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Cuerpo es color

aportado por Carmen Del Barrio Porto —Colaboradores: ravarz, david

Un artículo breve de Margherita Spagnuolo Lobb sobre la experiencia de la diversidad y la visión


dicotómica de las cosas: sano/enfermo, correcto/incorrecto, etc.

  Verdaderamente, dar espacio a la cultura de la diversidad, tal y como se entiende en el


proyecto testimoniado por este catálogo, es mucho más sobrecogedor de lo que parece. No sólo se trata de
admitir que el Down y el esquizofrénico, por ejemplo, tienen capacidades que deben ser valorizadas, sino,
sobre todo, de dejarse conmover por su modo de ser, de modificar nuestro mundo gracias a la experiencia
de su diversidad. No se trata sólo de darles la posibillidad de expresarse, sino también y sobre todo de
incluir en nuestro ser la experiencia que tenemos de su ser.

   Para integrarlos realmente hace falta que consigamos de algún modo sentir como ellos, meternos en su
piel. Se trata de activar -nosotros- nuestra capacidad empática (nuestras neuronas espejo), para sentir
como sienten ellos. Así sabremos que el mundo puede ser visto también a su manera, que el nuestro no es
el único modo de vivir, percibir y actuar, que el nuestro es sólo un pequeño y limitado mundo. Sólo
podremos promover verdaderamente la cultura de la diferencia mirando al otro con la humildad y el
éxtasis de quien mira un cuadro o una obra de arte.

   En efecto, se trata de cambiar la cultura: de la epistemología dicotómica que divide el mundo en sano y
enfermo a la epistemología del sentir estético. Esta última no tiene necesidad de dividir las cosas en
categorías opuestas (en la que una es, en general, más deseable que la otra). La epistemología estética se
basa en el principio de la autorregulación de lo que es, en un cambio que viene por evolución natural y
por adaptación, no por imposición.

   Muchas cosas nuevas, quizá demasiadas, están implicadas en la cultura de la diferencia, y requieren la
evolución de aspectos sobre los que está fundada nuestra sociedad. Sobre todo el concepto de correcto y
erróneo, y de sano y enfermo. En el sentir común, estamos regulados bajo el concepto estadístico de
"norma". La norma es esa franja de la curva de Gauss en la que recaen la mayor parte de un cierto tipo de
cosas objeto de estudio (por ejemplo, comportamientos, pensamientos, etc.). La norma es lo que la mayor
parte de las personas hacen o piensan. De algún modo somos llevados a definir la norma como lo que es
acertado o sano. Pero si la mayor parte de las personas de una comunidad robase o cometiera violencia,
no podríamos pensar en ese comportamiento como normal. En suma, pensar que la norma es sinónimo de
salud o de justicia sirve para tranquilizarnos respecto a quien no sigue la norma, pero no tiene lógica per
se. Con la misma modalidad perversa, en el pasado se ha considerado al que es diferente como malvado o
enfermo. Es el caso del enfermo mental, del discapacitado físico o mental, y de las minorías sociales,
religiosas o étnicas. Además, la cultura occidental ha basado sus propias certezas en la tradición
cartesiana de la división entre cuerpo y mente, de la pretendida superioridad de la mente sobre el cuerpo,
y en una serie de dicotomías unidas, como bueno/malo, individual/social, espiritual/material,
corporal/mental, privado/político, etc... Durante siglos, el pensamiento dicotómico se ha habituado al uso
de categorías mentales separadas del sentir corporal: las emociones pueden desviarnos de la vía recta, las
sensaciones corporales pueden confundirnos y hacernos perder el norte.

   La crisis cultural y de valores que ha acompañado a la sociedad postmoderna ha puesto por fin también
en tela de juicio la mentalidad dicotómica. Si no existen puntos de referencia ciertos, no podemos ni
siquiera referirnos a las normas, cualesquiera que sean: ninguna es firme, los valores son relativos a un
grupo social, también los dioses pertenecen a una cultura y no son absolutos. Por lo tanto, si no hay
certeza sobre los valores, ¿quién es el sano y quién el enfermo? Hubo unos años (los sesenta) en que se
empezó a hablar de la integración de las diferencias, los años de la revolución de las minorías. Aquella
revolución dio, es cierto, dignidad legal y existencial a los "diferentes", pero no ha cambiado
radicalmente la actitud social hacia ellos. Es el diferente el que debe ser integrado en la sociedad, pero
¿cómo? El diferente tiene que ser devuelto a la sociedad a la que pertenece, bien porque es precisamente
la fractura con ésta la que engendra el problema (como se lee en el pensamiento antropológico de la
antipsiquiatría), bien porque en cualquier caso tiene algo que decir y que enseñar a los demás (como en el
caso de la rebelión de las minorías sociales).

   Este apropiadísimo principio cultural no ha estado durante años suficientemente respaldado por nuevas
capacidades relacionales que puedan funcionar de instrumento concreto para integrar realmente la
diversidad en la vida "normal." ¿Cómo comunicarse con un Down que ante la simple pregunta de cortesía
"¿cómo te llamas?", te sonríe y te toca un pecho? Es otro estilo comunicativo, que definimos enseguida
como equivocado, pero que se basa en un código relacional que podríamos aprender, como evidencia la
película "El octavo día", incluso en lo trágico de su epílogo.

Hoy, en la que ha sido llamada por el sociólogo Bauman la "sociedad líquida", por la incapacidad de
contención de las emociones y de cualquier acaecer corporal o social, formamos parte de un período
histórico en el que de algún modo nos enfrentamos continuamente con la diversidad (no siendo nosotros
más la norma), precisamente por esta liquidez en la que las formas nunca son estables: se cambia de
cadena televisiva, se cambia de familia, de pareja, se cambia la forma del cuerpo, se cambia de sexo, se
cambia de partido y, con los procesos de globalización, se cambia fácilmente de nacionalidad, de
productos de consumo, de lengua, etcétera. Quizás esta sociedad líquida podrá encontrar caminos
concretos para realizar la cultura de la diversidad.

   El camino que propone el proyecto mostrado en este catálogo es el que comparto: el encuentro con el
otro, con el mundo, en la concreción de los sentidos. "Cuerpo es color" invita no sólo a los chicos
hospedados en la Fundación Sant'Angela Merici sino también a todos nosotros a jugar el mundo
(Gadamer diría a "jugarlo" y “ser jugados por él") por los sentidos, es decir, usando el cuerpo sentido, el
cuerpo experimentado como medio de comunicación con el otro. La estética del sentir (aisthanomai es
una palabra griega que quiere decir "percepción mediada por los sentidos") es la antítesis de la dicotomía:
si se está con los sentidos no se puede separar el mundo en sanos y enfermos, o capacitados y
discapacitados: se puede advertir sólo el continuum de una percepción (el degradado del color, el gusto
más o menos salado, etcétera). Podremos decir: “Me gusta lo dulce”, “me gusta lo salado”, pero nunca
"Aquel gusto es acertado y aquel otro es erróneo."

   También hay otra ventaja en la lógica estética: el estar con los sentidos implica envolverse de las
sensaciones, una adaptación creativa a las situaciones. El Down que toca un pecho advertirá nuestra
reacción a su gesto, que puede ser divertida o vergonzosa, y entonces jugará con nosotros o nos consolará,
pero su intencionalidad (las ganas de recibir y dar ternura y cariño) se desarrollará modulándose con la
nuestra. En cambio, si le decimos "Esto no se hace”, paramos su energía de contacto con nosotros y, a la
primera ocasión, él volverá a la carga. Mientras que el sentir estético implica una evolución natural de las
sensaciones en el contacto, el pensar dicotómico bloquea las intencionalidades de contacto. Así, la lógica
estética sustenta el movimiento armónico y es la única que logra encontrar una respuesta en la
incertidumbre del momento, en la liquidez.

    A menudo nos preguntamos si los diferentemente capacitados sufren en su condición. Pero quien vive
junto a ellos sabe que su condición no es tan dolorosa como nuestra relación con ellos, si la basamos en
nuestros estándares de normalidad. Si, en cambio, entramos en la dimensión estética y hacemos que
nuestro cuerpo se convierta en color, entonces logramos encontrarlos allí, en el confín del contacto en el
que nuestra intencionalidad encuentra la suya, y nuestra humanidad se vuelve más grande.

Margherita Spagnuolo Lobb


Directora de la Scuola di Specializzazione in Psicoterapia
Istituto di Gestalt HCC, Italia

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