Continuacion 07

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había recortado a uno en la mitad de la cuesta.

Ambas estaban
lado a lado cuando entraron como un relámpago por la puerta de
la guardia, pero a cinco yardas de las puertas de la ciudad Elia
Arena vino volando desde la nube de polvo tras ellas y las pasó en
su potra negra.
—¿Eres medio-caballo, niña?— le preguntó Valena, riendo, en el
patio del castillo. —Princesa, ¿has traído contigo a una moza de
cuadras?
—Soy Elia.— anunció la chica. —Lady Lanza.
Cualquiera que ostentara ese nombre tenía mucho por lo que
responder. Como había hecho el Príncipe Oberyn, aunque la
Víbora Roja nunca había respondido ante nadie excepto ante sí
mismo.
—La niña caballero— dijo Valena. —Sí, he oído hablar de ti.
Como has sido la primera en llegar, has ganado el honor de
abrevar y cuidar a los caballos.
—Y después de eso encuentra el baño— le dijo la Princesa
Arianne. Elia era tiza y polvo desde los tobillos hasta el pelo.
Esa noche Arianne y sus caballeros cenaron con Lady Nymella y
sus hijas en el gran salon del castillo. Teora, la hija más joven,
tenía el mismo pelo rojo que su hermana, pero no podrían haber
sido más diferentes. Baja, rellenita, y tan tímida que podría haber
pasado por muda, mostraba más interés en su ternera especiada y
pato con miel que en los gentiles y jóvenes caballeros de la mesa,
y parecía contenta en dejar a su señora madre y su hermana hablar
por la Casa Toland.
—Hemos oído los mismos rumores aquí que los que vosotros
habéis oído en Lanza del Sol— les dijo Lady Nymella mientras
un sirviente servía el vino—. Mercenarios desembarcando en
Cabo de la Ira, castillos siendo asediados o tomados, campos
aprovechados o quemados. De dónde vienen estos hombres y
quiénes son, nadie lo sabe a ciencia cierta.
—Piratas y aventureros, oímos al principio— dijo Valena. —
Entonces se supuso que sería la Compañía Dorada. Ahora se dice
que es Jon Connington, la Mano del Rey Loco, que ha vuelto de

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