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i i Patumko, Dale tings lt nsdn roore ieee ioe ‘een owed et foe satay [Powel tana 2 uetra Mua I, 1939-1945 - Novela tase (5 90) Noi Aro nor 853.91 od 21 od ‘aisoeses ‘CHP Danco de te Rein Bioteca Las Angel Aran {© 2011, Baleloni Piemme Sp.A,, Corso Como, 15, Sots4 Wallan, IelyIonernaeional Rights © Atlantyea, SpA. Vin Leopardi 8, 20123 Milan, Iealy Metlgrmahesdpateancyente= warwadansyen.com {© 2613, Mensajero, par i edicldy en castellano G de lapresente eaicin, Editorl Norma S.A. 2013 San jos 631, Chcaclde Buenos Altes, Argentina Te Vali di Asche Los personales los nombres y todo lo relaconadg com ellos eee ee we propiedad de Ediatons Plemme SpA y esto. sisson tetenenos pos Aan SA oa SCeidn orginal, Chalguier vein radueuda 0 tdapeacidn Serpe Atay Sp Reserved on jrechoe Reservatos todos los derechor Prot ia ewig tag part de et ob Inpreso en Argentina. Printed in Argentine Primers edie: febrero de 2014 isectora editorial globel: Hinde Pomeraniee ‘Peaducclsn: MM. Leonett Diagramacién: Daniela Coduto Goncccisns Patscta Mogeo Rowco Iastraciones Bleonora Arsoyo 2226505643 ISBN'978.987-545-630.3 A Sofia, Eleonora y Alba. Contenido Prologo Carlo / alia El momento mégico El dltimo dia de escuela Anna no est Los compafieros de Ia escuela éQuign tiene miedo de los judios? La fuga, La partida Hannah y Jacob / Alemania EI miedo Hannah y Rose Nora, Ia rebelde Jacob en la clinica Hannah cuenta las estrellas Emeline / Francia Los postigos azules René La nifia més.sola del mundo Fabien Durand En lugar seguro Dawid / Polonia El violin, Dawid se queda solo El extrafio cortejo de los masicos La mujer de Jan Posnan Tereza La vecina de al lado Agradecimientos 97 109. 123, 133, 141 143 145 151 155 163 169 175 183 Auschwitz sigue estando atin dentro de nosotros. No he dejado de recordar niiun solo minuto todo lo que alll paso, Al principio he intentado contarlo, ero he pavado enseguida. Nuestro deseo mas grande, lo que mds necesitdbamos, era decir a todos lo que pasé allt, pero nos hemos dado cuenta enseguida de que la gente no queria escuchar 9, sobre todo, no se lo podia creer. Goti Bauer (Tomado de Daniela Padoan, Come una rana d’inverno, Borpiani). Prélogo sus casas. Nunca. Desde entonces estos nifios estén también en mis recuerdos, sus historias me miran. Aunque nunca los haya conocido. ‘Un escritor, que se llama Paul Auster, ha escrito que la memoria es un lugar, un lugar ‘eal que podemos visitar. El lugar que conserva Ta memoria de esos nifios y de sus pequefias maletas se llama Auschwitz, y podemos visi- tarlo, Vamos a empezar desde allt. Los nazis construyeron el campo de exter- minio de Auschwitz en fa pequefia cludad de Oswiecim, en Polonia. Era el 22 de mayo de 1940. El campo fue erigido con una sola finali- dad: acabar con los judfos. Exterminarlos. iPor qué? Porque eran judfos. En nuestros dias, el campo de exterminio, que en aleman se dice Vernichtungslager, se ha convertido en un museo. Yo he estado en él. Fs un lugar oscuro... Imagfnate tn lugar donde la alegrfa, las son- risas, los abrazos y las bromas no hayan entra- do nunca. Un lugar en el que ni siquiera el sol, cuando se asoma a las grandes ventsnas de las srentes estancias, consigue hacer desapare- cer Ia gélida oscuridad que ha quedado adheri- da a las paredes y a los techos. La oscuridad ha penetrado, como un potvo sutil, en cada grieta, de Auschwitz. Nunca se ira de allt. En la estancia namero 4 del bloque 5 hay un largo cristal que separa al visitante de miles de malctas amontonadas unas encima de las otras. Una montafia de bolsas vactas, todas diferentes: viejas, rotas, estrechas, anchas, remendadas, de cartén, elegantes, de tela, de piel. ‘Al entrar a este lugar, el visitante se que- da inmévil mirando Ins maletas. En toda ellas aparece escrito un nombre, un apellide y una divecei6n. Las hay pequefias y grandes. Sin embar- 0, no son las dimensiones de ia maleta las que dicen sila esperanza que transportaba era grande 0 pequefia Una esperanza es una esperanza. Punto. Y una maleta es el lugar adecuado para con- servarla. Porque hay sitio para ir, y para vol- ver, Por lo general, ast es como funciona. Sin embargo, no ea asf en esta historia, no es ast con estas maletas, Los soldados nazis robaban a los judfos de sus casas y los sacaban de ellas. Algunos mien- tras dormfan, otros mientras comfan, estu- diaban, jugaban, tocaban algtin instrumento musical... Les decfan que estarfan fuera duran- te mucho tiempo, pero que volverfan a sus casas. A fin de engafiarlos les hacfan prepa- rar una bolsa para el viaje, pero si alguien les preguntaba adénde los llevaban, los alemanes no respondian. iC6mo vas @ preparar una maleta si no sabes adénde vas? No puedes saber lo que te 14 Asf las cosas, los judfos, para no equivocar- se, ponfan un poco de todo en la bolsa: ollas, juegos, zapatos, mufiecas, cuadernos, violines, ropa, dinero, cepillos, papeles, hojas, lépices, colores, forografias, diarios, mantas, pan... Los objetos entrafiables, Ins cosas de uso diario, Las mismas cosas que habrian de poner tam- bién en la maleta en el viaje de vuelta a casa, "a0, poco después, empezaron a com- prender que serfa muy dificil, porque nadie habfa vuelto nunca de aquel viaje. Adolf Hitler decidis que los judfos debian ser exterminados en los campos de concen- tracion. Hitler dijo un dia: El judio es alguien que enve- nena todo el mundo. Si el judio saliera vencedor, serfa el fin de toda la humnidad, con lo que este planeta se quedarla pronto sin vida. Fueron millones los que le creyeron. {Por qué? Porque Hitler dijo a los alemanes que ellos eran el pueblo mas fuerte de la Tierra y, si le obedecfan, dominarfan el mundo. Cerrarén los ojos, inclinaron la cabeza. Obedecieron. 'Y construyeron Vernichtungslager en muchas ciudades de Europa. Y uno de esos campos de exterminio es Auschwitz. Los judios eran llevados en tren a Auschwitz; pero eran trenes “especiales”; no habfa asien- tos como cuando vamos de excursién. Cuando Jo hacemos escuchamos mtisica, leemos y de vez en cuando miramos por la ventanilla para sofiar. No. Los alemanes usaban para los judfos los vagones de mercancfas donde transporta n normalmente a los animales. Las perso- nas debfan permanecer de pis, aferradas unas a ottas, sin agua ni comida, durante dfas. Sin poder bajar, sin poder lavarse, sin poder ir al bafio. Morfan muchos en el tren, porque aquel viaje estaba pensado para que ningu- no de ellos volviera a casa. Sin embargo, los nazis hacfan pagar billete para aquel viaje que era solo de ida. Los que consegufan llegar a Auschwitz baja- ban de los trenes y se encontraban a los nazis, esperdindolos, y los golpeaban y les gritaban. Después fos soldados empujaban a los nifios, las mujeres, los viejos y los hombres que no eran bastante fuertes para trabajar y los metfan en una enorme sala, donde los hacfan desnudar- se explicdndoles que iban a darles una ducha, ‘Antes, sin embargo, les hacfan escribir sus nombres en las maletas para, asf, encontrarlas, después: una dltima maldad de los soldados nazis, que querfan hacer creer a las personas que, después de la ducha, se les restituirfan sts efectos personales. No todos daban crédito a esas promesas, pero de todos modos escribfan sus nombres y apellidos y el lugar de proce- dencia: en cualquier parte que los precipita- ran, deseaban que quedara constancia escrita de que habfan existido. Més tarde, hombres, mujeres y nifios eran introducidos en una estancia donde desde unas pequefias grietas salia un gas que los mataba cn pocos minutos. Fuera, entre tan- to, los alemanes tomaban todo lo que habia en las maletas y se lo quedaban, o bien lo, enviaban a Alemania: no se desperdiciaba nada. Las bolsas vaetas las echaban en un. gran almacén. “Aquellas maletas se encuentran hoy en el bloque 5, detris de un cristal. Y se pueden Icer los nombres, los apellidos, las direcciones escritas por los hombres, por las mujeres y por los nifios que pasaron por allf. De este modo, nadie podré decir nunca que aquellas personas no existieron. Nadie podra hacer desaparecer nunca Auschwitz. Hitler perdis la guerra en 1945. Ahora bien, a pesar de que no fueron exterminados todos los judios, se calcula que murieron més de seis millones (un tetcio de los judfos de Europa). Ademés de ellos, los nazis hicieron perecer en. los campos de concentraci6n a otras diferentes categotias de personas: homosexuales, gitanos, minusvalides, prisioneros de guerra, opositores polfticos... No hay una cifra exacta, pero en. ‘cualquier caso se trata de millones de perso- nhas, entre siete y once, lo que da un total que ‘oscila, por tanto, entre los trece y los diecisie~ te millones, De estas personas han quedado los abjetos que cuentan su vicla pasada: pei- nes, zapatos, ollas, guitarras, juegos, plumas, diarios, camisetas, mutiecas, violines, cabellos, Sombreros, ropa, brochas... ‘Cuando te encuentras en Auschwitz ante ese cristal mirando las maletas abandonadas, casi esperas of las voces, las carcajadas, ver os rostros de los niios. En ciertas ocasiones ino hace falta conocer a las personas para sen- tir su falta; basta con un nombre escrito sobre Ia maleta de un extrafio que partié en un tren para desaparecer. ‘Detras de ese cristal, me ha acontecido oft las voces de Carlo, Hannah, Jacob, Dawid, fmeline... Al principio eran voces descono- cidas y parecfan todas iguales. Sin embargo, aguzando el ofdo, he aprendido a distinguirlas, y ahora ya no me son extrafias. ‘Me gustarfa quitar el cristal, abrir las male- tas con los nombres y buscar Ia esperanza que hha quedado dentro de ellas. Me gustarfa libe- rarla, estoy segura de que volverfa a casa. Italia fon em sit sie El momento magico —i date prisa! EL wen resoplaba como si estuviera cansa- do, Llegaba de Népoles, y hasta Milén falta- ban adn casi ochocientos kilémetros. Eran las seis de la mafiana. Carlo estaba en la Esta- cién Central desde las cinco y media, Su padre, Antonio, era ferroviario y empezaba a trabajar al alba. Con frecuencia se Ilevaba a su hijo los domingos a los trenes. Ahora que le habfan dicho que no podia seguir trabajan- do seguia viniendo igual con Carlo. Un poco, para contentar al nifio y otro poco porque se aburria en casa. Y también un poco porque todavia no se lo crefa. ‘amos, Carlo, ven que llega otro, Carlo sentia pasién por fos trenes. El domin- so nunca se le pasaba levantarse pronto por la Fuafiana pata seguir a su pace af trabajo, Loe dias que haba escuela, sin embargo, le supe: fa un tormento levantarse. Y peta que lo despereaban mas tarde que cuando debla ira ver los tenes con mt paps, pero ern completa: mente distints, Clertamente, era difel hacetle comprender, sabre todo para su mama “Mamé, es verdad, cuando tengo que ie con papa no me siento tan mal le decta Car. Joa su madre cuando esta perdi fa pactencla ilamdndoto cada vex “Tenia sueio por todas partes: dentro de los ojos, dentro de la cabera, en las plernass no Conseguta sacudirselo hasta que legaba a Ia escuela y veta n Anna, que tenta nueve afios y lamirada stempre fja en el Todos dectan auc eran novios. Carlo se ponta rablose y deefa que no era verdad; el'no le habla pedido a clia que futeran novice, nl tampoce viceversa, Anna, en cambio, cataba devidida: Cuan alguien le planteaba la pregunta, sespondia, "Por mt podriamos ser novios, pero debe ser Carlo el gue me lo pide” Dado que él era un timido, s noviasgo oficial siempre quedaba retrasado, No es ave Carlo estuviera dingustado: Anna era simp: ticay le qustaba, pero wus oos eran como exth letes, los sentia clavalos sobre ely no se los podih sacar ni com alicates. ¥ ni siquiera eran Con los trenes, en cambio, era distinto. Estos silbaban, hacfan un ruido enloquecedor, pero no daban miedo. Si era el turno de su padre, Carlo se levan- taba el domingo muy temprano y lo acompa- fiaba, Lo habria seguido también de noche, pero su madre no querfa, Decfa que un nifio debfa estar durmiendo a esa hora. Carlo tenfa nueve afios y no se sentfa un nifio en absoluto. Y jamds habrfa renunciado a mirar los trenes que entraban en Ia estaci6n: ese era el momento magico, el instante preciso en que el tren se anunciaba con el solo rumor de los rates y el silbido potente. Entonces la estacién se quedaba muda, todo se detenfa: las voces, los gritos, las risas. Todo enmude- fa. Silencio. Carlo divisaba de lejos el tren que entraba en Ia estacién y lo vefa hacerse grande de repente, poderoso e invencible. Era un ins- tante, una milésima de segundo, pero parecta eterno. Después se rompia la espera y todo vol- via a ser como antes. Sin embargo, a pesar de ello, ese instante era fenomenal, inigualable. “Vamos, ponte en tu sitio y no molestes —le decfa su padre=. Si ves que no te lo quieren dar, no insistas, ‘de acuerdo?”. “St, papa, puedes estar tranquilo. Lo sé, lo 6”. Carlo se ponta siempre al final del vag6n ndmero seis. Era Antonio quien se lo habia sugerido. “Es el estratégico, Carlo, acuér- date. Los pasajeros de los primeros vagones ven la salida a un paso y se ponen nerviosos sialguien se les pone en medio cuando bajan, porque ya querrian estar fuera. Desde el sexto vvag6n hacia atrés la salica se presenta distan- te, Las personas bajan del tren y van resigna- das: saben que deben hacer un buen trecho de camino para salie y, si ne evan mucha prisa por algn motivo particular, se dirigen tran- quilas hacia la salida. Ti espera y no des la impresién de estar ansioso por detenetlas, por- que de lo contrario te evitan” Carlo esperaba a que se abrieran las puer- tas y después, en voz alta, empezabas “ hos dias, sefiora, ¢ha tenido un buen viaje? Por favor, ipuede darme su billete? Gracias”. Muchas veces habia ofdo a su padre decir ests palabras en el tren cuandio revisaba los billetes de los pasajeros. Siempre la misma frase, sin pausa. Sin ‘embargo, cada vez que las palabras salfan de la boca de Carlo parectan nuevas. ¥ es que él se Jas crefa, se sentta el jefe de estacion, y esto le gustaba ids que nada en el mundo. Ni siquie- ra los ojos de Anna tentan el mismo poder. Los pasajeros reaceionaban de diferentes modos. Algunos le sonrefan sin darle dema- sinda importaneia, otros lo miraban de través y segufan recto; habfa algunos que le daban, eLbillete sin sonrett y otros que se lo ofrecfan ‘con una earicia. Habfa incluso quien, distratdo, pensaba que el nifio estaba pidiendo limosna, y junto con ef billete le daba dinero. Entonces Carlo corrfa detras de él para devolvérselo, a Cita costa. Eran Srdenes de su padre. Su papa Riinca habia querido que aceptara dinero, no Teillevaba con él para eso. Y mucho menos Shota: hubieran sido capaces de denunciarlo. No se podia coreer riesgos. Ahora ya no. ‘Cuando hasta el Gltimo pasajero habia ganado la salida, Carlo contaba satisfecho el Borin dela jornada. En alguna ocasién haba Ilegado a recoger cincuenta billetes. En cada ‘uno escribfa a pluma la fecha del dia. ‘Cuando llegaba a casa, los depositaba en el cajén donde los guardaba. Nadie podia meter fa nariz en él, Su madre habfa visto una vez el cajon que desbordaba y lo habia abierto. Al hacerlo, algunos billetes habfan cafdo al suelo ella, enfadada por el desorden, habia tirado {unos pocos. ‘Carlo no quiso comer y se encerr6 en su cuarto durante dos dias. Lloraba, Antonio, su dre, se enojé con su mujer. Patal tercer dia su madre fue al cuarto de Car- Joy le dijo: “Te pido que me disculpes. Nunca mas volveré a tocar tu cajén. Ahora bien, debes tenerlo ordenado. Encuentra la manera de con- servat tus billetes sin que vayan por todas par- tes, Tal vex sea mejor que les encuentres otro sitio, pero no quiero verlos revolotear por todas partes en casa. Te prometo que no lo volveré a hhacer st los conservas ordenados”. Fue una paz justa, Carlo reparti6 los billetes en dos cajones. ~iCudintos has conseguido hoy? —le pre- gunté Antonio aquel dia. —Cunrenta y ocho, papé. Los pasajeros estén todos en regla, nes podemos ir. En casa les pon- dré la fecha de hoy: 15 de octubre de 1938. Volviéndose, el nifio le dijo a su padre Papa, todavia no me has explicado por qué ya no te dejan ir al trabajo. Té eras muy bueno para hacer que todos te dieran el bille- te. Te obedecfan de inmediato, no como a mf. Ya se lo habfa preguntado mas de una vez y siempre recibfa la misma respuesta. Un dia te lo explicaré. Es dificil de com- prender para un nifio de nueve afios. 4 ' | El diltimo dia de escuela Cate etn yen care depen La escuela habfa comenzado pocos dias antes. Aquella mafiana, el gato Aquiles persegufa las hojas amarillas y marrones catdas de los robles del jardin que rodeaba las aulas. El viento hhacfa que se arremolinaran las hojas de repen- te y las empujaba lejos. Aquiles no se daba tregua: las espiaba y, en cuanto se movian, se Ianzaba sobre ellas, convencido de que esta ba cazando un ratén o una lagartija. Mientras Aquiles intentaba capturar el viento, Carlo ‘entraba a la escuela por diltima vez. ‘Aquiles era el tinico animal tolerado por Allftedo Cisco, el severo director de la escuela Mazzini, un hombrecito muy bajo y muy ancho, que cada mafiana examinaba minuciosamente todo el edificio y gritaba detras de siete de cada diez bedeles. Llego un momento en que el director pro- hibié que le Ievaran comida a Aquiles. Era preciso reconocer que el gato se habfa puesto gordo, porque los nifios le trafan cada mafia- nna las sobras de Ia cena y él nunca rechaza- ba nada. Por eso el director habfa escrito una larga circular en la que explicaba que la celadora ‘Assunta se ocuparia de dar de comer al gato, y serfa la dinica persona autorizada a hacer- Io, es decis: que si se sorprendia a otra perso- na Ilevando comida a Aquiles, el transgresor perderfa una semana de vacaciones si cra ln maestro o una maestra, y dos semanas si era un bedel. En caso de que fuera un alum- no tendria seis dias de castigo. A partir de entonces ningdn nifio volvi6 a darle nada al gato. Ni tampoco los otros, excepto Assun- ta. La autorizada. Una vez que la celadora encargada de Aquiles falté durante tres dfas, el gato tuvo que ayunar. A Carlo le gustaba mucho jugar con Aquiles, pero su madre no, queria animales en casa. Lastima, porque a él le gustaban més los gatos que los perros. Ahora bien, lo que esté prohibido esta pro- hibido. Sin embargo, a partir de aquel dia las prohibiciones fueron para Carlo un misterio incomprensible. Se presents en Ia escuela puntual como siempre. Ay del que Hegara con retraso, s¢ rmiesgaba @ probar la palmeta de la sefiora Silvana Miele era la novedad de aquel cur- so. Una amatga sorpresa. El maestro Fran- Seico Sarfatti habla venido el primer dia a Caarto de primaria, después habfa desapare- Gido y haba llegado ella en su lugar. Silva- na Miele (‘ob fatalidad, se lamaba “Silvana” Como su mamél) habia empezado la leccién ‘Squella mafiana como de costumbre, gritando f sus alumnos que estuvieran atentos y no se distrajeran. En verdad, en la clase no se ofa ni el vuelo de una mosca, pero ella gritaba siem- pre. Quign sabe de donde le venta toda aquella Energia... Y sf que era baja, mas que el director Cisco, que era fa mitad de’alto que su papa. Elmacstro Francesco también era pequetit- to, pero a él no le gustaba chillar. No lo nece: taba, Cuando explicaba algo siempre relataba alguna historia. A menudo contaba cosas de Cuando era nif. La historia que mas le habia gustado a Carlo era una de cuando el maes- {to Francesco tenfa ocho afios. Su padre habia perdido el trabajo en el campo, de modo que {a familia se encontré sin dinero y sin casa. Se hhabfan ido a dormir a casa de su tfa, que pre- paraba todos los dias sopa de coles, y al maes- tro Francesco el olor de las coles todavia to hacia vomitar. O la de cuando su madre, anal- fabeta, le pidié a él, que ya era maestro, que 29 le ensefiara las cuatro reglas, puesto que con la, ayucla de la tia y del cufiado habfan abierto una mercerfa y nunca sabia cuanto debta dar de vuelto a los clientes. O bien les contaba cosas de su hermano, que se habfa escapado de casa porque sus padres lo querfan hacer estudiar a Ia fuerza. Al final habfa vencido él y no habta estudiado, pero las ganas de escapar no se le habfan pasado, porque estaba en el negocio familiar como dependiente junto a su madre, que lo Hevaba a rajatabla, mientras que su padre le tomaba el pelo diciéndole: “iTe Io tienes bien merecido! IBurro!”. EI maestro Francesco mezclaba los relatos de su casa con las matematicas y con la gra- matica, con él no se aburrfan nunca. A nadie se le pasaba por la cabeza distraerse y, al final, los chicos aprendfan también la gramatica y las matemdticas. Ademés de un montén de historias divertidas. La leceién habfa empezado hacia ya una hora y Silvana Miele se habfa pasado més tiem- po gritando que no se distrajeran que explican- do el tema... pero después pasé algo. Carlo oyé la voz de su padre: también él estaba chillando... ‘Era posible que su padre, Antonio, estuviera gritando? A continuacién, le Ilegs la voz baja del director. Habfa en su voz una mezcla de autoridad y de incomodi- dad. Por fin se abrié la puerta y el director cuchiches brevemente con la macstra, Ella le murmur6 al final: [ | Ya le habfa dicho, director, que no debia estar aqui... ‘Después se dirigié a Carlo. —De Simone, levantate y vete con el direc tor ~€80 fue todo. No dijo nada més. Carlo la mir6 durante unos instantes sin moverse, sin comprender. Ella se impacient6, “iQuieres darte prisa? iEI director te esté esperando! —Io intims. Mientras salfa, Carlo la vio tomar la lista y trazar una Ifnea encima de su nombre. [Era posible que lo estuviera borrando? EI muchachito se afanaba buscando en su memoria: ciertamente habia debido hacer algo gordo en los dltimos dias, algo muy gra- ve... Pero era posible que no lo recordara? Tal vez le hubiera dado comida a Aquiles. Quid se habfa distrafdo y le habfa echado un, trozo de la merienda... “{Ser4 que alguien ha hecho correr la voz?”, pensaba Carlo, El director callaba, su padre también. Nunca lo habia visto tan palido. Vere con tu padre, De Simone —ambién 41, el director, se limité a decir estas pala- bras; ni siquiera se haba dignado pronunciar su nombre, y habia recalcado “De como si se tratara de un apestado. Con todo, el director Cisco no era malo. Cuando anun- cié Ia salida del maestro Francesco incluso estaba triste, porque sabia que era un buen profesor. Sin embargo, aquel dia parecfa cohi- bido, presuroso. “Papa me lo explicars”, pensaba Carlo. Intenté saludar a Aquiles, pero el gato tam- bign escapé. Aquella mafiana todo iba torcido, “Quién sabe la que habré armado”, se repetia: Al final se decidis: Pap, iqué es lo que he hecho? {Por qué me han expulsado? —sf, era indtil andarse ya con rodeos. Lo habfan expulsado-. Quién sabe fo que he hecho, no me acuerdo... Ahora no consegufa pensar en otra cosa. Después vio las lagrimas de su padre, Era la primera vez que lo vefa lorar... Sin embargo, tal vez pudiera tener remedio la cosa. Su mama decia siempre que tado tie- ne remedio. Su padre apret6 fuerte la mano de Carlo. Era como si le estuviera pidiendo que lo per- donara porque no podfa protegerlo. Antonio paré de llorar. O tal vee las Mgri- mas habfan sido engullicas quién sabe dénde. ~No has hecho nada, Carlo, recuérdalo bien, nada. Es por el apellido. Te llamas “De Simone”. Somos judfos. Hen escrito nuevas reglas, se Haman “eyes raciales”: se ha prohi- bido a los judfos asistir a la escuela o trabajar. El director te ha dejado asistir algunos dfas, pero lo han Hamado al orden: debe hacer res petar la prohibicién. No se puede hacer nada. Pero no te preocupes, se estan equivocando. Antes o después lo comprenderan y podrés volver a la escuela. —iQuién lo comprendera? ‘Quién ha redac- tado esta prohibicion? EI Partido Fascista, son ellos los que man- dan y deciclen sobre las leyes y sobre la vida de ‘ee Ppuee In macstra dice que los fascistas son buenos y que debemos seguir todas sus Grdenes.. El maestro Francesco no lo erefa, Carlo. Y¥ dijo a todo el mundo que él no era fascista. Por eso lo han despedido. Paps, Ly sino se dan cuenta de que estas eyes raciales estan equivocadas? {Sabes qué pasaré? En la escuela esti Gemma Anzini, que no comprende nunca nada. El maestro Francesco no le gritaba, siempre le decfa que antes o después Io veria todo claro, pero eso. no ha pasado nunca. A él lo han echado y ella sigue sin entender nada. Y la maestra Miele siempre le va gritando detrés... Sin embargo, su padre ya no hablaba. No ofa. Estaba en alguna otra parte, donde Carlo no lo podia aleanzar. De abf que él siguiera cavilando por su cuenta, aunque [o tinico que consegufa pen- ser terminaba con un signo de interrogacisn. “Pero ipor qué soy judfo? LY qué significa ser judio? {Qué mal han hecho los judios para que los expulsen de todas partes? Y estas leyes, ison solo para los judfos? Pero équé tengo que ver yo con todo esto? iSi ni siquiera sé lo que significa ser judio?”. sient Anna no esta L. escuela con Silvana Miele era abu- trida, pero, sin escuela, los dfas no pasaban, nunca. Carlo consegufa distraerse en clase que daba gusto; en casa, sin embargo, pensaba solo en una cosa: volver a la escuela. ~Mamé, ino hay alguna escuela a la que también pueda ir yo? {Una escuela en la que no haya leyes raciales? Si me quedo todavia mucho tiempo en casa, voy a olvidar todo lo que he aprendido. =Las leyes raciales estén ahora en todas partes, Carlo —le respondié su mam4~. Los fascistas han dejado abiertas algunas escue- las a las que solo pueden ir nifios judios, con profesores judios. Pero estan muy lejos de aqui y nadie puede acompafiarte. Tampoco \demos permitimnos ponerte un tutor que te Sige en low eatudioe, Las leyes racials earnbien impiden que tu padre trabaje, ya lo sabes, y el dinero que tenemos es poco. Ya estés viendo, también t4 que debo levantarme a las cinco de la mafiana para ira limpiar las casas de !as sefioras ticas. Menos mal que tu abucla nos hha dejado Ia casa; de no ser asf correrfamos el riesgo de tener que dormir en la calle. sta mamé parecfa algo nueva... Antes nunca habrfa hablado asf. Antes decfa siempre que todo tiene remedio, y sonrefa. Ahora que lo pensaba, Carlo no la habia visto reir desde hacfa un montén de tiempo. Antes no se can- saba de repetir que ser amable con los otros ‘era lo més importante. Ahora parecfa que lan- zaba las palabras, y cuando Ilegaban a las per~ sonas eran como piedras afiladas, hacfan mal. ‘Sin embargo, su madre lo necesitaba. Mami, iya no volveré a ver nunca mas a mis comparieros de la escucla? Y, si me los encuentro, /podré saludarlos 0 esta prohibido? La madre miré al padre, se vefa que estaba pensando en cémo responder. Pero no tenfa muchas ganas. Carlo sospechaba algunas veces que las prohibiciones le habfan quita- do las fuerzas a su madre, por lo muy cansada, que parecta, Pronto iremos a conocer a una profe- sora que también ha sido expulsada por ser judia -Ie respondi6 su padre- y se ha ofrecido adarte clases de repaso durante este tiempo, Carlo. Se lama Sarah y vive cerca de aqut. Para ir a su casa pasaremos por delante de tu escuela precisamente a la hora de la entrada y, probablemente, conseguiréa ver a alguno de tus compatieros... Pero si no quieres, ire- ‘mos por otro camino. Habfa que pensarlo bien. No es que tuvie- ra ganas de ver a sus compafieros de la esctie Ia, considerando que nadie se habfa movido ‘cuando Carlo fue expulsado. Tampoco habia pasado por su casa ninguno de ellos. Ni siquie~ ra para decitle: “Hola, Carlo”. Tampoco Anna. Quién sabe si seguta teniendo esos ojos que se clavaban. Quién sabe 2 quién mirarfa ahora Anna. Tal vez estuviera esperando a que volviera Carlo, No. Todos tenfan mic- dio de mezclarse con los judios. Carlo lo sabia ahora bien. No le habfa hecho falta gran cosa para comprenderlo: cuando él y Antonio iban a ver los trenes, Ios colegas de su papa ya no lo saludaban como antes, con alegrfa; ahora hacfan como si no lo hubieran visto. Sin embargo, lo vefan; Carlo sentia sus miradas sobre él. Se habfa acostumbrado a. causa de Anna; sabfa cusndo alguien le cla- vaba la mirada, aunque estuviera de espaldas. “Esta de los judfos es una historia extra- fa", pensaba Carlo constantemente. Un dia Ie pidi6 a su madre que le explicara qué mal habfan hecho los judfos para que los trataran 38 de ese modo. Ella le respondi6: “Nada”. Carlo insistié en que debfa tratarse de algo distinto. “Nada”, le repitié su madre, que desde que trabajaba y se levantaba tan temprano cada vez tenfa menos ganas de hablar. Entonces Carlo le hizo la pregunta a su abuela y ella le dijo que los judfos y los cristia- nos tenfan el mismo Dios y que las ensefian- zas de Fl valfan para ambos, Pero también le dijo que los judios y los cristianos no estaban de acuerdo en quién era Jestis. —Los cristianos creen que es el hijo de Dios, el Mesfas. Dicen que lo ha enviado Dios para salvar a todos los hombres. Para los judtos, sin embargo, Jestis es simplemente un rabino judfo, un hombre sabio. Nosotros, los judtos, seguimos esperando atin al Mesfas, aquel que redimira a los hombres y haré.de este un mun- do mejor. Tenemos paciencia esto fue lo que le dijo su abuela a Carlo un dia en el que se sentfa demasiado solo y habfa ido a verla, dado que vivia en el portén de al lado del suyo. Carlo le hizo también otra pregunta, ~Abuela, ‘por qué tiene que salvar Jests a los hombres? 1De qué tiene que salvarios? —De ellos mismos. Las leyes raciales son un ejemplo de la maldad de la que son capaces los hombres. Tt no puedes it a la escuela y tu padre ya no puede ir a trabajar solo porque somos judios. WT crees que Jestis los salvaré aunque sean tan malos con nosotros? No lo sé, Carlo, Pero sé que Dios no per- dona facilmente al que desobedece sus manda- mientos... No tengas miedo. Pronto volveras a la escuela. Estoy segura de que recuperaran, la raz6n: antes o después acabaran por darse cuenta de que nosotros también somos italia- nos, como ellos. Carlo decidié que queria ir a ver a sus com- pafieros. Al estar solo tanto tiempo al final Ia cabeza le pesaba, porque dentro le daban vuelta un montén’de pensamientos confu- sos que giraban en redondo y no se detenfan nunca. Después, por Ia noche, Carlo tenia miedo y se despertaba empapado en sudor. Unos dfas antes habia sofiado con Aquiles. Lo estaba acariciando y, de repente, el gato Io habfa arafiado haciéndolo sangrar. Carlo lo riN6, pero cuando el gato se volvié hacia él vio que su morro no era el de Aquiles. Era el rostro de la maestra Miele, que lo miraba con. risa burlona y maligna, como el malo de los cémies que le lefa st padre por la noche. ‘Los compafieros de la escuela rente. Bueno, no diferente, sino mas grande. iCémo era posible? Hacta dos meses que no a vefa, no dos afios. No podia haberse hecho, més pequefia. ‘Sin embargo, Ia escalinata que subfa para entrar a clase le parecfa ahora mas estrecha. Y la verja, mas pequefia. LY Aquiles? Por qué no estaba lamiéndose los bigotes y el pelo junto al roble? {Era posible que todo hubiera cambiado en dos meses? Allfestaba Anna. Sus ojos que se clavan. Y no te sueltan. Se abren de par en par por a sorpresa y después se te quedan prendidos encima. Por fin. Habfa también algo que no habfa cambiado. ‘Anna estaba esperando para enerar junto asu padre. El papa de Carlo esboz6 un saludo, como antes de la prohibicién, cuando los dos se hablaban y se refan de los trenes que Ilega- ban con retraso. Ely Carlo se detuvieron del lado opues- to a la gran verja. No se atrevian a acercarse. Miraban de reojo hacia dentro. Anna con- tinuaba miréndolo con los ojos fijos. Pare- cfa perdida, miraba a su papa esperando una reacci6n; después, y dado que él hacfa como: si nada, ella levanté la mano para saludar. En. ese mismo momento su padre la hizo girarse bruscamente y en un segundo Anna le daba la espalda a Carlo y a Antonio. Todo sucedis una gran velocidad, parecfa la secuencia de una pelicula; los otros compasieros que esta- ban con sus padres se apresuraron también a dar la espalda al padre y al hijo. Los dos se quedaron allf unos segundos, sin decir nada. —Papi, vimonos. Aquf no nos quieren dijo Carlo al final. Antonio no lo miré, pero le tomé Ia mano y se lo Ilev6 lejos. Nit guno de los dos vio a Anna que, mientras se iban, se volvfa hacia su amigo intentando esconderle a su padre la Lagrima que le resha- laba sobre el rostro. iQuién tiene miedo de los judios? Corre empembn « cemblar cue do sonaba el timbre. Eran siempre ellos, los sefiores de la policfa. Hacfan muchas pregun- tas, cada vez se apoderaban de algo, porque decfan que los judios no podfan tener nada que fuera de valor (“no lo merecfan”, deefan ellos), y después se marchaban. Ya se habfan Mevado las bicicletas de Carlo y del papa, el reloj de oro de la mama (que era un regalo de bodas), la radio nueva y hasta un despertador de plata Una noche sons el timbre cuatro veces, tuna detras de otra, El coraz6n del nifio empezd alatir a toda velocidad. La madre y el padre se miraron y Carlo com. prendié de inmediato que también sus corn, zones latfan a todo tren, El padre se levante a abrir. Después todo sucedié demasiado de prisa y Carlo solo capté alguna palabra, Su mamé gritaba: “Dejadle” y su papa repetta: “tPor qué?”, mientras que un vecino se aso. maba al rellano e inmediatamente cerralsa Ja puerta. Mientras tanto, aquellos unifor, mes negros se llevaron al papa de Carlo, diciéndole: —Sucio judio, te arrepentirés, Después acabé todo. Volvié el silencio, ‘Sin embargo, el corazén de Carlo todavia daba saltos y después iba bajando, bajando, bajando... era como si supiera que no debi Paratse, porque de otro modo corria el riesgo: de estallar. Su papa ya no estaba, Se lo habian Hevado los hombres de negro. Su mama llo- raba en Ia sila, con las manos cubriéndole el rostro. Ya ni siquiera podia ver que Carlo ¢staba allfy tena necesidad de ser consolado. ‘Ya no conseguta ser la mamé de antes. Carlo no estaba enfadado con ella y fue a abrasar, a, aunque no consegufa llorar. Ella lo reeuvo. a su lado, pero no hizo nada més. Hubo un. tiempo en que nadie sabia consolarlo como ella; por ejemplo, cuando Carlo hacfa mal una tarea y le ponfan una mala nota, ella le decta: “Todo tiene remedio”. Y él sabfa que eva verdad, porque estaba abrazado contra su coraz6n y lo sentfa latir sin prisa. . Si su mamé ya no crefa en que pudiera haber remedio, tampoco él podria ya sonrefr. Y entonces se puso a consolarla, acariciin- dole el pelo. Ella le apreté fuerte las manos Carlo empez6 a Ilorar. ¥ mientras estaba Tiorando pensaba que afuera estaba llovien- do y su papa habfa salido sin chaqueta... AIC donde estuviera en este momento, debfa estar aterido de frfo. a5 La fuga EE pags ce Cat no srt ties desde que habfa vuelto a casa. Tenfa miedo cada vez que sonaba el timbre y ya no que- fa oft ruidos. Tampoco era ya el mismo de antes con Carlo. Habfa dejado de hablarle. Lo miraba y después, de repente, se marcha- ba, abria la puerta de casa y no volwia durante hotas. Tampoco lo levaba ya a ver los trenes. Carlo se lo pedia cada dia, pero él ni siquiera le respondia. Habfa debido pasar algo la noche en que se lo llevaron. Cuando Antonio volvié a casa, cuatro dias después, tenia los ojos negros y heridas en el rostro. Caminaba cojeando porque tenta un corte feo en Ia pierna. Tenfa en las manos quemaduras oscuras y profundas. Su mamé Jo curaba, pero no decta una sola palabra, Pareetan dos extrafios, ni siquiera consegufan ‘Una noche vino la abuela y su papa hablé tun poco con ella, en voz baja, para que no lo oyera Carlo, pero él escuchs furtivamente y capes algo. ~He sido un cobarde, mamé —deefa su Padre—. No he podido resistir sus torturas y he dado los nombres de Giulio y Vincen- zo. éSabes lo que eso significa? {Que yo los he hecho detener! iLa culpa es mfal No me lo perdonaré nunca, Dos cosas le habfan quedado claras a Car- {os su padre ya no conseguitia volver a ser el le antes. Nunca le bastaria con pedit per- don para perdonarse a sf mismo. Era como si hubieran arrancado de su corazdn la palabra “perdén”. Y lo mismo acurrié con su sontisa, Carlo no volvié a verla nunca mas. La otra cosa que comprendis fue que los fascistas eran los responsables de lo que le habfa pasado a su papa y que maltrataban a las personas, El maestro Francesco tenia razon cuando decfa que eran malos, Hubiera querido ver ast maestro: él habria comprendido la sensacion de miedo que le atenazaba el vientre y le subfa hasta impedie- le respirar. Cuando le pasaba esto, su mamé acta tenderse en Ia cama sin decir una sola 1 os y deapuea, oce apoco, Carloemperaba Be nuevo a respirar normalmente. Sin embar- go, apart de a respiacisn, nada habfa queda- io igual, tanto dentro como fuera de él. #° Sette tha dos veces por semana a casa de una sefiora que era maestra, una amiga de su mama, Su apellido también era judio y, por io tanto, tampoco podfa estar ya en la escue- 12 Som los otros nifioe. La sefiora Sarah no era mala, se vefa que deseaba ayudar a Carlo a no quedarse atrés, pero no tenfa mucha pacien- Ga. Carlo no sabfa si también habfa sido ast en el pasado, pero ahora parecta siempre ‘enfadada con el mundo y, aungue sonreta, se Vela que no querfa estar allf con él. Tal vez pensaba en su clase, en sus alumnos. A pesar de todo, a Carlo no le importaba gran cosa en realidad. ¥ es que ya no tenga eantas ganas le estudiar, pensaba en Anna, en sus compa- Stren lane que estaben tis Juntos ena aula, El estaba allf solo con una desconocida que no se acordaba de su nombre. Cuando no Ie venta “Carlo” ni tampoco le venfa su apelli- do “De Simone”, lo Ilamaba “querido”, “teso- 10”, “pequefio”, pero a Carlo.no le gustaban. estos modos de dirigitse a él. Tena raz6n la abuela Lidia: “No hay nada mas bello para los, nifios que su propio nombre; les da seguridad, se sienten amados y considerados. «Tesoro» y squerido», en cambio, son designaciones andnimas, para nifios invisibles”. a decir verdad, af era en eens siones, “En aquello del «queride yal rose "Or tena aad Ta sbucias pared Conde ee estaba hasta la coronilla de In macsten See Catto volva slo despuce de ies que la casa estaba bastante cerca, Pero a ee Ils tarde tenia muchas ganas deer ogg, lc faltaba el momento dela llggada 9 ln oan? siéa, Sear el tren se mostraba invencible, Y necesitabasentrseinvencitle alae tn instante. De abt que ne tomaen he aes clon hacia su casa: habria encontrado en ella as padre en el sofé con la eabens cure nae eer mae Con acon ts dee am N.S Sen eA ie a "NBA saschon sn mmc on li, le much Carlo- y ese es mi sitio. Me pongo ahf para pedir limosna a los pasajeros. La cosa funcio- Es que quieres robarme el trabajo? Pero si yo no estoy pidiendo limosna... €Y td por qué lo haces? No tienes familia? 'El muchachito xi6. =iPues claro que tengo familial! Pero mi madre y mi padre, que ya no trabajan, siem- pre me estaban diciendo que debfa empezar a ganarme la vida por mi cuenta. 7Y qué puedo hacer yo? Soy demasiado pequefio para tra- bajar, y ademés soy judio y nadie me darta trabajo. Ya me han expulsado de la escuela.. iComo a mi! —exclamé Carlo, feliz de poder compartir su pena con alguien. Yo también soy judfo como tt. Menos mal, pe: saba que era el Ginico. No conocfa a ningin, otro que hubiera sido expulsado de la escue- la. {Saben tus padres que pides limosna? Mi padre se enfadarfa mucho, Yo me he escapado de casa. Ya no volve- 1é nunca més. Los mfos siempre estén peledn- dose... Antes ya Io hacfan, es verdad, pero ahora que son pobres todavia es peor, me tienen harto. ‘ICudntos afios tienes? =o? Dentro de un mes cumpliré los doce. ~Tampoco yo quiero volver a casa. Antes habfa mucha slegria, los mfos estaban de acuerdo en todo. {Sabes? Mi padre trabaja- ba aqui. Era jefe de tren. Me llevaba a menu- do con él a ver los trenes y yo controlaba los 3 billetes a todos los que bajaban, hacta el tra- ajo de mi paps. Sin embargo, ahora ha cam. biado todo. Ya no quiero volver a las clases con Sarah y tampoco quiero volver aver ami Padre, que ni siquiera me mira ya a la cara. Oye, yo tengo un sitio para dormir y te puedo hospedar. Son viejos vagones de trenes abandonados; hay también otras personas, Pero no molestan. Eso sf, de dia debes ganar. te el pan por ti mismo. Ti eres mas pequefio que yo, te daran limosna més facilmente que mf. Al final de la jornada lo juntamos todo y compramos comida. {Te parece? Carlo habia pensado muchas veces en irse de casa durante los diltimos dias. Ya no sopor- taba que su madre no parara ni un segundo ni intercambiara una palabra con nadie. También su padre se habfa quedado mudo. La abuela miraba a su hijo y se ponfa triste. Sarah era una extrafia, Anna no habfa venido nunca a bus- carlo. Ya no tenfa a nadie con quien hablar, David, al menos, estaba alegre. ~Bien, me quedo esta noche y después ya veremos. De acuerdo? ~Esté bien, pero empieza a ganarte la cena, ponte ahf y extiende la mano —le dijo David indicdndole un rincén alejado de su puesto de combate. Pas6 la noche. David y Carlo no pudie- ron dormir gran cosa, porque habla un sefior anciano con batba blanea que roncaba como. un tren en el que se hubiera pulsado el freno cemergencia., hacia un raido como nunca fbinn oido, y David le do, sin demasiados taiplicos, alguna patada mas de una vee. funpe paraba diez minutos y despues empe- faba de nuevo. ne fa matiana siguiente, mientras esta su fie Cons la man tendiday eno acho ‘Carlo pensaba en su padre y en su ‘madre. SEusrtan apenados? ZSe habrfan dado cuenta ‘al menos de que no habfa vuelto? Pues claro tec at Solo estaban tristes, pero nunca habsan iio malos. {Qué estaba haciendo él all? Mientras pensaba en To que tba a haces, oy6 que lo llamaban. ‘Era David. Ch BIEh, pequefiajo! Mira cl maravilloso bilfete que me ha dado aquella seftora vesti- Gade azul. Me has traido suerte! iVen que segos a tomarnos un bocadillo y un eapu- ino como verdacleros sefores! ed fue con David. Tenfa hambre, habfa mo otra ver en volver a casa. ps ea otros cuatro dias. Carlo y David ve habian hecho amigos. Por Is noche Carlo Sonsiguté dormir un poco mas. en el fondo tino se aeostumbra a todo pero fe faltaban su ie y su made. peed Uta no sientes nunca nostalgia de tu casa? “ior El otro levanté los hombros como para decir que no; sin embargo, respondi6: ~Si, siempre, si es que quieres saberlo. Pero cuando pienso en cémo nos gritaba mi padre ami madre y a mf... no quiero volver allt, Que se las arreglen ellos. iEa, amigo judio, vamos Aquella noche, apenas se habian ido a dor- mir en el viejo vagon de un tren abandonado al que David lamaba “casa” cuando notaron ajetreo en el andén iFuera, fuera to, escapa! David habfa salido a toda velocidad, Carlo apenas habia conseguido comprender lo que estaba pasando cuando su amigo ya se habia bajado del tren. Estaba acostumbrado a huis Carlo no. 4Y este? ~dijo un hombre con uniforme de carabinero que lo tenta agarrado a distane cia por Ia oreja, casi con asco por el mal olor que emanaba ahora Carlo, después de cin, co dias sin lavarse—. ‘Qué estas haciendo ci aqui? Eres demasiado pequefio para estar con, vagabundos, ino tienes familia? ~IEh, un momento! ~intervino un sefior all que Carlo no reconocié de inmediato a causa de la densa oscuridad que haba en los vaso. nes-. Yo te conozco, ti eres el hijo de Anto. no... Pero tqué estas haciendo aqui? JLo saben en tu casa? La linterna del carabinero iluminé un momento al hombre que habfa hablado y Carlo reconocis a Aldo, un jefe de tren amigo Carlo, nos han descubier- de su pops. Amigo por ast decislo. También ‘{Lhabia desaparecido desde auc Jos judiow se fan convertido en enemigos de Ia pacsia ‘\Garlo no le eapondi, En el fondo ahora cede han ones pars Len desco- Cidos, los judfos ya no tenfan arnigos meet djomelo.a mk Se aden hay ave lle varlo te ofreci el jefe de ren El arabinero @ puso la menor objecion; mejor ast se Hbe- Tube de una molestia~ Ven conmigo le dijo [Aldo a Carlo, acabo el turno en media hora Mlespués te llevo a casa 7 Goto no responaio a ninguna de las pre- guntas del colega de su padre. ¥ ast, este se fo por vencido Se EE haces el duro, Leh? Sabes que able ccrle al carabinero que eres judo ra podido decisle al jsiot {Sabes que ni siquisra hubiera podido llevar te a casa? Nosowtes ya ho debertamos tener prada que ver con los udtos.. Pero yo no To figo. Cononco a ta pace de toda le vida y tito al menos ee lo debo, Anima, vamos. Y'no ineentes alejarte de mio grito que eres judfo Y te meten en la cétoel para siempre : Tin smenaza de Aldo hizo su efecto. En el fondo, Caro esta contenta de volar a asa, Ahora bien, Zosmo lo ban a recibir? ‘Fodos estabanHlrando. Su mam mas tue los ottos, y lo abrazaba como si fuera a ser tragado por un dragén de un momento aotro. . Aldo no quiso que se Io agradeciera —Fs un deber —continué diciendo-. Pero > ahora debo trme, No heb ene tniedo de que lo denunclaran- Les ate los judfos se exponfan a pasar Por serios blemasy los habia que ae eapertoan nes oo que hacer de espias. one —Comprendo. Te has comportado com« un amigo y te lo agradezco. Te debo mi vi ln te dijo Antonio. ‘cho is Gracias a estas palabras Carlo compre: disque cl era ln vide pars ree ‘nate Alport de ageclo ache pee te fecueia'on Davie peo ate le vols 4 venir ala mente slejane dene eared on, von umd y de su ‘La partida AA pore det mes de octre de 198, seen i abel ering oe ops Mo A no pre lane btn cour chm rec ec de ices Jl Bore erate coe eee ee Clo El muchacha ental cons srescain orn ls deb frm Rencue cy me roga cela ea ae eal ee ieee Italia nada malo les podria pasar. Y la abuela Hl nee ce ome es nes se convirtieron en los duefios de la nacién_ y se comportaban con arrogancia y violencia. {Beto acabard pronto ~decia-, resistamos todo lo que podamos y las cosas volversn a rep como entes”. Todos le crefan, quetian crecris Era la noche del 15 de diciembre de 1945, Carlo, la abuela, la mamé y el papa apena habfan acabado de cenar. Estaban acostine brados a oft llamar con fuerza a la puerta, del mismo modo que se habfan acostumbraclo los controles de la policfa. Fue a abrir In abuen Ja € intents ser amable, como de costumbre, Normalmente no le contestaban con la misrng amabilidad, pero ella no perdfa la compostans ‘No es culpa de ellos ~decia— Ejecutan Grelenes”. Carlo no comprendfa cémo se las atregla- ba Ia abuela para ver siempre lo bueno de cada situacién. Estaba dotada de tal seguridad, que daba énimo a todos. Aquella noche, sin embar, #0, venta con los policfas italianos un soldado alemdn. Era joven y guapo. Estaba de pie, con la espalda tiesa. Carlo fo miraba con cari, sidad y pensaba que estando asf de recto se alargarfa, Pero aquel ya era alto, cuanto que, ria crecer atin? El soldado de la SS no se dirigi6 a la abucta de Catlo, ni siquiera la mir6, pero ordend a los polictas en un italiano hablado eon dif. eultad que contaran a las personas que habia en Ia casa y les dijeran que prepararan las maletas. Los policfas le obedecieron. Regis. traron la casa y asf encontraron a Carlo, a sul madre y a su padre, Preparen sus cosas. Tienen que marchar- “fue lo nico que dijezon [tana de Carlo tncent proguncar “iMarchamos! 1Adénde? Esta es nuestra HT soldado extranjero grits entonces algo isha as a (que los mate el camarada aleman, les convi alditos shar las malt para tedon fa abucla pate Cath is preghns mi deseaba Hevaree con él lgo Few ljos de casa Caria Io pens y se dig al eal de os billges de ren Tots um pad "Eicon won de cumndo papa y yo Soarnoe Se a amon prepares oa a I tas. La de la aside Corio cargando ross {tein Lin oabo lo loses de Cari sonoma llaves " Sabon que ya notban a servis los ant von mondorce 9 Hannah y Jacob Alemania El miedo Vamos, pasame a pelota, Jacob, “iVamos, pésala! TUF, lo sabfa, nunca se puede jugar en paz contigo! Jacob tenia siete afios y Ia cabeza un poco menos ovalada que los otros nifios de su edad. Era muy pequefio y hablaba poco, no pronun- ciaba bien todas las palabras y a menudo los nifios se burlaban de él. Jacob no compren- dia todo lo que pasaba a su alrededor, pero cuando se refan de él se daba cuenta, por eso hablaba lo menos posible. Sin embargo, para retener la pelota de su hermana no hacta falta abrir la boca. ~iMamé! Ven a buscar a Jacob, no nos deja jugar a mfy a Rose. Sarah, la madre de Jacob y de Hannah, era una mujer morena, pero aparte de los ojos el pelo mo habia natin me em ella cue Ror, oscuro, Tenia un cutis clarfsimo que se ilu. minaba cada vez que sonrefa. Llam6 a Jacob sonriendo, y este fe obedecié de manera décil y les dejé la pelota a Hannah y a Rose. “Jacob, td sabes que Hannah te quiere siem- pre, aunque esté jugando con Rase—le dijo a su hijo-. Pero si les quitas la pelota, entonces se enfada y ya no quiere hablarte. Sarah, su mamé, pronunciaba las palabras despacio cuando hablaba con Jacob. La maes- tra de un Instituto privado que habfa empe- zado a seguirlo todas las mafianas le haba explicado que, aunque no podia comprender todo, Jacob necesitaba que se le hablara siem- pre con dulzura, Sin enfadarse. Esto le daria confianza y le permitirfa aprender al menos las cosas més sencillas. “Su retraso mental le permite comprender conceptos simples y breves. Ahora bien, si las emociones toman Ia delantera, entonces es como si ya no oyera nada”. En consecuencia, era.preciso hablarle con calma, sonriendo, sin enfadarse, repitiendo muchas veces los mismos conceptos simples. Sarah, su mamé, se cansaba algunas veces de repetir siempre las mismas cosas, pero no le importaba. Volvia a encontrar Ia sonrisa dentro de ella, gracias al profundo amor que sentfa por aquel hijo diferente y especial. Se acercaba a Jacob y, con una caricia, le expli- caba por enésima vez que no debfa haberse Ilevado la pelota de Hannah y de Rose, y que su hermana lo querfa mucho, aunque jugara con su amiga “Hannah, itu hermano ha sido siempre retrasado? —Sabes que no me gusta que se diga de él que es un “retrasado”, Rose. Jacob es solo un poco lento, pero hay muchas personas que son ds lentas que él sin haber tenido los proble- mas de Jacob. El podrfa haber sido como noso- tras, como tti y como yo, sabes? La culpa es del médico que, cuando lo sacé del vientre de ‘mi madre, le hizo mal y le caus6 dafio. No le cambi6 solo a forma de la cabeza, sino que le dafié también lo que esta dentro. “Est bien, no te ofendas, no hablaré mas de x0. “iVienes mafiana a mi casa? ~dijo Rose. =Sf, claro. iPero tu madre estara de acuerdo? Las dltimas veces parecia un poco molesta... “Se Io preguntaré esta noche y te lo diré mafiana en Ia escuela. {De acuerdo? Sin embargo, Hannah no pudo ira la escuela al dfa siguiente porque estaba enfer- ma. Tenia mucha ficbre y su mam4, Sarah, estaba preocupada. Decidié ir a casa del médico y dej6 sola a Hannah. Ahora ya tenfa doce afios, era una mucha. chita juiciosa y podfa quedarse en casa sola, Cuando Ia sefiorita Margot vio a Sarah en Ia sala de espera del médico, la saluds con, frialdad. EL hecho de verla alff la ponfa en una situaci6n embarazosa y también molesta, Sarsh hizo como si no se hubiera dado cuenta, de un tiempo a esta parte se habia acostumbrado estas manifestaciones de “afecto” por parte de sus conciudadanos. Se sents a esperar su tur. no para hablar con el doctor Heissmeyer. Vio que la sefiorita Margot entraba en el gabine- te del médico y dos minutos después saliccon juntos. El doctor Ernst Heissmeyer Ievaba unas gafas de gruesos vidios. Era absoluta e inequt- vocamente miope, por lo que encontrat a Sarah entre la decena de personas que esta. ban en su sala de espera le costé un poco. Pero al final la vio. —iSefiora Sarah Weiss? =S, soy yo, doctor Heissmeyer ~tqué necesidad tenfa de peditle la confirmacién del nombre? Se habian visto ya muchas veces como aquella... Era el médico de cabecera de Ia familia, y siempre se habia mostrado ama. ble con ellos, -No debe volver por aqui, Su persona no es grata. Esta es una consulta médica para perso. nas de raza aria, para patriotas alemanes. Los judfos no son bienvenidos. Vayase, por favor No venga nunca mas. Todos los pacientes de la sala de espera miraron a Sarah. La luz desaparects del rostro de la mujer. Sin embargo, Sarah no se mostr6 avergonzada. Tos pacientes eran alemunes, evidente- mente eran de raza aria, {Se debi6 a eso el hecho de que no dijeran nada? Algunos baja- ton loe ofae, Otros miraban el relo} con signos de mal humor: estaban perdiendo el tiempo. ‘Algtin otro asentia de manera vigorosa, les faltaba poco para felicitar al doctor Heissme- yer. Pero nadie dijo que aquello era una locu- ta. Solo Sarah, que habfa enrojecido de rabia, encontré las fuerzas necesatias para replicar con firmeza: Mi hija Hannah esté enferma y usted es médico, tiene el deber de recetarme las medi- cinas para curarla. 'El médico la fulminé con sus ojos azules. Le parecta una inéamia impecdonable que una mujer judfa se permitiera cuestionar su aetitud, “iCémo se atreve a sefialarme cusles son mis deberes como médico! Usted no es més jue una judfa y como tal ya no tiene derechos Gnalemania, Marchese de agut mientras adr esta a tiempo. Lo que le pase a sus dos hijos judfos y minusvalidos ya no representa nin- fin problema para mt. iY ahora, vayase! © llamo a la policfa, El miedo, Sarah lo sinti6 llegar antes en las piernas, y después en el corazdn, que empez6 7 a latirle con fuerza, Habfa visto lo que pasaba en Berlin con tos judfos que tban a quejarse & la policfa. Los habia visto en los periGdicos, desnudos, en la calle, con grucsos carteles col, gados al cuello en Ios que estaba escrito: Sey tun judto y no iré a quejarme mds a la policke. Lo prometo. No tengo derecho a ello. Si eso habta pasado en Berlin también podfa pasar alli, en Leiptig. No podfa arriesgarse a que el médice tamara a la policia, El tenfa razén, ya no habia derechos para cellos, para los judtos. Y adems no habfa nada que hacer, Sarah lo comprendis. Se marché de allt sin despe- dirse de nadie. El doctor Heissmeyer siem- pre se habia mostrado amable con ella y con su marido Joseph, pero nunca haba queride saber nada de Jacob. Ahora comprendfa el, motivo: le consideraba un minusvalido. No sabfa st en la clasificacién de los parias de la sociedad iban primero los minusvlidos 0 los judios, pero aquel dfa deseubrié que ella y su familia tenfan ambas vergienzas. ‘Unas vergiienzas de las que ella estaba ongullosa, ¥ lo estaria siempre. Esto fue lo que volvié a prometerse una vez més, aquel dia, Sarah, Ia mamé de Hannah y de Jacob. Hannah y Rose — ON Sue hace esa aqui? El padre de Rose habia vuelto antes aque- lla tarde y habfa encontrado a Hannah estu- diando con Rose. No la habfa saludado, habia bajado adonde estaba su mujer y le habfa dicho con dureza: ~iQué hace esa aqu? “Yas sabes, Kur son amigas. Rose lee ne mucho carifio, se conocen desde que eran, pequefias... Hannah ha estado enferma algu- nos dfas y no ha podido seguir adelante con el programa, por eso Rose la esté ayudando. Sabes que han tenido que ponerle un profesor priva- do desde que ya no puede asistir a la escuela... 70 La madre de Rose temblaba de miedo. Kurt era policfa y en casa se comportaba con fre- cucncia del mismo modo que cuando estaba con criminales. No hacfa distinciones entre su mujer y su hija: quien se equivoca lo paga, esa era la ley de Kurt Bauer. Después de los relémpagos Ilegaron también los truenos. iYa no puede ir a la escuela porque es judfa! FY los judios tampoco deben enttar en esta casa! Contaminan todo lo que tocan, son, seres inferiores, Zquieres comprenderlo 6 no, mujer estdpida? No quiero que Rose vaya con esa sucia judial Pero, Kurt, isi no es més que una nifia..! ~iNunea serds una patriota, eres dema- siado estapida! La obediencia al Fuhrer y a sus leyes no se discute en esta casa, est claro? Si lo comprendia él, lo debfan comprender también los otros. Kurt siempre habla sido asf, desde joven: se extrafiaba de que alguna per” sona pudiera contravenir lo que impontan las leyes de los que tenfan el poder. El que man- da sabe lo que hace. Asf era para Kurt Bauer y ast debia ser para todos los demés, A élno le importaba nada que Hannah, fuera judia. Lo habfa sabido siempre, Pero el Fahrer haba dicho que los judios eran sucios ymalos, y que debfan desaparecer de la faz de la Tierra. Y Kure lo habfa comprendido y lo habfa hecho suyo, sin preguntarse nunca por el motivo. Rose habfa empezado a temblar en el piso de artiba y Hannah se habfa puesto Itvida: se avergonzaba de estar allf; se avergonzaba por sui amiga del coraz6n, que tenfa un padre tan violento y esttipido; se avergonzaba de no tener el valor necesario para ira decirle cuatro cosas a aquel hombre enfurecido. Sin embar- g0, no se avergonzaba de ser judia. Siempre habia sabido que era diferente, su madre se lo habfa repetido con frecuencia; pero era una, diferencia hermosa, importante. Hannah, mi padre viene para acé. Por favor, huye, es capaz de todo. Ta no lo sabes, pero es un hombre muy violento... Sal por la ventana, por favor —le imploré Rose lorando, Hannah obedeci6 y al salir oy6 a Kutt, que gritaba mientras subta las escaleras: —iEscapa, escapa, judia... Y no vuelvas aquf nunca mas, borra de tu memoria a Rose y*flunnah no consiguié dormir aquella noche. Estaba arrepentida de haber escapado como una ladrona de la casa de su mejor amiga. Hubiera debiclo quedarse y enfrentarse con el padre de Rose, como siempre le habfan ense- fiado sus padres, Decidis no contarle nada a los suyos. Ya estaban pasando por muchas calamidades, porque las leyes raciales dic- tadas por Hitler eran cada vez més restricti- vas para los judfos. Empezaron cuando Hitler se convirtié en jefe del gobierno, en 1933. Y cada dfa aparecfa una nueva prohibicién para los judfos. Antes eran ciudadanos alemanes como todos los demés, después se transfor. maron en seres inferiores. Habfa ofdo decit ademas que ya no debian ser considerados slemanes. Eran solo “pordioseros judios”. Desde ese tiempo ya nadie hacia nego- ios con las empresas judas, porque las leyes raciales lo prohibfan; por consiguiente, In ‘empresa de calzado de su padre, Joseph, habia dejado de tener contratos con los de raza aria. Estos no debfan hacer tratos con los judios, Hasta hacta algunos afios el papa de Hannah, suministraba zapatos al ejército alemén, pero. ahora ya no le daban trabajo y el dinero iba disminuyendo. Hannah oy6 hablar a sus padres una noche, acerca de la posibilidad de irse de Ale- Tengo cada vez mas miedo. Por nosotros, por los nifos. Aqui no hay futuro para nues” ‘ra familia; estoy convencida de que deberfa- mos marcharnos, Joseph. Ahora ya ni siquiera se nos considera alemanes... 2Y adénde podriamos ir? No tenemos parientes més que en la Argentina, pero Zqué podrfamos hacer alli? Aquf tenemos toda nues- ta vida. Y también nuestros hijos. Somos ale- manes, Sarah. Yo me siento un judio aleman. Esta politica racial no podra durar mucho en nuestro pafs, no puedo creetlo... Mi padre fue lun patriota alemén, murié durante la Prime- ra Guerra Mundial. También yo tengo miedo, pero estoy seguro de que Hitler caeré pron- to... ademas, fadénde quiere llegar? El mun- do no puede permitir que suceda lo peor. Joseph, itt suefias! iLo peor ya est ocu- rriendo ante nuestros ojos! [Qué quieres que sucecia cn para comprender que estamos en igro? Ti no tienes trabajo, nadie nos mira Jaan cara por miedo a verse obligade u res ponder al saludo. 2Has visto a nuestros veci- nos? iTe acuerdas de lo amables y disponibles que se mostraban con Jacob y con Hannah? iTe acuerdas de las felicitaciones por tus éxi- tos en el terreno laboral? Bien, mira, ayer Hamé a la puerta de Ia farmacia porque me faltaba Ia medicina para Jacob, pero no me la quisie- ron dar. Yo estaba oyendo el piano de Bertha, estaban en casa. Sin embargo, no me abrieton, Después, esa misma noche, antes de que vol- vieras, encontré una nota pegada en la puerta. (Quieres que te la ensefie? En ella han escrito, que no quieren tener nada que ver con judtos. TY estos son nuestros buenos vecinos! Ya no tenemos médico porque me han expulsado de su consulta. No podemos ira las tiendas nia los restaurantes arios, nos han obligado a afiadir Jos nombres judios a los documentos para ser reconocibles, estamos fichacos como inde- seables... {Qué deberd pasar ain para que te convenzas de que a los ojos de esta gente ya no somos alemanes? Nora, la rebelde See eee todos en la Argentina. Habfan emigrado antes de la guerra de 1914 y se habfan quedado, porque se encontraban bien en aquella tie tra de grandes espacios donde nunca faltaba el sol. La madre y la hermana de Sarah tam- bién vivian allt. Ella, Sarah, se habfa quedado porque habia encontrado a Joseph y se habia casado joven para no tener que marcharse y perder a su amado. Su padre ya habia muerto mucho antes. Su madre viva ahora con su hermana y su cufiado, un argentino de orl- gen italiano que se llamaba Diego; tenfan dos hijos. La familia no se habfa vuelto a reunir. Sarah se consideraba una mujer afortunada porque se habia casado con Joseph, un judio perteneciente a la burguesfa con una empresa de la que era el nico duefio. Joseph era hijo tinico. Su madre murié cuando él tenfa dieci- siete afios y su padre se habia consagrado al trabajo. Con todo, quiso que Joseph estudiara Economfa para confiarle la empresa. Afortu- nadamente, a Joseph le gustaban las cuentas y los ndimeros, por lo que no le resulté ningu- na carga obedecer a su padre. El abuelo Her- mann habia fallecido un par de afios atrés. Hannah y Jacob lo querfan mucho, entre ‘otras razones porque era el nico abuelo con el que habfan vivido. La madre de Sarah, Marjane, le escribfa con frecuencia a su hija que se habia quedacio en Alemania, y mandaba fotos y regalos para sus nietos, pero no era lo mismo que verse y jugar al escondite en casa como hacfan con el abuelo Hermann. En su altima carta, Marjane decfa que estaba preocupada por lo que estaba pasan- do en Alemania. No crefa que la guerra fuera acabar pronto y, sobre todo, temfa lo peor para los judios. Marjanne insistfa en que fue- ran a reunirse con la familia en la Argentina, Sarah le ensefié la carta a Joseph, pero él no querfa ofr hablar del tema. =No quiero abandonar mi fabrica, a mis obreros... qué serfa de ellos? Mi padre hizo demasiados sacrificios para legarme esta empresa, no puedo dejarlo todo. Y por lo que toca a nuestros hijos. Jacob recibe aqut euida- dos, asistencia, goza de un seguimiento. Nues- tra vida esta aqui, Sarah. Este perfodo pasar4 y todo volverd a ser como antes. ‘Una noche oyeron llamar a la puerta. Al principio de manera suave, después cada vez ids fuerte, Toda la familia estaba en la cama, los nifios dormtan, y Joseph se levanté para in a abrir. Se encontté ante una desconocida tocada con sombrero de hombre y ropa mas- culina, arrugada y sucia. ~Soy Nora, Joseph. Déjame entrar, pron- to. Blla franqueé la puerta a toda velocidad y Joseph ni siquiera tuvo tiempo de darse euen- ta de lo que estaba pasando. La muchacha tenfa una herida en la frente de la que mana- ba un poco de sangre. Sarah la reconocié de inmediato. —iNora! Qué has hecho? {Qué pasa? La prima Nora era més joven que Sarah. Tenia seis afios menos que ella, pero de peque- fas habfan estado muy unidas, porque habfan pasado mucho tiempo juntas. Era la hija de su tfa Gertrud, la hermana de Marjanne. Nora, la rebelde... se habia marchado a la Argenti- na con su madre y su padre, pero antes ya se habia escapado de casa dos veces. ~iQué haces en Alemania? No estabas en la Argentina? —Hola, Sarah, [Como estas? LY wi, Joseph? Perdonen que invada su casa a esta hora, pero no sabfa ad6nde ir... Ahora se los cuento todo. Pero, por favor, denme un vaso de agua, que no bebo desde ayer. Nora les conté que habfa vuelto a Ale- mania dos afios atrés, en 1936, el afio de las Olimpfadas en Berlin, junto con su novio, Anton, también aleman emigrado a. ty Argentina. Debfan quedarse solo unas pocas semanas, pero ya no se marcharon. Anton habfa encontrado a sus amigos de la univer, sidad, un grupo de comunistas perseguides por los nazis; por eso se quedaron y entre ron a formar parte de la resistencia alema. na al régimen fascista. Sin embargo, poco a poco todos habfan ido siendo detenidos. La terrible policfa politica alemana, Ia Gesta- Po, habia detenido también el dia anterior a Anton, Alguien fos habia delatado. Tal vez altin vecino, o el panadero al que le habfan comprado el pan. Todos podian pre sentar denuncias y la policfa estaba dispues. fa escuchar al buen ciudadano y a detener a cualquiera que fuera sospechoso de ser opesitor a Ia politica de Hitler. Las personas acudfan a la policfa, que los escuchaba y los recibfa como a ciudadanos juiciosos. Deaun- ciaban a la vecina de al lado, al cliente de la tienda, a la gobernanta judfa, a los amigos comunistas. Se desahogahan: unos se venga- ban, otros se instalaban en una conciencia de patriota alemén... la mayorfa lo hacia porque tenfa Grdenes de sefialar a las autoridades a cualquiera que fuera sospechoso de repre- sentar un peligro para Alemania: en suma, se trataba de un deber civico y, como tal, debta ser ejecutado. Las consecuencias nada tenfan jue ver con ellos. Nora habia ‘onseguido escapar por la ven- aquella noche, antes de que llegaran los hombres de la Gestapo. Anton ae haba sacrt- ficado por ella quedandose para cubrirle las espaldas y se habfa herido al caer sobre una piedra mientras bajaba desde el segundo piso de su apartamento. =iTe busca la Gestapo? Sarah no lo podia creer. Estaba espantada. Sabfa que la Gestapo estaba formada por hombres sin piedad, que aban matado ya a muchas personas sospe- chosas de ser enemigas del régimen. ~Pueden estar tranquilos, no quiero poner los en peligro. Déjenme dormir unas horas y me marcharé mafiana al alba. No saben que estaba con Anton, Ilevo un poco de ventaja.- ¢Me puedo quedat? Sarah miré a Joseph y luego le dijo a Nora: =Claro que puedes. Vete ahora a dormit y dime a qué hora quieres que te despierte. Me parece que lo mejor es que te vayas antes de se To siento por tu novio, Nora le dijo Sarah, Aloft las palabras de su prima, la joven se derrumbs y las légrimas cedieron su sitio al miedo: el hecho de que Anton estuviera en manos de la Gestapo significaba una muerte segura y ella lo sabla, Después volvis en st fe see los ojos entojeckion pore Ianto y a Sarah hizo las cuentas: si ella tena th ta y tres afi, Norn debia tenor velntany, Vigndola en aquel momento, pareeta muck in ea ae li ° Gracias. Sabfamos que podia pasaros todo esto. Anton es un vallente.. no puide continuar y, para no Morar, desecho el roeacr, do de su chico-. {Tienes una manta? Tengo mucho fifo ~le pregunta Sarah. “Claro que sf. Perdona. Voy a buseatla sya Nota Bio que la deaperearan alas cinco a era poco mas de medianoche: no le queda ba mucho tempo paredescanars Hannah To habla escuchado todo desde s habitacon Se desperts cuando ye ona alg puerta de manera insistente, Ella no conoeia a Nora. Se levants de la cama y, sin dejarse ven sc puso a espiar a los mayores desde la puerta entommada, Nora le pacts pupihima, com as aio oye pel rubio ecopido deo da sombrero. Sus ojos negros le brillaban cusndo hhablaba de Anton, y Hannah, que tenia doce afios, sofiaba precisamente con un amor que fuera tan grande como el de Nora. Hannah haba ofdo hablar de la Gestapo 1 su profesora dle alemén dos dias antes de que le prohibieran ira la escuela, La profesors hhabta dicho a toda la clase que un verdadero patriota debia advertir a la policfa politica st taba algo extrasio, porque no todos ama- notbtTemanta ni todos eran dignos de WMtmania nazi, Mientras decia esto habia Aledo precisamente a ella y a:su compatiero ‘Abraham. Eran los dos nifios judfos de la clase. Hlennah no habia dicho nada, aquella mirada fifa le habia producido tales escalofrfos, que Ai siquiera después de tanto tiempo la habia conseguido olvidar Decidio que no hablarfa con nadie acer- cade Nora. Habria sido peligroso para ella F para su familia que la profesora o los veci- 15 hubieran ofdo hablar a su tia con tanto Hesprecio de la Alemania nazi, mientras que todes los demas parecfan tan contentos de tener a Hitler como comandante. ‘Rose ya no la habfa vuelto a invitar 2 su casa, Hannah la veta pasar algunas veces con fas otras nifias de la escuela, pero no le guar- daba rencor 2 su amiga; sabfa que ella tam- bién suftfa por el hecho de estar alejadas. Y ademas tenia miedo de su padre. Cuando pensaba en los dltimos dias en que habia podido asistir a la escuela, se daba Cuenta de lo aislada que estaba. Solo le habla- tba Abraham, que se habfa convertido en su compafero de pupitze. La sefiorita Hoss los habia puesto juntos, en la ditima fila, “Entre Tos jidfos os entendéis..", les habfa dicho con tuna mueca de desprecio que habia deformado Sus labios perfectos, rojos como el geranio de su madte Satah, Si no hubiera sido por Abraham, Hannah pensaba que en las tiltimas 3 us Je voz no le servia de nada. Ya nace le ae pee Je preguntaba cémo. a Soa suet jugar o si sentfa ganas de low, Se sentia como un ofl tapado con wna far ee casa todavia Ilena de vida. Tode mova a su aliedetior como de contain ro a ella y a Abrahas al m bomradde, Hes mas a la escuela. Para el no habia nea ees P: llos, ya no habia nada Jacob en Ia clinica Eee na noce de tte. Alen te mé fuerte a la puerta —IPolictal Joseph se precipieé a abrir. Lo empujaron hacia cl interior y entraron: eran dos hombres vestidos de paisano. Sffices t6 el cabeza de familia? le pregun- Joseph asintis. Los nifios estaban con Sarah en la pieza de al Indo. 7Es verdad que tienes un hijo minusvé- Lido? oNo, Jacob no es minusvalido, es un nifion- No lo dejaron acabar. Le dieron una bofeta- day le dijeron que un judto no debia permitine el lujo de decir “no” a un policfa de Hitler, Registraron Ia casa y encontraron a Sarah ¥.a los nifios. Sefialaron a Jacob. Después Ie dijeron a su madre: iCudntos afios tiene? ~Ocho afios ~respondié Sarah intentando esconder su temblor. Este se viene c bolsa con pocas cosas. Podrén verlo manane universidad. Eso es todo. =INo! ~grit6 Sarah—, INo les daré a mi hijo! ~ Tt mujer, no tienes ningtin derecho en, este pafs “le grits uno de los dos—. Eres judin, Da gracias a Dios de que el Fihrer quicra curar a tu hijo. Ahora bien, si no obedeces ni siquicra la verds a ella -concluyo sefialando a Hannah, ala que el miedo la tena paralizada, Joseph sabfa que no habfa nada que hacer, Ejecutarfan las drdenes que habian recihide costara lo que costare. Tomé a Jacob y eimpe, 26 a hablatle en voz baja. Pero antes le dijo a Sarah que le prepatara una bolsa y que al dif siguiente por la mafiana irfan pronto buscarlo. Su mujer comprendis que le estaba pidiendo que no pusiera también en peligro, 8 Hannah y se dirigié como una automata a Preparar una pequefia maleta para su hijo. Jacob habfa empezado a hablar sin parar, Poco a poco, como hacia cuando estaby 1¢ formuban En su mundo, del avi 2 ere as 1m4, no encontraba: fas extelas su mandy no eneoneeabs Pere es auelloy dos hombres ve refan. Incluso cuand Jo seo levaron prosigus ella een, pers susuerad, lent con ae pterrumpiia de ver en cuando pel soa ola palabra: “mama”. sr ae ge setgnimuteco de trapo del que solo saan. iggrimasy el nombre desu Jacobs "foneph se qued junto 2 Hannah aus so onsopuia hablar nl llorar, Miraba hacia ta Se Haque habla salido Jacob eon I puerta dos nombre de oe wes pudo dormir. A las Ningune de onan dlencloy #© sine: fona ple hacia la digcci6n que Tes habfan ‘cj Ta noche pasada, ple, poraue os Sehfos se les habla prohibido adem Judes se Jes porte plblicos. ¥ tambien las bicicletas. ee vten to de la Segunda G orosceada pr fie en 1929, aos judo ieee ce de aud: pe iguiente, no podfan salir I foche y les estaba prohibida la posesion. de pararos de radio, De abt que fo eavier ticin alguna de cOmo marchaba le guerra PNaientas cain pata cirgse ®t nen en fa que hablan encertado 2 Jacob, Hannah iba pensando en su herm: ea imeem ands pa hs ro del. aparato. Mas adelante, dado. que no le permitfan abrirlo, empers .’, — fecondlia que habla ynoselove™ 1 8°80 Dacmee eae Por encanto, a hablar, e re modo, ya se podfa bromear, au 5 ea y se “encend{a” a su vez: a a hablar diciendo cosas incone: pea como un titere de madera, cae Hannah podt: bir y clas no queria que lo molester conocié nunen el lado magico de keralgn ventana ls clinica pedierton de fot Nofilad ys acerearon ala porteria dois Le pregune wie ron por Jacob y ella res. Pondis que no era posible wero, qa nee jen y que pronto ue estaba reocuparan, que es Prsipfan noticias de los médieos. ‘Joseph no se rindi. “Por favor —insistié—, dejen entrar al menos a su madre, quiere ver a su hijo. Solo tin instante. Por favor... En ese momento la mujer se alej6 y se pre- senté pocos segundos después con un policfa, Gue, con el fusil en posicin defensiva, los intimé a que se fueran. ‘Se llevaron a Hannah. Ninguno de ellos dijoruna sola palaba en el eaino de regreso. a silencio continué en casa. La jornada la pasaton en cierto modo esperando la noche ae daria paso a la manana y a la esperanza Aevolver aver a Jacob. ‘Aguella noche Hannah vio las estrellas, abrig'ta boca para lamar Jacob, pero no le salié ningdn sonido. Entonces se puso a contar las estrellas, justamente tal como lo hacfa Jacob, con su mundo de veinte néimeros. Y después volvia a empezar, y siempre eran veinte. ‘Sin embargo, no acababan nunca. Hannah, se durmié contando las estrellas del cielo. ‘A la mafiana siguiente volvieron a ponerse en camino. Llegaron ante la clinica y, como el, dia antetior, se dirigieron a la porterfa. Habfa otra mujer sentada detras del cristal, pero también tenfa una mirada glacial y distante. “Somos los padres de Jacob Weiss, le pido por favor que nos deje ver a nuestro hijo. a| =No ¢s posible. Vayanse y no vuelvan, Seremos nosotros los que les demos noticing de su hijo, Sarah no se irfa nunca de allf sin Jacob, se Jo habia prometico a sf misma. ~iMalditos! ‘Devuélvanme a mi hijo! iEs mi hijo, no tienen derecho! JACOB! JACOBI Sarah no querfa esperar més: allf dentro, en alguna parte, estaba su Jacob. Supers Ig barrera de entrada, pero en cuanto puso el pic en el patio se encontrs con un soldado con In divisa nazi. El hombre la paro déndole on golpe con el fusil. Ella cayo al suelo. Joseph intenté acercarse, pero el soldado levantd el len ese momento y apunts hacia Hannah, Joseph se detuvo. También Sarah tuvo que tenditse. Sali6 en silencio, cogié a Hannah, de la mano y se marcharon. Hannah no dijo ni una sola palabra. No habfa vuelto a habla, desde la noche en que se Ilevaron a Jacob, Pasaron algunos dfas. Joseph pidié ayuda a todos sus amigos y clientes de raza aria. Bus. caba informacién sobre esta clinica pediatrics a fin de recuperar a su hijo. Sin embargo, todo el mundo tenfa miedo y se negaban incluso a escucharlo, Solo un cliente, que se habia vis, to obligado a interrumpir la relacin con In empresa de Joseph pero que no era nazi, le dijo conmovido: ~Le lamento mucho, Joseph. Hitler no quiere judtos ni minusvalidos en su Alemania, Atmese de valor. Yo no puedo hacer nada a blo, Este régimen devo- eee sag potonacy ution Aare le valor y manténgase cet mujer. Lo ‘atric eRtpaens semanas més tarde Hams a Ia rere oper vosotros “les entres un we y se marché de inmediato. . ott el sobre Baia hj Banca sin mncahezaclo donde haban egerto que Jacob fiEin'mauereo de palmonia, Nada ris, Nin- Gn Hlamentamos", ni sigulera una palabra fe consuelo. No habia ninguna firma. J habia dejado de exist, Hannah cuenta las estrellas de hacia tiempo y no vefa a ningdn amigo. Nadie la habfa buscado desde que le prohi- bicron asistir a la escuela junto con los de raza ayia. Esta palabra se la habfa aprendi- do bien: “arios". Eran todos los otros, los que podfan seguir yendo a Ia escuela, tomando el tranvfa, teniendo una bicicleta, entrando en, un parque. Los judfos eran una raza inferior. Lo habfa lefdo en una tienda que no acep- taba a clientes judios. Hannah pens6 aquel dia que los arios tenfan necesidad de mirar la estrella de David, que los judfos estaban obligados a coser en su ropa, para saber que se trataba de una raza inferior. De otro m no habrfan sido capaces de distinguirlon ‘Ahora bien, esto no se lo dijo a nadie: se habtan pasado ls gatas de hsblas. Cada ves «que sus padres le decfan algo los miaba, pore po sallaningtin sonido desu boca. Parecia que ya casi ni siquiera pensa- ba. Se habia vuelto perezosa y querfa dover con frecuencia. Pero cada vez que miraba les estrellas en el cielo se ponta a contarlas. Un da Joseph le mostr6 a Sarah una tarje. ta postal de la prima Nora: habia consepuicle Hegre de manera milagrona ala Argentina y le imploraba a Sarah que se reuntera a su familia, “ econ Sarah -le dijo su marido-, tenfas raz6 debt haberte hecho caso hace mucho tiene, po... Por qué no nos vamos de aqui? Argon. fina es un buen sitio, reconstrutremos all nuestra vida. Tenemos a Hannah, debemos pensar en ella. La ves?, parece un fantasinas pobrecita. Por favor, Sarah, vamonos de aqut, Su mujer lo mir como a un extrafho al cue fuera preciso tratar bien por cortesin. =No podemos irnos, Jacob esti aqut, No nos han devuelto su cuerpo, todavia tengo que darle sepultura. 4Y sino hubiera muerte? Debemos descubrir lo que le ha pasado. ~Sarah, desgraciadamente nuestro hijo Jacob ya no existe. Ahora debemos pervat en Hannah. Por favor, querida, en la Argentina estaremos bien. -Puedes ine #8 co Hanna, De todos fos, ya no puedes trabajar. Has tenido que mete os de raza aria lo que nunca buble- ceiGuerido dejar. Nos han dado dos eéntimos gue yase eatin acabnndo, Deberfarnos ven~ i Sora casa para seguir dando. Yo puedo de saerar otto empleo, Marchense. Cuando faye dado seputtura a Jacob, me reuniré con ustedes. No te voy a dejar sola, Sarah. Te espera- remos le dijo Joseph, aunque sabfa que nun- Sencontrartan el cuerpo de Jacob. Un mes mas tarde, el 25 de septiembre de 1941, Flier decidi6 que los judios ya no (an salir de Alemania, Bstaban atrapados. La del 16 de octubre era una noche apa: cible de otofio y hasta se podian contar las Sstrellas, porque el cielo estaba muy oscuro, pero sin nubes. Tiannah no oy6 el timbre, estaba absor- ta mirando desde su ventana y contando las tatrellas por Jacob, de veinte en veinte, todas Desde que se habtan levado a su hermano Te hacia de manera continua, Las eontaba y trctibia los niimeros en un cuaclerno, esperan- oa que Jacob volviera, Nunea se habia cret- dio la historia de la pulmonfa, se acordaba muy bien de que ella se engripaba todos los invier- nos, pero él nunca, nusiea se ponta enfermo Jacob era mas fuerte de lo que parecta. Y sino habia tenido ninguna pulmonta, entonces estaba vivo. ¥ debia volver. —Hannab, ven, debemos imos —su paps, Joseph, hablaba con vor suave, como naneg lo habia ofdo, y tenia una expresion extrana, Ayudé a Hannah a bajar de la ventana en Ja que estaba sentada y la abraz6 muy fuer, te, como nunca lo habia hecho. Todo pareeta nuevo aquella noche, La ayud6 a llenar una Pequefia maleta que le habfa regalado dos ‘fics antes, para cuando pasaban las vacacio. nes en el mar o en la montafia, ~No te olvides del cuaderno de las estre- las, Hannah, podrés seguir contindolas, ver... ~“Verds”, hubiera quetido decie. “Vers, nifia mfa”. Pero no lo hizo. Habria sido una mentira: Hannah, como Jacob, nunca volve- #fa a contar las estrellas. Se detuvo porque no querfa llorar y Hannah se habria asusts do. Pensé que hubiera deseado verla erecer y hacerse adulta, Rez6 para que asf fuera, A pesar de todo. Sarah habfa preparado Ia otra maleta, la grande. —tDe verdad puedo evarme el cuaderno de las estrellas, papa? —pregunt6 Hannah, El padre y la madre no ofan la vor de la nifia des- de hacta mucho tiempo. ~Claro que puedes, Hannah ~respondis su mama —iHay estrellas en el sitio al que vamos? ~auiso saber la nifia ~Las encontraremos, puedes estar tranquila le dijo su padre. Bien, entonces podrfa suceder que Jacob se ounicin com noroton af Ssomchiyé lane nah poniendo el cuaderno en la maleta, En media hora estuvieron listos: era el tiempo que les habtan dado les wes hombres de la poliefa politica de Hider que habfan vyenido a recogerlos para llevarlos “a un sitio, en el que encontrarén a otros judfos como ustedes". AI salie de casa, vieron al hijo de jos vecinos que habfa abierto la puerta picado por Ia curiosidad; su madre apenas se dignd dirigit a Sarah una mirada severa y, sin decir tuna sola palabra, se apresuré a cerrar la puer- ta, Ellos eran de raza aria. Emeline Francia Los postigos azules mafiana a las siete en el edificio de la calle Lebouteux, situade junto al parque Mon- ceau. Eran las dnicas pintadas de azul en. todo el bloque de viviendas, las otras eran, de un verde apagado, podrido; en efecto, ni siquiera se Io podfa considerar un color, era solo una capa de pintura pasada por pura casualidad, y nadie las notaba cuando se abrfan ose cerraban, porque todas eran igual- mente feas. Las contraventanas azules del tercer piso, en cambio, tenfan un cardcter propio. Un, poco, preciso es reconocerlo, porque eran +100, diferentes de todas las demés, aunque tam. bién porque no se abrfan todos los dias del miso modo. Algunas veces se abrian de una manera lenta, cast sin ganas. Esto tenta lugar cuando Brigitte se haba acostado tarde la noche anterior por haber estado trabajando, ten un ctiadto y no haberlo terminado atm y, por consiguiente, no tenfa ganas de oft ense~ Buida las voces de Ia ciudad, que empezaba su carrusel de cada dfa, Otras veces las con- traventanas azules se abrian de un salto, con vigor, como para dar los “buenos dias” a Ia mariana y a las otras ventanas, En esos casos, o bien era que probablemente Brigitte habia terminado un cuadro y se sentia satisfecha del trabajo, o bien que Pierre habfa descansado bien y tenfa ganas de anticipar el comienzo de la jornada. También habfa dias en los que las persianas se levantaban casi riendo, cast a sal- tos: en esas ocasiones Pierre y Brigitte, alegres como nifios, se daban los buenos dias alter- nando los besos con las carcajadas. Por dlti- ‘mo, habfa dias también en los que los postigos azules se abtfan y basta. Lo hacfan por deber, por costumbre, pero sin mirar afuera, porque ya era demasiado trabajoso estar dentro, Lo Que pasaba era que Pierre y Brigitte refifan y, Orgullosos como eran los dos, no se dirigian Ta palabra incluso durante toda una semana, excepto en lo que concernfa a sus deberes para con la nifia Esto sucedia, en efecto, rara vez, pero sucedfa EI administrador de a finca, Fabien Durand, le dijo una vez a Brigitte que debian. pintat sus ventanas como todas las demés: “A. fin de mantener la uniformidad que corres- ponde a un edificio de época habitado por familias respetables”. A Brigitte le entré la risa. Ella consideraba la uniformidad como tuna ofensa, aunque se abstuvo de decfrselo al administrador. Y le respondié de manera famable que ni hablar. El administrador sentta una cierta debilidad por Brigitte, porque era la més joven y la mas guapa de las vecinas. ‘Aunque no solo por es Vamos, se le puede perdonar cierta extra- vaganeia, se trata de una artista”, respondia a los copropietarios que le pedian cuentas por fas ventanas azules. A renglén seguido, con- fesaba que estaba bromeando y que se ocu- parfa del asunto. Sin embargo, una vez se le escap6 tn pensamiento poco afortunado: ~Podriamos aceptar la propuesta de la sefio~ tra Brigitte y pintar todas las ventanas de azul. Enel fondo, estarfa bien, Lo habfa dicho una noche en la reunion de copropietarios tespondiendo a Ia sefiora Dubois, que con voz ronéa le habia pregunta- do silos vecinos de las ventanas azules se deci- dirfan de una vez a pintarlas como los otros. ‘Todos miraron al administrador como si fuera un infiltrado, como alguien que no tenfa nada que ver con la reunién y estaba allf para tomar el pelo a los presences. 101 102, —iFsté diciendo eso en serio? —le pregunts, el vecino del segundo piso, el notario Morel, que ya tenia dibujado en’el rostro el sobre blanco con Ia carta de despido para monsieur Durand, administrador de fincas de Ia casa Fabien & Fabien. Este tltimo imaginé la carta con caracte- res de grandes dimensiones y se apresurd a decir con una sonrisa: ~Era una broma, naturalmente. También, a mf me parece, como es obvio, que son de mal gusto, demasiado excéntricas. Pero pase- mos a temas més serios... Cada vez que aparecfan las ventanas azules el administrador encontraba siem- pre temas més serios para pasar a otra cosa, Los preparaba con antelaciOn. Bra su regalo, a Brigitte. Nunca se lo habia dicho a nadie, ni siquiera a su mujer, pero él también habia sido artista de joven: pintaba, como Brigitte, Le gustaba retratar a las personas, y con sus retratos ponfa de relieve el lado oscuro del ser humano. Era entonces muy joven y sus retra- tos agradaban a los profesores. A Fabien le hubiera gustado hacer el bachillerato artisti- co, pero su madre y su padre pensaban que ser pintor no era un verdadero oficio y, ademés, los artistas eran personas poco decorosas: lo enviaron a Economfa y Comercio. El no tenfa la fortaleza de Brigitte, a él le hubieran podi- do imponer ventanas de color verde podrido. Brigitte era su revancha. Cuando se marchaba de las aburridas reuniones de vecinos, decfa para sus adentros: “Por esta vez también Jas ventanas seguirdn pintadas de azul”. Y era como sien la reunién también hubie- ran estado sus padres. También ellos habfan salido derrotados. Brigitte procedia de un lugar en el que el mar habfa domesticado a la clerta, la Bretafia. Alls todas las ventanas eran azules, pero no por mantener la uniformidad: era la Hamada del mar. Mas fuerte que todo y que todos. Un dia, Brigitte acababa de pintar las ven- tanas de su casa en Le Val André, un pequefio, pueblecito en el que habitaba con su padre, Sergio, y con su madre, Danielle. Habfa vuel- fo a entrar en casa porque querfa escribir la frase de costumbre: iOjo! Recién pintado. Por favor, no tocar. Pero no se apur6 lo suficiente. Pierre pasa- ba por allf con un grupo de amigos con los que estaba de vacaciones. Al ver el azul intenso de las ventanas, dijo: “iAqut esta! [Este es ‘exactamente el color que me gustaria para mis ventanas de Paris! iEstoy harto del color verde apagado! Hagamos caso, es el color simbolo de la Bretafia; todas las casas tienen Jas ventanas azules, dan alegria, on lumi- nosas. De este modo, tenderé el recuerdo del mar también en las oscuras jornadas inver- nales en Parfs”. Sus manos se posaron sobre aquel ejemplo de luminosidad y la pintura fresca hizo el resto. En ese mismo momento. 103, salié Brigitte con el cartel preparado y vio las manos azules de Pierre. Un coro de carcaja- das la recibis. Brigitte y Pierre se engmoraron asf, aquel dia de agosto de 1929. Emeline habia ofdo sta historia descle pequefia, unas veces con- tada por su mama y otras por su papa. Por consiguiente, no se sorprendis cuando vio que sus contraventanas eran azul Bretafia, como decfa Pierre, su padre, diferentes de todas las de sus vecinos. Eran también los tinicos judios del edificio, pero hasta el afio 1941 nadie lo habfa notado. Vivfan en la calle Lebouteux desde 1930, cuando se casaron y se convirtie- ron en el matrimonio Samuel. En 1934 habia nacido Emeline. La Bretafia se convirtié en Ia meta de sus vacaciones: esto era lo que habfan pactado, porque de otro modo Brigitte no se habria casado nunca ni se habria ido a vivir a Parts Para ella, dejar el mar fue un poco como dejar el seno materno. Brigitte era pintora. Dibujaba el mar, lo pintaba de azul claro, de verde, de gris, de ‘azul marino, de amarillo, Nunca faltaba el mar en los cuadros de Brigitte. En algunas raras ocasiones era azul; otras veces, como decfa ella misma: “Cambia de color, porque es una metéfora”. Se volvfa blanco cuan- do era el vientre de la mujer que aguardaba un hijo, se velvia amarillo cuando era una casa en la que se salvaban nifios de todos los colores de un elefante color turquesa, o bien era negro como Ia oscuridad que envolvia los ojos de las personas y las cegaba, El que mds le gustaba a Emeline era unoen, el que el mar era rojo y dentro de él habfa una enorme ballena que comia sol en el desayuno, el almuerzo y la cena. Fue, en verdad, Brigitte ‘quien le explicé el significado de aquel cua~ dro: ella, Emeline, cuando lo vio por vez pri- mera, no habia notado mas que una mancha roja indefinida, en cuyo interior flotaba una figura negra, recubierta de extrafias serpien- tes amarillas. ‘Su mamé le habfa susurrado que debfa mirarlo despacio y, sobre todo, olvidarse de los ojos normales y usar los especiales. Le habia dicho: “Con los ojos especiales, puedes ver las cosas tal como estén hechas por dentro, no solo por fuera. Cuando usamos los ojos especiales, cada cosa que vemos se transforma y cada uno de nosotros descubre algo secreto, algo que jams habfa visto” "St le respondid, paciente, Emeline Pero, idénde est el sol, mama? iNo me has dicho que la ballena se esté comiendo el sol?” “ZVes las pequefias serpientes amarillas? Son los rayos del sol. Solo han quedado los rayos porque la ballena se ha comido todo el sol, pero esos no le gustaban. iMira cémo est la barriga de la ballena de grande y de redonda! El sol ha acabado allf dentro. La ballena es como un hombre que quiere 106, devorar todo lo que desea. El color rojo del mar representa el deseo”. “iPero qué es lo que quiere decir exac- tamente cu cuadro, mamé? ZPor qué lo has hecho”, habfa preguntado Emeline con can. dides. “Porque queria contar que nosotros, los hombres y las mujeres, engordamos de deseos. Nos damos enormes atracones y después nos ponemos pesados como la ballena’. En resumidas cuentas, era “un cuadro con significados simbélicos”. Esto dltimo se lo habia explicado su paps. “ZQué son los. significados simbélicos, papa?”, le haba preguntado Emeline. Ella no se rendia nunca: en el fondo, ‘para qué esta- ban los mayores sino para explicar los miste- rios a los nifios? “Hay obras en las que el pintor pone cosas escondidas, cosas que hemos de buscar, que hemos de ‘adivinar —le habfa respondido Pierre—. Por lo general, los nifios son mejo- res en este juego. Los mayores, por si quieres saberlo, Emeline, hacen como si entendieran, pero no siempre es verdad”. “Si es por eso, tampoco yo, lo consigo, papa”, haba tenido que admitir Emeline. “Ya te acostumbraras. Mamé te ensefiard a leer las cosas escondidas y a usar los ojos especiales. Ella es una artista, es capaz de ver incluso las cosas que para los otros no existen”, “Ya sabfa que mamé tenfa poderes magicos, a veces también a mf me parece extratia... INO ser un poco bruja?”, “tAcaso has visto alguna vez a una bruja tan guapa? Parece extrafa porque su aten- cin es captada por cosas que los otras no perciben”. “A mf también me gustarfa. JPodré apren- dex, papa?”. *Yo creo que sf. Pero ino te diagustard que te digan que eres rara?”, le habia respondido su padre acariciéndole el pelo. Emeline, luego de pensarlo un poco, habsa dicho por fin, con aire serio: “No. Bastaré con, que René sea como tt. [Qué dices, paps, le gustaran también a René la mujeres que pare- cen un poco brujas?”. 07 René Loco piss tes et ce pio eta ‘otro turno de apertura, ademas del matuti- no. A las ctiatro de la tatde se abrfan puntual- mente, despacio, de manera timida pero sin vacilaciones. Y, al mismo tiempo, se extendian también hacia el exterior los de al lado, setios y tristes, pero igualmente puntuales. “Hola, Emeline. ‘Has terminado los deberes? “Me falta una operacién y acabo, fy td? ~Ya los he terminado. Bajamos? =Dame cinco minutos y estoy contigo. Hasta luego, René. ino René tenfa nueve afios, dos mas que Eme. line, y era su novio. “Amigos de corazén”, decfa riendo Brigitte. Pero Emeline no se daba por aludida. Era como su pap, serena en su seriedad inoxidable. “René y yo somos novios. Ahora toda- via somos pequefios, pero cuando tengamos veinte afios nos casaremos, Si quieren, pue- den venir a nuestra boda. Pero después nos iremos a vivir solos”. Su padre, Pierre, ya no se refa al ofrla hablar asf. René habfa aparecido un afio atrés en la vida de su hija. Y ella lo habfa preferido a él, No daba risa. El dolor del abandono era algo serio: un afio antes Emeline decfa que se casarfa solo con su papa. Los dos nifios iban a menudo al patio de a casa por la tarde, y algunas veces la nifiera de Emeline, la dulce Amandine, los levaba al parque Monceau, Correteaban en bicicleta, 0 jugaban con otros nifios al escondite, a poll- fas y ladrones, al pafiuelito. Pero un dfa las cosas se volvieron distintas, las personas cambiaron de repente y Emeline empez6 a no comprender nada. ‘Todo empez6 una mafiana de mayo. Era domingo. Aquet dfa la primavera ya se habia asentado: el cielo parecfa un desierto, no se vefa una sola nube y hasta el viento estaba en. calma. El sol ya calentaba: inmévil y sereno, se espejaba en las aceras, que reflejaban una luz dorada. La luz se fijaba en las ramas de los Arboles que se alineaban a lo largo de las ace- ras y destellos dorados rebotaban sobre las paredes de las casas con sus contraventanas cerradas. Habfa mucha lus, pero no era un dia luminoso. Todo parecia mudo: las calles, las ‘casas, las ventanas, las aceras. Emeline estaba con Amandine. Su pap& habfa dicho que debfa ausentarse de Parfs por razones de trabajo y su madre debfa terminar un cuadro. Al llegar al parque, estaban entrando por Ia puerta de costumbre cuando Amandi- ne asié a Emeline por un brazo. La nifia se detuvo a mirarla esperando a que le diera una cexplicacion. “No pocemos entrar, lo siento mucho, Emeline ~susurré al mismo tiempo que sefia- Taba a la nifia un cartel blanco colgado en fa El cartel decfa: Se prohtbe la entrada en el argue a los nifios judios, Aquel cartel era para Emeline como uno de los cuadros incompren- sibles de su madre. {Qué significaba? —Por desgracia significa precisamente lo que est escrito: que los judfos no pueden entrar en el parque. Y tG eres judia, Emeline. Pero mira, allf est Bastien, y allf también esté Gustay, son mis compaticros de la escue- Ia, 2No son judfos ellos también? Me parece que no. —iQuieres decir que no son iguales a mf? ENo somos todos judios? Ta no eres judta? erry nm -No. Yo soy catélica. Bscucha, Emeline, tampoco a mf me gusta este cartel, pero no podemos entrar. Volvainos a casa. Por mucho que Emeline burcara una explicacién, nada acudia a ou mente. Tenia In cabeza vacia “Pero Ipor qué no pueden entrar los judios al argue? ~le pressane6 entonces a Amandine. Es cosa de la guerra, querida Emeline. Nuestro pats ha cafdo pristonero de los sol- dados alemanes... En pocas palabras, mandan ellos, y a los alemanes no les gustan los judios. —iY por qué? —debfa haber algtin motivo. “Yo no,soporte a Bibiane, pero #6 e! motivo", pensé Emeline. No hay ningtin motive. Es asf. Son unas personas malas “la nifia sabia que, cane fo Amandine no rena ganas de hablar de un teina, daba por lo general respuestas secas que hho contenfan explicaciones. Eso signifieaba que Ins preguntas habiam llogado anal y debian Gecencrse, E30 fue lo que izo Emeline. "Pero siempre hay algiin motivo —pens6—, al menos eso es lo que dice papa. Se lo preguntaré a él", —iEsto es demasiado! Ahora también los nifios... (Malditos! iMalditos sean! Ven, Eme- line, vamos al parque, vas a venir con mama. ‘Amandine mir6 a la madre de la nifia: en aquellos ojos se vefa una mezcla de miedo y de sorpresa. “Pero, sefiora... asf corre el riesgo de com- prometer su libertad y la de la nifia. iEs dema- siado peligroso! Puede aventurarse a una delacién, a una redada. Se lo rego, no se pre- cipite, espere a su marido... jo quiero esperar a mi marido y no soy una mujer que se precipite! Deberian ser uste- des, franceses de raza aria, Ios que lo hicie- ran; ocupar el parque con sus hijos para decir “basta” a estas injusticias. Sin embargo, obe- decen siempre. Yo no quicto obedecer mas. ‘Tomé a Emeline por un brazo y salio. Gustav y Bastien estaban todavia en el parque. Un poco mas alld habfa dos nifias a las que Emeline no conocfa, Brigitte ented decidida en el parque junto con su hija igno- rando el cartel con la prohibicién. Las madres, de Gustav y de Bastien se miraron y empeza- ron a hablar a toda velocidad. “Ve a jugar con tus amigos, Emeline ~dijo Brigiete ala nifia, meline obedeci6. Bl tono que emples su madre lo habfa ofdo pocas veces, pero le habfan bastado para saber que no admitfa réplicas. Los nifios recibieron a Emeline sonrien- do y empezaron a jugar con ella como si se hubieran visto un minuto antes. Como si el mundo no hubiera cambiado mientras tanto. Sin embargo, de golpe y porrazo, las madres de Gustav y de Bastien Ilamaron a sus hijos para irse. 3 4 Una de ellas se detuvo, sin embargo. Vaci- Jo un instante. Dio marcha atrés y se ditigis a Brigitte, “Lo siento, sefiora, No tenemos nada contra usted ni contra su hija, pero no que- Femos arriesgarnos a que nos dletengan tam. bign a nosotros, por si acaso las descubren en el parque. Déjeme decirle que esta corriendo usted un riesgo quedandose aqut... Lo siento. Hasta la vista Brigitte no respondi6. Se volvié hacia Eme- line. La nifia se habfa quedado de pie y mira- baa Gustav y a Bastien que se marchaban. No ofa nada. Era como si todo aquello le estuvie- ra pasando a otra persona, no a ella; no habia razén para lo que le estaba pasando Envese momento Hleg6 Pierre. Amandine lo habfa puesto al corriente porque estaba preocupada por Emeline, Iba corriendo, mira: ‘ba inquieto a su alrededor. Llevé a Emeli fuera del parque. Después intenté sacar tam- bién a Brigitte, que se neg6 rotundamente. Empezaron a levantar la voz. Pierre, al principio, hablaba despacio, controlando los festor y cl tono para no llamar Ia atenciGn. Sin embargo, poco despues perdis la pacien- cia y sus palabras se hicieron audibles para todos. Hasta Emeline lo podia oft. ~iQué piensas hacer, Brigitte? Esto no es un escenario pare artistas revolucionarios; esto + In vida, la tuya, ln mfa y la de Emeline. ¥ Ja estas poniendo en peligro. No puedes hacer Ja revoluci6n td sola, Los alemanes estan en Paris y nosotros, los judios, solo podemos subir en el diltimo vag6n del tranvia. Te das ‘cuenta? Se han quedado con nuestras propie- dades, con nuesttos objetos de oro, con nues- tro dinero, ice das cuenta? No tienen que pedir permiso para hacerlo, son los vencedo- res. Pero no, tii no te das cuenta de nada, ti tienes tu mar para dibujar. ¢Ves ese cartel? 1Sabes lo que significa? Que si no lo respe- tas te llevan a la cércel y ya no vuelves a sali. UExes consciente del riesgo que le has hecho corres a eu hija? ‘Al ofr aquellas palabras, las dos dltimas madres que quedaban en el parque salieron levandose con ellas a sus hijas. “Pero ies que no comprendes que todo esto es absurdo? le respondis Brigitte sefia- lando a las dos mujeres que se tban-. Nadie se rebela; Ia vida a nuestro alrededor pare~ ce la misma, solo ha cambiado para nose ros. Todos aqui siguen yendo al teatro, al cing, al restaurante, discuten de politica y de libertad y, sin embargo, permiten que unos nifios sean excluidos del parque. Pero iadén- de habfamos vivido hasta ahora? Por lo que a mf respecta, ya no puedo soportar toda esta indiferencia.. “iNo es indiferencia, Brigitte! IEs miedo! Si, todos tienen miedo tanto en Parfs como en toda Francia. Sé que es un sentimiento que tino conoces, pero la realidad es esta. Y 15 us harfas bien en tener miedo tt también. No te das cuenta...” Eres td cl que nose da cuenta, Pierre —repli- 66 su mujer. Vamos, abre por fin los ojos! Te ests comportando come un cobarde, como, todos los franceses... “iQué sabes t4 de lo que me est4i pasando ami? De verdad quieres saberlo? (Quieres saber adénde voy cuando me marcho por la, mafiana? Me voy a casa de mi madre, porque me han despedido, Brigitte. LY sabes por qué Porque soy judfo. Los periodistas judios no son dignos de escribir en el Paris ocupado por los alemanes, élo sabfas? Pues bien, asf estan, las cosas ~admiti6 dejando de gritar. Su vor se torné cansada-. Hace una semana que me dijeron que podfa quedarme en casa. Las dis- posiciones son estas. No he tenido el valor de decirtelo. Ta te sigues comportando como si no hubiera pasado nada. Hace meses que las cosas se estan precipitando y td haces como si nada, Yo ya no sé qué hacer... Voy a la casa de mi madre, sf. Ella me dice que te lo diga y cada da vuelvo con la intencién de hacer- lo, pero td siempre andas obnubilada con tus cuadros y por tu rabia contra los alemanes y contra la gente de Paris... Sabes que a par- tir de hoy todos los judios debemos llevar una estrella amarilla, simbolo de nuestra maldi- cién? Debemos ser reconocibles, detectables, esté claro que quieren hacernos desaparecer. Pero len qué pats vives, Brigitte? Es preciso que vuelvas a nosotros. La vida ha cambiado. J cambiard todavia mucho més. Por el hecho de negarlo no vos a conseguir convencerte a dimisma de que todo sigue como antes. No puedes seguir adelante, Brigitte Pierre estaba agotado. Se dejé cacr en un banco y comenz6 a llorar de manera queda, en silencio. Brigite parcefa haberse convertido en una estatua de marmol, como las que hay en los pargues junto a las fuentes. ‘Emeline fue a abrazar a su padte. Después cortié junto a su madre con el deseo de pro- tegerla también a ella, Los tenfa aferrados de las manos y Ia inmovilidad de sus padres le infundia temor. Pierre fue el primero en recuperarse. “Wamos a darnos prisa, salgamos de aqut. Nos estan mirando desde las ventanas, quién sabe a cudnta gente le habremos desperea- dio la curlosidad con nuestros gritor. Algulen podria haber llamado a los gendarmes. “Tomé de la mano a Emeline y Ia sacé del parque; después, y dado que Brigitte no se novia, cambign la tomé de la mano. Su mujer To siguis sin decir nada. Volvieron a casa 7 Brigitte se abrazé a Pierre. Sin decir nada, acaticié su rostro con termura; como al fuera un nifio. Emeline buse6 la mano de su madre, se sen- tia feliz al vera sus padtes tan unidos. Después se sintié sola y se fue a buscar a René, Los 7 118 postigos de color azul se abrieron y Ia cabe- za de Emeline se asom6 al mundo de s patio tuna vez més. Los postigos verdes de Rene Setaban cerrado, Emeline lad y Rene ae li6. Tenfa un aire extrafio, hablaba despaci ‘no la miraba a la cara. a “Qué manera tan extrafia de comportar- se —pens6 la nifia~ {También él seed judio? Parece que tiene miedo”. —iTambién td eres judio, René? Je pregunts. =Yorno, pero ta si. ALY entonces? —Y entonces mi madre ha dicho que no debemos tratarnos, al menos durante un tiem- po. Dice que es peligroso. Yo no s¢ el motive, pero tengo que hacer lo que me dice. “iAunque no te parezea justo? —Bueno, es mi madre. Es una “persona mayor". Siempre lo sabe todo. $i me lo ha dicho, algdn motivo habra. De todos modos, sigamos siendo novios, ya pasara esto- “No -dijo Emeline con orgullo-. No pasa- x4, Yo seguiré siendo siempre judfa, y me acordaré de que no quisiste hablarme porque tenfas miedo —cerré los postiyios y pensé que nadie tenfa las ventanas pintadas de azul en aquel edificio; solo ellos, que eran judios. Buscé en sus bolsillos su amuleto, una estre- lita de plata que le habia regalado su abucla, iHabfa desaparecido! iClaro, debfa haberla perdido en el parque! Tenfa que volver alli a busearla, No habia otro remedi. Sus padres estaban hablando en Ip sala de estar y no se dieron cuenta de que Emeli- Se abta ablerto la puerta y habs slide muy despacito. "Favcrg de noche y no quedaba nadie en el parque, Bmeline entra y empez6 a buscar su estrellita, “Has perdido algo? Frente Emeline aparecl6 un sefior ancta- no vestido de manera clegente, aunque tenta {oe sapatos rots y la chagueta Te colgaba toda de un lado, Ademés olfa un poco mal. Sin embargo, au cara parecia simpaticn, Estoy buscando una estrellita ce plata. Es sof amuleto,lailevo siempre en el bolillo, 7 hha visto por easualiad? Nop siento —respondis el sefior-. A ropésito, yo me llamo Jacques. ZY ta? PrOPEmeline. Perdone, pero ahora debo bus- car mi estrelica.- “SJusto. Si me dejas que arregle mi cama, despues te ayudaré a buscarla ita cama [Qué cama? Emeline lo siguié con la mirada, Jacques se aceted a un hanco; dettés del banco, las ramas de un 4rbol bajaban hasta el suclo hhasta formar un refugio. Debajo de aquel pequefio escondite habia unot eartones y EsSmantas. * Been co mi cama —dijo Jacques. TiQuieres decir que duermes ag? UEn el parque?! is 120, Si, esta es mi casa. En invierno hace fifo y tengo otra cama, pero en primavera se ests muy bien aquf, Emeline “2¥ no te ve nadie? INo te dicen nada? Yo soy judfa y ni siquicra puedo venir ya al parque, Ti no eres judfo, iverdad? De otro. modo, te cazarfan. “Oh, si supieran que estoy aquf me cazarian de todos modos. Pero yo no me dejo ver de dia. Vengo aquf por la noche para estar en paz, lejos de los coches, a dormir bajo las estrellas. Siento gue ya no puedas entrar en el parque. Resiste, Emeline, los alemanes pasardn también, solo las estrelias se quedan siempre donde estan. =Mi papa tiene mucho miedo de ellos. éSabes que los judios tenemos que cosernos ahora una estrella amarilla en el brazo para ue se nos pueda reconocer? =Té no te la pongas, Emeline. Hazme caso, es una trampa. TG no eres diferente de cual: Quier otra nifia francesa. Solo ai te pones la cestrella te podrin detectar. Son unos hombres locos, ademas de malos. —Pero ly si después me atrapan? Si descu- bren que no Hevo la estrella y soy judia me meterdn en la carcel. —tY por qué habrian de atraparte si no saben que eres judfa? 1Cémo hacen para dis- tinguir'a una persona judia? Por la estrella, Hazme caso, es una trampa. Con la estrella bien visible, los podrén sacar con mis facili- dad. No te la pongas, Emeline, Jacques tenta raz6n, en efecto. Tal ver los alemanes cotaban locos ademas de ser alos, Bineline decicie que no se ponclfa la estclia 'S}Eh, mira aqui! Esca estrellita que brilla sobre las hojas debe set la tay. nTiEe Ia mfal Gracias, iCémo has hecho ra verla? PattEstoy acostumbrado a las estrellas de la noche -le responds Jacques. “Ahora tengo que volver a casa, iSabes tuna coat Estoy content, porgue al menos mmc ha quedado un amigo en el parque, Jac: ques, {Quieres ger mi amiga? “Me sentiré muy honrado, Emeline “TAungue sea judia? “Con mayor raz6n ain —le respondis el elegante setior con los zapatos agujereados. La nifia ms sola del mundo Eoveinesednpenotaieatda sign te. Cuando se levant, encontré a su madre y a.su padre en [a cocina. Su madre estaba cosiendo Ia estrella de David en la chaqueta de Emeline. Los dos estaban silenciosos. No como la noche anterior, cuando ella volvi6 sin que Ia vieran y los habia ofdo hablar toda- via. El silencio habia sido siempre un perfec- to extrafio en su casa, pero desde hacia poco Emeline se estaba acostumbrando a él. No, mamé, yo no me la pongo. No quiero ‘que me reconozcan y me lleven a la cércel. Papa tiene raz6n, Emeline. Debemos tener paciencia y esperar a que los alemanes se vaya cuanto antes, Meno tonto debe. tos abedecer. Es el dnico modo que tenemos de sobrevivit. “ * “ING, mamé! Es que no lo comprendes? Es una manera de reconpccence y poder detener. ‘nos cuando quieran. Los alemanes estan locos, “iBasta, Emeline! ~intervino su padre de manera brusca-. No te hemos preguntade tu opinign; tti no puedes decidic, a tus siete afios, lo que es Justo y lo que no lo-es. Cosere: mos la estreliaen tu chaqueta y te la pondras. Eso es todo, “Esta bien, papé —respondis la nifia. Pero sigo pensando que les estamos haciendo un favor a los alemanes. El trayecto desde su casa a la escucta supu- so un sufrimniento para Emeline. Muchos la sefialaban como si se tratara de un bicho raro. Guios la evitaban, como si el solo hecho de saludarla fuera peligroso, Sin embargo, alguien les sonri6 y una sefiora ie estrech6 la mano a su padre. Elle obsequié una amplia sonsisa, como sila conociera desde hacia mucho tiem: po. "Pero eso significa lo mismo, papa, signi- flea que somos diferentes”, pens6 Emeline. A ella no le gustaba ninguna de las reacciones Que provocaba la vista de la estrella amarilla cosida en su brazo como una marca, [Las cosas funcionaron mejor en Ia escue- la, Sus macstras la recibleron con una sontisa mis grande que de costumbre, y ni siquiera los nifios demostraban hacer el menor caso a la estrella, Todo parecfa normal y Emeline se olvid6 del asunto. Sin embargo, cuando, salicron al patio para él recteo tuvo lugar un, hecho que convirtié a Emeline en la nifia mas triste y sola del mundo. En un determinado momento entraron dos gendarmes en Ia escuela. Iban acompa- fiados de un soldado alemén. Fueron a hablar con el director y salicron cinco minutos des- pués. Iban acompafiados del portero, Léon. Este iltimo sefialé a los gendarmes tres nifios, dos chicos y ella, Emeline. Los otros dos tam- bién llevaban cosida la estrella en el brazo. El alemén hizo una sefia precisamente a Eme- line, y los tres se dirigieron hacia ella. Justo ‘en ese momento desaparecieron todos los que estaban junto a Emeline, se alejaron apresura- damente de ella interponiendo una distancia de diez metros por lo menos. Sus compafieros hacfan como si nada, sequfan hablando como sino hubieran advertido a los gendarmes y al oficial alemdn. Solo que Io hacfan a una dis- tancia de seguridad de Ia nifia con la estrella amarilla. Hasta las maestras se habfan aleja- do, su sonrisa habfa desaparecido. Emeline estaba sola. Un gendarme le pregunté bruscamente su nombre y su apellido. También la calle donde vivia. Ella respondis y el oficial alemén escri- bio algo en un cuaderno. Después se ditigie- ron a los des nifios con la estrella amarilla y les hicieron las mismas preguntas. 125, Los gendarmes y el soldaclo se marcharon, Una vez que hubieron desaparecido, todos se quedaron quietos, dejaron de hablar y de moverse. Sin embargo, se trataba de un silen, cio muy distinto de aquel que Emeline habta ‘empezado a conocer en su casa. A su madre y asu padre no les faltaban las palabras, solo tenfan miedo de pronunciarlas. En su vida lay palabras iban siempre de Ia alegrfa a la espe. ranza, de los proyectos a las discusiones y, después, a las reconciliaciones. Habfa sien pre muchas palabras, y otras nactan de ellas por amor, Con aquella nueva vida, las palabras y la atmésfera despreocupada que las acompaiia- ba parecfan perdidas, No habfa sitio para la despreocupacién, sino solo para el miedo y a obediencia a las nuevas leyes raciales. Con todo, Emeline tenfa atin en sus ofdos aquellas bellas charlas nocturnas que se daban en la cocina entre su mam, su papa y sus amigos, y sabia que también a ellos les faltaban, pro. bablemente las tendrfan apretadas dentro, en espera de poder usarlas de nuevo. Entretanto, se mantenfan abrazados entre ellos, sin pala” bras, pero con amor. quel dfa, sin embargo, las cosas fueron diferentes en el patio de la escuela. Daba la impresién de que las personas se hubieran tragado una piedra. Cada uno eallaba y carga- ba con su dosis de miedo, un pefiasco que los hacia enmudecer y ponerse tristes. En aquel silencio no habfa amor. Emeline no hubiera ‘querido quedarse allf ni un minuto més. Aho- ra lo sabia. Sabfa que aquella estrella haria que se quedara sola, Volvis a pensar en su amigo del parque, Jacques, el hombre con los zapatos agujerea: dos, Le habia dicho que queria ser su amigo, aunque fuera judia. EI no tenfa miedo. Ai menos, asf lo parecta. {Seria verdad? Dife- rente sf que lo era, dormfa bajo las estrellas. Deseaba verlo. Ahora bien, Jcémo lo iba a hacer? Jacques solo estaba en el parque cuan- do ya habia oscurecido. A las siete sus padres estaban en Ia coci- na. Oy6 que hablaban del parque, qué coin- eidencia. —Lo sé, Brigitte —decfa Pierre—. Sé que lo habrias hecho, amor. Si tti no hubieras sido. judia y hubieras visto la prohibicién de que los nifios jucios entraran al parque, te habrias quedado a dormir allf en sefial de protesta, por solidaridad con los excluidos, no tengo Ia menor duda. ¥ hasta es posible que yo me hubicra quedado alli contigo. Pero las cosas, no son asf. Ahora somos nosotros los dife- rentes. ¥ yo comprendo el miedo que tienen todos. Los nazis son fieras, no son hombres, y no conocen la piedad. Ahora han comenzado con las batidas... Me han dicho que llevan a los juctfos de Parts a campos de trabajo, como esclavos. Tal vez nosotros también deberia- mos irnos de aqui... cy ~Sabes que a mf no me gusta escapar. Pero tal vez sea lo Gnico que nos queda por haces, Vayamos a casa de mi madre, Pierre. En Breta, fia todavia esté la cosa bastante tranquila. ¥ 9 vemos que allf también hay peligro, podrfamos ira reunirnos con mi tfo en los Estados Unidos, =No sé, no querrfa empeorar la situacién, Estoy intentando trabajar, me dejan es. bir con un seud6nimo y me pagan bien los articulos. El director de mi periddico se ha mostrado generoso conmigo, podria haberse desentendido. Aqui tenemos al menos unos ingresos seguros. Y est también Ia escuela de line... No sé. Vamos a pensatlo atin algue nos dias, Zte parece? Emeline ya habia ofdo bastante. Su madre habfa tenido una idea espléndida! Se fue al dormitorio de sus padres, abrid los postigos azules de par en par y probs a llamar en voz baja a René. Le hacfa falta, aunque ya no qui- siera ser su novia; pero él no respondis. La muchachita tomé entonces esta decisiSn: me deslizaré por la puerta silenciosamente. Nadie se dio cuenta. En un abrir y cerrar de ojos estaba afuera, ~iQué haces tt aquf a esta hora? Jacques estaba tendiendo la ropa en las ramas de un drbol. Habfa lavado algunas prendas en la fuente del parque y las colgaba al aire caliente de la noche. Emeline no sabfa qué responder. Habia decidido ir a dormir con su amigo en plan de wwesta, tal como le hublera gustado hacer fou madre. Sin erabargo, debla decile algo convincente a Jacques. De lo contrario, la ‘mandarfa inmediatamente a su casa. Hoy han venido los gendarmes a mi escue- la. Ves? Llevo la estrella amarilla. Mi made dice que es preciso Ilevarla a la fuerza, por eso me han visto y me han preguntado dénde vivia y con quién. Yo he tenido que contestatles. Pero cuando volvi a mi casa, a mi made y a mi padre se los habfan Ilevado. Una vecina me ha dicho que desapareciera porque iban a vol- ver también por mi... /Puedo esconderme aqut contigo? (Tienes un refugio para mf? Emeline, td eres una nifia, no puedes dormir en Ia calle. =2Y entonces ti...? -En mi caso es diferente, ahora ya me he acostumbrado, Pero estoy sola. iAdénde podria ir? ~iNo tienes parientes? No, aquf no tengo a nadie. Jacques se quedé pensative durante unos “Esta bien, quédate esta noche y mafiana veremos, ide acuerdo? —IBien! Gracias, tii eres un verdadero ami- go de los judtos. Bueno, no exageremos... Soy tu amigo, 80 sf. A los otros no los conozco. Jacques reunis unos cartones y unas man- tas que sacé de sus cosas. Después se puso a

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