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—¿Qué

fue eso? —dijo, dándose vuelta y escudriñando la oscuridad.


—No fue nada —insistió ella, al tiempo que sacaba el cuchillo de su escondite. Él
se estaba alejando, cruzando la habitación.
—Aquí hay...
—No lo hagas.
—…alguien.
Las últimas silabas vacilaron en sus labios al vislumbrar un movimiento agitado
en el rincón, junto a la ventana.
—¿Qué…diabl…? —comenzó.
Mientras el hombre señalaba la oscuridad, ella lo atacó, abriéndole el cuello con
la eficiencia de un carnicero. La sangre salto de inmediato. Un chorro grueso que
golpeó la pared con un sonido sordo y acuoso. Oyó el placer de Frank y luego los
quejidos del hombre moribundo, prolongados y graves. El hombre se llevo la mano al
cuello para tratar de contener el torrente, pero ella lo ataco de nuevo, abriéndole un
tajo en la mano implorante, en la cara. El hombre se tambaleó, sollozó. Finalmente,
cayó al suelo y comenzó a sufrir espasmos.
Julia se alejó para esquivar los puntapiés. En el rincón, vio que Frank se mecía de
un lado a otro.
—Buena mujer… —dijo.
¿Era su imaginación, o la voz de Frank ya se oía más vigorosa que antes, más
parecida a la voz que ella, en el transcurso de tantos años vacíos, había oído mil veces
en su propia cabeza?
Sonó el timbre. Julia quedó paralizada.
—Oh, Dios —dijo su boca.
—No hay problema…—respondió la sombra—. Está bien muerto.
Julia miró al hombre de corbata blanca y vio que Frank tenía razón. Los espasmos
habían cesado completamente.
—Es corpulento —dijo Frank—. Y sano.
Se estaba acercando su campo visual, demasiado ávido de alimento para
prohibirle que lo mirara. Por primera vez, Julia lo vio claramente. Era una parodia.
No sólo de lo humano, sino de la vida. Julia apartó la vista.
El timbre sonó de nuevo y por más tiempo.
—Ve a atender —le pidió Frank.
Ella no contestó.
—Ve —le dijo él, girando la inmunda cabeza hacia ella; sus ojos ladinos y
brillantes se destacaban entre la podredumbre que los rodeaba.
El timbre sonó por tercera vez.
—Tu visitante es muy insistente —dijo él, intentando usar la persuasión donde las
órdenes habían fracasado—. Pienso que tendrías que ir a abrir la puerta, de verdad.

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