En entornos como los que actualmente vivimos, la pertenencia y el arraigo
al lugar se diluye, junto con la simple representación de un espacio urbano como un conjunto de personas avecindadas en un territorio. Las personas experimentan todos los días tanto los costos como los beneficios de la buena o mala coordinación entre las autoridades. Independientemente del modelo ideal de las ciudades como espacios de integración, los análisis como los que nos ocupan nos ilustran la manera en que hoy las ciudades son espacios de lucha por la hegemonía entre visiones contrarias de proyectos de futuro. Todo lo anterior muestra que la gobernabilidad democrática en las ciudades es un enorme desafío para los poderes públicos.
Estos se interceptan en el espacio público, donde es su ámbito de
realización material, para procurar un balance en el que no sólo exista la protección ante las posibles afectaciones a estos derechos, sino un impulso activo del Estado para diseñar mecanismos de exigibilidad de los mismos.
Sobre la pandemia de los “aires libres de la ciudad” se me hace más patente
que nunca la imperiosa necesidad de reclamar un derecho a la ciudad, En rigor no hubiera hecho falta llegar a tal extremo: desde hace tiempo sabemos que el grueso de la población todavía vive —o mejor, sobrevive— expulsado de la ciudad y despojado de las condiciones necesarias para una vida plena.
El movimiento feminista también ha abierto una brecha en las
reivindicaciones por el espacio público, para revertir una discriminación histórica y las condiciones de riesgo y de violencia que las mujeres enfrentan cotidianamente. La gestión democrática de la ciudad se convierte en un desafío que requiere un conocimiento interdisciplinario de las problemáticas y una capacidad de abrir canales de participación e interlocución