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Al morir Joan Batista de Rápalo, su viuda Catalina Martínez casó con Joan Martel,
a quien pasó la encomienda.
El Lic. Lebrón de Quiñones en 1553 dice que se visitó este pueblo y se hallaron en
él ciento veinticinco casados, diez y nueve viudas y gente menuda, y atento esto
los tasó y moderó en que den a Joan Martel, persona que los pretende tener en
encomienda y mostró título, en cada un año veinte y una mantas de algodón de a
tres piernas, que cada pierna tenga dos brazos de largo y cada brazo dos varas de
medir, y de ancho cada pierna, de tres cuartas, las cuales han de dar en cada
cuatro meses, siete mantas."
Los primeros en evangelizar ese lugar así como Chamila y Comala a partir de
1552, fueron los frailes Martín de Jesús (franciscano) Juan de Padilla y Juan de
Bolonia. Se aprecia a simple vista, que la capilla actual se construyó sobre las
ruinas del antiguo templo de la época colonial.
En esa época, los límites del reinado indígena estaban dados por una línea
trazada de Tepehuacán al río Armería, que señalaba los linderos del dominio.
Son pocas las noticias que se tienen del lugar en el siglo XIX, con posterioridad a
la Independencia de México.
Cuando don Isidoro Barreto fue su propietario, se tuvo conocimiento que hizo dos
intentos y fracasó en ambos. En el que más esfuerzos costó, se hizo una muy
profunda excavación, en la parte baja, en un terreno que estaba situado al oriente
de donde pasa la actual carretera, que según contaban las personas que lo
presenciaron, llegó a tener una profundidad de “ocho sogas de persogar añadidas
“que tenían una longitud aproximada de cinco metros cada soga, cuando se
encontró una gran roca que impidió seguir excavando. Ya se tenían hechas las
pilas para recibir el agua.
En la década de los años treintas, Damacio Aparicio, uno de los fundadores del
ejido, hizo una excavación de considerable profundidad en un terreno situado al
noreste de donde actualmente es el jardín de la población, y no encontró agua.
Solamente se halló alejado de la superficie, un enorme hueso que se pensó
perteneció a un animal prehistórico.
El de mayor caudal que ha existido en todas las épocas, situado al noroeste del
poblado y del cual se traía mediante un acueducto, del que aún persiste una
arquería de grandes ladrillos y que constituía la principal fuente de
aprovisionamiento para uso doméstico, almacenándose los excedentes en un gran
tanque y que eran aprovechados para irrigar un terreno ubicado inmediatamente al
sur de ese depósito, donde a principios del presente siglo había una huerta con
palmas, mangos, aguacates, naranjos, limones y almendros.
Uno más, llamado de La Gloria, con el que se llena una atarjea que se usa como
abrevadero.
En el cerro de San Miguel o Tototlán, cuyo extremo norte está situado frente a
Tecolapa, han existido dos pequeños manantiales que desde la antigüedad han
sido utilizados para dar a beber al ganado. Uno es el llamado ojo de agua de El
Zapote y otro, situado al sur, que se ha conocido con el nombre de Tototlán, que le
ha dado el nombre al cerro.
En el cerro de San Miguel hay una eminencia rocosa descubierta, llamada Las
Peñas Coloradas, que antiguamente marcaba las colindancias de las Haciendas
de Tecolapa y Caleras.
En el año de 1934, los habitantes del lugar que habían trabajado tierras de la
hacienda en arrendamiento, hicieron solicitud ante las autoridades agrarias para
formar un ejido. En 1936, se le dio posesión provisional al que se llamó Ejido
Tecolapa y en 1938, se expidió resolución presidencial legalizando su dotación,
pero quedando la finca de la hacienda y los terrenos de donde está asentado el
poblado, en propiedad de la familia Barreto Saucedo.
En 1955, se formó el Ejido La Salada, que afectó excedentes del reparto anterior.
En 1964, por convenio establecido con sus hermanos Daniel y Ma. del Carmen,
queda como único propietario de la Hacienda de Tecolapa el Sr. José I. Barreto
Saucedo.
En 1966, al fallecer el Sr. José I. Barreto, hereda su propiedad a sus hijas Ma.
Guadalupe y Ma. del Carmen Barreto Ochoa, designando como albacea a la Srita.
Ma. Guadalupe.
Es la puerta del verde valle, por donde primero llegan los augurios del tiempo
benigno, que la costa entera ansiosa espera.