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Los rasgos morfológicos y bioquímicos son más similares entre las especies que
comparten un ancestro común más reciente y pueden usarse para
reconstruir árboles filogenéticos. El registro fósil muestra rápidos momentos de
especiación intercalados con periodos relativamente largos de estasis mostrando
pocos cambios evolutivos durante la mayor parte de su historia
geológica (equilibrio puntuado).
La evolución biológica fueron cambios corporales (fenotipo), expresados en la
información genética (genotipo) y por lo tanto transmisible a la descendencia, que
una población de seres vivos sufre a lo largo de varias generaciones.
En pocas palabras, fue el proceso de cambio y adaptación al entorno de los seres
vivos. Permite introducir en una especie una serie de cambios corporales o
fisiológicos significativos, y que a la larga son capaces también de dar origen una
especie totalmente nueva.
Una de las formas en las que nacieron nuevas especies es cuando las primeras
formas de vida microscópica que existieron competían entre sí por el acceso al
alimento y a la energía. Las que eran más exitosas en esa competencia o las más
aptas para el entorno se reproducían más que otras.
Las especies más aptas se reproducían más y conquistaban nuevos nichos
alimenticios, mientras que las menos aptas se extinguían o eran forzadas a su vez
a cambiar para sobrevivir o sumado a las mutaciones espontáneas que se
producían durante los procesos genéticos de la reproducción, algunos de estos
seres fueron diferenciándose cada vez más del resto, formando así nuevas
especies.
Este proceso se extendió a lo largo de miles de millones de años dando origen así
a las especies o grupos de seres vivos genéticamente emparentados que son
capaces de reproducirse entre sí.
Uno de los antepasados más comunes que poseen evidencia genética son los
humanos y los chimpancés, donde la secuenciación del genoma del chimpancé y
su comparación con el del ser humano muestran que ambas especies comparten
casi el 99% del ADN.