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ENSAYO: LA MUERTE Y EL MÁS ALLÁ

Victor Hugo Monzón Lorenzana

Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, Universidad Mesoamericana,


Teologado Salesiano

Teología Sistemática (Escatología)

Licda. Evelyn Castro

29 de octubre, 2020
LA MUERTE Y EL MÁS ALLÁ

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en

él no se pierda, sino que tenga vida eterna” cf Jn 3,16, (epitafio). Inicio este análisis con mi

epitafio resaltando que la gracia brota en las personas gracias a la misericordia de Dios, por ello

como cristianos sabemos que la muerte es un paso al más allá, es decir a la vida eterna, entonces

como creyentes sabemos que tenemos que experimentar la muerte, pero entender bien que no es

la muerte eterna, sino que es la muerte del cuerpo, ya que mediante nuestro ser espiritual (nuestra

alma), deseamos encontramos cara a cara con Dios.

La palabra Muerte desde su etimología proviene del latín “Mors, Mortis” que significa

“Cesación de vida”. Es un fenómeno biológico natural que implica el fin irreversible de las

funciones vitales en la persona, pues se determina como fin de la vida. Al hablar de la muerte se

trata de un hecho natural irrefutable que acompaña desde el nacimiento, ya que el nacimiento y

muerte pertenecen a la vida y se contrapesan entre ambas, es decir, morir es existir, una es

condición de la otra, son los dos polos de la manifestación de la vida.

Ahora bien la muerte es inherente a la vida ya que marca el fin y la trayectoria de todo

ser, en cuanto es, pues la vida tiende a preservar el ser donde la muerte constituye el punto final

de toda existencia material, esto acece a la totalidad terrenal del ser humano porque cada

momento vivido es un momento menos de vivir donde el ser humano marcha hacia delante, en

tensa agonía, dejando guiones de su propia existencia.


Por lo tanto el sentido de la vida en el ámbito biológico es carga, carrera con un principio

y un término, es decir, que el tiempo se vuelve tiempo-oportunidad, no es cuestión de matar el

tiempo ya que el tiempo está matando, esta temporalidad contada, limitada, nos apremia a existir

apretadamente, si el viaje es breve, la vida tiene un carácter de urgencia.

La muerte no es un evento de la vida, no se vive la muerte, cuando la muerte es, nosotros

no somos, cuando nosotros no somos, la muerte es, por tanto, con la muerte se termina la historia

personal, como afirma Heidegger en el fin del “ser ahí” siendo la posibilidad más peculiar, cierta

y en cuanto tal determinada del “ser ahí”, es decir, que la muerte limita y determina las

características esenciales de la vida humana.

Para todo hombre el sufrimiento y la muerte es inevitable, puesto que la muerte no es una

opción en la vida, sino es parte de la naturaleza biológica. El hombre es capaz de soportar varios

sufrimientos, mientras no desaparezcan los miedos, desconfianzas y sobre todo la angustia que

no lo deja actuar sobre sí de manera eficaz y mucho menos de manera inteligente.

El amar la vida significa cuidarla y protegerla, lleva en sí la preocupación a que esta se

vaya desarrollando integralmente, no significa perpetuarse dentro de un estado, se trata más bien

vivir cada etapa independientemente del estado en que se encuentre, sea en el sufrimiento o en la

alegría. De lo contrario deja de ser vida y se convierte en una fatalidad que lo impulsa a la

autodestrucción.

El hombre no es objeto para sí mismo, tiene en sí un valor infinito y está destinado a la a

la vida eterna. De nada le sirve tratar de conquistar el mundo entero si se olvida de vivir, con
nada del mundo puede evitar que el fin de la existencia corporal. Para toda persona el

sufrimiento y la muerte son tan ciertos como la existencia.

La muerte se presenta como deseable, siendo una puerta que abre la posibilidad de ser

discípulo del Señor en sentido pleno. Por eso el hombre muere como ser vivo y no como

existencia (alma) y lo corpóreo muere en lo terrenal, la muerte no requiere demostración. Es

parte de la naturaleza del hombre (somos mortales). La vida del hombre es en gran parte

añoranza de lo que aún no es y de lo que debería ser y se despreocupa del presente. Se olvida de

su capacidad de producir el arte y la ciencia, de vivir la moralidad y su aspiración religiosa,

porque aunque existe en el mundo y frente al mundo, puede trascenderlo. Lo que se vive es la

idea de la muerte.

Para finalizar el creyente sabe que para mirar amistosamente a la muerte hay una

condición ineludible: la de estar auténticamente unido a Jesús. Porque en caso contrario, la

muerte continúa ostentando su faz oscura y trágica. El pecador no arrepentido está destinado a

resucitar, pero no gloriosamente, sino al margen de la comunión con Dios. Por consiguiente

iluminados por el Catecismo de la Iglesia Católica se afirma que: la muerte es el fin de la

peregrinación terrena del hombre, fin del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece

para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino.

BIBLIOGRAFIA
DESCLÉE DE BROUWER, Biblia de Jerusalén, nueva edición, Bilbao, 2009
Profesores de Salamanca, Biblioteca de autores cristianos, Código de Derecho Canónico.
Décimo sexta edición bilingüe comentada. Madrid 1999.

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