Está en la página 1de 88

El Barco Fantasma AR.indd 1 15/12/20 3:25 p. m.

Máximus, Mínimus y el barco fantasma


de Margarita Londoño Vélez
Colección El Tren Dorado, cuarta estación

© Primera edición 2021


Enlace Editorial. Bogotá — Colombia
www.enlaceeditorial.com
www.eltrendorado.com
Bibliografía de glosarios www.rae.com

Dirección general, Alfonso Rubiano


Dirección editorial, Alejandra Ramos Henao
Diagramación, María Claudia Rebolledo G.
Ilustración, Paula Monteagudo

Reservados todos los derechos


Prohibida la reproducción total o parcial de
esta obra sin permiso escrito de la Editorial.

ISBN: 978-958-5159-63-1

El Barco Fantasma AR.indd 2 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez

Máximus, Mínimus y
el barco fantasma
Ilustraciones Paula Monteagudo

El Barco Fantasma AR.indd 3 15/12/20 3:25 p. m.


El Barco Fantasma AR.indd 4 15/12/20 3:25 p. m.
Contenido

Biografía...................................................................................6

Capítulo I.................................................................................8

Capítulo II...............................................................................22

Capítulo III...............................................................................35

Capítulo IV.............................................................................49

Capítulo V..............................................................................56

Capítulo VI..............................................................................62

Capítulo VII.............................................................................74

Capítulo VIII............................................................................79

El Barco Fantasma AR.indd 5 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita
Londoño Vélez

Escritora colombiana de cuentos infantiles, lite-


ratura para adultos, poesía, ensayos, guiones
de televisión y columnas de opinión.

Ha publicado varias historias infantiles entre


las que se encuentran Tortuguita Se Perdió, Los
Goles de Juancho, El Viaje Punto Com y Los
Duendes de las horas, que han tenido gran
acogida en toda América Latina. Ernesto, El Ele-
fante Grandulón, Cata, La Lombriz Bla, Bla, Bla
y ¿Por qué los Chinos no se caen? con Enlace
Editorial publicó también ¡Qué camello y qué

El Barco Fantasma AR.indd 6 15/12/20 3:25 p. m.


joroba!, El pajarito soplón, La magia del amor y
Camila la vaca loca pertenecientes a la colec-
ción El Tren Dorado.

En el 2018 publicó sus primeras novelas Esas


Ganas Locas de Matarlo y El día que llegó la
ópera a Rosas, basada en las peripecias de la
construcción de una carretera en el sur de Co-
lombia.

Margarita es comunicadora social de la Uni-


versidad del Valle, con especialización en ad-
ministración de las comunicaciones y maestría
“cum laude” en periodismo de la Universidad
de Sao Paulo, Brasil. Ha combinado actividades
que ella considera complementarias como la
docencia, el periodismo y la política, pero sus
verdaderas pasiones son la escritura, la cari-
catura y el trabajo en el campo, donde puede
estar en contacto con las cosas esenciales y
simples de la vida y obtener la mayor parte de
su inspiración para las historias infantiles.

Ha sido directora del Diario Occidente, del


Departamento de Gestión Ambiental en Cali,
colaboró en la creación del canal regional Te-
lepacífico, Senadora de la República, para el
período 98/02, y en dos ocasiones, candida-
ta a la Alcaldía de Cali. En la actualidad se
desempeña como consultora en comunica-
ción social, especialmente en áreas relaciona-
das con educación y comunicación para el
cambio, publica columnas de opinión en los
Portales Las2Orillas.co KienyKe.com y progra-
malallave.com, además tiene un blog de cari-
caturas en elespectador.com.

El Barco Fantasma AR.indd 7 15/12/20 3:25 p. m.


8 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

El Barco Fantasma AR.indd 8 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 9

Capítulo I
A Gaby y Pablo. Sin su amor no
habría podido hacer esta historia.

El Barco Fantasma AR.indd 9 15/12/20 3:25 p. m.


10 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

uvo que correr para no quemarse los


pies en esa arena recalentada. Con
el agua en los tobillos sintió alivio,
una energía nueva la impulsó a recorrer la
playa jugando a no dejarse alcanzar de la
salada que acababa de conocer. Pateó las
olas, correteó cangrejos y, ya cansada, se
sentó al borde del agua para observar como
llegaba mansa a su lado y se retiraba de-
jando una espuma que iba desapareciendo
en la arena, mientras cangrejos diminutos
salían a rehacer los huequitos de sus vivien-
das. Makeda sentía arder la piel bajo ese sol
anaranjado que la había acompañado toda
la tarde y que ya empezaba a descender so-
bre una cama de nubes lejanas que hacían
mucho más bonito ese atardecer en el Litoral
Pacífico.

—Ten cuidado con el mar, es más traicio-


nero que los hombres —le había advertido
Odalia, su mamá, antes de tomar el avión
que llevaría la excursión del último año de
primaria hasta la playa de El Almejal en un
poblado conocido como El Valle. —En Quib-
dó tenemos mucha agua, pero nada como el
océano —reiteró la mamá mientras le hacía
la señal de la cruz y le daba un beso en la
mejilla como despedida.

El Barco Fantasma AR.indd 10 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 11

«Las aguas de los ríos llevan un mismo des-


tino, las del mar no» pensó Makeda, recor-
dando aquel río gigante que había visto por
la ventanilla del avión serpenteando entre
el verde profundo de la selva. Ahora que se
dejaba tocar de las olas le costaba seguir las
advertencias de su madre

—¿Qué peligro pueden representar estas


aguas humildes que llegan y se retiran man-
samente? Más dura es la corriente del Atrato
—se dijo para sí Makeda y siguió jugando a
esquivar las olas.

El júbilo la había poseído en este primer en-


cuentro con el mar, tanto que olvidó por un
buen rato su compromiso de ayudar a lim- Júbilo: m. Viva ale-
gría, y especialmente
piar la playa; con resignación retomó su fae- la que se manifiesta
na, ahora, tendría que trabajar mientras sus con signos exteriores.

compañeras descansaban. Se habían pro-


puesto como primera tarea del viaje escolar,
levantar toda la basura que encontraran.
Cada estudiante cogió un costal grande para
recogerla. Una botella por aquí, un zapato
hecho pedazos por allá, una cajita de icopor
arrastrada desde un barco. ¿Un caracol? No,
un caracol, ¡no! La profe les había adverti-
do que solo recogieran residuos dejados por
los humanos, que no se llevaran nada de la
playa: ni conchas, ni animales, ni pedazos

El Barco Fantasma AR.indd 11 15/12/20 3:25 p. m.


12 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

de coral. Debían respetarlos porque perte-


necían a la naturaleza. Precisamente en eso
consistía su tarea, en limpiar la playa para
Litoral: Pertenecien- que los peces y animales del litoral vivieran
te o relativo a la ori-
lla o costa del mar. en su mundo.

El costal todavía no estaba lleno, pero ya pe-


saba suficiente como para tener que arras-
trarlo dejando una estela en la arena. Make-
da calculó que tendría que caminar mucho
más para encontrar con qué terminar de lle-
narlo y no quedarse atrás del oficio hecho
por sus compañeras. Siguió su tarea, ani-
mada ahora por el color que iba tomando el
agua, espejo de ese cielo limpio del atarde-
cer. Sobre el horizonte se había formado ya
un camino de luz proyectada por el sol de la
tarde. Era el paisaje más hermoso que había
visto en su vida, con ese inmenso horizonte
sin fin, ese disco dorado al fondo, y el mar
azul oscurecido como presagio de una nue-
va noche.

Avanzó arrastrando su costal y se fue alejan-


do de sus compañeras hasta quedarse sola al
final de ese extenso arenal que terminaba
abruptamente para dar paso a un acantila-
do de rocas disparejas, donde subía y bajaba
una multitud de cangrejos sin que los golpes
del agua los despegaran de las rocas puntia-

El Barco Fantasma AR.indd 12 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 13

gudas. Las olas llegaban hasta ellos, los ta-


paban, después se alejaban y los bichos co-
lorados llenos de patas estaban todavía allí
pegados, sin inmutarse. Se sentó a mirarlos,
divertida por la capacidad de estar dentro
y fuera del agua al mismo tiempo, y quiso
ser como ellos, pero Makeda no sabía nadar.
Apenas se metía en la quebrada cercana a
su casa a lavarse con esas aguas que habían
sido limpias en su infancia «Lástima» pensó,
«ahora parecen un barrial para chanchos».

Cuando los ríos del Chocó fueron mancilla-


dos por las dragas de la minería, la quebra-
da se convirtió en un lodo amarillento en el
que no daban ganas de meterse, desde en-
Mancillar: Deslu-
tonces, Makeda se alejó y empezó a escuchar cir, afear, ajar.
la palabra “contaminación” cada vez con
más frecuencia.

A esa mala palabra le achacaba que hubiera


crecido sin aprender a nadar; para consolar-
se se dedicó a cuidar los animales que ha-
bitan en la selva; micos, loras y zainos eran
comensales invitados por Makeda que, des-
de muy temprano armaba en el terreno cer-
cano a su casa un comedor hecho de frutas
para que llegaran allí sus invitados salvajes.
Después se ocupaba de los que convivían
con la familia, un caballo viejo, dos perros,

El Barco Fantasma AR.indd 13 15/12/20 3:25 p. m.


14 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

un gato y no sabía cuántas gallinas porque


esas se metían al monte y después aparecían
con un reguero de pollitos. Ponía cuencos
con agua fresca, regaba maíz amarillo para
Con cien cañones
por banda
las bullosas gallinas y le llevaba el pasto de
viento en popa
corte que su papá alistaba para su viejo y
a toda vela servicial compañero, el caballo que tiraba la
No corta el mar carretilla. Los perros la seguían felices ba-
sino vuela tiendo la cola, pues sabían que su turno era
un velero el próximo. Finalmente, estaba Andaluz, el
bergantín… gato mimado que comía del mismo plato de
Makeda, a pesar de los regaños de la señora
Odalia.

Para toda esa variedad de animales, la pro-


fe Adela tenía un nombre: biodiversidad.
Les hablaba del cuidado de la naturaleza,
de preservar el medio ambiente y de cómo
el ser humano era una amenaza para estos
recursos. Un día, para que la entendieran,
comparó la destrucción de la naturaleza con
irle quitando pedazos de tablas a la canoa
en la que uno va navegando.

—Esa lancha se puede hundir si no la cuida-


mos —concluyó la profe en las jornadas pre-
paratorias de la excursión al mar—. Vamos
a divertirnos, pero también a demostrar que
podemos ser amigos de la naturaleza.

El Barco Fantasma AR.indd 14 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 15

Fue tan convincente que la clase entera apro-


bó limpiar la playa antes de cualquier diver-
sión. Llegaron en la mañana, se acomoda-
ron en las cabañas que tenían reservadas.
Las mujeres a un lado y los hombres al otro.

—Juntos, pero no revueltos —dijo Adela con


una sonrisa y se fue a buscar su propio cuar-
to ubicado entre los dos bandos para vigilar
Navega
a ese grupo alegre que eran sus alumnos fa-
velero mío,
voritos.
sin temor que ni
Habían viajado desde Quibdó, una ciudad enemigo bravío,
en medio de un océano verde conocido como ni tormenta,
la selva húmeda tropical. A pesar de que en ni bonanza,
el mapa la playa de El Almejal no parecía tu rumbo a
distante, la realidad era que solo se podía torcer alcanza,
llegar por avión, pues ningún gobierno ha- ni a sujetar
bía asumido la tarea de construir una carre- tu valor.
tera que comunicara Bahía Solano, munici-
pio donde quedaba la playa escogida para el
paseo, con la capital del Chocó. El mar era
una realidad lejana para los habitantes de
Quibdó. Para llegar a Bahía Solano o a Nu-
quí, los poblados más cercanos del Pacífico,
había que montarse en un avión y era muy
costoso. Apenas ahora con la excursión con
la que celebraban su ingreso a la secunda-
ria, para la que había ahorrado todo lo que
recogieron en rifas y bailes durante el año,

El Barco Fantasma AR.indd 15 15/12/20 3:25 p. m.


16 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

lo habían logrado. El otro mar, el Caribe, era


todavía más distante y mucho más costoso
para familias como la de Makeda que sobre-
vivían con oficios poco rentables.

El enorme río Atrato pasaba por Quibdó


como una autopista de dolores y peligros
surcados por lanchitas delgadas en las que
solo pocas personas se aventuraban a via-
jar hasta al lejano Urabá. “Por ese camino
es mejor no salir al mar”, había escuchado
Makeda de boca de una vecina que despi-
dió a su hijo en una de esas lanchitas llama-
das potrillos y nunca lo volvió a ver. Así que
tuvo que conformarse con escuchar sobre el
mar desde su niñez, cuando Odalia le con-
taba que su papá se había embarcado en el
puerto de Buenaventura como polizón para
irse lejos a buscar suerte en otro país. De ese
viaje casi no regresa. Apareció un día ines-
perado, cuando ya ni su esposa creía que
estuviera vivo, con un pequeño morral al
hombro y nunca quiso contar lo que había
vivido. En la intimidad de la habitación, tal
vez, le había compartido a Odalia sus tris-
Pesadumbre: Motivo  tezas en tierras lejanas, pues cuando Make-
o causa del pesar, 
da preguntaba por esos años de ausencia la
desazón o sentimien-
to en acciones o pa- mujer ponía un dedo sobre la boca, mientras
labras.
miraba con pesadumbre a su marido.

El Barco Fantasma AR.indd 16 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 17

Esa ausencia fue la razón para que Makeda


soñara con barcos desde niña, en sus pen-
samientos los construía de varios tamaños
y colores e imaginaba que en uno de ellos
viajaba su papá. Cuando aprendió a nave-
gar en ese mar extraño llamado internet,
buscó y rebuscó tipos de embarcaciones: los
cruceros, enormes barcos blancos para el
turismo; los mercantes, llenos de cajas api-
lonadas llamadas contenedores; los navales,
con sus metralletas apuntando al cielo para
cazar aviones de guerra; los portaaviones
maravillosos, desde donde despegaban otros
aviones también destinados a la guerra; los
pesqueros, con sus redes sedientas de cama-
rones o atunes; las barcazas de remolque
que parecían enanos forzudos arrastrando
otros barcos y las embarcaciones menores
como los veleros y catamaranes. Tanto leyó
sobre barcos que se topó con la historia de
la navegación, desde los lejanos fenicios, pa-
sando por los galeones de esclavos en los que
viajaron sus antepasados amarrados con ca-
denas, hasta los barcos piratas o bucaneros.
Un día leyó la historia del Galeón Santa Fe
hundido con sus tesoros en ese mar Caribe,
lejano, que apenas podía imaginar. Así fue
como entendió que el mar era también una
enorme tumba llena de naufragios y miste-

El Barco Fantasma AR.indd 17 15/12/20 3:25 p. m.


18 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

rios. Cuando los piratas atacaban, los barcos


se hundían llevándose sus tesoros al fondo
del mar y allí descansaban toda la eterni-
dad.

—Ni para Dios ni para el Diablo —reflexionó


sobre estas aventuras guerreras—. Los pira-
tas suben sin permiso en otros barcos, como
lo hizo mi papá —se dijo para justificar las
acciones de ese hombre que apenas la había
concebido y ya estaba listo para marcharse.

¡¿Su papá era un pirata?! Con esa duda se


acostó a dormir y nunca pudo aclarar el
tema por el silencio al que estaba obligada
en su casa. Esa duda la acompañó desde en-
tonces. Se volvió obsesiva con el tema, leyó
todo lo que pudo encontrar en la biblioteca
pública sobre historias de piratas famosos.
Incluso se aprendió una poesía épica La can-
ción del pirata de José de Espronceda. Ese día
ante la inmensidad del océano recordó los
versos del comienzo:

Con cien cañones por banda


viento en popa a toda vela
No corta el mar sino vuela
un velero bergantín…

El Barco Fantasma AR.indd 18 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 19

Feliz, siguió su tarea de recoger basura,


mientras repetía la estrofa soñando con ese
pirata que cantaba alegre en la popa:

Navega velero mío,


sin temor que ni enemigo bravío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Estaba tan distraída que no se percató de


que la playa lisa se había ido trasformado
en un acantilado de rocas filudas donde las
olas ya no eran mansas. Se fue encaraman-
do por ellas para acercarse al agua que en
ese recodo reventaba con furia como la que
rompía con su proa el velero bergantín. Ca-
minaba con cuidado sobre ese suelo de pun-
tas agudas, en una acrobacia atrevida que
podía salirle cara. Y así fue, de repente, una
ola furiosa golpeó la roca y se levantó sobre
el acantilado. Makeda trastabilló asustada
y cayó provocándose un corte en su rodilla.
Las olas parecían ensañarse con ella, rom-
pían con furia una tras otra, hasta que una
ola enorme cubrió las rocas y la arrastró al
centro de un remolino. Con la sal del mar,

El Barco Fantasma AR.indd 19 15/12/20 3:25 p. m.


20 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

sus heridas ardieron como brazas de carbón


y en medio del vaivén del agua, se encontró
indefensa, sin poder agarrarse a nada; solo
la sostenía a flote el costal lleno de basura
plástica que había arrastrado con ella. Des-
esperada, empezó a pedir ayuda, pero no
había nadie por ahí que la escuchara.

—¡Auxilio, me ahogo! ¡Me ahogo! —sus gri-


tos salían asfixiados por los borbotones de
agua que entraban a su boca. Se aferró aún
más al costal, pero cuando este se fue empa-
pando, ya casi no flotaba, por el contrario
era un peso que la ayudaba a hundirse.

Instantes antes de hundirse dando por per-


dida la batalla contra las olas, sus ojos vie-
ron como un espejismo, a un hombre ata-
viado de pirata que caminaba sobre el agua
y venía corriendo hacia ella. Ya no pudo ver
más por encima de la superficie, ahora tenía
frente a sí el espacio inmenso de la profundi-
Acantilado: Dicho  dad del mar, pececitos de colores, corales en
del fondo del mar:  medio de burbujas y la espuma producida
Que forma escalo-
nes o cantiles. por el choque de las olas contra las rocas del
acantilado.

Cuando ya no podía más porque el aire se


acababa en sus pulmones, sintió que algo
la halaba para sacarla del mar. Miró hacia
arriba con ojos incrédulos y vio una mano

El Barco Fantasma AR.indd 20 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 21

que de un tirón la colocaba de pie sobre el


agua. Frente a ella estaba un verdadero pira-
ta, con barba negra, vestido rojo y un enor-
me sable colgado en la cintura.

—¿Qué hace niña tonta? Con el mar


no se juega. ¿Qué tal que yo no es-
tuviera cerca para salvarla? Ahora
sería comida de tiburones.

Makeda no pudo contestar, tosió


expulsando una buena canti-
dad de agua salada y pudo,
por fin, tomar aire otra vez.
En ese momento, se desgon-
zó y, se hubiera hundido de nue-
vo a no ser por el pirata que la
tomó en sus brazos y se la llevó
caminando sobre el agua, ha-
cia su barco.

El Barco Fantasma AR.indd 21 15/12/20 3:25 p. m.


22 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Capítulo II

uando despertó Makeda no recorda-


ba cómo había llegado hasta allí.
Estaba acostada en una litera an-
gosta, empotrada en la pared de una habita-
ción de madera sin ningún tipo de lujos, con
muebles antiguos también de madera, y ape-

El Barco Fantasma AR.indd 22 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 23

nas una ventanita circular que dejaba entrar


una tibia luz de sol. Intentó pararse, pero el
piso se bamboleaba. Fue a dar al suelo y le
resultaba difícil levantarse, se agarró de la
manta que cubría la litera, pero tampoco con
eso pudo incorporarse.

El Barco Fantasma AR.indd 23 15/12/20 3:25 p. m.


24 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—¿Qué es esto? ¿Por qué se mueve todo? —.


No había nadie que respondiera, estaba
sola. Se sintió mareada, tanto que no pudo
controlar el reflujo. El vómito la atacó, pero
de su boca apenas salió agua, agua salada.
Como pudo se subió de nuevo a la litera y
se acostó mirando el techo. Tuvo que cerrar
los ojos para evitar más náuseas. Estaba su-
dando y temblaba por la maluquera y por el
miedo que le producía no saber dónde esta-
ba o recordar lo que había vivido.

—¡Mamá, mamá! —gritó implorando que la


mano cariñosa de su madre apareciera de
la nada para aliviar su pena. La puerta de
la habitación se abrió, Makeda sonrió cre-
Cuenco: Recipien-
te no muy grande 
yendo ingenuamente que su conjuro había
de barro u otra  dado resultado y que la señora Odalia había
materia, hondo y 
ancho, y sin borde  aparecido de repente. Pero no, no era su ma-
o labio. dre la que entraba, era un hombre bajito y
gordiflón que traía un cuenco en su mano.

—Buenas señorita, imagino que debe estar


mareada. Eso pasa cuando uno no ha mon-
tado en un navío y el mar se alebresta
como hoy. Le traigo una agüita dul-
ce para que se alivie. Tome,
tome que esto es muy bueno,
le calma lo que está sintiendo.

El Barco Fantasma AR.indd 24 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 25

Makeda recibió el cuenco con las manos


temblorosas y bebió. Esa agua dulce, la más
dulce y delicada que había probado nunca,
le devolvió el ánimo. Logró sentarse en la
cama frente a ese hombre que le sonreía.

—Me llamo Aurelius, mi capitán Máximus


me envió a cuidarla. No se preocupe que
todo va a salir bien. Usted está a salvo.

En ese momento las imágenes de su ahoga-


miento volvieron como olas a la mente de
Makeda. Suspiró y las lágrimas la invadie-
ron. Sintió todo el miedo que no había al-
canzado a sentir cuando se hundía en el
mar. Aurelius le acarició la cabeza y le dio a
beber otro poquito de agua dulce.

—Todo va a estar bien. ¿Cómo se llama?

—Makeda, me llamo Makeda. ¿Dónde estoy?

—En la cabina del capitán. Estamos en el


mar de donde el gran Máximus la sacó y la
trajo a su navío, el temido barco pirata, el Bergantín: Buque 
de dos palos y vela 
bergantín más rápido y poderoso de todos cuadrada o redonda.
los siete mares, el galeón Míkonos. Y yo soy
el cocinero. Conmigo nadie sufre de hambre,
porque lo mato —dijo esto y soltó una sonora
carcajada que le movió la barriga como un
terremoto. Después se excusó—. Perdón, per-

El Barco Fantasma AR.indd 25 15/12/20 3:25 p. m.


26 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Cuando el calor
dón, niña. Es que me gusta hacer bromas. El
de la tarde fue capitán me lo tiene prohibido. Él es un hom-
muy fuerte, se bre muy serio, por eso las hago cuando no
recostó en la está presente. ¿Qué tal si salimos a cubierta?
litera y se quedó El aire de la noche le va a hacer muy bien
dormida, soñó para terminar de aliviarse del mareo.
con sus amigas
Cuando se quiso parar, Makeda notó que
y su mamá. En
su pierna herida había sanado, no había ni
sus sueños les
señas de la caída en las rocas, tampoco le
explicaba sus
dolía. Se examinó incrédula y luego, miró
aventuras y les
interrogante al cocinero, que sonrió.
prometía que
encontraría —Eso no era nada, la curamos con unas
al Galeón algas marinas mientras dormía. ¡Vamos a
San José... cubierta!—. Y con un ligero empujoncito la
distrajo para que no hiciera más preguntas
incómodas.

Makeda conocía la terminología marina, es-


taba familiarizada con palabras como popa,
que corresponde a la parte de atrás de
los barcos; proa, esa punta que
rompe las olas; babor y estribor lo
que en tierra podría ser como izquierda
y derecha; y por supuesto, cubierta, la
superficie de los navíos, desde donde se
puede subir a los mástiles en los que cuelgan
las velas y los marineros suben a divisar el
horizonte.

El Barco Fantasma AR.indd 26 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 27

Se puso en pie con algo de inestabilidad, lo-


gró dar unos pocos pasos abriendo el com-
pás de sus piernas para no caerse. Aurelius
la tomó del brazo para ayudarla y la guio
por unas escaleritas estrechas hacia la cu-
bierta donde las estrellas empezaban a cu-
brir la noche.

De repente, a sus espaldas escuchó una voz


masculina que recitaba:

Que es mi barco mi tesoro


que es mi Dios la libertad
mi ley, la fuerza y el viento
mi única patria, la mar.

Era la misma poesía que Makeda había re-


citado en la playa, así que respondió el coro
con una estrofa que a ella le gustaba mucho:

Navega, velero mío


sin temor, que ni enemigo bravío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza
ni a sujetar tu valor.

Una carcajada alegre siguió a su canto. Es-


cuchó los pasos del capitán pirata que en un
instante estuvo frente a ella.

El Barco Fantasma AR.indd 27 15/12/20 3:25 p. m.


28 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Bienvenida al galeón Míkonos, señori-


ta Makeda—. Y el hombre hizo una venía
aparatosa, desprendiéndose de su sombrero
Galante: Atento,  para parecer galante.
cortés, obsequioso, 
en especial con las 
damas. —¿Cómo sabe mi nombre?

—Lo sé todo de usted… mi pobre niña asus-


tada. Recuerde, la salvé del mar cuando es-
cuché sus gritos.

—Sííí —dijo tímida Makeda—, pero ¿cómo


pudo… —. No terminó la frase porque le pa-
recía absurdo lo que iba a preguntar.

—¿Caminar sobre el agua? —completó el


capitán y soltó otra carcajada seguida por
Aurelius, que esta vez tuvo que sujetarse la
panza para que no se le moviera tanto. El
capitán lo miró con reproche —¡Silencio Au-
relius!, ¿cómo se atreve a reírse de esa ma-
nera tan descomedida?, va a asustar a nues-
tra invitada —después se dirigió a Makeda.
—Ya ha tenido muchas aventuras por hoy.
Ahora vuelva a dormir allí donde estaba,
en mi camarote; yo estaré aquí afuera
con las estrellas. Ya habrá tiempo
para contarle muchas cosas,
pero antes necesito que su
cuerpo aprenda a soportar el mo-
vimiento del mar.

El Barco Fantasma AR.indd 28 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 29

—Sí, señor —dijo Makeda y volteó su cabeza


hacia la puerta del camarote que le había
señalado el capitán como para asegurarse
de que seguía en su lugar —, pero y usted
cómo… —. Volvió a mirar al frente y ya no
había nadie ahí, ni siquiera Aurelius. El bar-
co navegaba mansamente con las velas aba-
jo en un suave vaivén que nada tenía que
ver con la furia de antes.

—¿Capitán? ¿Aurelius? ¿Dónde están? —.


Makeda recorrió la cubierta asustada. ¿Dón-
de estaba la playa? ¿Y sus compañeras? Al
verse sola las lágrimas la invadieron, pensó
en su mamá y en su papá, él sí que podría
ayudarla a entender este barco pirata. Se sin-
tió desprotegida cuando no encontró a nadie;
solo un pequeño cachorrito blanco dormita-
ba en un rincón de la proa. La niña se acercó
y, al verlo tiritando de frío, se olvidó de su
propia desgracia. Lo tomó en sus brazos y se
lo llevó con ella hacia el camarote que el ca-
pitán le había cedido para pasar la noche. Lo
acostó en la litera, el cachorrito abrió los ojos
y, agradecido, lambisqueó la mano de Make-
da, después se arrunchó en uno de los extre-
mos de la litera donde un cojín de colores ha-
cía las veces de almohada y retomó su sueño Sosegado: Quieto, 
pacífico naturalmen-
más tranquilo y sosegado, ahora que estaba te o por su genio.
protegido de las inclemencias de la noche.

El Barco Fantasma AR.indd 29 15/12/20 3:25 p. m.


30 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Uaaaah —bostezó la chica, se dejó caer


al lado del cachorrito y se quedó dormida.
Había sido un día largo. Ya tendría oportu-
nidad de averiguar más cosas sobre este ga-
león pirata a donde había ido a parar.

A la mañana siguiente, se levantó cuando


ya el sol estaba bien arriba. Era un día es-
plendoroso, el mar parecía un espejo, im-
pasible, reflejaba rayos dorados por todas
partes, tanto resplandor dolía en los ojos y
Makeda tuvo que entrecerrar los suyos para
acostumbrarse a la resolana. Caminó por el
Resolana: Donde se  barco que navegaba prácticamente sin ba-
toma el sol sin que 
moleste el viento.  lanceo, con las velas desplegadas pero escu-
rridas por la falta de viento. Curiosa por la
quietud que se sentía en cubierta se asomó
por la borda para llevarse una nueva sorpre-
sa, el barco flotaba unos centímetros encima
del agua, sin tocarla, flotaba como una lige-
ra burbuja que se deja mecer por el viento.

Makeda se volvió asustada, buscó a alguien


que le explicara lo que acababa de ver, pero
no había nadie por ahí. Así que se dirigió a
donde sabía que tendrían que estar los ca-
marotes de la tripulación. Al fin y al cabo,
era experta en navíos y en especial en barcos
piratas. Bajó por las escalerillas de madera
que conducían a la barriga del galeón. Al

El Barco Fantasma AR.indd 30 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 31

principio no pudo ver nada, era difícil acos-


tumbrar sus ojos a este ambiente viniendo
de la luminosidad de la cubierta. Los cerró y
volvió a abrirlos un par de veces hasta que
pudo distinguir las sombras de los camaro-
tes, estaban intactos como si nadie hubiera
dormido allí, varias literas en fila tendidas
con mantas rudimentarias de lana.
Conocí las islas
—¡Holaaaa! —llamó para alertar a cual- remotas del
quiera que estuviera por ahí, pero no hubo Caribe, sitios
respuesta. muy lejanos,
pero lograba
Nada… ni un susurro. Fue hasta el fondo, guiar ese navío
una puertica comunicaba a un espacio más para atravesar
amplio la cocina, con un mesón largo en el con seguridad
medio. Allí tampoco había nadie. el océano en la
misma ruta
—¿Aurelius? —dijo insegura mientras reco- de Colón.
rría el espacio—. ¿Dónde está la gente? —se
preguntó en voz baja, sin entender nada.

«Tal vez han desembarcado, debemos estar


cerca de una playa» pensó Makeda y corrió
de nuevo a cubierta para verificar su teoría,
pero no. Estaban en alta mar, el galeón se-
guía moviéndose con las velas extendidas,
pero el barco estaba solo y continuaba flo-
tando a pocos centímetros del agua.

El Barco Fantasma AR.indd 31 15/12/20 3:25 p. m.


32 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Entonces corrió al camarote del capitán don-


de había pasado la noche, tuvo miedo de no
encontrar ni siquiera al perrito. Respiró ali-
viada, allí estaba rascándose la oreja con su
patica trasera. Cuando la vio, batió la cola,
ladró feliz y se abalanzó en sus brazos.

—Que alivio, aquí estás. ¿Tienes idea a dón-


de se han ido todos?, el barco está solo y yo
no sé nada de navegación… —. El cachorrito
ladró de nuevo como si quisiera tranquili-
zarla y le lamió la cara. Ella entonces, lo dejó
en el piso y se sentó en la cama, abrumada,
a esperar que apareciera alguien. Pero ni un
ser humano asomó por allí. En un rincón
del camarote vio una pequeña mesa de ma-
dera donde habían extendido unos planos
de navegación y colocado encima un plato
con frutas y carne seca acompañado de una
nota escrita con pluma de tinta:

“Volveré en la noche, no se preocupe.


Le dejo alimentos y agua fresca.
Firmado, Máximus”.

El capitán había adivinado, tenía hambre y


sed. Se devoró la comida compartiendo tro-
citos de carne con el cachorrito, después le

El Barco Fantasma AR.indd 32 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 33

dio de beber agua en su propia mano, pues


no encontró nada más. Y se pasó el resto de
la tarde intentando interpretar los planos
donde aparecían nombres de islas y lugares
fantásticos que ella imaginaba habían sido
visitados por estos piratas.

Cuando el calor de la tarde fue muy fuerte,


se recostó en la litera y se quedó dormida,
soñó con sus amigas y su mamá. En sus sue-
ños les explicaba sus aventuras y les prome-
tía que encontraría al Galeón San José con
todos sus tesoros.

—Con los doblones de oro que saque del fon-


do del mar, el próximo viaje va a ser al Cari-
be —ese mar dónde precisamente había sido
hundido el galeón por piratas ingleses.

El sueño se interrumpió porque una tormen-


ta sacudió al barco. Otra vez sintió las arca-
das del mareo y tuvo que correr a cubierta Arcada: Movimien-
a botar por la borda lo que había comido. to violento del estó-
mago, anterior o si-
Su cabeza daba vueltas, estaba pálida, su- multáneo al vómito.
daba. Casi era de noche y llovía con furia.
Entonces, se percató de que había luces en el
piso de abajo, en la zona de las literas, como
pudo se acercó a la portezuela y oyó voces
que cantaban:

“Soy pirata y navego en los mares…”

El Barco Fantasma AR.indd 33 15/12/20 3:25 p. m.


34 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Sonrió feliz, ya no estaba sola. La tripula-


ción debió haber regresado mientras dor-
mía. En ese instante sintió una presencia a
sus espaldas y, cuando se volteó, se encontró
con Máximus.

—Señorita, no debería estar en cubierta con


esta tempestad —dijo el capitán y se despojó
de su sombrero para saludarla.

—Capitán, pensé que todos se habían caído


por la borda, ¡uff!, que susto. ¿Por qué me
dejaron sola? ¿Cuándo me va a devolver a la
playa con mis amigas?

—Muchas preguntas, niña. Tranquila, ya va


a entender todo. No se preocupe que aquí no
le va a pasar nada ¿Está lista para escuchar
mi historia? —preguntó y chasqueó los de-
dos. De inmediato la tormenta desapareció
y el mar volvió a calmarse.

El Barco Fantasma AR.indd 34 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 35

Capítulo III

no a uno subieron a cubierta los hom-


bres de la tripulación. Eran apenas
diez, incluido el cocinero Aurelius. El
capitán los iba presentando mientras se sen-
taban en círculo, alrededor de una lámpara
de aceite protegida del viento por una campa-
na de vidrio.

—Antigus, se llama el más viejo; Robledo,


un caballero español que cayó preso y de-
cidió unirse a la causa pirata; el Bizco; real-
mente le falta un ojo, sin embargo, para no
recordarle su tragedia decidimos llamarlo
así; ya conoces a Aurelius, nuestro cocinero.
El único que come su cocinado es él, los de-
más preferimos aguantar hambre —. Cuan-
do dijo esto, todos soltaron una estruendo-
sa carcajada menos el cocinero que miró al
suelo avergonzado —Camafeo, le decimos a
este caricortado, porque realmente es muy
feo —y otra carcajada, pero esta vez Cama-
feo se enfureció y le dio un puñetazo al que
estaba a su lado.

El Barco Fantasma AR.indd 35 15/12/20 3:25 p. m.


36 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Tranquilos, tranquilos —. El capitán y el


Bizco los separaron y los obligaron a sentar-
se—. Faltan estos tres: Petrus, Vivicus y Pes-
cador que se unieron a nosotros hace poco.
Ah y yo, ya sabe, soy Máximus, el capitán,
el más temido en los siete mares, rey de la
guerra y amo de las islas remotas.

—Falta un tripulante —respondió Makeda


Aprendí en mis que ante cada nueva presentación hacía
viajes como esclavo, una venia y le sonreía al correspondiente
que nunca había personaje.
que azotar a
—¿Síí?, ¿cuál? —. Se miraron incrédulos to-
nadie, ni castigar
dos, buscando a ver si se había colado al-
a un insurrecto
guien durante el día.
antes de levar
anclas porque eso La niña hizo un sonido con la boca para lla-
no es del agrado mar al cachorrito que estaba en el camarote.
de Neptuno. Todos estaban atentos a ver quién salía de
allí, cuando de brinco en brinco el perrito su-
bió a cubierta y se abalanzó sobre Makeda.
Otra risotada alivió la tensión que se había
generado con la espera de que apareciera un
desconocido.

El capitán tomó al cachorrito por el cuello,


lo suspendió en el aire y le dio un saludo
cariñoso restregándolo contra su barba ne-
gra y tupida. —Este es Mínimus, te lo pre-
sento, mascota de la tripulación. Ahora será

El Barco Fantasma AR.indd 36 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 37

El Barco Fantasma AR.indd 37 15/12/20 3:25 p. m.


38 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

tu mejor compañía, pues él no desaparece


nunca —. Al decir esto, recorrió a cada uno
de sus hombres con una mirada extraña.

—Bueno, traigan comida y bebida para em-


pezar la fiesta en honor de la señorita Make-
da—. Aurelius y Camafeo se fueron a la co-
cina y regresaron con una bandeja donde
había un gigantesco pescado adornado con
frutas y algas. Camafeo volvió a bajar y su-
bió con una jarra de arcilla y varios cuencos
de madera que repartió para llenarlos con
una cerveza espumosa que se regaba de tan-
to calor cuando la servían.

—Yo de eso no tomo —dijo la niña mientras


rechazaba uno de los cuencos de cerveza —.
Además ya comí lo que me dejaron de al-
muerzo. Prefiero sentarme a escuchar lo que
tiene que contarme, capitán.

Debió esperar a que los hombres comieran


con avidez y remojaran sus gargantas, des-
pués empezaron a cantar hasta que, por fin,
Avidez: Ansia, co- uno a uno, se fueron quedando dormidos,
dicia.
todos menos Aurelius y el capitán que mira-
ba complacido a su tripulación.

—¡Bueno! Estoy esperando su historia —le


recordó la niña a Máximus.

El Barco Fantasma AR.indd 38 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 39

—¡Ah, cierto, cierto!—. El capitán sacó del


bolsillo una enorme pipa, la llenó de taba-
co, se acercó a la lámpara para encenderla,
dio un par de chupetazos seguidos de una
extensa exhalación del humo que formaba
círculos al salir de su boca y luego se sentó
al lado de Makeda en un balde de madera.

—¿Por dónde empezamos, Aurelius? —pre-


guntó. Al oír mencionar a
Neptuno, el perrito
—Por lo más divertido, capitán, por sus gri-
levantó las orejas,
tos pidiendo auxilio.
dio un gritico y
Eso no le pareció divertido al capitán, lo saltó de los brazos
miró con reproche y de un empujón lo hizo de Makeda para
caer por el hueco que daba a los camarotes. asomarse por la
—Vete al fondo del mar, allí aprenderás a borda a mirar
respetar a tu capitán. el mar y ladrar
como llamando
—¿Usted también pidió ayuda? —dijo incré-
a alguien.
dula Makeda.

—Ejem, sí —dijo en tono bajo Máximus y


un ataque de tos puso fin a esa confesión
vergonzosa. Parecía haberse tragado todo el
humo de su pipa, se puso rojo y hasta brota-
ron un par lágrimas de tanto toser. Cuando
logró recuperarse, aclaró su garganta, bebió
un trago largo de cerveza mientras Makeda
lo miraba impaciente, pero en respetuoso

El Barco Fantasma AR.indd 39 15/12/20 3:25 p. m.


40 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

silencio. Intentar adivinar su edad era difí-


cil, tenía el rostro tostado por el sol, barba
espesa y cabello negro que brotaba rebelde
debajo del sombrero. Era alto, flaco, de ma-
nos largas. Ah y cuando se reía un diente de
oro brillaba en su encía.

—Vengo del Mediterráneo, soy tan antiguo


como las viejas ciudades del Peloponeso. De
ahí mi nombre, Máximus, derivado del Latín.
Empecé a navegar como esclavo en un barco
de combate que había tomado el puerto de
Cefalú en la isla Sicilia, al sur de Italia. Yo
era muy joven, quizás tenía su edad, pero era
fuerte y aprendí muy pronto a usar la espada
con destreza y a navegar sin temor en me-
dio de las peores tormentas. Llegué a conocer
el mar como la palma de mi mano, así que
cuando el capitán de ese navío se dio cuenta
de mis habilidades me hizo trepar al mástil
más alto para otear el horizonte, desde ese si-
Otear: Registrar tio llamado carajo, y orientar la navegación.
desde un lugar 
alto lo que está 
abajo.
—¿Carajo? Esa es una palabra fea —dijo
avergonzada Makeda.

—Pues claro que es fea, en especial cuan-


do un capitán da la orden a alguien que se
vaya al “carajo” —respondió Máximus mo-
lesto porque no le gustaba ser interrumpido

El Barco Fantasma AR.indd 40 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 41

y siguió después de tomar una nueva boca-


nada de su pipa. —Conocí las islas remotas
del Caribe, sitios muy lejanos, pero lograba
guiar ese navío para atravesar con seguri-
dad el océano en la misma ruta de Colón.
Claro, llegamos varios años después, cuan-
do ya reinaba en estas tierras la corona es-
pañola. Un día se produjo un motín contra
el capitán porque una parte de la tripulación
estaba hastiada de sus maltratos. Yo quedé Hastío: disgusto 
en medio de los que lo defendían y los que lo (II fastidio).

atacaban.

—Imagino que lo defendió, ¿verdad?

—Nooo, cómo iba a defender a quien que me


tenía de esclavo, ese que por las noches me
ponía cadenas y de día me dejaba arriba en
el carajo del mástil principal sin darme ni
un bocado, ni un sorbo de agua. Ese capitán
era malvado, me utilizaba.

—Y, ¿entonces, qué hizo usted? —preguntó


Makeda.

—Pues lo que tenía que hacer, unirme al


motín y como era muy fuerte logré derrotar
yo mismo al capitán. Eso me valió la acla-
mación de los hombres que se habían su-
blevado. Quedé al mando de la nave y me
convertí en el capitán Máximus, terror de los

El Barco Fantasma AR.indd 41 15/12/20 3:25 p. m.


42 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

siete mares y amo de las remotas islas a don-


de llegamos a establecernos y crear nuestro
centro de operaciones. Desde ese día azota-
mos todos los barcos mercantes que pudimos
para arrebatarles sus mercancías. Llegamos
a tener el mayor botín de todo el Caribe. Lo
tengo escondido al interior de una gruta que
Gruta: Caverna na-
tural o artificial.
cuando sube el mar queda sepultada. Nadie
se atreve a entrar sin mi autorización, de lo
contrario lo hago entrar de nuevo y quedar-
se allí hasta que suba la marea. En esa gruta
hay muchas calaveras, las de aquellos estú-
pidos que se atrevieron a desafiarme. Ellas
son las guardianas de mi tesoro —. Al decir
esto soltó una carcajada que hizo erizar de
miedo a Makeda y brillar el diente de oro a
la luz de la lámpara.—Mi fama de pirata se
regó como el polvo del desierto y llegó muy
lejos. Así que cuando atracaba en un puerto
sus gentes preferían traerme ofrendas antes
que combatir conmigo. La prosperidad fue
grande, mi tripulación pudo gastar su parte
del botín en fiestas en cada puerto, muchos
compraron islas para llevar a vivir a sus fa-
milias y yo… yo no tenía, ni tengo ninguna
familia, solo quería reinar por encima de
todo y de todos. Ni al propio Neptuno le te-
nía miedo.

—¿Quién es Neptuno?

El Barco Fantasma AR.indd 42 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 43

—¿Cómo? ¿No sabe quién es Neptuno? Niña


tonta, Neptuno es el rey del mar y de todas
las aguas. A él le obedecen los pulpos, las
ballenas, los tiburones, los grandes mons-
truos que habitan las profundidades a lo lar-
go y ancho de los siete mares. Cuando Nep-
tuno alza su tridente el agua se enfurece, se
levantan olas enormes capaces de derribar
hasta los castillos más sólidos en las costas.
Si Neptuno quiere, hunde cualquier barco,
no importa que tan buen navegante sea su
capitán.

—Y entonces, ¿por qué usted no le temía a


ese rey?

—Porque yo soy respetuoso con el mar, cuan-


do veo en el horizonte nubes de tormenta le
hago una ofrenda a Neptuno y guardo en
una cala mi bergantín hasta que la furia de Cala: Lugar distante 
de la costa, propio 
Neptuno se aplaca. Bueno, eso era antes… para pescar con 
Ahora ya no es necesario —aseguró Máxi- anzuelo.

mus con aire misterioso.

—Ah, bueno, entonces, no tenemos peli-


gro de ahogarnos. Eso está bien —comentó
Makeda aliviada.

—No tan rápido. Algo grave pasó… —.


Máximus tomó una nueva bocanada de ta-
baco y miró hacia el oscuro mar de media

El Barco Fantasma AR.indd 43 15/12/20 3:25 p. m.


44 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

noche un buen rato, mientras Makeda espe-


raba impaciente a que continuara su relato
y explicara lo que acababa de decir.

—Un día en que me disponía a zarpar del


puerto de Ceuta, en el estrecho que separa
el Mediterráneo del océano Atlántico, se me
Zarpar: Salir del lu- arrimó un viejecito débil y mal vestido. Traía
gar en que estaban 
fondeados o atra-
consigo un perrito indefenso, tan flaco como
cados. él. Intentaron subir al barco, pero mis guar-
dias lo impidieron y los llevaron frente a mí.

—¿Qué querían?

—Viajar con nosotros. Les dije que era im-


posible, pues íbamos en pos de un gran
botín, el del galeón San José. Mis espías se
habían enterado de que ese barco zarparía
desde Cartagena en el verano para llegar a
España antes del invierno. Si zarpábamos
a tiempo podríamos atacarlo antes de que
cruzara por las islas remotas, esas donde te-
níamos nuestra guarida. Por supuesto todo
esto no se lo conté al viejo, solo le dije que no
podía viajar con cargas pesadas como ellos
—. Aquí se detuvo el relato para dar rienda
suelta a las risas del capitán y Aurelius que
había regresado sin que lo notaran. Resul-
taba cómico pensar que esos dos personajes
fueran “pesados”. El perrito Mínimus, que

El Barco Fantasma AR.indd 44 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 45

dormitaba sobre las piernas de Makeda, le-


vantó la cabeza y pareció unirse a las risas
con alegres ladridos que hicieron todavía
más felices a los dos piratas.

—Cuando nos disponíamos a levar anclas,


el perrito Mínimus saltó a bordo con una
fuerza que nunca hubiera esperado de ese
animal flacuchento y pulgoso. Entonces de-
tuve mi barco, hice subir al viejecito y nos
fuimos rumbo al Caribe.

—Pero ¿por qué aceptó llevarlos si eran una


carga tan pesada?

Máximus le dio un ligero golpe en la cabeza


a Makeda. —¡Ah, pequeña, tan perspicaz!
Eso me gusta —y se dirigió a Aurelius —Ve
Perspicaz: Dicho 
abajo y trae más cerveza que este relato me del ingenio: Agudo 
tiene seco el gaznate —. Tan pronto Aurelius y penetrativo.

bajó, el capitán retomó su historia.

—Es que soy supersticioso y no es bueno ha-


cerle mal a un débil antes de zarpar. Aprendí
en mis viajes como esclavo, que nunca ha-
bía que azotar a nadie, ni castigar a un in-
surrecto antes de levar anclas porque eso no
es del agrado de Neptuno. Por el contrario,
hay que hacer algún gesto de buena volun-
tad como darle de comer al hambriento o re-
galarle unas monedas a una madre solitaria.

El Barco Fantasma AR.indd 45 15/12/20 3:25 p. m.


46 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Las buenas acciones son ofrendas para el rey


del Mar. Así que decidí llevarme a ese par
de desnutridos y dejarlos viajar con nosotros.
Una mascota a bordo no molesta a nadie y el
viejito podría ayudar a limpiar la cubierta.

En ese momento, Makeda pensó que una


buena obra era lo que había hecho con ella
al salvarla de ahogarse y sonrió agradecida.
Aurelius regresó con un jarro de cerveza y
unas frutas para Makeda.

—Recuerde, capitán que el viejecito resultó


un buen conocedor del mar. Ah y el perri-
to durmió en su camarote desde ese día. No
permitía que nadie entrara sin avisarle. Se
convirtió en un buen guardián —señaló el
cocinero.

—Así fue —dijo satisfecho el capitán y tomó


un buen trago de cerveza. Ya la luna había
aparecido grandiosa en el horizonte y la no-
che estaba clara, lo que permitía divisar las
olas serenas por las que navegaban.

—Cuando tomamos rumbo al caribe, des-


pués de varias semanas, la comida empezó
a escasear. Entonces me di cuenta que ese
par se habían convertido ahora sí en una
Sigilo: Silencio cau-
teloso. carga para nosotros. Hablé en sigilo con la
tripulación y decidimos echarlos al mar a la

El Barco Fantasma AR.indd 46 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 47

mañana siguiente. No podíamos compartir


más agua y comida o no llegaríamos vivos
a las islas remotas.

—Nooo, cómo podía hacer eso —protestó


Makeda aterrada. El pequeño Mínimus tam-
bién pareció asustarse; un gemido temero-
so salió de su boquita y se escondió tras la
niña.

—Y, ¿por qué no? Era la vida de ellos o la


nuestra. Eso se llama sobrevivir —dijo el ca-
pitán sin consideración a los miedos que ha-
bía despertado su relato.

—No quiero oír más, usted es un malvado


—. Makeda se levantó furiosa, tomó a Míni-
mus en sus brazos y se dispuso a marcharse
hacía el camarote. Pero entonces, escuchó la
voz de Aurelius que le reclamaba al capitán.

—Señor, no es bueno que vuelva hacer eno-


jar a Neptuno, recuerde lo que
nos pasó.

Al oír mencionar a Neptu-


no, el perrito levantó las ore-
jas, dio un gritico y saltó de los
brazos de Makeda para asomarse por
la borda a mirar el mar y ladrar
como llamando a alguien.

El Barco Fantasma AR.indd 47 15/12/20 3:25 p. m.


48 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Bueno, bueno. ¡Basta ya Mínimus! Es solo


una vieja historia, no hace falta alborotar al
mar —dijo preocupado el capitán, mientras
se levantaba y cogía otra vez por el cuello al
perrito para traerlo de vuelta a donde esta-
ban sentados.

La niña se detuvo a la expectativa de lo


qué le pasaría al perrito. Tuvo miedo
de que lo arrojaran al mar. En cam-
bio, Máximus se sentó con él
en sus piernas y lo acarició
para calmarlo. Entonces, ella
también regresó para terminar de
escuchar el relato.

El Barco Fantasma AR.indd 48 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 49

Capítulo IV

ientras esto pasaba en el barco


pirata, en la orilla donde esta-
ban las compañeras de Makeda
cundía el pánico. Había oscurecido y Make-
da se había ido a limpiar el mar sin compa-
ñía. La llamaron por toda la playa, trajeron
antorchas y linternas, se repartieron en dos
grupos, uno tomó rumbo norte y otro hacia
el sur. A nadie se le ocurrió ingresar en la
tupida selva que llegaba casi hasta las caba-
ñas. No creían que Makeda se hubiera meti-
do hacia allá, pues era una de las primeras
recomendaciones que les habían dado antes
de iniciar la excursión.

Los gritos de búsqueda se quedaron sin res-


puesta, solo el mar traía una especie de eco
sutil que parecía repetir el nombre de la chi-
ca. Los ánimos fueron decayendo y, cuando
el cansancio les pudo, regresaron cabizbajos
al campamento para dar las malas noticias.

—¿Nada? —preguntó con un hilo de voz la


profe Adela que había guardado esperanzas
todo el tiempo.

El Barco Fantasma AR.indd 49 15/12/20 3:25 p. m.


50 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Nada —repitieron las voces tristes de los


compañeros—. Ni siquiera pisadas porque el
mar subió y seguramente las borró.

—Y no podemos salir a buscar en el mar has-


ta que amanezca, de noche sería muy arries-
gado con marea alta —dijo un pescador que
había colaborado en la búsqueda.

—Pero si ustedes salen a pescar de noche,


¿por qué no puede hacerlo ahora?

El Barco Fantasma AR.indd 50 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 51

—Porque tendríamos que navegar cerca a


la playa y con estas olas no aguantaríamos
ni un minuto. Además, habría que ir hasta
los acantilados y es un sitio muy peligroso
de noche, podemos golpear alguna roca y
hasta allí llegaría la búsqueda. Pero apenas
salga el sol me voy señorita Adela, tranquila.

Cómo iba a estar tranquila la profesora Adela


que se había hecho cargo de esos treinta mu-
chachos, su responsabilidad era devolverlos
sanos y salvos a sus madres. Desconsolada, se

El Barco Fantasma AR.indd 51 15/12/20 3:25 p. m.


52 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

puso a llorar en la playa. Algunas niñas, las


mejores amigas de Makeda, la acompañaron
hasta que una lluvia pertinaz las hizo entrar
Pertinaz: Muy dura-
dero o persistente. a las cabañas y esperar a que amaneciera.

Nunca unas horas nocturnas habían sido


tan largas. En la mente de Adela, los segun-
dos y minutos repicaban como un golpe de
tambor que no la dejaba dormir. Sin poder
evitarlo se encontró pensando, cuánto podía
demorar una persona en el agua sin ahogar-
se. «Pues si sabe nadar… de pronto resiste
una o dos horas. ¿Pero si no sabe?». Cuando
esta idea horrible la dominó se estremeció de
miedo y no pudo contener los sollozos.

—¿Makeda sabe nadar? —sacudió a Janny,


la mejor amiga de la niña que dormitaba
a su lado. Janny no respondió de inmedia-
to porque todavía no salía del sueño, pero
cuando la volvió a sacudir ya no pudo igno-
rar la pregunta.

—No, profe, Makeda no sabe nadar.

Se abrazaron con fuerza como si de esta ma-


nera pudieran remediar el problema, pero
las palabras de Janny eran como una conde-
na para su amiga: Makeda no sabe nadar.

El Barco Fantasma AR.indd 52 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 53

Con el primer hilo de luz salieron todos a la


playa encabezados por el pescador que tenía
un raro nombre Míster Brigman. —Así me
puso mi madre porque dizque soy hijo de
un tipo que vino de lejos y hablaba en otro
idioma —. Les había contado esa tarde a un
grupo de la excursión que había planeado
salir de pesca con él al día siguiente. Claro,
ya nadie lo haría porque había que buscar a
Makeda con todas las lanchas que hubiera en Cuando escuchó
la playa. Solo encontraron dos lanchas largas cerrar la puerta,
que estuvieran en buenas condiciones para Makeda se dio
adentrarse en el mar. La tercera, con motor cuenta de que la
fuera de borda la destinaron a otro oficio, de- cubría la pesada

bería marchar al poblado más cercano a bus- chaqueta del


car ayuda y llevar a una de las niñas para capitán, se acomodó

que se comunicara con la mamá de Makeda. en la litera, metió


a Mínimus a su
En cada lancha, acompañados de Míster Brig- lado y volvió a
man y de otro pescador, se montaron dos quedarse dormida.
mu­­­chachos para otear sobre las olas y gritar
en búsqueda de la chica. Se fueron muy tem-
prano, apenas con una botella de agua cada
lancha, con la idea de no regresar hasta tener
alguna noticia.

Los celulares no servían en esa playa solita-


ria que habían escogido para el paseo y, de
todas maneras, no había luz eléctrica y se
habían descargado; así que enviaron a Jan-

El Barco Fantasma AR.indd 53 15/12/20 3:25 p. m.


54 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

ny con un navegante avezado que puso el


motor a toda marcha hacia el pueblo más
cercano. Llegaron pronto a buscar un lu-
Avezado: Ducho, 
experimentado en 
gar donde pudieran llamar a doña Odalia.
algo. La niña corrió al lugar donde prestaban el
servicio de celulares y le marcó a su mamá,
pues no se sabía el número de la mamá de
Makeda. Como eran vecinas no sería difícil
que localizaran a doña Odalia. Mucho más
difícil sería contarle lo que estaba pasando.

Así fue. La mamá de Janny salió corriendo


a buscar a su vecina y en pocos minutos la
tenía en el celular, pero la niña se demoró
en hablar. Las palabras simplemente no le
salían de la boca.

—Señora Odalia…

—Sí, sí Janny, ¿qué pasa?—. Y ante el silencio


de Janny la mamá de Makeda se desesperó
y le gritó:

—Janny, hable, diga pues, ¿le pasó algo a


Makeda? ¡Diiiga!

—Sí, señora Odalia, se perdió.

—¿Cómo que se perdió?, ¿cómo puede per-


derse en una playa?

El Barco Fantasma AR.indd 54 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 55

—¡Ay, señora! —Janny no pudo más y se


puso a llorar sin responder. El navegante
tomó el celular y terminó de contar lo que
sabía. Que una de las niñas se había alejado
de las cabañas y no había regresado, que la
habían buscado toda la noche y en la ma-
ñana salieron dos lanchas a recorrer el mar.
Doña Odalia no podía creer lo que estaba
oyendo, sus mejillas se llenaron de lágrimas
y cayó de rodillas implorando a Dios que
ayudara a su niña.

Ese mismo día entre todos los vecinos la ayu-


daron a tomar el avión rumbo a la playa y
llegó casi al anochecer a las cabañas donde
la esperaba abatida la profe Adela, que no
había descansado un minuto acompañando
la búsqueda desde la playa.

En la tarde había llegado una patrulla de la


Armada Nacional que se puso a disposición
para buscar el cuerpo de la niña.

—¿El cuerpo? —preguntó alarmada la pro-


fesora—. Pero ¿cómo saben que está muer-
ta?, Makeda no está muerta. Ella debe estar
perdida o escondida para jugarnos una bro-
ma. Búsquenla, pero viva—. Y se alejó de la
patrulla repitiendo que la niña no estaba
muerta.

El Barco Fantasma AR.indd 55 15/12/20 3:25 p. m.


56 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Capítulo V

ientras tanto, a bordo del navío


pirata, el capitán Máximus se
disponía a continuar su relato,
cuando Makeda le arrebató a Mínimus pre-
ocupada de que, en un arranque de rabia, lo
lanzara al mar.

—Entonces, señor pirata, ¿usted solo tiró al


mar al viejito? Porque Mínimus está vivito y
coleando.

El Barco Fantasma AR.indd 56 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 57

El pirata que estaba de buen humor por la


cerveza lanzó una carcajada.

—No lo tiré, ni al viejo ese, ni al pulgo-


so este. Lo que sucedió fue que el
mar, de repente, cambió de
ánimo, se encresparon las
olas como tentáculos de
calamar gigante.

El Barco Fantasma AR.indd 57 15/12/20 3:25 p. m.


58 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Nunca había visto un mar tan bravo como


el de esa noche. Como había luna llena, las
olas se veían brillar y desaparecer con un
estruendo que asustaba hasta el más fiero
de mis hombres. El galeón crujía a punto de
Mástil: Palo de una  partirse, el mástil se balanceaba y las velas,
embarcación. a pesar de estar amarradas, salieron a flotar
en el vendaval con una fuerza que las desga-
rró como si fueran de papel.

Mínimus interrumpió con sus ladridos al


capitán que, en lugar de regañarlo, lo puso
frente a sus ojos para cerciorarse de que el
perrito estaba tranquilo. Era un ladrido de
felicidad, entonces, se lo devolvió a Makeda
y siguió hablando.

—Cuando hay una tempestad tan grande


siempre doy la orden de que la tripulación se
amarre para que una ola no los vaya a ba-
rrer de cubierta y no los podamos salvar. Así
que di esa orden y todos empezaron a ama-
rrarse de distintos lugares, pero ni Mínimus
ni el viejito lo hicieron a tiempo, cuando
una enorme ola se levantó frente al
navío, nos elevó para luego hundir-
nos casi hasta hacernos naufragar
y, en ese momento, ambos, perro y
viejo, cayeron al agua. Yo los vi, pero
no pude hacer nada para evitarlo.

El Barco Fantasma AR.indd 58 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 59

—Claro que usted sí hizo, capitán. Fue a ba-


bor y empezó a llamarlos para intentar loca-
lizarlos en el agua —dijo Aurelius orgulloso
de la hazaña de su capitán.

—Sí, es verdad, los llamé con fuerza hasta


que vi la mano del viejito que sostenía fuera
del agua a Mínimus y entonces me lancé a
rescatarlos.

—Usted, ¿se lanzó al agua? —preguntó in-


crédula Makeda.

—Sí, como todo un valiente. Mi capitán se


lanzó amarrado por la cintura para poder
volver a cubierta. Pero en ese momento el
barco crujió como si se estuviera desgajando Desgajar: Despeda-
y se ladeó dejando entrar montones de agua. zar, romper, desha-
cer algo unido y tra-
Ya no había salvación, todos nos hundíamos bado.
tragados por la furia del océano.

—Alcancé al viejito y tomé a Mínimus de sus


manos. Entonces, el agua lo alejó y no pude
hacer nada por salvarlo, me quedé con el pe-
rrito que temblaba de miedo y vi cómo se
hundían mi galeón y mis hombres.

Makeda tenía los ojos brotados de espanto,


no había escuchado relatar un naufragio en
su vida, pero se imaginaba ese mar inmenso
devorándolos, llevándolos hacia lo oscuro de
las profundidades.

El Barco Fantasma AR.indd 59 15/12/20 3:25 p. m.


60 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Como no había nada qué hacer, me di por


perdido. En ese instante se me vino a la cabe-
za invocar a Neptuno, el rey del mar, implo-
rarle que tuviera compasión con mis hombres.
Neptuno, sálvalos y salva este animalito, su-
pliqué. Neptuno, ten clemencia de mi tripula-
ción y de ese viejo que no puede nadar.

—Y, ¿usted? ¿No pidió por usted?

—Nooo, él solo pidió por los otros, porque,


Mínimus, que no
aunque le gusta parecer fiero, el capitán
había descansado
Máximus es bueno, tiene el corazón más
un minuto desde que
tierno que una esponja de mar —se atrevió
vio caer a Makeda
a decir Aurelius.
y había ladrado
con desesperación en Al escuchar esto el capitán le dio tremenda
la cubierta, ahora patada y lo mandó callar, pero el cocinero
no se apartaba no le hizo caso, se apartó para que no pu-
de su lado. diera alcanzarlo de nuevo y siguió contando.

—Ante los ruegos del capitán, Neptuno man-


dó una ola gigante, enderezó al barco y ense-
guida otra y otra. Con la fuerza del agua fui-
mos colocados todos de regreso en cubierta.
Quedamos allí emparamados, temblando de
miedo, pero vivos. El capitán se levantó a ver
quiénes habíamos sobrevivido y rápidamen-
te se dio cuenta de que solo faltaba el viejito,
el pobre hombre no logró volver a cubierta.

El Barco Fantasma AR.indd 60 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 61

—Tuvimos mucho trabajo reparando el navío


—. Volvió a tomar la palabra Máximus —Tu-
vimos que coser las velas y martillar muchas
maderas que se desprendieron. Casi nos ha-
bíamos quedado sin comida y el agua dulce
había caído al mar. Así que la semana si-
guiente fue muy dura. Estábamos exhaustos,
cuando logramos divisar una pequeña isla y
allí, atracamos para descansar y buscar pro-
visiones.

En este punto del relato, Makeda dio un


bostezo y se acurrucó abrazada a Mínimus.
No podía más, el sueño la venció y quedó
dormida en la cubierta. El capitán se quitó
su chaqueta, la cubrió para protegerla del
frío y la cargó hasta el camarote. La dejó en
compañía del perrito y se marchó.

Cuando escuchó cerrar la puerta, Make-


da se dio cuenta de que la cubría la pe-
sada chaqueta del capitán, se aco-
modó en la litera, metió a
Mínimus a su lado y volvió
a quedarse dormida.

El Barco Fantasma AR.indd 61 15/12/20 3:25 p. m.


62 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Capítulo VI

tro día más tuvo que pasar Make-


da sola en el barco pirata. Al des-
pertar, ya ni siquiera se extrañó de
no encontrar a nadie de la tripulación, tam-
poco estaba la chaqueta del capitán, le pa-
reció extraño, pero pensó que Máximus ha-
bía entrado en la mañana a ponérsela. Fue
a la cocina y allí encontró suficiente comida
y agua fresca, todo encima del gran mesón
del centro, con una nota, esta vez escrita con
letras grandes como de alguien que apenas
supiera escribir:

“Le queda comida y unas frutas


deliciosas para que pase el día.
Mucho cuidado con caerse del
barco, es mejor que no se vaya “al
carajo”.
Aurelius”

El Barco Fantasma AR.indd 62 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 63

Makeda leyó una y otra vez la nota y cada


vez se rio de buena gana. —Ese Aurelius, es
muy simpático. Que no me vaya al carajo,¡-
ja,ja,ja! Si no me hubieran explicado que es
el sitio para vigilar me habría dado rabia.

La nota la puso de muy buen humor, tanto


que hizo exactamente lo que le recomenda-
ba Aurelius que no hiciera. Se quitó los za-
patos, se agarró bien de la malla hecha de
gruesas cuerdas que subía por el mástil y fue
trepando hasta que llegó precisamente al
mirador.

—Aquí estoy, en el carajo —gritó Makeda y


empezó a examinar el horizonte buscando
la playa donde estaban sus compañeros y la
profe. Intentó llamarlas, pero ni siquiera ha-
bía eco que le respondiera. En cambio, em-
pezó a descubrir algunas cosas preocupantes
en el mar. Una mancha oscura y oleosa eso Oleosa: adj. acei-
toso.
es… —reflexionó Makeda—. Eso es… ¡Petró-
leo!, este mar tiene una mancha de petróleo.
¡Guácala! Pensé que la basura solo estaba en
la playa, pero, por lo visto, la contaminación
viene mar adentro.

Un largo rato después divisó un islote de va-


rios colores y cuando el viento llevó al galeón
más cerca pudo constatar que era formado

El Barco Fantasma AR.indd 63 15/12/20 3:25 p. m.


64 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

de plásticos. Montones de vasijas plásticas se


agrupaban y navegaban sin rumbo en me-
dio de esas aguas trasparentes.

«No es posible, ¿cómo podemos mandar


tanta basura a este pobre océano? Vamos a
tener que hacer algo» pensaba preocupada
Makeda, mientras avanzaba el día y los ra-
yos del sol caían perpendiculares. No pudo
soportar más tiempo, arriba, en el mirador,
así que emprendió el descenso, pero el sol
había hecho su trabajo, se sintió mareada y
se desgonzó de las cuerdas, en un momento
en que el barco se ladeó por la fuerza de las
olas. Fue a dar al mar y, como ya sabemos,
Makeda no sabía nadar.

Afortunadamente, pasaba por allí un gru-


po de delfines que vieron cuando la niña se
desprendió de la malla y nadaron a rodearla
Nasa: Cesta de boca  y protegerla. Uno de los delfines llevaba su
estrecha que llevan trompa enredada en una nasa de pesque-
los pescadores para 
echar la pesca. ría. El golpe y el agua revivieron a Makeda,
que tan pronto pudo, se aferró a la aleta del
delfín y notó que esta red le estorbaba para
nadar. De inmediato, buscó la manera de
quitársela, solo que estaba hecha de cuerdas
muy fuertes. Tendría que subir de nuevo al
galeón, cosa que no resultaría fácil, por lo
alto que quedaba la borda del nivel del agua.

El Barco Fantasma AR.indd 64 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 65

Entonces, uno de los delfines, que parecía


liderar el grupo, se sumergió. Los demás se
quedaron con Makeda que estaba tranquila
aferrada a la aleta de su salvador. Ella sabía
que los delfines son mamíferos marinos muy
inteligentes y amigables, así que no temió
nada en su compañía.

Después de un rato, emergió el delfín líder


acompañado de un hombre muy viejo de
barba larga, que tenía la mitad inferior de
su cuerpo en forma de pez. El hombre traía
en su mano una lanza de tres puntas, lla-
mada tridente, y una corona dorada adorna-
ba su cabeza, blanca como la nieve.

—A ver, a ver, señor delfín, ¿para qué me


hizo subir a la superficie? No tengo paciencia
con los humanos que están acabando con mi
reino marino. Ahora mismo, me ocupaba en
reparar unos campos de corales que están
muriendo por la contaminación del agua —.
El viejo hablaba en una lengua entre español
antiguo y Latín, sin embargo, Makeda podía
entender, así como, sin explicárselo, entendía
lo que hablaban entre sí los delfines.

—Se trata de salvar a esta niña, gran Nep-


tuno, me consta que ella quiso hace poco
limpiar las playas de un poblado llamado El
Almejal, por allá en Bahía Solano.

El Barco Fantasma AR.indd 65 15/12/20 3:25 p. m.


66 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Sí, señor y rey —corearon los demás del-


fines moviendo sus cabezas en señal de
aprobación—. Nosotros estábamos cerca,
buscando alimento y solo encontrábamos
recipientes de plástico y otras porquerías
cuando vimos a esta niña recogiendo basu-
ra en la playa —dijo de nuevo el delfín líder.

—También vimos cómo cayó al agua con su


costal lleno de basura —completó el delfín
que tenía a Makeda.
Los dos dioses se
acompañaron —Ah, sí, ¿y cómo se salvó? ¿Alguno de uste-
en su furia, des tuvo que ver con eso? —preguntó Nep-
Eolo y Neptuno tuno.
trabajaron con el
mismo propósito, —Pues no, gran rey de las aguas, ninguno
hacerle pagar de nosotros se podía acercar a los acantila-
su desafío a dos para no correr riesgos, el que la salvó fue
Máximus. su viejo amigo, el pirata Máximus.

—Máximus, otra vez Máximus, siempre


Máximus —dijo irritado el viejo rey —. Él
tiene deudas pendientes conmigo, me ha de-
safiado a pesar de que lo rescaté de su nau-
fragio. Todavía me reta y ahora pretende
rescatar a otras personas. Quién sea amiga
de Máximus no es amiga mía.

—¿Es usted Neptuno? No creí que existiera.


Pero si es tan rey, ¿por qué permite que los

El Barco Fantasma AR.indd 66 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 67

El Barco Fantasma AR.indd 67 15/12/20 3:25 p. m.


68 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

seres humanos dañemos el mar? —intervino


Makeda asombrada.

Eso fue suficiente para la paciencia de Nep-


tuno. Con su tridente tocó el agua y formó
una ola que arrebató a la niña de la aleta
del delfín y la arrojó al mar, sola frente a las
olas, Makeda empezó a ahogarse, sin que
nadie pudiera ayudarla por temor a contra-
riar a Neptuno.
Traigan Apenas podía respirar y gritó pidiendo ayu-
cerveza, no voy da.
a dejar que una
niña me haga —¡Máximus, capitán, sálveme! ¡Auxilio!
perder el rumbo,
De nuevo esa pavorosa sensación de falta de
ni reconciliarme
aire, el agua salada entrando por su gargan-
con ese viejo
ta. Entre más abría su boca invocando al ca-
amargado de
pitán más sentía el ahogo del agua llegando
Neptuno.
a sus pulmones. Lo último que alcanzó a ver
fue el rostro de Máximus asomándose por la
borda y riendo a carcajadas. Entonces, sintió
tristeza, él no haría nada por salvarla.

Tosió, volvió a toser y de repente, desper-


tó en la litera del camarote del capitán. Se
sentó de un brinco y vio como la rodeaban
Máximus y sus hombres. Estaba viva, volvió
a toser como si efectivamente hubiera traga-
do agua, pero sus ropas estaban secas. Todo

El Barco Fantasma AR.indd 68 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 69

había sido un sueño… no, peor, una pesadi-


lla; una terrible pesadilla.

—¿Qué ha hecho, niña necia? Aurelius le ad-


virtió de no subir al carajo. La encontramos
desmayada en cubierta. ¿Qué tal que se hu- Reconvenir: Cen-
surar, reprender a
biera caído al agua?—. La reconvino el capi- alguien por lo que 
tán entre preocupado y molesto. ha hecho o dicho.

Makeda no respondió, deliraba y en medio


de su delirio contaba pedazos de la aventura
que ella creía haber vivido.

—¡Por Neptuno!, sí que se ha hecho daño,


está hablando cosas imposibles. Traigan
más agua —ordenó a los gritos el capitán.

Con algas marinas lograron refrescarle el


cuerpo y gracias a esto cedió la fiebre. Luego
le dieron agua con azúcar hasta que, poco a
poco, Makeda se sintió mejor. Sin embargo,
insistió en que se había encontrado con el
propio Neptuno y un grupo de delfines. Al
ver que no le creían, se puso a llorar.

—Quiero irme, usted es un pirata malo. Us-


ted no hizo nada por salvarme. Me estaba
dejando ahogar, además seguro que sus re-
des de pesca fueron las culpables de que los
delfines se atoraran. Déjeme en la playa, por
favor se lo suplico, señor Máximus, quiero

El Barco Fantasma AR.indd 69 15/12/20 3:25 p. m.


70 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

ver a mi mamá—. Y Makeda se puso a llorar


desconsolada.

Mínimus, que no había descansado un mi-


nuto desde que vio caer a Makeda y había
ladrado con desesperación en la cubierta,
ahora no se apartaba de su lado. Lamía
una y otra vez las manitas temblorosas de
la niña y, cuando el capitán le habló en tono
de regaño, Mínimus se le enfrentó con furia.
Makeda lloraba y pedía a gritos que la deja-
ran en la playa o, por lo menos, en el agua
porque no quería seguir con ellos.

—Cálmese, cálmese, niña; cállate, Míni-


mus—. El capitán tuvo que estrujarla por
Estrujar: Apretar 
a alguien y compri- los hombros para hacer que recuperara la
mirlo fuerte y vio- serenidad —Nadie quiere hacerle daño, ¿de
lentamente.
dónde saca que yo no quise salvarla? Fui yo
quien la rescató del agua la primera vez y
ahora la encontré desmayada y la traje has-
ta mi camarote.

—Pero ¿para qué?, ¿para qué me


salvó si me alejó de mi mamá?

—Y, ¿cómo podía dejarla morir


ahogada? ¡Está loca!

—Entonces, devuélvame a mi
casa.

El Barco Fantasma AR.indd 70 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 71

—Es que no puedo —dijo Máximus y calló


avergonzado, con su mirada clavada en el
piso —. No puedo, créame Makeda.

—¿No puede? ¿No puede… o no quiere?

—No puedo, ahora usted es un fantasma,


como somos todos nosotros. Cuando caímos
al mar y Neptuno nos permitió regresar a Ya era tarde
la nave todos nos convertimos en fantasmas cuando una
sin rumbo, ni vivos, ni muertos… solo fan- lancha de la
tasmas que tienen que pagar sus culpas. fuerza naval,
guiada por el
—Capitán, ¿me permite? —dijo en ese mo-
pescador llamado
mento Antigus, el más viejo de los marine-
Míster Brigman,
ros, que había acompañado la recuperación
recorría por
de la niña desde el anochecer—. Acaso us-
última vez las
ted no ha notado que la señorita Makeda no
aguas poco
desaparece como todos nosotros durante el
profundas de
día.
las playas de
El capitán Máximus lo miró asombrado, El Almejal
pensó un momento y de pronto se levantó
dando brincos de felicidad. —¡No desapa-
rece, Makeda no desaparece!—. Mientras el
capitán saltaba alegre, el perrito Mínimus
empezó a latir y a dar brincos también. En-
tonces, el capitán lo alzó en sus brazos y dijo
—Mínimus tampoco desaparece, ni Makeda
ni este pulgoso desaparecen. No son fantas-
mas.

El Barco Fantasma AR.indd 71 15/12/20 3:25 p. m.


72 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—¿Entonces, puedo regresar a tierra? —pre-


guntó Makeda que dejó de llorar ilusionada
con la idea de volver a la playa.

—Espere, capitán —intervino de nuevo el


viejo marinero—, pero tampoco están vivos.
Trance: Último Yo diría que son medio fantasmas o vivos en
estado o tiempo de
la vida, próximo a trance de serlo.
la muerte.
Todos se miraron asombrados, incluso Make-
da, que también se había levantado a bailar
de felicidad, paró ante esta explicación.

—Tal vez haya que hablar con el rey del mar


—dijo el capitán—, pero el problema es que
no nos llevamos nada bien. Desde mi nau-
fragio supe que el viejo que intentó subir con
Mínimus a cubierta era el propio Neptuno.
Él quería que yo dejara de ser pirata, que no
asaltara más barcos o islas, que me dedicara
a proteger los siete mares… Pero eso a mí no
me gusta, no quiero portarme así, yo soy y
seguiré siendo un pirata.

—Pero yo no quiero eso —interrumpió Make-


da—. Yo no soy pirata, además hoy vi con
mis propios ojos cómo está de sucio el mar.
Hablemos con Neptuno y nos compromete-
mos a ayudar en su limpieza, usted y yo ca-
pitán y a cambio él nos permitirá volver a
nuestros hogares.

El Barco Fantasma AR.indd 72 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 73

—¿Hogares?—. Todos los de la tripulación


rieron de buena gana—. Nuestro barco es
nuestro hogar, nuestro único hogar. Que re-
grese usted, ya sería suficiente —completó
Máximus.

—Y Mínimus, ¿él también volvería?

Máximus calló, recogió su sombrero del


piso, se sacudió la ropa y subió a cubierta
seguido de los miembros de su tripulación.
Ya afuera del camarote se escuchó al
capitán dar órdenes.

—Traigan cerveza, no voy


a dejar que una niña me
haga perder el rumbo, ni
reconciliarme con ese vie-
jo amargado de Neptuno.

El Barco Fantasma AR.indd 73 15/12/20 3:25 p. m.


74 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Capítulo VII

ientras en cubierta la tripula-


ción se dedicaba a emborra-
charse con esa cerveza caliente
y espumosa, Makeda permanecía en el ca-
marote entre triste y pensativa. Tanta infor-
mación fantástica no le cabía en la cabeza,
por momentos dudaba si podía estar todavía
sufriendo de alucinaciones por el sol.

“Soy pirata y navego en los maaares… y no


tengo más dueño que el sol” —cantaban en
cubierta los marineros, en abierto desafío a
Neptuno.

—Vamos a celebrar, traigan cerveza, quiero


desafiar la furia de Neptuno, ese viejo decré-
pito que se cree dueño de los siete mares. ¿Qué
nos puede pasar? ¿Qué nos puedes hacer, oh
Neptuno? Ya somos fantasmas, estamos más
allá de sus dominios viejo rey del mar —gritó
borracho de cerveza el capitán y se asomó
por la borda para lanzarle maldiciones.

Por supuesto, Neptuno no estaba dispuesto a


dejar pasar esos insultos. Levantó con furia

El Barco Fantasma AR.indd 74 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 75

las olas más grandes que se hubieran cono-


cido en los siete mares y conjuró a Eolo, rey
de los cielos y los aires para que formaran
un ciclón de proporciones escandalosas. La
noche se hizo más noche, se taparon las es-
trellas. Era tanta la oscuridad que los mari-
neros no se podían distinguir unos de otros,
tropezaban y en medio del vendaval solo lo-
graban identificarse cuando un relámpago
encendía de electricidad el aire cercano.

Los rayos desgarraron las velas y, en una


arremetida del viento huracanado, el mástil
mayor crujió, volvió a crujir y como un árbol
viejo se fue desgajando hasta que se partió
en dos. La parte alta, donde Makeda había
estado encaramada, cayó sobre un costado
del barco y abrió un boquete por el que em- Boquete: brecha
II rotura en una 
pezó a entrar agua. Los piratas corrieron a pared o muralla).
intentar reparar el daño, pero ya el navío se
acostaba peligrosamente sobre babor. Iban
a hundirse sin duda.

—Al bote salvavidas —gritó Aurelius.

—¡No seas tonto! —le dijo el


capitán Máximus y de un
empujón lo tiró a un rincón
de la nave—. Somos fantas-
mas y a los fantasmas no nos
puede pasar nada.

El Barco Fantasma AR.indd 75 15/12/20 3:25 p. m.


76 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—Nosotros sí somos fantasmas —se atrevió


a contestar el cocinero—. Pero ¿y la niña y
Mínimus? ¿Los va a dejar ahogar a ellos,
capitán?—. Como pudo se incorporó en me-
dio de los cimbronazos de las olas y corrió
a sacar a Makeda del camarote. El capitán
reflexionó un instante y luego se dio cuenta
de que Aurelius tenía razón.

El mar embravecido no daba tiempo de


nada, había que montarlos en el bote y ale-
jarlos del navío si querían que el perrito y la
niña no se hundieran con él. A lo lejos vie-
ron resplandecer la corona de Neptuno que
con su tridente azotaba el agua como quien
alienta un caballo desbocado para que, re-
linchando y parado en sus patas, tumbe a
cualquier jinete.

Los dos dioses se acompañaron en su furia,


Eolo y Neptuno trabajaron con el mismo
propósito, hacerle pagar su desafío a Máxi-
mus. A los piratas ya no les quedó duda, fue-
ran o no fantasmas, el barco sería destrui-
do y la única forma de salvar a Makeda y a
Mínimus era subirlos a un bote y cruzar los
Zozobrar: Dicho de  dedos para que la pequeña embarcación no
una embarcación: 
Peligrar por la fuer- zozobrara en la inmensidad del mar. Así lo
za y contraste de 
los vientos.
hicieron, subieron al bote a los dos. Makeda
lloraba descompuesta de miedo, estaba con-

El Barco Fantasma AR.indd 76 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 77

vencida de que Máximus quería deshacer-


se de ella. Cogió con fuerza a Mínimus que
con la colita entre las patas se aferraba a los
brazos de la niña implorando protección.

Cuando los tuvieron bien amarrados a


las tablas del bote salvavidas, el ca-
pitán dio la orden de soltar ama-
rras. En medio de las olas cayó la
pequeña embarcación, se estre-
meció, dio botes para arriba y
para abajo, se hundió casi has-
ta desaparecer de los ojos de los
piratas y volvió a subir al lomo
de una ola enorme como si se
tratara de una tabla para sur-
fear. Así se fue alejando del
barco, que crujía y se partía
a pedazos.

—Nooo, no Neptuno. No los


acabes, ellos son buenos, dé-
jalos seguir—. Makeda im-
ploraba desde su pequeña
embarcación y cada vez que
el cielo se iluminaba con un
relámpago veía más desva-
necido el barco y más indefen-
sos a los piratas.

El Barco Fantasma AR.indd 77 15/12/20 3:25 p. m.


78 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

Mientras tanto en la proa de su barco, Máxi-


mus sufría también por ver cómo el bote en
el que iba Makeda sería tragado en cual-
quier momento por las olas. Si eso ocurría,
la niña y Mínimus serían dos fantasmas
más, sin ninguna posibilidad de regresar a
la vida. Entonces, ante la incredulidad de
sus hombres, Máximus levantó los brazos.

—Neptuno, perdón, te imploro que perdones


mis ofensas, he sido soberbio. Mi fortaleza no
llega a ser ni siquiera una nubecita en este
cielo enfurecido. Soy un pobre fantasma, un
capitán pirata extraviado. Salva a Makeda,
deja que Mínimus la acompañe y yo seré el
más obediente de tus súbditos. Si eso haces,
dejo de ser un pirata y me convierto en de-
fensor de tus aguas, limpiar las basuras y los
mares será mi objetivo. Perdónales la vida,
oh gran Neptuno y seré tu siervo más fiel —.
Al terminar esta invocación, Máximus cayó
al suelo de rodillas.

El Barco Fantasma AR.indd 78 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 79

Capítulo VIII

eptuno se enterneció al escuchar


esas súplicas salidas de la boca de
quien poco antes lo había insul-
tado. Como dios bondadoso, tenía la parti-
cularidad de recordar casi siempre las accio-
nes buenas de la gente. Así que recordó que
Makeda intentaba ayudarle a limpiar el mar
y la arena de la playa antes de caer en el
acantilado. Se compadeció de la niña y del
pequeño cachorro, que antes había utiliza-
do como estrategia para subir al navío de
Máximus y medir la bondad en el corazón
del pirata. Tuvo que reconocer, muy a su pe-
sar, que ese hombre hosco, de mirada dura y
modales burdos, tenía en el fondo un alma
buena, solo empañada por el apego a sus
tesoros y sus acciones de bandolero marino.
Así que decidió darle una última oportuni-
dad: Máximus descansaría en paz, abando-
nando su condición de fantasma errante y
Makeda podría retornar a la orilla.

Suavemente fue aplacando la furia que ha-


bía despertado y dejó que el bote avanzara

El Barco Fantasma AR.indd 79 15/12/20 3:25 p. m.


80 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

impulsado por los soplos de su colega el dios


Eolo, rumbo a las playas de El Almejal. El pe-
queño bote demoró toda la noche en llegar
cerca a dónde Makeda había caído al agua.
Al amanecer, tropezó con una barrera cora-
lina que se levantaba cerca a la playa y sin
que Neptuno pudiera evitarlo, se dio de fren-
te contra esas rocas y naufragó. Afortunada-
mente, Máximus había tomado la precaución
de amarrar a Makeda a una de las tablas de
la embarcación, así que la niña, que se había
quedado finalmente dormida, cayó al agua.
Despertó asustada, pero logró mantenerse a
flote aferrada a ese pedazo de madera, mien-
tras miraba con espanto como estaba, al mis-
mo tiempo, tan cerca y tan lejos de salvarse.

De repente, apareció en el horizonte la fi-


gura del pirata Máximus, que andando so-
bre el agua corría hacia ella. Makeda lo vio
cuando ya desfallecía sobre la tabla y esto le
dio nuevas fuerzas para no dejarse ahogar
y sostener a Mínimus, pero el capitán nun-
ca llegó a su rescate. Casi estaba
por alcanzarla cuando perdió de
repente su capacidad de despla-
zarse sobre las olas y se hundió
sin llegar hasta la niña y el perrito.
Neptuno, entonces, le recordó su
trato.

El Barco Fantasma AR.indd 80 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 81

—Has recibido mi perdón, pero ya no eres


un fantasma. Ni tú, ni yo podemos interve-
nir más en favor de Makeda. Ella es ahora
una persona viva que deberá buscar su pro-
pia salida del mar—. Después de esto le dio
la mano a Máximus y lo invitó a seguirlo a
su reino, en las profundidades del océano —
Ven conmigo, desde allí me ayudarás a cas-
tigar a quien contamine mis mares y ataque
a mis súbditos, los peces.

Ya era tarde cuando una lancha de la fuer-


za naval, guiada por el pescador llamado
Míster Brigman, recorría por última vez las
aguas poco profundas de las playas de El Al-
mejal. Por un altoparlante el encargado de
la búsqueda llamaba a Makeda en todas las
direcciones. Entre llamado y llamado tocaba
una sirena marina sin obtener respuesta.

—Vámonos, ya va a oscurecer y resulta muy


Encallar: Dar en are-
riesgoso andar cerca a la barrera coralina, na o piedra y quedar 
podemos encallar —ordenó el marino a su en ellas sin movi-
miento. 
navegante.

—Noo, por favor, noooo —suplicó la mamá


de Makeda—. Apenas hemos recorrido esta
parte, vamos un poco más allá.

—Señora Odalia, siento mucho lo que está


viviendo, pero no puedo arriesgar a mis

El Barco Fantasma AR.indd 81 15/12/20 3:25 p. m.


82 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

hombres o a usted misma. Debemos regre-


sar, lo lamento, pero las esperanzas de ha-
llar a su hija se han reducido casi a cero.

La señora Odalia se arrodilló aferrada a la


camisa del marino para que siguieran un
poco más. Míster Brigman intercedió—. Co-
nozco como acercarnos a los corales sin que
corramos riesgos.

El Barco Fantasma AR.indd 82 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 83

Ante esas palabras el hombre de la guardia


naval no tuvo corazón para negarse. Así que
dio la orden de avanzar diez minutos más
hacia el norte, acercándose un poco más a
la playa, pero disminuyendo la velocidad

El Barco Fantasma AR.indd 83 15/12/20 3:25 p. m.


84 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

para no tropezarse con los corales. Apenas


terminó de dar esta orden, se escuchó desde
la playa algo como el ladrido de un perro.

—Alto, apaguen el motor, escuché algo —


dijo Míster Brigman a cargo. Todos se recos-
taron contra el costado que daba hacia la
playa y esperaron a ver si lograban oír de
nuevo los ladridos.

Así fue, cada vez sonaban con más intensi-


dad. Eran ladridos desesperados de un perro.
Así que el marino ordenó sacar los remos y
avanzar con mucho cuidado hacia la playa.
Cuando se iban acercando, la señora Odalia
gritó:

—Hay un cuerpo allá, vean un cuerpo, es mi


niña, es Makeda —se lanzó al agua sin espe-
rar más. Los hombres la siguieron, aunque
allí todavía no era posible hacer pie, pero esa
fuerza descomunal que sale de las entrañas
Descomunal: dj. 
Extraordinario, 
maternas le dio el impulso necesario para
monstruoso,  llegar de primera al cuerpo desvanecido de
enorme, muy distan-
te  de lo común en su  Makeda. A su lado, un perrito insignifican-
línea.
te y mugroso ladraba con entusiasmo, daba
brincos y batía la cola. Era Mínimus que
apenas vio acercarse a doña Odalia se dedi-
có a correr hasta la orilla del agua y regresar

El Barco Fantasma AR.indd 84 15/12/20 3:25 p. m.


Margarita Londoño Vélez 85

a lambisquear la cara de la niña como para


reanimarla.

Con la ropa desgarrada por los corales, cor-


taduras en sus manos y una soga amarra-
da de la cintura a una tabla, encontraron
a Makeda. Sus labios sangraban de reseque-
dad, su piel estaba roja y descascarada por
el sol, sus cabellos eran un enredo de algas
y sal, sus manos eran una sola ampolla por
el esfuerzo de remar, pero todavía respiraba.

Doña Odalia se arrodilló a su lado, la besó


Estertores: m. Res-
con una ilusión y un amor que solo una ma- piración anhelosa, 
dre desesperada puede sentir ante los ester- generalmente ronca 
o silbante, propia 
tores finales de su hija. de la agonía y del 
coma.
—Makeda, por favor, despierta, Makeda, soy
yo tu mamá. Vas a estar bien, vas a vivir.

Los marinos llegaron de inmediato, le die-


ron respiración boca a boca, enjuagaron sus
labios con agua dulce y la colocaron sobre
una camilla de plástico que podía flotar has-
ta llevarla a la lancha de rescate. Cuando
se disponían a partir con rumbo al poblado
donde los esperaban desconsolados los com-
pañeros de Makeda y la profesora Adela, el
perrito Mínimus ladró con fuerza y se echó
al mar, entonces, Odalia se devolvió por él.

El Barco Fantasma AR.indd 85 15/12/20 3:25 p. m.


86 Máximus, Mínimus y el barco fantasma

—No podemos abandonarlo. Al fin y al cabo


él salvó a Makeda—. Lo alzó y lo tiró a bor-
do de la nave.

Partieron raudos con la sirena a todo dar


para alertar que estuvieran listos los médi-
cos que se habían desplazado a acompañar
la búsqueda y en breve llegaron en medio
del júbilo por la aparición de la niña, que
seguía inconsciente.

Al año siguiente, Makeda regresó a El Al-


mejal. Todavía no lograba recordar lo que
había pasado, ni cómo había sobrevivido en
una playa abandonada. Tal vez si recordara,
se asustaría de saber que por lo menos había
estado tres días en un barco pirata, rodea-
da de fantasmas. Que había conocido al rey
del mar y había sido salvada por unos delfi-
nes. Tal vez si recordará, pero no recordaba
nada, ni siquiera cómo se llamaba el perrito
que la había salvado y que ahora iba detrás
de ella a todas partes.

No supo cómo, ni por qué, pero se le ocurrió


llamarlo Mínimus. Tan raro, ¿no?

El Barco Fantasma AR.indd 86 15/12/20 3:25 p. m.


El Barco Fantasma AR.indd 87 15/12/20 3:25 p. m.
El Barco Fantasma AR.indd 88 15/12/20 3:25 p. m.

También podría gustarte