Está en la página 1de 4

El 9 de noviembre pasado, el Congreso peruano violó la Constitución.

Ciento cinco
congresistas declararon la incapacidad moral permanente del presidente Martín
Vizcarra y lo destituyeron. ¿Cuáles fueron las razones? Denuncias por corrupción
que vienen siendo investigadas por la Fiscalía; mentiras reiteradas; imputaciones
que, según los congresistas, ponían en tela de juicio su idoneidad moral y no
garantizaban la transparencia de las elecciones del 11 de abril.

En siete días, el presidente fue vacado; una decisión inconstitucional e


irresponsable que colocó al entonces presidente del Congreso, Manuel Merino,
como presidente del país. Un funcionario sin legitimidad. Ello ha generado una
intensa reacción ciudadana con protestas en las calles. Los jóvenes han marcado la
pauta y evidenciado su compromiso con la democracia. El abuso policial,
respaldado por el Gobierno, ha causado la muerte de dos estudiantes, varios
heridos y desaparecidos. Merino tuvo que renunciar y, desde el 17 de noviembre,
contamos con un nuevo presidente: Francisco Sagasti.

¿Por qué lo sucedido es inconstitucional? ¿Será posible evitar el ejercicio abusivo


de la vacancia?

La vacancia por incapacidad moral permanente apareció en la Constitución de


1839; una Carta Magna autoritaria que fortalecía en exceso al presidente de la
República. Pensar que ella permitiría que los simples votos de un Congreso
pudieran vacar a un presidente no era coherente con el modelo planteado. Por eso
tiene mucho sentido pensar que, en realidad, se refería a la incapacidad mental.
Era indicativo que la norma estuviera ubicada al costado de la vacancia por
incapacidad física ("perpetua imposibilidad física o moral").

El texto se mantuvo, a lo largo de las constituciones, hasta la actual de 1993


(artículo 113.2), promulgada por Alberto Fujimori para perpetuarse en el poder. El
texto vigente (artículo 117) sólo permite acusar al presidente durante su mandato
cuando comete traición a la patria, impide las elecciones o el funcionamiento de
los organismos electorales, o disuelve (al margen del supuesto
constitucionalmente admitido) el Congreso. De lo contrario, habrá que esperar a
que su mandato acabe para acusarlo. La vacancia por incapacidad moral
permanente era una cláusula "dormida" (Gargarella) que despertó con fuerza en un
Congreso en el que el presidente carecía de mayoría parlamentaria. Recordemos.

En 2016, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) ganó las elecciones en segunda vuelta y
perdió Keiko Fujimori. Ella tenía mayoría en el Congreso (73 de 130 congresistas),
pues quedó mejor ubicada en la primera vuelta y anunció "gobernar desde el
Congreso". Al poco tiempo (diciembre de 2017), planteó la vacancia de PPK y
perdió, al no obtener los 87 votos necesarios. PPK negoció para evitar su
destitución. Al segundo intento (marzo de 2018), renunció; de lo contrario, habría
sido vacado. Lo reemplazó Martín Vizcarra, como primer vicepresidente de la
República, pero persistía la confrontación con el Congreso. El 30 de setiembre del
2019, el presidente disolvió constitucionalmente el Congreso. El Tribunal
Constitucional (TC) resolvió la controversia, como corresponde en una democracia
moderna. La disolución era válida, no había sido un golpe de estado.

Nuevas elecciones y nuevo Congreso. Vizcarra, sin partido y sin congresistas que lo
respaldaran, tuvo a la Cámara legislativa en contra. Se inició una nueva vacancia
(septiembre de 2020) que sólo obtuvo 32 votos; la primera contra Vizcarra.
Previamente, había entrado en escena el TC, pues el 14 de septiembre el Gobierno
había presentado una demanda competencial para que aquél determinara si era
inconstitucional la amplísima interpretación de vacancia por incapacidad moral
permanente esgrimida por el Congreso. Se pidió una medida cautelar, es decir,
una resolución previa a la sentencia que 'congelara' la situación hasta que el TC
se pronunciase. No la concedió, grave error. Si lo hubiera hecho, no habríamos
padecido esta situación; todo habría quedado congelado hasta el pronunciamiento
del Tribunal.

El 2 de noviembre se admitió una nueva vacancia y en siete días –el lunes 9–


destituyeron al presidente. El Congreso esperó hasta el último minuto para
contestar la demanda competencial, luego de vacar a Vizcarra. Todo estaba
planificado. El señor Merino, quien asumió el poder por ser presidente del
Congreso y no haber más vicepresidentes, pretendía evitar que el TC se
pronunciara.

Su ministra de Justicia, Delia Muñoz, pidió al procurador general, el abogado del


Estado, que renunciara, pues pretendía que se desistiera de continuar con la
demanda competencial. Se estrenó con desconocimiento y autoritarismo: en estos
procesos no cabe el desistimiento, como tampoco la afectación a autonomías.
Daniel Soria, el valiente procurador, se negó a hacerlo en defensa de su
autonomía. A los pocos días, la ministra tuvo que renunciar. La permanencia de
Merino en el cargo ante la reacción ciudadana, los abusos cometidos y su
desconocimiento de lo que sucedía en el país exigían su inmediata salida. Ahora
están denunciados él, su presidente del Consejo de Ministros, Antero Flores-Aráoz,
y su ministro del Interior, Gastón Rodríguez, por homicidio calificado y lesiones
graves; es decir, por delitos contra los derechos humanos, por la abusiva represión
contra los jóvenes manifestantes.
El 25 de junio de 1993, en Guatemala, la Corte de Constitucionalidad declaró de
oficio la inconstitucionalidad del decreto del presidente Jorge Serrano que
disponía un autogolpe, similar al de Fujimori del 5 de abril de 1992. El TC peruano
no es el de Guatemala. Está dividido. El 19 de noviembre, declararon la
improcedencia de la demanda competencial por cuatro votos. La minoría (tres)
consideró que debía haberse declarado fundada. Según la mayoría, no había
materia sobre la cual pronunciarse, pues la vacancia del ex presidente Vizcarra era
un hecho consumado y "no había nada que resolver". El TC no quiso interpretar.
Abdicó de sus funciones al declarar la sustracción de la materia.

Para garantizar el equilibrio de poderes, la vacancia por permanente incapacidad


moral debe ser interpretada de manera restrictiva. No procede si hay
investigaciones penales en curso y tampoco por mentiras. Hacerlo en tales
supuestos es inconstitucional. El Congreso no es fiscal ni juez. Además, el régimen
político peruano es presidencial. Pensar que la permanencia de un presidente
depende de los votos (87 de 130) y de la confianza del Congreso es
desnaturalizar el régimen político. Convierte al presidente en un ministro que
puede ser censurado. Ello debilita la institución y hace que la vacancia sea una
censura encubierta o un debate de votos y no de razones. Tampoco es
un impeachment ni un juicio político.

Si el TC se hubiera tomado la Constitución en serio y realizado una interpretación


restrictiva de esta causa de vacancia, habría evidenciado que la designación de
Merino tuvo un origen inconstitucional. Pero, además, hubiera dotado de
garantías a la institución presidencial. Habría evitado que la Presidencia de
Francisco Sagasti fuera desestabilizadla, pues el partido que lo representa no tiene
mayoría en el Congreso. Así como el 16 de noviembre obtuvo 97 votos para ser
elegido presidente del Congreso y, por ello, pudo asumir la Presidencia de la
República, un cambio en el temperamento de congresistas con intereses diversos
podría, en caso de conflicto, generar una nueva vacancia. Sólo necesitan 87 votos.

Es grave constatar la actitud de la mayoría del TC de negarse a delimitar los


alcances de esta cláusula constitucional que se activa en atención de los intereses
políticos de un Congreso que ha demostrado su permanente irresponsabilidad. La
sede del Constitucional es un inmueble del siglo XVI declarado patrimonio cultural
de la nación y conocido históricamente como la Casa de Pilatos. Esta sentencia
parece haberse inspirado en el nombre de la sede. No contribuye a afianzar la
estabilidad democrática en el país. 

También podría gustarte