voz y de cuerpo y de caracter. —Usted ya no debe andar inventando cosas asi, No es un chiquillo. Es mis seca, pero casi nunca se enoja conmigo, no que me dé cuenta. Lo tinico gracioso que yo le veo es que me hable de usted. A los mayores les habla de ta, 0 mas bien de ese modo en que hablan Los extranjeros. Ella no es extranjera, sino mexicana, pero se ha educado en Costa Rica, al igual que la tia Fanny. Las dos son hermanas de papa. Yo me he puesto serio y ellas dicen que no me enoje porque me pongo «muy feo». Me tratan como a un pequefio, y luego dicen que ya soy mayor. La verdad es que no me enojo con ellas, Me pongo serio, preocupado. Y, si, también abioso, pero no en su contra; no sé contra quien, porque a lo mejor ellas tienen razén y ya no soy un nifo. Lo siento en el pecho, como algo que se aga zapa a la espera de poder saltar. Veo las cosas de otro modo, como si de golpe los ojos los tu- viera mas arriba; siento los brazos més largos, el rostro como si se me hubiera hecho de éngulos, Siento que en cualquier momento voy a ser otro. &Y si ya he dejado de ser nifio? Como se sabe eso? dn qué momento preciso deja un nifio de ser nino? day una regla para medir la infancia? {Cuando mi abue me revelé el secreto de los Reyes Magos, me abrié los ojos-puertas para pa- sar al mundo de los adolescentes, de los que ado- lecen de infancia y de edad madura, de los que estén en medio de dos mundos...? Por eso es que ahora me atormento y Horo y no sé dénde estoy, si all 0 aqui? No lo sé; el cuerpo me duele mis y me canso mucho y tengo siempre suefio. Es lo éinico que sé. Ademas, cuando mi abuela dijo eso de los Re- yes Magos, prometié que me traerian regalos una vex mas, hasta los doce afios, y és0s todavia no 6 los tengo, sino que los cumplo dos dias antes del dia de Reyes. Yo me atengo a la promesa y ya sé lo que voy a pedir. Y no me importa que sea lo diltimo que ‘me traigan, sino que cumplan con Ia tiltima vez. Bueno, pero lo que me hace rabiar y llorar no son los Reyes Magos, ni las tias, ni la abuela, ni Jos primos que ya estan aqui de vacaciones (ya sé que se van a burlar-compadecer de mi; mas todavia que en las fiestas pasadas, si la abuela rho regresa pronto), sino el miedo que siento de que este afio ellos, mis amigos, los cuatro mag- nificos, no vuelvan més, ;Por qué? Por lo que dicen las tias: que ya no soy un nifo. Si ellos piensan igual, van a decir lo mismo; que ya so- mos mayores para jugar a esas cosas. —Pero decime, tia —imito su modo de ha- blar—, cuando se deja de ser niiio? —Cuando se abren los ojos, cuando el cuerpo se despierta, cuando... —recita la tia Alba brus- camente, llevando la cuenta con los dedos. A la tercera respuesta se interrumpe de golpe, me mira sorprendida y corre a darme uri beso, seco como es ella, en la frente. Creo adivinar una hémeda mirada, pero no logro fijarme bien cen sus ojos, porque de improviso sale de la ha- bitacién diciendo: —Siga usted jugando, Manuelico, no escuche a esta vieja. Y yo recupero la espada que armé con las pie~ zas del mecano y el escude de lamina (que tam- ign salié del mecano), y me apresto a combatir a fos capitanes turcos que tienen siciada Candia, E] juego es en silencio, porque la tia Fanny se queda a cuidarme y me da vergtienza gritar como un jenizaro delance de ella. Cuando me canso, no de jugar sino del cucrpo y de la mente, no me quiero dormir; quiero estar alesta, a ver si, en un descuido de ta tis Fanny, ellos vienen por mi. Bueno, a ver si los dejan venir a jugar con- miigo. ‘A los cuatro; si, a fos cuatro. O a uno ran sélo. Hoy, con las cosas que dicen las tias, me con- formo con que venga uno solo, @® si los que han crecido son ellos y si ya son adolescentes, y si ya no son nifios? Entonces no vendrain, zverdad? No sé la edad que tienen, pero de golpe no creo que hayan envejecido. Los cuatro al mismo tiempo. No, habri uno. a lo mejor Karl, que sea mis nifio que los otros. De marzo a diciembre son ... nueve meses. Bs bastante tiernpo paca cre- cer tanto? {Quin lo sabe? W si nos queda un poquitito de nisis? Una cositita, asi, chiquitita’ Camo saberlo? Donde estd ese metro que mide a los nifios y fes dice cuanto les falea para dejar de serlo? 8 Me da un suefie irresistible, ya estoy cabe- ccando, (for donde ibs? Si, ya sé. La tia Fanny me mira. La tia Allba se ha ido Hlorando, Abue ne viens, sigue én el hospital Qué mis? Que ya no soy un nifio. ‘A lo mejor ya extoy grandécito, como dizen ellas, y mis amigos ya no regresan mis. jNo, exo 10, ellos vendrénn! No puedo perder la esperanza, yo los voy a esperar siempre, aunque deje de ser if y ya no jugnemos a esas casas. Podriamos fumar y hablar sobre las noticias del periédico y hacer juntos cosas de mayores. ;Oh, Dios, ojala no sea muy aburride ser mayex Si, los vay a esperar siempre, como otras ve- ces, aqui sentado. En mi silla de rucdas, 2 Emilio AXL primeto que convet fue a Emilio, £1 deis cel portén de Ia huerta abiereo, de par en par. --Uno aunca sabe si tiene que salir corriendo —se decia cuando entrd a cortar unos mangos. Habia, casi a la entrada, unos mangos manila rvay bajitos, pero la huerta es enorme y estd llena de cientos de arboles diferentes. —jMompracem! —se imagine Emilio apenas arrinconé su bicicleea junto a un arbol de Jitchis. Y, fascinado con a huerta, se puso a explorar ce! lugar. Yo lo vi desde Ja terraza de mi cuarto cuando leg ance los guanabanos. Mi abue me habia sacado un rato a tomar eb sol a la terraza bajo el filtro de una enredadera de maracuyas. Iba Emilio vesuido de blanco bien blanco, des- lumbrante el pantiln costo, les tenis, los cal- cetines lances, la camisa blanquisima y bien blanco el sombrero blanco de explorador. a Ast a lo lejos me parecid una figura arrancada de un libro de cuentos. Descubrid que lo veia y traté de esconderse detris de un axbol. Yo agité mi mano saludindslo y él volvié a aparecer, ne muy confiado. —{No hay perros? —pregunts. —No —respondi—. Mabia una perra hace tres 0 cuatro afios, pero se la Hevaron a otra casi. —~Puedo cortar un mango? Ven! —exclamé. ‘Tenia un pequeiio morzal al hombro. Me lo imaginé leno de fruta y afiadé —Por este lado hay mangos maduros... Yo te digo cn qué arboles la fruia esc buena. —Me gustan los mangos verdes. —No sabes... El mango criollo, verde; el man- go fino, madu: —Mejor ven ti... Me quedé caliado un momento. ;Cémo decirle que mis piernas son dos hilachos que no me Hlevan a ninguna parte? —No me dejan. En ese momento lleg6 mi abuela. El chico se escendié y vio asombrada que, en fecto, yo era tun peisionero. —Ya basta de sol, hijo... No, abc; quiero estar un rato mas aqui facta. 2 —No puedo dejarte en Ie terrace. Estoy ocu- pada, hoy no ba venido la muchacha y debes estar dentro... Hago de comer, espero visitas, es- cribo, barro, coso... Te quiero cerca. cerca ni lejos en realidad. La abuela esta abajo y yo en mi cuarto, arriba. A veces grita y me pregunta qué estoy haciendo. —jJuego a los piracas! —Ie contesto. O fe digo que estoy leyendo vn libro o que no estoy haciendo nada, ¢ no digo nada si me quedo dormido. Billa se ocupa de mi, pero tiene trabajo, Escri- be para un periodico, una, dos, tres notas d iarias. Me toma la temperatura, me da las medicinas, corre a verme si la Hlamo, me besa y a veces se entretiene un rato conversndo conmigo. Le gusta escribir y Jeer. Por eso me ha llenado el cuarto de libros. A mi también me gusta leer. Ahora lo entiendo. La lectuza alivia la pesada carga que represento para ella. Pero hoy, me refiero a ese dia hace veinte me- ses, cuando apareci6 Emilio con su exérica blan- cura, no quiero ver Libros, ni jugar con fa ima. ginacién. Hay un chico de verdad en Ja huerta iy yo aqui encexxado! No podia dejar de pensar en ef chico de blan- co. Queria decile que habia unes mangos agu- sanados. Ese afio no les habian puesto el insec- ticida @ tiempo. Los gusanos se entierran en el 2B suelo y se mueren o no sé en qué se transfor- man, pero dejan sus ‘huevos enterrados y al afio siguiente salen a vivir de nuevo del mango. De esa variedad nada mis. Los otros Arboles estin buenos y resisten Ja plaga. De pronto, un golpecito en los cristales de Ja puerta que da a la terraza, Habia alguien fuera. Pude abrir porque la abuela no pone seguro. Hay un escalén por el cual no podria subir yo solo la silla de ruedas, y por es0 no se preocupa de cerrar con lave. —jNo temas! —aparecié el chico de blanco--. jSandokan al rescate! Salté de emocién al verlo y al escucharlo. Habia dejado en algin lugar el sombrero de explorador y lucia una magnifica cabellera negra tizada. Era blanco de tez, pero muy quemado por el sol —Amigo Yaiiez, estas libre. Ahora mismo te sacaré de aqui. Estiré la mano para saludarlo y él la estreché con cfusi6n. —Me Ilamo Manuel —dije. —iVaitez! —corrigié Sandokan, Paseaba la mirada por toda la habitaci6n, y él mismo no se estaba quieto cn ninguna parte. Yo Jo miraba divertido, pero cuando dio con el ar mario y abrié una de las puertas, recordé mi 4 condicién de invilido y me puse triste y me mordi los labios, temeroso de que al descubrirla el visitance sufriera la gran decepcién. Quiz te- nia diez afios como los que yo tenia entonces, pero su mirada brillaba como nunca he visto la mia brillar ante el espejo. Era un muchacho muy recio y gil. Pisaba firme, sus pasos reso- naban en toda Ia habitacién. La abuela grité: — ,Qué haces? —iEstoy jugando! —respondi de inmediato. En ese momento el chico habia encontrado uunos pafiuelos y se ponfa uno en la frente y me tiraba el otro para que me lo pusiera igual. 2 —iVimonos! —exclamé avanzando deci- dido. —No puedo... —le sefialé mis picrnas, ape- nado, —jAh, mi querido Yafiez, veo que el truhan no s6lo ha usurpado el trono que a usted le per: tenece, sino que lo ha reducido a este lamentable estado! No se apure, encontraremos el antidoto preciso... Antes de que yo pudiera decir algo, se puso detris de mi y empujé la silla de ruedas. —Al revés —dije contento. * Y no tardamos en salir a la terraza, —jAhora, cémo bajamos, sefior Yatiez? Primero la silla de ruedas y luego y 4s me ocurrié, temblando de emocién—. Hay va- rias cuerdas por ahi —sefialé Ia puertecilla de un cuarto de herramientas que daba a la terra- za—. La més larga es la cuerda para las pifiatas, cuando vienen mis primos en Navidad. 16 3 Karl Bure por mis propias fuerzas, Mis manos se desgarraron con la soga, me quedaron sangrando y ardiendo, pero oculté el hecho, porque Emilio, asi dijo que se Hamaba antes de lanzarme yo al vacio tras la silla de ruedas, se mostraba esplen- doroso a mi lado, sin agitarse por la escalada, in dar muestras de temor por su atrevimiento. Y yo queria parecerme un poco a él. Escondi también el miedo que me daba que la abuela nos descubriera, Cruzames como un rayo la huerta toda. Al canzamos el portén que seguia abierto y mar: chamos a la biisqueda del arbol de litchis. —jHa desaparecido! —exclamé desconcertado Emilio-Sandokan. Fue cuando supe que habia Iegado en bici- cleta. —Alguien ha visto el portn abierto y se la hha Ilevado. —No, Manuel... El ladrén no se la ha Hevado afuera... Mira las huellas. "7 El encanto del jutgo se rompi6, él habia de- jado de ser Sandokin y yo Yéfez. No podia se- guir siéndolo si le roban a uno la bicicleta Scguimos las huellas, que yo no veia pero a si, hasta el cerco de malla tapizado con enreda deras y cerezos del Brasil Alli estaba Ja bicicleta en manos de un mu- chacho rubio, més alto que Emilio pero de no mis edad. ~={Es tuya? —pregunt6 con descaro, ditigién- dose a Emilio—. Nunca habia montado en una burra italiana, Benotto. No me parece tan buena como el camello que trae tu amigo. :Puedo dar otra vuelta? Camello? —preguntamos los dos. Burra se dice a veces a la bicicleta. Camello, pensé, quiz fuera otra forma de nombrar una marca diferente © a una silla de rucdas. El rubio no respondié, sino que se encaramd en la bicicleta y se fue pedaleando por una ve- reda entre los Arboles. Tuve la impresién de que aquel muchacho ru- bio nos habia tomado el pelo y habia escapado con la bicicleta, pero no tardé en volver a ve- locidad regular por el otro lado. Entonces se acereé a la silla de rucdas y, ale- gremente, dejando Ia bicicleta en manos de su duefio, se puso detris de mi. —Esta si es una nave del desierto — y comen- 18 26 a empujar la silla Hevandome a la carrera— iVamos tras los piratas del mar Rojo! Emilio, montado en su vehiculo, se apresuré a ir detras de nosotros. Nunca antes nadie me habia paseado a Ia ca rrera en la silla de ruedas, Era estupendo, Daba brincos en algunas partes del terreno, y en al ‘gunos planos y bajadas cobraba una velocidad de vertigo. De pronto, lo que tenia que ocurrir pasé: 8 pezamos con un borde del terreno, la silla sal volando por un lado, y yo, su pasajero, por el otro. Acabé en el suelo en una pasicion que me permitié ver una escena terrible: Ia silla aterriz6 a mi lado, dio varias volteretas siguiendo una zona despejada de arboles y malezas, y cuando cayo de pie lo hizo en una ligera bajada qué concluia en un arroyo. Asi mi silla se fue ro- dando hasta precipitarse en la fuerte corriente de agua que cruzaba apenas por diez 0 quince metros dentro de la finca, antes de volver a me terse en otra propiedad privada, EL rubio y Emilio corrieron a alcanzar Ia silla de ruedas, pero Ja corriente era muy rapida, y fria. Antes de que se animaran a tirarse al agua, la silla pasaba, como resto de un naufragio, bajo la alambrada que divide los territorios. —(istas bien, Josef ben Josef ben Azud ben Jalha ben Ami...” —me recogié el rubio. 20 Tenia yo una groseria en Ia boca, aparte de una ligrima que habia escurrido en mi cara. Déjame —casi grit El rubio insisti6, queria ayudarme. —Déjalo!. —exclamé Emilio. {No has ido? El rubio se enderez6 y qued6 frente a Emilio. Se ctuzaron sus miradas a pocos centimetros de distancia, cerraron ambos los pufios y perma. necieron asi algunos segundos. El rubio aflojé las, manos y sus pufios se abrieron. ‘no queréis, no juego —se encogid de hombros. Emilio me mir6. Yo escondi los ojos para no tener que responder. —No queremos que juegues —informé Emi lio. Bueno... —se alej6 unos pasos el rubit. Me mir6 y dijo—: Siento lo de la silla Pero no se fue, se quedé a un lado frente al arroyo, mirandonos de reojo. Emilio me Hlev6 en brazos y me puso a orillas del ribazo. Yo seguia viendo todo nublado, a través de los aos hérmedoa, Mi ailla de ruedas era porte de mf mismo. La pace qe yocrla que amabn més jorque no me dolia nunca y porque ademas me Fooniehs fr deja Tole n ate y Seoar lw fa tasmas que acosan a los desvalidos fisicos. ¥ la habia visto perderse a lo lejos entre la corriente. 24 —Ya te he dicho que no te queremos aqui. —grufié Emilio cuando reparé en que el rubio no se iba. Habian medido fuerzas en el breve momento fn que se encararon, y aunque el rubio era poco mas alto, Emilio erk mas fuerte y temerario. Y ambos lo sabjan, —No me he quedado a jugar... —afadi6 el otro—, sino a ayudar. Respondi que si a la nueva mirada de Emilio, Bueno, quédate. —Me Hamo Karl —se presents, 4 Julio y Jack —Necesirasios un barco para ir tras las rue das del chico —asegur6 Karl a modo de pro: puesta, —Tienes razén —asintié Emilio—. Pero para hacer un barco necesitamos un hacha, {Hacha...? —me limpié los ojos. —Para tumbar este arbol. La madera de bao- bab es ligera y resistente y nos saldra un barco muy marinero. —{Baobab? —me quedé mirando el arbol de mangos al que Emilio le habia echado el ojo. Es cierto, parecia algo diferente de los demas ar- oles de mango que yo conoefa, pero hasta en tonces yo no sabia que en la huerta habia un baobab, Nos quedamos mirando lo alto que estaba, las ramas tan frondosas y robustas, y, de pronto, descubrimos dos caras que nos miraban desde arriba, entre el follaje , los de arribal Qué hacéis en nuestro baobab? 2B En las ramas del arbol se escucharon unas ri- sas. wi (Baobab? —respondieron—. jLlamais bao- bab, pobres ignorantes, a un Srbol de lord Gle- narvan? Emilio también rié burlén. —gAsi llaman en tu rancho a los baobabs? jSube para que te cerciores! —clam6 una jAnda, sube, éste es un lugar seguro! —~ur- ina segunda voz flamos a preguntar cémo diablos se sube a un Arbol tan alto cuando un columpio comenzé a descender hasta el mismo suelo. Arriba, nos di ‘mos cuenta, lo podian subir y bajar gracias a un sistema de poleas y a una manivela Me asombré esto. Desde cuando jugaban esos chicos en el mas alto de los arboles de la huerta? Era obvio que aquel sistema de poleas no era improvisad ; — (Habra sitio para tres..? —pregunté Emilio tirando de la cuerda. —{Sois muy gordos? —iNo, qué va! ; —Bueno, entonces podéis subir los tres —res pondié una voz. ; De inmediato estallé la segunda vor, mas agu- da que la otra, con una risita ahogada: —Pero, uno por uno, zeh? m4 —Yo voy primero —dijo Emilio dirigiéndose a Karl—. Ta pones a Manuel en el columpio y subes al final Emilio, con su pafiuelo anudado en la frente, bid ripidamemte y no tardé el columpio en estar de regreso. Temblaba yo de emocién, ‘Subir al més alto de los arboles! Era mi suefio a los tres o cuatro afios de edad, cuenta mi abuela. Queria yo alas para volverme pijaro, de eso si me acuerdo, por que vi la pelicula del rey Arturo cuando joven. Merlin lo volvia un animalito diferente cada vez. Mi abue me colgaba entonces de una barra de metal que habia en el tendedero y yo me que rodea los esfuerzos de alguien por pegarle a Ja pifiaia. Cierro rapidamente y en- ciendo Ja Iuz. No lo puedo creer. [Karl en per~ sonal ‘Trac dos canastas de comida y los bolsillas del ‘pantalén cargados de jicamas y cacahuetes. —Crei que estabas en {a pifiata... —explicd. —No, esas cosas no me gustan —respondi. —Pucs a mi me gusta mucho intentar ganar toda la fruta y los dulces.. No se le puedo ctiticar. Me encojo de hom- ‘bros. —{le han visto? ,Qué han dicho? —Me he confundido con el mundo de chicos que hay ahi y nadie me ha dicho nada.

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