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TEORIA TRIDIMENSIONAL DEL DERECHO ACTUAL

La teoría tridimensional del derecho señala el


método que debe ser usado para realizar
investigaciones, analizando al derecho desde el
punto de vista dialéctico, correlacionándolo
progresiva y permanentemente en sus tres
elementos, dando lugar a la integración del hecho,
el valor y la norma para crear al derecho.
I. OBSERVACIÓN
Nada más erróneo que reducir la teoría tridimensional del derecho, cualquiera que sea
su configuración, a la simple constatación de que toda la experiencia jurídica implica
siempre, de un modo u otro, la correlación de hechos, valores, y normas. Es obvio que
tal verificación no bastaría para representar, por sí misma, una teoría. De “teoría
tridimensional” propiamente dicha sólo se puede hablar cuando de la citada
constatación se infieren consecuencias sistematizadas, lo que puede dar lugar a
diferentes orientaciones en un amplio espectro de posiciones, que van desde la
comprensión cultural y relativista, inicial y genérica, de Gustav Radbruch hasta la que
vengo elaborando con la calificación de “tridimensionalismo específico, concreto y
dialéctico

.Si, en efecto, los tridimensionalistas coinciden en el reconocimiento de lo que


Recaséns Siches denomina “estructura tridimensional del Derecho”, al honrarme
en coincidir conmigo en esa observación fundamental 2, se puede decir que, a
partir de ahí, cada autor la concibe de una manera distinta, encuadrándola en una
visión propia, dependiente de sus concepciones filosóficas de carácter general, o del
modo en que conceptualiza los tiempos “hechos”, “valor” y “norma”, ya en sí mismos,
ya en su mutua implicación
II. SENTIDO DE LAS PALABRAS HECHO, VALOR Y NORMA EN EL
ÁMBITO DEL HISTORICISMO

AXIOLÓGICOCuando en 1940, en mi tesis universitaria titulada


Fundamentos do Direito 3, di al capítulo final el título de “Hecho, Valor y
Norma” después de haber examinado diversas teorías que hacen hincapié
sólo sobre uno de esos elementos (por ejemplo, el “normativismo” del
primer Kelsen, o el “factualismo” de Olivecrona o Pontes de Miranda), o
recordar la concepción del “hecho normativo” de Jellinek y Petrasicki
todavía no empleaba el término tridimensionalismo.

Me parecía más adecuado afirmar que el derecho es “una realidad


bidimensional, de sustrato sociológico y de sentido axiológico-normativo”.
Sin embargo, en un libro publicado en la misma época, Teoría do Direito e
do Estado 4, afirmaba ya claramente que el derecho es una integración
normativa de hechos según valores.Podría decirse que el
tridimensionalismo ya existía, aunque sin plenitud en su acepción
verbal, lo que demuestra cómo, a veces, por la fuerza de la inercia, el
sentido de las palabras o de la forma lingüística tarda en revelarse.En
suma, el tridimensionalismo existía ya en sustancia, pero carecía todavía de
su propio ropaje verbal.
Éste se fue haciendo explícito y nítido a medida que se fue haciendo más
clara mi concepción del valor como un objeto autónomo, irreductible a los
objetos ideales, como los lógicos y matemáticos, o sea, como entidades
del mundo del “deber ser” y no del “ser”; y posteriormente, gracias a la
comprensión de la dialéctica de implicación y polaridad, o mejor, de
complementariedad que correlacionan hecho, valor y norma .

Cabe señalar que la falta del término tridimensionalismo no impidió a un


crítico penetrante, como Josef L. Kunz uno de los más ilustres
expositores de Hans Kelsen y su continuador autónomo, captar el valor
de la nueva posición doctrinal asumida por mí, contribuyendo a darla a
conocer fuera de Brasil. Basándose sólo en los dos libros de 1940, Kunz
supo percibir lo que había de nuevo en mis escritos: una “teoría
tricotómica” (el término es suyo) capaz de superar, integrándolas en
una unidad, las perspectivas unilaterales de las corrientes iunaturalistas,
analítica y sociológica. Concluía hablando de la “fórmula Reale” para
designar mi posición, marcada por la correlación entre “hecho valor y
norma
Como se ve, la teoría tridimensional del Derecho surgía de la intuición inicial
de que la división tripartita de la filosofía jurídica aceptada sólo con fines
didác-ticos por varios autores (Icilio Vanni, Giorgio del Vecchio, Adolfo Rava
y otros), ocultaba un problema de fondo. No bastaba, sin embargo, con
constatar la estructura fáctica, axiológica y normativa de la experiencia
jurídica, sin investigar, su razón de ser, como sus consecuencias en
todos los terrenos de la Ciencia del Derecho.

De “teoría tridimensional de derecho” sólo puede hablarse, repito, cuando


se inda-ga acerca de la naturaleza de cada uno de los factores que se
correlacionan en la vida del derecho, de las características de esta
correlación, a mi parecer de orden dialéctica, de la irreductibilidad del
valor al juicio normativo o a las situaciones fácticas, del nuevo tipo de
normativismo que surge de la complicación concreta de los tres elementos
determinantes del derecho, de la vinculación de todos ellos al “mundo de la
vida”, y de la comprensión final de la realidad jurídica en términos de
“modelos”, sean prescriptivos o hermenéuticos. Pero todo esto era
todavía un esbozo en 1940, que exigiría una investigación perseverante a
lo largo de decenas de años de estudios
De la mayor importancia, en el desarrollo de mis ideas, fue la
meditación sobre la posición del “valor” en el cuadro de la “teoría de
los objetos”, actualizada entonces por Edmund Husserl bajo la
influencia de Franz Brentano. Era dominante en la época, la
comprensión del valor como una “cualidad del ser”, o del “ente”,
equiparable, en último análisis, a un “objeto ideal”.

Esa visión idealista del valor aparecía de forma más nítida en todas
las teorías filosófico-jurídicas que aceptaban la concepción
axiológica de Max Scheler o de Nicolai Hartmann. Hasta autores
como Carlos Cossio, que contribuía creadoramente a situar una
“problemática ontológico-axiológica” de la experiencia jurídica,
llegaban a liberarse de la interpretación de los valores como meras
“cualidades de los bienes”, incluyéndolos entre los objetos ideales,
como todavía se puede verificar en la 2.ª edición de su Teoría
egológica del derecho
III. DIALECTICIDAD DE HECHO, VALOR Y NORMA. DIALÉCTICA DE
COMPLEMENTARIEDAD Y “LEBENSWELT”
De lo expuesto, resulta que la nueva colocación de los conceptos de hecho,
valor y norma ya dependía de su comprensión dialéctica. Pienso que uno de los
momentos decisivos de mis investigaciones está representando por el “descubri-
miento” (permítanme el empleo de esta palabra quizás pretenciosa) de la natura-leza
dialéctica o dinámica de elementos hasta entonces analizados separadamente (dando
lugar a dominios separados de investigación, como la axiología jurídica, la sociología
jurídica y la dogmática jurídico-normativa) o bien de manera estática sin
reconocer su radical historicidad

Observo, desde este momento, que la colocación de hecho, valor norma, menos como
elementos que como momentos de un proceso, venía a confirmar que, siendo el
derecho una dimensión de la vida humana, compartía, o mejor, expresaba la
dialecticidad del hombre, entendido como “el único ente que originariamente es y ebe
ser, o, en otras palabras, como “ente, cuyo ser es su deber ser. Los componen-tes de la
experiencia jurídica eran, pues, desde el principio, enfocados a la luz del hombre, de su
ser espiritual, punto de partida y de llegada del proceso histórico
No se trataba, sin embargo, de correlacionar el desarrollo fáctico-axiológico-
normativo del derecho con el ser humano, o la persona humana, concibiendo ésta
de manera abstracta y estática, a la manera Boecio, como una naturalis ac
rationalis substantia, sino, por el contrario, como una “instancia axiológica”,
cuyo sentido sólo puede ser plenamente captado correlacionando el problema
de la subjetividad con la trama de las relaciones intersubjetivas, en función de las
mudables coyun-turas temporales. Me pareció así que, si la raíz del derecho hay
que buscarla en la misma naturaleza del hombre (ya decía Cicerón: natura juris
ab hominis repetenda est natura), había que tener presente que la filosofía
contemporánea, por múltiples y opuestos caminos, había resaltado “la naturaleza
axiológica” del ser humano y, más todavía, su carácter de “ser en situación”.

Así, pues, cuando afirmo que “el ser del hombre es su deber ser” se debe poner
el acento tanto en la idealidad finalista que el verbo deber ser expresa, como en
la circunstancialidad o pertinencia propia del adjetivo posesivo su. En el fondo,
cuando Ortega y Gasset afirma que “yo soy yo y mi circunstancia”, destaca la
dimensión del “hombre situado”, dejando entre paréntesis, aunque
evidentemente implícito, el mundo de los valores que lo tras-ciende,
empezando por el valor de su propia vida, la cual, con todo, no me parece un
valor radical, precisamente porque, aunque condición material de la experiencia
axiológica, sólo en ésta adquiere trascendentalmente plenitud de sentido.
La experiencia jurídica veremos mejor este hecho al tratar
de las “estructuras del derecho” es siempre una
composición de estabilidad y movimiento. Este está
determinado tanto por actores de orden fáctico, como
por motivos de naturaleza axiológica.

Hay épocas en que predominan exigencias ideales;


otras en las que prevalecen impulsos o reclamos de
carácter empírico. Sin embargo, de una forma u otra, la
mutabilidad es inherente a la vida jurídica, la cual, no
obstante, no puede prescindir de la estabilidad, de cierto
horizonte marcado por el orden y la certeza. Visto bajo este
prisma, el ordenamiento jurídico en vigor corresponde al
“horizonte de estabilidad” alcanzando en determinado
momento histórico.
Lo cierto es que, las más de las veces, constituidas las normas
sociales, como composición de exigencias fácticas y axiológicas, al
tratarse de normas legales, consuetudinarias, jurisdiccionales o
referentes a los negocios— el equilibrio social que representan surge
como equilibrio relativo e inestable; sobre todo en las épo-cas
marcadas por incesantes mutaciones tecnológicas, o por bruscas e
inesperadas alteraciones del cuadro de los valores psicológicos y
éticos.

Es innecesario aquí, incluso porque volveré sobre este tema,


acentuar el papel de la hermenéutica en esa adecuación constante
de la norma a las infraestructuras fáctico-axiológicas. Lo que, por ahora,
deseo poner de relieve es la dialecticidad del proceso normativo.Es
esencial, por consiguiente, determinar la naturaleza dialéctica de la
expe-riencia jurídica. De este asunto capital he tratado en mi Filosofia
do Direito, , parte, así como en O Direito como experiencia, pero de
manera específica en dos breves estudios cuyos puntos fundamentales
paso a resumir
IV. LA TRIPLE ESTRUCTURA DE LA EXPERIENCIA JURÍDICA.
LOS MODELOS JURÍDICOSA .

A través de las múltiples formas de correlación entre hechos, valores


y nor-mas, surgen y se desarrollan distintos círculos de experiencia
jurídica, los cuales a su vez se influyen y se interpenetran, constituyendo
en cada país una experiencia jurídica global, la cual no es creación del
Estado, pero tiene en el Estado su puesto de referencia, en términos de
validez y eficacia.

En el presente trabajo, haré abstracción de mis conclusiones respecto al


carácter plural de la experiencia jurídica y la formación de una
multiplicidad de ordena-mientos jurídicos, los cuales se relacionan
entre sí según diversas graduaciones, hasta presentar al Estado como
la institución de más amplia y positiva objetividad. Estudiando la
“graduación de la positividad jurídica”, pienso haber demostrado no
sólo la correlación esencial entre positividad y objetividad del Derecho,
sino también que la “graduación intransistemática de las normas” en
el ámbito del Estado (tal comola presenta Kelsen) puede
correlacionarse con la “graduación intransistemática” de las normas,
que Del Vecchio establece entre los distintos ordenamientos jurídicos y
las institucione
En el fondo, hay dos valores que vale la pena
recordar concomitantemente, pese a sus
renovadas antinomias: la logicidad y la historicidad
del ser humano. En virtud de estos dos valores
constitutivos del hombre, éste no sólo piensa, sino
que también se hace objetivo, extrapola de sí lo
que piensa, convirtiendo en “objetividades” las
“intencionalidades” que son propias de su
conciencia.

Logicizando y “objetivizando” lo que es percibido y


pensado, aunque rudimentariamente, en una
secuencia interminable de intentos, errores y
correcciones de avances y retrocesos, el hombre
va construyendo sobre el “mundo de naturaleza” el
“mundo de la cultura”, el cual podría ser
considerado como “el mundo de las
intencionalidades objetivizadas y objetivadas en el
decurso del tiempo
Cuando una estructura no está destinada sólo a
representar, como unidad orgánica,
determinados aspectos de la realidad social,
sino que también implica el problema de su
“sentido” y, por consiguiente, de los
comportamientos que éste postula, decimos que la
estructura adquiere el valor de un modelo.

Ahora bien, cuando analizamos la experiencia


social, como se da en el caso del Derecho o de
la política, verificamos la reiteración constante de
ciertos actos o comportamientos orgánicamente
correlacionados, dirigidos a alcanzar objetivos más
o menos permanentes o, por los menos, establecer,
que engloben un pluralidad convergente de
intereses individuales o de grupo. Decimos
entonces que surge una estructura social.
Las estructuras sociales no tienen la misma génesis, pues resultan
de múltiples factores. Unas son, por decirlo así, “naturales”, en el sentido
de que reflejan necesidades biopsíquicas inherentes a la convivencia
humana; otras son la consecuencia de la convergencia de actos y
hechos originariamente aislados, pero que fácilmente se componen
en una unidad orgánica; otras, todavía, surgen dotadas desde el
principio dotadas de unidad planificada y, como tal, racionalmente
querida .En el caso, pues, de las estructuras sociales, cabe observar que
éstas se constituyen:
a) como correspondencia a realidades o exigencias espontáneas
de carácter biológico o económico, etc., según la naturaleza de
las cosas (p. ej.: la familia o una empresa).
b) b) como resultado de actos intencionales o volitivos instauradores
de un plan o una programación racional (p. ej.: las instituciones
fiscales).

c) como expresión de una experiencia colectiva que se va dotando


poco a poco de cierta “resistencia formal” (p. ej.: un partido político).d)
o, finalmente, como salvaguardia de determinados valores
considerados intangibles, como los del Derecho Natura
Establecidos estos puntos sobre la naturaleza
estructural del universo jurídico lo que
demuestra que la tipicidad no es exclusiva del
Derecho Penal o del Derecho Tributario, aunque
ciertamente en estos campos se impongan criterios
de categorización previa más rigurosos, reconocido
en suma que una exigencia de orden impregna las
matrices de la positividad jurídica, pienso que
podemos escalonar tres especies de
estructuraciones jurídicas:
a) las estructuras del Derecho Natural
b) las estructuras del ordenamiento jurídico-
positivo
c) las estructuras jurídico-hermenéuticas
Situada la cuestión del Derecho Natural en este
contexto histórico-axiológico, es fácil percibir que,
afortunadamente, las estructuras del Derecho
Positivo no resultan de normas naturales, como
silogísticamente se infieren consecuencias de
premisas dadas;

Establecido por el contrario, como hemos visto, que


las reglas jurídicas positivas nacen de la trama
dialéctica de hechos y valores, en una imprevisible
red de coyunturas y conjeturas, tampoco por
eso, desde el punto de vista trascendental y
ético, se puede dejar de reconocer su posición
condicionante, lógica y axiológica, de la experiencia
histórica del ius
Bien mirado, las estructuras de la experiencia jurídica positiva
son también modelos, porque les es inherente un sentido
paradigmático de conducta o de ordenación. He observado, en
más de una oportunidad, que la teoría de los modelos jurídicos, si
no tiende a sustituir la teoría de las fuentes del derecho,
viene sin duda alguna a completarla, presentándola en términos
nuevos .

Toda la Ciencia Jurídica actual, a partir de Savigny, se basa en la


teoría de las fuentes, esto es, a partir de reglas que enuncian una
“clase de acción posible”, por emplear palabras de Benedetto
Croce. Las fuentes son, de este modo, retrospectivas, lo que hizo
decir irónicamente a Karl Marx —que siguió los cursos de Savigny
que éste nos da una comprensión a posteriori de la historia, de tal
modo que “el barquero parece navegar no sobre el río, sino sobre
sus fuentes
Hay dos clases de modelos del Derecho: unos son de carácter
puramente teórico (modelos dogmáticos o
hermenéuticos);otros representan los modelos jurídicos
(stricto sensu). Éstos, aunque también presupongan una
elaboración doctrinal, poseen carácter prescriptivo y
obligatorio, pues representan la elección de determinadas
formas de organización o de conducta consideradas “en vigor”
por la autoridad que les confiere carácter coercitivo.

En suma, lo que distingue a los modelos doctrinales o


hermenéuticos de los modelos jurídicos propiamente dichos es
que los primeros no son obligatorios, mientras que en los
segundos existe la previsión o la prefiguración de un “orden de
competencias”, o bien de un “orden de conducta”, estando
V . CONCLUSIÓN

Podemos aseverar, en conclusión, que tres estructuras jurídicas


fundamentales se correlacionan y desdoblan en una proyección
sucesiva: la del Derecho Natural, como esquema normativo de
exigencias transcendentales; la del Derecho Positivo, como
ordenamiento normativo de hechos y valores en el plano
experiencial; y la de la Hermenéutica jurídica, la cual, además de
esclarecer el significado de las reglas positivas, les asegura una
continua actualización y operatividad.

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