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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA

Año XXXI, Nº 62. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2005, pp. 237-249

BORGES Y FUENTES,
AUTORES Y LECTORES DEL QUIJOTE.
A PROPÓSITO DE UN HOMENAJE
EN EL IV CENTENARIO

Ellen Spielmann
Friedrich Schiller Universität, Jena

“Cervantes” es hoy un asunto de estado. Por lo menos desde la


época del reemplazo de la desgastada propaganda de la “hispani-
dad”, que habían tenido a su cargo con destino a Iberoamérica los
conservadores y apolillados Institutos de Cultura Hispánica del
franquismo, por el flamante Instituto Cervantes, encargado de di-
vulgar la lengua castellana y las culturas españolas en el mundo
entero, “Cervantes” es parte de una bien financiada política exte-
rior de España en el campo de la cultura. Por todo ello, más nolens
que volens y a pesar del cambio de gobierno en 2004, no eran pocos
los temores después de la experiencia de 1992, ante la avalancha
oficial de celebraciones con motivo del IV Centenario de la publica-
ción de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Muchos de
ellos, en medio de improvisación, carencia de imaginación, folclo-
rismos y juntas nacionales de fiestas, tuvieron ineluctable cum-
plimiento. He aquí, sin embargo, que “un homenaje de Colombia a
la primera gran novela de la literatura mundial, fundadora del gé-
nero moderno por excelencia”, y a Miguel de Cervantes como “ini-
ciador de la época moderna al lado de René Descartes”, ofrece mo-
tivo justificado de celebración. Los dos volúmenes de ese homenaje,
Autores del Quijote (202 p.), y Lectores del Quijote (390 p.)1, edita-
dos por Sarah de Mojica y Carlos Rincón en la Editorial Pontificia
Universidad Javeriana de Bogotá, son no sólo uno de los más inte-
resantes –¿tal vez el más interesante?– aporte latinoamericano a
las conmemoraciones de la publicación de la primera parte del
Quijote en Madrid en 1605. Son, a secas, una de las contribuciones
destacables y destacadas en el marco de los festejos del IV Cente-
nario de la novela de Cervantes. No tan espectacular, sin duda,
como el millón de ejemplares de esa edición especial con prólogo de
José Saramago, repartidos gratuitamente en todo Venezuela por el
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gobierno del presidente Hugo Chávez. Pero capaz de abrir sende-


ros y perspectivas inesperadas para muchos futuros.

Lo primero que debe celebrarse es la idea misma que inspira


esos dos tomos. En Autores del Quijote se reúnen “catorce autoras
y autores que han continuado con la escritura de este libro o que
dialogan con él. Sus textos parten de situaciones de la novela o en
otros casos adoptan la perspectiva de alguno de sus personajes se-
cundarios”, según se lee en la contraportada. Lectores del Quijote
presenta, por su parte, “ensayos y estudios de catorce especialistas
de América Latina, América del Norte y Europa que trazan un
mapa de las lecturas contemporáneas relevantes del Quijote”. Esas
lecturas “tienen como coordenadas la líneas innovadoras que van
de Fiodor Dostoievski a Milan Kundera y de Georg Lukács a Mi-
chel Foucault”. Pero si “ideas”, “iluminaciones” de esta calidad son
ya de por sí motivo de solaz y aplauso, lo más interesante es que
ante la empresa a que dan lugar, nadie puede ser llamado a enga-
ño: ideas como esas no flotan en el aire. Las respalda una innova-
tiva –para algunos tal vez nada obvia– concepción acerca de la
Verdadera historia de los cuatrocientos años de escritura y lectu-
ras del Quijote que tenemos a nuestras espaldas cualquiera de sus
lectores actuales. Historia que, por tanto, se trata de hacer cons-
ciente y de celebrar justo de esa manera.
Esta forma adecuada de celebrar el jubileo del Quijote es, para
los editores y colaboradores de esos dos volúmenes del homenaje
colombiano, aquella que parte de una pertinente comprobación
como presupuesto indispensable. Se la lee con todas sus letras en
distintas formulaciones en los dos libros. Retengo aquí cuatro de
esas variantes. Una vez aparece como cita de un artículo muy re-
ciente de Juan Goytisolo: “La pobreza de la crítica literaria en Es-
paña y de la reflexión creadora de nuestros novelistas hasta bien
entrado el siglo XX, explica que el influjo seminal de Cervantes se
manifestara primero en Europa y luego en Iberoamérica antes de
enraizar en la dura corteza de la Península” (“Cervantes en letra
viva”, El País, Madrid, 7-IX-2005) (p. 211). Otra vez se lee como
nota de pie de página en un artículo sobre José Antonio Maravall
como historiador-exorcista que sitúa al Quijote entre utopía y con-
tra-utopía: “Desde mitad del siglo XVII hasta principios del siglo
XX, el Quijote fue ante todo la gran novela clásica para lectores y
novelistas ingleses, franceses, alemanes y rusos. Respecto a los
norteamericanos, debe señalarse que en su introducción de 2003 a
una nueva traducción de Edith Grossmann, Bloom sostiene que el
capitán Ahab de Moby Dick (1851) es una mezcla de Don Quijote y
Hamlet. (...) Durante todo este tiempo el Quijote no fue un libro
español ni hispanoamericano” (228).
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En su notable artículo sobre la transformación del Quijote de


“símbolo nacional” a “mito literario de la nación” en España de en-
tre el romanticismo y la generación de 1898, Friedrich Wolfzettel
recuerda por su parte, citando a Werner Krauss, que en la primera
historia de la literatura española escrita a mitades del siglo XVIII
no había cabida para Cervantes ni para el Quijote (67). La primera
biografía de Cervantes escrita en España –en más de un 70 por
ciento fue en realidad un tratado sobre el Quijote–, lo fue por en-
cargo inglés, como parte de un gran proyecto de edición y traduc-
ción inglesas, no imaginable en suelo español ni americano. En la
España de Fernando VII y la de su hija Isabel II no podía haber
esfera pública literaria capaz de asumir la interpretación propues-
ta por Schelling, los hermanos Schlegel y Hegel. Y así como el pre-
dicador Campazas y Pepita Jiménez no son héroes quijotescos, en
cambio, según Jean Canevaggio, “desde Dickens, Flaubert y Dos-
toievski hasta Joyce, Kafka y García Márquez, se han multiplicado
los personajes que pueden llamarse quijotescos (...)” (19). Por lo
menos en lo que a novelistas españoles se refiere –Machado de
Assis es otra cosa–, es cierto también que “ni siquiera en Galdós
hay una línea de elogio, ni una mención del Quijote”. (31).
Finalmente, en tercer lugar, en la “Introducción” al tomo Auto-
res del Quijote, ese presupuesto aparece estampado con toda la
sorna y el tono zumbón del caso, recogiendo la lección de Raimun-
do Lida en una conversación con Jorge Luis Borges a propósito del
soneto “Testamento de don Quijote”, de Francisco de Quevedo
(247). Los editores dicen en esa “Introducción”:
“No hay nadie tan necio que elogie el Quijote”, dictaminó hace cuatro-
cientos años Lope de Vega. ¿Conocieron esa sentencia conminatoria los
autores de Robinson Crusoe, Tristan Shandy y Moby Dick? Lo cierto es
que sabemos que no fueron considerados tontos por escoger al Quijote
como guía en el nuevo arte de escribir novelas. Lo mismo vale en sus si-
glos, en sus lenguas y en sus lares para Thomas Fielding, Denis Diderot,
Jean Paul o Fiodor Dostoievski. Puede quedar, sin embargo, una duda:
¿acataron hasta ayer los novelistas de lengua castellana el juicio del Fé-
nix de los ingenios? Así parece, pues hubo que esperar siglos y siglos
hasta que surgieron en lengua castellana novelistas “hijos de Don Quijo-
te”. En la lengua de Cervantes no hubo descendientes del Quijote hasta
la llegada de esa pléyade de novelistas latinoamericanos del siglo XX,
que va desde Carpentier hasta García Márquez y Fuentes”. (9)

Cada uno de los materiales de los dos libros está precedido por
una ilustración del Quijote, seleccionada entre las que se hicieron
desde el siglo XVII (Jérome David) hasta el siglo XX (Salvador
Dalí), y una página de título con una viñeta que utiliza un detalle
de la ilustración. Este discurso visual organiza el diseño y la mise-
en-page de los dos volúmenes con un propósito claro: demostrar el
condicionamiento cultural de todas las imágenes del Quijote y la
historicidad de nuestro estereotipo. El desarrollo que lleva a la
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imagen estereotipada del Caballero de la Triste figura que hoy te-


nemos, y que aparece sobre todo en las ilustraciones sobre el tema
“Don Quijote leyendo libros de caballería en su estudio”, reunidas
en el tomo Lectores del Quijote, es “producto de la industria edito-
rial franco-alemana del siglo XIX”. Más específicamente, “entre
(Gustave) Doré y la edición parisina de 1884 con dibujos de Jules
Worms, que coinciden con la divulgación de las extraordinarias
ilustraciones de (Adolph) Schrödter para la edición de Leipzig de
1843, esa industria entonces en plena expansión fijó la figura y los
rasgos de los personajes de Cervantes” (374), asumidos luego por
“el cine y (...) las ilustraciones de las ediciones infantiles” en el si-
glo XX.
No es, por tanto, de manera gratuita, por una simple brillante
ocurrencia producto del afortunado azar, que se invita a jóvenes
escritores a seguir escribiendo el Quijote, y se procede a examinar
“las lecturas contemporáneas relevantes” de la novela inmortal de
Cervantes.
Es con todo conocimiento de causa que se mueve a reinventar el
Quijote para nuestro tiempo. A responder para ello a estas tres
preguntas: ¿Cuál es la herencia del Quijote? ¿Cómo se puede legi-
timar una lectura “que pretenda hallar qué hay en el Quijote que
concierna a nuestro presente?” (16) En fin, ¿cuáles son los alcances
de la novela como género? Las respuestas se encuentran disemi-
nadas en los dos volúmenes. Sin embargo, para la primera hay
una respuesta concisa, repetida por lo menos dos veces, la una co-
mo epígrafe del artículo “Carlos Fuentes lector del Quijote
–Cervantes o la crítica de la lectura”, de Rincón (287), y la otra en
el cuerpo del estudio “La invención de la levedad –Milan Kundera
prologuista y lector del Quijote” de Isabel Exner (357). Kundera
escribe a propósito de la novela de Cervantes: “Esta ostensible
despreocupación por la plausibilidad es la inmensa diferencia que
aleja Don Quijote de la novela del siglo XIX –de un Balzac, un Di-
ckens, o un Flaubert– para acercar el libro a un García Márquez,
un Rushdie, un Fuentes, o un Grass.” La segunda pregunta está
contestada a todo lo largo de Lectores del Quijote. Es la base del
proyecto que pone en escena: “Esa nueva lectura del Quijote” que
se intenta legitimar como aquella que busca encontrar los que hoy
nos puede concernir en esa novela, “sólo puede justificarse a partir
de una reflexión crítica sobre nuestra propia localización, sobre el
lugar en donde estamos situados, es decir, del examen crítico que
pregunta cuáles son las experiencias y tradiciones que condiciona-
ron en el pasado las concepciones acerca del Quijote” (16). A lo que
se agrega este otro conocimiento, alcanzado en el siglo pasado: “La
impresión, la distribución en el mercado, la lectura, la crítica son
elementos que no pueden separarse de una obra” (16). En cuanto a
la tercera pregunta, absolverla es tarea conjunta de muchos de los
estudios, en particular los de Hans Jörg Neuschäfer (“Sobre el mé-
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todo de Erich Auerbach”), Timo Berger (“Vladimir Nabokov, autor


del Quijote”), Rincón y de Mojica sobre Fuentes y Borges, lo mismo
que del prólogo y el epílogo “Lecturas y lectores del Quijo-
te”/“Lectores y lecturas del Quijote”. Unida a la cuestión de cuál es
la herencia legítima de la novela de Cervantes, aparece más en
particular en el parangón entre las posiciones de Kundera y de
Harold Bloom (351-360), que hay en el artículo de Exner ya antes
mencionado2.

II

Para las y los especialistas en culturas latinoamericanas, ade-


más del hecho de tratarse de un proyecto internacional desarrolla-
do desde América Latina y patrocinado por instituciones latinoa-
mericanas (Ministerio de Cultura de Colombia, Pontifica Univer-
sidad Javeriana de Bogotá, Instituto de Estudios Sociales y Cultu-
rales Pensar), Autores del Quijote y Lectores del Quijote presenta
otros motivos significativos de interés crítico. En este punto debo
invocar mi propia experiencia docente, pues en el Semestre de ve-
rano de 2005 dicté en la Universidad de Leipzig un Hauptseminar
comparatista precisamente sobre el tema de los lectores del Quijo-
te. Puedo testimoniar por eso que el volumen Lectores del Quijote
no sólo llena exigencias estrictas en cuanto a los “lectores” trata-
dos extensamente (Auerbach, Azaña, Azorín, Bloom, Borges, Cas-
tro, Dostoievski, Foucault, Fuentes, Kundera, Lukács, Maravall,
Nabokov, Ortega, Sklovski, Unamuno), sino que sabe situar, des-
tacar las lecturas latinoamericanas del Quijote practicadas por
Jorge Luis Borges y Fuentes, entre las más relevantes y significa-
tivas realizadas desde la última parte del siglo XIX hasta la ac-
tualidad. En estas dos lecturas las respectivas obras ficcionales
(“Pierre Menard, autor del Quijote”/ Terra nostra) se entremezclan
e intersecan con la obra crítica, histórica y teórico-literaria, e in-
clusive, en el caso de Borges, las silencia para dar paso al final de
su vida a los despliegues del yo lírico.
“Cinco notas sobre Borges y Cervantes” de Sarah de Mojica
(185-219) se presenta en tres registros como un suplemento sub-
versor que metamorfosea y cambia el objeto considerado. Primero,
al nivel del puesto que tiene hoy Borges y dentro del cervantismo,
situándolo en “la encrucijada de propuestas de lecturas” contem-
poráneas, es decir, después de las realizadas por los miembros del
“Club de Amigos de Cide Hamete Benengeli” (como Leo Spitzer,
Helmut Hatzfeld, Harry Levin), encantados con la “autorreferen-
cialidad moderna” que veían en el Quijote (382) y “en el umbral del
cambio de paradigmas teóricos que posibilitan las lecturas poste-
riores” (32). Situándose en ese “puesto privilegiado”, la revisión de
la lectura borgeana del Quijote procede a realizarse, en segundo
nivel, como revisión tanto de las fuentes primarias, es decir, del
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conjunto de los textos cervantinos de Borges (ensayos, ficción, no-


tas, prólogos, discursos académicos, poemas) como de los anterio-
res exámenes de ese corpus, hechos por Julio Rodríguez-Luis
(1988), Leila Madrid (1988) y Ruth Fine (2002). El tercer nivel es
el que permite a la autora ir más allá de las “cuestiones propias
del entorno político argentino” de Borges, en especial el de los años
1970 hasta su muerte hace ya 20 años, incluido el trabajo de duelo
inconcluso que llega hasta El último lector (2005) de Ricardo Pi-
glia, y a la vez entroncar con los resultados más recientes de las
búsquedas internacionales. En este punto de Mojica destaca los
resultados de los trabajos de Edwin Williamson (su conferencia
inaugural de 2005 “Jorge Luis Borges, lector del Quijote”, la bio-
grafía literaria de 2004 Borges. A Life), y la línea-pos (Foucault,
Derrida, Deleuze, Barth, Fokkema, Jauss, Rincón) ahora articula-
da por Hans Ulrich Gumbrecht a propósito de Borges y el canon
(“About a Post-Metaphysical Reading of Borges and the Form of
Thinking”, 2004).
De Mojica sigue a Williamson para diferenciar tres etapas de
“la evolución del interés permanente de Borges por el Quijote y las
concepciones que se hace de esta novela” (196). En la primera, en
la etapa vanguardista y luego nacionalista de Borges, Cervantes es
el “modelo de autor/héroe/dios”. Hacia 1924 la ambición de Borges
es hacer para Buenos Aires lo que había conseguido en 1922 Joyce
con Dublín: “fundar un omphalos” (200), el ombligo griego (anti-
guo) del mundo, en un poema épico o en una novela capaces de
crear, como Ulysses, una mitología, de constituirse en el (moderno)
clásico argentino para construir la nación. Este propósito toma ha-
cia 1930 los rasgos del proyecto de una narración en prosa o una
novela, “lo que suscita una reflexión sobre la realidad”. El ejemplo
de Cervantes pasa así a enseñarle a Borges “lo decisivo: la ‘magia’
de contar un relato” (200). 1939 marca la fecha clave de la segunda
etapa, cuando Borges tiene que abandonar por irrealizable para él
el proyecto de novela que no ha conseguido escribir –Norah Lange
lo rechaza definitivamente después de una relación de diez años–,
debe reescribir la novela de su padre y emplearse en la biblioteca
Miguel Cané. “Pierre Menard, autor del Quijote”, “nota necrológica
con fecha, indicación de lugar, pero sin firma” (216) señala enton-
ces el cambio hacia “una concepción más modesta del autor como
lector” (196)3. A la primera etapa corresponden ensayos como “El
arte narrativo y la magia” y “La postulación de la realidad”. A la
segunda, intentos de interpretación totalizadota del Quijote, cen-
trados en la distinción de Edwin Muir (1923) entre “novels of cha-
racter” y “novels of action”, para acabar haciendo del Quijote “la
primera novela psicológica” y establecer la calidad de “la voz de
Cervantes” en su novela. Pero ya entonces “la estética de Borges
en términos de metaficción tendrá que ver (...) con su relación con
Cervantes” (187). En la tercera etapa, ya completamente ciego,
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Borges “deriva hacia una concepción casi mística de su escritura”


(197). Es la fase del retorno a la poesía y de la concepción del au-
tor/soñador, y aquí de Mojica enfoca sobre todo el poema “España”
de El otro, el mismo (1964).
De Mojica insiste en demostrar que no sólo en la segunda etapa
Borges “sigue absorbido por aquellas lecturas del Quijote de Azorín
y Unamuno que fueron dominantes en su primera juventud” (204).
Subraya que a lo largo de su vida mantuvo “un acervo de posicio-
nes románticas tradicionales” que, a pesar de haber escrito “Pierre
Menard, autor del Quijote”, o precisamente por eso, se expresan,
por ejemplo, en la identificación Don Quijote-Cervantes. Sin em-
bargo, en “Magias parciales del Quijote” Borges enfoca, “en parte”,
“el planteamiento de la ficción consciente de sí misma” (208). Se-
gún la autora “vemos en el desarrollo de su argumento un asomo a
las cuestiones de diseminación, autorreflexividad y metaficción (...)
un atisbo que Borges no resuelva en concepto (...)” (212). Borges no
conseguiría “proponer un concepto de metaficción” en sentido críti-
co “porque ha preferido sostener la tesis equivocada a nuestro mo-
do de ver, cuando afirma que el ‘plan’ de la novela ‘le vedaba lo
maravilloso’ a Cervantes, Autor-Dios” (213). Lleva así a conclusión
una tesis de Julio Rodríguez-Luis, a quien de Mojica cita: la prefe-
rencia de Borges “por la Segunda parte sobre la Primera parte del
Quijote como aquélla donde ‘lo mágico’ halla más campo donde de-
sarrollarse se basa, sin embargo, en una confusión, pues lo que
Borges llama ‘fantástico’ en el Quijote de 1615 no es producto del
amor de Cervantes por lo sobrenatural y por la aventura, sino de
un interés, autorreflexivo, metaliterario, en la escritura de ficción”.
(214). La conclusión propiamente tal del ensayo sobre las relacio-
nes Cervantes-Borges la fija así la autora: “Lo digno de resaltar y
celebrar es que de las ruinas de esas equivocaciones (de Borges)
surge, sin embargo, uno de los diálogos más cargados de nuevos
sentidos sobre el arte de contar historias, un arte que Borges con-
sidera se ha de aprender en el Quijote” (213).

III

“Carlos Fuentes lector del Quijote –Cervantes o la crítica de la


lectura” de Carlos Rincón (257-296) se distingue de acercamientos
anteriores a la relación entre el ensayo Cervantes o la crítica de la
lectura y Terra nostra como lecturas del Quijote, realizados por
Javier Herrero (1979), Djelal Kadir (1981), Lanin A. Gyurko
(1982), Bernard Fou (1987) o Stephan Leopold (2003), por adoptar
como perspectiva “un procedimiento genealógico”, dado el “marca-
do carácter anticipatorio” (258) que constata en esos textos de
Fuentes. Son resultado de un periodo de extraordinaria creativi-
dad y grandes consecuencias. Rincón sitúa esos textos dentro de
una etapa del trabajo de Fuentes en que “llegó a convertirse, den-
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tro del marco de la constitución de una sociedad civil internacio-


nal, en principal protagonista latinoamericano del diálogo cultural
con los Estados Unidos, los países de Europa Occidental, y grupos
intelectuales emergentes de algunos de los países socialistas”
(260). Le permitió llegar así a la situación descrita por Edward
Said en 1993: los movimientos pos y el debate sobre posmoderni-
dad y modernidad, dieron lugar a movimientos “que se cruzan en
un fascinante espacio cosmopolita, animado por escritores de re-
nombre internacional como Salman Rushdie, Carlos Fuentes, Ga-
briel García Márquez, Milan Kundera, quienes intervienen de ma-
nera decisiva en esta reflexión no sólo como novelistas sino como
articulistas y ensayistas” (260-261).
El punto de partida de Fuentes en su innovativa recep-
ción/lectura del Quijote lo ve Rincón en la pregunta: ¿en dónde re-
side la fuente de autoridad para narrar en que se basa la ficción en
el Quijote?4 La aproximación teórico-metodológica genealógica “al
distanciar el panorama cultural del presente, distinguir los cami-
nos por los que ha llegado a ser e interrogarlo en sus condiciones
contingentes”, resulta para él la pertinente para “el análisis y pro-
blematización” de los textos cervantinos del escritor mexicano.
Pues permite “tanto determinar sus precondiciones de manera ma-
tizada como calibrar con precisión el carácter innovador de la lec-
tura del Quijote que hizo Fuentes”, con inclusión de “cuestiones
decisivas de autoridad y legitimación literaria y cultural” (261). Al
mismo tiempo, entre “las precondiciones generales de la lectura
del Quijote que realizó Fuentes con Terra nostra y Cervantes o la
crítica de la lectura”, Rincón destaca en Fuentes su “muy tempra-
no interés” por el corpus de los discursos pos –al que se asimilan y
en el que se incluyen sus propios textos–, con “el cambio de hori-
zonte, problemáticas e instrumentarium intelectual precipitado
con ese corpus” (265).
Como paso preliminar en su estudio Rincón examina la “muta-
ción de la ficción histórica”, en su paso de la novela histórica mo-
derna, con Absalom, Absalom! (1936) de William Faulkner como
“prototipo” o las posibilidades modernas de “historia alternativa”
(Virginia Woolf, J.R.R. Tolkien), a la “representación metaficcional
del pasado” de novelistas posmodernos (John Barth, Thomas Pyn-
chon). Es “en la estela de esas metaficciones, dándole centralidad a
Don Quijote y a Cervantes (...) como Terra nostra alcanza valor pa-
radigmático” (269). O dicho en términos de Brian McHale, citado
por Rincón, que Terra nostra es “junto con Gravity’s Rainbow
(1973) de Pynchon, uno de los textos paradigmáticos de la escritu-
ra posmoderna, literalmente una antología de temas y recursos
posmodernos” (258-259). A esto Rincón agrega dos elementos cla-
ves: la atención que Fuentes concede desde los 1970 al “ascenso del
paradigma de la memoria hasta llegar a hacer de él, (...) tema re-
estructurador de la investigación histórico-cultural” (269), lo mis-
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mo que a “la investigación de las estructuras narrativas que son


comunes a la ficción y a la historiografía” (270).
La imagen del iceberg, con su cima visible y las tres cuartas
partes de su volumen por debajo de la superficie, la sirve a Rincón
para estructurar el resto de su estudio. A la parte invisible del ice-
berg pertenecen en las posiciones de Fuentes tres elementos. El
primero que se destaca es, obviamente, sus relaciones con el deba-
te teórico sobre la cuestión de la lectura, desarrollado cuando se
consiguió desvanecer, bajo los efectos de la historización y la des-
construcción, “el intento de fundamentar en la ‘literalidad’ una no-
ción metahistórica y transcultural de la literatura” (271). Rincón
hace una revisión general de las principales posiciones planteadas
en él (Roland Barthes, Reader Response Criticism, Wolfgang Iser,
Umberto Eco y sus tesis de 1979 sobre “il lettore modello”), como
paso previo a un señalamiento. Para formular el enunciado “Cer-
vantes o la crítica de la lectura” no bastaba “con desplazar el foco
del acto crítico poniéndolo en el lector” (273). Era necesaria tam-
bién la “familiaridad” de Fuentes con la “investigación histórico-
literaria y filológica” sobre el Quijote, posterior a Les mots e les
choses (1966) y al 350 aniversario de la muerte de Cervantes, a
partir de experiencias y posiciones muy específicamente latinoa-
mericanas. Esos dos temas forman parte también de la parte invi-
sible del iceberg.
Entre las “circunstancias latinoamericanas de los años cuaren-
ta” que le permiten escapar a Fuentes de la repetición de las rela-
ciones tradicionales consagradas en España –“monumentalización,
thesaurización erudita cervantista, espejamiento o iconoclastia con
don Quijote y Cervantes” (274)–, Rincón destaca, por un lado, la
presencia en México de los transterrados españoles, uno de aque-
llos grandes hechos políticos que lleva a la superación de los trau-
mas mexicanos respecto a España. Manuel Azaña, Américo Cas-
tro, Marcel Bataillon se leen en América Latina y no en España en
los 1940 y 50. Por otro, “dos experiencias literarias concomitantes
absolutamente exclusivas” que le permiten a Fuentes “especificar
su experiencia del tiempo ‘histórico’ y de la literatura” (274). A di-
ferencia de los escritores reunidos en torno a revistas como Oríge-
nes y Mito, y de los propios escritores argentinos, hay en Fuentes
una recepción tempranísima de “Pierre Menard, autor del Quijo-
te”. La otra es el conocimiento de DQ de Rubén Darío, que circuló
desde los cuarenta en copias de mimeógrafo antes de ser reeditado,
donde aquél “adopta la reacción típica del intelectual poscolonial”
(275) frente a España vencida por los Estados Unidos.
El tercer elemento de la parte oculta del iceberg es el conoci-
miento detallado por parte de Fuentes del estado de las artes en
los estudios cervantinos y sobre el Quijote, entonces también en
mutación. Al replanteamiento de la pregunta por las relaciones en-
tre “la vida y los libros, la vida y la literatura en Don Quijote”
246 ELLEN SPIELMANN

(276), lo que posibilitó explicar “la identificación irónica de la no-


vela como ‘historia’”, y a la inclusión paródica “dentro de una com-
pleja red de instancias autoriales superpuestas, del historiador
arábigo Cide Hamete Benengeli” (276), se unió la distinción es-
tructural entre episodios, aventuras y novelas y entre conversacio-
nes, debates y diálogos en el Quijote. Fuentes supo conceder tam-
bién toda beligerancia teórica (y ficcional) a los conceptos de car-
navalización y polionomasia (Mijail Bajtín, Julia Kristeva), y a la
cuestión de la representación como problema estético y político,
planteado con su reflexión sobre el Quijote por Michel Foucault.
La punta del iceberg abarca bases, motivos, métodos y objetivos
que animan el proyecto cartográfico de Cervantes o la crítica de la
lectura, involucrados en el punto de partida que adopta Fuentes.
Refiriéndose a las dos caras de la problemática, Rincón la resume
así: “la imposibilidad de Alonso Quijano de abrir con su lectura el
espacio de lo ficticio” y “la apropiación por parte de Alonso Quijano
del mundo de los libros de la época, de acuerdo con un modelo úni-
co de lectura (...) que excluye la diferencia entre los campos de sig-
nificados y sentidos, con reglas propias para cada uno de ellos, y
por lo tanto de la diferencia entre la historia y la poesía” (280-281).
El trazo propiamente dicho del mapa de las lecturas que distingue
en la novela de Cervantes, producto de la notoria “capacidad críti-
ca” de Fuentes, se apoya en “la metáfora de los niveles”, tomada de
la descripción lingüística y del análisis estructural de los relatos.
Al nivel de ser dueño de “las lecturas previas que le secaron el se-
so” y de ser “dueño de las palabras del libro”, el encerramiento
unilateral de don Quijote “en el imaginario de los libros de caballe-
ría, asimilado al mundo cotidiano” (283), es el soporte de la “loca
lectura” de los libros y del libro del mundo que realiza. “Partici-
pante del mundo de los libros impresos, practicante de la lectura
solitaria”, Alonso Quijano los equipara:
con el ‘como si’ ficcional de la ilusión teatral o en la representación na-
rrativa, algo debe ser tomado no por lo que designa sino como si fuera lo
que designa (...) la discrepancia entre la imposibilidad de don Quijote
para reconocer la representación ficticia y acatar la ilusión teatral, y
nuestra propia capacidad como lectores para realizar el ‘como si’ ficcio-
nal, da lugar para Fuentes a un nuevo nivel de lectura” (283).

Esos tres primeros niveles que distingue Fuentes remiten “a la


capacidad de la novela y de lo ficticio de poner en cuestión las pre-
tensiones de validez de una verdad única y absoluta, y a la estabi-
lización de una subjetividad moderna capaz de realizar en la lectu-
ra de impresos la diferencia discursiva entre historia y ficción
(283). A la “autorreflexión de Don Quijote” y “la metaficción como
paradoja: el juego de la ficción sobre la ficción en una ficción que se
presenta como historia”, remiten los otros niveles de lectura que
Fuentes establece. Lo que Rincón llama “el autodevelamiento de la
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ficcionalidad de la novela, su puesta en escena demostrativa como


ficción”, o “el poder de redoblarse y de incluir en su texto la dise-
minación de sus lecturas”, exige una lectura que “depende direc-
tamente de la imprenta. Esta substituye al cuerpo (del juglar o del
actor) en la constitución de sentido, por la relación entre lo impre-
so y el lector, de modo que la literatura se sitúa en el límite entre
la ficción y las necesidades de la vida cotidiana. (...) El error de don
Quijote está así redeterminado: es llevar su cuerpo por encima del
límite que supone la lectura de ficción” (285). “Ficción” que como
tal sólo cobra existencia propia y autónoma en las letras mundia-
les modernas con Don Quijote, que las inaugura de esa manera.
Es por ese camino cómo el arte narrativo puede explorar sus
“incertidumbres”, jugar “abiertamente con sus límites” concernido
como está, escribe Milan Kundera, por la experiencia del mundo y
la mirada sobre él. Es así como Fuentes puede a su vez “proceder a
leer el Quijote en tanto posibilidad de crítica de la lectura de Alon-
so Quijano, de las lecturas de los lectores de Don Quijote, incluidos
nosotros mismos, y como aprendizaje de la lectura de nuestro
mundo” (287). Este “aspecto central” de la lectura propuesta por
Fuentes hace que éste vincule a un nuevo nivel, afirma Rincón,
“metaficción” y “sistema del simulacro”, en forma tal que la expe-
riencia de la aporía en la lectura que así se precipita se conjugue
con el proceso de “desencantamiento” (la vuelta a la razón) de Don
Quijote.
Fuentes consiguió de esa manera, según Rincón, agregar un
sentido más al concepto de crítica, y amplió el concepto de lectura
incluyendo en él “las dimensiones en que se reparó más tarde con
ayuda de una “ficción crítica”, la que se designó con el nombre de
lector ideal, situado en el plano de lo deseable. Ese “lector ideal”,
sin embargo, “tiene que escindirse obligatoriamente” en Fuentes,
para ponerse bien sea del lado del “autor” o del lado del “crítico”.
La teorización de Fuentes construye, más propiamente, un modelo
del “lector ideal” autorial o “lector ideal” crítico, como espejos en
que Cervantes “lectura de todos” y Joyce “escritura de todos”, se
reflejarían mutuamente (291-292). Rincón sitúa de ese modo la
lectura del Quijote practicada por Terra nostra y Cervantes o la
crítica de la lectura con alcances anticipatorios no sólo dentro del
proceso “en el que la crítica literaria se transformó en crítica cul-
tural”. Por la “radicalidad de la reflexión sobre los poderes y la au-
toridad de la literatura y la cultura que articula”, la considera “un
hilo en la problematización del estatus de lo literario y la lectura
en la época del Quijote, así como también en nuestros días” (293).

IV

“No dejarse intimidar por la clasicidad del Quijote” (274) es la


fórmula muy brechtiana con que Rincón resume la actitud inicial
248 ELLEN SPIELMANN

de Fuentes. Yo diría que es ella precisamente la que les permite a


Borges y a Fuentes escribir textos clásicos de la posmodernidad,
como “Pierre Menard, autor del Quijote” y Terra nostra, y desarro-
llar su labor de leer críticamente, contribuyendo de manera decisi-
va a rescatar a Cervantes y a Don Quijote de una cárcel. Goytisolo
la describe así: “de su largo y cruel cautiverio en manos de los teo-
rizadores del ‘alma española’, y del gremio camorrista y puntillosos
de sus ‘especialistas’” (211).
Varias veces recurre la cuestión del amor en estos dos volúme-
nes: “Así como sólo Alonso Quijano ama más la lectura que Don
Quijote, sólo Miguel de Cervantes ama más a sus lectores que el
‘Saavedra’ de la novela” (16). Se habla del “amor/odio con España”
de Borges (193-194), y hay quien dice que “Borges quisiera poder
amar tanto a sus lectores como Alonso Quijano ama la lectura”
(196). Yo encuentro, sin embargo, un detalle que revela de manera
palpable con cuánto “amor” de “hijos de Don Quijote” han sido pre-
parados estos volúmenes por sus editores. Un detalle que no sólo
rima con el “prefeminismo” de Cervantes (174) a que alude Neus-
chäfer, pues resulta justicia póstuma, y a la par juego y homenaje
“amoroso”. El prólogo “Lecturas y lectores del Quijote” está dedica-
do “A Catalina, Constanza, Andrea y Magdalena”; “A Leonor”, el
epílogo “Lectores y lecturas del Quijote”. Esos cuatro primeros
nombres de pila no son otros que los de “las Cervantes”, como las
llamaban despectivamente los vecinos maledicentes para darle a
sus personas el retintín público de la mala fama. Son las mujeres
de la familia que viven en la misma casa con Cervantes, mientras
él escribe la primera parte del Quijote. “Leonor” es el nombre de la
madre de Miguel de Cervantes, quien adoptó su apellido. Lo más
notable de todo, aquí como siempre, son las exclusiones. Los edito-
res han sabido dejar por fuera de sus dedicatorias el nombre de la
ambiciosa, arribista, desagradable y desagradecida, insufrible hija
legítima de Don Miguel, de cuyo nombre no quisieron acordarse.

NOTAS:
1. El contenido de los volúmenes es el que sigue. Autores del Quijote : Carlos
Fuentes, “Elogio de la incertidumbre”; Lina María Pérez, “El fisgón imperti-
nente”; Theobaldo A. Noriega, “Caballero de la fe”; Jaime García Maffla,
“Para don Quijote, (Ad Libitum)”; Antonio Ungar, “Sueños de Dulcinea”;
Gloria Guardia, “Sobre las mil zarandajas que...”; Hugo Chaparro Valde-
rrama, “El sueño de Cide Hamete Benengeli”; Ricardo Silva Romero, “San-
cho Panza ha perdido a su bestia”; Enrique Serrano, “Carta de Sansón Ca-
rrasco a don Quijote”; Efraim Medina Reyes, “De cómo Dulcinea intenta re-
volcarse con Sancho en su establo”; Juan Manuel Roca, “Capítulo que trata
de la carta enviada por Funes el memorioso a don Lorenzo de Miranda”; Ri-
goberto Gil Montoya, “Quiteria, Basilio y Camacho el rico en pliegues de ar-
tificio y traza”; Carolina Sanín, “Una muy hermosa doncella en traje de va-
rón”; Juan Gabriel Vásquez, “La paradoja de don Álvaro Tarfe”; Andrea Co-
BORGES Y FUENTES, AUTORES Y LECTORES DEL QUIJOTE 249

te, “Transcripción del fragmento de una crónica de salón, escrita en Bogotá


en 1905, a propósito de la velada en conmemoración de los trescientos años
de la publicación de don Quijote de la Mancha”. Lectores del Quijote. Con
una “Introducción”: “Lectores y lecturas del Quijote” y un “Epílogo” “Lectu-
ras y lectores del Quijote”. César Valencia Solanilla, “La psicología quijotes-
ca en Dostoievski”; Svetlana Marr, “Addenda. Acerca de cómo la mentira
busca mantenerse a través de la mentira”; Friedrich Wolfzettel, “De símbolo
nacional a mito literario de la nación. Funciones del Quijote en España en-
tre el romanticismo y la generación de 1898”; Teobaldo Noriega, “El Quijote
de Unamuno: Una lectura apasionadamente humana”; Carlos A. Castrillón,
“José Ortega y Gasset: La plenitud del Quijote”; Carmen Millán de Benavi-
des, “Encariñados con el engendro: Américo Castro y sus lecturas del Quijo-
te”; Hans Jörg Neuschäfer, “Sobre el método de Erich Auerbach y Don Qui-
jote”; Sarah de Mojica, “Cinco notas sobre Borges y Cervantes”; Beatriz Pan-
tin, “El historiador y el exorcista. El Quijote entre utopía y contrautopía se-
gún José Antonio Maravall”; Carlos Rincón, “Carlos Fuentes lector del Qui-
jote-Cervantes o la crítica de la lectura”; Timo Berger, “Vladimir Nabokov,
autor del Quijote”; Patricia Trujillo, “Una novela canónica: el Don Quijote de
Harold Bloom”; Isabel Exner, “La invención de la levedad –Milan Kundera
prologuista y lector del Quijote”. Las portadas y la mise-en-page son del di-
señador Julián Zalamea. Todas las cifras entre paréntesis, salvo indicación
expresa, remiten al segundo volumen.
2. La posición crítica de gran interés que hay en ese parangón, se complemen-
ta con el artículo de Patricia Trujillo, “Una novela canónica: el Don Quijote
de Harold Bloom“ (327-339).
3. Están por investigarse en detalle las actitudes de Borges ante novelas que
se inspiraron en ese mismo propósito, como Adán Buenos Aires (1945) de
Leopoldo Marechal, que muy seguramente leyó, o que lo lograron como Cien
años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez, “el nuevo Quijote de la
literatura en lengua española” según Giangiacomo Feltrinelli (21), que Bor-
ges sólo pudo oír o leer por fragmentos.
4. Posteriormente Fuentes hace de ese tema una constante de su reflexión. Así
se aprecia en “Elogio de la incertidumbre”, su Discurso de 2005 al recibir el
doctorado honoris causa de la Universidad de Castilla-La Mancha, que apa-
rece como prólogo de Autores del Quijote (15-19), y en el discurso de inaugu-
ración en septiembre de 2005 del Primer Festival de Literatura de Berlín.
Véase Berliner Literaturfestival 2005, Berliner Festspiele (2005).
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