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medio de su ataque de ira virtuosa, si no hubiese sido por la voz que lo llamó
desde el pasillo de arriba. Instantáneamente, dejó de pegarle y se puso tan pálido
como si creyera que era el mismísimo Dios quien lo llamaba. Entonces, en la cima de
la escalera, apareció Frank en toda su gloria. Sykes dejó escapar un alarido y trató de
correr. Pero Julia actuó con velocidad. Lo detuvo con la mano el tiempo suficiente
para que Frank descendiera esos pocos escalones y asestara un golpe definitivo.
Recién al oír el crujido y el chasquido de los huesos cuando Frank se apodero de
la presa, Julia se percato de lo fuerte que se había vuelto en los últimos tiempos,
seguramente más fuerte que cualquier hombre normal. Al sentir el contacto de Frank,
Sykes volvió a gritar. Para silenciarlo, Frank le dislocó la mandíbula.
El segundo grito que oyó Kirsty terminó abruptamente, pero en su tono llegó a
percibir tanto pánico que fue corriendo hasta la puerta y estuvo a punto de golpear.
Recién entonces lo pensó mejor. En vez de golpear, avanzó silenciosamente por el
costado de la casa, dudando con cada paso que daba de la prudencia de sus actos,
pero igualmente segura de que un asalto frontal no la conduciría a ningún lado.
El portón que daba acceso al jardín trasero no tenía pestillo. Pasó, con los oídos
pendientes de cualquier sonido, especialmente el de sus propios pies. Desde la casa,
nada. Ni siquiera un gemido.
Dejando el portón abierto por si necesitaba una pronta retirada, se apresuró a
llegar a la puerta trasera. Esta vez, permitió que la duda aminorara la velocidad de sus
pasos.
Quizás debía llamar a Rory, hacerlo venir a la casa. Pero para entonces cualquier
cosa que estuviera sucediendo ahí dentro habría terminado y ella sabía perfectamente
bien que Julia lograría escabullirse de cualquier acusación, a menos que pudiera
atraparla con las manos en la masa. No, esta era la única manera. Entró.
La casa seguía en completo silencio. Ni siquiera se oían pasos que le permitieran
ubicar a los actores que había venido a ver. Avanzó hasta la puerta de la cocina y
desde allí hasta el comedor. Se le crispó el estomago; de pronto tenia la garganta tan
seca que apenas podía tragar.
Del comedor al vestíbulo, y de allí al pasillo. Todavía nada: ni murmullos ni
suspiros.
El único sitio donde podían estar Julia y su compañero era arriba, lo que le
sugería que se había equivocado al suponer que los gritos eran de miedo. Quizás lo
que había oído eran gritos de placer. Un estertor orgásmico, no de terror como había
interpretado. Era un error muy fácil de cometer.
La puerta delantera estaba a su derecha, a pocos metros de distancia. La tentó la
cobardía: todavía podía deslizarse afuera y escapar, y nadie se enteraría de nada. Pero
una feroz curiosidad se había apoderado de ella, un deseo de descubrir (de ver) los
misterios que guardaban la casa y acabar con ellos. Mientras subía por la escalera, la

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