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MISA CON EL PAPA EN SANTA MARTA

(OR., 9, 28 de febrero de 2014, p. 10)

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?


«Y vosotros, ¿quién decís que soy?». La pregunta de Jesús a sus
discípulos alcanza, después de dos mil años, a cada uno de nosotros y pide
una respuesta. Una respuesta que no se encuentra en los libros como una
fórmula, sino en la experiencia de quien sigue de verdad a Jesús, con la
ayuda de un «gran trabajador», el Espíritu Santo. Es éste el perfil del
discípulo trazado por el Papa Francisco en la misa del jueves 20 de febrero
en la Casa Santa Marta.
En el centro de la meditación del Papa está Pedro, así como lo
presenta el pasaje evangélico de Marcos (8, 27-33). Precisamente Pedro,
explicó, «fue ciertamente el más valiente ese día, cuando Jesús preguntó a
los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro respondió con
firmeza: «Tú eres el Mesías». Y después de esta confesión, comentó el
Pontífice, probablemente se sintió «satisfecho dentro de sí: ¡he respondido
bien!».
Sin embargo, el diálogo con Jesús no termina así. En efecto, «el
Señor –dijo el Papa– comenzó a explicar lo que tenía que suceder». Pero
«Pedro no estaba de acuerdo» con lo que había oído: «no le gustaba ese
camino» proyectado por Jesús.
También hoy, prosiguió el obispo de Roma, «escuchamos muchas
veces dentro de nosotros» la misma pregunta dirigida por Jesús a los
apóstoles. Jesús «se dirige a nosotros y nos pregunta: para ti, ¿quién soy yo?
¿Quién es Jesucristo para cada uno de nosotros, para mí? ¿Quién es
Jesucristo?». Y, destacó el Pontífice, también «nosotros seguramente
daremos la misma respuesta de Pedro, la que hemos aprendido en el
catecismo: ¡Tú eres el Hijo de Dios vivo, Tú eres el Redentor, Tú eres el
Señor!».
Diferente es la reacción de Pedro «cuando Jesús comenzó a
explicar lo que tenía que suceder: el Hijo del hombre tenía que padecer
mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar a los tres días». A Pedro, afirmó el Papa, «ciertamente
no le gustaba este discurso». Él razonaba así: «¡Tú eres el Cristo! ¡Tú
vences y vamos adelante!». Por esta razón «no comprendía este camino» de
sufrimiento indicado por Jesús. Así que, como relata el Evangelio, «se lo
llevó aparte» y «se puso a increparlo». Estaba «tan contento de haber dado
aquella respuesta –‘Tú eres el Mesías’– que se sintió con la fuerza para
reprender a Jesús».
El Papa Francisco releyó palabra por palabra la respuesta de Jesús
a Pedro: «Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
‘Aléjate de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios’».
Por lo tanto, para «responder a esa pregunta que todos nosotros
percibimos en el corazón –quién es Jesús para nosotros– no es suficiente lo
que hemos aprendido, estudiado en el catecismo». Es ciertamente
«importante estudiarlo y conocerlo, pero no es suficiente», insistió el Santo
Padre. Porque para conocerlo de verdad «es necesario hacer el camino que
hizo Pedro». En efecto, «después de esta humillación, Pedro siguió adelante
con Jesús, contempló los milagros que hacía Jesús, vio sus poderes...».
Sin embargo, «a un cierto punto Pedro negó a Jesús, traicionó a
Jesús». Precisamente en ese momento «aprendió esa difícil ciencia –más
que ciencia, sabiduría– de las lágrimas, del llanto». Pedro «pidió perdón» al
Señor.
E incluso, «en la incertidumbre de aquel domingo de Pascua,
Pedro no sabía qué pensar» de lo dicho por las mujeres acerca del sepulcro
vacío. Y así también él «fue al sepulcro». En el Evangelio, recordó el Papa,
no se recoge «explícitamente el momento, pero se dice que el Señor
encontró a Pedro», se dice que Pedro «encontró al Señor vivo, solo, cara a
cara». Y así «esa mañana, en la playa del Tiberíades, Pedro fue interrogado
otra vez. Tres veces. Y él sintió vergüenza, recordó aquella tarde del jueves
santo: las tres veces que había negado a Jesús». Recordó «el llanto». Según
el Papa, «en la playa del Tiberíades, Pedro lloró no amargamente como el
jueves, pero lloró».
Por lo tanto, «la pregunta a Pedro –¿Quién soy yo para vosotros,
para ti?– se comprende sólo a lo largo del camino, después de un largo
camino. Una senda de gracia y de pecado». Es «el camino del discípulo».
En efecto, «Jesús no dijo a Pedro y a sus apóstoles: ¡conóceme! Dijo:
¡sígueme!». Y precisamente «este seguir a Jesús nos hace conocer a Jesús.
Seguir a Jesús con nuestras virtudes» y «también con nuestros pecados.
Pero seguir siempre a Jesús».
Para conocer a Jesús, reafirmó el Santo Padre, «no es necesario un
estudio de nociones sino una vida de discípulo». De este modo, «caminando
con Jesús aprendemos quién es Él, aprendemos esa ciencia de Jesús.
Conocemos a Jesús como discípulos». Lo conocemos en el «encuentro
cotidiano con el Señor, todos los días. Con nuestras victorias y nuestras
debilidades».
Se trata de «un camino que no podemos hacer solos», precisó el
Papa. Por lo tanto, se conoce a Jesús «como discípulos por el camino de la
vida, siguiéndole a Él». Pero esto «no es suficiente», advirtió el Papa,
porque «conocer a Jesús es un don del Padre: es Él quien nos hace conocer
a Jesús». En realidad, puntualizó, esto «es un trabajo del Espíritu Santo, que
es un gran trabajador: no es un sindicalista, es un gran trabajador. Y trabaja
siempre en nosotros; y realiza esta gran labor de explicar el misterio de
Jesús y darnos este sentido de Cristo».

La fe no es casuística
Preguntarse qué puede hacer y qué no puede hacer la Iglesia, o
bien, qué es lícito y qué no, es caer en la casuística que, junto con la
ideología, es el signo de reconocimiento de una persona que conoce de
memoria la doctrina y la teología pero sin fe. Porque la fe jamás es
abstracta: se testimonia.
Precisamente del riesgo de una fe sin obras el Papa Francisco
alertó el viernes 21 de febrero. Punto de partida de la reflexión del Pontífice
fue el pasaje de la carta de Santiago (2, 14-24.26) según el cual así como el
cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está
muerta. «El apóstol Santiago –explicó el Papa– hace esta catequesis» que
«es una exhortación sobre la fe: quiere explicar bien cómo es la fe». Y para
hacerlo «juega con esta contraposición entre la fe y las obras». La
afirmación de Santiago «es clara: una fe que no da fruto en las obras no es
fe».
«También nosotros –advirtió el Papa– nos equivocamos muchas
veces acerca de este punto». Y «oímos decir: ¡yo tengo tanta fe!», o bien
«¡yo creo en todo!», pero precisamente «la persona que dice esto tal vez
tiene una vida tibia, débil». En tal medida que «su fe es como una teoría,
pero no está viva en su vida».
En la carta, prosiguió el Pontífice, «cuando el apóstol Santiago
habla de fe habla precisamente de la doctrina, del contenido de la fe». Es
como si dijera a cada uno de nosotros: «vosotros podéis conocer todos los
mandamientos, todas las profecías, todas las verdades de fe, pero si esto» no
se traduce «en la práctica y en las obras, no sirve».
Así, precisó el Papa, «podemos recitar el Credo, teóricamente,
incluso sin fe. Y hay muchas personas que lo hacen. También los
demonios». En efecto, añadió, «los demonios conocen muy bien lo que se
dice en el Credo y saben que es verdad. ‘Tiemblan’ dice el apóstol
Santiago, porque saben que es verdad» incluso sin tener fe. Por lo demás,
afirmó el Pontífice, «tener fe no es tener un conocimiento: tener fe es
recibir el mensaje de Dios que nos trajo Jesucristo, vivirlo y llevarlo
adelante».
El Papa Francisco indicó «los signos» para reconocer «a una
persona que sabe lo que se debe creer, pero no tiene fe»; y señaló dos en
particular, que se encuentran en el Evangelio. Un primer signo que revela el
conocimiento de la teología sin fe «es la casuística». Y recordó a todos
aquellos que se acercaban a Jesús para presentarle casuísticas como: «¿es
lícito pagar los impuestos al César?», o bien el caso de «la mujer viuda,
pobrecita, que según la ley del levirato, tuvo que casarse, para tener un hijo,
con los hermanos de su marido». Esta es «la casuística». Y «la casuística –
dijo el Papa– es precisamente el sitio adonde van todos los que creen tener
fe», pero sólo conocen el contenido.
El segundo signo indicado por el Papa es la ideología. No se
puede ser, dijo, precisamente «cristianos que piensan la fe como un sistema
de ideas». Es un riesgo que existía «también en el tiempo de Jesús» y lo
representaban los gnósticos. De este modo, explicó el Papa, quienes «caen
en la casuística o en la ideología son cristianos que conocen la doctrina,
pero sin fe. Como los demonios. Con la diferencia que aquellos tiemblan,
éstos no: viven tranquilos».
Así, el Papa Francisco propuso tres figuras concretas, tomadas del
Evangelio, que, en cambio, «no conocen la doctrina, pero tienen mucha fe».
Y habló de la mujer cananea, una pagana, que tenía fe en Jesús «porque el
Espíritu Santo le había tocado el corazón». Luego, la samaritana, que «antes
no creía en nada» o creía de modo equivocado, pero tuvo «fe tras el
encuentro con Jesús». Tuvo fe «porque encontró a Jesucristo y no verdades
abstractas».
La tercera figura evangélica que volvió a proponer el Papa es la
del «ciego de nacimiento que fue a pedir a Jesús la gracia de ver». Ese
hombre «no sabía teología, tal vez conocía los mandamientos». Sin
embargo, reconoció en Jesús al Hijo de Dios «y de rodillas adoró al Señor».
He aquí, por lo tanto, las dos realidades contrapuestas: por una
parte «los que tienen doctrina o saben las cosas» y por otra «los que tienen
fe». Con una certeza: «la fe conduce siempre al testimonio. La fe es un
encuentro con Jesucristo, con Dios».
Y este encuentro «conduce al testimonio», como destaca el
apóstol Santiago en su carta, y remarca que «una fe sin obras, una fe que no
te implica y no te lleva al testimonio, no es fe. Son palabras. Y nada más
que palabras».

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