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´PROPUESTAS DE CAMBIOS EN EL CAI

1. La orientación a las necesidades reales.

En un mundo dominado por el exceso de información los sistemas educativos


deben competir con otras instituciones para ser capaces de atraer la atención
hacía el aprendizaje. Los reclamos tradicionales basados en la obtención de títulos
pierden relevancia en la misma medida en que la simple escolarización deja de ser
un objetivo. «Hay que vincular el aprendizaje con hechos cotidianos de modo que
las personas puedan dominar su vida», dice Reinhard Kahl. Formar para vida,
como dijo John Dewey hace más de cien años, sigue siendo el reto; educar para el
presente, sí, pero para un presente incierto, que como nos hizo ver William
Gibson, cada vez más, se confunde con el futuro.

El sistema educativo debe contagiar la pasión por el aprendizaje. En un mundo


como en el que vivimos, en el que conocemos que las inteligencias de las
personas son diversas, en el que las condiciones de entorno son dinámicas y se
modifican a una velocidad creciente, en el que el acceso a la información es
ubicuo, prácticamente ilimitado y de bajo coste, y en donde las posibilidades de
cooperación son globales, defender un sistema educativo sobrerregulado e
instruccionista, que parafraseando a Ulrich Beck llamaríamos “zombie”, es una
irresponsabilidad sólo explicable desde la ignorancia o la frivolidad.

2. El Empoderamiento de los profesionales de la educación.

No es casualidad que el motivo que presidió el congreso 2014 de UNESCO sobre


M-Learning fuera, “El uso de las tecnologías para el empoderamiento del
profesorado”. El cambio del sistema educativo pasa inexcusablemente por el
liderazgo del profesorado, objetivo imposible sin la confianza de las
administraciones y el reconocimiento social de su función.

Los estudios de TALIS y PISA insisten en demostrarnos que un aprendizaje


personalizado, integrador de los ámbitos formales e informales, colaborativo y
mediado crecientemente por las tecnologías de información, demanda un exigente
compromiso de los docentes. Este nuevo liderazgo exige potenciar el aprendizaje
colaborativo entre profesores y una profunda revisión de las prácticas docentes
tradicionales. Tanto en España como fuera de ella hay un número significativo de
buenas prácticas que avalan estas tendencias del cambio educativo, la dificultad
es que éstas suceden de manera inconexa y son desconocidas para la mayoría.
La mejor definición del docente del siglo XXI no procede de la incorporación de
anglicismos, sino de la reivindicación de la figura tradicional del maestro. El
maestro entendiendo tal y como Miguel Unamuno definió a Francisco Giner de los
Ríos, “Supremo partero de mentes ajenas”.

3. La creación de comunidades de aprendizaje.


La escuela es un espacio de integración de saberes. Una escuela no es una
antena repetidora, ni siquiera es sólo un lugar en donde aprender. Es una
comunidad unida por un propósito, un nodo de la sociedad del aprendizaje.
El precio de no entender esta realidad en una sociedad crecientemente
desintermediada por el uso de las tecnólogas de la información, es la amenaza de
la desescolarización; el riesgo de dejar a los actores del mercado y a las
posibilidades de las familias el futuro de la educación.

Por ello, cada centro educativo debe ser capaz de construir su propio proyecto,
reflejo de las necesidades y cultura de la comunidad que integra. Pero no
debemos olvidar que cuando hablamos de autonomía estamos hablando de
trasparencia y de rendición de cuentas, al igual que de la ineludible obligación de
los poderes públicos de tomar las medidas necesarias para garantizar la
efectividad del Derecho a aprender de todos los ciudadanos.

4. La garantía del aprendizaje de los más desprotegidos.

En un sistema educativo democrático calidad y equidad son sinónimos.


Corresponde al Estado garantizar que todos los ciudadanos puedan desarrollar
sus capacidades superando las condiciones socioeconómicas adversas de
partida, o las discapacidades personales.

Pese a la “democratización del riesgo” y a que ningún colectivo pueda sentirse


fuera de la amenaza de la incertidumbre, los riesgos de exclusión crecen
exponencialmente para los menos formados a medida que crece la complejidad de
sociedad y los niveles de exigencia y flexibilidad de las oportunidades de empleo .
La Comisión Europea ha previsto que en los próximos seis años el empleo en la
zona de la UE para las cualificaciones bajas disminuirá un 20,1% y en España un
32,2%. Un cuarto de los ciudadanos europeos denuncia la ineficiencia formativa
para el ingreso en el mundo laboral.

Según un artículo de Stuart W. Elliott (Anticipating a Luddite Revival), hasta el 80%


de los puestos de trabajo actuales podrían ser desarrollados por máquinas en los
próximos 20 años. Además, no podemos olvidar que existe acuerdo en múltiples
estudios internacionales a la hora de afirmar que más del 50% de las profesiones
que nos ocuparán dentro de 20 años todavía están por definir.

Igualmente revolucionario en cuanto a las exigencias de la formación es el hecho


de que en EEUU, pero previsiblemente también para el resto del mundo, estén
modificando de manera significativa el marco de las relaciones laborales,
superando en el año 2020 la figura de trabajador autónomo el 40% del empleo.

5. La incorporación de las evidencias científicas.

El descubrimiento del cerebro se planteó como el gran reto de la ciencia para el


siglo XXI. Los avances obtenidos hasta ahora no defraudan las expectativas.
Incorporar de manera generalizada a las prácticas docentes el rigor y la
creatividad que desde múltiples campos del saber, y de manera especial desde la
neurociencia, se han generado en los últimos años es una tarea ineludible para los
profesionales de la educación y las administraciones.

Como sucede en ámbito de la salud, el Derecho a aprender, supone que cada


persona, cada alumno, tiene que tener el derecho a recibir la atención que
mejor se corresponda con sus necesidades concretas de aprendizaje. La
personalización no es una opción, y así lo entienden en la práctica diaria muchos
profesores, incluso frente a las organizaciones y a los estímulos del sistema con
frecuencia contrarios a esta visión. Todos somos distintos, todos tenemos derecho
a aprender considerando nuestras personalidad. Es cierto que la enseñanza es un
arte, como señala Giner, y que aprender es una actividad social como nos indica
Paulo Freire, pero también lo es que su expresión se soporta en un saber riguroso
cuyo dominio es esencial. El aprendizaje emocional, el aprendizaje cooperativo, la
gamificación, el apredizaje adaptativo, el aprendizaje invertido, las inteligencias
múltiples y otras muchas innovaciones educativas han generado evidencias que
reclaman una profunda reflexión desde la profesionalidad.

6. La prevención de la brecha participativa digital.

Las políticas de 1:1 y la generalización de los dispositivos tecnológicos como


bienes de consumo, así como la creciente generalización del acceso a la
conectividad, de manera especial en movilidad, como señala Juan Carlos
Tedesco, desplazan de manera creciente el problema de la brecha digital hacía la
alfabetización digital y el acceso a la cultura digital.

La realidad en que vivimos es tan analógica como digital, en consecuencia, tendría


poco sentido diferenciar entre la educación llamada on line y otra presencial. En
este contexto no son pocos los que afirman con Carlos Magro que e-learning ha
muerto, todo el aprendizaje es híbrido.

Por lo tanto, corresponde a los poderes públicos garantizar que todos


accedan a la formación en las tecnologías de la informacióny la
comunicación, y que todos incluyan en su aprendizaje el uso de las nuevas
tecnologías. Como bien señala Henry Jenkins el desafío no consiste sólo en
garantizar el acceso, sino en “que todos pueden crear y que hayan creado usando
las tecnologías”. La verdadera brecha digital es la brecha participativa, la que
diferencia entre quienes controlan la tecnología y los que son controlados por ella.
Entre los productores y los simples consumidores.

7. La integración de nuevos actores

La creación de una sociedad del aprendizaje trasciende de las posibilidades de los


poderes públicos, la participación de la sociedad civil y de las empresas es una
condición imprescindible. Si con anterioridad hablábamos de la importancia de los
actores sociales, en este punto pondremos el foco en la innovación empresarial.
Nos encontramos en un nuevo marco, con nuevos actores, en no pocos casos con
más recursos que los propios estados, y en la mayor parte de la ocasiones con
más capacidad para generar demandas sociales. Desde por lo menos los años 80,
con las sucesivas campañas de tecnificación de las aulas que han sufrido casi
todos los países, hemos visto como las políticas de gasto público se adherían con
entusiasmo a soluciones simplistas centradas en la adquisición de tecnología.
Propuestas que cubrían las apariencias de apoyo al cambio educativo eludiendo
enfrentarse a la complejidad de su gestión. Los intereses de las corporaciones
tecnológicas, por muy legítimos que sean, no pueden determinar las
políticas educativas. La dejación de su responsabilidad por parte de las
administraciones supone un grave riesgo de despilfarro y de banalización del
aprendizaje.

8. La creación de un ecosistema digital educativo.

Sin un uso intensivo de la tecnología difícilmente podrá generalizarse un


aprendizaje personalizado, competencial y expandido. El cambio educativo sólo
puede pensarse y ejecutarse desde el conocimiento de las posibilidades que
ofrecen las tecnologías. El objetivo de las políticas educativas no puede ser sólo,
como señalábamos con anterioridad, el educar para una sociedad altamente
tecnologizada. Es esencial el diseño de estrategias que sean capaces de incluir la
escolarización de la tecnología existente, pero, sobre todo, de la que está por venir
(inteligencia artificial, wearables, aprendizaje adaptativo…). Todo apunta hacía la
creciente aceleración de los cambios tecnológicos en las próximas décadas en el
conjunto de la sociedad, y por supuesto, en la educación.

La existencia de una red pública de comunicación propia del ámbito educativo es


la mejor garantía para la democratización en el acceso al uso de la tecnología en
la educación y, sin duda, la mejor palanca para impulsar la transformación del
aprendizaje, sin olvidar su capacidad de vertebración del sistema y de refuerzo de
la seguridad y privacidad de los alumnos en el uso de Internet.

La otra pieza fundamental de este ecosistema es una regulación que garantice la


interoperabilidad, tanto de los contenidos educativos, como de la información de
gestión. Tarea en la que el poder público es, por su propia naturaleza,
insustituible. Los costes de la pasividad de la administración en este ámbito
pueden suponer un retraso significativo en la transformación del sistema.

9. La protección de la intimidad, en especial de los menores.

Si bien es cierto que el uso de la tecnología es esencial para mejorar la educación,


no lo es menos que no puede serlo a cualquier precio.

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