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Nadie puede desconocer que hoy el sistema legal y el respeto a nuestro Ordenamiento Jurídico
exigen cumplir las normas vigentes, y el no hacerlo no puede quedar sin reproches, consecuencias
ni sanciones, ya sea legales, políticas, o éticas -en el peor de los casos-
Intentaremos demostrar que “algunos” de los diputados que ya aprobaron, y quizá algunos de los
“senadores” que a futuro aprueben el retiro del 10% de los fondos previsionales en la AFP, podrían
ser investigados como responsables (autores o cómplices) del delito de “perjurio”, actualmente
sancionado en el artículo 210 de nuestro Código Penal, e incluso podría llegarse al extremo de
argumentarse que aquellos cotizantes que se aprovechen de un delito (retirando su 10% de los
fondos desde las AFP) hasta podrían ser civilmente responsables -en el marco del proceso penal
que investigue el delito de perjurio.
Preliminarmente debemos recordar que todos los juristas actuales no cuestionan que los artículos
6 y 7 de la actual Constitución Política constituyen la esencia del denominado “Principio de
Juridicidad” y lo defienden irrestrictamente, veamos que dicen tales normas:
“Artículo 6º.- Los órganos del Estado deben someter su acción a la Constitución y a las normas
dictadas conforme a ella, y garantizar el orden institucional de la República.
Los preceptos de esta Constitución obligan tanto a los titulares o integrantes de dichos
órganos como a toda persona, institución o grupo.
La infracción de esta norma generará las responsabilidades y sanciones que determine la ley.”
“Artículo 7º.- Los órganos del Estado actúan válidamente previa investidura regular de sus
integrantes, dentro de su competencia y en la forma que prescriba la ley.
Sentado lo anterior, llama la atención que los parlamentarios olviden tan livianamente que
pertenecen a la institucionalidad jurídica de nuestro país (nada más y nada menos que al Poder
Legislativo) y que, por lo tanto, piensen que el presentar iniciativas o mociones de ley, y el votar en
uno u otro sentido resulte ser un actividad sin responsabilidad cívica pensando que sólo deben
responder frente a su electorado e incluso, en algunos casos, ante su fuero interno o su propia
conciencia. Ese tipo de forma de ejercer la actividad parlamentaria, a la luz de la normativa legal
vigente es errada, altamente perjudicial para la estabilidad del sistema democrático, pues lo
violenta, e incluso, podría ser delictual según lo que intenta demostrar en estas líneas.
Es por eso que exploraremos el remedio que nos otorga el derecho penal y en particular el “Delito
de perjurio” previsto en nuestro artículo 210 del Código Penal que dice:
“ART. 210. El que ante la autoridad o sus agentes perjurare o diere falso testimonio en materia
que no sea contenciosa, sufrirá las penas de presidio menor en sus grados mínimo a medio y
multa de seis a diez unidades tributarias mensuales.”
En consecuencia, los diputados o “juran” o “prometen”, y lo que juran o prometen en primer lugar
es muy claro: “guardar la Constitución Política”.
Es, por lo tanto, claro que los diputados que han votado a favor del retiro del 10% de los fondos
desde las AFP han violado su juramento de “guardar la Constitución Política”, ya que no pueden
ignorar que el artículo 65 N° 6 de la Constitución Política del Estado señala que
Curiosamente, para aquellos diputados que no juran, sino que sólo “prometen” guardar la
Constitución Política, se les podría sólo reprochar éticamente el violar su promesa, pero
curiosamente su actuación antiética no estaría penada por el artículo 210 del Código del ramo
quizá porque para el legislador penal tendría más gravedad el transgredir un juramento que el
violar una simple promesa.
Ya el profesor y civilista Hernán Corral en su blog del 03 de abril de 2016 nos decía al razonar
sobre los efectos de la “Declaración Jurada” que:
“….En Chile, la declaración jurada puede ser simple u otorgada ante ministro de fe, normalmente
un notario. En ambos casos, se trata de un instrumento privado ya que el hecho de que la
declaración se haya suscrito ante notario no la convierte en instrumento público, pues aquí el
notario no autoriza el acto sino que simplemente da fe del hecho de la firma y de la identidad del
declarante.
¿Cuál es la razón por la cual se atribuyen a la declaración jurada dosis más fuertes de veracidad
que una declaración simple o incluso ante notario pero en la que no se incluye el juramento? Por
cierto, algo de ese mayor valor proviene de la tradición religiosa por la cual no decir la verdad bajo
juramento es más que una simple mentira; es mentir utilizando a la divinidad para avalar un
engaño. La malicia o pecaminosidad se incrementa fuertemente, tanto que, en la confesión
cristiana, adquiere el carácter de un pecado grave que, por su sola comisión, podría conducir a la
condenación eterna. Sólo así se entiende que Sir Tomás Moro prefiriera afrontar la muerte
corporal antes que jurar que el contenido de la Ley de Sucesión de Enrique VIII era bueno y
legítimo. Lo único que se le exigía era un juramento, que hasta los obispos católicos no tuvieron
problemas en prestar, salvo el obispo de Rochester, John Fisher, el que por ello sufrió la misma
pena que Moro. Es más, varios de sus familiares cercanos hicieron el juramento, y pensaban que el
ex Canciller del reino mostraba una obstinación insensata. Su hija Margaret trató de persuadirlo
haciéndole ver que casi todos sus amigos habían jurado, de modo que no se entendía que él
sostuviera que su conciencia se oponía a prestar el juramento requerido por el rey. Moro le
responde que no puede ligar su conciencia a la de los demás: “No hay ningún hombre en la vida,
del que mientras él viva, pueda estar yo seguro. Algunos pueden hacer algo por favor y otros por
miedo, y así llevarían mi alma por un camino errado. Y alguno acaso pudiera construirse una
conciencia pensando que, como lo hizo por miedo, Dios lo perdonará. Y otros pueden tal vez
pensar que se arrepentirán y se confesarán, y que así Dios se lo remitirá. Otros quizá son de la
opinión que, si dicen una cosa y piensan mientras la contraria, Dios mira más a su corazón que a su
lengua, y por consiguiente piensan que el juramento es sobre lo que piensan y no sobre lo que
dicen… Pero Margaret, no puedo usar esos caminos en un asunto tan grave…” (Moro, Tomás, Un
hombre solo. Cartas desde la torre, trad. A. Silva, Rialp, 3ª edic., Madrid, 1990, p. 53).
En nuestro tiempo, no parece que el riesgo de condenación en la otra vida sea algo que pueda
llevar a las personas a no mentir cuando juran. La fuerza probatoria de la declaración jurada, al
menos en nuestro ordenamiento jurídico, se basa en una amenaza más mundana: la de incurrir en
una pena por el delito de perjurio. Este delito está recogido por el art. 210 del Código Penal…”
Sobre este delito escribe Alfredo Etcheberry que actualmente “la función del juramento es la de
una formalidad especialmente solemne para hacer objetivamente apreciable el momento a partir
del cual la persona que presta declaraciones se encuentra en la obligación jurídica de decir la
verdad, la que de ordinario no existe” (Etcheberry, Alfredo, Derecho Penal, Editorial Jurídica de
Chile, 3ª edic., Santiago, 2005, t. IV, p. 194).
De esta manera, pensamos que cuando la declaración jurada debe ser presentada ante una
autoridad pública por su propia disposición o porque así lo ha establecido una ley, decreto o
reglamento, el que firma la declaración se obliga a decir la verdad bajo la pena de incurrir en el
delito de perjurio y de ser castigado con las penas contempladas en el art. 210 del Código Penal.
Como el tipo penal no distingue, no habrá diferencia entre si se trata de una declaración jurada
simple o una firmada ante notario. En este último caso, sí, será más fácil acreditar la autoría de la
declaración.
No habría delito de perjurio, en cambio, cuando la declaración jurada es exigida por un particular;
por ejemplo, si un arrendador le exige al arrendatario una declaración jurada de que nunca ha
tenido juicios por arriendos anteriores. Tampoco lo habría si la declaración jurada es presentada
ante una autoridad pública pero de modo espontáneo, sin que ni la ley ni otra disposición jurídica
lo haya impuesto.
En cualquier caso, no deja de sorprender que en un mundo cada vez más secularizado y en el que
el Estado asume una laicidad no confesional, el invocar a Dios y ponerlo por testigo y garante de
que se dice la verdad tenga un alcance que va más allá de la particular creencia religiosa que
tengan los ciudadanos. Como en tantas otras materias (procesiones, santuarios, animitas, bailes),
la pretensión de que una comunidad sea absolutamente neutral e incluso hostil a toda
manifestación pública de lo religioso, se revela como utópica y deshumanizante.”
Compartimos con el profesor Hernán Corral, que el juramento que hace un diputado ante el
Presidente de la Cámara de Diputados de “guardar la Constitución Política” no puede no tener
consecuencias jurídicas, y categóricamente al incumplir ese juramente se incurre en el delito de
perjurio.
Tema aparte será evaluar el grado de responsabilidad civil de aquellos cotizantes que se
aprovechen de los efectos del delito de perjurio y se beneficien al retirar su 10%, basándose en
una ley cuyo origen será espúreo; sobre este punto puede verse un interesante artículo de la
profesora española José María Torras Coll en Revista de Jurisprudencia", número 2, el 18 de julio
de 2013 donde sólo a modo de exordio dicha autora los denomina como: “El partícipe a título
lucrativo” señalando que éste ha de ser llamado al proceso para que pueda ser compelido a la
obligación de restitución o, en su caso, de resarcimiento, siendo la restitución preferente, siempre
que sea factible, y en su defecto, procederá, el resarcimiento en proporción a la participación.
En efecto, a fin de que la resolución de un Tribunal pueda en su día alcanzar a los bienes que se
encuentran en manos de esos partícipes y que se atribuyen vinculados al delito, es preciso que las
personas que los tiene en su poder sean llamadas al proceso, y se les dé la oportunidad de
justificar la legitimidad de su propiedad, siendo esa la única intervención que pueden tener en la
causa.
Finalizo estas palabras recordando a los Honorables señores Senadores que el artículo 4 del
Reglamento del Senado también les exige imperativamente a los tales, previo a su investidura, el
jurar o prometer, así que lo acá dicho respecto a los diputados les es perfectamente aplicables.
A reflexionar las consecuencias de sus actos, pues ahora deberán los H. Senadores emitir su voto,
esperando lean previamente este artículo para que dimensionen el alcance jurídico- penal de sus
actos.