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Las catapultas de la

desigualdad
MARTA LAUDANI·LUNES, 18 DE DICIEMBRE DE 20171 vez leída

Por desconocidas o por edulcoradamente metamorfoseadas, por eludidas o por


alevosamente ocultadas, por evitables o por inesperadas, las razones que
expulsan fuera de sus territorios de origen a miles de personas son la vergüenza
de una cultura, de una sociedad, de un país. Son la expresión de su impotencia
como sociedad o de la inoperancia gubernamental -que generalmente son lo
mismo- cuando fueron razones previsibles y evitables. Entonces se ponen a
funcionar "las catapultas de la desigualdad" del dolor, de la injusticia, de la
inequidad económica, política, religiosa o social con aquellos que presentan algo
de resistencia, un poco de espíritu, con un manojo de sueños o de ideas que no
están dispuestos a claudicar y paradojicamente se suben a las naves para no
naufragar.

Y suben a esas naves generalmente los dos extremos de esa sociedad, los mas
valientes que no se resignan y los mas cobardes que huyen, los que se van para
preservar lo que defienden y los que se preocupan del propio ombligo y del tener
mejor. Y a nadie le corresponde ser juez pero a todos nos corresponde ser parte.

La inmigración finisecular decimonónica o post guerras mundiales fueron


pintadas como el perfecto proceso civilizadotorio para aumentar la base
demográfica. La inmigración romántica. Obviando o enviando al rincón del
relato los enormes conflictos sociales que as originaron y los que por ella se
sucedieron. Retratados como el grupo de románticos aventureros olvidan pintar
en ese cuadro las razones de las partidas ex profeso.

Tal vez porque hacerlo sea reconocer que los países expulsores crecieron y se
recompusieron porque tuvieron que repartir entre menos y porque los de afuera
mantenían o colaboraban con los de adentro. Pensar en las realidades del proceso
migratorio sea equipararlo indiscutiblemente con la inmigración actual a la que
rechazan, desprecian y condenan. ¿Qué diferencia sustancial puede haber entre
una chica paraguaya que trabaja por horas y una francesa que trabajaba de
modista, entre el chino del minimercado con el gallego del almacén, entre la
verdulería de los bolivianos y la tintorería de los japoneses, entre el turco
vendedor de chucherías y el senegalés que vende relojes y bijou?

Pocas diferencias. Mas miedos que razones para alabar a unos y condenar a otros.
Fronteras abiertas ayer, hoy y siempre. Porque donde sobra gente, lo que falta es
humanidad

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