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Lujo, esplendor y poder.

Los secretos de
Versalles
Ideado por Luis XIV para simbolizar el poder emergente de Francia, su
magnífica arquitectura fue admirada e imitada en toda Europa. Los
monarcas Borbones instalaron su Corte donde convivían un estricto
protocolo, majestuosas fiestas e intrigas por el poder.
El Palacio de Versalles es uno de los mejores testigos de la historia del mundo en los
últimos cuatros siglos. Desde allí, la Francia de Luis XIV se convirtió en una potencia
hegemónica tras décadas de inestabilidad, sus estancias han visto nacer o caer grandes
naciones como Estados Unidos o el Imperio Alemán, fue testigo privilegiado de la
Revolución de 1789, y ha pasado de ser un centro de poder a un magnífico museo de
arte.
Pero la imagen histórica de Versalles es inseparable de la leyenda que siembre ha
acompañado a su Corte. Siempre estuvo rodeada de un ceremonial cuidadosamente
diseñado para mostrar la grandeza de los reyes franceses. Se celebraban fastuosas
recepciones en la Galería de los Espejos para impresionar a los embajadores extranjeros.
También se celebraban suntuosas fiestas donde el gasto desmesurado era otra manera de
mostrar la hegemonía de los Borbones, mientras que los nobles intrigaban para ganarse
el favor de su monarca. Entre sus muros también habitaron extraordinarias mujeres
como Madame de Pompadour y la reina María Antonieta quienes dejaron una huella
inmortal en este magnífico recinto. La vida en Versalles era un verdadero espectáculo.

Un palacio para un monarca


En sus orígenes Versalles era un viejo feudo medieval con un pequeño castillo y una
aldea miserable, a poco más de veinte kilómetros de París. Su riqueza estaba en su
paisaje: frondosos bosques, lagunas y riachuelos lo convertían en un lugar idóneo para
la caza. Amante de esta práctica, el rey Luís XIII adquirió estos terrenos para construir
un palacete donde residir durante las jornadas dedicadas a la caza.
Este pequeño palacio fue terminado en 1626, con un estilo renacentista y semejante al
de la plaza de los Vosgos (place des Voges) en París. Sus dimensiones eran muy
reducidas, el edificio principal medía 24 metros de largo por seis de profundidad. En esa
época, Versalles se convirtió en el refugio de Luis XIII cuando quería escapar de las
intrigas políticas de la capitas. El recinto era austero a imagen del carácter del monarca
de los Tres Mosqueteros.
Pero quien verdaderamente convertiría a Versalles en un lugar de esplendor y poder
sería Luís XIV. El rey lo visitó por primera vez con trece años para cazar y quedó
encantado con el lugar, ya entonces comenzó a imaginar su futuro palacio. Durante esos
años, el monarca había vivido con su madre Ana de Austria sin una sede fija para su
Corte, alternaban su residencia en el Louvre con Fontainebleau o Saint-Germain.
Aunque el camino para que Versalles se convirtiera en la residencia de la monarquía
francesa sería largo. El primer paso llegaría en 1661 cuando Luís XIV fue invitado por
su ministro Nicolas Fouquet a una fiesta en su castillo de Vaux-le-Vicomte (cercanías
de París). Los festejos fueron tal derroche de pompa que el rey se sintió afrentado,
ninguno de sus súbditos podía hacer semejantes exhibición de poder y grandeza, de
hecho los rumores de la época aseguraban que este hecho fue el detonante de la caída en
desgracia de Fouquet. A partir de ese momento, el rey decidió en Versalles su gran
palacio, aunque la idea de establecer la Corte tardaría un tiempo.
El Rey Sol se puso de inmediato en marcha. Contrató a los mejores artistas de Francia
para su nuevo palacio. El arquitecto Louis Le Vau fue el encargado de levantar el nuevo
palacio, el pintor Charles Le Brun se encargaría de su decoración, y André Le Notre
diseñó los esplendorosos jardines.
Las primeras obras se limitaron a ampliar el recinto de Luís XIII: se reformó el Patio de
Mármol, y en los jardines se habilitó el invernadero y el zoológico. El Rey Sol quería
que su palacio fuera el más esplendoroso de Europa, y pese a no desarrollarse los
grandes trabajos que vendrían más adelante, la inversión inicial fue enorme: un millón
cien mil libras. Tal gasto provocó las críticas de la nobleza, el duque de Saint-Simon
llegó a despreciar Versalles diciendo que era “un castillo de naipes”.

Los primeros festejos


Tras finalizar estas primeras obras, el rey quiso inaugurar el nuevo Versalles con unos
fastos que hicieran olvidar la fiesta de Fouquet. En 1664 tuvieron lugar las primeras
celebraciones, denominadas “Los festejos de la Isla Encantada”, duraron diez días
donde los asistentes disfrutaron con representaciones teatrales de la compañía de
Moliere (autor favorito del rey), grandes espectáculos de fuegos artificiales, y torneos
caballerescos. Un año después, se organizó una gran cacería en los bosques de Versalles
donde las damas de la Corte iban vestidas como amazonas. El rey creaba con estas
celebraciones un ambiente barroco donde se exaltaba la épica de los antiguos héroes. En
1668, se celebró una fiesta con 1.500 invitados para celebrar la firma del Tratado de
Aquisgrán. En estas fiestas los bailes y las mascaradas hacían las delicias del soberano,
marcadas por su ambiente de cortejo caballeroso a las damas.
Pese a la belleza del lugar, Versalles era pequeño para alojar a un gran número de
cortesanos. Era necesario ampliar el palacio. Se optó por mantener la edificación
antigua e irla reformando y agrandando. La idea original había sido hacer una nueva,
pero el ministro Colbert convenció al rey y al arquitecto Le Vau para que optaran por
una ampliación y así no se disparasen los costes.
A partir de 1668 comenzaron las grandes obras en Versalles. En esos años se construyó
el Gran Apartamento del rey –que incluyen los salones de la Abundancia, Apolo, Diana,
Martes, Mercurio y Venus- en el ala norte del palacio. Las estancias de la reina se
encontrarían al sur haciendo una simetría perfecta entre ambas alas. También se
construyó la impresionante fachada occidental (por el lado de los jardines), con
columnas de mármol, y balcones de hierro forjado y dorado, dándole un marcado estilo
francés. Una gran terraza unía las dependencias del rey con las de la reina.
El 11 de octubre de 1670 fallecía Le Vau. Fue sustituido por François Orsay. Pero quien
verdaderamente continuaría la edificación de Versalles y llegaría a ser arquitecto del rey
fue Jules Hardouin-Mansart quien tendría una gran sintonía con el monarca, y muchos
le acusarían de adulador.
El rey iba celebrando grandes fiestas para demostrar cómo quedaba su magnífico
palacio. En 1674 tuvieron lugar las “Grand Fêtes” seis días en los meses de julio y
agosto, donde el epicentro de las celebraciones estuvo en los jardines con un
espectáculo acuático y pirotécnico. De hecho, se organizó una cena en uno de los
pabellones de los jardines, y los invitados fueron llevados hasta allí en góndola por el
Gran Canal, pese a que no se había completado su construcción.
En 1678, Luís XIV ya había decidido que el palacio sería la sede de la Corte. Por este
motivo se levantaron dos grandes alas para alojar a todo el personal administrativo.
Mansart también fue el responsable de alguna de las estancias más significativas de este
palacio como son la Capilla (que no se finalizó hasta 1710), los Salones de la Guerra y
la Paz y la Galería de los Espejos, con sus 73 metros de longitud. Reformó la
espectacular fachada de más de 500 metros y le dio un estilo italiano aunque con las
grandes medidas propias de la arquitectura gala. Al mismo tiempo que se llevaban a
cabo estas reformas, los jardines se iban ampliando y en 1680 se completaba el Gran
Canal, con una longitud de 1.500 metros y que pretendía imitar a los canales
venecianos; de hecho, la República de Venecia regaló al rey una flotilla de góndolas que
hicieron las delicias del monarca en sus fiestas.
Mención especial merece la decoración interior del palacio. El tema dominante era la
mitología clásica. El Rey la supervisó escrupulosamente ya que deseaba que simbolizara
la grandeza de su persona y por extensión la de toda Francia. De este modo, el Gran
Apartamento se llenó de estatuas y pinturas de dioses del Olimpo y héroes de la
Antigüedad, también se encuentra una representación del Sistema Solar, donde como no
podía ser de otra manera, Luís XIV es representado como el Sol y todo lo demás gira a
su alrededor. Esta pasión por el culto solar también quedó patente en los jardines donde
predominan las estatuas de Apolo (dios griego del Sol), aunque tampoco hay que
olvidar la emblemática fuente de Neptuno que se terminaría en 1741. Los espejos
resaltaban los reflejos del mobiliario de plata maciza, que se tuvieron que vender en
1689. También se añadieron cuadros que resaltaban las victorias militares del Rey Sol.
El 6 de mayo de 1682, pese a que aun no habían finalizado completamente las obras,
Luís XIV se instala definitivamente en Versalles y lo hace sede de la Corte. La
construcción del palacio había sido una verdadera obra faraónica, en ella habían
trabajado casi cuarenta mil obreros con mil quinientas bestias de tiro para ayudar en las
obras. El coste total de la obra es difícil de calcular hoy en día, documentos de la época
hablan de 65 millones de libras, tal despilfarro puso a prueba los nervios del ministro
Colbert. Los historiadores actuales aún discuten el respecto, incluso han cifrado su coste
en moneda contemporánea: entre 9.500 y 236.000 millones de euros. Lo que sí está
claro es el número de personas que podía albergar permanentemente el palacio: tres mil,
y en la Corte llegaron a estar presente hasta diez mil normalmente nobles de segundo
orden, criados y soldados que se alojaban en el pueblo.

Un día con el Rey Sol


Con las obras concluidas, Luís XIV ya tenía el palacio que simbolizaba su poder y
grandeza. Pero no bastaba con contar con lujosas estancias, el rey necesitaba someter a
una nobleza que se había mostrado muy rebelde al principio de su reinado con las
revueltas de la Fronda. Por este motivo, el Rey Sol se llevó a su Corte fuera de París,
lejos de la ciudad podía controlar mejor a sus aristócratas. De hecho, concentró todo el
aparato del Estado dentro de los muros de su palacio, de esta forma Versalles se
convirtió en la capital de Francia.
Pero lo que realmente sirvió al rey para manejar a sus nobles y dejar claro que era el
poder fuerte, fue el estricto ceremonial que rodeaba a la Corte francesa. Todos y todo
giraban alrededor del monarca, y el soberano mostraba cada aspecto de su vida en
público: se despertaba, se vestía y comía ante los ojos de sus cortesanos. Incluso las
reinas daban a luz a la vista de toda la Corte.
Esta etiqueta palaciega comenzaba cada día a las ocho y media de la mañana, con la
ceremonia denominada Le lever du Roi (El despertar del Rey). El ayudante de cámara se
dirigía al monarca diciéndole: “Señor, es la hora”, a continuación entraban el médico y
el cirujano personal de Luís XIV certificaban que se encontraba con buena salud, y acto
seguido hacían su aparición los miembros de la familia real.
Tras un cuarto de hora de oraciones, llegaba el segundo ceremonial del protocolo: Petit
Lever. Un barbero le aseaba (el rey se afeitaba uno de cada dos días) y sus ministros
aparecían para darle los buenos días. A continuación, el monarca tomaba el desayuno y
dos cortesanos le ayudan a vestirle. Éstos últimos habían sido distinguidos con unos
cargos específicos y en muy alta estima por la aristocracia: el Primer Gentilhombre de
Cámara y el Maestro del Guardarropa.
El siguiente acto en la rutina diaria de Versalles demostraba quien contaba con el favor
de Luís XIV. Se trataba del Grand Lever, aquí asistían entre cuarenta y cien personas, se
trataba de la flor y nata de la nobleza que había realizado complejos juegos de poder
para poder llegar al círculo más íntimo del monarca. Mientras que el rey se acaba de
vestir, todos asistían en silencio –nadie podía dirigirle la palabra si él no lo hacía antes-
y el menor gesto del monarca podían significar la obtención de un favor real o la caída
en desgracia.
Tras estos actos protocolarios, el Rey y sus cortesanos atravesaban en procesión la
Galería de los Espejos para ir a misa en la Capilla. En este breve paseo se permitía hacer
llegar al rey peticiones por escrito que uno de sus guardias se encargaba de recoger. La
ceremonia religiosa duraba unos treinta minutos.
Después de la misa, es decir sobre las once de la mañana, Luís XIV se reunía con sus
ministros. Iba alternando los asuntos a tratar, así por ejemplo los miércoles y los
domingos solía ocuparse de la política exterior, los martes y sábados economía, y el
resto de días asuntos internos. Aunque esta rutina de trabajo podía cambiarse por deseo
del monarca o en tiempos de guerra. La actitud del rey ante sus ministros solía ser
escuchar atentamente, dejarles hablar, y, como buen monarca absoluto, tener él la última
palabra.
La hora de la comida era a la una del mediodía, en principio tenía carácter privado para
el rey y su familia; pero Luís XIV solía invitar a alguno de sus cortesanos. De nuevo,
poder sentarse a la mesa con el Rey Cristianísimo era uno de los mayores privilegios a
los que se podía aspirar, lo que generaba un tremendo juego de poder y conspiraciones
entre los cortesanos para ganarse semejante favor.
También es interesante señalar los menús que se servían cuando había un banquete.
Habían dos tipos, el primero de ellos lo conformaban cinco tipos de sopa, 14 entrantes y
16 entremés; el segundo estaba compuesto por 16 platos de asados, diez ensaladas, ocho
postres y once tipos de entremeses. Luís XIV además de tener un excelente apetito
quería que la cocina también fuese un reflejo del poder de Francia, por este motivo se
utilizaban los ingredientes más sabrosos sin importar su coste. Se traían especias de todo
el mundo, se desarrolló la repostería y los licores refinados, se incorporaron nuevas
frutas y verduras -como higos, espárragos o melocotones-, y se introdujeron las salsas y
los caldos. Gracias a este impulso la cocina francesa alcanzaría la fama internacional
que aún conserva hoy en día.
Por las tardes solía haber un paseo por los extensos jardines (a pie o en carroza), o se
practicaba uno de los pasatiempos favoritos del rey: cazar en los bosques cercanos.
Luego, el monarca atendía otros asuntos de Estado que normalmente se trataba de
firmar los documentos que su secretario le había preparado.
El día se acercaba a su fin con otro acto protocolario: la cena a las diez de la noche. De
nuevo, Luís XIV y su familia quedaban bajo la atenta mirada de los cortesanos, de
nuevo cada gesto del rey era cuidadosamente interpretado. Y ya para acabar se producía
el último acto de este estricto protocolo: Le coucher du Roi (El Rey se acuesta). A las
once y media de la noche los nobles elegidos daban las buenas noches al rey en un acto
similar al del Despertar del Rey. De este modo terminaba un día con el Rey Sol.
Las apariencias eran fundamentales en esta Corte. Mantener un figura elegante tanto por
las cualidades personales (atractivo físico o una mente ingeniosa), como vestir con
ropas lujosas. Los gestos estaban muy cuidados. Actos como a quién dirigirse y cómo, o
dónde sentarse formaban parte de un cuidado código de comunicación que marcaba la
posición de cada uno dentro del palacio.
Todo este protocolo estaba destinado a marca el dominio del soberano sobre los otros
nobles, y éstos caían en una dinámica de disputas para conseguir el favor del monarca,
pero la férrea disciplina de la Corte les hacía casi imposible poder conspirar contra su
señor. De todos modos, Luís XIV daba ejemplo siendo el primero en cumplir con la
estricta etiqueta, y no permitía que se rompiera el protocolo. El rey tenía pocos
momentos para su ocio privado, por ejemplo le encantaba jugar con sus perros en la sala
de billar. Este estricto ceremonial se mantuvo en los reinados de Luís XV y Luís XVI.

Fiestas en la Corte
Pese al estricto ceremonial, Luís XIV también estableció una serie de momentos para el
ocio de sus cortesanos. El gran momento de diversión eran las Soirées d’Apartement
(noches de Apartamento), tres veces a la semana (lunes, miércoles y jueves) entre las
siete y las diez de las noche se organizaban veladas donde la etiqueta se relajaba, y el
rey trataba de una manera más cercana a sus nobles.
Estas soirées tenían lugar en el Gran Apartamento del rey. En el Salón de la
Abundancia se instalaban mesas con café, chocolate deshecho, vinos y licores; en el
Salón de Venus se servían los manjares más exóticos. Los bailes se desarrollaban en el
Salón de Marte, y en los de Mercurio y Apolo actuaban músicos y se organizaban
partidas de cartas y de billar, donde estaba mal visto no apostar en una cantidad
adecuada.
Al Rey Sol le encantaba conversar y bromear con sus nobles, y era muy aficionado a
hacer halagos a las damas. Este último aspecto fue utilizado por sus enemigos para
presentar al monarca como un personaje promiscuo. Es cierto que tuvo amantes, pero la
propaganda en su contra exageró su gusto por las mujeres. A parte de su esposa, María
Teresa de Austria (hija del rey español Felipe IV), tuvo tres amantes. La primera,
Mademoiselle de La Vallière le dio cuatro hijos, luego estuvo con la marquesa de
Montespan con la que tuvo ocho hijos pero acabó cansándose de su fuerte
temperamento. Tras las muerte de su esposa, se enamoró de Madame de Maintenon, la
institutriz de sus hijos, y con la que se casó en secreto.
Otras celebraciones que tenían lugar en Versalles eran las representaciones musicales y
teatrales. Como se ha visto, el rey comenzó dando fiestas en los lujosos jardines del
palacio, pero su afición por las representaciones dramáticas le hizo organizar los
acontecimientos sociales en el interior. Entre 1682 y 1715 hubieron 1.200
representaciones de autores como Molière, Pierre Corneille y Jean-Baptiste Racine.
Curiosamente, los fuertes gastos por las guerras de Francia retrasaron la construcción
del teatro hasta 1722, ya en el reinado de Luís XV.
Versalles tras Luís XIV
El Rey Sol murió en 1715 había construido un palacio para su gloria pero que también
simbolizase la fuerza de la Francia de los Borbones. Pero su heredero Luís XV no
mostró tanto aprecio por Versalles, y no supo mantenerlo como un ejemplo de la
grandeza de su estado, sino que lo reformó para satisfacer sus caprichos personales. De
hecho, la Corte abandonó Versalles hasta 1722. El nuevo rey regresó con doce años y
decidió mantener el ceremonial por respeto a la memoria de su bisabuelo.
Pero el estricto protocolo agobiaba a Luís XV y no le gustaba la arquitectura del palacio
así que emprendió una serie de reformas para adecuarlo a su gusto. De hecho, prefería
habitar en el gran Trianón, o en otros palacios como Compiègne o Fontainebleau. Los
cambios más importantes del nuevo monarca fueron la demolición de la Estancia de los
Baños y de la majestuosa Escalera de los Embajadores, se acabó de construir la Ópera y
se levantaron el salón de Hércules y el Pequeño Trianón.
Uno de los cambios más drásticos fueron los que se realizaron en las habitaciones de la
familia real. El rey se sentía prisionero en el Gran Apartamento y destetaba la
habitación de su bisabuelo. Por este motivo, mandó reformar las estancias para hacerlas
más acogedoras. Luís XV trasladó su dormitorio a la antigua sala del billar, porque
consideraba que la habitación real era muy fría. Cada mañana se trasladaba del nuevo
dormitorio al tradicional para empezar la ceremonia del Le lever du Roi .
Pero si un personaje destaca en esos años en la Corte de Versalles fue sin duda Madame
de Pompadur. Ella y el rey se conocieron en un baile de máscaras en 1745 con motivo
del cumpleaños del Delfín, y el monarca quedó tan prendado que inmediatamente la
convirtió en su amante. Además de compartir lecho con el soberano de Francia, gozó de
una gran influencia en los asuntos de Estado, como en el cambio de alianza de París que
abandonó a Prusia para unirse a su tradicional enemiga, Austria, en la Guerra de los
Siete Años. Incluso asesoró a Luís XV sobre arquitectura, concretamente en la
construcción del Petit Trianon o de la Plaza de la Concordia en París.
Además, Madame de Pompadour marcó un estilo en la Corte de Versalles. Luís XV
continuó con las representaciones teatrales (aunque en menor medida que su antecesor),
y las obras de Molière continuaban siendo apreciadas por los aristócratas. La amante del
rey participaba como actriz en estas obras. Además, popularizó el consumo del
champagne en las fiestas de palacio, llegó a decir que esta bebida aumentaba su belleza.
Pese a ser la amante del rey, siempre tuvo una gran relación con la reina María
Leszczynska, al fin y al cabo la figura de la concubina del rey era algo que estaba
aceptado en cualquier monarquía de la época.
Pompadour murió en 1764, habiendo dejado una impronta en todos los aspectos de la
Corte: política, moda, fiestas,... Pero su relevo en la Corte francesa lo tomaría otra mujer
de un carácter extraordinario: la reina María Antonieta.

El glamour de una reina


Sin duda, María Antonieta es la reina más famosa de la historia de Francia (ver CLÍO
52) y Versalles sería el lugar donde pasaría buena parte de su vida hasta su trágico final
en la guillotina en 1793.
Llegó una mañana de mayo de 1770 a Versalles procedente de su Viena natal, con tan
sólo 14 años para casarse con el Delfín de Francia, el futuro Luís XVI, quien tan sólo
era unos meses mayor que ella. Al poco tiempo de llegar al palacio, la joven princesa se
sintió incómoda con el rígido protocolo instalado por Luís XIV. Estar todo el día
pendiente de los diversos ceremoniales chocaba con las costumbres de la Corte imperial
austriaca, que dejaban más tiempo libre para la intimidad, “aquí hay demasiada etiqueta
para vivir la vida familiar” se quejó en una ocasión la princesa en una carta a su madre.
María Antonieta se sentía sola, no se llevaba muy bien con su marido y no acaba de
integrarse en el ambiente cortesano. Aunque la relación con su esposo mejoró tras la
subida al trono de ambos en 1774, su único consuelo era la correspondencia que
mantenía con su madre. Pero rápidamente encontró su refugio personal en el Petit
Trianon donde pudo escaparse del rígido protocolo que tanto la agobiaba. Aunque se
entregó a los actos festivos que se celebraban en palacio que hicieron las delicias de la
joven soberana dando origen a su leyenda de mujer frívola y caprichosa.
La reina se mostró como una apasionada del juego, especialmente las cartas, y apostaba
unas sumas desorbitadas. También revolucionó la moda de la época (ver CLÍO 44),
eligió a Rose Bertin como su modista personal. María Antonieta cambió los
tradicionales y pesados vestidos por piezas más ligeras, donde se dejaba ver algo más
del cuerpo femenino, provocando cierto escándalo. La monarca también se mostró una
apasionada de las poufs, grandes pelucas con un aparatoso peinado con las formas más
extravagantes.
Estas iniciativas de la reina fueron muy mal vistas por sus rivales en la Corte. En esos
años, se vivió un verdadero ambiente conspirativo, ya que buena parte de los satíricos
panfletos que se publicaban contra María Antonieta tenían su origen dentro del mismo
Versalles. Los contrarios a la reina, a la que se referían despectivamente como “la
austriaca”, le recriminaban que se hubiese trasladado al Petit Trianon, que convenciera
al rey de suspender la tradición de cenar en público y que se rodeara de un círculo de
advenedizos a los que dispensaba un trato excesivamente familiar, especialmente
murmuraban sobre su relación con el joven noble sueco Axel Fersen. También la
acusaban de derrochar grandes cantidades en vestidos y fiestas, lo que le hizo ganarse el
apodo de “Madame Déficit”. En definitiva, lo que no le perdonaban sus rivales era que
separaba al rey de la nobleza, este contacto entre monarca y aristocracia había sido la
mejor manera de promoción social.
La reina consciente de esta hostilidad centro su actividad en el Petit Trianon. Reformó
la decoración de este palacete con un estilo elaborado que ha recibido el nombre de Luís
XVI. También ordenó plantar unos jardines del estilo inglés. María Antonieta incluso se
permitió el capricho de instalar una pequeña granja donde ella misma cuidó un rebaño
de vacas suizas. Durante el verano, cada domingo se celebraban bailes donde por
expreso deseo de la reina, la etiqueta y el protocolo quedaba seriamente reducidos, e
incluso prohibió que se hablara de temas como la política internacional. María
Antonieta también se presentó como una amante del teatro, el número de
representaciones que se hicieron en esa época fue similar al del reinado de Luís XIV.
El fin de la Corte versallesca llegó en octubre de 1789, tres meses después del estallido
de la Revolución, una muchedumbre asaltó el palacio para obligar a los reyes a
establecerse en París. Poco después vendría el cautiverio, la proclamación de la
República y la ejecución de los monarcas. Irónicamente, el aislamiento que había
diseñado Luís XIV para demostrar el poder de la Corona había contribuido también a su
caída al alejarla del malestar del pueblo.

Versalles tras la Revolución


Con la caída de los Borbones Versalles dejaría de ser la sede de la Corte. En 1792 fue
saqueado por una muchedumbre que celebraba el fin de la monarquía. Napoleón
Bonaparte pensó durante un tiempo en convertirlo en su residencia una vez proclamado
Emperador, pero acabó desestimando la idea y prefirió establecer un hospital para
veteranos. La Restauración Borbónica intentó restaurarlo, Luis XVIII encargó una serie
de reformas, especialmente la Galería de los Espejos y la fachada. Pero la Revolución
de 1830 provocó su abandono definitivo.
Luís Felipe de Orleáns ya no residió en él y encargó al intendente del Presupuesto
Público, Camille Bachasson, que lo convirtiera en un museo en 1837. Versalles ya no
sería el centro de poder de uno de los estados más poderosos del mundo. Su
protagonismo político aparecería de forma puntual: Guillermo fue proclamado
emperador de Alemania en 1871, fue la sede del gobierno durante la revuelta de la
Comuna hasta 1879 y se certificó el final de la Primera Guerra Mundial en 1919.
Hoy en día Versalles es uno de los museos más grandes del mundo con 18.000 metros
cuadrados con las obras de arte que comenzó a reunir Luís Felipe. En el año 2003, el
Estado francés aprobó una primera partida presupuestaria de 135 millones de euros para
unas reformas que durarán más de una década. Pese a todo, el eco de su pasado
esplendoroso permanece intacto y sigue despertando la admiración de miles de
personas.

Iván Giménez Chueca

DESPIECE #1:
Versalles en cifras
800 hectáreas de terreno
20 kilómetros de caminos
46 kilómetros de espalderas
200.000 árboles y arbustos
210.000 flores plantadas cada año
132 kilómetros de filas de árboles
5.57 kilómetros de perímetro del Gran Canal
20 kilómetros de muros
50 fuentes
620 surtidores de agua
35 kilómetros de conductos de agua
Consumo total de las fuentes 3.600 metros cúbicos por hora
51.210 metros cuadrados la superficie total del palacio
2.153 ventanas
700 habitaciones
67 escaleras
6.000 cuadros
1.500 dibujos y 15.000 grabados

DESPIECE #2:
Un escenario de película
La reciente película de la directora Sofía Coppola, María Antonieta (2006) ha sido la
última producción que ha tiene Versalles como escenario de la acción. El mundo del
cine también se ha rendido a la magia de este palacio.
Si Versalles pudiera hablar (1954): Producción francoitaliana. Repasa toda la historia
del palacio desde la época de Luís XIV hasta la Revolución Francesa. El largometraje es
un gran espectáculo visual, con una excelente adaptación del ambiente de la época.
Las amistades peligrosas (1988): Producción estadounidense. Adaptación de la novela
del mismo título. Narra las turbulentas relaciones amorosas de diversos aristócratas en
la Corte francesa del siglo XVIII. Ganó tres Óscars: mejor guión adaptado, mejor
decoración y mejor vestuario.
Valmont (1989): Coproducción francoamericana. Otra adaptación de la novel Las
amistades peligrosas. Para algunos críticos, la estética más europea del filme refleja
mejor el ambiente de la época.
El Hombre de la Máscara de Hierro (1998): Producción estadounidense. Adaptación
de la novela de Alejandro Dumas. Ambientada en el Versalles de Luís XIV, narra la
historia de un misterioso prisionero que estuvo décadas en la Bastilla y que algunas
leyendas lo identifican con el hermano gemelo del mismísimo Rey Sol.

Música de Corte
La Corte de Versalles también fue un gran escenario para las actuaciones musicales,
eran famosos sus coros de música sacra durante las ceremonias religiosas, e incluso se
representaron óperas. Hoy en día, existen diversas recopilaciones de las composiciones
de aquella época. Musica a Versalles recoge música de la época aunque rehuye de las
piezas más tópicas de la época. Quien desee conocer el ambiente de las grandes fiestas
en los jardines puede encontrar Les grandes Eaux musicales de Versailles, y por último,
Louis XIV - Música para el Rey Sol en la Corte de Versalles como su propio titulo
indica un buen recopilatorio de melodías cortesanas.
DESPIECE #3:
Los jardines del Paraíso
Una visita a Versalles nunca está completa sin un paseo por sus hermosos y extensos
jardines. Luís XIV encargó su creación a André Le Notre, un verdadero experto en la
decoración de zonas verdes como las de Fontainebleau o Chantililly. El rey quería que
fuesen un símbolo de la búsqueda de paz y a la vez una muestra más de la grandiosidad
que quería transmitir todo el conjunto arquitectónico. Llevar a cabo este proyecto costó
casi una década entre 1661 y 1670, y supuso un gran esfuerzo ya que se tuvieron que
secar pantanos y superar una estrecha colina.
Son una clara muestra del cartesianismo francés por su cuidado ordenamiento del
espacio. Su estructura se basa en un eje central, por donde transcurre el impresionante
Gran Canal con una longitud de mil quinientos metros, y a partir de aquí surgen
diversos ejes secundarios. Las avenidas estas distribuidas en forma de estrella y los
estanques coronan las intersecciones. En su tiempo de máximo esplendor ocupaba 8.000
hectáreas, mientras que hoy en día tan sólo se extienden por 100 hectáreas. Esta
extensión estaba poblada por las más diversas especies vegetales, en su momento
destacó el pabellón de la Orangerie donde el rey reunió la colección más bella de
naranjos de toda Europa. En 1669, cuando los jardines estaban a punto de completarse
se plantaron 10349 olmos de la región de Compiegne, 14.300 castaños, o 6350 robles
traídos de los bosques reales repartidos por toda Francia.
Al igual que el interior del palacio, las esculturas y fuentes estaban dedicadas al dios
solar Apolo, especialmente el gran estanque occidental que presenta a la divinidad
griega con su carro con cuatro caballos. Tampoco se puede olvidar el estanque de
Neptuno, cuyos juegos de aguas y luces son una espléndida atracción nocturna. Otros
rincones interesante son el Huerto del Monarca, de donde salían los alimentos que luego
se servían en la mesa del rey, o el “arboretum” de Chèvreloup donde había especies
vegetales de todo el mundo.

DESPIECE #4:
Fechas para la Historia
Versalles ha sido testigo de un sinfín de acontecimientos históricos de gran magnitud:
coronaciones de reyes, tratados internacionales o grandes eventos culturales. Unos
eventos dignos del lugar que les acogió.
1623: Luís XIII ordena construir un modesto refugio de caza en medio del bosque
1651: Luís XIV hace la primera visita a Versalles y quedaría encantado del lugar
1682: El Rey Sol fija su residencia de manera permanente en el palacio
1683: Nace el nieto de Luís XIV, Felipe d’Anjou, quien reinaría en España como Felipe
V.
1715: Fallece Luís XIV
1717: El zar ruso Pedro el Grande visita Versalles
1764: Un joven Wolfang Amadeus Mozart toca ante el rey Luís XV
1770: Boda entre el Delfín (futuro Luís XVI) y María Antonieta
1778: Benjamín Franklin acude a Versalles para firmar la alianza entre Francia y los
rebeldes de las colonias de América del Norte.
1783: Se firma el Tratado de Versalles entre Gran Bretaña, Francia, España y los
rebeldes norteamericanos. Estados Unidos se convierte en una nación independiente
1789: Estalla la Revolución. Los reyes son llevados a París
1837: Versalles se convierte en un museo
1871: Guillermo I de Prusia es coronado emperador de Alemania en la Galería de los
Espejos
1919: Se firma el Tratado de Versalles que certifica la victoria de los Aliados sobre
Alemania en la Primera Guerra Mundial.

DESPIECE #5:
Inspiración para toda Europa
El esplendor del palacio de Versalles provocó que numerosos dirigentes de Europa lo
tomaran de modelo para sus residencias. El ejemplo más claro es el castillo de
Herrenchiemsee levantado por Luís II de Baviera (ver CLÍO 41) quien vivió
obsesionado por tener una réplica de la residencia de los monarcas galos.
En 1717, el zar Pedro el Grande visitó Versalles, quedó tan prendado que tomó el
modelo francés para el palacio de Peterhof que se estaba construyendo en San
Petesburgo. Las obras principales concluyeron en 1721, pero los monarcas rusos fueron
incorporando diversas reformas y ampliaciones.
En el resto de Europa también se pueden encontrar otros lugares inspirados en
Versalles: Aranjuez en España (ver CLÍO 58), en Inglaterra está el palacio de Blenheim
–curiosamente fue la residencia del duque de Malborough, archienemigo de Luís XIV-;
Italia cuenta con el palacio de Caserta entre otros, y el de Schönbrunn en Austria
también tiene influencias de la arquitectura francesa.

SUGERENCIAS
- LUIS XIV, Manera de mostrar los jardines de Versalles, Abada Editores, 2004.
- SMITH, D. L., Luis XIV, Akal, 1994.
- ZWEIG, S., María Antonieta, DeBolsillo, 2004.

Internet:
- http://www.chateauversailles.fr/

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