La Liga de los Pelirrojos Al entrar en su habitació n, encontré a Holmes en
animada conversació n con dos hombres, uno de los
(parte 4) cuales identifiqué como Peter Jones, agente de policía, mientras que el otro era un hombre alto, delgado, de cara triste, con un sombrero muy lustroso y un abrigo abrumadoramente respetable. En el capítulo anterior: —¡Ajá ! Nuestro equipo está completo —dijo “Este asunto de Coburg Square es muy grave. Holmes, mientras se abotonaba su chaqueta y tomaba — ¿Por qué es grave? del perchero su pesada fusta—. Watson, creo que ya conoce al señ or Jones, de Scotland Yard. Permítame — Se está preparando un delito importante. Tengo que le presente al señ or Merryweather, quien será motivos para creer que llegaremos a tiempo de nuestro acompañ ante en la aventura de esta noche. impedirlo, pero que hoy sea sábado complica las cosas. Tal vez necesite de su ayuda esta noche. —Ya ve, doctor, otra vez vamos a cazar en parejas —dijo Jones con su habitual tono serio—. Nuestro — ¿A qué hora? amigo aquí presente es maravilloso, para organizar cacerías. Solamente necesita un perro viejo que lo —A las diez estará bien. ayude a encerrar a la presa. —Estaré en la calle Baker a las diez. —Espero que al final no resulte que hemos cazado —Muy bien. Y le aviso, doctor, que puede haber algo un ganso salvaje —comentó el señ or Merryweather de peligro, así que tenga la amabilidad de ponerse en el sombríamente. bolsillo su revólver del Ejército. —Puede depositar una considerable confianza en el Me saludó con un gesto de la mano, dio media vuelta señ or Holmes, caballero —dijo el policía con orgullo y en un instante desapareció entre la gente.” —. Tiene sus métodos un poco especiales, que son, si me permite decirlo, un poquito demasiado teó ricos y fantasiosos; pero tiene madera de detective. No Confío en que no soy má s tonto que cualquiera de exagero si digo que en una o dos ocasiones, como en mis vecinos, pero en mi trato con Sherlock Holmes aquel caso del crimen de Sholto y en el del tesoro de siempre me sentía agobiado por la percepció n de mi Agra, se acercó má s a la verdad que las fuerzas propia estupidez. Aquí había oído lo mismo que él policiales. había oído, había visto lo mismo que él había visto, y —Oh, si usted lo dice, señ or Jones, estoy de acuerdo sin embargo, a juzgar por sus palabras, era evidente —aceptó el desconocido—. Igualmente, confieso que que él sabía con claridad no solo lo que había extrañ o mi partida de naipes. Es el primer sá bado en ocurrido, sino también lo que estaba por ocurrir, veintisiete añ os que falto a mi partida. mientras que para mí todo el asunto seguía siendo confuso y grotesco. Camino a mi casa en Kensington, —Creo que comprobará —dijo Sherlock Holmes— lo repasé todo en mi mente: desde la extraordinaria que esta noche jugará con las apuestas má s altas de historia del pelirrojo copiador de la enciclopedia su vida y que el juego será má s apasionante. Para hasta la visita a Coburg Square y las inquietantes usted, señ or Merryweather, la apuesta será de unas palabras con las que Holmes se había despedido de treinta mil libras; y para usted, Jones, será el hombre mí. ¿Qué era aquella expedició n nocturna, y por qué al que tanto desea atrapar. yo tenía que ir armado? ¿Adó nde íbamos y qué —John Clay, el asesino, ladró n, estafador y íbamos a hacer? Holmes me había dado la pista de falsificador. Clay es un muchacho joven, señ or que aquel imberbe empleado del prestamista era un Merryweather, pero ya está en la cumbre de su hombre formidable… un hombre implicado en un profesió n y preferiría ponerle las esposas a él antes juego importante. Traté de descifrarlo, pero terminé que a ningú n otro criminal de Londres. Un tipo rindiéndome, decepcionado, y decidí dejar de pensar notable, el joven John Clay. Su abuelo fue un duque de en la cuestió n hasta que la noche aportara alguna sangre real; y él estudió en Eton y en Oxford. Su explicació n. cerebro es tan há bil como sus dedos y aunque A las nueve y cuarto salí de casa, crucé el parque y encontramos rastros suyos a cada paso, nunca recorrí la calle Oxford hasta llegar a la Baker. Dos sabemos dó nde encontrarlo a él. Una semana puede carruajes esperaban en la puerta y al entrar en el robar una caja fuerte en Escocia y a la semana vestíbulo escuché voces arriba. siguiente recaudar fondos para construir un orfanato en Cornualles. Llevo añ os siguiéndole la pista y jamá s El solemne señ or Merryweather se instaló sobre un pude verlo frente a frente. cajó n, con cara de ofendido, mientras Holmes se arrodillaba en el suelo y, con ayuda del farol y de una —Espero tener el placer de presentá rselo esta lupa, empezaba a examinar minuciosamente las noche. Yo tuve también uno o dos pequeñ os roces rendijas que había entre las losas de piedra. Pareció con el señ or John Clay y estoy de acuerdo en que se quedar satisfecho en pocos segundos, pues se puso de encuentra en la cumbre de su profesió n. Pero ya son nuevo en pie y guardó su lupa en el bolsillo. má s de las diez y es hora de que nos pongamos en marcha. Ustedes dos tomen el primer carruaje, —Tenemos al menos una hora —dijo—, porque Watson y yo los seguiremos en el segundo. difícilmente puedan hacer nada hasta que el bueno del prestamista se haya ido a la cama. Entonces no Sherlock Holmes no se mostró muy comunicativo perderá n ni un minuto, pues cuanto antes hagan su durante el largo recorrido; se quedó tumbado en su trabajo, má s tiempo tendrá n para escapar. En este asiento del coche mientras tarareaba las melodías momento estamos, doctor, como sin duda habrá que había escuchado por la tarde. Avanzamos adivinado, en el só tano de la sucursal del centro de traqueteando por un interminable laberinto de uno de los principales bancos de Londres. El señ or callejuelas iluminadas con faroles, hasta que Merryweather es el gerente general y le explicará las emergimos en la calle Farrington. razones por las que los delincuentes má s atrevidos de —Ya estamos cerca —comentó mi amigo—. Este Londres se interesarían tanto en su só tano por estos Merryweather es un gerente de banco y el asunto le días. interesa de manera personal. También me pareció —Es nuestro oro francés —susurró el director—. conveniente que nos acompañ ara Jones. No es mal Hemos tenido varios avisos de que podrían intentar tipo, aunque es un completo imbécil en su profesió n. robarlo. Sin embargo, posee una virtud: es valiente como un bulldog y tenaz como una langosta cuando cierra sus —¿Su oro francés? —Sí. Unos meses atrá s decidimos pinzas sobre alguien. Ya llegamos, nos está n reforzar nuestras reservas y por este motivo pedimos esperando. prestados al Banco de Francia treinta mil napoleones de oro. Se supo la noticia de que no tuvimos tiempo Nos encontrá bamos en la misma calle concurrida en de desembalar el dinero y de que este se halla aú n en la que habíamos estado a la mañ ana. Despedimos a nuestra bó veda. La caja sobre la que estoy sentado nuestros carruajes y, siguiendo la guía del señ or contiene dos mil monedas de oro empaquetadas Merryweather, nos metimos en un estrecho callejó n y entre lá minas de plomo. En estos momentos, entramos por una puerta lateral que él nos abrió . nuestras reservas en metá lico son mucho mayores Adentro había un corto pasillo que terminaba en una que lo que se suele guardar en una sola sucursal y los pesadísima puerta de hierro. También esta fue directores se sienten intranquilos por esta cuestió n. abierta, y llegamos a una escalera de caracol con peldañ os de piedra que bajaba hasta otra puerta —Tienen muy buenas razones para sentirse así — formidable. El señ or Merryweather se detuvo para replicó Holmes—. Y ahora es el momento de poner en encender un farol y luego nos condujo por un pasillo orden nuestros pequeñ os planes. Calculo que en oscuro que olía a tierra y así, tras abrir una tercera menos de una hora se desencadenará todo. puerta, llegamos a una enorme bó veda o bodega, Entretanto, señ or Merryweather, debemos tapar el repleta de grandes cajas y cajones. farol. —Ustedes no son muy vulnerables por arriba — — ¿Y quedarnos a oscuras? comentó Holmes, mientras sostenía el farol en alto y miraba sobre su cabeza. —Me temo que sí. He traído en mi bolsillo una baraja de naipes y pensaba que, puesto que somos —Ni por abajo —respondió el señ or Merryweather, cuatro, iba usted a poder jugar su partida después de golpeando con su bastó n las losas que pavimentaban todo. Pero me doy cuenta de que los preparativos del el suelo—. Pero… ¡no puede ser! ¡Esto suena a hueco! enemigo está n tan avanzados que no podemos —exclamó sorprendido. arriesgarnos a tener una luz encendida. En primer lugar, tenemos que tomar posiciones. Esta gente es —Debo pedirle que no haga tanto ruido —dijo muy osada y, aunque los tomemos por sorpresa, Holmes con tono severo—. Acaba de poner en peligro podrían lastimarnos si no somos cuidadosos. Yo me el éxito de toda nuestra expedició n. ¿Puedo pedirle pondré detrá s de este cajó n y ustedes escó ndanse que tenga la bondad de sentarse en una de esas cajas detrá s de aquellos. Entonces, cuando yo destape el y no interferir? farol y ellos queden iluminados, ustedes rodéenlos de inmediato. Y si disparan, Watson, no tenga reparos en hueco cuadrado por el cual brilló la luz de un farol. derribarlos a tiros. Por el borde asomó un rostro avispado y aniñ ado y luego, con una mano en cada lado del boquete, fue Coloqué mi revó lver, amartillado, encima de la caja impulsá ndose hacia arriba, primero hasta los de madera tras la cual me había agazapado. Holmes hombros y luego hasta la cintura, hasta que una corrió la pantalla negra del frente del farol y nos dejó rodilla quedó apoyada en el borde. Un instante en total oscuridad; la oscuridad má s absoluta que yo después estaba de pie junto al agujero y ayudaba a hubiera experimentado. Tan solo el olor del metal subir a un compañ ero, menudo y á gil como él, con el caliente nos recordaba que la luz del farol seguía ahí, rostro pá lido y el pelo de color rojo intenso. preparada para brillar en el instante preciso. Para mí, que tenía los nervios de punta por la ansiedad, había algo deprimente y siniestro en ••• aquellas sú bitas tinieblas y en el hú medo aire frío de la bó veda. —Solo tienen una vía de retirada —susurró Holmes —, que es regresar a la casa y salir a Coburg Square. Espero que haya hecho lo que le pedí, Jones. —Tengo un inspector y dos agentes esperando delante de la puerta. —Entonces, hemos tapado todos los agujeros. Y ahora, debemos quedarnos callados y esperar. ¡Qué larga pareció la espera! Al comparar notas después, resultó que apenas pasó una hora y cuarto, pero a mí me parecía que había pasado casi toda la noche y que arriba de nosotros ya estaría amaneciendo. Mis piernas estaban doloridas y tiesas, porque no me atrevía a cambiar de postura; pero mis nervios habían alcanzado el límite máximo de tensió n, y mi oído se había agudizado tanto que no solo podía oír la suave respiració n de mis compañ eros, sino que llegaba a distinguir las profundas y pesadas inspiraciones del corpulento Jones y el tono ligero y suspirante del banquero. Desde mi posició n, podía mirar por arriba del cajó n hacia el piso. De pronto, mis ojos captaron el destello de una luz. Al principio fue apenas una débil chispa sobre el pavimento de piedra. Luego se extendió hasta convertirse en una línea amarilla y entonces, sin previo aviso y sin ruidos, pareció abrirse una grieta y apareció una mano: una mano blanca, casi femenina, que tanteó alrededor, en el centro de la pequeñ a zona iluminada. Durante cerca de un minuto, tal vez má s, la mano siguió sobresaliendo del suelo, con sus dedos inquietos. Luego se retiró tan de repente como había aparecido y todo volvió a quedar a oscuras, excepto por el débil resplandor que señ alaba una rendija entre las piedras. Sin embargo, la desaparició n fue momentá nea. Con un fuerte ruido, una de las grandes losas blancas giró sobre uno de sus lados y dejó un