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La radio tuvo una rápida aceptación y se introdujo en el seno de la vida familiar dando cuerpo y vuelo a un

nuevo mundo de sentidos compartidos y novedosas formas de socialización y entretenimiento. Pero también,
como sucede con todos los medios de comunicación masivos, estuvo en el centro de las disputas de poder al
ser considerada por los diferentes gobiernos como un órgano eficaz para transmitir sus mensajes y fuera
objeto de censuras. Diversos artistas e intelectuales fueron convocados con entusiasmo por el nuevo medio,
pero algunas letras de tangos y modismos sufrieron la censura hasta mediados de la década del ´50. En 1948,
la Secretaría de Prensa y Difusión censuró el tango “Cafetín de Buenos Aires” escrito por Enrique Santos
Discépolo, por considerar a su letra “pesimista”. La carta de la Sociedad Argentina de Autores y
Compositores (SADAIC) al Presidente Juan Domingo Perón fue el principio del fin de la censura y cabe
destacar que el General solía utilizar el lunfardo en sus alocuciones.

De la década infame a la justicia social


Según el historiador Norberto Galasso, José Luis Torres acuñó la denominación de Década Infame “para
referirse a los años de la década del treinta, caracterizados por el fraude, la corrupción y la entrega del
patrimonio nacional” (2006: 2). Algunos recortes históricos hablan de su comienzo el 6 de septiembre de
1930 con el golpe de Estado que derrocó al presidente  Yrigoyen y de su finalización el 4 de junio de 1943
con el golpe militar llevado a cabo por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) en cuyas filas se encontraba el
Coronel Perón.

Podemos afirmar que nuestro país se encuentra desde su fundación como Estado Nación (1880) en una
situación de semicolonia bajo control británico (aunque con la Segunda Guerra la hegemonía se
reconfigurará mundialmente a favor de Estados Unidos) y en la política interna las mayorías populares se
ven sometidas y empobrecidas ante el poder de la oligarquía local bajo el predominio del modelo
agroexportador. Nuestra condición semicolonial se expresaba en los rostros de los desocupados, en la cola de
la olla popular, en la violencia callejera de las urbes, en la tuberculosis y en los hacinados de los conventillos.

En ese escenario se mueve el poeta que expresa con su arte el dolor de las multitudes. El artista popular que,
conmovido por un mundo sin esperanzas, lanza los dardos de sus letras al vacío: «Yo siento que mi fe se
tambalea que la gente mala vive… ¡Dios! mejor que yo». Es la sentencia de Enrique Santos Discépolo en el
tango Tormenta (1939).

Ese modelo de Estado oligárquico es desplazado con la llegada de Juan Domingo Perón al sentar las bases,
desde su temprano accionar en la Secretaría de Trabajo y Previsión y luego en la Presidencia, de un Estado
social, distributivo, intervencionista, de corte antiimperialista, nacional y popular. Con el peronismo se da un
tipo de desarrollo capitalista con base en el mercado interno nunca visto, con avances sociales para los
trabajadores y trabajadoras y la estatización del aparato productivo, transporte y servicios públicos. Si el
poeta había sufrido la tiranía donde los sueños y la felicidad del pueblo no tenían lugar, ahora sus letras, su
arte y toda su vida se tiñen de la contagiosa y valiente adhesión a las transformaciones de la década
peronista. Discépolo ya no lloraba por las causas perdidas, se entregaba amorosamente a la defensa de un
país de realizaciones efectivas.

La  industria cultural de la década peronista


Desde mediados de los años 30 y finales de los 50 es el momento de auge de la industria cultural argentina.
El cine, la industria editorial y la radio tienen una amplia recepción y, en muchos casos, (como el del libro
argentino en los mercados españoles, mexicanos, chilenos) sus productos se convierten en exportables y en
referencia para otros países. En especial, el período 1946-1948 es señalado como un momento culminante
del crecimiento cuantitativo de la industria cultural en la Argentina (Rivera, 1998). El peronismo estimuló las
ciencias, las artes y los saberes vinculados con lo popular y lo nacional.

La historia de los medios está marcada por el dilema que causa la introducción de las nuevas tecnologías y
cómo eso repercute en la sociedad transformando y reconfigurando las relaciones de las diferentes esferas y
grupos sociales. En la primera mitad del siglo XX, Adorno y Horkheimer lanzaban sus críticas sobre la
industria cultural. Así como muchos siglos antes Platón cuestionaba a la mediación de la escritura frente a las
virtudes del discurso oral del maestro. Los comienzos de la radio, el cine, los folletines suscitaron la
desconfianza y el recelo de un sector erudito de la cultura frente a las expresiones artísticas de la cultura
popular que eran tomadas y reconfiguradas en las nuevas matrices masivas de los medios. Los círculos
elitistas de la cultura se ven conmovidos por estas transformaciones y, en algunos casos, ven peligrar su
legitimidad en la vigilancia de lo que es la “verdadera” cultura frente a las expresiones “triviales” e
“inferiores” de los sectores populares y, ahora, del circuito comercial de medios masivos.

El peronismo, en su intento de configurar una conciencia nacional y una nueva idea de “patria” asocia a la
oposición política con la “antipatria”. También destaca el carácter imperialista de los medios de
comunicación procediendo a su control. Por este motivo, en el caso de la radio, el peronismo limita la
actuación de músicos extranjeros y se dispone la participación de un 75% de músicos argentinos. Por otra
parte,  la emisión de música grabada se limita a un 30%, coartando el negocio de las compañías grabadoras y
creando puestos de trabajo para los intérpretes.

El caso de Discépolo es interesante en este aspecto. Rivera (1998) lo define como un tipo de escritor
múltiple, que se adecua a las exigencias de los nuevos medios sin perder el rigor, la calidad y el compromiso
con lo popular. Dice Rivera (op. cit) refiriéndose a Discépolo y a Manzi:

«Ambos encontrarán puntos de ataque correctos para abordar y resolver las antinomias entre lo culto y lo
popular, y el resultado de estas búsquedas será una producción muchas veces sincretizadora, que ni traiciona
su fondo popular ni resigna a las tentaciones de la facilidad cierto exigente nivel de tratamiento formal y
conceptual.”

Discépolo: la experiencia radial del ciclo «¿A mí me la vas a contar?»

Enrique Santos Discépolo (1901-1951) se convirtió hacia el final de su vida en la voz radiofónica que
interpeló a una audiencia masiva desde un lenguaje que condensaba lo más rico de la cultura popular: sus
metáforas, sus matices, sus giros lingüísticos, la claridad, la cercanía, la algarabía, la risa y esa sangre que
hierve en la lucha cotidiana clamando justicia o defendiendo las conquistas. Si bien este artista multifacético
(fue guionista, actor, letrista, compositor, poeta) tuvo siempre un compromiso marcado con las diferentes
realidades de su tiempo, colocándose del lado de los que sufren.

Por eso, en este proyecto radiofónico hay una fuerte jugada política a favor del peronismo en momentos
decisivos para el país. Según Bosseti (1994), el proyecto de Discépolo se inserta en los programas cómicos
de comentario de la realidad. “¿A mí me la vas a contar?”, emitido por la Radio Nacional, contó con la
colaboración de los guionistas argentinos Abel Santa Cruz y Julio Porter, aunque en Discépolo quedó la
redacción definitiva. Se desarrolló en dos ciclos: el primero fue de 37 emisiones y el segundo de 2 emisiones.
Se trataba de monólogos que tenían como interlocutor construido a “mordisquito”, el estereotipo de
antiperonista “gorila” que se oponía a las transformaciones políticas del momento y anhelaba la vuelta
reaccionaria al “granero del mundo” para beneficio de las oligarquías y el imperialismo.

“Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago
a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría
de alguien y te encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva […] ¿Y por qué protestás? ¡Ah, no
hay té de Ceilán! Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez
miraban la nata por turno, ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta […] Te pasaste la vida tomando
mate cocido, pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay té de Ceilán. Claro, ahora la flota
es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero… ¡no hay
té de Ceilán!” (Primer ciclo, II emisión)

En este pasaje desnuda la mentalidad pequeñoburguesa o “medio pelo”, como diría Arturo Jauretche. Esta
situación pone a la alta clase porteña (colonizada por los modelos culturales de las clases dominantes de los
países centrales) como el objeto de imitación y repercute “en el ambiguo perfil de una burguesía en ascenso y
sectores ya desclasados de la alta sociedad”(Jauretche, 2008). Esos sectores que necesitan a la pobreza como
dato de diferenciación se encontraban con un nuevo paisaje donde los pobres eran sujetos de derecho:

“Porque había gente que, así como unos hacen tangos, pañoletas o mandados, ellos hacían pobres.
¡Fabricaban pobres! Y los pobres se te aparecían en los atrios de las iglesias, en las escaleras de los subtes, en
la puerta de tu propia casa, famélicos y decepcionados, con la cabeza como un paquete de pelo y debajo del
pelo la dignidad en derrota. ¿Y ahora los ves? Decíme, ¿los ves? ¡Claro que no los ves! ¿Y eso no te
conmueve? ¿O es que los extrañás?” (Primer ciclo, IV emisión)

En el siguiente pasaje, Discépolo se burla de la postura “negacionista” de los detractores que puede también
atribuirse a la intelectualidad del momento:

“Protestás porque te parece que es elegante. Lo hacés como una actitud. Hay personajes que consideran que
una actitud elegante en la vida es la de estar con un codo apoyado en el mostrador. Te parece que eso da
mucha importancia. Que te regala la apariencia de un hombre que tiene ideas, cuando la verdad es que negás
porque, en realidad, no tenés ninguna idea” (Primer ciclo, III emisión)

El puente que se puede tejer entre Discépolo y Jauretche es que ambos, desde diferentes esferas de prácticas
y discursos articularon una crítica a la “cultura oficial” y a sus defensores en un esfuerzo por desnudar  los
lazos coloniales y la mentalidad individualista que impedían la concreción de una verdadera liberación
nacional que integre y, además, tenga como protagonista a las masas populares.

Durante este periodo de gobierno peronista era común la promoción de rumores y la construcción de Perón
como “tirano”, “líder fascista” y símbolo de la “barbarie”. En relación a estas y otras acusaciones infundadas,
Discépolo increpa a “mordisquito” por echar a rodar mentiras y “cuchicheos” y busca hacerlo reflexionar
acerca de la irresponsabilidad de esos actos:

“¿Por qué hablás si no sabés? ¿De dónde sacaste esa noticia que echás a rodar desaprensivamente, sin pensar
en lo irresponsable que sos y en el daño que podés hacer? Estamos viviendo el tecnicolor de los días
gloriosos y vos me lo querés cambiar por el rollo en negativo del pesimismo, el chisme, la suspicacia y la
depresión. No, si yo a vos te conozco, ¡uf, si te conozco! Vos sos, mirá, vos sos el que no podés disponer de
hechos y entonces usás los rumores[…]” (Primer Ciclo, V emisión)

El siguiente pasaje es la última emisión del programa radial ¿A mi me la vas a contar? que se llevó a cabo el
10 de noviembre de 1951. Un día antes de la elección presidencial en donde podrían votar las mujeres
gracias a la conquista impulsada por Eva Perón. Así se despedía Discépolo de su audiencia y, probablemente,
también de su vida.

“La verdad: yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a tus
malos gobiernos […] Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo
camino de miseria.[…] Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes
sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a
las que masacraste, desde Santa Cruz a lo de Vasena, porque pedían un mínimo respeto a su dignidad de
hombres y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible
promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco.”  (Segundo
Ciclo, Emisión II)

En este contexto, un artista como Discépolo (que había vivido la decadencia del mundo expresada en las
guerras y crisis de las décadas anteriores) hablaba con entusiasmo del peronismo porque vivió esa época de
cambios. Supo ser un intérprete del sentimiento de las mayorías populares que habían visto transformadas
sus vidas y el paisaje cotidiano gracias a las políticas sociales y distributivas del Estado bajo la
administración peronista. Así como, según John William Cooke, el peronismo fue el hecho maldito del país
burgués, se puede considerar a Discépolo como un “maldito” porque que tuvo la osadía de cuestionar a la
historia oficial y al coloniaje cultural, ganándose el odio de la elite intelectual y del “medio pelo» por hablar
al pueblo con las palabras del pueblo, interpretando las emociones colectivas y defendiendo sus conquistas.
https://www.youtube.com/embed/3Nn2XXUvLgs

Bibliografía consultada:
BOSETTI, Oscar (1994): Radiofonías. Palabras y sonidos de largo alcance. Buenos Aires: Colihue.

GALASSO, Norberto (2006): “La Década Infame” en Cuadernos para la Otra Historia, Disponible
en: https://nomequieroolvidar.files.wordpress.com/2010/11/la-dc3a9cada-infame.pdf  

JAURETCHE, Arturo (2008): “Advertencia preliminar” en El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes
para una Sociología Nacional. 1ª Ed. 6ª reimp. Buenos Aires: Corregidor.

RIVERA, Jorge (1998): El escritor y la industria cultural. Buenos Aires: Atuel.

Mordisquito. Relatos Radiales de Enrique Santos Discépolo. Ediciones Pueblos del Sur. Rosario, 2006.

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