En las últimas tres décadas, el concepto tradicional de conflicto
bélico ha venido experimentado una metamorfosis que se explica en gran medida por los avances en materia de tecnología y comunicación, los cuales han hecho posible trasladar los enfrentamientos a un nuevo ámbito de hostilidades: el ciberespacio. Esta nueva amenaza global apunta a la seguridad de los Estados. La amenaza es más sofisticada, más sutil, no usa armas ni municiones ni ejércitos, pero es capaz de someter gobiernos, quebrar economías y desquiciar a grupos sociales. Y es que el alto nivel de desarrollo de las telecomunicaciones, la electrónica y los programas informáticos, así como el papel de estos últimos en el control y supervisión de la infraestructura más sensible de un país incrementa la probabilidad de ser un blanco de un ataque cibernético. La seguridad informática ha cobrado una relevancia tal que instrumentos y herramientas que históricamente demostraron su efectividad (como portaviones o carros de combate) han pasado a un segundo término en materia de defensa ante la fuerza destructiva de novedosas herramientas informáticas inteligentes.