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Hazel Robinson Abrahams No Give Up, Maan! cena Ne a pe ee UNIVERSIDAD. NACIONAL DECOLOMBIA, Sede San Andrés ‘Queda proibida la reproduccn parcial o total de esta obra, por cualquier medi, sin permiso escrito del editor ‘Tos los derechos reservados. No Give Up, Maan! (© Hazel Robinson Abrahams, 2002 © Universidad Nacional de Colombia, 2002 Instituto de Estudios Caribetios Sede San Andrés Edicin Santiago Moreno Gonzilez Comreccion de esto Maria José Diaz Granados Disero 8 diagramacion César Puertas Thestracion Giovanni Clavijo Disetio de cubierta César Puertas (dlustracion © Giovanni Ciavijo) Impresiin & encwademacién Universidad Nacional de Colombia Editorial Unibiblos Director: Luis E, Vasque: Salamanca Teléfono: 316 5290, Fax: 316 5357 Bogots, p.c. (Colombia) E-mail: unibiblo@dnic.unal.edu.co Compuesto en ccaracteres Goudy Old Style 13/15 Impreso en Colombia Printed in Colombia sn: 958-701-1481 Tiraje: 1.000 ejemplares Indice Phusenracion 9 CAPITULO 1 La naturaleza se enfurece 15 cAetTULO > Bennet 23 “cartruie 3 Elnaufragio 33 CAPITULO 4 Elentierro 43 CAPITULO 5 La nifia angel 55 cariruio 6 Henrietta 67 ~ cartzuo 7 George & Elizabeth Br cariruLo & Laprimera goleta con cocos 93 Maxima tentacién al santo‘y al negro 105 cariTuro 10 Hatse 123 “CAPITULO 11 Navidad elas) “eariruto 12 Elprimerjomalero 153 Canttuvo 193 La “Deliverance” 175 Presentacién Lis Islas del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Ca- talina por estar separadas geogréficamente del continente, dan origen aun mayor desconocimiento de sus problemas por parte del resto de Ja nacién, en especial los de la poblaci6n raizal de las islas —descen- diente de sus antiguos pobladores, poseedores de una tradicién y una cultura propias—, que se ha visto afectada por la evoluci6n insular desde comienzos del siglo xx, y particularmente desde la creacién del puerto libre de San Andrés, en 1953- La Universidad Nacional de Colombia, con su estrategia de pre- sencia en todo el pats, busca ligar a la Universidad con un proyecto de desarrollo equitativo y sostenible que estimule la participaci6n de las regiones a través de la formaci6n de una inteligencia social, con la con- solidacién de una comunidad académica local interdisciplinaria, inter- generacional e interétnica, capaz de analizar y dar alternativas a los problemas que enfrenta el Archipiélago. La publicacién de la novela de la sanandresana Hazel Robinson nos permite recuperar parte de la memoria de un puebloy destacarla capacidad de un valioso miembro de una comunidad que sobresale en fol Hazel Robinson Abrahams mitiltiples actividades, sobre todo en las que tienen que ver con su sen- sibilidad artistica. Igualmente, nos permite comenzar a reflexionar sobre los origenes de la conformacién de la sociedad insular sin que la autora pretenda con este relato llevar ningtin mensaje, ni juzgar la verdad de lo que es leyenda o imaginacin. Por estar tan ligada a las islas, Hazel Robinson ha dedicado su vida a recopilar toda la informacién posible sobre éstas, asf que es pri- vilegio del lector decidir qué creer y qué descartar A todos los que en una época llegaron contra su voluntad estas islas y se fueron sin la oportunidad de contar su historia. {ruie 1 La naturaleza se enfurece » | Wen dem whe come: Y Whe dex yet Aalst op DBiancos y negros, o en esos tiempos, amos y esclayos, acostumbrados {eweatbor el horizonte cuantas veces posaban la vista en él, descubrics yon lu Legada de las huidizas nubes que coqueteaban con la calma que venta acompaftando el ofensivo silencio en la naturaleza, Un nuevo {onomeno, nunca antes visto en [a isla, inquietd también la gelatino- \ superficie del mars la desaparicién de las acompasadas olas de los \irerifes, reemplazadas por las que ahora llegaban a intervalos largos srnatinndose cansadas fin derra, contadas palmeras presentaban sus ramas desaflando |s wavedad ycl calor, clevadas en forma majestuosa por encima de las pas de los cedros, los mangos, los arboles de tamarindo y fruta de pan Lagran mayorfa de los drboles estaban inertes en huelga de la seyetucton, Las predominantes brisas del nordeste habfan desapare- while completo y un sol canicular extendfa sus rayos convirtiendo Ja fiers en brasa, al contacto de los desnudos y rajaclos pies que Labo sibanen lis plantaciones de algodén. Los exelavos, obligados a convertir la mitad de un talego el ie sites sievid de abrigo ala harina trafda a la isla— en una especie PICKS: LOOT PASTS desafiar al sol su dominio sobre el lugan Una amenagadora mancha negra que nada bueno presagiaba. Los esclavos de Richard Bennet también asistian al encuentro yya apostaban al ganador: El sol, aunque con las sorpresivas rafagas habfa perdido toda su fuerza calcinante, no pareefa dispuesto a bajar asu lecho de agua, cediendo el lugar a la invasora gris. Cuando la llamada del caracol se dejé escuchar, contrariamente al alivio que siempre significaba, hoy era una llamada inoportuna. Por primera vez desde su llegada a esta isla la naturaleza habfa decidido hacer tantas cosas a la vez y a un ritmo tan acelerado. Como banda- das de pajaros negros, fueron subiendo la ladera de la loma. Desde ahi, pudieron observar que el océano se habfa sumado a la.competencia, que el mar tapaba el muro coralino que abrigaba la bahfa con claras intenciones de abrazar Ia tierra. Sintieron una extrafia y nueva sorpre- sa, pero la inseguridad en un terreno tan elevado descarté de inmedia- to el desconocido sentimiento. Esa, como todas las tardes, irfan ala choza mayor, ahf recibirfan su calabash.(totuma) con la racién de la tarde que cada grupo cocinarfa en su choza, Pero cuando llegaron al campamento los vientos habfan comentzado a desenterrar las matas de algod6n arrancandolas de raie y elevéndolas en vuelos sin rumbo. Contrariamente a la rutina diaria, no esperaron afuera de la choza, fueron empujados hacia el interior por esta mano como si quisiera defenderlos. Adentro y en completa oscu- ridad, dieron tienda suelta a sus sentimientos. Hablaban, gritaban, otros cantaban y no faltaron algunas netviosas carcajadas. Tal parecia. que toda esta energfa estaba dispuesta a desafiar igualmente a la tor- menta. La choza, cuyo tamaiio no fue concebido para proteccién de ® ellos, sino para almacenar y distribuir sus alimentos, se convirtis ese | dia en el calabozo dela nave donde todos habian iniciado este obligado | cautiverio y el disftaz de sus gritos, carcajadas y cantos se convirtis | pronto en suspiros y después en inconsolables Ilantos. al Afuera, el sol, agotado por los embates de viento, dejé de alum- brar, y la llegada de relémpagos resquebrajando los cielos, seguidos por ensordecedores truenos obligé al astro a aceptar su derrota, Al ceder, Tlegaron las primeras gotas de una llovizna que parecian lagrimas de- sahogadas por frustracién en apoyo de los esclavos. [18] po oaetntticte diene ol ate Por un momento pareefa que la brisa se llevarfa los nubarrones de Ja. que se oscurecfa, fueron cayendo gotas més fuer- agua, peroamedid tes y de una abundancia nunca antes observada en la isla. Por segundos, el viento adquirfa més fuerza y la alegria conver- Lida en nostalgia que se habfa apoderado de los esclavos, se transfor- ind en pavor ‘A las seis, un golpe sacudié la casa grande. Richard Bennet adi- vind més que saber— que la choza mayor, al suftir igual suerte que Jas mas pequefias, no habfa podido resistir la tempestad. B panico fue total cuando los esclavos quedaron a laintempe- tie en pleno desaffo del monstruo desconocido. Instintivamente, como los pertos, los cerdos y demés animales domésticos, se dirigieron ala cava grande, y debajo de ella la algarabfa de los animales se complet6 con los gritos de los aterrorizados esclavos. Por su construcci6n sobre pilotes, la casa grande haba resulta- do un refugio. Ahf debajo, con el tacto més que con la vista, cada cual {ue buscando un sitio donde guarecerse. Era el nico lugar al que la llu- vin no haba logrado Hegar por completo, pero desde donde se podia sentiry escuchar laobrademoledora del huracn que, como una grap escoba, barrfa todo, se estrellaba con todo, arrasaba todo. Nada parecfa suificientemente fuerte para no ser arrollado. Ei viento les silbaba a su alrededor, y para ellos era el intento del jnonatruo ensu aféin de sacarlos de su tinica guarida, Eran como las seis y tweinta de la tarde pero estaban en medio de una oscuridad comple- J, que agravaba la situaci6n. Ben, el esclavo jefe, con el miedo que sontia por lo que estaba ocurriendo, decidié hacer un conteo para sa- her si todos habfan logrado escapar. Elevando la voz por encima del tuldo de los Arboles al caer, de los silbidos del viento, de la cafda del {orrencial aguacero, grité el “ndimero x” y todos siguieron respondien- ‘hasta completar el “néiméro 47”. Todos estaban abi, completos y Aparentemente seguros por el momento. Habria que dar gracias al pa’ ruusd, En el conteo faltaron solamente los ntimeros 26 y 27, pero eran Lis encargadas de la casa grande. ¢Estarfan ahi? Pa’ massa quiera que si —pens6 Ben. Mientras tanto, a menos de un pie de sus cabezas, en el primer piso de la casa, Richard Bennet se paseaba de un lado a otro de su sala. [10] Nunea antes en sus treinta y cinco afios en el Caribe habfa visto de- satar tal furia en la naturaleza, Traté de mirar por los « undros que fore maban las ventanas de vidrio, pero era imposible, La oscuridad, la lluvia inclemente, habfan convertido todo en tn manto negro. Apro- vechando los reflejos de los relampagos, logré vislumbrar algo del caos que reinaba fuera, un lugar fantasmagérico que no aleanzaba a reconocer, Segtin parecfa, lo tinico intacto hasta el momento era el lugar donde se encontraba, y se preguntaba hasta cu4ndo, Miraba en contorno a la frégil estructura de su casa en comparacién con la mole destructora que tenfa afuera y, sin saberlo, sus pensamientos coinci- dian con los de sus esclavos. A esta isla le habfa legado el fin, El fin que tanto les predicaba el reverendo Joseph Birmington. Los esclavos, confundidos con los animales, unidos por el mie- do de lo que reinaba en el antes apacible lugar, seguian debajo de la casa protegidos de la brisa y de todo lo que ahora volaba a su alrede- dot: Tate Toa y “la muda” —la madre del fianduboy—, se habfan que- dado atrapadas en la casa grandé convertidas en silentes espectadoras que acud{an al llanto como respueste Aprovechando los relémpagos que se estrellaban contra las ven- tanas, Richard Bennet buscé a las dos esclavas y las hallé acurrucadas al pie de la escalera que daba a las habitaciones del segundo piso de la casa. Las contempl6 abrazadas la una a la otra y vio en sus caras un miedo mayor, distinto a cualquier otro conocido por ellas. Camind hacia donde se encontraban y, a gritos, le pregunté a tante: —s this Birmington’s hell? (‘Es éste el infierno de Birmington?) La anciana se limit6 a sacudir Ja cabeza negativamente sin le- vantarse a contestar como lo hubiera hecho en circunstancias norma- les. Bennet caminé de nuevo hacia la esquina sur de la sala, lejos de las ventanas y de los amenazadores rayos. Alli se acomodé encima de un barril que dias antes habfa canjeado. Contenfa clavos que pensaba uti- lizar en la nueva construccién que ahora el huracan habfa definido. Pensaba que si los primetos embates del fendmeno lo habfan tomado desprevenido, ahora, con la furia desatada, nada podia hacer por los cuarenta y siete esclavos que seguramente encontrarian la muerte de- bajo de la casa. Ni siquiera sabfa hasta qué hora la casa resistirfa la he- catombe uniéndolo a la suerte de ellos. [20] in cl fin del Firaty como Tas diez de la noche cuando legs lo que pare mundo, El agua en forma violenta y en cantidades alarmantes eafa por toda la casa, obligando a los tres a buscar nuevas formas de guarecer- se, Por la esealera bajaba una cascada al no quedar més que las vigas del techo. Las tejas de madera habfan volado como si fueran de papel. Los truenos sacudfan la casa tratando de ayudar al viento en su afén de clevatla. Los arboles al derrumbarse arrastraban otros y, sin que Bennet lo supiera, habfan formado un cerco alrededor de la casa. Todo esto daba la impresién de que nada quedarfa sobre la tie- rra. El resto de la noche lo vivieron debajo del arrume de muebles que el viento habia llevado en un loco recortido por la casa. Fueron las horas mas langas de sus vidas. Parecfa que no habria fin, Pero, cuando perdian todas las esperanzas, comenz6 a amanecer y con la luz del nuevo dia, el agua y el viento no fueron tan violentos. Sin embargo, s6lo hasta las nueve de la mafiana aclaré y todos pudieron salir para apreciar la magnitud del desastre. f cr eg a ig far] CAMPULO 3 El naufragio . (CO mninaba esquivando los charcos de lodo formados por Ia senda que soniluciaa su propiedad. Pero se detuvo al escuchar su nombre por tncina de Los cantos de lamento de los esclavos y la aguda nota de los inchetes al desplazar los arboles més cercanos. Hoag se detuvo a su Jiulo y in rodeos le pregunes: {Qué piensas hacer? URespecto a qué? —tespondié Bennet sin disimular su sorpresa. Pues, {volver a sembrar el afio entrante © seguir a Londres? Bennet dijo, mirando fijamente a su interlocutor: Me sorprende que pienses que soy de los que recogen ancla a lia menor sefal de mal tiempo... Entonces, {quiere decir que te quedaras? Pues claro, y para tu informacién no he iniciado hoy mismo Ia reconsttuccidn y siembra porque reconozco que los esclavos deben estar mas interesados en comer y dormir. Y con el pronéstico de Bir Mmington... no haré nada hasta tanto me asegure que la tempestad no esti jugando a las escondidas. Después reconstruiré las barracas con [33] troneos, y por ultimo, alistaré la tierra, Sembraré lis pocus semillas de coco que tengo y que fueron muy bien resguardadas con los cuerpo’ debajo de la casa. Y.., fletaré una goleta para que me traigan mas se- millas de la costa de Talamanca. A Harold Hoag se le despego de la boca el puro a medio consu- mir y escudrifiando los ojos para retener mejor lo que habfa escuchado miraba por entre sus tupidas cejas con estupefaccién. Pensaba que al fin comprendia la magnitud del enemigo que tenfa como vecino y grit: —iCocos! iCocos! iEs que te has vuelto loco?, isabes acaso cuantos afios se necesitan para recoger la primera cosecha de cocos? iSiete afios! Si todos decidiéramos los mismo, por siete afios no verfa- mos una goleta aquf. !Dios mio! {Pero no te das cuenta de que al sa- ber que hemos perdido la cosecha de algod6n tampoco volveran has- ta octubre del afio entrante? Bennet, sin la menor ofuscaci6n por la furia de Hoag, dijo apenas: —Ellos vendrén, de eso no hay duda. Vendr4n. porque somos los compradores de todo lo que se roban en la travesfa de tierra firme a Jamaica. Mas calmado, pensando sacar ventaja de lo que consideraba una atrocidad‘de Bennet, Hoag sigui —Bueno, vamos a suponer que tienes suficiente plata para vi- vir siete afios esperando tus cocos. Mientras tanto, ¢qué haran tus cin- cuenta esclavos? Definitivamente eres hombre de ciudad. No sabes lo que significaria esa decisién. Richard Bennet, que anticipaba la reaccién de Hoag, le contest6 sin alterar la voz, con la impasibilidad que ellos acreditaban a su sol- terfa descomplicada. —Harold Hoag, no estoy loco, ni voy a empacar para volver a Inglaterra o lugar alguno, reconozco que es un reto al tiempo, mi edad, mi paciencia y mi bolsillo. Y... muy posiblemente a la amistad de to- dos ustedes. Pero como tal lo acepto, no estoy aconsejando a ninguno. a que me siga; pero me he dado cuenta de que esta tierra esta cansa- da de algod6n. Es mas, estoy seguro de que ustedes también lo han des- cubierto. De los esclavos no te preocupes, encontraré oficio para mis cuarenta y nueve esclavos. —iPero hombre! —siguié Hoag—, aunque insistas con la locura de sembrar coco, no vasa necesitar cincuenta esclavos. Hagamos un tra- to: te los compro y te los prestaré cuando tengas que sembrar 0 cosechar. [34] e respondié Bennet, mis eselavos no estin-en venta nt J Farin. Cuando no los necesite mas, les daré libertad y si atin ten= ferns, li repartiré entre ellos Muy bien. Tus cartas estén sobre la mesa, Lo que piensas ha- ompletamente los acuerdos con los cuales Wy ijtilvale a desconoc | sceptamos como plantador en laisla, y aunque los Golden y Chap- jyan votandin a tu favor te juro que slo impediré tu descalabrada idea Li dicen forma que comprenderfan té y tus cincuenta esclavos. Hionnet, sin inmutarse por la amenaza de Hoag y su insistencia “el ntimero de esclayos, se limit a responder: Veremos Harold, veremos... a lo mejor te toca hacer lo mis- Joe tnis pronto de lo que imaginas. Parece que se te olvida que no es (4: pando tierras de las colonias del Reino Unido sino territorio de 1) Mueva Granada. iF Antes de que Harold pudiera arremeter sobre la declaracion Jp Hennet, para sorpresa de los dos llegé ante ellos un. esclavo bafiado sy sudory tratando de sostenerse sobre el mango de su machete y ‘ni rama utilizada para facilitar el desmonte, mientras trataba de re- cobnar la voz. Sus ojos reflejaban la noticia que no lograba articular; entusiasmo que sélo se les conocfa cuando aparecfa en el horizonte wna embarcacién. Por las marcas que levaba en el brazo izquierdo pertenecta a las ciones del sureste. _jHabla negro! —le grits Harold. Pero el esclavo los segufa mirando incapaz de recuperar la res- piracién lo suficiente para enlazar las palabras, se dirigié a Bennet: —Massa Bennet, manda a decir massa Mosses: “Vengan. Goleta sobre rocas. Muchos muertos. Cien”. Tan pronto entregé el mensaje se retird tomando el camino que conducfa a los predios de Bennet y donde avisé al esclavo Ben. Lue- yo, subié hasta la Misién. Agotado, se desplomé en el rellano de la puerta de la cocina. Tante Friday lo miré y sin preguntar nada le pasé de inmediato un calabas (calabaza) con agua. Birmington, sin dejar de tomar sorbos del café que tante Te aca- baba de servir, preguntaba: —i Qué pasé? {Qué te trae asi? (Qué viste? Qué te hicieron? plar 35] George, sin pris 8 terminar su Curno en el interrogatorio, ba con cierta léstima al esclavo aunque reconoeta que no trafa miedo sino sorpresa. Cuando vio que era posible sacarle algunas palabras, le pregunto: —What hapeen Grivent? (‘Qué pas Grivent?) —Cove, big boat, one hundred dead. Massa Mosses se tu com. (Cove, un bote grande, cien muertos. Elamo Mosses dice que vengan.) Luego, afiadié que tuvo que hacer un rodeo distinto para llegar hasta ellos. Que todo el camino del Cove ala loma estaba cerrado por los arboles que se habfan caido. Birmington escuché con atencién el relato del esclavo, pero co- nociendo la costumbre de exagerar los acontecimientos, aceptaba como cierta la mitad del relato. Siguié tomando, con su acostumbra- da parsimonia, sorbo tras sorbo de café, acompafiado con recién hor- neado journey cake, Pensaba que de ser cierto el relato del negro, la ordalfa del dia no era solamente defender al nombre de Dios ante esclavos y amos, sino ante s{ mismo. Por lo menos irfa bien alimentado. Cuando terminé acudié a tante para que cantara su recomendacién a Bennet y Hoag. Les avisara que él y George los esperarfan en la Misién. Que él Ileva- tia medicinas y que ellos trajeran las herramientas; salié después ha- cfa la casa principal caminando por el puentecillo que comunicaba la cocina con el resto de la casa, cuando la voz del esclavo lo detuvo: —FPe Joe, da ju du hi? (Pa’ Joe, quién lo hizo?) Birmington, sin voltearse, dijo: —Dile a George que te lea el Salmo 29. Es la forma como é! da la respuesta, Los esclavos de Bennet y Hoag escucharon los cuentos del naufra- gio por la voz del viejo Ben, para quien el hambre y el cansancio dejaron de existir con la noticia. Luego, las instrucciones de Birmington por la en- trenada voz de tante Friday. Como era la costumbre, cuando de naufta- gios se trataba, todos se dirigieron a las casas de sus amos para recibir ahf las instrucciones de quienes participarian, donde se repitieron los cuen- tos para informar a los esclavos de Chapman en el Gaugh (harlovento). Birmington, mientras tanto, alistaba su botiquin de remedios. En una caja y ayudado por tante, se empaeé alcanfor con agua para do- lores de estémago, manteca de pollo derretida para contusiones, mit [36] J) feporico para dolores indefinidos y persistentes, vendajes de trapo + vill par Inceraciones, gelatina de petroleo para quemaduras, una ‘fei para calentar agua, una palangana y la Biblia. | ‘noticia del nauftagio la recibié Chapman de su peén jefe. Sin Tynan dio orden de que los veinticinco més descansados lo siguie- fi) Caminaron por la playa hasta la primera subida a la loma {formony Hall Hill) pero la encontraron impenetrable. Todos los 4t- tole del sector habfan cafdo sobre ella. Se vieron obligados a seguir Joh otto mas al norte y que los conducirfa a unos pocos pasos de la + wetle Hoag. No bien habfan iniciado el ascenso, cuando fueron de- fenidlos por una muralla de arboles igual a la anterior. Atholes que antes, majestuosos como invencibles guardianes, Jonleaban la totalidad del recorrido, No era posible atravesar sin es- slat Los esclavos, imitados por Chapman, decidieron trepat ayuda- sds por las cuerdas que llevaban. Animados por la noticia del naufra- pin ln exealada fue casi una diversién. Cuando faltaba la cuarta parte pl tecorrido donde se iniciaba la trinchera recortada en la ladera de Js gran mole de piedra caliza que forma el sector de la loma, encontra- fin este trecho convertido en un ténel oscuro. Los 4rboles que habfan saidlo a través del nivel original de la tierra tapaban completamente la entrada de la luz. Este trayecto, el altimo hasta ganar la cima, era de- fHominado Putty Hill (Loma de Masilla). Primero porque en tiempos lr Ilivin se convertfa en un arroyo peligroso que habia erosionado la (etna hasta dejar una zanja tres veces el tamafio original del desmon- tv cle una superficie hdmeda y resbaladiza. Por lo angosto, era obliga- ilo entrar individualmente sosteniéndose de las paredes para ganar la subida. Ese dfa los esclavos se negaron a entrar y, por un momento, Chapman se encontré rodeado de veinticinco esclavos que desafiaban su orden. No estaban dispuestos a enfrentarse a otra aventura en me- fos dle veinticuatro horas. Cuando logré con amenazas que reanuda- tan la marcha, lo hicieron con cautela, profiriendo gruftidos amena- saclores hacia la oscuridad. De pronto, se escuché un grito que inund6é todo el ttinel: —Shet up —gritaron (esté cerrado). Elotificio de la salida estaba tapado. El panico fue total, y se do- mind con la misma rapidez con que lleg6 cuando Chapman disparé su [37] George, sin prisa para terminar su turno en el interrogatorio, miraba con cierta Lastima a lavo aunque reconoefa que no trafa ‘a, Cuando vio que era posible sacarle algunas palabras, le pregunté: —What hapeen Grivene? (‘Qué pasé Grivent?) —Cove, big boat, one hundred dead. Massa Mosses se tu com. (Cove, un bote grande, cien muertos, El amo Mosses dice que vengan.) Luego, afiadié que tuo que hacer un rodeo distinto para llegar hasta ellos. Que todo el camino del Cove ala loma estaba cerrado por los Arboles que se habfan cafdo. Birmington escuché con atencién el relato del esclavo, pero co- nociendo la costumbre de exagerar los acontecimientos, aceptaba como cierta la mitad del relato. Siguié tomando, con su acostumbra- da parsimonia, sorbo tras sorbo de café, acompaiiado con recién hor neado journey cake, Pensaba que de ser cierto el relato del negro, la ordalfa del dfa no era solamente defender al nombre de Dios ante esclavos y amos, sino ante sf mismo. Por lo menos irfa bien alimentado. Cuando termind acudié a tante para que cantara su recomendaci6n a Bennet y Hoag. Les avisara que él y George los esperarfan en la Mision. Que él lleva- rfa medicinas y que ellos trajeran las herramientas; salié después ha- cfa la casa principal caminando por el puentecillo que comunicaba la cocina con el resto de la casa, cuando la voz del esclavo lo detuvo: —Pa' Joe, da ju du hi? (Pa’ Joe, iquién lo hizo?) Birmington, sin yoltearse, dijo: —Dile a George que te lea el Salmo 29. Es la forma como él da la respuesta, Los esclavos de Bennet y Hoag escucharon los cuentos del naufra- gio por la voz del viejo Ben, para quien el hambre y el cansancio dejaron de existir con la noticia. Luego, las instrucciones de Birmington por la en- trenada voz de tante Friday. Como era la costumbre, cuando de naufra- gios se trataba, todos se dirigieron a las casas de sus amos para recibir ahf las instrucciones de quienes participarfan, donde se tepitieron los cuen- tos para informar a los esclavos de Chapman en el Gaugh (barlovento). Birmington, mientras tanto, alistaba su botiquin de remedios. En una caja y ayudado por tante, se empacé aleanfor con agua para do- lores de estmago, manteca de pollo derretida para contusiones, miedo sino sorpri [361 paregorico para dolores indefinidos y persistentes, vendajes de trapo y sulfa para laceraciones, gelatina de petrdleo para quemaduras, una tetera para calentar agua, una palangana y la Biblia. La noticia del naufragio la recibié Chapman de su pedn jefe. Sin demora, dio orden de que los veinticinco mds descansados lo siguie- tan, Caminaron por la playa hasta la primera subida a la loma (Harmony Hall Hill) pero la encontraron impenetrable. Todos los ér- holes del sector habfan caido sobre ella. Se vieron obligados a seguir hasta otro mas al norte y que los conducirfa a unos pocos pasos de la casa de Hoag. No bien habfan iniciado el ascenso, cuando fueron de- tenidos por una muralla de 4rboles igual a la anterior. Atboles que antes, majestuosos como invencibles guardianes, bordeaban la totalidad del recorrido. No era posible atravesar sin es- calar, Los esclavos, imitados por Chapman, decidieron trepar ayuda- (los por las cuerdas que llevaban. Animados por la noticia del naufra- pio la escalada fue casi una diversién. Cuando faltaba la cuarta parte (lel recorrido donde se iniciaba la trinchera recortada en la ladera de la gran mole de piedra caliza que forma el sector de la loma, encontra- ron este trecho conyertido en un tunel oscuro. Los arboles que habian cafdo a través del nivel original de la tierra tapaban completamente la entrada de [a luz. Este trayecto, el tiltimo hasta ganar la cima, era de- nominado Putty Hill (Loma de Masilla). Primero porque en tiempos de lluvia se convertia en un arroyo peligroso que habfa erosionado la tierra hasta dejar una zanja tres veces el tamafio original del desmon- te de una superficie htimeda y resbaladiza. Por lo angosto, era obliga- do entrar individualmente sosteniéndose de las paredes para ganar la subida. Ese dfa los esclavos se negaron a entrar y, por un momento, Chapman se encontré rodeado de veinticinco esclavos que desafiaban su orden. No estaban dispuestos a enfrentarse a otra aventura en me- nos de veinticuatro horas. Cuando logré con amenazas que reanuda- ran la marcha, lo hicieron con cautela, profiriendo grufiidos amena- zadores hacia la oscuridad. De pronto, se escuché un grito que inund6é todo el tanel: —Shet up —gritaron (est cerrado). Elorificio de la salida estaba tapado. El pénico fue total, y se do- miné con la misma rapidez.con que lleg6 cuando Chapman dispar6 su (371 rifle hacia el techo entre las hojas de los arbole Después dio la orden de que se acostaran, y caminando poreneima de ellos, lego hasta don- de estaba la abertura que ahora se encontraba tapada pore! tronco de un dtbol. Con ayuda, logrs hacer rodar el érbol lo suficiente para que unos pudieran subir y despejar del todo la salida. Llegaron a los predios de Hoag en los momentos en que éste sa- lia acompanado de diez de sus setenta y cinco esclavos. Los amos se intercambiaron el mismo saludo de siempre, mientras Chapman mi ba la casa de Hoag y observaba: —She rode it ver well (cabalg6 muy bien). La respuesta de Hoag fue un grufiido. Mientras los esclavos despejaban el camino, los dos amos los observaban aparentemente satisfechos con los saludos iniciales. Pero Chapman habia reconocido en Harold una preoctipacisn algo mas que la pérdida de la cosecha de algodén y la oportuna noticia del nau- fragio. Hoag disimulaba algo. Su sospecha se acrecenté més cuando noté la rigidez entre Hoag y Bennet y decidié que a la mayor brevedad tendrfa que averiguar con Richard lo que habfa sucedido con massa Cerdo, cémo se referfan a él los esclavos. Bennet y veinticinco de sus esclavos salfan hacia la Misién cuando los aleanzaron Chapman y Hoag. Bennet se acercé a Chap- man para decirle: —Harry, si en algo puedo ayudarte, no tienes més que decirlo. Segtin los lamentos, has perdido todo. Lo mismo que los Golden. —No. No todo esta perdido. Tengo tierra, una mujer, cincuen- ta esclavos y lo que estos negros llaman “Ploks & Boloks” de todos mo- dos pensaba reconstruirlo. El huracén adelant6 el desmantelamiento, es incretble, exe monstruo sacé los clavos de las tablas. Soo falt6 que me los recogiera para que los contara. —‘Te informaron que, segdin Birmington, volverd a las veinti- cuatro horas? —Hog wash! (iLodo de puerco!) De ser cierto, tan pronto dé al- guna sefial mandaré los negros otra vez ala cueva. Gladys y yo nos que- daremos por acd. Le daré a Birmington el honor de hospedarnos. Lo que trataré de evitar a toda costa es pasar otra noche en una cueva de estalactitas con cincuenta negros. [38] {fstaba Gladys contigo? . Contra mi voluntad insistié en acompafiarme ala recogida de la cosecha en el norte, Ayer sus sospechas eran algo mas exagera- das que de costumbre. -iSigue con miedo de un hijastro fiandii? —Miedo, no. iPAnico! Hatry Chapman y Mosses Golden, eran los més jovenes de los cinco plantadores. ¥ mientras el uno en el occidente vivia tiranizado por los celos de su mujer, el otro en el oriente sembraba algodén a la par de hijos fandié, Aumentaba en esta forma en cinco por afio los esclavos de la plantacién. No los reconocia como sus hijos, pero le complacfa saber que aumentaban los brazos en el campo. Ala llegada de Hoag Chapman y Bennet a la Mision, donde Birmington y George los esperaban, el reverendo les deseé un mejor dia que el anterior y aprovech6 para repetirles que, por su experien- cia con los huracanes deberfan hacer planes para enfrentarlo a la misma hora ese dia. Ninguno presté atencién a la advertencia; mas interesados estaban los tres en dar una ojeada rdpida a las dos cons- trucciones de la Mision. Se sorprendieron de lo bien que se habfan librado del infierno de la pasada noche y se repartieron elogios por ser quienes habfan dirigido la construccién de ambas estructuras. Los esclavos, sin tregua, seguian despejando la selva en que se habfa convertido el camino, y viendo sus amos que ya habfan logrado (lespejar un trecho bastante largo, el grupo de cinco hombres inicié de nuevo la marcha. Temte Friday, desde las pifiuelas que cercaban el pa- tio les grité: —No give up! (iNo se tindan!) Ninguno se dio por aludido, pero recénditamente, de donde no se deja escapar sentimiento alguno, estaban de acuerdo con Ia vieja. No se podfan entregar a la desesperacién. Hoag, tratando de evadir el charloteo continuo que como una maldicién legaba de los esclavos desalojando érboles para abrir la sen- da, y porque le interesaba saber con urgencia la politica de los demas plantadores después de la sorpresa que lestenfa Bennet, dijo a Chapman: —Tu mujer debe estar con el batil listo para salir con la prime- ra vela que desgarre el horizonte. [30] Pues todavia no, Que te parece que el bad! no lo hemos en- Conttado, Pero no hay duda de que pronto tnietard de nuevo si cam. afta “T want to go home” (“quiero ir a casa”), —LY qué piensas hacer? —Con respecto a Gladys, nada. —INo hombre! Con respecto a la tierra, —Lo que sé hacer muy bien. Montarla de nuevo, —God damm it, Ride what? Rass cloth Harold (maldita sea. (Ca- balgar qué? M... Harold) —dijo Hoag, casi colérico, —ILa isla! Bien sabes que no puedo volver al viejo continente. Bennet, Birmington y George se habfan adelantado para dirigir a los esclavos en el desmonte. Hoag, més calmado, aproveché la dis- tancia entre ellos para Preguntar a Chapman: —(Sabfas que Bennet pensaba sembrar cocos después de esta cosecha de algodén? —iNo, no Io sabia! —dijo el otto, miréndolo sorprendido—. Pero te juro que es lo mas indicado, Yo no me puedo dar el lujo de ese cambio, no puedo esperar siete afios para la primera cosecha de cocos. Pero los cocos y los arboles de macadamia son lo mas recomendable Para estas tierras, éAcaso no te diste cuenta de la nube que se levan- %6 cuando se atrancaron las matas de algodén? Con esa nube, massa Harold, se nos fue toda la tierra abonada que tenfamos, Estamos amuy Pos metros de pura piedra coralina y le tengo mucha desconfianza ala proxima cosecha. —Yo no —grité Harold. Te felicito —respondié Chapman a la vez que pensaba haber descubierto la raz6n de la Preocupacién de massa Hoag. Harold habia olvidado por completo el motivo de la caravana al Cove. Todo su pensamiento y su afin por llegar eran por indagar lo mas pronto posible los planes de los Golden. Y —ilibrelos su Dios!— de que fueran los mismos que los de estos dos locos aventureros. C40]

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