Cuando este pregunté por Ibn ‘Arabi, le dijeron que el maestro
estaba visitando al Califa y que estarfa de vuelta al poco rato. Des-
pués de una corta espera, el discipulo vio un cortejo que avanzaba
hacia la casa.
Primero Ilegé la guardia de honor de los soldados del Califa,
con armaduras y armas relucientes, montados en hermosos caballos
arabes. Entonces Ileg6 Ibn ‘Arabi, vestido con magnificas ropas de
seda y un turbante digno de un Sultan.
Cuando Ilevaron al derviche a ver a Ibn ‘Arabi, hermosos sir-
vientes le trajeron café y pasteles. El derviche le transmitié el men-
saje de su sheikh y reaccion6é con asombro e indignacién, cuando
Ibn ‘Arabi le dijo:
—Dile a tu maestro que su problema es que esta demasiado
apegado al mundo.
Cuando el derviche volvié a su casa, su sheikh le pregunt6 an-
siosamente si habfa visitado al maestro. De mala gana el derviche
admitié que si.
—Y bien, {te ha dado algtin consejo para mi?.
E] derviche intento evitar repetir los comentarios de Ibn ‘Arabi,
que resultaban totalmente incongruentes considerando la opulencia
de este y el ascetismo de su sheikh. Ademas, temia que su maestro
pudiera ofenderse. Pero el pescador siguid insistiendo y al final el
derviche tuvo que contarle lo que Ibn’ Arabj le habia dicho.
El pescador se puso a Ilorar. Su discfpulo, at6nito, pregunté
cémo Ibn ‘Arabi, viviendo en medio de semejante lujo, se atrevia a
decirle que estaba demasiado apegado al mundo.
—Tiene raz6n —dijo el sheikh—. A él verdaderamente no le
importa nada de lo que tiene, pero cada noche, cuando yo me como
mi cabeza de pescado, desearia que fuese un pescado entero.