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La equidad es la acción de dar a cada individuo, por diferente que sea, lo que este se
merece o se haya ganado. La palabra proviene del latín y suele hacer referencia, en su
traducción, a igualdad. Sin embargo, ambos conceptos no representan lo mismo. De
hecho, incluso podrían considerarse en contraposición el uno del otro. En este sentido,
la equidad trata de promover una justicia social, donde cada uno reciba aquello que se
ha ganado.
La equidad es la cualidad que caracteriza al hecho de dar a cada individuo lo que se
merece. En este sentido, se muestra como un sinónimo, con matices, de igualdad.
Según el diccionario de la lengua española
Puede definirse como:
Cualidad que mueve a dar a cada quien lo que merece sin exceder o disminuir.
Justicia, imparcialidad en un trato o un reparto.
Tratar a todas las personas por igual respetando y teniendo en cuenta sus
diferencias y cualidades. (Equidad de género)
La "bondadosa templanza habitual"; a la propensión a dejarse guiar por el deber
o por la conciencia, más que por la justicia o por la ley escrita;1
La justicia natural, opuesta a la ley escrita.
Una moderación en el precio de las cosas o en las condiciones.
Una "disposición del ánimo que mueve a dar a cada quien lo que merece. Este
ideal está íntimamente enlazado con el precepto exclusivamente jurídico
de Ulpiano en sus Tria Praecepta Iuris (Tres principios del derecho), el suum
cuique tribuere (dar a cada uno lo suyo)
Es un valor sumamente importante, pues resulta una condición de vida para ejercer,
cumplir y establecer los derechos humanos.
La igualdad es el trato idéntico, sin que haya algún tipo de diferencia por raza, sexo,
condición social o económica, condición física, mental, intelectual o sensorial o de
cualquier naturaleza, donde todas las personas tienen los mismos derechos y las mismas
oportunidades.
La igualdad que debe existir para las personas ante la ley para lograr así una
equiparación o el trato equitativo que procura observar el ámbito social y condiciones
de existencial de cada individuo.
Sin duda alguna, la igualdad constituye hoy un valor esencial para un verdadero
progreso del conjunto de la sociedad.
La igualdad es un valor imprescindible para el progreso y el avance de toda la
sociedad, porque ofrece la posibilidad de que cada ser humano tenga los mismos
derechos y oportunidades, y en consecuencia, de que cada persona pueda aportar al
conjunto desde su libertad, de que pueda contribuir con su trabajo, su esfuerzo, sus
conocimientos, su solidaridad.
Ese es el desafío que tenemos por delante mujeres y hombres: caminar hacia un modelo
de sociedad más justo e igualitario, hacia un futuro mejor para todas y todos.
Es en la igualdad donde más se practica la empatía y el respeto. Tratar a las personas
como iguales significa respetar su ser, sus opiniones y sus capacidades, pues todas las
personas tienen un valor intrínseco.
No es bueno criticar por la procedencia de un individuo, ni por cuánto dinero gana, ni
por cuán educado es; a fin de cuentas, todos somos seres humanos que habitan la tierra
y trabajan en conjunto para formar un mundo mejor.
Cada ser humano se necesita el uno al otro hasta para las tareas más pequeñas, y por ello
todos tenemos un valor que existe por igual.
Es recurrente en la sociedad que exista la discriminación por el estatus socioeconómico:
en qué trabaja, qué posesiones tiene, etc.
Por eso habrá situaciones donde un médico tenga más privilegio que un plomero,
cuando ambos son absolutamente necesarios para la seguridad y el sector de la salud:
sin el médico no hay nadie que atienda a las personas, pero sin el plomero no hay
hogares que funcionen.
Este es un ejemplo de cómo todos merecen ser iguales, porque cada persona en el
mundo tiene algo que aportar y un gran valor que ofrecer al progreso del mundo.
Otro ejemplo: Todos los habitantes de alguna comunidad pequeña tienen igual
oportunidad de expresar sus quejas y opiniones de alguna problemática en particular.
La igualdad es la forma en que se trata a las personas en cualquier ámbito ya sea en
una empresa, asociación, organismo, ente gubernamental o grupo social y donde se le
facilita a los sujetos trabajar en cada una de esas organizaciones sin que ninguno de
ellos tengan ningún tipo de objeción ya sea por la raza, el sexo, la clase social u otra
eventualidad elogiable, dejando atrás cualquier tipo de discriminación entre las
personas que se encuentren dentro de esas organizaciones.
Qué es igualdad
Es un derecho personal para el ser humano que contempla que todos deben tener las
mismas oportunidades de participación a nivel personal y social, sin ninguna clase de
discriminación.
Es importante aclarar que este término no significa que todos los seres humanos
deben ser iguales físicamente, o deben compartir los mismos gustos o preferencias. La
igualdad en este caso se refiere a los derechos que puedan tener los individuos que
viven en una sociedad, y de los cuales todos deben gozar sin hacer ningún tipo de
diferencias.
Por eso se dice que este término es uno de los valores fundamentales que han
constituido los métodos políticos actuales partiendo de una igualdad ante la ley para
todos los ciudadanos.
Etimológicamente la palabra deriva del latín “aequalĭtas, -ātis”, conformado con el
adjetivo “aequus” que significa “igual, llano, justo, equilibrado, equitativo”, más el
sufijo “tat” que quiere decir “anunciar calidad”, en la real academia la determina como
“conformidad de algo con otra cosa en naturaleza, forma, calidad o cantidad”.
Un sinónimo de igualdad es la equidad, mientras que su antónimo es la desigualdad.
Características de la igualdad
Igualdad jurídica
Se trata de ser iguales ante la legislación de un país, es decir, que todos tengan las
mismas condiciones para acceder a bienes y servicios, aplicando acá a todos los sectores
sociales pertenecientes a una comunidad, pues todas carecen de distinción, así sean
diferentes por raza, religión o sexo. La constitución de cada nación debe tener las
garantías a la defensa social, lo cual hace que las personas puedan recibir y ejercer la
justicia ante un conflicto en específico.
Igualdad política
Es aquel tipo de paridad que se obtiene únicamente cuando se cumplen con todos
los derechos humanos de primera necesidad o generación, es decir, la libertad y la
partición política.
Esta es conocida como un derecho tanto político como civil delimitan las partes
inviolables de la humanidad, es decir, el derecho al voto, a ser votado y participar en
las elecciones por la gobernación de un país. Este tipo de derechos abarcan la libertad de
expresión, de religión, el derecho a un juicio justo y el sufragio universal, directo y
secreto.
Igualdad de oportunidades
Se trata de una idea de justicia social en la cual se establece que los sistemas son
socialmente justos y dignos cuando las personas tienen las mismas oportunidades
para acceder a los bienes y servicios sociales, así como también poseen los mismos
derechos a nivel político.
A nivel político, en vez de hablar de justicia social, se habla de equidad en resultados.
De acuerdo a fuentes históricas, este tipo de paridad de oportunidades fue la preferida
por partidos de derecha política frente a la equidad económica o de resultado.
La uniformidad natural y de oportunidades no es más que un principio en el cual se
establece y promulga que las personas son iguales no solo ante la ley, sino ante la
naturaleza misma. Pero cuando se habla de equidad de resultados, se quiere decir
que cada persona va a recibir la misma cantidad de derechos o bienes sociales y
económicos que el resto de las personas sin importar incluso el cargo que posean a nivel
laboral.
JUSTICIA SOCIAL
La justicia social es un concepto complejo que abarca temas como la igualdad social,
la igualdad de oportunidades, el Estado de bienestar, la pobreza, las reivindicaciones
laborales, el feminismo, entre muchos otros, que tienen como norte común la
construcción de una sociedad más equitativa y menos desigual.
Según algunos estudiosos del tema, la justicia social vendría a ser más o menos lo
propuesto por Aristóteles en su “justicia distributiva”. Es decir que es lo correcto o justo
en la repartición de los bienes dentro de una sociedad.
No existe un origen definido de este término, ya que los reclamos por una sociedad más
justa datan desde los albores de la humanidad. Sin embargo, hay evidencias tempranas
de reclamo por “justicia social” como una obligación de los monarcas europeos del
siglo XVIII, en artículos de la época de la Ilustración, donde apareció como sinónimo de
mayor justicia en la sociedad.
Desde entonces, diversos pensadores católicos del siglo XIX se hicieron eco del
término, en especial los fundadores de la Doctrina Social de la Iglesia. Varias décadas
después también lo hicieron los socialistas fabianos, quienes heredaron este concepto a
la socialdemocracia.
A lo largo de su historia el significado de justicia social ha variado, pero siempre en
torno a un mismo eje de igualdad y justicia. Desde 2007, no obstante, la Asamblea
General de las Naciones Unidas proclamó el 20 de febrero como el Día Mundial de la
Justicia Social, sosteniendo que la justicia social es “un principio fundamental para
la convivencia pacífica y próspera”.
Características de la justicia social
La justicia social puede ser comprendida de distintas formas, pero siempre gira en torno
a la idea de que las sociedades deben cambiar para mejor, es decir, hacia sociedades
más justas en el reparto de sus riquezas. Apunta a disminuir los márgenes de
exclusión y discriminación, y a combatir la pobreza y la desigualdad entre
los ciudadanos.
Muchas y muy diversas organizaciones políticas toman este término como bandera,
pero, obviamente, el dilema radica en cuáles son las vías para adquirir una mayor
justicia social.
Existe quien entiende por ello la acción revolucionaria de redistribución forzosa del
poder. Otros, por el contrario, proponen un proceso de reforma paulatina que amplíe
derechos y apueste por una sociedad más progresista. Otra alternativa sería la defensa
del Estado de bienestar y de una democracia con fuerte inversión social de parte del
sector público.
En conclusión, no existe un conjunto de características únicas que definan lo que es la
justicia social universalmente.
Importancia de la justicia social
La importancia de la justicia social no puede recalcarse lo suficiente, al menos si se
tiene la intención de vivir en una sociedad pacífica y desarrollada.
La desigualdad, la pobreza y los resentimientos que conllevan, son un caldo de cultivo
para la violencia, el populismo y otras dificultades político-sociales. Ninguna sociedad
puede sostenerse sobre el sufrimiento masivo y la falta de oportunidades de la
mayoría.
Principios de la justicia social
En la actualidad, la justicia social no deja de ser una utopía, aunque esta equidad es
imprescindible para que cada persona pueda desarrollar su máximo potencial y para
crear una sociedad en paz. De hecho, es uno de los compromisos de la Agenda 2030.
Pero cuando las necesidades fundamentales de los individuos no se cubren surgen las
inequidades, independientemente de que estemos en un país industrializado o en un país
en desarrollo.
La clave es que la sociedad tiene la capacidad de evitar estas injusticias, ya que los
problemas que provocan tienen su origen en las personas y en aquellos que miran hacia
otro lado. Todo esto se manifiesta a través de tres vías principales: pobreza,
discriminación y violencia o conflictos.
Todas las personas tenemos necesidades básicas comunes, que se traducen en derechos
humanos fundamentales: el derecho a la propia identidad, a la supervivencia, a la
educación a expresarnos con libertad y a ser tratados con dignidad y respeto, por
ejemplo.
Cuando estas necesidades fundamentales no se satisfacen nos encontramos frente
a inequidades, que pueden darse tanto en los países industrializados como en países en
desarrollo. Lo que convierte estas situaciones en injusticias es que pueden ser
evitadas: no se trata de problemas irresolubles a los que no podamos hacer frente, sino
que a menudo han sido provocados por personas y persisten porque mucha gente se
desentiende de ellos. La decisión de promover o de negar la justicia social está en
manos de las personas, ya sea a escala individual, local, nacional o mundial.
3 aspectos clave
CONFLICTO: Las inequidades están relacionadas con los conflictos, tanto en
los países industrializados como en los países en desarrollo. La injusticia real o
percibida es una de las fuentes más comunes de conflictos y de
violencia entre los individuos, los grupos y los países.
POBREZA: Puede ser que la pobreza sea la injusticia más fundamental y
más extendida, ya que no permite el acceso a otros derechos fundamentales.
DISCRIMINACIÓN: La discriminación es una injusticia que interfiere en
las posibilidades que tienen los individuos de desarrollar su potencial.
INCLUSIÓN
La inclusión es la actitud, tendencia o política de integrar a todas las personas en la
sociedad, con el objetivo de que estas puedan participar y contribuir en ella y
beneficiarse en este proceso. La palabra, como tal, proviene del
latín inclusio, inclusiōnis.
La inclusión busca lograr que todos los individuos o grupos sociales, sobre todo
aquellos que se encuentran en condiciones de segregación o marginación, puedan tener
las mismas posibilidades y oportunidades para realizarse como individuos.
La inclusión se formula como solución al problema de la exclusión que es causado
por circunstancias como la pobreza, el analfabetismo, la segregación étnica o religiosa,
entre otras cosas.
Para algunos autores, es el Estado, a través de sus instituciones, el organismo que debe
implementar planes y políticas para corregir estas situaciones y propiciar la inclusión y
el bienestar social
La inclusión social es el proceso de hacer posible que personas o grupos de personas
sujetas a una situación de segregación o marginación social puedan participar
plenamente en la vida social.
Como tal, la inclusión social se enfoca en las personas que se encuentran en una
situación precaria por diversas circunstancias, como la pobreza, el origen, el género, las
condiciones físicas (discapacidades), la pertenencia a una determinada etnia o religión,
etc.
El objetivo de la inclusión social, en este sentido, es mejorar las condiciones de vida de
los individuos que forman parte de estos grupos, y ofrecerles las mismas oportunidades
en los planos político, educativo, económico o financiero, etc.
Así, inclusión social significa oportunidades de trabajo, salud, viviendas dignas,
educación, seguridad, entre otras cosas, para los sectores de la población más
desprotegidos.
La Inclusión es un enfoque que responde positivamente a la diversidad de las personas
y a las diferencias individuales, entendiendo que la diversidad no es un problema, sino
una oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad, a través de la activa
participación en la vida familiar, en la educación, en el trabajo y ...
De igual manera, ¿qué es apoyo a la inclusión?
El enfoque inclusivo implica la transformación de las culturas, políticas y prácticas de
las instituciones escolares para abordar el quehacer educativo en función de las
características y particularidades de las y los estudiantes, procurando el aprendizaje y la
participación de todas y todos.
Así, ¿cómo lograr la inclusión?
1. Ten claro la dirección que quieres tomar.
2. Utiliza las habilidades y el conocimiento existente.
3. Desarrolla un lenguaje compartido sobre la práctica.
4. Promueve el respeto por la diferencia.
La inclusión es la actitud, tendencia o política de integrar a todas las personas en la
sociedad, con el objetivo de que estas puedan participar y contribuir en ella y
beneficiarse en este proceso. La palabra, como tal, proviene del latín inclusio,
inclusiōnis.
Inclusión social, económica y política de las personas mayores. La inclusión social
asegura que todas las personas sin distinción puedan ejercer sus derechos y garantías,
aprovechar sus habilidades y beneficiarse de las oportunidades que se encuentran en su
entorno.
La inclusión es el acto de incluir y añadir, es decir, añadir cosas o personas en grupos y
núcleos de los que no formaban parte anteriormente.
Desde el punto de vista social, la inclusión representa un acto de igualdad entre los
diferentes individuos que habitan una sociedad determinada. Así pues, esta acción
permite que todos tengan derecho a integrarse y participar en las diversas dimensiones
de su entorno, sin sufrir ningún tipo de discriminación y prejuicio.
Algunos de los principales sinónimos de inclusión son: introducción; colocación;
incorporación; inserción; integración; participación; encuadre; cobertura; y cierre.
Algunas personas –debido a características individuales o grupales, como la condición
social, el origen étnico, la discapacidad, o la orientación sexual– reciben malos tratos,
insultos, y faltas de respeto. Estas personas pueden ya sea evitar situaciones que los
expongan a los malos tratos, someterse a su “suerte”, o protestar. Todas estas respuestas
son clamores de inclusión.
La inclusión mejora la cohesión social, el crecimiento económico y el bienestar general
en una sociedad. Hace que las personas estén mejor preparadas para encontrar
soluciones duraderas para problemas globales complejos, aumentando su productividad
y eficiencia.
¿Por qué el ser humano (el homo sapiens sapiens, el hombre anatómicamente moderno)
en la actualidad, en la segunda década del siglo XXI, en plena época de racionalidad y
confianza en nuestras potencias como especie, por qué, repetimos, se lastima a sí
mismo? O para aclarar todavía más la pregunta: ¿por qué el ser humano en la actualidad
sigue siendo tan violento con sus propios semejantes? Sorprende el espectáculo humano
por la violencia, por la virulencia con la que unos seres humanos agreden, lastiman y
asesinan a otros seres humanos. El porqué de estas actitudes se hunde en los tiempos
más oscuros del desarrollo de la humanidad. Tan oscura es la explicación que Thomas
Hobbes no dudó en denominar al ser humano como un “homo homini lupus”, el hombre
es el lobo del hombre.
El desarrollo de las sociedades humanas necesariamente tiene, como correlato
inseparable, la violencia contra las mismas personas. Y no solamente se trata de
violencia física, sino sobre todo de violencia simbólica. ¿Qué queremos decir con
“violencia simbólica”? Que determinados seres humanos, por el propio desarrollo de los
procesos históricos, se han convertido en definidores y dominadores del entorno social,
y que justifican la inequidad, la desigualdad y el uso de la fuerza en la supuesta
“calificación” de unos sobre otros. Este grave defecto (yo no lo puedo considerar de otra
forma más que un defecto del ser humano) ha generado en el plano del discurso (que es
el plano simbólico) una “caracterología de descalificaciones” contra el “otro”. Nos
explicamos: el ser humano está acostumbrado a (des)calificar todo aquello que entra en
la esfera de su pensamiento, el cual también configura una idea de lo que “debemos ser”
contra la evidencia de lo que “somos” en el presente. Este “somos” se entiende, por lo
tanto, como la enunciación de un determinado estado del ser de los que se consideran
con la suficiente “autoridad” para definir a todos aquellos que no son como los otros
como los “raros”, los “irracionales”, los “indios”, los “discapacitados”, los “niños”, las
“mujeres”, es decir, todos aquellos que puedan ser considerados como los “otros” desde
un ámbito de poder prejuicioso que lo único que hace es radicalizar y polarizar las
posiciones “políticas” que cualquiera puede asumir desde un ámbito legalizado de poder
(social, político y económico).
Y es que desde el poder se han “definido” los rasgos esenciales de la otredad no
privilegiada de nuestra sociedad. Este poder no solamente es el hecho por las leyes y por
las normas emanadas de aquellas, sino, y esto es lo más importante, es un poder fincado
sobre un gran número de presuposiciones o, si se quiere, de prejuicios que oscurecen
cualquier entendimiento cabal de lo que somos o de lo que queremos ser. Ese querer ser
está fundamentado en la propia imagen que la civilización occidental tiene de sí misma
en estas latitudes (mexicanas). Esa imagen incluye la fundamentación del orden social
en conceptos tales como “igualdad”, “derechos humanos”, “autodeterminación”, que
crean la ficción de vivir en un lugar amable, feliz y democrático, pero es un error de
perspectiva provocado por el enorme y pesado prejuicio, por el elevado concepto de
nosotros mismos como “sociedad moderna” cuando en realidad lastramos vicios y
consideraciones que se nutren de los tiempos de antaño y de las ideas asistencialistas
generadas en la época de dominio colonial.
Ahora se habla de “inclusión” dando a entender que este concepto es la respuesta para
“normalizar”, dentro de los centros educativos sobre todo, a los que no son “normales”:
las personas con discapacidad o las personas cuyas otredades escapan a los esquemas
éticos occidentales. La “inclusión” es un concepto utópico que genera la ilusión, en los
que conceptualizaron este término, de crear condiciones de igualdad para que puedan
convivir en un mismo espacio personas que tienen como condición de vida una
discapacidad (intelectual, psicosocial, auditiva, visual, motriz) que no les permite
acceder al mundo simbólico de los “normales”. La “inclusión” es una bonita utopía que
nos hace creer que somos buenas personas porque nos interesamos por aquellos que no
han tenido la fortuna de nacer “normales”… como nosotros.
Pero es cierto que, a nivel mundial y desde centros en donde la “otredad” ha sido
construida a base de sangre, sufrimiento, guerras y muerte, está surgiendo la necesidad
de formar estructuras que permitan, ya no generar conciencia (estamos atrasados en ese
sentido como humanidad, y de ahí la urgencia de entender), sino realizar acciones que al
mismo tiempo pragmaticen el quehacer de los ciudadanos para entender, en primerísimo
lugar, que este mundo está poblado por personas, en un intento de vencer la carga que
negativamente desde el plano semántico han ganado la palabras “igualdad” e “iguales”,
que tienen distintas condiciones, pero que todas son lo mismo. Ese fue el espíritu que
privó el 13 de diciembre de 2006, cuando la Asamblea General de la Organización de
las Naciones Unidas aprobó la Convención sobre los Derechos de las Personas con
Discapacidad, “que tiene como propósito fundamental –según se lee en su texto
introductorio– asegurar el goce pleno y en condiciones de igualdad de todos los
derechos humanos para todas las personas con discapacidad”. No crea nuestro amigo
lector que se trata de un conglomerado de normas que tratan de ayudar a los
“discapacitados” (término en desuso), sino que se trata de un acuerdo en el que lo
fundamental es eliminar todo tipo de discriminación, sí, en primer lugar, hacia las
personas con discapacidad, a las cuales se les debe sentir y percibir como personas y no
como “pobrecitos”, como “angelitos” o cualquier eufemismo que lo único que evidencia
es precisamente esa condescendencia del normal sobre el otro. La Convención, firmada
por el estado mexicano el 30 de marzo de 2007, debe ser entendida no como un
privilegio para los que no son nosotros (el famoso, retórico y vacuo “porque ellos sí y
nosotros no”), sino como la posibilidad de construir un entorno humano para todos.
Vivimos tiempos de terrible radicalización de posiciones y discursos políticos, que, más
grave aún, visibilizan la fractura histórica que divide a la mayoría de la población de los
que detentan el poder y los privilegios de la política y la economía. La discriminación es
patente, ominosa, y se filtra en cada poro de lo que los que utilizan la jerga política
llaman “el tejido social”, generando una indestructible corrosión del mismo. Para que el
espíritu de las normas contenidas en la Convención se dé, es necesario cambiar el chip,
hacer una verdadera reprogramación de nuestra conciencia social. Quizá el
entendimiento cabal de lo que es la Convención nos permita entendernos finalmente
como un todo orgánico que necesita con-vivir, con-versar, con-geniar con otros, con
todos, y en este sentido generar entre los que se confrontan o entre los que nos
confrontamos, un ámbito de claridad desde la cual se pueda construir una nueva utopía,
una última esperanza para hacer de esta humanidad algo más digno en la cual se pueda
vivir.
El concepto inclusión, según lo visto más arriba, se entiende como el agregar a los otros
a lo que somos nosotros, y no hay un real entendimiento –comprensión, dirían los
hermeneutas alemanes– de lo que somos todos. Si queremos ser “inclusivos”, no
generemos entonces políticas de explotación hacia las personas con discapacidad
vestidas de asistencialismo –atroz herencia colonial– ni las minimicemos
considerándolas sólo capaces de hacer trabajos manuales, porque el pensamiento “no les
funciona”. Seamos inclusivos, sí, pero antes seamos sensatos y veámonos a todos como
iguales, ahora sí, porque todos somos, por sobre todas las cosas, personas.