ISBN 978-1-60374-190-3
A menos que se indique lo contrario, todas las citas de la escritura han sido tomadas
de la versión Santa Biblia, Reina-Valera 1960 © 1960 Sociedades Bíblicas en América
Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso. Las
citas de la escritura marcadas (nvi) son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional, nvi® © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usadas con permiso.
Todos los derechos reservados.
Don Gossett
P.O. Box 2
Blaine, Washington 9823l
www.dongossett.com
ISBN: 978-1-60374-190-3
Impreso en los Estados Unidos de América
© 2010 por Don Gossett
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P
ermíteme presentarte a varias personas que son ejem-
plo del verdadero espíritu de generosidad.
En primer lugar, y de manera especial, está el Dr.
E. W. Kenyon. La pasión de su vida fue compartir con otros
lo que Dios le había enseñado a través de la Palabra, y se dedi-
có diligentemente a escribir dieciséis libros, editar cientos de
revistas y crear cursos de estudio bíblico y tratados evangelís-
ticos. ¡Qué corazón tan generoso demostró tener!
En segundo lugar, antes de que muriera el Dr. Kenyon
en 1948, le pidió a su hija Ruth que siguiera con el trabajo.
Durante cincuenta años, Ruth lo hizo fielmente. Compartió
muchas veces conmigo lo gratificante que era ver y conocer la
efectividad de los escritos de su padre, literalmente por todo
el mundo.
A continuación, tengo el gusto de elogiar el excelente tra-
bajo del pastor Joe McIntyre, que ahora es el presidente de
Kenyon’s Gospel Publishing Society. Cuando se publicaron
libros presentando unos ataques “injustos y muy poco erudi-
tos” sobre los escritos del Dr. Kenyon, Joe sintió la necesidad
de escribir una tesis apologética, la cual presentó a su iglesia.
Admiro a Joe McIntyre por su labor de amor al inver-
tir cientos de horas de investigación y escribir el libro E. W.
Kenyon and His Message of Faith: The True Story.
Por último, Charisma House, propiedad de mi querido
amigo Stephen Strang, tuvo mucha generosidad al darme
permiso para incluir materiales del antes mencionado libro
del pastor McIntyre en Palabras Que Mueven Montañas.
Mi agradecimiento especial es para el Dr. T. L. Osborn,
Tulsa, Oklahoma, por sus contribuciones para este libro.
También le debo mi agradecimiento al pastor Don Cox,
Waterloo, Iowa, por cosas que ha compartido conmigo.
—Don Gossett
Contenido
Introducción............................................................................. 13
Escrito está: “Creí, y por eso hablé.” Con ese mismo espíritu de
fe también nosotros creemos, y por eso hablamos.
—2 Corintios 4:13 (nvi)
E
n 1952 me dieron un ejemplar de The Wonderful
Name of Jesus, por el Dr. E. W. Kenyon. Mi estudio
de este libro lo mejoró el hecho de que justamente un
año antes, en un altar de oración, recibí una revelación ines-
perada sobre la autoridad del nombre de Jesús.
Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le
dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en
el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están
en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda
lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria
de Dios Padre. (Filipenses 2:9–11)
Extenderse y tocar en fe
E
xtenderse en fe tiene como resultado el toque más
significativo de todos: el toque de Dios. En octubre
de 1960, mi familia y yo nos mudamos de Tulsa,
Oklahoma, a Vancouver, British Columbia, para comenzar
un nuevo ministerio. Durante un año recorrimos las llanuras
canadienses y realizamos reuniones evangelísticas en iglesias.
Durante esos doce meses, viajamos sin realmente tener un
lugar que considerásemos nuestro hogar.
Mis cinco hijos recuerdan ese periodo como una de las
épocas más aventureras de sus vidas, pero no fue fácil para
ellos. Michael y Judy dormían en el asiento de atrás de nues-
tro antiguo Buick de 1956. Jeanne y Donnie dormían en el
piso del auto, y nuestra bebé, Marisa, dormía entre Joyce y yo
en los asientos delanteros.
No nos fue nada bien en asuntos de negocios (perdimos
la casa que teníamos), pero, por la gracia de Dios, le sacamos
partido a esa situación y salimos adelante.
Durante aquellos meses, les enseñé a mis hijos a memo-
rizar muchos versículos de la Palabra de Dios, y todos ellos
19
20 Palabras Que Mueven Montañas
V
i los primeros milagros de sanidad en mi ministe-
rio en la iglesia Free Baptist Church en Springville,
Nueva York, donde yo era pastor.
Antes de esto, siempre había mirado con suspicacia a
cualquiera que dijera que sus oraciones de sanidad eran
respondidas.…Pensaba que teníamos doctores, cirujanos y
personal médico para encargarse de eso. ¿Por qué íbamos a
necesitar algo más? En ese tiempo, creía firmemente que Dios
nos había dado médicos y otros métodos de sanidad.
No sabía nada acerca del nombre de Jesús o que la sani-
dad fuera parte del plan de redención, pero mi corazón estaba
muy hambriento, y estaba estudiando la Palabra diligente-
mente. Acababa de recibir al Espíritu Santo. La Palabra se
había convertido en algo vivo. Yo había despertado fe en mu-
chos corazones a través del amor que acababa de descubrir
por la Palabra.
Un día, el recepcionista de nuestra iglesia…me preguntó
si podía orar por su esposa, la cual llevaba enferma muchos
meses. Nunca olvidaré cómo me encogí, pero tenía que ir. Ella
27
28 Palabras Que Mueven Montañas
El texto de Para que seamos sanados está extraído de “His Name on Our Lips
Brings Healing”, Kenyon’s Herald of Life, 1 de julio de 1941, como está citado
en E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story por Joe McIntyre
(Lake Mary, FL: Charisma House, 1997), pp. 62–63.
3
por E. W. Kenyon
Confesión
C
reer depende totalmente de la confesión. Creer es
acción, es el verbo de la vida de fe. Es alzar las com-
puertas y dejar que el río fluya.
Creer es actuar de acuerdo a la Palabra que Dios ha de-
clarado. No se cree si no se actúa. Podría ser un asentir al
hecho, pero la creencia bíblica demanda acción; demanda que
actuemos antes de que Dios actúe.
Creer no es actuar después de que Dios actúe para con-
firmar su Palabra. Creer y actuar antes de que Dios haya ac-
tuado es el sentido bíblico de creer.
La fe es algo que viene después haber actuado. La rela-
ción entre creer y fe para confesar se cumple totalmente.
Cuando decimos “confesión”, no nos referimos a la confe-
sión del pecado, sino confesión de nuestra fe. Confesamos lo
que ya hemos creído.
La fe, pues, no es fe hasta que se produce la confesión
con los labios. Es una aprobación mental, pero la aprobación
mental se convierte en fe a través de la acción, o confesión. La
29
30 Palabras Que Mueven Montañas
L
a fe es la fuerza creativa en Dios y en la nueva crea-
ción. La fe es la capacidad creativa que se expresa a sí
misma sólo por la confesión. Dios se atrevió a decir:
“Haya lumbreras en la expansión de los cielos…” (Génesis 1:14).
Y cuando lo dijo, el universo comenzó a existir.
Jesús se atrevió a pedir pan cuando una multitud ham-
brienta de miles de personas le rodeaban. Sus discípulos dije-
ron: “cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para
tantos?” (Juan 6:9).
Jesús no respondió a su incredulidad basado en el sentido
del conocimiento, sino que miró al Padre y le dio gracias.
La capacidad creativa que estaba en Jesús es la naturaleza
de Dios mismo. Tú tienes la naturaleza de Dios en tu interior
a través de la vida eterna. Tú eres participante de la natura-
leza divina (véase 2 Pedro 1:4); esa misma capacidad creativa
está en ti, pero debe ser manifestada a través de la confesión.
Jesús dominaba las leyes de la naturaleza, y Su palabra
era la palabra de fe. Si Jesús se hubiera callado, los milagros
35
36 Palabras Que Mueven Montañas
Afirmaciones diarias
A
firmar es hacer firme. Una afirmación es una decla-
ración de una verdad que se hace firme a través de
la repetición. “y en estas cosas quiero que insistas con
firmeza” (Tito 3:8). “Mantengamos firme la esperanza que pro-
fesamos, porque fiel es el que hizo la promesa” (Hebreos 10:23,
nvi). Tu fe se hace efectiva reconociendo cada cosa buena que
hay en ti en Cristo Jesús. (Véase Filemón 6).
La Biblia incluye cientos de pasajes que hablan del poder
de las palabras. Te reto a proclamar las veinticinco afirmacio-
nes que he enumerado. Serán más eficaces si las declaras en
voz alta, con sentimiento, convicción y entusiasmo. Las pala-
bras dichas de forma débil tienen mínimos resultados.
Te animo a decir algunas de estas afirmaciones de tres a
cinco veces al día. Jesús es nuestro principal ejemplo de cómo
vivir la vida cristiana, y en Mateo 26:44: “[Jesús] oró por ter-
cera vez, diciendo las mismas palabras”.
Declara en voz alta las siguientes afirmaciones durante la
primera hora de tu día:
39
40 Palabras Que Mueven Montañas
U
na afirmación es una confesión de fe; es el corazón
cantando su himno de la libertad.
“Dios es mi justicia”.
¿Quién es mi justicia? Romanos 3:26 dice: “a fin de que
él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Cristo
Jesús mismo es justo, y es la justicia de todo aquel que cree.
Esta es la realidad del sueño de Dios para la humanidad.
Si Dios es mi justicia, ¿quién me puede condenar? ¿Quién
puede ponerme bajo condenación? ¿Quién puede robarme mi
comunión? (Véase Romanos 8:34–37). Dios ha declarado:
“Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”
(Romanos 8:1).
U
na vez dudé de la eficacia de las afirmaciones, pero
cuando leí en los primeros cinco libros de Moisés
la expresión “Yo soy Jehová” que se repetía más de
ciento veinticinco veces, entonces comprendí el valor de afir-
mar, reiterar y confesar la plenitud de Jesucristo y de Su obra
terminada en presencia de mis debilidades; en presencia de
mis enemigos; en presencia del infierno.
Sugeriría que el lector afirmara constantemente a su
propia alma los grandes e increíbles hechos de la redención.
Puede que no signifiquen mucho la primera vez que los repi-
tas, pero reafírmalos constantemente. Enseguida, el Espíritu
los iluminará, y tu alma será inundada de luz y gozo.
Cada vez que yo repito lo que Dios ha dicho sobre la igle-
sia, sobre Sí mismo, y sobre mí como individuo, estas verda-
des tocan el fondo de mi interior con fuerza, gozo y victoria.
Hace muy poco que he visto con claridad el infinito va-
lor de afirmar continuamente no sólo a nuestro hombre inte-
rior—nuestra propia alma y espíritu—sino también al mundo.
Nuestras vidas espirituales dependen de nuestra constante
49
50 Palabras Que Mueven Montañas
Mantén tu testimonio
Me acuerdo cuando no me atrevía a confesar lo que Dios
dice que soy, y mi fe se hundía hasta el nivel de mi confesión.
Si no me atrevía a decir que era la justicia de Dios, Satanás
se aprovechaba de mi confesión.
Si no me atrevía a decir que mi cuerpo estaba perfecta-
mente bien y que Satanás no tenía ningún dominio sobre él,
la enfermedad y el dolor seguían a mi negación.
Desde que he aprendido a conocer a Cristo y a conocer
Su capacidad redentora, así como a conocer nuestra capaci-
dad en Cristo, he sido capaz de mantener un testimonio, una
confesión de la plenitud de la obra terminada de Cristo, de la
total realidad del nuevo nacimiento.
L
a confesión, o el testimonio, ocupan un lugar de ma-
yor prominencia en el teatro de la redención del que
la iglesia les ha otorgado. Cuando la Palabra nos dice
que “retengamos nuestra profesión” (Hebreos 4:14), significa
que tenemos que retener el testimonio de lo que Él ha hecho
por nosotros: lo que ha hecho en el pasado y lo que está ha-
ciendo ahora en nosotros.
Si el Señor te sana, debes contarlo; si el Señor sana tu es-
píritu, debes contarlo. Ve a casa y cuenta las cosas maravillo-
sas que ha realizado el Señor. Si temes contarlo, perderás la
bendición que te pertenece. Si los hombres pueden asustarte
para que no des tu testimonio, en breve no tendrás ningún
testimonio que dar. La confesión pública (dar tu testimo-
nio) y la fe están íntimamente relacionadas, de manera que si
pierdes tu testimonio, tu fe muere inmediatamente. Cuando
guardas tu testimonio claro dándolo en tu espíritu constan-
temente, tu fe crecerá a saltos.
51
52 Palabras Que Mueven Montañas
Valentía en el testimonio
Muchas veces nos sentamos en reuniones de oración y oí-
mos a personas dar lo que llamamos un testimonio cuando no
están dando testimonio de Cristo. Están dando testimonio de
sus propias dudas y temores, o quizá de sus propias fantasías
o aficiones, en lugar de dar testimonio del poder salvador de la
obra de Cristo y del gozo que tienen en la comunión y la amis-
tad con el Padre a través del Espíritu.
Sólo unas palabras en relación con dar testimonio (la
palabra testificar nos da una idea). Estamos en el banco de
los testigos y vamos a decir algo que glorificará a nuestro
Señor; queremos ganar el caso para Él. Queremos que los
no creyentes que escuchan le acepten como su Salvador, y
deseamos que las palabras que hablamos animen a los cre-
yentes más débiles para que se abandonen más plenamente
a Su cuidado.
No creo que debamos testificar porque es nuestra obliga-
ción, sino que nuestro testimonio debería fluir de corazones
llenos de un deseo de hacerlo porque Él ha sido bueno con
nosotros.
No deberíamos elogiarnos a nosotros, sino a Él, de quien
damos testimonio.
Recientemente estaba en una reunión en la que testifica-
ron unos recién convertidos. Uno tras otro, subían con Biblias
o Nuevos Testamentos en su mano y leían algún versículo
apropiado en relación con el tema sobre el que el líder había
hablado. Al dar sus testimonios o experiencias con respecto a
esas palabras, dejaron una impresión muy inspiradora.
El Señor tuvo la oportunidad de obrar a través de Su pro-
pia Palabra, y los obreros dieron sus testimonios y experiencias
El corazón que cree y la boca que confiesa 53
H
e puesto mis dedos en los oídos de cientos de per-
sonas que estaban totalmente sordas. Muchos de
ellos ni siquiera tenían tímpano. Poniendo mis de-
dos en esos oídos, he declarado las palabras: “En el nombre de
Jesús, ordeno al espíritu de sordera que se vaya de estos oídos.
En el nombre poderoso de Jesús, ordeno que la audición sea
fuerte y normal”.
Los resultados han sido milagrosos. La mayoría de las
personas han sido sanadas completamente, ¡pudiendo oír in-
cluso el susurro más bajo o el tictac de un reloj de pulsera!
¡Me desborda cuando considero la maravilla de esto! Sólo
al hablar palabras de autoridad, en el nombre de Jesús, pue-
den ocurrir milagros de regeneración. La sustancia física se
crea en un momento, mientras se declaran las palabras.
Esto no debería ser para nosotros algo tan extraño como
parece, porque fue por Sus palabras que Dios creó el mun-
do. Es por Su Palabra que somos recreados en Cristo Jesús.
Así que nosotros mismos somos productos de Su Palabra, los
productos de la propia, maravillosa y omnipotente Palabra
55
56 Palabras Que Mueven Montañas
J
esús quiere usar nuestros labios. Los nuestros son los úni-
cos labios que tiene, y es Su Palabra en nuestros labios lo
que cuenta. Él dijo: “Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros” (Juan 15:7).
La Palabra habita en mis labios y en mi conversación.
Predico Su Palabra. Su Palabra se hace poderosa y viva en los
labios de Sus testigos.
Juan 14:13 dice: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Yo
vi ese versículo en los labios de Pedro en Hechos 3:6, cuando
le dijo al hombre cojo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret,
levántate y anda”. Las palabras de Jesús se hicieron sanidad y
ayuda para ese hombre.
Vi la Palabra en los labios de Pablo en Hechos 16:18,
cuando le dijo a la niña poseída por un demonio: “Te mando en
el nombre de Jesucristo, que salgas de ella”. Y la niña fue sanada.
En nuestro ministerio en Seattle, la Palabra de Dios en
mis labios ha llevado sanidad a cientos de personas. Cánceres
59
60 Palabras Que Mueven Montañas
L
os delincuentes no son delincuentes por accidente.
Sus propios pensamientos los llevan a hacer el mal.
Llevan pensando en el delito durante tanto tiempo,
que pierden el sentimiento de su maldad.
Cada acto de maldad es el producto de una secuencia de
pensamiento erróneo. Puede que un hombre tarde años en
convertirse en un asesino, pero puede hacerlo. Es soñar con
hacer algo que, en un principio, impacta y horroriza, pero
después se convierte en un compañero familiar lo que hace
a un criminal.
Lo mismo ocurre en cada área de la vida. Un gran músi-
co tiene que vivir en una esfera mental de música para poder
producirla. El artista debe vivir en la esfera de las grandes
pinturas y retratos. Al principio, sueña con su cuadro; lue-
go, lo pinta en su imaginación. Un gran arquitecto construye
mentalmente su puente años antes de tan siquiera recibir un
encargo. Un gran novelista primero es un soñador que luego
pone su sueño sobre el papel. Nos convertimos en aquello en
lo que intencionadamente pensamos que somos.
61
62 Palabras Que Mueven Montañas
E
l testimonio personal de Pablo me emociona: “Porque
yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para
guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).
Como ves, eso pone un sentimiento de dominio en el es-
píritu del hombre donde la razón no puede llegar, porque
el camino es oscuro. El espíritu tiene una luz interna, y esa
luz interna está brillando sobre la Palabra que no le puede
fallar.
Recuerda lo que dijo Jesús: “El que me ama, mi palabra
guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada con él” (Juan 14:23). Eso no significa que Él vaya a
vivir sólo en tu casa, sino que va a vivir en tu corazón. El
Padre y Jesús son tus promotores, tus proveedores y tus
patrocinadores.
Jesús fue hecho para mí sabiduría de Dios. (Véase 1
Corintios 1:30). Tengo más sabiduría que cualquiera de mis
enemigos, y tengo más capacidad. Eso me ocurrió cuando
recibí en mi espíritu Su naturaleza y Su vida. Ahora estoy
dejando que esa naturaleza me domine.
63
64 Palabras Que Mueven Montañas
J
ohnny Lake era un cristiano comprometido de quince
años de edad que vivía en una ciudad en la parte norte
de British Columbia. No muy lejos de Johnny, vivía el
Dr. Riley, que había inmigrado a Canadá desde Irlanda. Era
ateo y había sufrido a consecuencia del reúma en una cade-
ra durante años, pero en el área tenía fama de ser un buen
doctor.
El Dr. Riley le agarró cariño al joven Johnny Lake, y a
menudo se llevaba a Johnny con él a las visitas a domicilio.
Una noche, estaban en casa de la familia Owens, donde la
pequeña de siete años Cathy Owens yacía aquejada de una
pulmonía doble. El Dr. Riley escuchó a la niña jadear en casi
cada respiración, y luego cerró su bolsa negra.
Dirigiéndose a los padres de Cathy, el Dr. Riley anunció
tristemente: “Lo siento, pero Cathy no pasará de esta noche.
Debo marcharme ahora para atender a otras llamadas, pero
regresaré después. Entretanto, dejaré a Johnny aquí sentado
al lado de Cathy”.
65
66 Palabras Que Mueven Montañas
L
as palabras nunca mienten. Viven para bendecir o
para maldecir. A menudo vuelven a nosotros en forma
de bendición o con juicio. ¡Deberíamos darnos cuenta
del valor eterno de las palabras!
Las palabras del apóstol Pablo son para nosotros a veces
como una llama que quema, y otras como ungüento sanador
que calma las heridas y lleva el corazón a una comunión con
el cielo.
Las palabras que Jesús habló aún están verdes y frescas,
dando esperanza, y gozo, y victoria a las multitudes. La na-
rración de las cosas que hizo aún nos emociona. “Las palabras
que yo os he hablado son espíritu y son vida”, dijo el Maestro
(Juan 6:63).
Ahora, quiero que veas el efecto de tus palabras sobre ti
mismo. Tus palabras pueden traer desánimo y derrota a tu
vida.
Yo pregunto: “¿Cómo te van las cosas?”. Tú respondes:
“Todo ha salido mal. Es como si el fondo de la caja se hubiera
71
72 Palabras Que Mueven Montañas
L
as palabras vacías no tienen mayor interés que los nidos
de los pájaros del año pasado. Cuando llenamos nuestras
palabras de nosotros mismos y somos honestos, nues-
tras palabras serán honestas. Otros llegan a confiar en ellas.
Conozco a un joven cuyas palabras están llenas de amor y
desinterés y un deseo de ayudar a la gente. Siempre que habla
en compañía de otros, éstos le escuchan.
En ningún otro lugar las palabras tienen un efecto tan
dramático como en un mensaje de radio. El ministro que ha-
bla en antena con una voz muerta y fría obtendrá una res-
puesta muerta y fría. No importa lo hermosos que sean sus
pensamientos o lo bien que los vista, si las palabras no están
llenas de amor y de fe, no vivirán.
La fe se construye con las palabras. Las obras tienen su
lugar, pero las obras son los hijos de las palabras, en una gran
medida.
Tú hablas, y yo veo tu acción. Es tu mensaje lo que capta
mi atención.
75
76 Palabras Que Mueven Montañas
¿Qué puso Jesús en Sus palabras para tener ese poder sa-
nador? Él no sólo habló las palabras como un fonógrafo, sino
que puso una fe viva, interés y amor en Sus palabras, y, por
tanto, Él obtuvo resultados.
Ordenar correctamente
nuestras conversaciones
S
i nos diéramos cuenta del poder que hay en nuestras
palabras, nuestras vidas serían muy distintas. Se dice:
“La pluma es más poderosa que la espada”. ¡Las pa-
labras de nuestra pluma y de nuestra boca son mucho más
poderosas cuando nuestras palabras son la Palabra de Dios!
Dios declara: “El que sacrifica alabanza me honrará; Y
al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”
(Salmos 50:23).
Consideremos las palabras que usamos en nuestras con-
versaciones, y escojamos palabras que obren milagros.
Palabras de alabanza
“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de
continuo en mi boca” (Salmos 34:1). Decídete a ser un “alaba-
dor” valiente. Como alabador, alaba a Dios, no tanto por los
dones que de Él has recibido, sino para magnificar al maravi-
lloso Dador por quién es Él.
Palabras de salud
Las palabras tienen un gran impacto sobre nuestra salud.
Las personas esclavizadas por la enfermedad tienen tenden-
cia a decir: “Me estoy resfriando”, o “Me estoy viniendo abajo
con la gripe”, o “Hoy no me siento bien”.
Por otro lado, las personas que caminan en salud divina
proclaman: “Raramente me enfermo porque los gérmenes no
pueden alcanzarme”, y “Me niego a caer enfermo”.
Palabras llenas de fe
El momento para hablar en fe es cuando tienes buena sa-
lud y te sientes bien. No esperes a sentirte mal para comenzar
Ordenar correctamente nuestras conversaciones 81
El complejo de inferioridad
L
a iglesia siempre ha enseñado la conciencia de pecado
en vez de la conciencia de la justicia. Nos han ense-
ñado que somos débiles, pecadores e indignos, hasta
el punto de que nuestras oraciones son: “Dios, oh Dios, ten
misericordia de mi pobre alma”.
Todo esto es anti-Cristo, y no lo sabíamos; es anti-reden-
ción, y no nos dimos cuenta de que cuando un hombre se con-
vierte en hijo de Dios, tiene la naturaleza de Dios, la misma
vida de Dios, en él. Esa naturaleza y vida le dan una posición
con el Padre.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Y Pablo clamaba: “¿Quién acusa-
rá a los escogidos de Dios?” (Romanos 8:33). Es Dios quien te
ha declarado justo y justificado.
Sin darnos cuenta, los predicadores hemos hecho un gran
perjuicio a la causa de Cristo. Nuestros mejores sermones
son los que ponen a los hombres y mujeres bajo condenación,
los que les hacen correr al altar, implorando perdón, aunque
83
84 Palabras Que Mueven Montañas
Palabras de autodesaprobación
H
ay algunos que siempre dicen: “Es que yo no tengo
fe. Soy un Tomás dubitativo. Soy pobre y débil”.
¿Cuál es el efecto de estas palabras sobre ti?
Si eres dubitativo, dudarás más. Si eres débil, las palabras te
han hecho más débil. Si no has hecho nada para Dios, ahora
podrás hacer menos porque las palabras hacen que te sea más
difícil ser algo diferente de lo que has dicho.
Al final, nuestras palabras son parte de nosotros mismos;
son nosotros mismos. Si tus palabras están llenas de amor, y
paz, y fidelidad, han nacido de la vida de tu corazón. Si tus
palabras están cargadas de malicia amarga y sarcasmo, es
porque hay una tinaja dentro de ti que está llena de este tipo
de material.
Tú creas una condición mental con tus palabras. Tus pa-
labras salen al aire para emocionar y dar punzadas a los cora-
zones de los que escuchan.
La vida está hecha principalmente de palabras. Amamos
con palabras, declaramos la guerra con palabras, los divorcios
87
88 Palabras Que Mueven Montañas
E
n 1979 el Señor de la cosecha me envió a la India. Ese
fue el comienzo de un ministerio prolongado que ha
dado como resultado cientos de miles de personas
maravillosas que han recibido a Cristo como su Salvador per-
sonal y le han confesado como Señor de sus vidas. La clave de
este ministerio de milagros es el poder de la fe hablada.
Los escritos ungidos del Dr. Kenyon me motivaron a
enumerar doce afirmaciones en la solapa de mi Biblia. Antes
de cada reunión, a la que asisten multitudes, confieso y creo
estas verdades. Si tienes hambre de ser usado por el Señor en
un ministerio eficaz, haz tuyas estas afirmaciones dinámicas.
¡Decláralas con confianza y serás enormemente bendecido!
• Al usar el nombre de Jesús conforme a la Palabra, en el po-
der del Espíritu, tengo el secreto que usaron los apóstoles
para sacudir el mundo. Jesús dijo: “Tú te encargas de pedir
y yo de hacer”. (Véase Juan 14:14). Si no oro o pido en Su
nombre, no le doy la oportunidad de manifestar Su poder.
Su nombre en mis labios es igual que si Jesús estuviera pre-
sente y obrando.
89
90 Palabras Que Mueven Montañas
1
Kenyon, E. W., The Wonderful Name of Jesus (Kenyon’s Gospel Publishing
Society, 1998), p. 11.
2
Ibid., p. 19.
20
por E. W. Kenyon
Palabrerías
H
ablar de forma descuidada es un mal hábito.
Cuando uno comprende que sus palabras son la
moneda de su reino y que sus palabras pueden ser
o bien una mala influencia o una bendición, aprenderá a valo-
rar el don del habla.
Controla tu lengua, o ella te controlará a ti. A menudo di-
cen los hombres: “Digo lo que pienso”. Eso está bien si se tie-
ne una mente buena, pero si tu mente está envenenada, no es
bueno. Una palabra vana declarada en voz alta puede caer en la
tierra del corazón de otra persona y envenenar toda su vida.
¡Qué bendición es una buena conversación y qué maldi-
ción es lo contrario!
Haz que tu lengua siempre sea una bendición, y nun-
ca una maldición. Una persona es juzgada por su conversa-
ción. Tus palabras te harán ser o bien una bendición o una
maldición. Tus palabras pueden llevar en ellas una fortuna.
Aprende a dominar tu conversación.
El texto de Palabrerías está extraído de Signposts on the Road to Success por
E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), p. 32.
93
21
por E. W. Kenyon
N
o me aplasten con palabras!”. Ese fue el clamor de
Job hacia sus amigos. (Véase Job 19:2). Ellos llega-
ron para consolar, y se pusieron a atormentar.
Las palabras sanan y las palabras aplastan; las palabras
destruyen y las palabras hacen que la vida sea como la tene-
mos hoy. Las palabras nos sanan y las palabras nos enferman.
Las palabras nos bendicen y nos maldicen. Las palabras que
acabo de oír me acompañarán el resto del día.
Qué poco se da cuenta una mujer de que una palabra cor-
tante y mordaz por la mañana le robará a su marido la eficacia
durante todo un día. Una palabra amorosa, tierna y bonita,
una pequeña oración, le llenará de una música que le llevará
a la victoria. Necesitamos la música de la fe que sólo nuestros
seres queridos nos pueden dar.
Qué poco hemos apreciado el tremendo poder de las pa-
labras: palabras escritas, palabras habladas, palabras que son
letra de una melodía.
95
96 Palabras Que Mueven Montañas
El texto de ¡No me aplastes con palabras! está extraído de Signposts on the Road
to Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999),
pp. 64–66.
22
por Don Gossett
L
as palabras pueden hacer milagros, ¡pero también
pueden hacer meteduras de pata! ¿Te das cuenta de
que multitud de personas fracasan en la vida porque
declaran fracaso? Temen fallar y permiten que su temor su-
pere a su fe.
Lo que dices te localiza. No te levantarás, no puedes, por
encima de tus propias palabras. Si declaras derrota, fracaso,
ansiedad, enfermedad e incredulidad, vivirás en ese nivel. Ni
tú ni nadie, no importa lo inteligente que sea, vivirá jamás
por encima del estándar de su conversación. Este principio
espiritual es inalterable.
Si tu conversación es necia, frívola, nada práctica o des-
organizada, tu vida invariablemente será igual. Con tus pa-
labras, pintas constantemente un dibujo público de tu ser
interior. Jesús dijo: “Porque de la abundancia del corazón habla
la boca” (Mateo 12:34).
Si miras atrás, probablemente estarás de acuerdo en
que la mayoría de tus problemas han sido provocados por la
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100 Palabras Que Mueven Montañas
C
uando creemos en el corazón, es porque el corazón
ha sido ajustado al Padre. El hombre está en la mis-
ma clase con Dios. Dios es espíritu. El hombre es
espíritu. Cuando el hombre, espíritu, está bien ajustado con
el Padre y comienza a alimentarse de la Palabra, y su mente
se hace fructífera y se renueva, entonces la fe se convierte en
una cosa normal y natural.
Cuando creo con mi corazón, significa que mi espíritu
está en acuerdo con la Palabra. La fe se desarrolla de la mis-
ma forma que el amor. El amor se desarrolla ejercitándolo, de
modo que cuanto más amo, más soy capaz de amar. La fe se
desarrolla actuando según la Palabra de Dios. Cada vez que
actúo según la Palabra, mi fe se hace más fuerte.
Por ejemplo, si estoy enfermo en mi cuerpo, veo que “por
su llaga he sido sanado”. (Véase Isaías 53:5). Actúo según la
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104 Palabras Que Mueven Montañas
L
as vidas de los niños están hechas principalmente de
palabras: las palabras de sus padres y de aquellos a los
que aman y admiran. Una madre puede llenar el cora-
zón de su hijo de celo por una educación y por una posición
en la vida, o puede, con palabras, destruir el mejor de los es-
píritus que haya habido jamás en una casa.
Una esposa aprecia poco el poder de sus palabras sobre la
vida de su marido. Si él pierde su empleo, ella puede regañarlo
y decirle que no es bueno. Él estaba azotado antes de llegar a
casa, pero después se quedará doblemente azotado.
En vez de eso, ella debe darle un abrazo y decirle: “Está
bien, cariño. Conseguirás un empleo mejor. De todas formas,
tú te merecías un empleo mejor”.
Él sale al día siguiente emocionado por el toque de los
labios de su esposa, pues sus palabras le han llenado de valor
y confianza. Él deja el corazón de su esposa lleno de gozo y
alegría, y ella dice: “Qué hombre me ha dado Dios”. Él dice:
“Qué mujer me has dado, Señor”. Ambos han aprendido el
secreto de las palabras.
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108 Palabras Que Mueven Montañas
El texto de Sólo una palabra de aviso está extraído de Signposts on the Road to
Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), pp.
38–39.
25
por Don Gossett
Lamentarse y fracasar
van de la mano
J
esús nos prometió una vida salva y sanada; una vida llena del
Espíritu. Aquí, en este versículo de Proverbios 21, Él pro-
mete rescatar nuestra alma de las angustias: “Y sabemos que
a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos
8:28), si “guardamos” nuestra boca y nuestra lengua.
Miles de cristianos se preguntan: ¿Por qué parece que mi
vida está tan llena de problemas y angustias? ¿Por qué hay más
cosas malas que buenas en mi vida? ¿Por qué estoy derrotado, en-
fermo y me siento mal tanto tiempo? ¿Por qué me siento apaleado
y sin esperanza?
Quizá te preguntes: Soy cristiano, ¿pero por qué tanta des-
gracia? ¿Por qué no soy feliz?
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110 Palabras Que Mueven Montañas
El Jesús “ahora”
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a palabra “Jehová” tiene tres tiempos: pasado, presente
y futuro. Hay también tres tiempos en la redención:
lo que Él hizo y era, lo que es y está haciendo y lo que
será y hará. Lo que era, es, y lo que es hoy lo seguirá siendo
mañana.
Lo más peculiar de todo esto es que la Palabra que Él
proclamó en el pasado es ahora. Su Palabra está viva ahora,
tiene autoridad ahora, tiene poder de salvar ahora, tiene el
poder de sanar ahora.
Éxodo 16:18–20 relata la historia de los israelitas re-
cibiendo maná en el desierto. El maná había que recogerlo
cada mañana, porque si quedaba algo para el día siguiente,
se estropeaba y no se podía comer. Lo mismo ocurre con la
Palabra. Hay que estudiarla diariamente, meditar en ella dia-
riamente y alimentarse de ella diariamente, o de lo contrario,
pierde su poder.
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114 Palabras Que Mueven Montañas
Sé humilde o te caerás
L
a fe es un fruto de la humildad. “Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).
Una de las experiencias más retadoras y a la vez más
triunfantes de mi vida tuvo que ver con la relación entre la
verdadera humildad y la confesión de la Palabra de Dios
para sanidad.
En 1976 yo estaba sufriendo unos fuertes dolores de ca-
beza que me iban desde la parte superior de la cabeza hasta
la parte de atrás del cuello. El dolor era casi insoportable. Yo
había sido sanado milagrosamente de un corazón hipertro-
fiado y un tumor cancerígeno como resultado de declarar la
Palabra de Dios con valentía, pero aunque declaré la Palabra
repetidamente, mis dolores no cesaban. Finalmente, visité a
mi médico. Me aseguró que podía recetarme algo que alivia-
ría mis dolores; pero estaba sinceramente equivocado.
Pasaron las semanas lentamente, y los dolores seguían
siendo mi principal preocupación. Después, salimos del país
por causas ministeriales.
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116 Palabras Que Mueven Montañas
H
az de la Palabra de Dios el estándar para tu vida.
Entrénate para decir lo que Él dice. Somete tus la-
bios, y piensa antes de hablar. ¡Di lo que Dios dice!
No le contradigas ni a Él ni a Su Palabra. Dios está en Su
Palabra. Cuando la confiesas, ¡Él la materializa! Antes de lo
que imaginas, ocurrirá una revolución en tu vida.
Cuando hagas estas cosas, encontrarás que verdadera-
mente estás viviendo la vida abundante y atrevida que se
encuentra en la Palabra de Dios. Y lo sé de cierto porque
ha ocurrido en mi propia vida y ministerio innumerables
veces.
Soy bendecido una y otra vez al recordar como Dios nos
proveyó durante nuestra primera misión a África hace años.
Era ya el último día antes de salir ese mes de febrero, pero aún
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126 Palabras Que Mueven Montañas
Montañas económicas
Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este
monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su
corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que
diga le será hecho. (Marcos 11:23)
Tenemos victoria en
el nombre de Jesús
L
a noche que me hizo escribir la canción “Tenemos vic-
toria en el nombre de Jesús” fue una noche espantosa.
La tormenta duró todo el día. El viento había soplado
con furia, y la nieve se había amontonado formando grandes
bancos. Fue una de esas tormentas que sólo ocurren en la te-
mible costa este de los Estados Unidos.
La multitud había llegado. La convicción era tan fuerte
que parecía que nada podría impedir que la gente viniera. Los
bancos de nieve eran altos. La gente tenía que abrirse paso a
través de la nieve para llegar allí.
¡Cómo chillaba y soplaba el viento esa noche! Apenas si
se podía oír una voz por encima del ruido de la tempestad.
Parecía como si la furia del infierno se hubiera desatado alre-
dedor de nosotros.
Me giré hacia un joven que había viajado conmigo, y que
era poderoso en oración, y le dije: “Teodoro, ¿puedes orar?”.
Él se levantó e intentó orar, pero el viento sofocaba su
voz, y en un momento se derrumbó y desistió.
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136 Palabras Que Mueven Montañas
En lo secreto de Su presencia
H
ay tres problemas en la oración que me gustaría
tratar: primero, la oración efectiva por las almas;
segundo, la oración efectiva por la economía; y ter-
cero, sobrellevar sinceramente las cargas los unos de los otros.
Día tras día, nos encontramos con un flujo interminable
de personas, muchas de ellas agitadas e intranquilas, en busca
de algo que les satisfaga. Puedes leerlo en sus ojos, oírlo en sus
voces, sentirlo en sus apretones de manos. Puedes verlo en su
manera de caminar. Oyes a tus vecinos regañando a sus hijos
y preocupados por ellos, y notas las miradas cansadas de sus
rostros.
Todas esas cosas no son otra cosa que manifestaciones
de una necesidad profunda del Hijo de Dios; de un Salvador,
de un Descanso, una Paz, una Fuerza, una Quietud que no
tienen.
A las reuniones de tu iglesia llegan desconocidos constan-
temente, y un gran porcentaje de ellos no son salvos y están
buscando algo. Quizá tus propios miembros están intentan-
do seguir llevando, externamente, una vida que no tienen
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138 Palabras Que Mueven Montañas
A
l estudiar Isaías 53, es evidente que la sanidad es
parte del plan de redención. Por tanto, en el mo-
mento en que aceptas a Cristo como tu Salvador y le
confiesas como tu Señor, tienes derecho a la virtud que hay en
la redención: la sanidad de tu cuerpo enfermo.
La sanidad le pertenece a cada hijo de Dios. Algunos di-
cen que no es la voluntad de Dios sanar a todos, pero no hay
evidencia bíblica que apoye eso.
Dicen: “¿Acaso Pablo no tenía un aguijón en la carne?”.
Sí, pero el aguijón de Pablo en la carne no era una enferme-
dad. Vino sobre Pablo por la grandeza de la revelación que le
había sido dada. Ninguno de nosotros puede esconderse tras
eso porque ninguno de nosotros ha tenido nunca una revela-
ción como Pablo.
Otros dicen: “¿No dejó Jesús a otros enfermos?”. Sí, no
hay duda de que lo hizo. Había enfermedad entre los discí-
pulos, como hay enfermedad en la iglesia hoy, pero es porque
los primeros cristianos venían directamente del paganismo,
donde no sabían nada sobre el Señor, y rompían la comunión
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142 Palabras Que Mueven Montañas
La fe del centurión
E
sta es una de mis historias bíblicas favoritas. Contiene
todos los ingredientes divinos de una fe triunfante: el
poder de la fe declarada en acción.
¿Cómo ejercitas el poder de la fe declarada? “Cerca de ti
está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra
de fe que predicamos” (Romanos 10:8). Se ejercita creyendo
la Palabra en tu corazón y confesándola con tu boca. El cen-
turión de Mateo 8 entendía y practicaba el poder de la fe de-
clarada, y Jesús le alabó por ello. De hecho, dijo que la fe del
centurión era la fe más grande que había visto en Israel.
Podemos hablar con el mismo espíritu de fe. “Conforme a
lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también cree-
mos, por lo cual también hablamos” (2 Corintios 4:13).
Cree y habla. La salvación, el mayor de todos los regalos
de Dios, nos viene creyendo con el corazón y confesando con
la boca. (Véase Romanos 10:9). Cuando aprendemos a decla-
rar la Palabra y no el problema, estamos en el camino a la vic-
toria absoluta, pero somos derrotados en el momento en que
nos damos permiso de comenzar a enumerar nuestras cargas
en vez de contar nuestras bendiciones. Dios nos concede sus
beneficios diariamente, así que también debería ser para no-
sotros algo de todos los días el hecho de alabarle.
Probablemente nos sorprenderíamos si supiéramos
cuántas oraciones respondidas dependen de nuestra actitud
de alabanza a Dios. La clave para la respuesta de las peticio-
nes es que la oración abre la puerta y la alabanza la mantie-
ne abierta. Cuando comenzamos a alabar a Dios, realmente
La fe del centurión 145
A
lguna vez has pensado en el hecho de que Jesús dijo
muchas cosas sobre Sí mismo? Él dijo: “Yo soy el ca-
mino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí” (Juan 14:6).
La oración es llegar hasta el Padre. Bajo el primer pacto,
sólo el Sumo Sacerdote podía llegar a la presencia de Dios,
y sólo una vez al año podía entrar al Lugar Santísimo. Pero
ahora, Jesús ha proclamado: “Yo soy el nuevo camino hacia
la presencia de Mi Padre, y si haces que yo sea tu Salvador y
recibes la vida eterna, podrás ir a través de Mí a la presencia
de Mi Padre siempre que lo desees”.
El velo que separaba el Lugar Santísimo de los ojos de
la gente ha sido rasgado, y cualquiera puede entrar ahora al
Lugar Santísimo.
Jesús dijo: Yo soy el agua de vida. El que bebe del agua
que yo doy nunca más volverá a tener sed. (Véase Juan 4:14).
Los que hemos bebido sabemos que es cierto, que nunca más
tendremos sed. No vamos a los pozos de la psicología, o la
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148 Palabras Que Mueven Montañas
Q
uizá nadie te lo haya dicho jamás, pero la gente te
mide por tus palabras. Te clasifican por tus pala-
bras. Tu salario se estima por el valor de tus pala-
bras. Tus palabras te abren un hueco en la empresa en la que
estás involucrado.
Ni los celos ni el temor te pueden impedir escalar a la
cima si tus palabras tienen un valor que pertenece a la cima.
La organización ha de darte el lugar que te pertenece si tus
palabras producen los resultados correctos.
No tienes que actuar, no tienes que exagerar; lo único que
tienes que hacer es ser natural, pero haz que ese “natural” sea
algo que merezca la pena escuchar.
Estudia tu trabajo. Estudia cómo decir las cosas. Estudia
cómo usar palabras que cambien las circunstancias a tu alre-
dedor. Haz un estudio, un estudio analítico de las palabras,
y luego mira a ver cuánto puedes poner en una sola frase. No
me refiero a cuántas palabras, sino a cuánto puedes poner en
las palabras para que cuando las personas escuchen tus pala-
bras, se emocionen con ellas.
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152 Palabras Que Mueven Montañas
Q
uiero compartir uno de los testimonios más ma-
ravillosos de sanidad que he oído jamás. Ocurrió
en un hospital de Londres, Inglaterra, en marzo de
1994. Puedo contar esta historia quizá mejor que ninguna
otra persona, porque estuve directamente implicado en ella.
Mi hija Judy y yo viajábamos por el este de África hacien-
do cruzadas. En Nairobi, Kenia, teníamos varias reuniones
cada día, y Judy dirigía un coro de cien voces cada noche.
Tras las cruzadas de Nairobi, volamos a Mombassa, en
el océano Índico, para seguir ministrando. El calor y la hu-
medad de Mombassa la hacen ser una de las ciudades más
intolerables del mundo para vivir. Era terriblemente calurosa,
pero Judy y yo trabajamos muy duro mientras estuvimos allí.
Luego llegó el día de volar a Londres para pasar allí una
noche antes de regresar a Norteamérica. Cuando llevábamos
un rato de vuelo, Judy me dijo que se iba a otra parte del avión
donde había visto varios asientos vacíos para poder estirarse
un poco más. A mitad de camino de un vuelo que duraba
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156 Palabras Que Mueven Montañas
La crisis
Como una media hora antes de aterrizar en Londres, una
azafata vino a buscarme y me dio las graves noticias.
—Sr. Gossett, siento informarle de que su hija Judy está
muy enferma. No sólo ha vomitado varias veces, sino que
también está teniendo hemorragias por todos los orificios de
su cuerpo. Es la sangre lo que nos ha alarmado. No sabemos
si es una intoxicación por la comida o cuál es el problema.
Hemos informado al aeropuerto de Heathrow para que nos
esperen con una silla de ruedas para su hija.
La silla de ruedas nos estaba esperando cuando aterriza-
mos, y se llevaron a Judy a una sala para examinarla. Tras más
de una hora, llegó una doctora con unas noticias alarmantes:
—Sr. Gossett, hemos tomado sangre a su hija, y tiene
algo más grave que parásitos, no estamos seguros de lo que
es. Hemos pedido una ambulancia para que venga inmedia-
tamente y la lleve al otro lado de Londres, a un hospital espe-
cializado en enfermedades e infecciones tropicales.
—Por favor doctora, no es necesario. Judy trabajó mucho
mientras estábamos en África. Estoy seguro de que se pondrá
bien con un poco de descanso, y tengo reservadas habitacio-
nes aquí en Londres para pasar la noche—le expliqué.
La doctora fue bastante directa al responder a mi objeción.
Declara sólo la Palabra 157
Yo dije:
—Judy, Su Palabra es medicina para todo tu cuerpo. Esto
es para ti, ahora mismo. ¡Recibe Su sanidad para tu vida!
Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las
cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
(3 Juan 2)
Cómo lo encontré
H
e padecido durante años de problemas nerviosos.
A veces era tan insoportable que parecía que iba
a volverme loco. Entonces, un día, estaba visi-
tando a un amigo que conocía la Palabra, y le hablé de mi
padecimiento.
—¿Has leído alguna vez Isaías 53:4–5? — me dijo.
—¿Por qué? Conozco esos versículos, y desde que era
niño—. Así que se los recité:
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió
nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado,
por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos
nosotros curados.
—Estoy curado.
Pero él dijo:
—Aún no has oído el resto—. Se dirigió a Hebreos
9:11–12.
Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los
bienes venideros, por el más amplio y más perfecto ta-
bernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta crea-
ción, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros,
sino por su propia sangre, entró una vez para siem-
pre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna
redención.
Y en Hebreos 9:24:
Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano,
figura del verdadero, sino en el cielo mismo para pre-
sentarse ahora por nosotros ante Dios.
Mi confesión
N
uestras palabras nos dan nuestro estatus entre los
hombres. De la misma forma, nuestras palabras nos
dan un estatus con el adversario y con la Palabra.
Si, como hijo de Dios, hago una confesión de enfermedad
y fracaso, voy al nivel de esa confesión. Si siempre confieso
victoria y salud, y proclamo que mis necesidades están cu-
biertas, voy al nivel de esa confesión.
Esta es una pequeña confesión que escribí. Nunca antes
se la he leído a nadie, pero voy a escribirla aquí para ti.
Padre mío, a través de Jesucristo, Tu Hijo, he reci-
bido vida eterna, Tu naturaleza. Me ha hecho uno
contigo. Me ha hecho lo que Tú has declarado que
soy en Cristo. Como el pámpano es a la vid, así yo
soy tuyo y Tú eres mío.
Mi corazón canta esta canción de profunda unidad
contigo, Padre mío; de mi profunda unidad conti-
go, mi Señor.
171
172 Palabras Que Mueven Montañas
Epílogo
C
uando nuestras palabras están en acuerdo con la
Palabra de Dios, experimentamos la continua mani-
festación de la bendición de Dios. Con fe y una con-
fesión afirmativa, ¡nuestras palabras pueden cambiar vidas y
mover montañas! (Véase Mateo 21:21).
Estas son sólo unas pocas “victorias de la palabra” que he
conocido después de caminar con Dios estando en acuerdo
con Él.
• “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós
3:3).
• Sólo dieciocho meses después de perder nuestra casa por
reposesión, el Señor nos proveyó de una casa nueva mara-
villosa en Surrey.
• El Señor me puso en la radio internacional, y las finanzas
han llegado, mes a mes, durante ya más de cuarenta años.
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176 Palabras Que Mueven Montañas
E
l pastor George Hunter era un asociado muy cercano
del Dr. E. W. Kenyon y muy probablemente el autor
del siguiente tributo, escrito en noviembre de 1930.
Conocía de primera mano los triunfos y problemas de la vida
de Kenyon, y sus palabras están llenas de amor y cariño. Su
mensaje tocó mi corazón. Oro para que también te ministre
a ti.
—Don Gossett
Montañas y valles
Ningún hombre que conozcamos tiene un don de maes-
tro igual. Todos nos maravillamos con él, pero recordemos el
precio que ha tenido que pagar.
Yo he visto al Dr. Kenyon sufrir como pocos hombres
han sufrido.
Durante sus comienzos en la escuela bíblica, las cosas por
las que le vi pasar eran casi increíbles. Le vi sufrir persecu-
ción de los hermanos. Recuerdo las primeras luchas contra
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180 Palabras Que Mueven Montañas
E
sta mañana, mientras veía la televisión, observé a varios
evangelistas famosos: Oral Roberts, Rex Humbard
y Robert Schuller. Era bastante interesante notar la
participación y el apoyo de sus hijos en sus ministerios reli-
giosos. Parece como si fuera un gran logro para cada uno de
estos grandes hombres tener a su propia carne y sangre acti-
vamente involucrada con ellos, respaldándoles, creyendo en
ellos y apoyando de todo corazón la obra que Dios ha llamado
a hacer a sus padres.
En nombre de los cinco hijos Gossett, quiero rendir tri-
buto a nuestro padre, Don Gossett.
Uno de los recuerdos más destacados que llevo conmi-
go desde mi infancia es a los siete Gossett—papá, mamá,
Michael, Jeanne, Donnie, Marisa y yo—metidos en nuestro
Buick azul de 1956, conduciendo de ciudad en ciudad en
nuestros viajes evangelísticos. Según nos inquietábamos más
181
182 Palabras Que Mueven Montañas
N
acido en el condado de Saratoga, Nueva York,
E. W. Kenyon (1867–1948) se trasladó con su fa-
milia a Amsterdam, Nueva York, cuando era un
adolescente. Kenyon estudió en la Academia Amsterdam, y
a la edad de diecinueve años, predicó su primer sermón en la
iglesia metodista del lugar.
Estudió asistiendo a varias escuelas en New Hampshire,
y también a la Universidad de Oratoria Emerson, en Boston,
Massachusetts.
Kenyon fue pastor de varias iglesias en los estados de
Nueva Inglaterra, y a la edad de treinta años, fundó y se
convirtió en el presidente del Instituto Bíblico Bethel, en
Spencer, Massachusetts. (Esta escuela se trasladó después
a Providence, Rhode Island, y se conoce como Providence
Bible Institute). Durante su ministerio en Bethel, cientos de
jóvenes fueron formados y ordenados para el ministerio.
Tras viajar por todo el noreste predicando el evangelio y
viendo la salvación y la sanidad de miles, Kenyon se trasladó
185
186 Palabras Que Mueven Montañas
D
urante más de cincuenta años, Don Gossett ha ser-
vido al Señor a través de un ministerio a tiempo
completo. Nacido de nuevo a la edad de doce años,
Don respondió a su llamado al ministerio tan sólo cinco años
después, comenzando primero por su familia, ganándoles
para el Señor. En marzo de 1948, Don venció su largo temor
a hablar en público y comenzó su ministerio en serio, predi-
cando en dos iglesias bautistas rurales en Oklahoma.
Bendecido con el don de escribir, Don se convirtió en edi-
tor de la revista College Bible en San Francisco; después, fue
invitado a ser el editor de una revista internacional. Después
de esto, trabajó como editor para Faith Digest, de T. L. Osborn,
una revista que llegaba a más de 600 000 hogares cada mes.
Don aprendió de muchos evangelistas reconocidos, comenzan-
do con William Freeman, uno de los principales evangelistas de
sanidad en Norteamérica durante finales de los años cuarenta.
También pasó tiempo con Jack Coe y Raymond T. Richey.
Don ha escrito muchas obras, particularmente sobre el
poder de la palabra declarada y la alabanza. Sus escritos han
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188 Palabras Que Mueven Montañas
ISBN 978-1-60374-190-3