VIRTUDES MORALES
EN LA TAREA INTELECTUAL
“Tú me sedujiste, ¡oh Yavé!, y yo me dejé seducir. Tú eras el más fuerte, y fui vencido.
Ahora soy todo el día la irrisión, la burla de todo el mundo. Pues siempre que hablo tengo que
gritar, tengo que clamar: «¡Ruina y devastación!»”.
“El horror que tiene a este adjetivo domina al amor que tiene al sustantivo”. Pág. 186.
Palabras de Dios. Reflexiones sobre algunos textos sagrados. Ernesto Hello. Editorial
Difusión, Buenos Aires, 1946
En la parte de fidelidad al Logos, incluir el tema de La Caballeria del P. Saenz, en el tema de
“el respeto a la palabra dada”
Dos son los riesgos en la vida del hombre en relación al desarrollo de sus
potencias y facultades espirituales: la carencia de inteligencia o visión; y la falta
de moral, de firmeza de voluntad en el bien, de virtud.
Estas dos potencias, que bien estudiadas y comprendidas sus respectivas
naturalezas nos abren al descubrimiento del alma como espíritu, se coordinan y
orquestan en el hombre de manera muy peculiar. La filosofía clásica enseña los
modos en que esto suele suceder; y aquí el lenguaje comúnmente usado podría
confundirnos, pues estamos tentados a pensar únicamente como si los problemas
antropológicos o metafísicos se hallaran en la hipertrofia del intelecto o en el
exceso de alguna virtud. Se repite tal vez sin demasiadas aclaraciones la vieja
tesis del “justo medio”, procurando alejarse de los extremos que siempre son
vistos “todos igualmente malos”. Asimismo, respecto de otros asuntos –la gracia
y la naturaleza, por ejemplo– se suele hablar como dos errores contrapuestos el
hecho de acentuar el orden de la gracia, o por el contrario exagerar las facultades
de la sola naturaleza. Pueden cambiar los temas, pero comúnmente nos movemos
en Humanidades con este tipo de palabras.
Así nos expresamos normalmente, y por lo general logramos hacernos
entender. Pero estos términos no nos parecen del todo correctos y enseguida
1
Jeremías 20, 7-9.
2
pretendiendo así un nebuloso punto medio2. Afirmando más o menos uno u otro
de los términos implicados, no cabría reproche para quien fuera tanto en un
camino u otro, indistintamente. No cabría reproche para el error, no habiendo
razón –siempre según este planteo cuantitativo– para no ir más en un sentido que
en otro.
Para prevenirnos de esta confusión, es que el P. Garrigou Lagrange
afirmaba:
“Las virtudes morales ocupan el justo medio entre dos extremos, el uno por defecto y el
otro por exceso. Así la virtud de la fortaleza nos inclina a guardar el justo medio entre el
miedo, que huye del peligro sin motivo razonable, y la temeridad, que nos expondría a perder
la vida por una cuestión sin importancia.
Conviene no interpretar torcidamente este justo medio. Los epicúreos y los tibios
pretenden guardar el justo medio, no por amor a la virtud, sino por comodidad, para huir de los
inconvenientes de los vicios contrarios. Confunden el justo medio de la mediocridad, que se
encuentra, no precisamente entre dos males contrarios, sino a medio camino del bien y del mal.
La mediocridad o la tibieza huyen del bien superior como de una exageración que hay
que evitar. Y acaba confundiendo lo bueno con lo mediocre”3.
2
Respecto de este tipo de soluciones, que no tienen el medio de la cumbre sino de la mediocridad, Pieper escribió:
“El «tanto esto-como aquello» del círculo que se cierra en sí mismo no es otra cosa, en el fondo, que un sin-sentido, cómo
subterfugio de un pensamiento que carece de vigor y exactitud”. Las virtudes fundamentales, Ediciones Rialp, Madrid,
1976, pág. 74.
3
Citado por la Revista Mikael N° 17, Editorial Belgrano, Paraná (Entre Ríos), 1978, Revista del Seminario de
Paraná, Año 6, 2° cuatrimestre, pág. 112. La cita continúa así: “El verdadero justo medio de la virtud verdadera no es
sólo el término medio entre dos vicios contrarios; es una cumbre. Y se eleva como un punto culminante entre dos
desviaciones opuestas. A sí la fortaleza está sobre el miedo y la temeridad. Este justo medio que es a la vez una cumbre,
tiende a elevarse, sin declinar ni a la derecha ni a la izquierda, a medida que la virtud aumenta”.
4
“El fanatismo consiste en decir sí o no, trátese de lo que se trate. No hay otra definición.
«Sea vuestro modo de hablar: sí, sí; no, no: que lo que pasa de esto, de mal principio
proviene». Tal es la fórmula del fanatismo en el Sermón de la Montaña. Es simple, como se ve.
Pero hay que saberlo. (…)
En general, el laconismo, la concisión y, por consiguiente, toda especie de precisión, lo
hacen a uno sospechoso de fanatismo. Un sectario capaz de vociferar con abundancia, un
abogado charlatán, un diputado locuaz, y hasta ventrílocuo, jamás serán sospechosos de
fanatismo”5.
“El hombre verdaderamente mediocre admira un poco todas las cosas; no admira nada
con calor. Si le presentas sus mismos pensamientos, sus propios sentimientos con cierto
entusiasmo, sentirá descontento. Dirá, repetidamente, que exageras; preferirá sus enemigos si
son fríos, a sus amigos que sean animados. El calor es lo que detesta por encima de todo. (…)
Encuentra insolente toda afirmación, porque toda afirmación excluye la proposición
contradictoria. Pero si eres un poco amigo y otro tanto enemigo de todas las cosas, te
considerará prudente y reservado. Admirará la delicadeza de tu pensamiento, y te dirá que
tienes el talento de las transiciones y de los matices. (…)
6
II-II, q. 58, art. 10, ad 2.
6
Si afirmas la verdad enérgicamente, el hombre mediocre dirá que tienes hasta confianza
en ti mismo. ¡Él, que tiene tanto orgullo, no sabe qué es el orgullo!”7.
“La virtud según el Filósofo es lo último de la cosa en el orden potencial… cada cosa es
perfecta cuando se alcanza la propia virtud. Consiguientemente, hay que considerar la virtud de
la cosa de todos aquellos modos con los cuales acontece llegar a lo último…”.
“Se dice que tiene la virtud para obrar aquello que alcanza la operación en sentido
pleno…. Aún más, según la plenitud de la perfección respecto al mismo ente, en cuanto que
alcanza lo último de su naturaleza. De donde, también siguiendo al Filósofo, se dice la virtud
del círculo cuando alcanza completamente su definición”8.
“El equilibrio, dice el diccionario, es «el estado de un cuerpo solicitado por varias
fuerzas cuyos efectos se destruyen entre sí».
En cuanto a la armonía, se la define como «el acoplamiento entre las partes de un todo,
de manera que concurren a un mismo fin»”.
7
Ernest Hello. El hombre. La vida – La ciencia – El arte, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1941, págs. 70-71.
8
In I Sent., d. 19, a. 3, a.1, sol. Cita recogida de Luis Santiago Ferro OP, La sabiduría filosófica siguiendo las
huellas de santo Tomás. Segunda parte. Colaboración Hedy Boero – Fabián Ávila, 2004, Editorial UNSTA, San
Miguel de Tucumán, Argentina, págs. 81-82.
9
Citado por Gustave Thibon. El equilibrio y la armonía, Ediciones Rialp S.A., Madrid, 1978, pág. 118.
7
“El fiel de la balanza es el indicador ideal del equilibrio. Este, por definición, reposa en
la igualdad. Desde el momento en que el peso aumenta en uno de los platillos, se rompe el
equilibrio. La balanza registra solamente relaciones de peso”.
“La armonía, por el contrario, exige la desigualdad. Cada cuerda de la lira emite un
sonido diferente y la justa proporción entre esos sonidos constituye la belleza de la música. Ya
no se trata de fuerzas opuestas que se anulan recíprocamente, sino de una concordancia interna,
de una convergencia espontánea entre elementos que escapan a la gravedad. (…)
En el equilibrio las cantidades se contrapesan entre sí; en la armonía las cualidades se
complementan”11.
“Jamás podría darse la virtud de la prudencia sin una constante preparación para la
autorrenuncia, sin la libertad y la calma serena de la humildad y la objetividad verdaderas”13.
12
II-II, q. 55, art. 8, corpus.
13
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales…, ídem, pág. 56.
14
Ver., 21, 3.
9
“no se debe devolver injusticia por injusticia ni hacer daño a hombre alguno, ni aún en
el caso de que recibamos de ellos un mal, sea el que fuere”16.
“Pues bien, si naciste, fuiste criado e instruido merced a nosotras, ¿puedes sostener que
no eras nuestro hijo y nuestro esclavo, tú y tus antepasados? Y, si esto es así, ¿crees tener los
15
Platón. Critón, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 1966, pág. 25.
16
Ídem, pág. 36.
10
mismos derechos que nosotras y consideras que te está permitido obrar con las leyes como
ellas intenten obrar contigo?”17.
El sofista en particular es quien está más al acecho de este mal, movido por
su curiosidad y sus deseos de destacarse, que lo llevan de pleito en pleito:
“Y es que suele suceder, como bien sabes, que aquellos que han empleado sus días en
discutir el pro y el contra de las cosas, acaban por imaginarse que han llegado a ser muy sabios
y que ellos han sido los únicos en descubrir que nada hay de sano ni de seguro en ninguna cosa
ni en ningún razonamiento, sino que todo es víctima de un flujo y reflujo continuos, como en el
Evripos, sin que algo permanezca un instante en el mismo estado”.
Pero Sócrates sabe que no es así. Hay una Verdad. Existe la Verdad:
“si es cierto que hay razonamientos verdaderos, sólidos y capaces de ser comprendidos,
¿no sería triste cosa el ver a un hombre que por haber escuchado razonamientos que, pese a
17
Ibídem, pág. 38.
18
Platón. El Fedón, Editorial y Gráfica Senén Martín, Madrid, 1966, pág. 347.
19
Ídem, pág. 303.
11
permanecer siempre los mismos, por el hecho de parecer unas veces verdaderos y otras falsos,
en vez de acusarse él mismo de su incapacidad, se atreviese, por despecho, a acusar a los
razonamientos?”.
“para aquellas sociedades que abandonan el culto austero de la verdad por la idolatría
del ingenio, no hay esperanza ninguna. En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en
pos de los sofistas los verdugos”21.
“mi ignorancia es tan grande que ni siquiera he aprendido que, si vuelvo malo a alguien
que convive conmigo, me expongo asimismo a recibir algún daño, y este mal me lo hago a mí
mismo voluntariamente. No te creo, Meleto, y no creo que haya en el mundo quien pueda
creerte. Veo dos posibilidades: o yo no corrompo a los jóvenes o, si los corrompo, es a pesar
mío; y en los dos casos estarías mintiendo. Si a pesar mío corrompo a los jóvenes, la ley no
permite que se cite a los tribunales por faltas que no son voluntarias. Lo que corresponde es
enseñar en forma privada a los que cometen esas faltas, educarlos y llamarlos a la razón. Es
claro que tan pronto aprenda dejaré de cometer los errores que cometo involuntariamente”23.
“Contra esto: está lo que dice Job 34,27: Como de propósito se apartaron de Dios y no
quisieron comprender sus caminos. Pero apartarse de Dios es pecar. Luego algunos pecan de
propósito o por verdadera malicia” 24.
22
I-II, q. 85, art. 3, corpus: “en cuanto la razón está destituida de su orden a lo verdadero, está la herida de la ignorancia;
en cuanto la voluntad está destituida de su orden al bien, está la herida de la malicia… Así, pues, éstas son las cuatro heridas
(había hablado de la debilidad y la concupiscencia) infligidas a toda la naturaleza humana por el pecado del primer padre.
Mas, puesto que la inclinación al bien de la virtud disminuye en cada uno por el pecado actual… éstas son también cuatro
heridas consiguientes a otros pecados: a saber, en cuanto que por el pecado la razón se embota, especialmente en las cosas
que debemos practicar; y la voluntad se endurece respecto del bien…”.
23
Platón, Apología de Sócrates, Buenos Aires, Editorial Gradifco, 2007, pág. 21. Señalemos concisamente una
contradicción en la que Sócrates incurre: si está arguyendo que él mismo no comete ni puede cometer el mal
voluntariamente, luego tampoco puede cometerlo Meleto, su acusador. Pero Sócrates le recrimina que “en los dos
casos estarías mintiendo”. Y mentir implica decir a sabiendas lo contrario a la verdad. No hay forma de escapar a
esta aporía. ¿Se dio cuenta Sócrates al pronunciar estas palabras? ¿Advirtió que acusando a Meleto de malvado
aceptaba tácitamente la posibilidad de serlo él mismo, tirando abajo su argumento de defensa? Imposible saberlo.
Este y otros textos habilitarían, posiblemente, a suspender el juicio de intelectualismo moral respecto a la filosofía
de Sócrates. Más adelante veremos que también Santo Tomás y Aristóteles, en este punto, consideraban que
Sócrates había caído en este error.
24
I-II, q. 78, art. 1, sed contra.
13
“Por eso dice San Agustín, Super Psal., que a veces el entendimiento señala el camino
y se retarda o no sigue el afecto, hasta tal punto, que a veces las pasiones o los hábitos de la
parte apetitiva impiden el uso de la razón en particular”.
Y luego agrega:
“Y en este sentido es en parte verdad lo que dijo Sócrates, que existiendo ciencia no se
peca, suponiendo que esto se extienda hasta el uso de la razón en lo elegible particular”.
La conclusión del Angélico es clara: “Así, pues, para que el hombre obre
bien se requiere no sólo que esté bien dispuesta la razón por el hábito de la
virtud intelectual, sino que también esté bien dispuesta la facultad apetitiva por
el hábito de la virtud moral”. La conclusión, como vemos, respeta ambas
exigencias: la intelectual, como condición necesaria pero no suficiente, y la
volitiva.
Sumado a lo anterior, es notorio cómo tanto la vida cotidiana como los
ejemplos de la Sagrada Escritura y la historia bogan en favor de este hecho:
existe una voluntad malvada en los hombres. Desde siempre el naturalismo ha
25
I-II, q. 58, art. 2, corpus. Concluye el retrato de la postura socrática de esta manera: “Así, pues, algunos
defendieron que todos los principios activos que existen en el hombre obedecen de este modo a la razón (se refiere al
ejemplo del señor y su esclavo). Si ello fuese verdad, para obrar bien bastaría que la razón fuese perfecta. Y como la virtud
es el hábito que nos perfecciona para obrar bien, se seguiría que no existiría más que en la razón y, por lo tanto, que no
existiría más virtud que la intelectual. Tal fue la opinión de Sócrates, que dijo que todas las virtudes son prudencias, según se
dice en el libro VI Ethic. Sostenía, en consecuencia, que el hombre de ciencia no podía pecar, sino que todo hombre que
pecaba, pecaba por ignorancia”.
14
“no se nos llama justos porque conozcamos algo rectamente. (…) somos llamados
justos en cuanto que realizamos algo con rectitud”28.
26
Salmo 52 (51).
27
Cfr. Padre Alberto García Vieyra OP, Ensayos sobre pedagogía según la mente de Santo Tomás de Aquino,
Ediciones Desclée, de Brouwer, Buenos Aires, 1949, capítulo VII: Naturalismo pedagógico.
28
II-II, q. 58, art. 4, corpus.
15
“Ojo, el pecado no es malo en cuanto es un acto, es decir, una realidad; sino que es
malo en cuanto es un acto carente de la debida ordenación, de la debida rectitud: es un acto
torcido. La mentira no es un mal en cuanto es palabra, la palabra es un bien, sino en cuanto es
palabra desviada del fin de la palabra, palabra torcida, palabra que carece de identidad con la
mente, carece de verdad moral. Uno toma una cosa creada por Dios para el bien, que es la
palabra, y la desvía de su fin. (…) Es pecado porque es una palabra dirigida contra el que es la
Palabra por excelencia, el Logos, el Hijo de Dios”.
“Todos los actos pecaminosos en cuanto son actos, o sea realidades, seres, los hace
Dios; y por eso sus efectos pueden ser buenos en sí mismos (…) Lo que es malo en ellos es que
les falta algo esencial, les falta nada menos que su fin; y el fin es lo más excelente que tiene
todas las cosas. El pecador fuerza a Dios a hacer una cosa contra el orden, es como si tomara la
mano de Dios y la forzara a hacer una porquería, o la volviera contra Dios mismo. Esto no es
exageración”29.
“el sumo bien se desea de dos maneras; por un lado en su esencia; y así no todos desean
el sumo bien. De otro modo en su semejanza; y así todos desean el sumo bien, porque nada es
deseable sino en cuanto en ello se encuentra la semejanza del sumo bien”30.
“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
29
Castellani, San Agustín y nosotros, Mendoza, Ediciones Jauja, 2000, págs. 177-178.
30
Ver., q. 10, a. 12. Cita recogida de Luis Santiago Ferro OP, La sabiduría filosófica… ídem, pág. 184.
16
“Dado que la voluntad es apetito racional, la rectitud de la razón, que se llama verdad,
impresa en la voluntad por la proximidad de ésta a la razón, retiene el nombre de verdad…”33.
“La virtud moral puede existir, ciertamente, sin algunas de las virtudes intelectuales,
como la sabiduría, la ciencia y el arte; pero no puede existir sin el entendimiento y la
prudencia”35.
31
La única excepción a esta regla estaría, en principio, respecto de la visión beatífica, aunque al final del trabajo
formularemos una posibilidad más. Pero la Tradición ha enseñado que frente a Dios visto claramente, cara a cara,
el hombre no puede no elegirlo, no puede pecar, no puede no amarlo; y no en virtud de una falta de libertad, sino
al contrario: en virtud que su libertad se hallaría colmada por el Bien Infinito. Pues “no pertenece a la esencia de la
voluntad libre el poderse decidir por el mal” (Ver. 24, 3 ad 2; 2 d 44, 1, 1 ad 1); “el querer el mal no es libertad ni parte de
la libertad” (Ver. 22, 6), y por último “contra la difundida costumbre de pensamiento, el no-poder-pecar podría
considerarse como signo de una libertad superior”. (Josef Pieper. El concepto de pecado, Ed. Herder, Barcelona, 1979,
págs. 93-94. Las dos citas anteriores de Santo Tomás son también citadas por Pieper). Fundamental es entender
que no es “de la esencia” de la libertad el poder pecar; si así fuera entonces existiría libertad y derecho para el
error, para la mentira, para el mal moral, para lo feo. Si fuera “de la esencia” de la libertad el poder pecar, o Dios
sería un ser sin pecado y sin libertad, o un ser sumamente libre pero pecador. Absurdo en cualquier caso.
32
II-II, q. 58, art. 4, corpus.
33
Ídem, ad 1.
34
I-II, q. 58, art. 4, sed contra.
35
Ídem, corpus.
17
“La inclinación natural en las cosas que carecen de razón se realiza sin elección, y por
eso no requiere necesariamente razón. Pero la inclinación de la virtud moral es por elección, y,
por tanto, para su perfección necesita que la razón esté perfeccionada por la virtud
intelectual”36.
“En consecuencia, tampoco puede existir la virtud moral sin el entendimiento, pues por
el entendimiento se poseen los principios naturalmente conocidos, tanto de orden especulativo
como de orden práctico. Por tanto, así como la recta razón en el orden especulativo, en cuanto
que argumenta desde los principios naturalmente conocidos, presupone el entendimiento de los
principios, así también lo presupone la prudencia, que es la recta razón de lo agible”.
36
Ibídem, ad 1.
37
Chesterton ha hablado también de este comienzo misterioso y fuera del orden de las demostraciones: “aún los
que aprecian la profundidad metafísica del tomismo en otras cuestiones se han sorprendido de que no trate, en manera
alguna, lo que muchos ahora creen ser la principal cuestión metafísica: a ver si se puede probar que el acto primario del
reconocimiento de cualquier realidad es real. La respuesta es que Santo Tomás reconoció al momento lo que tantos
escépticos modernos trabajosamente han comenzado a sospechar: que un hombre debe responder a esa pregunta
afirmativamente; de otro modo, no debe responder a ninguna otra, ni preguntar ninguna cuestión, ni siquiera existir
intelectualmente para preguntar ni responder”. Santo Tomás de Aquino, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1937,
págs. 135-136. Del mismo libro, hay otra cita que no tiene desperdicio: “Mucho antes de saber que la hierba es hierba
y que lo mismo es mismo, sabe que algo es algo. Acaso fuese mejor decir enfáticamente, dando un puñetazo sobre la mesa:
«Hay un Ens». Esa es toda la credulidad monacal que Santo Tomás nos exige al principiar. Muy pocos incrédulos comienzan
por pedir que creamos tan poco”.
18
“El pecador deja, pues, de lado su recto conocimiento, y toma como principio de su
decisión, por ejemplo, el siguiente juicio: «este género de satisfacción es deleitable y tengo,
para aprovecharla, una excelente oportunidad»”39.
38
Resplandece la bondad de la naturaleza creada por Dios, que incluso cuando peca, no puede sino decidir hacerlo
de forma discursiva y no intuitiva, por serle el bien algo connatural, y el mal moral contrario a la naturaleza de las
cosas.
39
Fray Domingo María Basso. Las normas de la moralidad, Editorial Claretiana, Buenos Aires, 1993, pág. 288.
40
En I, q. 64, art. 1, ad 3 Santo Tomás distingue la causa del mal en “las cosas naturales” y “las cosas provistas de
voluntad”; respecto a éstas últimas afirma que “en las cosas provistas de voluntad, el defecto de la acción procede de la
voluntad deficiente en acto, en cuanto que al actuar no se somete a las reglas”.
19
“Para hacer el mal necesitamos un olvido, hemos de querer una distracción, una
inadvertencia: de manera que no consideremos en particular –y por tanto, como «siendo»– lo
que realmente somos y lo que realmente vamos a hacer. Hay que aislar el acto, desvincularlo
de su sujeto, de su orden y de su fin; y esa desconsideración es voluntaria…”.
“La intelectualidad griega era demasiado feliz, demasiado ingenua, demasiado estética,
demasiado irónica, demasiado bromista… demasiado pecadora para llegar a comprender que
alguien con su saber, conociendo lo justo, pudiera hacer lo injusto”42.
La Filosofía, iluminada por la fe, viene entonces a develar entre otras cosas
cuán irreductible es el hombre, imposible de etiquetar ya con el mote de
invenciblemente bueno, ya con el mote de invenciblemente malo. A pesar de su
inteligencia y sabiduría, parece que Sócrates no logra admitir la posibilidad de la
malicia. Kirkegaard ve con agudeza que “Si, en efecto, el pecado fuera
ignorancia, en el fondo no tendría existencia”43. Y es evidente que nadie puede
ser penado ni castigado por no saber. Pero existe un orden legal y moral, interno
y externo, que condena y castiga. Luego, está previsto que haya actos que el
hombre realiza sabiendo que son malos. Pero, supuesto que así sea –podría
retrucarse aún– ¿ha comprendido verdaderamente el bien aquella persona que no
lo ejecuta?
“¡Es que hay comprender y comprender! Y quien lo entienda –claro está que no a la
manera de la trivial ciencia– es iniciado de súbito en todos los secretos de la ironía”44.
41
Carlos Cardona, Metafísica del bien y del mal, EUNSA, Pamplona, 1987, pág. 166.
42
Soeren Kierkegaard, Tratado de la desesperación, Santiago Rueda Editor, Buenos Aires, 1941, pág. 140.
43
Ídem, pág. 139.
44
Ibídem, pág. 141.
20
“En la filosofía de las ideas puras, donde no se considera al individuo real, el paso es de
toda necesidad…, es decir que el pasaje del comprender al obrar no se enreda en ningún
obstáculo”45.
“si por lo tanto un hombre, al segundo mismo en que reconoce lo justo no lo hace, he
aquí lo que se produce: primero se agota el conocimiento. Luego queda por saber lo que la
voluntad piensa del residuo. La voluntad es un agente dialéctico, que a su vez manda toda la
naturaleza inferior del hombre. Si ella no admite el producto del conocimiento, sin embargo no
se pone necesariamente a hacer lo contrario de lo que ha aprehendido el conocimiento; tales
choques son raros; pero ella deja pasar cierto tiempo, se abre un interín, ella dice: hasta
mañana se verá”.
“Entre tanto, el conocimiento se obscurece de más en más y las partes bajas de nuestra
naturaleza toman siempre mayor predominio; pues hay que hacer el bien –¡ay!– de inmediato,
tan pronto se lo haya reconocido (y es por esto que la especulación pura, el paso del
pensamiento al ser es tan fácil, pues allí todo está dado de antemano)…”46.
45
Ibídem, pág. 145.
46
Ibídem, pág. 146.
47
Ibídem, págs. 147-148. La negrita es nuestra.
21
48
Ibídem, págs. 146-147.
49
Ibídem, pág. 148.
22
“es verdad que el mal de ningún modo tiene una causa, a no ser de manera accidental.
Es así como el bien es causa del mal”50.
“El intelecto es entre las cosas humanas aquello que Dios más ama”51.
51
Santo Tomás de Aquino. Comentario de la Ética de Aristóteles, Libro X, lección 13, n. 9.
52
S. Pinckaers, Las fuentes de la moralidad cristiana, Universidad de Navarra, Pamplona, 1988, págs. 511-512.
24
La inteligencia humilde pero no por eso oscura, cede ante esa inaccesible
luz para extasiarse y maravillarse en Aquella Belleza, Aquél Bien de la cual el
hombre participa:
“El círculo de luz del libre obrar humano, sujeto al dominio del conocimiento, está
circunvalado de tiniebla: la oscuridad de lo natural, que nos es inherente, y la todavía más
honda y densa de la determinación que Dios se encarga de imprimir directamente a nuestro
querer y nuestro obrar”.
Determinación que no puede ser “asida” por nuestra inteligencia, está más
allá de ella, está antes y es el supuesto de ella. Tanto lo natural como la
determinación que viene de Dios son, dice Pieper,
“Regiones ambas de oscuridad, sin embargo, que no son oscuras más que para nosotros:
en realidad, esplende en ellas el infinito fulgor de la Ciencia y la Providencia divinas: de ese
fulgor dice la Sagrada Escritura: su «Luz» es «inaccesible» (1 Tim 6, 16); y Aristóteles afirma
que ante él nuestra razón queda ofuscada, «como los ojos del ave nocturna al mirar la luz del
día» (Metafísica, 2, 1)”54.
53
Judah Levi, Dios, en José María Pemán y Miguel Herrero. Suma Poética. Amplia colección de la poesía
religiosa española, segunda edición, Madrid, BAC, 1950, págs. 35-36.
54
Josef Pieper. Las virtudes fundamentales…, ídem, pág. 60.
25
Pero Donoso Cortés sabe que tal cuestionamiento no proviene del amor a
la verdad sino de la curiosidad y la vanidad:
“Por una demencia inconcebible y por una aberración inexplicable, el hombre, hechura
de Dios, cita ante su tribunal al mismo Dios, que le da el tribunal en que se asienta, la razón
con que le ha de juzgar y hasta la voz con que le llama. Y las blasfemias llaman a otras
blasfemias, como el abismo a otro abismo; la blasfemia que le emplaza va a parar a la
blasfemia que le condena o a la blasfemia que le absuelve. Absuélvale o condénele, el hombre
que en vez de adorarle le juzga, es blasfemo”56.
“existe un grande y posible peligro para la mente humana; un peligro tan real como el
de un asalto. (…) Ese peligro consiste en que el intelecto humano es libre de autodestruirse.
Tal como una generación podría impedir la existencia de la generación siguiente, recluyéndose
toda en monasterios o arrojándose al mar; así un núcleo de pensadores puede impedir, hasta
cierto punto, los pensamientos subsiguientes, enseñando a la nueva generación que no existe
validez en ningún pensamiento humano”.
“El hombre, por un instinto ciego sabía que si las cosas fueron discutidas
ensañadamente, la razón pudo ser discutida primero. La autoridad para absolver que tienen los
sacerdotes; la autoridad de los papas para determinar autoridades; aún la autoridad para aterrar
de los inquisidores, eran solamente sombrías defensas erigidas en torno de una autoridad
central más indemostrable, más sobrenatural que todas: la autoridad para pensar que tiene el
hombre”.
55
Juan Alfredo Casaubon. Nociones generales de Lógica y Filosofía, Buenos Aires, Estrada, 1981, pág. 169.
56
Donoso Cortes, Ensayo sobre… ídem, págs. 574-575.
26
“Es entretenido advertir que muchos místicos o escépticos modernos, han tomado como
insignia un símbolo oriental, que es muy el símbolo de esta nulidad extrema. Representan la
eternidad por una serpiente con la cola en la boca. Hay un admirable sarcasmo en esta imagen
de una comida poco satisfactoria. La eternidad del materialismo fatalista, la eternidad de los
teósofos arrogantes y de los científicos encumbrados de hoy, está bien representada por la
serpiente que se come la cola; un animal degradado que destruye hasta su propio ser”58.
“Aquí, la decisión lo es todo; una puerta debe cerrarse para siempre. Cada remedio, es
un remedio desesperado. Cada cura, es una cura milagrosa. Curar a un hombre no es discutir
con un filósofo, es arrojar un demonio”59.
“La única cosa creada que no podemos ver, es la única cosa a cuya luz podemos verlo
todo” .
60
Donoso y Chesterton tienen razón. Hubo unos que blasfemaron y otros que
adoraron. San Juan de la Cruz, a su turno, le cantó a Aquél cuyo Nombre
estremece la tierra: “Que bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de
57
Chesterton, Ortodoxia, Ed. Excelsa, Buenos Aires, 1943, págs. 53-55.
58
Ídem, págs. 41-42.
59
Ídem, pág. 31.
60
Ídem, pág. 45.
27
noche”. El santo se pregunta por “Aquella Eterna fuente” que “está escondida”,
para luego decir “que bien sé yo dó tiene su manida”.
El acto más racional del hombre es reconocer que existen verdades más
allá de la razón.
Es necesaria una virtud que ordene este apetito de conocimiento; y ésta
disposición se comporta de dos maneras: moderando el apetito cuando éste se
encuentra descontrolado –pongamos que se busque el conocer para hacer el mal,
que se busque imprudentemente aquello que sobrepasa nuestras fuerzas, que el
conocimiento se ordene a nuestra propia fama y gloria–; o, por otro lado,
excitando a la voluntad a que busque la verdad cuando la pereza, la comodidad y
las soluciones prediseñadas que el mundo ofrece nos tienten a adoptarlas.
Hoy en día, por ejemplo, es evidente que ambas actitudes –la moderación y
la excitación– son necesarias. ¿Cuántos se quedan estacionados con las ideas
comunes en boga, adoptadas por muchísima gente? ¿Cuántos creen, por poner un
botón de muestra, que todo lo nuevo es aceptable, por el solo hecho de ser
novedoso? ¿Cuántos colocan el criterio de verdad, de belleza en el consenso
general, especialmente en lo que se refiere al arte? ¿Cuántos de éstos, una vez
interpelados en sus opiniones, son capaces de ir más allá, de estudiar, de
confrontar sus propias posturas con una tradición riquísima en sabiduría y en
experiencia?
Es que, paradójicamente, volvemos al inicio. Se necesita para ello una
dosis fuerte de moral, sobre todo cuando se trata de querer salir de la pereza
intelectual; máxime si la mayoría condena radicalmente una idea. Para vencer a
las mayorías equivocadas, es necesario el desprecio de las vanidades pasajeras.
Volvemos sin quererlo al orden moral. Es necesario preferir con Santa Teresa la
verdad en soledad, y no el error en compañía. Y repetir al hombre de hoy, con el
Éxodo:
61
San Juan de la Cruz. Cantar del alma que se goza de conocer a Dios por fe, Espasa-Calpe, Madrid, 1969, págs.
57-58.
62
Éxodo 23, 2.
28
“la ciencia de la creatura en comparación de la ciencia del Creador, en alguna manera se hace
29
tarde, y asimismo esta misma se hace mañana cuando se refiere a la gloria y amor de su Creador; pero
jamás se convierte en noche, cuando no se deja al Creador por el amor a la creatura”.
“Vemos las cosas porque ellas son, pero ellas son porque Tú las ves”.
Santo Tomás por su parte dice que “así como en el día corriente la
mañana es principio del día y la tarde su término, así también el conocimiento
del ser primordial de las cosas, el que tienen en la Palabra, se llama
conocimiento matutino; y el conocimiento del ser de la creatura en cuanto que
existe en su propia naturaleza, se llama vespertino”.
Por eso es que, para evitar el inmanentismo gnoseológico y la pretensión
de autosuficiencia del orden natural –fruto del orgullo– “Hay que tener presente
que el ser de las cosas emana de la Palabra como de su primordial fuente, y este
caudal termina en el ser que tienen las cosas en su naturaleza propia”64.
No es solo una exigencia de la razón, sino un deber de la justicia el referir
las cosas a su Divino Autor.
Con todo, se equivocaría quienes viesen una oposición entre el
conocimiento matutino y el vespertino, pues ambos continúan perteneciendo
“al día, esto es, a los ángeles iluminados, que son distintos de las tinieblas, o sea, los
ángeles malos”.
“Así como el conjunto ordenado de las virtudes se compara con un edificio por la
semejanza que guarda con él, así también lo que es primero en la adquisición de las virtudes se
compara con los cimientos, que son lo primero que se echa en un edificio”.
“en ese sentido la humildad ocupa el lugar principal en cuanto que elimina la soberbia,
a la cual resiste Dios, y hace al hombre obediente y siempre sumiso para recibir el influjo de la
gracia divina eliminando la hinchazón de la soberbia, pues en Jds 4,6 se dice que Dios resiste a
los soberbios y da la gracia a los humildes. En este sentido se dice que la humildad es el
cimiento del edificio espiritual”67.
“Cristo nos recomendó la humildad, ante todo, porque mediante ella se elimina un
obstáculo para la salvación humana, la cual consiste en que el hombre aspire a lo celestial y
espiritual, para llegar a los cuales encuentra un obstáculo en el deseo de ser exaltado en lo
terreno. Por eso el Señor, para eliminar ese obstáculo a la salvación, anunció que hay que
despreciar la exaltación externa mediante los ejemplos de humildad. Así, la humildad es como
una disposición para el libre acceso del hombre a los bienes espirituales y divinos”68.
67
II-II, q. 161, art. 5, ad 2. En el segundo sentido, dirá Santo Tomás: “Puede decirse que, en las virtudes, algo es el
fundamento directamente de otro modo, a saber: por el acercamiento a Dios. Ahora bien: el primer acercamiento a Dios se
produce por la fe, conforme a lo que se dice en Heb 11,6: Es preciso que quien se acerca a Dios crea. Bajo este aspecto, se
considera cimiento a la fe de un modo más excelente que la humildad”.
68
Ídem, ad 4.
69
Santo Tomás de Aquino, Comentario al De Caelo et Mundo de Aristóteles, Libro 1, lecc. 22.
32
“Mirad mucho hijas en este punto que os diré, porque algunas veces podrá ser humildad
y virtud teneros por tan ruin, y otras grandísima tentación… Las señales de la verdadera
humildad son las siguientes: no inquieta, ni desasosiega, ni alborota el alma, por grande que
sea, sino que viene con paz, regalo y sosiego… Aunque uno de verse ruin entienda claramente
merece estar en el infierno… esta pena viene con una suavidad en sí y contento que no
querríamos vernos sin ella. No alborota ni aprieta el alma, antes la dilata, y la hace hábil para
servir más a Dios”70.
“la mirada lúcida, a la que no se le ocultan sus pretextos, incluso cuando se burla de
ellos, advierte muy bien que el rechazar la verdad es a fin de cuentas voluntad de afirmación de
sí y negativa de la afirmación de Dios. Porque no se me oculta que reconocer lo que es,
someterme a lo real, es reconocer algo que no viene de mí, y, por tanto, decir sí a Dios. Aceptar
la dicha es ya dar gracias… aceptar la verdad, reconocer lo que es, es ya decir sí a Dios. Por
eso el espíritu que sólo quiere vivir de sí se complace en la mentira, única cosa que sólo vive
de sí. Escoge la nada por afán de no recibir nada de nadie: «Esto al menos es completamente
mío», decía Riviere del pecado”72.
Y por eso afirma nuestro autor las notas de esa nueva humildad, tan
engañosa:
“La verdad es que hay una real humildad típica de nuestro tiempo. Pero ocurre que,
prácticamente, es una humildad tan envenenada como la más desorbitada de las postraciones
del asceta. La vieja humildad era una espuela que impedía al hombre detenerse; no un clavo en
su zapato que le impedía proseguir. Porque la vieja humildad hacía que el hombre dudara de su
esfuerzo, lo cual lo conducía a trabajar más duro. Pero la nueva humildad hace que el hombre
dude de su meta, lo cual lo conduce a cesar su esfuerzo por completo”73.
“oír en forma tan absoluta y total, que este silencio que oye no se vea perturbado ni
interrumpido por nada, ni siquiera por una pregunta”75.
“Los hombres niegan el infierno; pero aun no niegan el manicomio. Para no perder de
vista los fines de nuestro primer argumento, el uno, el infierno, podría muy bien reemplazar al
otro, el manicomio. Quiero decir que, si una vez todos los pensamientos y las teorías fueron
juzgadas según condujeran al hombre a perder su alma, así, por nuestro presente punto de vista,
todas las teorías modernas pueden ser juzgadas, según conduzcan al hombre a perder sus
cabales”79.
“Para dar una explicación del mundo, el materialismo tiene una especie de simplicidad
insana.
Tiene justo la cualidad del argumento del loco; nos hace sentir simultáneamente, que
todo lo abarca y que todo lo deja afuera. (…) Lo comprende todo; y todo parece no merecer la
pena de ser comprendido”80.
“en el seno mismo de las instituciones occidentales que antes trasmitían y creaban su
cultura aparece la «Revolución Cultural», negación global y sistemática de aquella tradición
civilizadora. Estos son los signos de los tiempos que corren. Un tiempo indigente, catastrófico
y perverso que como no tiene nada real que ofertar en reemplazo de lo que ataca se complace
en llenar la mente de las desvalidas masas occidentales con utopías absurdas y con odios
negadores. Es la Rebelión de la Nada”.
Si es verdad que cómo se vive tiene una inmensa relación con como se
piensa, no pudiendo desvincular ni divorciar del todo la inteligencia con la
voluntad, es evidente que la elaboración de un pensamiento por parte de una
cabeza que se ha roto contra el ser natural de las cosas, no puede ser muy
recomendable:
“Con las variaciones propias de cada caso encontraremos esta nota de anormalidad
psíquica en cada uno de los conductores de ciegos con que ilustraremos esta galería de
revolucionarios ilustres. Al luchar contra la realidad del hombre, del mundo y de la naturaleza,
han ido perdiendo la poca cordura de la que alguna vez pudieron disponer. Y pretenden que
nosotros también la perdamos”82.
“La búsqueda de la delectación mística, en la cosas que no son de Dios, siendo una
búsqueda sin término, no puede detenerse en ninguna parte”86.
84
Maritain, Jacques. Tres reformadores, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1968, pág. 116.
85
Ídem, pág. 122.
86
Ídem, pág. 132.
38
Por lo mismo que, como dijimos antes, la esencia del hombre no sólo podía
ser considerada como inteligible, sino también como un modelo, un paradigma,
un ejemplar, es que se vuelve patente que existen hombres que realizan ese
modelo –los virtuosos– y otros hombres, los viciosos, que no lo realizan.
A la luz de la Revelación, el trabajo intelectual se transforma
decididamente en una lid de resonancias antiguas, metafísicas y teológicas, pues
la vocación intelectual del católico tiene muy presente la siguiente revelación:
“nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y
Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que
habitan en el espacio”89.
“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la
espada”.
“Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y
sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo,
diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá» Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro:
«¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres»”90.
Claramente Santo Tomás explica –en I, q. 114– que los hombres son
combatidos por los demonios, y cómo ocurre este combate en el interior de cada
uno.
A la luz de las Escrituras y de la fe, entonces, se hace patente la necesidad
de virtudes morales que auxilien a la inteligencia que conoce la verdad, que es
deslumbrada por las cosas. Vemos con claridad que no basta saber la verdad: es
necesario obrar conforme a ella.
El hombre de fe es conciente de los riesgos, dificultades y –ya en lenguaje
evangélico– tribulaciones que deben padecer aquellos que confiesen la Verdad.
Por eso la virtud de la fortaleza, con sus dos actos, actos que la prudencia sabrá
cuando dar lugar ya a uno, ya otro: la resistencia y el ataque.
Como Sócrates, que fue combatiente de la espada y combatiente de la
palabra, podemos decir que el intelectual católico, el creyente que filosofa, tiene
mucho de marcialidad. Y tiene además una capacidad de sacrificio, por el cual lo
primero es la Verdad, no su propia comodidad o fama. De ahí que Pieper haya
dicho, remarcando las diferencias entre el filósofo y el sofista, que
“esta diferencia consiste en que el que de veras filosofa, no se cuida lo más mínimo de
su propia importancia, sino que, «despojándose totalmente de toda pretensión», se abre
desinteresadamente al objeto insondable, cuya visión hace que el sujeto, más allá de toda mera
afirmación de sí mismo, abandone la fascinación proveniente de la necesidad de imponer su
propio yo, por «espiritual» y sublime que ésta sea”.
curiosos puntos de vista, sino que tiene como norte un respeto y una
proclamación de la verdad, tiene como objetivo el sumar las luces naturales de la
razón, a la luz sobrenatural de la fe.
Seguimos a Pieper en su descripción del falso filósofo:
Para decirlo en una palabra, el Filósofo busca a Dios, tiene nostalgia de Él,
mientras que el sofista se busca a sí mismo. Por eso es incapaz del sacrificio y del
testimonio de la verdad. Como Narciso, se mirará a sí mismo, pondrá en el centro
a su propia inteligencia, su subjetividad, mientras que el verdadero filósofo
pondrá como centro a las cosas.
En el católico que realiza, por vocación, por llamado, el trabajo intelectual,
están presentes siempre las palabras que el anciano Simeón, hace ya dos mil
años, pronunció respecto del Dios hecho Niño que alzaba en sus manos, cuando
dijo:
“Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de
contradicción”92.
Tal vez, podemos imaginar, que Simeón –justo como pocos– vió en un
destello, en una revelación gratuita, toda la historia. Tal vez, contempló esos dos
campos que dijera San Ignacio de Loyola, con sus dos banderas: la de Jesucristo,
y la bandera del Adversario. Tal vez vió las dos ciudades tal como San Agustín
las describiera:
“La una se glorifica en sí propia, la otra en el Señor. La primera prodiga su gloria a los
hombres, la segunda coloca su mejor gloria en Dios testigo de su conciencia. La terrena,
inflada de orgullo, levanta su cabeza soberbia; la celestial dice a su Dios: «Tú eres mi gloria, y
tú exaltas mi cabeza» (Sal. III, 4). En la una, los príncipes son dominados por la pasión de
dominar sus súbditos o las naciones conquistadas; en la otra, los ciudadanos se sirven
mutuamente con caridad, los jefes cuidan en beneficio de sus subordinados, y los súbditos les
obedecen. Aquélla confía en la persona de los poderosos. Ésta dice a su Dios: «Yo te amaré,
Señor, a ti que eres mi fuerza» (Sal. XVII, 1)”93.
Tal vez, recibiendo una luz especial, pudo ver a los cristianos perseguidos
por sus enemigos, dando testimonio de la Verdad frente a reyes, emperadores,
autoridades políticas. Tal vez, en ese destello, contempló a tantos mártires que
vertieron su sangre por amor a ese signo de contradicción, que en ese momento
Simeón alzaba en sus brazos, todavía Niño.
91
Josef Pieper. Defensa…, págs. 43-44.
92
Lc. 2, 34.
93
San Agustín, Ciudad de Dios…, ídem, Libro XIV, cap. XXVIII, pág. 331.
41
Y, finalmente, tal vez supo de los dos gritos que dividen y parten los
corazones de los hombres: No queremos que éste reine sobre nosotros, por un
lado; Es necesario que Cristo reine, por el otro.
Creemos que Simeón percibió ese carácter de invencible contradicción, de
imposible paz, que tenía el Hijo de Dios hecho Niño, el cual enfrentaría la
historia en dos porciones. Finalmente, pensamos que Simeón pudo escuchar en el
silencio interior en el que habitaba, esta revelación: el Demonio no podía
redimirse, y que en esta imposibilidad metafísica –misterio que desborda nuestro
flaco entendimiento– se fundaba el conflicto permanente e insoluble entre el Dios
Todopoderoso y su Adversario; se fundaba la imposible síntesis de la Iglesia y el
Mundo. Se fundaba el signo de contradicción.
“El humano linaje… quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: uno de ellos
combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por todo cuanto es contrario a la virtud
y a la verdad.
El uno es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo…; el
otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se encuentran todos los que, siguiendo
los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, rehúsan obedecer a la ley
divina y eterna...”94.
94
León XIII. Humanum Genus, Carta Encíclica sobre la Masonería y otras sectas, 20–IV–1884, N° 1.
42
Hace bien Leopoldo Marechal en advertirnos para que no nos engañen las
apariencias de paz, de sosiego, tranquilidad de nuestra vida cotidiana;
precisamente porque la mayor astucia del Demonio es hacernos creer que no
existe.
Pero no son únicamente las dificultades externas aquellas por las que debe
atravesar el católico con vocación intelectual. La Escritura también nos enseña
del inmenso dolor del que va acompañado un mayor conocimiento, pues es cierto
que a medida que el hombre crece en su comprensión de las cosas, advierte mejor
la distancia, la diferencia, lo que les falta a las mismas para ser lo que realmente
deben ser. Y, ansioso porque las cosas sean plenas, realicen acabadamente su
esencia, sufre –o debe sufrir– al verlas incompletas, inacabadas.
Es posible que exista la nostalgia inconciente de desear que todas las cosas
vuelvan a su quicio, de anhelar con esperanza la restauración del mundo. Este
sentimiento que, tal vez, sea natural en todo hombre, cobra a la luz de la
Revelación una significación mucho más precisa. Porque ya puede asignarse esta
obra de la restauración de todo a un Persona concreta: Nuestro Señor Jesucristo.
San Pío X pudo decir con total propiedad:
– Bueno, ¡qué ocurrencia más chusca! –contestó– ¡De modo que ustedes quieren cometer un
homicidio en defensa de la religión! Bueno, bueno; mi religión es respetar un poco a la
humanidad y…
– Dispense usted –interrumpió Turnbull, bruscamente y con dureza, señalando a la puerta del
prestamista–. ¿No es usted esa tienda?
– Lo… es…, sí… –dijo Gordon.
– ¿Y no es de usted esa cosa? –repitió el impío, señalando hacia la librería pornográfica del
otro lado.
– ¿Y qué hay con eso?
– ¡Pues entonces! –gritó Turnbull con acerbo desprecio– Bien se está la religión de la
humanidad en manos de usted; pero lamento haberle molestado hablándole del honor. Míreme
usted, hombre. Yo creo en la humanidad. Yo creo en la libertad. Mi padre murió por ella,
sacrificado en guerra civil. Y yo voy a morir por ella, si es necesario, atravesado por esa espada
que está en el mostrador. Pero si hay algo que me haga dudar, es la vista de esa inmunda cara
gordinflona. Está usted pidiendo que lo aten como un perro o lo aplasten como una cucaracha;
trabajo me cuesta creer otra cosa. No me venga usted con filosofías de esclavo. Vamos a
97
Chesterton. La esfera y la Cruz, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1952, págs. 30-31.
44
batirnos, y nos batiremos en su jardín de usted, y con sus espadas. ¡Cállese! Alce usted un poco
la voz y lo atravieso de parte a parte98.
Es para estos hombres singulares, sin fe y sin cobardía, que Nicolás Gómez
Dávila pudo sentenciar “Los católicos no sospechan que el mundo se siente
estafado con cada concesión que el catolicismo le hace”. Turnbull así lo
percibía:
“hemos de batirnos dondequiera; porque, como usted dice acertadamente, cada uno
hemos descubierto la realidad del otro. Uno de nosotros ha de morir, o convertirse. Yo solía
pensar que los cristianos eran todos hipócritas, y sólo me inspiraban sentimientos blandos.
Ahora sé que usted es sincero, y mi alma está rabiosa contra usted. Por el mismo estilo, usted
creería, supongo yo, que todos los ateos pensaban que el ateísmo les dejaría libres para la
inmoralidad, y, no obstante, en su corazón era usted tolerante con ellos. Ahora sabe usted que
yo soy un hombre honrado, y está usted rabioso contra mí, como yo contra usted” 99.
“Tú me sedujiste, ¡oh Yavé!, y yo me dejé seducir. Tú eras el más fuerte, y fui vencido.
Ahora soy todo el día la irrisión, la burla de todo el mundo. Pues siempre que hablo tengo que
gritar, tengo que clamar: «¡Ruina y devastación!»”.
“así como propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del primer
principio, y juzgar de las otras verdades, así también lo es luchar contra el error”101.
“Las palabras, ante todo, significan las cosas, y a las cosas nos conducen. Pero al
mismo tiempo y siempre, poseen una carga emocional y aún una resonancia mítico-mágica.
Las palabras predisponen el ánimo, desde aquellas que nos fascinan hasta aquellas otras que
hieren nuestra sensibilidad o nos escandalizan. De aquí que el término final de tantos diálogos
o ‘consensos’ humanos consista hoy en lo que se llama ‘buscar la fórmula’. Lo que quiere decir
hallar un conjunto de términos atractivos para todos o que no molesten a nadie o que molesten
por partes iguales, aunque tal fórmula resulte semánticamente ambigua o no quiera decir
nada”102.
Rafael Gambra. El lenguaje y los mitos, Buenos Aires, Argentina, Ediciones Nueva Hispanidad, 2001, págs.
102
39-40.
46
103
II-II, q. 10, art. 7, corpus.
47
“recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido
de los Apóstoles, siempre con el mismo sentido y la misma interpretación”.
“Los modernistas no niegan la letra de ninguno de los dogmas; dicen que Cristo es
Dios, que la Iglesia es verdadera, que creen en la Gracia y que los Sacramentos son válidos,
pero los vacían todo dándoles un significado humano…”
“Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a
la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la
conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería
susceptible en el futuro de un progreso indefinido”.
106
Castellani. Catecismo para adultos. 16 lecciones sobre el Verbo Encarnado, Buenos Aires, Ediciones Patria
Grande, 1979, pág. 25-26.
49
magisterio del Yo, razón por la cual se aplica perfectamente aquello que dice: “de
la vanagloria proviene la presunción de novedades”107.
Final del Juramento:
“Para concluir, sostengo con la mayor firmeza y sostendré hasta mi ultimo suspiro, la fe
de los Padres sobre el criterio cierto de la verdad que está, ha estado y estará siempre en el
episcopado transmitido por la sucesión de los Apóstoles; no de tal manera que esto sea
sostenido para que pueda parecer mejor adaptado al grado de cultura que conlleva la edad de
cada uno, sino de tal manera que la verdad absoluta e inmutable, predicada desde los orígenes
por los Apóstoles, no sea jamás ni creída ni entendida en otro sentido”108.
Aquí es donde el Juramento llega a su cenit. Lo que San Pío X quiso fue
que se custodiara y vigilara –en el mejor ejercicio de la fidelidad– las expresiones
externas de la fe católica, los signos visibles, las palabras correctas, las cuales
ciertamente tienen una gran importancia, pues
107
San Gregorio en XXXI Moral, citado por Santo Tomás de Aquino en la II-II, q. 10, art. 1, ad 3. La cita
completa es la siguiente: “En cuanto pecado, la infidelidad tiene su origen en la soberbia, que hace que el hombre no
quiera someter su entendimiento a las reglas de fe y a las sanas enseñanzas de los Padres. Por eso dice San Gregorio en
XXXI Moral, que de la vanagloria proviene la presunción de novedades . Se puede decir también que, del mismo modo que
las virtudes teologales no se reducen a las cardinales, sino que son anteriores a ellas, así tampoco se reducen a los capitales
los vicios opuestos a las virtudes teologales”.
108
San Pío X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum, septiembre 1910.
109
Jorge L. Borges. El Gólem. Obras completas, Emecé, Buenos Aires, 1974, 16a. reimpr., 1987, pág. 885.
50
no quiere discutir sobre palabras, ¿sobre qué va usted a discutir? ¿Pretende usted convencerme
moviendo las orejas?110.
Puede ampliarse esta pluralidad de significados con el artículo del R. P. Alfredo Sáenz SJ. El espíritu del
111
mundo, en Revista Gladius N°1, Bs. As., Ed. Gladius, Año 1, Tercer cuatrimestre de 1984, págs. 7-42.
51
“quiere que esa verdad esté rodeada de mentiras y viva en buena inteligencia con ellas.
Quiere que vecindades infames la deshonren; y cuando la ha manchado de tal modo que ya ni
él mismo la reconoce, entonces la tolera, porque ha llegado a ser mentira”.
“aquella mentira es preciosa, pues cubre las restantes, las autoriza, las toma bajo su
salvaguardia, les quita lo que tendrían de demasiado violento, de demasiado crudo, de
demasiado limpio. Esa verdad convertida en mentira por el tono, por el acento, por lo que la
rodea, por el contexto, acaba de confundir el bien y el mal, y las gentes del mundo están
contentas”112.
“Carmen, en primer lugar, debió ser defendida, abrazada, acariciada con dulzura para
hacerle sentir que estábamos con ella, todos sin distinción alguna. Antes de pensar en la
excomunión era necesario salvaguardar su vida inocente y llevarla a un nivel de humanidad del
cual, nosotros, hombres de Iglesia deberíamos ser anunciadores expertos y maestros. No ha
sido así, y lamentablemente se resiente la credibilidad de nuestra enseñanza que aparece ante
los ojos de muchos como insensible, incomprensible y exenta de misericordia. Es verdad,
Carmen llevaba en su seno otras vidas inocentes como ella, a pesar de ser fruto de la violencia,
y han sido eliminadas; todo eso aún no basta para dar un juicio que pesa como una maza”.
Para la Jerarquía brasileña “el juicio que pesa como una maza” no recae –
obviamente– sobre la niña de 9 años sino sobre los asesinos del niño por nacer.
Vista así las cosas, no se entiende por qué serían contrarias la consideración y
delicadeza para con Carmen, por un lado, y la declaración de la excomunión
expresada por los obispos, por otro; a menos –y ésto es precisamente lo que se
sugiere– que la práctica de la misericordia se encuentre reñida con la práctica de
la justicia.
Veamos otro de estos peculiares párrafos:
“En el caso de Carmen se han encontrado la vida y la muerte. A causa de su corta edad
y de las precarias condiciones de salud su vida estaba en serio peligro por el embarazo. ¿Cómo
actuar en estos casos? Ardua decisión para un médico y para la misma ley moral. Decisiones
113
Cfr. La parte de la niña brasileña. http://elblogdelpadrecarlos.blogspot.com/2009/03/traduccion-del-editorial-
de.html
53
como esta, a pesar de tener una casuística diferente, se repiten diariamente en las salas de
emergencia y la conciencia del médico se encuentra sola consigo misma en el acto de deber
decidir qué es lo mejor que se debe hacer. Ninguno, por lo tanto, llega a una decisión de este
tipo con desenvoltura; es injusto y ofensivo el solo pensarlo”.
“Carmen ha vuelto a colocar sobre el tapete un caso moral de los mas delicados; tratarlo
apresuradamente no le haría justicia ni a su frágil persona ni a cuantos se han visto
involucrados en los diferentes roles de esta historia. Como cada caso particular y concreto, por
lo tanto, amerita ser analizado en su particularidad, sin generalizaciones”.
el Arzobispo Fisichella está diciendo es que los principios y juicios morales del
Magisterio de la Iglesia podrían eventualmente ser inaplicables a algún caso
concreto.
Ahora bien, un principio –como tal– tiene carácter universal y necesario. Si
un principio deja de tener vigencia en un caso, entonces ya no es un principio.
¿Qué queda de un principio si se encuentra por debajo y no por encima de su
aplicación?
¿Quién podría estar en contra de la delicadeza para con la pobre niña
víctima de la violación? Demagógicamente, se contrapone esta cuestión
subjetiva a la problemática objetiva; al responder a la primera de determinada
manera, se busca vincular y proyectar el primer juicio hacia la segunda cuestión –
como si éste se desprendiera de aquél–, cuando a todas luces se trata de dos
problemas absolutamente distintos. Resultado: una falsa misericordia que
termina pisoteando la justicia.
Lo que se nos está diciendo es que el principio de que “todo aborto
provocado es malo” no es un principio. Por eso desconcierta que más adelante el
mismo Fisichella escriba que
“El aborto provocado siempre ha sido condenado por la Ley Moral como un acto
intrínsecamente malo y esta enseñanza permanece inmutable en nuestros días desde el mismo
inicio de la Iglesia. El Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes (…) utiliza de manera
inesperada palabras inequívocas y duras contra el aborto directo. La misma colaboración
formal constituye una culpa grave que, cuando se realiza, lleva automáticamente a la salida de
la comunidad cristiana”.
“Carmen, estamos de tu parte. Participamos contigo del sufrimiento que has probado,
quisiéramos hacer de todo para restituirte la dignidad que te fue arrebatada y el amor del que
tendrás aún mas necesidad. Son otros los que merecen la excomunión y nuestro perdón, no
aquellos que te han permitido vivir y te ayudarán a recuperar la esperanza y la confianza, a
pesar de la presencia del mal y la perversidad de muchos”.
Y también:
“Si los médicos tuviesen conciencia del hecho que alguien, alto en la jerarquía,
reconoce que esas situaciones son dilemas morales en las cuales la conciencia debe decidir lo
que está bien o mal, ellos podrían decidir que ellos pueden ofrecer el servicio de aborto”.
¿Es suficiente?
Pero si, tal vez, alguien pensara que criticando al Arzobispo estamos
cometiendo un pecado contra la autoridad, una falta de humildad y de obediencia,
le recordaríamos cortésmente que este jerarca está defendiendo el asesinato de
una persona:
Fisichella) es que el doble aborto estaba justificado por la compasión para con la niña, y por compasión para con los médicos
que ejercieron su libertad de elección. RF no recomienda la compasión para con los mellizos abortados. Constatemos
simplemente que RF admite aquí el aborto directo”. Todas las negritas son nuestras.
57
“Pero aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio
distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo
repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!”115.
“Así dice el Señor: «A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel;
cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado:
«¡Malvado, eres reo de muerte!», y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que
cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre;
pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta,
él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida»”116.
Late con fuerza que sólo podemos pronunciar ante los hombres aquella
palabra que define, si primero la hemos pronunciado interiormente, si la hemos
contemplado en el verbo interior, del cual la expresión oral y sensible será su
natural consecuencia. Pero el acto de pronunciar la palabra humana puede
adquirir una seriedad aún mayor:
“Si queremos buscar entre las actividades propias del hombre, la que está más próxima
y es más semejante al Acto de Crear, la encontraremos en la actividad intelectual más pura y
más desprendida de lo material; el acto de conocer, de comprender, de afirmar objetivamente
lo que es; o lo que es lo mismo, el acto de nombrar un ser, de llamarlo por su nombre,
indicando quién es y haciéndolo venir a presencia”.
Pues así como Dios, según nos enseña el Génesis, llamó al ser a todas las
cosas por el poder de Su Palabra, también nosotros –guardando la distancia de la
creatura al Creador– convocamos a los seres cuando pronunciamos su nombre.
Hablar, pronunciar, mencionar algo o alguien implica ponerlo en la conversación
con el otro, como si estuviera físicamente allí, cuando evidentemente está muy
lejos. Que la palabra prorrumpa en el medio de la neblina y la confusión es de
una importancia fundamental: ya las cosas no son las mismas. Ya no se puede
hacer nadie el distraído. Llega el momento de las definiciones. La confusa
vaguedad de la materia sin significación queda reducida a la unidad de la palabra,
y con ella, a la unidad de la significación; y esta palabra tiene su fuerza porque
ella es portadora de ser. La palabra porta el ser, lo lleva consigo, es vehículo de
ser. Y si el ser que ella porta es tremendo, la fuerza de la palabra será terrible. Es
el maravilloso misterio del lenguaje humano: donación de ser, portación de ser,
manifestación de ser.
115
Carta a los Gálatas 1, 8-9.
116
Ezequiel 33, 7-9.
58
“Hablar con propiedad, llamar a las cosas por su nombre, saberlas distinguir y
jerarquizar; esta actividad especulativa, teórica, cuya plenitud se alcanzaría en la
Contemplación pura, es la que mejor y más adecuadamente nos permite comprender el Acto de
la Creación”117.
Luz por la que vemos, y no luz que vemos. Nuestra luz es luz de la Luz, y
Dios es para nosotros Palabra de nuestras palabras.
XII. Conclusión
La verdad sin caridad sería como un platillo que retiñe –sin alcanzar su
plenitud, pues es convertible con el bien– así como la caridad sin verdad sería
ciega. El hombre debe luchar en su interior por armonizar y conciliar estas dos
potencias y facultades espirituales.
Esta primacía de la Verdad, claro está, no debe implicar el decirla faltando
a la caridad con las personas. El Eclesiastés dice bien que hay un tiempo para
cada cosa. Esta caridad, unida a la mesura, el tacto, la prudencia, que uno debe
117
Genta, Jordán Bruno. La idea y las ideologías, Buenos Aires, Ediciones del Restaurador, 1949, pág. 210.
118
La poesía lleva por nombre “Oración de Santo Tomás por la sabiduría”. Así continúa: “En piedra de razón, luz
de sagrario/ y cemento de humano pensamiento/ de mi Summa el andamio extraordinario/ he levantado en inaudito intento.../
Quiero que un soplo tuyo lo haga viento/ lo haga música mística tu aliento/ y un rayo lo haga polvo de incensario”.
59
tener para decir la verdad, no se ejercita –por cierto– por respeto al error, sino
más bien por respeto a la persona. Es el cumplimiento de lo enseñado por San
Agustín: odiad el error, amad al que yerra.
“el hombre que vive según Dios y no según el hombre, es necesario que sea amigo de lo
bueno, de donde se sigue que aborrezca lo malo; y porque ninguno naturalmente es malo, sino
que es malo por su culpa y vicio, el que vive según Dios debe aborrecer de todo corazón a los
malos, de suerte que ni por el vicio aborrezca al hombre, ni ame el vicio por el hombre, sino
que aborrezca al vicio y ame al hombre, porque, quitando el vicio, resultará que todo deba
amarse y nada aborrecerse”119.
“Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la
piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amas la verdad, podrás
decir que la amas e incluso hacerlo creer a los demás, pero puedes estar seguro de que, en ese
caso, carecerás de horror hacia lo que es falso, y por esta señal se reconocerá que no amas la
verdad”121.
Ese horror hacia lo que es falso, como dice Hello, es uno de los signos del
verdadero amor. El verdadero amor engendra odios. San Pablo habla del amor
en Cristo, el cual no puede sino alegrarse sólo en lo que es:
119
San Agustín, Ciudad de Dios…, Libro XIV, cap. VI, pág. 313.
120
Josef Pieper. Defensa de la Filosofía…, pág. 61.
121
Ernest Hello, citado por el Padre Alfredo Sáenz SJ, Siete virtudes olvidadas, Ed. Gladius, Buenos Aires, 2005,
pág. 142.
60
“Hay dos clases de conocimiento de la verdad. 1) Uno, se obtiene por la gracia. 2) Otro,
por la naturaleza. El que se obtiene por la gracia, a su vez, se divide en otros dos: Uno que es
solamente especulativo, como el de aquel a quien se le revela algún secreto divino. Otro, que
es afectivo y produce el amor de Dios. Este es el que propiamente pertenece al don de la
sabiduría”.
“En cuanto al tercer género de conocimiento, están totalmente privados, como también
lo están de la caridad”122.
Hasta tal punto existe una relación entre la caridad y la verdad, que el estar
privados de esta virtud nos ciega respecto de la luz de las cosas. El amor nos hace
ver algunas cosas para la cual la sola razón no basta. Y el amor es conocimiento:
“Satán es aquél que no ama, decía Santa Teresa; y Santa Brígida oyó salir de la boca del
maldito esta confesión terrible. Satán, hablando a Jesucristo, le dijo estas palabras: Oh Juez,
soy la frialdad misma.
Quien no ama, no es nada, dice San Pablo”123.
“El Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre. El amor está no sólo en el Padre; no sólo
en el Hijo; es algo entre ellos. El Padre se deleita con el Hijo, a quien ha engendrado; el Hijo se
deleita con el Padre, que le engendró; se contemplan mutuamente, se aman mutuamente, se dan
y se unen en el amor, en un amor tan poderoso, tan profundo y tan perfecto, que forma entre
ellos un lazo amoroso. El amor en ese punto no puede expresarse sólo por palabras… El amor
en tal grado no habla, no grita, se expresa como lo hacemos en algunos momentos inefables:
con un suspiro. Y ese suspiro de amor no es un suspiro pasajero como ocurre en nosotros, sino
un Espíritu Eterno, y ese Espíritu Eterno es el Espíritu Santo”124.
122
I, q. 64, art. 1, corpus.
123
Ernest Hello. El hombre…, ídem, pág. 85.
124
P. Stephen J. Brown, Realidad de Dios, Ed. Planeta, Barcelona, 1958, pág. 147.
125
http://escandaloynecedad.blogspot.com/2009/05/reconocido-escritor-ingles-regresa.html
61
“Tras su salida del ateísmo, Wilson reprocha la ceguera de sus antiguos compañeros de
viaje: «Cuando pienso en mis amigos ateos, incluido mi padre, me parece que estoy ante
personas que no tienen oído para la música, o que nunca han estado enamorados».
No han descubierto –como creen ellos– el tremendo engaño de la religión (…) El
problema es que no se han dado cuenta de algo muy sencillo. Quizá es demasiado obvio para
entenderlo; tan obvio como los amantes creen que deben estar juntos, o tan obvio como la
decisión final del que se fuga”.
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http://www.jorgez.com.ar/Didactica_de_la_Patria_MARECHAL.pdf
http://escandaloynecedad.blogspot.com/2009/05/reconocido-escritor-ingles-regresa.html
http://elblogdelpadrecarlos.blogspot.com/2009/03/traduccion-del-editorial-de.html
http://promoverlavida.blogspot.com/2009/06/memorandum-de-michel-schooyans-la-curia.html
ÍNDICE
I. INTRODUCCIÓN…………………………………………………………………………………… 1
II. DESARROLLO DE LA CUESTIÓN EN LOS COMIENZOS DE LA FILOSOFÍA…...……….… 8
III. LO QUE SÓCRATES VIÓ Y LO QUE SÓCRATES NO VIÓ........................................................ 10
IV. PSICOLOGÍA DEL PECADOR………………………………………………..…….………...…. 17
V. LAS VIRTUDES MORALES. SU PAPEL EN LA VIDA INTELECTUAL…….…....……...….... 20
VI. PROFUNDIZANDO LAS VIRTUDES. ESTUDIOSIDAD……………………..……………..…. 22
VII. SIGNIFICADO DE LA HUMILDAD EN LA VIDA INTELECTUAL…………………............. 29
VIII. EL INTELECTUAL NO DEBE SER TIBIO. LA VIRTUD DE LA FORTALEZA…….……….33
IX. FIDELIDAD AL LOGOS.…...……………………………...…...................................................... 39
X. EJEMPLO DE LO QUE NO SE DEBE HACER…………………………....................................... 45
XI. LA LUZ DE LA LUZ, LA PALABRA DE LA PALABRA……………………...………………. 50
XII. CONCLUSIÓN…………………………………………………..…………...…………………... 52