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PATAFÍSICA, EN
FAVOR DE LO
ABSURDO
Hay tendencias o vanguardias culturales que, por la
contradicción o rareza que representan, exigen que alguien
dé la cara y asuma las responsabilidades. Ya sea para
ahorcarle o para encumbrarle tras su muerte. Con la
patafísica sucede exactamente lo mismo. Inaugurada en
Francia, en la prolífica época de las vanguardias y de la
absenta, Alfred Jarry escribió la novela “Gestas y opiniones
del doctor Faustroll, parafísico”, dando inicio a un fructífero
estilo hermanado con el surrealismo y con el dadaísmo.
Básicamente, tal y como algunos de sus miembros
posteriores entendían, consistía simplemente en “vivir al
otro lado del espejo”, en el mismo mundo que Alicia.
Fructífera intulidad
La contribución de esta vanguardia fue mayor de lo que
pueda parecer. Artistas de la talla de Duchamp o de
Dalí se declararon abiertamente patafísicos, como si fuese
alguna suerte de movimiento social que reivindicar. Lo
peculiar es que este nuevo sistema científico no dejaba de
estar emparentado con otras ramas de la psicología, como
el pensamiento lateral, o con movimientos filosóficos
previos.
Un ejemplo está en la “Docta Ignorancia” del filósofo
Nicolás de Cusa, en la que se habla del no-saber como
medio de alcanzar la verdad divina de Dios. Es decir, que
pese a los inventos y la farándula la patafísica, en
teoría era un método capaz de desarrollar unos
recursos que llevasen al individuo a emitir alguna
aproximación a algo auténtico. Y, por lo tanto, en base a la
mentira de crear algo de verdad. O por lo menos de valor.