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TEMA:
Imperio azteca
INTEGRANTES:
Saúl Toaquiza
DOCENTE:
Lic. Hugo Hidalgo
CURSO:
3ro “B” Técnico
UBICACIÓN GEOGRÁFICA
Las civilizaciones
mesoamericanas se extendieron
desde el norte del actual
territorio de México hasta las
estribaciones selváticas del
Yucatán y Centroamérica,
comprendiendo áreas de fértiles
valles, mesetas y la cuenca
lacustre del valle de México,
compuesta por varios lagos y
lagunas. Este territorio incluye
cuatro regiones claramente diferenciadas. En el norte predomina el desierto, el cual fue
recorrido por numerosos pueblos nómadas. Hacia el centro rodeadas de valles y
mesetas, se encuentran varias cadenas montañosas, mientras que hacia el sur se
multiplican los volcanes. Finalmente, en el extremo meridional, prolifera la selva
tropical que se extiende hasta la península de Yucatán y América Central.
La región mesoamericana fue cuna de dos de las más prodigiosas civilizaciones
prehispánicas: los olmecas y los zapotecas. Los primeros surgieron en la costa del golfo
de México y se extendieron en un territorio de unos 18.000 km2. Hacia el año 1250
a.C. construyeron importantes centros ceremoniales y políticos, entre los que se
destacan Tres Zapotes, San Lorenzo y La Venta. Expertos talladores de piedra, legaron
bajorrelieves y esculturas de grandes dimensiones. Contemporáneos de los olmecas,
los zapotecas vivían en comunas agrícolas y tenían como principal divinidad a Cocijo,
el dios de la lluvia. Establecieron como centro de su cultura la ciudad de Monte Albán,
frente al golfo de Tehuantepec.
En un escenario magnífico, situado a 2.000 metros sobre el nivel del mar y rodeado de
altas montañas en cuyo centro estaba el lago Texcoco, los aztecas pasaron de ser una
comunidad tribal a convertirse en un Estado independiente, fuerte y desarrollado. La
ciudad capital, Tenochtitlán, edificada en un islote en el centro del gran lago, sería el
más espectacular testimonio de su creatividad e ingenio. Así, el paso de la aldea a la
ciudad opulenta, centro de un Estado tan poderoso como temido, fue vertiginoso.
En un escenario magnífico, situado a 2.000 metros sobre el nivel del mar y rodeado de
altas montañas en cuyo centro estaba el lago Texcoco, los aztecas pasaron de ser una
comunidad tribal a convertirse en un Estado independiente, fuerte y desarrollado. La
ciudad capital, Tenochtitlán, edificada en un islote en el centro del gran lago, sería el
más espectacular testimonio de su creatividad e ingenio. Así, el paso de la aldea a la
ciudad opulenta, centro de un Estado tan poderoso como temido, fue vertiginoso.
DESARROLLO CULTURAL
Las evidencias arqueológicas indican que hacia 1325 d. C. los mexicas se establecieron
en una isla dentro del lago Texcoco y fundaron la ciudad de Tenochtitlán. Hacia el
siglo XV, formaron una alianza con los pueblos vecinos de Texcoco y Tlacopan,
lograron el dominio sobre el resto de los pueblos de la región y, de esta manera,
conformaron un imperio.
Incluso, a medida que el Imperio crecía nuevas deidades eran veneradas. Esto se debía
a que nuevas poblaciones eran asimiladas y el panteón mexica se expandía. Para ello,
se enlazaban sus relatos mitológicos con los de los dioses existentes.
Esto arrojó como resultado una religión llena de intrincadas y complejas historias de
parentesco entre los dioses, fruto del sincretismo entre civilizaciones. Sin embargo,
conforme el Imperio se establecía, surgió cierta concepción monista sobre lo divino,
abandonando el politeísmo tradicional. En esto los estudiosos no llegan a un consenso
definitivo.
En todo caso, la religión de los aztecas era un elemento central en su cultura. Los ritos
de ofrenda a los dioses y sacrificios humanos (generalmente de prisioneros de guerra)
era común e importante en la consolidación de las castas militares.
DIOSES AZTECAS
Dicho imperio era regido por la llamada Triple Alianza, de la que formaban parte los
mexicas junto a sus aliados de Texcoco y Tlacopán, pero los primeros acabaron
gobernando la alianza, y para el momento de la llegada de los conquistadores españoles
a Mesoamérica, el imperio era claramente administrado desde Tenochtitlán.
Los mexicas eran una tribu nahua, dotada de una identidad propia, con sus creencias y
divinidades, que llevaron consigo en su marcha hacia el Valle de México, hacia el siglo
XIII. Nómadas de origen, en apenas 200 años habían edificado uno de los imperios
más importantes de la América precolombina, a raíz de su asentamiento en
Tenochtitlán.
Desde allí entraron en contacto con una vasta herencia cultural mesoamericana, que
supieron integrar con su propio legado. De ese modo nació la religión politeísta y
guerrerista de los aztecas, de la que los sacrificios humanos formaban moneda común.
A continuación, veremos cuáles y quiénes eran los principales dioses a los que rendían
culto los mexicas.
HUITZILOPOCHTLI
Huitzilopochtli guio a los aztecas hasta el
lugar donde fundaron su ciudad.
La principal deidad de la religión mexica
era Huitzilopochtli, dios solar de la guerra,
cuyo culto llegó al Valle de México y al
Altiplano Central mesoamericano junto
con los mexicas, y por imposición de éstos
se convirtió en el más extendido en la
región para el momento de llegada de los
españoles.
Su nombre puede traducirse como “colibrí del sur” o “colibrí izquierdo”, y su templo
principal se hallaba en Huitzilopochco (hoy en día Churubusco, al sur de la Ciudad de
México). Las fiestas en su honor eran celebradas por los aztecas una vez al año, con el
nombre de panquetzaliztli.
Según el mito, Huitzilopochtli ordenó a los aztecas marchar hacia las tierras del sur,
hacia lo que luego fue Tenochtitlán. Su indicación fue que avanzaran hasta hallar sobre
un nopal a un águila devorando una serpiente, pues ése sería el augurio que les indicaría
el lugar para establecerse. Así lo hicieron sus seguidores, y por esa razón dicha imagen
se encuentra hoy en el escudo y la bandera de México.
Lo paradójico es que, a pesar de la enorme importancia que tenía para los mexicas, no
sobreviven muchas representaciones de Huitzilopochtli, dado que se trataba de uno de
sus dioses originarios.
Hijo de la diosa de la fertilidad (Coatlicue) y del sol joven (Tonatiuh), era despreciado
por sus 400 hermanos mayores, quienes se propusieron matarlo al nacer para lavar la
deshonra familiar; pero el recién nacido tomó el arma mítica de los dioses aztecas, la
serpiente de fuego o xiuhcóatl y venció fácilmente a sus enemigos.
Posteriormente tomó la cabeza decapitada de su hermana Coyolxauhqui y la arrojó al
firmamento, convirtiéndola en regidora de la luna, mientras que reservaba el sol para
sí mismo.
QUETZALCÓATL
Uno de los grandes dioses compartidos por casi todos los pueblos de esta civilización,
y uno de los principales dioses del panteón mexica. Se le consideraba el dios de la luz,
la fertilidad, los vientos, la civilización y el conocimiento, asociado al color blanco.
Su nombre se traduce como “serpiente emplumada”, y esa es la manera más usual en
que se lo representaba: la serpiente metaforiza el cuerpo humano terrenal, y las plumas
sus principios espirituales intangibles.
Quetzalcóatl era uno de los cuatro dioses primigenios de la
mitología náhuatl, hijos de la pareja primigenia (una suerte de
Adán y Eva), y entre ellos ocupaba el lugar del Tezcatlipoca
Blanco.
Tenía también presencia en la religión tolteca, en la que su
nombre era usado para referirse a los sumos sacerdotes, y
también para los olmecas, mayas, pipiles, teotihuacanos,
etcétera. Sus formas semejantes a las de un dragón pueden
hallarse en ruinas y fragmentos de muy diferentes regiones de la
región mesoamericana.
TLALOC
Tlaloc podía ser un dios tanto
generoso como destructivo.
Conocido como Chaac por los mayas,
Tlaloc es el dios del agua, que los
mexicas responsabilizaban por las
lluvias, las tormentas y los
terremotos. Lo honraban durante el
primer mes de cada año nuevo, junto
con los toltecas, tlaxcaltecas, mayas,
nahuas y otros más, dado que se trata
de una de las deidades más antiguas de la cultura mesoamericana.
Como muchas otras deidades mesoamericanas, en la naturaleza de Tlaloc se daban cita
condiciones contradictorias, y podía ser tanto un dios generoso y dador de vida, como
como destructivo y aniquilador. Eran suyos los relámpagos, por ejemplo, las
granizadas, las inundaciones, las heladas y, claro está, las sequías.
Se lo representaba siempre con la cara negra o azul, a veces verde, imitando los colores
del agua en la naturaleza, y en sus vestidos solían pintarse gotas de agua a modo de
símbolo.
Las fiestas en honor a Tlaloc se celebraban marchando a las cimas sagradas, entre
danzantes y transportando el sacrificio de siete niños bellamente adornados, acostados
en camillas regadas con flores y plumas. Sus lágrimas, durante el camino, eran
comprendidas como augurios de lluvias frondosas.
Una vez en el templo de la cima, los sacerdotes de Tlaloc procedían a arrancarles sus
corazones, para ofrendarlos al dios. Generalmente los sacrificados de esta manera eran
niños esclavos o hijos segundos de los nobles mexicas.
TEZCATLIPOCA
Dios proveniente de la mitología tolteca,
compartido por muchos pueblos
mesoamericanos, entre ellos los aztecas,
como el dios de la providencia, de lo invisible,
de la oscuridad. Ejercía de contrapartida del
luminoso Quetzalcóatl, siendo por lo tanto
asociado al color negro. Junto a
Huitzilopochtli, Quetzalcóatl y Xipe Tótec
conformaban los cuatro dioses creadores,
descendientes de la pareja primigenia (Ometéotl).
A Tezcatlipoca se lo representaba siempre con una franja negra en el rostro, a menudo
llevando un espejo de obsidiana en el pecho, en el cual podía ver reflejadas las acciones
y los pensamientos humanos, y del cual podía brotar un humo que acababa con sus
rivales. Estaba asociado al lado norte del universo, al cuchillo de pedernal, a la noche
y todas las cosas materiales.
Era el señor del mundo natural, en oposición a la espiritualidad de Quetzalcóatl. A él
estaban, al mismo tiempo, consagradas las guerras y las muchachas hermosas, y las
fiestas en su honor eran las segundas en importancia para los aztecas, después de
Huitzilopochtli.
En esas ocasiones, se tomaba a un esclavo y se lo trataba como a un rey durante un
año, en preparación para su sacrificio ritual, llevado a cabo luego de recorrer las calles
del pueblo al ritmo de una flauta. Finalmente, en el templo mayor de Tenochtitlán, se
rompían las cuatro flautas y se le arrancaba el corazón.
COATLICUE
Coatlicue era venerada como la madre de
los dioses.
Diosa de la fertilidad de la mitología
mexica, guía del renacimiento y madre de
Huitzilopochtli, era comúnmente
venerada como la madre de los dioses
o Tonantzin, y representada como una
mujer de pechos caídos, que viste una
falda de serpientes y un collar de
corazones y manos humanas. Estaba desposada con Mixcóatl, dios de las tempestades.
Según el mito, era la madre de los cuatrocientos dioses del sur (a cada uno
correspondiéndole una estrella del firmamento), y dio a luz a Huitzilopochtli luego de
recoger un hermoso plumaje caído del cielo y colocarlo en su seno, quedando encinta
mágicamente.
Este embarazo repentino ofendió a sus hijos, que instigados por su hija Coyolxauhqui,
se decidieron a asesinar al recién nacido. En vez de eso, fueron asesinados todos por el
dios de la guerra recién nacido.
EHÉCATL
Dios compartido por la mitología mexica y otras de
mesoamérica, asociado con el viento y descrito como
una de las manifestaciones de la serpiente emplumada,
Quetzalcóatl.
Se lo asociaba al cambio, a los puntos cardinales, al
aliento vital de los seres vivientes y a la brisa que trae
la lluvia a los sembradíos, de modo que era un dios
fundamental para la creación. A su soplo, según la
religión azteca, se le debe el movimiento del sol y de la
luna, que originalmente estaban fijos en el firmamento.
Otro relato sobre Ehécatl dice que se enamoró perdidamente de una muchacha humana
y, para que ésta pudiera corresponderle, le otorgó a la humanidad entera la capacidad
de amar. Se lo representaba con una máscara dotada de un pico rojo, con tres brazos y
un caracol en el pecho; y se lo veneraba en templos circulares, que ofrecían la menor
resistencia posible a la brisa.
MIXCÓATL
También conocido como Taras (Michoacán)
y Camaxtle (Tlaxcala), se trata del dios
mexica de las tempestades, de la cacería y de
la guerra, padre de Quetzalcóatl y esposo en
la tradición azteca de Coatlicue.
En la cosmogonía náhuatl Xipe Tótec era el Tezcatlipoca Rojo, uno de los dioses
primigenios, creadores del universo horizontal y vertical, hijos de la pareja primigenia:
Ometechutli y Omecíhuatl.
OMETÉOTL
Dios de la creación de la mitología
mexica, es entendido como un dios
doble: Ometecuhtli (“dos señor” en
náhuatl) y Omecíhuatl (“dos señora” en
náhuatl). A la vez señor y señora de la
dualidad, representa la pareja
primigenia que engendró a los cuatro
dioses de la creación (tezcatlipocas
blanco, rojo, azul y negro), y de la cual
absolutamente todo proviene.
Los aztecas estaban bien organizados y contaban con una fuerte infraestructura y
sistemas que movilizaban gentes y recursos materiales con el objetivo de construir
grandes edificios que satisficieran las necesidades de sus pobladores. Tenochtitlán, la
ciudad capital, simbolizaba el poder azteca. La arquitectura azteca, que era similar a la
de otras culturas mesoamericanas, poseía un innato sentido del orden y de la simetría.
Los diseños geométricos y las líneas extensas eran representaciones de dogmas
religiosos y del poder del Estado. Además, los aztecas usaron bajorrelieves, muros,
plazas y plataformas como medios con los cuales representar a sus dioses e ideales.
Durante las distintas épocas del imperio, los aztecas agregaron nuevas técnicas y
materiales a sus estructuras. Ejemplos de la monumentalidad y grandeza de los aztecas
se hacen evidentes en el Templo
Mayor, cuya plaza podía dar
cabida a 8,000 personas, y en el
mercado de Tlatelolco, que podía
albergar a 20,000 personas en los
días de mercado. La adaptación
arquitectónica azteca y su ingenio
pueden verse en Malinalco (véase
la sección correspondiente más
abajo), donde hay un templo que
fue esculpido en la roca misma y
que quedó integrado a una
montaña.
PROCESO DE LA CONQUISTA
En febrero de 1519 salió de La Habana una empresa de rescate con destino a las
remotas tierras del Yucatán. Se trataba de la tercera expedición enviada desde Cuba
por su ambicioso gobernador Diego de Velázquez, quien pretendía obtener oro de las
regiones aún escasamente exploradas. Al mando del grupo de españoles iba un joven
capitán de Extremadura y hombre de confianza del gobernador: se llamaba Hernán
Cortés. Desde el mismo momento en que arribaron a la región donde se ubican
actualmente los puertos de San Juan de Ulúa y Veracruz, Cortés demostró
excepcionales dotes de mando y habilidades para captar la compleja realidad del
mundo indígena en México. Asimismo, resolvió inmediatamente romper con
Velázquez y proceder en adelante en nombre propio y de su hueste. Ello se materializó
en el hundimiento de sus barcos, acto que simbolizaba que no habría vuelta atrás.
Otro de los avances en esta materia, fue la predicción de eclipses solares o lunares,
el recorrido de cometas y estrellas fugaces, sin
embargo, el fin principal que se les otorgaban a estos
registros, era básicamente religioso.