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Alexei Nikolaev.
Bendecido con el rostro de Adonis.
Maldito con ojos más fríos que el Ártico y un pasado del que no puede
escapar.
Cuando me veo obligada a trabajar con él, el fuego se enciende y las cosas
se descontrolan. A pesar del deseo que despierta su cuerpo apetitoso,
cubierto de tatuajes, la desconfianza entre nosotros es profunda.
AURORA
1
La manzana de Eva.
Una risa estrangulada burbujeó en mi garganta, pero me la tragué
rápidamente. ¡Ese puto nombre es tan malditamente estúpido!
La gran mano de Alexei en la parte baja de mi espalda me empujó
hacia delante. Di un paso, dirigiéndome hacia un pasillo con paredes de
color borgoña y techo de espejos. Eso, junto con las luces tenues, le daba
unas serias vibraciones de set porno.
Seguimos caminando hasta llegar al final del pasillo, que se abría a
una gran sala con un bar a la derecha. La sala estaba pintada de negro con
acentos de color carmesí oscuro, desde las gruesas alfombras orientales
que colgaban de las paredes, pasando por los suelos de mármol rojo, hasta
la araña de rubí que colgaba del techo.
Mis ojos recorrieron la gente de la sala. Se mezclaban, los ojos de los
hombres estaban hambrientos en las mujeres, como si estuvieran de
compras.
—¿Bebida? —La gélida voz de Alexei volvió a llamar mi atención.
Asentí con la cabeza, cuando en realidad solo quería gritar—: FBI hijos
de puta, ¿dónde está el maldito Igor?
Caminamos entre la multitud, y era imposible no notar las miradas de
mujeres y hombres por igual. A pesar de mi antipatía por Alexei, me
encontré acercándome a él. No quería que nadie se hiciera una idea
equivocada, y más le valía no tener una idea brillante y dejarme sola ni un
maldito segundo.
Cuando nos sentamos en los taburetes, le hizo una señal al camarero.
—Vodka spritz para la señora y coñac para mí. —La voz de Alexei
era desinteresada y fría, con un toque ronco. Le dirigí una mirada fugaz,
esa pequeña cicatriz en el labio me resultaba fascinante. A menudo me
preguntaba cómo se la había hecho.
En cuanto trajeron las bebidas, cogí la mía como si fuera un
salvavidas y me la tomé de un trago. La necesitaría esta noche. Miré
alrededor de la habitación y de repente sentí los labios de Alexei contra el
lóbulo de mi oreja.
—Sin contacto visual. —Su aliento era caliente contra mi piel—. Si
no, es una invitación.
Mis ojos se ensancharon e inmediatamente volví a mirarlo a él.
Estábamos aquí como una supuesta pareja. Eso ya era bastante malo; no
me interesaba atraer ninguna atención adicional de otros hombres.
Me pusieron otra copa delante.
—Jesús, María y José —murmuré en voz baja. Me tragué la segunda
copa. Antes que pudiera abrir la boca, me pusieron una tercera copa
delante. No la cogí; de lo contrario, estaría en camino de emborracharme.
—Alexei Nikolaev. —Una voz muy acentuada vino de detrás de
nosotros, y una gran mano se posó en mi hombro. Me estremecí ante el
contacto desconocido.
Alexei pronunció algo en ruso, su voz inmóvil y el frío tenor
inconfundible.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Antes que pudiera
parpadear, la mano del hombre se retiró de mi hombro.
—¿Disfrutan del club? —El hombre nos preguntó a ambos, pero sus
ojos no se apartaron de mí. Me estaba mirando de forma lascivia y ni
siquiera intentaba ocultarlo.
Me aclaré la garganta. —Es genial —respondí, forzando una sonrisa.
Alexei permaneció inmóvil, con los ojos clavados en el hombre con
un desinterés profesional.
—Preséntanos, Alexei.
—Aurora. Igor. —La forma en que mi nombre salió de los labios de
Alexei me hizo sentir algo.
Igor the Pepper2 me estaba desnudando con sus ojos, dándome
escalofríos. Alexei debió ver lo mismo, porque su mano se posó en mi
muslo y su calor me hizo contener un delicioso escalofrío.
Espera. ¿Qué?
—¿Te gustaría un tour, Aurora? —ofreció Igor, sin dejar de mirarme.
Mi mano cubrió la de Alexei y la acaricié torpemente.
—Ah, gracias. Alexei ya se ofreció. —Sonreí con dulzura. Al menos
esperaba que fuera una sonrisa pasable y dulce.
Igor sonrió, pero no llegó a sus ojos. ¿Quién era ese Igor? Había algo
en él que me desagradaba. Repasé mentalmente el expediente de Ivan
Petrov, pero no recordaba el nombre de Igor ni su cara en los registros.
Según los hombres Nikolaev, Igor era nuestro billete para llegar a
Ivan Petrov. Supuestamente formaba parte del círculo íntimo de Petrov.
La parte que me preocupaba era que no conocía la conexión entre los
hombres Nikolaev, este tipo e Ivan Petrov. El FBI nunca había oído hablar
de Igor.
Es cierto que hacía poco que había recibido este caso. Lo acepté por
razones personales y sospeché que me habían emparejado con Alexei
Nikolaev porque era la única mujer más joven de nuestra oficina. Mi
tierna edad de veinticinco años solía jugar en mi contra, hasta que
necesitaban a alguien para un club sexual. ¡Malditos!
Miré por encima de Igor memorizando sus rasgos. Más tarde revisaría
la base de datos del FBI para ver si podía obtener alguna coincidencia.
Tenía el cabello oscuro, cortado al estilo militar. No tenía mal aspecto,
hasta que lo mirabas a los ojos. Sus ojos eran oscuros, casi negros, y había
algo desconcertante en su mirada que no me gustaba.
Entonces recordé lo que dijo Alexei. No hagas contacto visual; de lo
contrario, es una invitación.
2
The Pepper: El Mirón
Inmediatamente giré la cabeza y me centré en la dura cara de Alexei.
Aquellos ojos fríos podrían congelar nuestros casquetes polares que se
estaban derritiendo.
—Tengo una sala VIP preparada para ustedes —añadió Igor,
rompiendo un silencio ligeramente tenso e incómodo. Alexei Nikolaev
estaba más que bien con el silencio. Yo, no tanto. Me volvía malditamente
loca. Al crecer en una casa grande, con cuatro hermanos, nunca había
silencio. Podías esconderte en el baño y aun así no tendrías privacidad.
—Do svidaniya3 —Alexei despidió a Igor con una palabra. ¿O eran
dos en ruso?
Con un último parpadeo de sus ojos hacia mí, Igor se escabulló. Lo vi
desaparecer entre la gente por la pista de baile del centro. En cada esquina
de la pista de baile había una pequeña plataforma elevada con una
bailarina desnuda que agitaba su cuerpo como si su vida dependiera de
ello.
Varias parejas se sentaban en salones a lo largo del borde de la pista
de baile, observando a la gente bailar. Seguí su mirada y se me salieron
los ojos de las órbitas. Una mujer se levantó el vestido hasta la cintura,
mostrando a todos su trasero desnudo.
Me volví hacia Alexei para ver si también se había dado cuenta, pero
no había ninguna reacción en su cara. Su rostro entintado, con ese inusual
cabello rubio y esos ojos azul pálido, era una máscara inmóvil. Al igual
que su hermano, Vasili Nikolaev, Alexei tenía esa oscuridad rezumando
por cada poro de su cuerpo.
—¿Es ese el tipo? —le pregunté a Alexei.
—Da4.
Asentí ligeramente con la cabeza, manteniendo nuestra conversación
al mínimo. La conciencia recorrió mi espina dorsal y el ambiente se
3
Da svidaniva: Adiós en ruso.
4
Da: Si en ruso.
espesó. Un grupo de hombres se acercó a la barra, con el tono apagado y
los ojos puestos en mí. Me sentí como una presa, disponible para la caza.
—Sala VIP. Ahora. —De acuerdo, tal vez Alexei no permitiría una
temporada abierta en mi trasero. Su voz era fría, oscura; un tono que me
hizo preguntarme cuál era su verdadera historia. Todo lo que sabía era lo
que decía su expediente, pero sabía que había mucho más.
Aunque no era algo que debiera preocuparme.
Se levantó y me ofreció su mano. La tomé, sin hacer ningún
comentario, y pasamos por delante de todos los hombres y mujeres
boquiabiertos. No se me escapó que también había hombres desmayados
tras mi cita.
No, no es mi cita, me corregí rápidamente.
Alexei me guio por el corto pasillo y luego por una puerta. A nuestra
suite VIP. La habitación tenía suelos de mármol negro brillante, tres
paredes de terciopelo rojo y una pared entera de cristal de dos caras.
Había una cruz de San Andrés montada en una de las paredes, y tragué
saliva, mientras mis ojos se dirigían al hombre estoico que estaba detrás
de mí.
—Ni se te ocurra —advertí, con la voz temblorosa.
—Relájate. —Sus respuestas de una sola palabra me estaban
volviendo malditamente loca. Me estaba desmoronando aquí y este tipo...
nada. Nada5. Zip.
Mi mirada se dirigió al resto de la sala, esperando calmar mis nervios.
Había una silla negra con un marco de madera dorado, frente a la ventana
que daba al escenario. Vi cómo se desabrochaba la chaqueta, se la quitaba
y la arrojaba descuidadamente sobre la mesa auxiliar.
5
Español en el original.
Se sentó en la silla, con aspecto de rey. Nerviosa, me moví de un pie a
otro. ¿Dónde debía sentarme? Las luces tenues daban a toda la situación
un aire de bow-chick-a-wow-wow6.
—Siéntate. —Una orden de una sola palabra, su voz indiferente, y, sin
embargo, envió escalofríos por mi espina dorsal.
—¿Dónde? —dije con dificultad.
No contestó. Probablemente pensó que era una estúpida. Este era un
club de parejas, según me explicaron. Se esperaba cercanía.
Di un paso hacia él. Y otro más. Me giré lentamente, como en una
neblina, y me senté en su regazo. Con la espalda rígida, mis ojos
parpadearon por la ventana y se fijaron en una mirada oscura y penetrante.
¡Igor!
—Él está mirando —murmuré en voz baja.
—Da7. —Mierda, su voz rusa era más sexy que su voz inglesa.
Dos latidos y sus manos vinieron a mi cintura. Apretó lo justo,
tentándome a girarme para ver su cara. Aunque sabía que no encontraría
nada allí. Este hombre era demasiado bueno escondiéndose detrás de su
máscara.
Sus manos se deslizaron por mi cintura y mis muslos. Se me puso la
piel de gallina y apreté los dientes para contener un gemido. Alexei era el
hombre más frío que había conocido, un criminal. Entonces, ¿por qué me
quemaba el cuerpo? Me sentía como si estuviera ardiendo, la sensación
del duro cuerpo de Alexei detrás de mí hacía que el dolor palpitara entre
mis muslos.
Esto es solo un espectáculo, me recordé a mí misma. Teníamos que
dar la impresión de ser una pareja real. Pero su contacto era real,
demasiado real. Enfoqué mis ojos fuera de la ventana, donde dos hombres
y una mujer nos daban un espectáculo.
6
Actividad sexual.
7
Da: Si en ruso.
Observé cómo los dos hombres tocaban a la mujer rubia como si su
vida dependiera de ella, mis ojos se fijaron en los tres. Tenía la falda
recogida en la cintura y el tirante del vestido fuera, dejando al descubierto
sus pechos. Las manos de los hombres estaban sobre ella, hambrientas y
ásperas. La expresión de su rostro era de pura felicidad. La sangre en mis
venas ardía como un infierno; mi piel zumbaba con una sensación
desconocida. No podía respirar, el aire era demasiado espeso, mis
pulmones estaban demasiado apretados.
De un solo empujón, uno de los hombres la penetró y el gemido de la
mujer vibró a través del cristal. Mi suave jadeo resonó en el oscuro
espacio. La electricidad crepitó en la habitación y se me secó la boca
mientras la observaba.
Sus palmas se aplastaron contra el cristal. Jesús, deberían conseguir
una habitación, no hacerlo al aire libre, pensé. Aunque el propósito del
club de sexo era hacerlo al aire libre. ¡Que Dios me ayude a salir de este
lío!
Sus gemidos se volvieron desgarradores, los oí alto y claro desde aquí.
Uno de los hombres la rodeó con la mano, sus dedos le pellizcaron el
pezón y su gemido jadeante viajó a través del cristal. Sentí que mis
propios pezones se tensaban.
Me moví, tratando de ponerme cómoda, sintiendo demasiado calor
para mi propio bien. Entonces volví a moverme, mi culo rozando
ligeramente contra Alexei y me quedé helada.
Alexei estaba duro.
Volví a mirar su cara. Solo la misma expresión se encontró con la mía.
Mi corazón latía con fuerza contra mi caja torácica, mi respiración era
agitada y este hombre no mostraba nada. Ninguna emoción. Ningún
destello de deseo.
Excepto que él está duro. El pensamiento atravesó mi cerebro
infundido de lujuria.
Todos los pensamientos se evaporaron de mi cerebro, dejándome solo
con esa llama de lujuria que me lamía la piel. Me moví en su regazo y un
destello de hambre depravada brilló en sus ojos. Llamas en su mirada azul
pálido que amenazaban con tragarme.
Entonces, se quebró. En un segundo estaba sentada en su regazo, al
siguiente mis palmas estaban contra la ventana y estaba inclinada con el
culo al aire.
ALEXEI
8
Kroshka: niña pequeña en ruso
Pero a menos que jugáramos bien, Igor nos delataría y nuestro billete
a Ivan se iría al puto infierno. La forma en que la miraba me molestó.
Envió una furia fría por mi espina dorsal y me hizo querer asesinarlo.
Aurora era mía. Sus pechos. Su culo. Su coño. Todo malditamente
mío. Su boca, sin embargo, no lo sería. No besaba.
Me acerqué y separé sus muslos, empujando el endeble material a un
lado y deslizando mi dedo por sus pliegues. Estaba empapada. Tan
malditamente húmeda que mis dedos se empaparon en cuestión de
segundos.
Que Dios me ayude, pero ella era embriagadora y enloquecedora al
mismo tiempo. No se parece a nadie que haya conocido antes.
Incluso su excitación olía a chocolate, como una droga que se inhala y
permanece para siempre en el organismo. Introduje mis dedos más
profundamente y su coño se apretó alrededor de mis dedos. Su cabeza
cayó hacia atrás, sus ojos mirándome por encima del hombro, a través de
sus pesados párpados y sus mejillas se sonrojaron.
Con la mano que tenía libre, le agarré el cabello y tiré de él hacia
atrás, consciente de que otros miembros del club estaban mirando. Sin
embargo, apenas podían vernos. Solo se veía nuestra silueta, porque bajé
la intensidad de las luces para que no nos vieran con claridad.
Su coño seguía apretándose en torno a mis dedos, deseoso de más
mientras yo metía y sacaba los dedos. Sus gemidos se hicieron más
fuertes, su culo empujando contra mí. Entonces, sin previo aviso, retiré
mis dedos y los llevé a su boca. Sin que yo se lo pidiera, sus labios se
abrieron y los chupó hasta dejarlos limpios.
¡Malditamente hermoso!
Sin dejar de agarrarle el cabello con una mano, me desabroché los
pantalones, aparté su tanga y deslicé mi polla dura como una roca por sus
pliegues calientes, para luego penetrarla de golpe. Estaba apretada, su
coño se cerraba alrededor de mi polla como un fortín. Sus gemidos
vibraron directamente a mi pecho mientras la follaba con fuerza. Durante
las últimas dos semanas, desde que abrió su boca descarada e inteligente,
esto era todo lo que quería, y era mejor de lo que había imaginado.
Se sentía como el cielo. Mi propio cielo personal al que no tenía
derecho, pero al que le robé un poco de sabor de todos modos. Todo mi
control se desintegró mientras la follaba con fuerza y sin descanso. Ella
correspondía a cada una de mis embestidas con un gemido.
Me preocupaba romperla, y me obligaba a aflojar cuando su bajo
gruñido de advertencia me estimulaba.
—Más. —Yo estaba más que feliz de complacerla, acelerando mi
ritmo y golpeándola sin piedad. Sus suaves gemidos se convirtieron en
gritos urgentes y jadeantes. Estaba cerca. Lo sentí como si fuera mi propio
orgasmo. Le giré la cabeza para poder ver su rostro mientras se destrozaba
de placer. Para mí.
Sus ojos oscuros se iluminaron de deseo, su boca se abrió, y la follé
más rápido y más profundamente hasta que sentí que se desmoronaba, su
coño ordeñándome con todo lo que tenía. Era malditamente hermosa.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral y descargué mi carga
en su apretado y caliente coño, y el orgasmo más potente de mi vida me
atravesó.
Que me jodan.
Su cuerpo se desplomó hacia mí como si buscara consuelo en mí.
Poco sabía ella, que yo solo le traía estragos. Jamás consuelo.
Usé mi mano para girar su cabeza hacia mí, y por primera vez en mi
vida, estuve tentado de besar a una mujer. No solo a una mujer; a esta
mujer.
Ella debió sentir el mismo impulso, porque sus ojos se detuvieron en
mi boca.
Estaba jodido. ¡Muy jodido!
CAPÍTULO UNO
AURORA
9
Peeper the Creeper: El acosador. Nombre del personaje de una película de terror.
—¿No sabes que compartir es cuidar? —continuó. Mi columna
vertebral se puso rígida. Un recuerdo me vino a la mente. Parpadeé, con
imágenes borrosas apareciendo en mi mente.
—¡Corre, Aurora! —La voz de mi hermano rompió el hermoso y
soleado día de invierno—. Corre y no mires atrás.
—No quiero ir sola —gemí, el miedo me mantenía pegada a mi sitio.
—No te preocupes, pequeña. —La voz del anciano era espeluznante.
Su inglés sonaba raro. Sonrió, mostrando sus dientes amarillos, y su
sonrisa se ensanchaba con cada paso que daba hacia mí. Mi pequeño
corazón tronó tan rápido que creí que se me saldría del pecho—.
Compartir es cuidar.
—¡Déjala en paz! —Los ojos de Kingston se clavaron en mí—.
¡Corre, Rora! —Él gritó a todo pulmón; su exigencia era clara. Por
primera vez ese día, le hice caso. Corrí tan rápido como mis piernas
podían llevarme.
Mis pulmones ardían, mis músculos temblaban, pero seguí corriendo.
Ding.
Parpadeé. El ascensor se detuvo. Sacudí la cabeza, apartando los
recuerdos. En algún lugar oscuro y profundo, donde se encontrasen hasta
que pudiera hacerlo pagar.
—A la mierda el compartir y el cuidar —siseé. Odiaba esas
palabras—. ¿No tienes a quién acosar? —le espeté a Milo, sus ojos se
ensancharon ante mis palabras.
Salí corriendo de allí antes que pudiera responder. La falta de sueño
me hacía extra sensible y otra palabra de él, y yo perdería mi mierda.
No sería inteligente que me llamaran de Recursos Humanos justo
cuando me colocaron en el campo.
CAPÍTULO TRES
ALEXEI
10
Español en el original.
McGovan se cruzaron por primera vez hace más de una década, cuando
Vasili le salvó el culo en una prisión rusa. Desde entonces, Vasili lo había
utilizado para obtener información. Incluso consiguió que McGovan
borrara algunas de mis actividades señaladas por el FBI. Por supuesto,
McGovan no tenía el rango suficiente para poder borrar toda mi mierda.
—Sr. Nikolaev —nos saludó, extendiendo su mano—. Dos Nikolaev.
Sonrió como si fuera la mejor broma de la historia.
—Agente especial McGovan —lo saludó Vasili, aceptando su apretón
de manos.
Nunca me moví. Malditamente odiaba tocar a la gente. Prefería
romperle la mano antes que estrecharla. No tenía nada que ver con la
fobia a los gérmenes y sí con lo que me había hecho el puto Ivan.
El agente especial se preparó para estrecharme la mano, pero Vasili lo
interrumpió.
—¿Podemos ir al grano? —Vasili exigió más que pidió.
—Por supuesto, por supuesto. —El agente especial miró a su
alrededor, frunciendo las cejas—. Veo que mi secretaria ha vuelto a
desaparecer.
Tanto Vasili como yo mantuvimos la mirada fija en el hombre.
Queríamos acabar con esto y largarnos de aquí. No estábamos en la lista
de buscados, pero tampoco era que fuéramos estrictamente legales. Dios
sabía que yo no lo era. El FBI había estado husmeando a mi alrededor
desde el momento en que pisé suelo estadounidense. Ivan Petrov era
conocido por sus actividades criminales; aunque nunca se le había
atribuido nada. Tenía suficientes chivos expiatorios a los que imputar los
delitos.
Y por desgracia, mi nombre había formado parte de sus crímenes.
Después de todo, yo era el verdugo. Su asesino personal.
McGovan se apartó cuando entramos en su despacho. Vasili se sentó
frente al director del FBI, mientras que yo permanecí de pie, apoyado en
un archivador gris barato de pie que protestaba ante mi peso. Era difícil
deshacerse de algunos hábitos, uno de ellos la necesidad de estar cerca de
la salida. Cuando creces rodeado de enemigos, te lo inculcan. Si no,
estabas muerto.
En el momento en que todos estábamos situados, Vasili no perdió el
tiempo.
—Como mencioné por teléfono —comenzó Vasili—. Tenemos una
valiosa información que ayudará a resolver los secuestros de chicos
jóvenes en New Orleans y en todo Luisiana.
Lo que el FBI no sabía era que estos secuestros estaban ocurriendo en
todo Estados Unidos. De hecho, en todo el mundo. La mayoría de los
chicos que fueron secuestrados nunca fueron encontrados de nuevo.
—Ya veo. —McGovan se frotó las manos, como si ya estuviera
contando mentalmente lo que resolver este caso podría suponer para su
carrera—. ¿Puedes enviarme lo que tienes?
—No. —Era la primera vez que hablaba. La cabeza del agente
especial se giró hacia mí.
—La única manera de que esto funcione es que asignes a tu equipo
para que trabaje con nosotros —explicó Vasili, ignorando su pregunta—.
Una vez capturado el culpable, es todo tuyo.
Esta no era una misión de captura. Era una misión de matar al maldito
bastardo y el FBI podría tener su cadáver. El FBI no tenía ni idea de quién
era el responsable, pero tenía un equipo y recursos. Yo sabía exactamente
quién era el responsable, pero necesitaba acceso a sus recursos. Un
recurso en particular.
—Y eliminarás a Alexei de tu base de datos por completo —añadió
Vasili—. No me importa cómo. Solo quiero que se haga.
No me moví para mirarlo. Le dije que me importaba una mierda si
estaba en el radar del FBI o no. Nunca me atraparían ni encontrarían nada
que pudiera sostenerse en un tribunal. Pero mi hermano era terco y se
empeñaba en arreglar los pecados de su madre. No eran suyos para
arreglarlos. Si esa perra aún respirara, la desollaría viva.
—No es exactamente, así como funciona —explicó McGovan,
haciendo retroceder mis pensamientos.
Vasili se levantó, arreglando su impecable traje, fingiendo que
limpiaba unas inexistentes motas de polvo. Le estaba dando tiempo al
idiota para que se diera cuenta que esto solo iría en una dirección.
—Espera. ¿Te vas? —preguntó McGovan con un ligero pánico en su
voz.
—Sí. —Vasili miró fijamente al jefe—. Solo hay una manera de que
esto salga bien. Tenemos información que ayudará a acabar con estos
secuestros. Tienes los recursos. Asigna el equipo principal a nosotros.
Nosotros nos encargaremos del resto. Lo único de lo que tienes que
ocuparte es de borrar a Alexei de tu sistema.
Sus ojos brillantes se abrieron de par en par.
—Perdería mi trabajo si los de arriba se enteran. Y no tengo la
autoridad adecuada.
—Solo si se enteran —aceptó Vasili—. Y no lo harán.
Vasili se dio la vuelta para irse cuando McGovan lo detuvo
frenéticamente.
—Espera, espera. —Se llevó las manos al cabello, dejándolo
desordenado. Apenas llevábamos dos minutos y ya estaba hecho un
desastre. ¿Cómo diablos pudo tener éxito en esta carrera?—. Permítanme
presentarles al agente Ashford, que ha estado siguiendo este caso durante
un tiempo.
Los ojos de Vasili parpadearon en mi dirección. Un asentimiento
compartido y volvió a sentarse. Era ella a quien necesitábamos.
McGovan levantó su auricular y pulsó un solo botón.
—Ashford. A mi oficina.
Colgó y sus ojos volvieron a mirar a Vasili, luego se dirigieron a mí.
—Necesito saber que mi agente estará a salvo.
—Lo mantendremos a salvo. —Vasili no sabía nada sobre la agente
Ashford. Él tenía sus secretos; yo tenía los míos. Ella era mi secreto.
—En realidad es una ella, —respondió McGovan—. La agente
Ashford ha estado siguiendo pistas durante los últimos seis meses en New
Orleans. Ella puede darles un rápido resumen. Pero necesito asegurarme
que no será puesta en peligro. Su padre es...
Toc. Toc. Toc. Toc. McGovan se interrumpió y sus ojos se dirigieron a
la puerta.
—Pase —gritó.
Sabía quién era antes que la puerta se abriera. El olor a chocolate. La
puerta se abrió y entró la agente Ashford. Ya no llevaba el chaleco del
FBI, pero seguía conservando su arma.
Entró, cerrando suavemente la puerta tras ella. Se mantuvo erguida y
firme, pero algo, todo en ella era suave. No era tan bajita, pero comparada
con la estatura de Vasili y la mía, parecía pequeña y frágil. Sus labios eran
carnosos, como un capullo de rosa, y dominaban su delicado rostro junto a
esos grandes ojos oscuros. Los mismos ojos oscuros de su hermano
Kingston.
Su mirada recorrió a su jefe, luego a Vasili y terminó en mí.
Nuestros ojos se conectaron y ella me robó el aliento. Literalmente.
Durante una fracción de segundo, me olvidé de respirar y lo único que
sentí fueron los latidos de mi corazón y los ojos de chocolate más oscuros
y suaves sobre mí.
Esta mujer no tenía nada que hacer en el campo. El pensamiento era
fuerte y claro en mi cerebro.
Su expresión era demasiado suave, demasiado inocente. Me atravesó
la piel y me llegó directamente a la polla. Y por primera vez en mi vida,
realmente quise tocarla. Durante toda mi vida adulta, el sexo era un
ejercicio más. Una necesidad para soltar el vapor.
Nada más; nada menos.
Pero yo odiaba cualquier forma de contacto. Sí, era todo un desastre.
Cortesía del triángulo de nuestros padres, la venganza y los celos. Sin
embargo, mientras miraba a la Agente Ashford, todo se desvanecía.
Pasado. Presente. Futuro.
Esto era peligroso. Las repercusiones serían mortales. Y su familia era
poderosa. Sus hermanos la protegían a toda costa, y habían destrozado
bastantes familias para mantenerla fuera de peligro a lo largo de su vida.
Especialmente desde que perdieron a su hermano.
La vi inclinar la cabeza hacia un lado, estudiándome, y para mi
consternación, me pregunté qué veía.
Gentuza. Un matón. Un asesino.
Tendría razón en todos los aspectos. Yo era todo eso y peor. Si ella
recordara, sabría que yo valía menos que una mota de tierra en sus botas.
Aunque ella todavía ofreció consuelo hace veinte años. A un simple
extraño; un asesino.
—Ah, Agente Ashford —dijo su jefe, pero sus ojos no se apartaron de
mí, observándome con recelo—. Le presento a Vasili y Alexei Nikolaev.
—El imbécil se rio, y en cierto modo deseé poder dispararle para que
dejara de hablar—. Son hermanos.
Otra risita idiota.
Sus labios se movieron hacia arriba y apostaría todo mi dinero a que
casi pone los ojos en blanco, pero se detuvo.
Miró a Vasili, luego a mí, y de nuevo a Vasili. No me gustó nada.
—Hola. —Entonces, como si no pudiera contenerse, sus ojos
volvieron a mirarme.
Así es, pequeña. Mantén tus ojos en mí.
CAPÍTULO CUATRO
AURORA
Santo humo.
Fue el único pensamiento que pude conjurar. ¡Qué increíble reserva
genética! Mis ojos recorrieron el hombre que estaba sentado en la silla.
Incluso sentado, parecía un maldito gigante. Llevaba un traje caro;
Armani si tuviera que adivinar. Hecho a medida. Aunque eso no le
quitaba su aura de peligro. El hombre era una maldita bestia.
Mis ojos se desviaron hacia su hermano. Llevaba pantalones negros
tipo cargo, de grado militar... un grado militar caro. Botas de combate
negras. Una camisa negra abotonada con las mangas remangadas que
dejaban al descubierto sus músculos. Y esos malditos tatuajes.
¿Qué diablos pasaba con ellos?
Los tenía en cada centímetro visible de su piel. Incluso en la cara, bajo
los dos ojos. Me desplacé hacia delante, como si me atrajera una fuerza
invisible, o la curiosidad, para examinar esos tatuajes. Personalmente,
odiaba los tatuajes, pero había algo intrigante en los suyos. Tampoco
parecían aleatorios. La perfiladora que había dentro de mí quería
diseccionarlos y comprender el significado que había detrás de cada uno
de ellos.
—Ah, agente Ashford. Le presento a Vasili y Alexei Nikolaev. Son
hermanos.
Tuve que luchar contra el impulso de poner los ojos en blanco ante mi
jefe. No me digas, Sherlock.
Cualquiera con un ojo, y no digamos con dos, podía ver que esos dos
eran parientes. Incluso si su coloración no era la misma, y lo era, todo lo
que tenías que hacer era mirar sus ojos. Nunca había visto unos ojos
azules tan pálidos en mi vida.
Un recuerdo lejano y nebuloso pasó por mi mente, pero se disipó antes
que pudiera aclararse.
—Encantada de conocerlos —los saludé a ambos.
Aunque por la forma en que mi jefe pronunció su apellido, sonaba
importante. El apellido no me sonaba, pero entonces no era precisamente
de esta zona. Aunque me aseguraría de buscarlos.
—Igualmente, agente Ashford —contestó el que estaba sentado, con
voz grave y acentuada. El que estaba de pie permaneció en silencio.
—Usted y Jackson trabajarán con los hombres Nikolaev. —Ladeé una
ceja. Estaba claro que esos dos no eran agentes. Mis ojos recorrieron a los
dos hermanos. Sus costosas ropas no ocultaban a los depredadores que
había debajo, ni la despiadada inteligencia que se escondía tras esos
pálidos glaciares. Estos hombres eran peligrosos—. Quiero que comparta
con ellos toda la información que tenga. Y esto debe ser confidencial. —
Mi cabeza se dirigió a los hermanos Nikolaev y luego a mi jefe. Okay,
definitivamente algo estaba pasando—. ¿Puede hacerlo?
De nuevo, el impulso de poner los ojos en blanco fue fuerte. Mi jefe
era el clásico ejemplo del hombre que pensaba que las mujeres no podían
hacer un trabajo tan bien como un hombre en esta organización. Podría
demostrarle que las mujeres lo hacían incluso mejor, pero para qué gastar
mi energía en ello.
—¿Qué parte? —Mi voz se empapó en sarcasmo. No pude resistirme.
A veces McGovan me hablaba como si fuera una idiota—. Parece algo
abrumador.
Los labios de ambos hombres Nikolaev se movieron. Aunque no
estaba segura de si era en señal de desagrado por mi sarcasmo o de
insubordinación. Mis ojos se dirigieron al hermano que estaba sentado.
Observé los tatuajes en sus dedos.
Una cruz, una reina de corazones y una estrella puntiaguda.
Algo sexy, aunque los tatuajes no eran lo mío. Mentalmente, tomé
nota para buscar el significado de esos símbolos. No había ningún error en
el origen de los Nikolaev. Ese apellido gritaba ruso.
—No se preocupe, Ashford. Estos hombres la ayudarán, para que no
se agobie. —Okay, esta vez no pude contenerme. Puse los ojos en blanco.
—Maravilloso, entonces estamos listos —me burlé.
Normalmente, la información no se compartía con los de afuera. Volví
a mirar a mi jefe y noté que pulsaba el botón del aparato, que bloqueaba
cualquier dispositivo electrónico, haciendo imposible la escucha por parte
de cualquier persona ajena a esta sala.
Sí, algo pasaba con toda esta mierda.
—Aunque teniendo en cuenta que estos dos no son policías ni agentes,
es ilegal compartir información sobre un caso activo y en curso —
continué con frialdad.
Las tupidas cejas de McGovan saltaron hasta la línea de su cabello. —
¿Perdón?
Dios, ¿quiere que se lo deletree?
—Yo dije
—La escuché, Ashford —dijo McGovan. Debería haber sabido que se
pondría en modo imbécil. Era bueno en eso y odiaba que yo pudiera hacer
una llamada telefónica a mis hermanos, o Dios no lo quiera a mi padre, y
él estaría en un puto banco. No es que lo hiciera nunca, especialmente mi
padre—. Este es un caso muy visible y estos dos ofrecieron una ayuda que
claramente necesitamos ya que aún no has identificado al depredador.
Entrecerré los ojos a mi jefe. —Teniendo en cuenta que este
depredador lleva rondando las últimas cuatro o cinco décadas, me
pregunto qué le ha impedido a usted o a todos sus ancianos asociados
identificarlo —espeté.
Tal vez soné como una mocosa malcriada, pero no podía culparme por
este depredador. Me había estado rompiendo el culo y persiguiendo todas
las pistas. Sí, lo hice por razones personales, pero también porque no
quería que se llevaran a otro chico. Que desapareciera sin dejar rastro,
dejando a sus seres queridos preguntándose si estaba vivo o muerto.
Rezando para que estuviera vivo y a la vez temiendo desearle eso.
—Ashford, estamos del mismo lado aquí. —McGovan debe haber
percibido mi estado de ánimo. Este depredador y estos secuestros eran mi
punto débil—. Tengo la autorización de arriba de que podemos trabajar
con estos dos hombres.
Estaba mintiendo; lo sabía sin duda. La forma en que su ojo izquierdo
se movía, la forma en que golpeaba su pluma contra la mesa.
—Tienen la identidad del depredador —añadió, y yo volví a centrar
mi atención en los dos hombres Nikolaev, mirándolos con desconfianza.
¿Por casualidad tienen la identidad del depredador que ha estado
acechando en las sombras durante las últimas cinco décadas? Pero a
diferencia de otros hombres, no era tan fácil leer a los hombres Nikolaev.
Sus rostros eran inmóviles, máscaras idénticas.
No había duda de que eran peligrosos. Proyectaban el mismo tipo de
energía que mis hermanos, aunque mis hermanos la ocultaban un poco
mejor bajo sus pulidos modales y sus seductoras sonrisas. O tal vez a
estos dos les importaba una mierda ocultar su naturaleza.
—Bien —le dije a mi jefe. Aunque estaba loco si pensaba que iba a
confiar ciegamente en ellos. Confiaba en mi compañero para que me
cubriera las espaldas, no en estos dos cuyas apariencias gritaban que sus
formas eran poco escrupulosas.
Más que seguir el reglamento, quería capturar al depredador. Algo en
este caso concreto me decía que respondería a las preguntas que se habían
planteado durante los últimos veinte años.
—Bien, bien, bien —dijo McGovan. Prácticamente pude ver cómo se
frotaba mentalmente las manos—. Quiero que empiece con ellos este fin
de semana. Este caso es de alta visibilidad y...
—Tengo planes este fin de semana. —Dejé escapar un fuerte
suspiro—. Llevo seis meses siguiendo este caso sin parar y no me he
acercado a averiguar quién se lleva a estos chicos. Necesito un tiempo
libre. Para resetear, para aclarar mi mente, o no voy a ser buena para
nadie. Y mi familia viene. Voy a pasar tiempo con ellos. Cuando llegue el
martes por la mañana, estaré aquí con las campanas puestas, lista para
hacer lo que hay que hacer para encontrar a este imbécil a cargo, pero
hasta entonces... Estoy fuera de servicio.
—Puede cancelarlos —ladró. Mis mejores amigos, Willow y Sailor,
iban a venir y también mi hermano mayor Byron. No había nada en este
planeta que me hiciera cancelar esos planes.
Le entrecerré los ojos a mi jefe.
—No —le dije con firmeza, y mantuve el contacto visual con sus ojos
saltones—. Así que, si necesita a alguien este fin de semana, busque a otra
persona. —Luego, para asegurarme de que me entendía, añadí—: No. Es.
Negociable.
Okay, la insubordinación podría hacer que me despidieran un día de
estos. Excepto que no ver a mi hermano mayor no era una opción. Este
era el primer fin de semana que tenía libre en meses, y me negaba a perder
la oportunidad de pasar tiempo con él. Y con mis mejores amigos.
Además, McGovan estaba demasiado asustado como para despedirme,
teniendo en cuenta que era un lameculos y temía la influencia de mi
padre. El gran senador Grayson Ashford, el futuro de nuestro país.
Pensar en mi padre siempre me dejaba un sabor amargo en la boca. Yo
asumí mis errores y mis pecados. Mis hermanos hicieron lo mismo, pero
nuestro padre no. Él usaba y abusaba, sin importarle el costo para los
demás. Ya de niña lo percibía. Lo vi en la forma en que trataba a mis
hermanos. Como si fueran desechables.
No supe hasta mucho después lo cierto que era eso. Todos éramos
desechables para él, incluidos su hijo y su hija ilegítimos, y mi madre, que
tenía vínculos con los infames capos del Sindicato. Me enteré de sus hijos
ilegítimos cuando estaba en la escuela secundaria. El resto lo supe
después.
Mis hermanos me mantuvieron al margen de todo, pero finalmente la
niña creció. Me enteré de los pecados de mi padre, de lo mucho que le
costó a nuestra madre y a todos mis hermanos. Especialmente la hermana
pequeña que ni siquiera sabía que yo existía.
En resumen, la familia Ashford era tan despiadada y sucia como los
criminales de los bajos fondos.
—De acuerdo —cedió, tal y como pensé que haría—. ¿Puede darle a
estos hombres un resumen de los casos de secuestro y sus ideas? Puede
enviarles los detalles por correo electrónico.
Debí dudar un segundo de más porque McGovan empezó a hablar de
nuevo, con una agitación evidente en su tono.
—Tenga en cuenta, agente Ashford, que ellos tienen conocimiento del
posible individuo que está detrás de esto. Su información nos ayudará a
capturarlo, —añadió McGovan, creyendo que lo estaba explicando todo
cuando en realidad solo provocaba más preguntas.
Estos hombres eran forasteros y no deberían recibir información del
FBI. McGovan quería que compartiera información confidencial con los
visitantes para que este caso se resolviera lo antes posible y él pudiera
quedar como un héroe.
Dios, odiaba la maldita política. Sabía que quería ascender a D.C. y si
este caso se resolvía bajo su supervisión, probablemente conseguiría ese
ascenso. Todo el país lo estaba observando porque el volumen de
secuestros ya no pasaba desapercibido y la oficina de McGovan era la que
trabajaba activamente en el caso.
Me dirigí al lado opuesto de la habitación y me apoyé en la pared,
manteniéndome cerca de la salida y con los ojos puestos en ambos
hombres. No me fiaba de ellos.
Mis ojos conectaron con sus miradas. Frígidas. Glaciares pálidos. El
color de sus ojos era algo extraño. Eran tan pálidos que había algo
desconcertante en ellos.
Me sacudí los pensamientos de su aspecto físico. Si podían ayudarnos
a señalar al culpable correcto detrás de los secuestros, lo aceptaría. Era lo
menos que podía hacer para compensar mis malas acciones.
—En Luisiana, los chicos han estado desapareciendo durante unos dos
años —comencé—. Al azar y muy separados, geográfica y
temporalmente, por lo que nunca fue detectado por el FBI. Hasta hace
poco. Pero hay casos similares en todo el país. De hecho, estoy bastante
segura que incluso fuera de Estados Unidos. —Un breve asentimiento del
del traje, y de repente, tuve que estar de acuerdo con McGovan. Estos
hombres sabían algo—. Específicamente en New Orleans, los casos
comenzaron, o tal vez se retomaron, hace unos siete meses. El primer
mes, cinco chicos desaparecieron mientras vagaban por las calles,
robando carteras. Eran en su mayoría chicos de familias desfavorecidas.
Quienquiera que esté haciendo esto apuntó específicamente a esos chicos,
por lo que podría atribuirse a que los chicos eran fugitivos.
»Desgraciadamente, son el tipo de chicos problemáticos que son los
últimos en ser notados cuando han desaparecido. Así que permaneció
debajo del radar. Entonces comenzaron las escaladas: chicos sacados de la
escuela por supuestos amigos, para no ser vistos nunca más. O sacados del
patio de recreo. Como si este depredador de repente quisiera que se
notaran sus acciones. Pero solo sus acciones, porque nadie recuerda nunca
nada de ninguno de estos hombres que creo que trabajan para él. O son
excelentes para mezclarse con las sombras o los rasgos del depredador no
son memorables.
Otro asentimiento. Sentí que mi ritmo cardíaco se aceleraba ante la
posibilidad de llevar a la justicia al hombre culpable de tantas tragedias.
Compartir es cuidar, susurró en mi cerebro la espeluznante voz, el
recordatorio no era bienvenido.
Sin embargo, un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando una
revelación me golpeó. El hombre que se llevó a Kingston tenía acento.
¡Un acento ruso! Mucho más marcado que el del hombre del traje que
tenía delante, pero estaba segura que era un acento ruso. Hasta hoy, no
había hablado con nadie con ese acento.
—Creo que los casos de aquí y de todo Estados Unidos están
conectados. —Mi voz tenía un temblor apenas perceptible—. No tengo
absolutamente ninguna prueba que lo apoye, pero el modus operandi es
exactamente el mismo. Cada vez. Quienquiera que esté haciendo esto
tiene como objetivo a los chicos que están perdidos, por falta de un
término mejor. Nadie se da cuenta que han desaparecido, al menos
durante unos días. —Tragué saliva—. Se los llevan de lugares públicos,
pero nadie se da cuenta de nada. —Lo vi de primera mano. Nuestra propia
niñera estaba cerca. Y Kingston y yo no éramos callejeros, veníamos de
los Ashford. La crème de la crème11 de la sociedad de élite, como
escribieron los periódicos—. Hasta estos casos recientes.
Y al menos otro, añadí en silencio.
11
La crème de la crème: La crema de la crema en francés
—¿Qué te hace pensar que estos últimos casos son especiales? —
preguntó el hombre Nikolaev que estaba sentado, aunque tuve la sospecha
de que conocía la respuesta. Su voz era profunda, el acento claramente
presente.
Como el que recordaba en mis pesadillas mientras gritaba por mi
hermano.
—La desaparición del último chico fue alertada a las autoridades en
una hora. No llegó a casa desde la escuela. Lo mismo con varios casos
anteriores. Él o ella quiere hacerse notar. Si revisan los últimos cinco o
diez secuestros, verán que ciertas cosas han cambiado. Los chicos
secuestrados tienen exclusivamente cabello rubio claro y ojos azules
claros.
Un pensamiento atravesó mi cerebro. Estos dos hombres tenían el
cabello rubio claro y los ojos azules. ¿Tal vez tenían hijos y estaban
preocupados por ellos?
—En todos los demás casos, el color no era un factor. Parece un
mensaje —continué—. Un mensaje muy específico. Aunque la pregunta
es a quién: ¿al público en general o a alguien en concreto? O tal vez está
preparando algo grande y quiere que todo el mundo gire en la dirección
equivocada.
Aunque yo no lo creía. Y mi instinto me advirtió que el objetivo
específico de los chicos de cabello rubio y ojos azules estaba relacionado
de alguna manera con los dos hombres Nikolaev que tenía delante.
—¿Preparándose para qué? —Era la primera vez que oía hablar al
hombre Nikolaev con tatuajes en la cara. Su voz era gutural, como si se
hubiera atragantado demasiadas veces y sus cuerdas vocales estuvieran
dañadas. Sin embargo, apenas tenía un ápice de acento.
—Tráfico —le dije—. Y quizás añadir un poco de sabor a una
venganza personal. —Okay, diciéndolo así, parecía descabellado, pero en
el fondo, sabía que tenía razón. Al igual que en el momento en que mis
ojos se posaron en el hombre que se llevó a mi hermano, supe que
destrozaría a nuestra familia—. Sé que la trata de mujeres y niñas es más
común, pero también ocurre con los niños. Creo que quien se lleva a estos
chicos tiene un negocio de tráfico estándar. Si miran a lo largo de las
últimas tres o cuatro décadas, pueden ver un modus operandi similar en
todo Estados Unidos.
McGovan se rio y el resentimiento se deslizó por mis venas. Odiaba
que esto fuera solo un caso para él. Para mí, era una cuestión de vida o
muerte. Para cualquiera de los chicos que desapareciera.
—Bien, como pueden ver la agente Ashford se emociona y tiene
algunas teorías. Pero solo nos estamos centrando en los chicos de New
Orleans. No hay ningún fundamento en su teoría.
Mis ojos se dispararon hacia mi jefe, fulminándolo con la mirada.
—Sí, lo hay —le respondí bruscamente, con la voz ronca por las
emociones—. Las conexiones son tan claras como el agua. Todos los
secuestros tienen similitudes. ¿Acaso ha leído mi expediente? —Entorné
los ojos hacia McGovan, tratando de entender el punto.
Estudié cada uno de los casos de chicos desaparecidos, desde su
circunstancia de nacimiento hasta el día en que desaparecieron. Perdí la
cuenta de las personas a las que entrevisté para reunir trozos de
información, porque parecía que cada vez que orquestaba los secuestros
era invisible para la gente de alrededor.
—Este depredador es un maestro de la manipulación y cuenta con
vastos recursos. No solo en los Estados Unidos, sino también en el
mundo. ¿Dónde diablos cree que pone a todos esos niños? ¿En su casa
unifamiliar de cuatro habitaciones en los suburbios?
Dios, McGovan era un idiota. Todo lo que tenía que hacer era leer mis
archivos y vería las conexiones. Excepto que él no quería ir a salvar el
mundo. Solo su maldita carrera. A mis ojos, McGovan no era mejor que el
senador Ashford. Ambos miraban por sí mismos y por nadie más.
Tuve que respirar tranquilamente o arriesgarme a perder la calma. Si
me iba contra mi jefe, independientemente de mis contactos, no sería
bueno para mi expediente. Mis hermanos no podían hacer más que un
límite, y yo odiaba pedirles favores especiales. No es que hubieran
dudado en ayudarme.
Vasili Nikolaev se levantó y mis ojos se dirigieron hacia él,
observándolo con recelo.
Extendió la mano con una expresión ilegible en la cara. Mis ojos se
detuvieron en su mano durante un segundo demasiado largo. Jesús, sus
manos eran enormes. Me aplastaría con un pequeño apretón.
De mala gana, puse mi mano en la suya y sus dedos entintados
rodearon mi mano, luego apretaron firmemente.
Deseé que me diera alguna pista sobre quién era realmente. Sí,
apestaba a despiadado, a peligro y a dinero, pero debajo de todo eso había
más. Mucho más. Lo mismo ocurría con su hermano, salvo que había una
frialdad antinatural en él.
—Estoy feliz de que la tengamos en nuestro equipo. —Okay, sonaba
sincero. Tal vez estos chicos serían la respuesta para detener esta mierda.
Y entonces, finalmente, encontraría respuestas y vengaría a Kingston—.
Soy Vasili.
Nadie tenía que decirme que este hombre era una fuerza para tener en
cuenta. Se notaba en cada movimiento, en cada mirada, en cada palabra.
—Aurora —murmuré, sin saber muy bien por qué le di mi nombre.
Normalmente, solo ofrecía mi apellido. Incluso Jackson me llamaba
Ashford, nunca por mi nombre.
Mis ojos se dirigieron a su hermano, pero no dijo nada. Su cara era
una máscara inmóvil, marcada por los tatuajes. Sus ojos me miraban con
frialdad. A diferencia de su hermano, no intentó darme la mano.
—De acuerdo entonces, —murmuré con sarcasmo—. Encantada de
conocerle también.
Se quedó mirando fijamente, el gélido silencio era espeluznante. Sin
embargo, no me hizo sentir incómoda. Sin embargo, despertó mi
curiosidad. Así como algo más, un recuerdo o una sensación que no podía
captar.
Durante una fracción de segundo, me ahogué en los pálidos glaciares,
sumergiéndome voluntariamente en las aguas heladas.
Luego apartó la mirada y se marchó sin decir nada más, moviéndose
como una pantera. Vasili iba justo detrás de él.
Ambos silenciosos y mortales.
CAPÍTULO CINCO
AURORA
Entonces demándame.
Después que los hombres Nikolaev se fueron y McGovan me regañó,
volví a mi escritorio. Entonces me puse a trabajar directamente.
Escribí el nombre Nikolaev en la base de datos y la información
empezó a llegar.
Nikola Nikolaev.
Padre de Vasili, Sasha, Alexei y Tatiana Nikolaev. Alexei Nikolaev
era su medio hermano. Madre Marietta Taylor.
No es sorprendente. Los hombres a menudo tenían mujeres a su lado.
Basta con mirar a mi padre.
Mis ojos recorrieron la pantalla, consumiendo la información.
Nikola y su esposa se mudaron a los Estados Unidos junto con sus
hijos: Vasili y Sasha. Tatiana y Alexei nacieron en Estados Unidos.
—Dios mío —murmuré. El viejo tenía vínculos con la mafia rusa, se
sospechaba que posiblemente la dirigía. Aunque nunca se confirmó ni se
encontraron pruebas.
¿En qué está pensando McGovan? Tener cualquier tipo de trato con
esos hombres podría empañar la credibilidad del caso una vez resuelto.
Tragué con fuerza. La idea de tratar con cualquier miembro de una
organización criminal hacía que el pavor corriera por mis venas. Era
normal teniendo en cuenta lo que había presenciado que le ocurrió a
Anya, la hermana de Sailor, a manos de un miembro del cártel. O
sabiendo cómo habían asesinado a mi madre.
Me obligué a seguir leyendo.
Vasili Nikolaev tomó las riendas del negocio bastante joven y creó lo
que parecían ser negocios legítimos, al menos en apariencia. O tal vez
eran fachadas, era difícil saberlo sin indagar en cada negocio y en sus
registros financieros. Los hombres Nikolaev tenían tanto éxito que se
habían convertido en unos de los principales magnates inmobiliarios del
mundo.
—Impresionante —murmuré, ligeramente asombrada.
La ambición y el éxito de los Nikolaev rivalizaban con mis hermanos.
De hecho, en el mercado inmobiliario empresarial, a menudo competían
entre sí. Era extraño que nunca hubiera escuchado a mis hermanos
mencionar el nombre Nikolaev.
No es que haya preguntado nunca por sus negocios. Mis hermanos
estaban decididos a construir un imperio para poder ser intocables. Yo
quería capturar al secuestrador de mi hermano.
Hice clic en la flecha y pasé a la siguiente pantalla de información.
Sasha Nikolaev. Cuarenta y dos años.
Mis ojos se entrecerraron.
—Eso no puede ser cierto, —gruñí—. U.S. Navy Seal... francotirador.
¿Qué. Mierda?...
Su padre ya tenía una reputación cuando Sasha Nikolaev se unió a los
SEAL de la Marina y se entrenó como francotirador. Una locura. Era casi
como si el gobierno entrenara personalmente a un miembro de una familia
del crimen organizado.
Luego estaba Alexei Nikolaev.
El más intrigante Nikolaev, que solo se unió a la familia hace unos
seis años.
Nació en Luisiana, en un hospital privado. Durante unos dos años, su
madre vivió en la zona de New Orleans hasta que empezó a mudarse
mucho. Finalmente se instaló en Florida, donde tuvo una niña.
Pero no hubo más menciones ni rastros de Alexei. Era como si hubiera
desaparecido. Sin embargo, no hubo menciones de juego sucio.
No fue hasta hace unos veinte años cuando volvió a aparecer; esta vez
en el radar del FBI debido a sus conexiones con Ivan Petrov, el
sospechoso y solitario traficante de personas ruso.
Excepto que nadie había visto nunca al hombre. Ivan Petrov era
básicamente un fantasma criminal.
Alexei Nikolaev aparentemente tenía un conjunto de habilidades muy
buscadas. Por la Bratva, la Cosa Nostra, la mafia irlandesa, la griega...
Maldición, trabajaba con todas las organizaciones criminales.
Mi corazón rugió al leer los tratos de Alexei con otros miembros
cuestionables de la sociedad -Nico Morrelli, Cassio King, Luciano Vitale,
Raphael-.
Y la pantalla se quedó en blanco.
Giré mi cabeza, mirando las luces. La electricidad seguía encendida.
No había parpadeos. Todos los demás parecían estar inmersos en su
trabajo.
Volví a prestar atención a la pantalla y pulsé el botón de actualización.
Cuando no ocurrió nada, pulsé el botón de entrada.
Seguía sin haber nada.
Así que reinicié la búsqueda, escribiendo el nombre. Nada.
—No puede ser —siseé—. Solo estaba leyendo la maldita cosa. Sé
que hay mierda aquí.
Lo intenté de nuevo. Todavía nada.
Cogí el teléfono de mi escritorio y llamé a Milo.
—¿Qué pasa? —Su respuesta estándar.
—Hola Milo —empecé, tratando de mantener la voz uniforme—.
Estaba en medio de la lectura de un archivo sobre Alexei Nikolaev, una
persona de interés, y luego simplemente desapareció. Solo malditamente
desapareció.
Se rio y mis dientes se apretaron. Sabía que mi falta de sueño solía
hacerme más irritable. No era justo tomarlo con él, aunque en este
momento, su risa me irritaba como ninguna otra cosa.
—Eso es porque lo he limpiado —dijo con tono inexpresivo.
Mi presión sanguínea se disparó.
—¿Por qué diablos has hecho eso? —espeté.
Volvió a reírse, y apreté los dientes o me arriesgaría a decir algo muy
inapropiado.
—McGovan lo ordenó y contó con la autorización de los altos cargos
de Washington —explicó.
No tenía ningún puto sentido. ¡Qué puta mierda de caballo!
—Pues devuélvelo —siseé—. No había terminado y necesito la
información. —Cuando no respondió, perdí la cabeza—. ¡Maldición,
ahora, Milo!
—El borrado es permanente.
Luego colgó. Me colgó, maldición.
Inspiré profundamente y exhalé y lo repetí de nuevo. La calma se
apoderó lentamente de mí.
Inhalé y exhalé una vez más antes de recurrir a buscar en el maldito
Internet. Aunque los hombres Nikolaev parecían ser idolatrados por los
medios de comunicación, casi tanto como mis hermanos, por su aspecto,
su riqueza y los intrigantes rumores sobre sus conexiones con el crimen
organizado, no me proporcionaban ninguna información sustancial.
Nunca entendería el atractivo. Era un suicidio involucrarse con uno de
esos hombres. Fui testigo de primera mano de lo destructivos y
repugnantes que eran los hombres del crimen organizado.
Eso destruyó a Anya.
La alarma de mi teléfono sonó, deteniendo un viaje por el carril de la
memoria. Miré el reloj y vi la hora. Eran casi las tres, hora de recoger a mi
hermano mayor en el aeropuerto privado.
Le prometí que no llegaría tarde.
AURORA
12
Star Wars: La Guerra de las Galaxias-película
13
Lord of the Rings: El señor de los anillos-película.
del entretenimiento, mientras que Sailor y yo optamos por las carreras que
probablemente nos darían una vida más corta. No estaba segura de quién
estaba más loca aquí. Aunque ninguna de las dos se daría por vencida.
Tanto Sailor como Willow eran excelentes en sus trabajos.
A Sailor le apasionaba informar sobre los desvalidos.
Las víctimas desfavorecidas del mundo corporativo.
Las mujeres invisibles que sufrían la brutalidad del tráfico de
personas.
Nunca dudó en escribir una historia sobre temas delicados que debían
conocerse. Desgraciadamente, a algunas personas en D.C. les molestaba
eso. Aunque eso nunca la detuvo. Y ayudó que los hermanos Ashford la
respaldaran.
Al igual que Sailor informaba sobre temas sensibles, Willow quería
producir películas sobre ellos, llevando sus historias a una plataforma más
amplia. Ciertamente éramos un trío.
—No importa —protestó Byron—. La filmaron en Nueva Zelanda;
para mí no es una película americana, y eso es lo único que cuenta.
Las tres pusimos los ojos en blanco al unísono, y lo descartamos.
Conocían a Byron lo suficientemente bien como para darse cuenta que no
serviría de nada convencerlo de lo contrario. Nos dejaría creer que casi lo
habíamos conseguido y luego nos diría lo idiotas que éramos.
Una hora después, Willow, Sailor y yo terminamos en el restaurante
más tranquilo que pudimos encontrar en el Barrio Francés. Parecía que
nuestros días de fiesta habían quedado atrás porque ninguna de nosotras
podía soportar los bares o las calles llenas de gente. Y el Barrio Francés
estaba lleno de gente.
Así que nos sentamos en Tableau, un clásico restaurante franco-criollo
en un elegante edificio histórico de tres plantas con asientos en el balcón.
Peter Street, entre Jackson Square y Preservation Hall. Estábamos en
medio de todo el entretenimiento en el corazón de New Orleans, pero
lejos del ruido, el caos y los borrachos de Bourbon Street.
—Bueno, tu hermano se está poniendo más caliente con la edad —
Willow rompió el silencio mientras las tres mirábamos las fiestas salvajes
que pasaban a nuestro lado.
Antes solíamos ser salvajes. Durante una semana seguida. Unas
vacaciones de primavera inolvidables, en el peor sentido posible. Éramos
unas sabelotodo. Las vacaciones de primavera en Miami fueron un patio
de recreo con acceso a todo y a cualquier cosa. Nos colamos en las
discotecas de moda, nos emborrachamos de lo lindo y Anya, la hermana
mayor de Sailor, que nos vigilaba, se unió a nosotras. Algunas noches no
tenía ni idea de cómo volvimos al hotel.
Hasta la última noche, cuando no lo hicimos. En su lugar, entramos en
la casa del supuesto cártel del que habíamos oído hablar. Por sugerencia
de Anya. Era una borracha con las peores ideas.
Nos salió el tiro por la culata, y desde entonces, pagamos las
consecuencias. Perdimos a Anya, aunque teníamos a Gabriel, y él valía la
pena el dolor. Nunca le dijimos cómo había surgido. Que era producto de
un día de mierda.
Willow bebió un sorbo de su cóctel y añadió despreocupadamente:
—Me lo follaría.
—Cállate —Me ahogué, encogiéndome ante la imagen. Me mataba
admitirlo, pero todos mis hermanos eran guapos. Las mujeres siempre
iban detrás de ellos, por su aspecto, su dinero, su poder y su carisma.
Todos mis hermanos heredaron su altura de nuestro padre. Me preguntaba
si Kingston estaría en algún lugar de la tierra, alto como él también. Tanto
Byron como Winston tenían los ojos de papá, mientras que Royce,
Kingston y yo teníamos los ojos oscuros como nuestra madre.
Aparentemente, yo era la viva imagen de ella.
No es que la conociera. Ella murió antes que yo cumpliera tres años.
La historia oficial fue un robo que salió mal, un caso de —lugar
equivocado, momento equivocado—. La historia no oficial fue que una
banda rival de sus hermanos, los infames miembros de The Kingpins of
the Sindicate14, la mataron.
Todo lo que tenía eran sus fotos y los recuerdos de mis hermanos.
Quizá fue bueno que muriera antes que todo se convirtiera en una
pesadilla. Ella no tuvo que vivir toda la mierda que pasó. A veces deseaba
no recordar.
—No quiero tener esa imagen en mi mente —añadí—. Qué asco. Me
dan ganas de vomitar.
Sailor sonrió y se inclinó hacia delante con los ojos muy abiertos.
—¿Te lo follarías este fin de semana? —Le di una patada a Sailor por
debajo del escritorio y se le escapó un aullido—. ¡Oye! —se quejó
mientras yo la miraba fijamente.
—No le des ideas —le advertí con el ceño fruncido. Había escuchado
a Willow teniendo sexo una vez. No se podía dejar de oír esa mierda. Mis
ojos se entrecerraron en mi mejor amiga, y le apunté con el tenedor—.
No. Lo Hagas. Repito, no te acuestes con mi hermano. Y especialmente
no este fin de semana. Tenemos un menor en casa en el que pensar.
—Gabriel duerme como un tronco —replicó Willow y le lancé una
mirada de desaprobación. Cuando la fulminé con la mirada, suspiró—.
Bien, no me acostaré con él. Dios, hace tanto tiempo que no tengo sexo
que ni siquiera estoy segura que mis partes femeninas sigan funcionando.
Puse los ojos en blanco. Entre las tres, Willow era la que más follaba.
—¿Cuánto ha pasado? —repliqué secamente—. ¿Como una semana?
Sailor y yo no hemos follado en mucho tiempo. Demasiado tiempo. Ni
siquiera estaba segura de recordar cómo realizar el acto.
14
Kingpins of the Sindicate: Los Capos del Sindicato
—Como dos meses —respondió Willow. Mi ceja se alzó. Eso era
mucho tiempo para ella. Sailor y yo compartimos miradas, pero ella se
limitó a encogerse de hombros. Willow era la más segura de su sexualidad
entre nosotras. Le gustaba experimentar y probar cualquier cosa una vez.
Luego, si no le gustaba, no volvía a hacerlo. De ahí que no le faltaran
parejas.
¿Tal vez se había vuelto más selectiva?
Era hermosa, de una manera exótica. Su cabello castaño oscuro
brillaba con reflejos castaños claros bajo las luces. Su pequeña estatura,
1,65 metros, era incluso más baja que la mía. Su madre era portuguesa y
su padre francés. Tenía lo mejor de los dos mundos. Tenía una hermosa
piel de marfil con ligeras pecas en la nariz y un cuerpo delgado con curvas
en los lugares adecuados. Pero, en mi opinión, su mejor atributo era su
sonrisa. Cegaba a todos los que la rodeaban.
Por desgracia, no sonreía a menudo.
—¿Qué pasó con ese ummm... —Traté de recordar el nombre del tipo
y fallé?—. Ese tipo con beneficios.
Sailor arrancó un trozo de pan y se lo metió en la boca. —El amigo
para follar —añadió con ayuda. O no.
Justo cuando Willow abrió la boca para contestar, una voz profunda y
desconocida la interrumpió. —Oh, estoy a favor de los amigos para follar.
Las tres cabezas se giraron al unísono para encontrar una figura alta y
ancha con un traje oscuro de Brioni. Parpadeé, sin saber si lo estaba
viendo bien.
—Santo. Caliente.
No estaba segura de quién murmuró las palabras, si Sailor o Willow,
pero tenía que estar de acuerdo. Mis ojos recorrieron su metro ochenta y
cinco, más o menos, con músculos sólidos y esculpidos en cada
centímetro de su poderoso cuerpo. Su cabello rubio estaba afeitado en los
lados, desvanecido con una mano experta, mostrando los tatuajes. Maldita
sea, Jesús. ¡Estaba caliente! Estaba bastante segura de que me quedé con
la boca abierta, mirando al magnífico hombre de ojos azul pálido.
Espera un momento. ¡Esos ojos pálidos!
—¿Este tipo es de verdad? —susurró Willow, aunque no había
ninguna posibilidad de que el tipo no lo oyera.
Sonrió y, de alguna manera, toda su cara se volvió aún más hermosa.
Malditamente aterradora si me lo preguntas. Nadie debería ser tan guapo.
—Sí, soy de verdad —proclamó, mostrando su brillante sonrisa
blanca. Sus ojos recorrieron a Sailor, se detuvieron en Willow por un
momento y luego terminaron en mí. Y se quedaron en mí. Seguí
esperando que dijera algo, y cuando no lo hizo, me removí en mi asiento,
incómoda.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté, con la voz ligeramente agitada. ¿Por
qué diablos estaba el hombre aquí de pie? No había duda de quién era.
Tenía que ser Sasha Nikolaev. Ese tipo de parecido no era una
coincidencia. Dios no crearía tantos hombres guapos y no los haría
parientes entre sí.
Después de todo, tras buscar a los hombres Nikolaev, sabía que había
dos hermanos, una hermana y un medio hermano, Alexei Nikolaev.
Si el maldito Milo no hubiera borrado su historial mientras
investigaba, habría aprendido mucho más de lo que sé.
Me aclaré la garganta. —¿Hola? —dije—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—Solté.
—De hecho, puedes ayudarme. —Se inclinó hacia delante, e
instintivamente, me incliné más hacia atrás. Su amplia sonrisa no me
engañó. Era un tiburón y, al igual que ese depredador, te enseñaba los
dientes antes de hacerte picadillo—. Soy Sasha Nikolaev, a tu servicio.
Casi esperaba que hiciera una reverencia y uno de esos elegantes
gestos con las manos. Levanté mi vaso, me lo llevé a los labios y tomé un
sorbo para asegurarme de no decir nada estúpido. Como que, si no sales
de mi espacio personal, te voy a matar.
Sí, decir algo así a un hombre que tenía conexiones con la mafia no
sería prudente.
—Oh, sí. Por favor, sírveme, —murmuró Willow—. En el dormitorio,
en la cocina, fuera. En cualquier puto sitio —añadió y casi me atraganté
con mi cóctel.
Él ignoró su comentario, aunque no se me escapó el brillo de sus ojos.
Pero, a su favor, mantuvo su mirada en mí, esos glaciares azul pálido, a
juego con sus hermanos, taladrándome.
—Mi hermano, el de allí. —Inclinó la cabeza hacia el asiento más
alejado del balcón, sin dejar de mirarme—. Te ha estado devorando.
Bueno, al menos sus ojos. —Sonrió.
Vacilante, seguí su mirada, al igual que Willow y Sailor. Alexei y
Vasili Nikolaev estaban sentados allí, sus grandes marcos parecían ocupar
una cuarta parte del espacio del balcón. Ambos vestían de negro. Vasili
llevaba un traje de Armani. Sí, podía distinguir la calidad de los trajes; me
crie con hermanos con gustos extremadamente caros. Alexei, por su parte,
llevaba de nuevo una camiseta negra lisa y unos pantalones negros tipo
cargo, que probablemente costaban más que mi sueldo mensual. Tenía la
sensación de que el hombre siempre vestía de negro, lo que hacía que sus
ojos fueran inusualmente claros.
La expresión estoica de Alexei se encontró con la mía e
inmediatamente me inquieté.
Esos raros glaciares de color azul pálido eran demasiado invasivos. Su
mirada quemaba y enfriaba al mismo tiempo. Era como una ducha helada
en un día caluroso. No podía decidir si me hacía sentir bien o no. Tal vez
ambas cosas.
Los tres hermanos compartían el mismo color de ojos y la misma aura
peligrosa. Sasha Nikolaev podía sonreír, pero de alguna manera sabía que
era tan psicótico como su hermano Alexei. O incluso Vasili. Excepto que
el hermano mayor lo ocultaba mejor.
Entonces, por qué el impacto de los otros dos hermanos en mí era
completamente diferente al de Alexei, no tenía ni idea.
—Jesús Cristo, ¿hay tres de ellos? —susurró Sailor con voz
consternada, sacándome de la cornisa. La expresión estoica de Alexei era
una fuerza a tener en cuenta. Comprendí por qué se quedó boquiabierta
ante los hombres. Yo hice lo mismo. Dos hombres Nikolaev ya eran
malos, pero tres. Esperaba que no hubiera otro al acecho en alguna parte.
Cuatro simplemente sería cruel para las mujeres de la Tierra.
—No puede dejar de mirarte, y nos gustaría que te unieras a nosotros
—anunció el tipo, lo suficientemente alto como para que todo el
restaurante lo oyera—. Tus amigas también.
Mis ojos volvieron a dirigirse a la mesa y mi ceño se frunció. ¿De
quién estaba hablando? Tenía que ser Alexei, porque la máscara impasible
del hombre seguía sin apartarse de mí.
—¿Tu hermano no está casado? —pregunté, por si acaso se refería a
Vasili. La búsqueda en Google estaba llena de noticias sobre Vasili y su
joven esposa. Ayer, Vasili fue el único que habló y su hermano se
comportó como si no me soportara. A mí me pareció bien.
—Ese no —soltó Sasha—. El otro.
¡Maravilloso! El psicótico. De alguna manera sabía que era él. Mi piel
se calentó con la agitación. Al menos eso fue lo que me dije a mí misma.
Alexei Nikolaev era mi hermano Nikolaev menos favorito. Había algo tan
perturbador en él.
¿Por qué estaban cenando aquí? Deberían ir al restaurante designado
para criminales. No arruinar un buen momento para la gente normal como
yo. De acuerdo, tal vez no era exactamente normal, pero a la mierda. Yo
era más normal que ese hombre frío.
La ironía era que tendría que trabajar con criminales para capturar a
un criminal. Tal vez podría ponerlos a todos tras las rejas. Pero primero,
los utilizaría para lo que sea que supieran sobre el depredador y luego los
encerraría a todos.
Apuñalé mi filete. —No, gracias.
—¿Por qué no? Podría ser divertido —dijo Willow y mi cabeza se
dirigió a ella. Estaba follando con los ojos a Sasha, con la baba goteando a
un lado de su boca. ¡Traidora lujuriosa!
—Porque yo no socializo con la gente con la que trabajo —le espeté.
O podría potencialmente poner entre rejas, pero me guardé las últimas
palabras.
—Disfruta del resto de tu noche —añadí señalando a Sasha,
despidiéndolo. Sin decir nada más, volví los ojos hacia mis amigas,
ignorándolo mientras se quedaba allí de pie un segundo más.
—Oh, tú y Alexei van a ser divertidos —Se rió y luego asintió a las
chicas—. Señoras.
Volvió a su mesa, mientras yo luchaba contra el impulso de mirar
hacia ella.
—Le dijo algo al otro tipo, —susurró Sailor en voz baja—. ¿Esos
tatuajes están en su cara?
El lado de mi mejilla ardía. No tuve que mirar para saber que Alexei
era el que me quemaba.
—Creo que él le está echando mierda —añadió Willow en tono
llamativo—. Apuesto a que ha decidido remover la olla. Ohh, el tipo que
te estaba mirando se levantó. —La tensión se filtró a través de mí y rodé
los hombros, tratando de aliviar algo de mi tensión—. Está caminando.
Oh, maldición, viene hacia acá.
Quise gritarle a Willow que dejara de comentarme paso a paso los
acontecimientos que no me concernían, pero de repente tenía la boca tan
seca que lo único que pude hacer fue tragar.
—Jesús, parece molesto —murmuró Sailor en voz baja—. ¿O es su
cara de perra en reposo?
El corazón me retumbó bajo las costillas y la mano me tembló
ligeramente cuando me llevé un trago a los labios. Me bebí todo el vaso,
el alcohol me quemaba la garganta. Bajé el vaso a la mesa con un poco de
fuerza, justo cuando Alexei Nikolaev pasó por delante de nuestra mesa.
Ni una palabra. Ni siquiera una mirada.
Solo una sombra grande y oscura durante un milisegundo mientras
pasaba.
—¡Jesús! ¿Y estás trabajando con él? —Willow cuestionó en voz
baja—. Es un hijo de puta que da miedo. Como una maldita excavadora
—murmuró.
Una vez que se perdió de vista, solté un suspiro que no me di cuenta
que estaba conteniendo. Casi habría sido mejor que no lo buscara. No es
que me enterara de mucho, pero saber que esos hombres tenían
conexiones con la mafia me ponía nerviosa.
—Te asusta —dijo Sailor con naturalidad.
No estaba segura de que me asustara en sí. Más bien me ponía
nerviosa. Si el hombre mostrara una pizca de emoción o reacción,
cualquier cosa, me sentiría mejor. Pero estaba tan inmóvil que me
convencí de que era un psicópata disfrazado con pantalones negros de
carga y camiseta negra.
De acuerdo, tal vez estaba asustada. Quiero decir, ¡quién no lo estaría!
Un trago audible recorrió el aire.
Me incliné hacia delante, y las dos hicieron lo mismo, ansiosas por
escuchar lo que tenía que decir.
—Es tan... tan... —No pude encontrar la palabra adecuada y me
rendí—. Tan frío, ya saben. Como si no tuviera emociones ni las sintiera.
No es normal que sea tan controlado. —Un mechón de cabello me cayó
sobre el ojo y me lo acomodé detrás de la oreja—. Y está relacionado con
la mafia —añadí en voz baja. La curiosidad morbosa que teníamos
entonces fue la que nos metió en todo aquel lío—. Me pone nerviosa. La
última vez que estuvimos cerca de alguien así... bueno, ya saben.
Nadie lo sabía más que nosotras tres. Bueno, eran cuatro, pero una
persona estaba muerta. La madre de Gabriel. El solo hecho de pensar en
aquellas vacaciones de primavera me producía urticaria en todo el cuerpo.
La tristeza brillaba en los ojos de Sailor, mientras que el miedo que yo
sentía se reflejaba en la mirada de Willow. También había culpa. Las tres
nos sentíamos responsables de lo ocurrido en Florida. Nos creíamos
invencibles. Anya estaba allí para vigilarnos. Deberíamos haberla vigilado
a ella también.
En lugar de eso, nos divertimos mucho e hicimos cosas estúpidas e
imprudentes.
—¿Cuál es el caso en el que estás trabajando? —preguntó Sailor en
voz baja.
—No puedo decir mucho al respecto —murmuré—. Pero se supone
que los hombres Nikolaev me ayudan. O yo les estoy ayudando a ellos. Ni
siquiera estoy segura.
—¿Vasili Nikolaev? —preguntaron Willow y Sailor al mismo tiempo.
Asentí con la cabeza. —Es como un magnate de los negocios —
murmuró Sailor.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté secamente—. Ni siquiera había oído
hablar de ellos hasta ayer.
—Eso es porque te obsesiona encontrar al hombre que se llevó a tu
hermano —respondió Willow—. Creo que también tiene conexiones en la
industria del entretenimiento.
Estas dos me conocían bien. Éramos inseparables desde el primer año
de secundaria en el Georgetown Day School. Aunque todo el mundo sabía
de la desaparición de Kingston, nunca hablé de lo sucedido. Willow y
Sailor sabían lo desesperadamente que deseaba encontrar quién se lo
había llevado y dónde había ido a parar, pero nunca pude pronunciar esas
palabras de admisión.
No escuché y nos llevé directamente a las garras del hombre malo.
El silencio se extendió. Los recuerdos nos inundaron. No eran
necesarias las palabras.
—Aurora. —Una voz profunda y acentuada nos hizo saltar a las tres
en nuestros asientos. Un pequeño gemido se escapó de mi boca y mi
cabeza se movió hacia un lado para ver a Vasili Nikolaev de pie a su
altura, abarrotando nuestra mesa, y ni siquiera estaba sentado—. Mis
disculpas, no quería asustarte.
Inspiré profundamente, mis ojos conectaron durante una fracción de
segundo con Sailor y Willow. Exhalando lentamente, dejé que mi corazón
encontrara su ritmo normal antes de responder.
—Señor Nikolaev —lo saludé brevemente. Por alguna razón, no podía
llamarlo por su nombre de pila, aunque él ya me llamaba claramente por
el mío.
Sus ojos recorrieron a mis amigas y luego volvieron a mí. Este
hombre era perspicaz y definitivamente no era estúpido. Si fuera estúpido,
estaría entre rejas desde hace mucho tiempo. La expresión de la cara de
Vasili no traicionaba nada y yo rezaba para que nuestras tres caras
hicieran lo mismo.
¿Pero a quién estaba engañando? Las tres nunca fuimos rivales para la
brutalidad.
Ni cuando teníamos dieciocho años, ni ahora. Incluso con mi trabajo
en el FBI como perfiladora, no tenía estómago para la brutalidad. Era la
razón por la que estaba bien con el trabajo de campo cuando se trataba del
depredador. El depredador nunca dejaba un rastro de sangre, al menos no
en ningún lugar donde pudiéramos encontrarlo.
—¿Estás teniendo una buena visita? —Su pregunta era perfectamente
normal. Excepto que no había nada normal en la familia Nikolaev.
—Sí. —Me aclaré la garganta, encontrando su mirada. Sería una tonta
si no percibiera el peligro que acecha bajo ese traje pulido—. Sí, gracias.
—Mi hermano, Alexei, está deseando trabajar contigo. —Hay que
reconocer que no era exactamente lo que esperaba que dijera. Sobre todo,
teniendo en cuenta cómo se comportaba su hermano conmigo.
Me moví incómoda, sin saber cómo responder a ese comentario. No
podía obligar a que salieran palabras agradables de mi boca. Él sabría si
estaba mintiendo. Además, trabajar con criminales no era precisamente mi
fuerte.
—Que tengas una buena cena, —concluyó Vasili con frialdad,
haciéndome entrar aún más en una espiral de pánico.
Forcé una sonrisa en mi rostro y noté desde mi periferia que Willow y
Sailor hacían lo mismo. Solo que ellas palidecieron visiblemente.
—Gracias —murmuré mientras el hombre se alejaba, llevándose la
mayor parte del oxígeno. No tenía ni idea de dónde estaba su hermano
Sasha.
Si salía viva de esto, sería un milagro.
CAPÍTULO SIETE
ALEXEI
ALEXEI
Dos horas después, había cumplido con mi cuota del día en términos
de socialización. Diablos, había cumplido mi cuota del año.
Probablemente había socializado más en el último año que en toda mi
vida. Atravesé la gran sala de estar y me dirigí a la salida cuando, como
siempre, mis ojos se fijaron en el cuadro que Isabella colgó sobre la
chimenea.
Era un lienzo de 16 x 24 de un sauce llorón. Nunca entendí por qué a
Isabella y a Vasili les gustaba ese maldito cuadro. Era soso y simplemente
aburrido. Tatiana incluso le preguntó una vez cuál era el problema.
Isabella se sonrojó y murmuró algo sobre la belleza y la paz del árbol. Sus
ojos se desviaron hacia su esposo mientras respondía y la sonrisa de Vasili
no se me escapó.
¿Quién diablos sabía lo que hacían esos dos? No es que me importara
saberlo.
Me dirigí a la puerta cuando una suave voz llamó detrás de mí.
—Hola, Alexei. ¿Puedo hablar contigo, por favor? —Era la voz de
Bianca. No necesité girarme para saber que estaba nerviosa. Todo el
mundo estaba siempre nervioso a mí alrededor.
Me detuve y me giré lentamente. Yo no era fácil a primera vista y
definitivamente no daba vibraciones de seguridad. Bianca ya había pasado
por bastante, no necesitaba que mi trasero la asustara. Aunque ella parecía
cualquier cosa menos asustada.
Cuando me encontré con su mirada, no había reticencia en sus ojos.
Solo esa suave sonrisa en su rostro, la que hacía que la gente normalmente
hiciera cualquier cosa por ella. Su esposo, en particular, ella lo tenía
atrapado en su dedo meñique.
—Bianca —la saludé.
Se detuvo a unos metros de mí y no se me escapó la mirada de Nico
hacia nosotros. Que Dios ayude al mundo si esta mujer decide dejar a su
esposo. La perseguiría y la arrastraría de vuelta, aunque por lo que
parecía, los dos no tenían intención de dejarse. Era difícil no darse cuenta
que los dos siempre se tocaban y de cómo tendían a desaparecer.
Esperé a que ella se sintiera lo suficientemente cómoda para empezar
a hablar. No era bueno conversando, así que me quedé quieto, esperando.
A pesar de no ser mujeres malvadas, como a Margaret Callahan le gustaba
llamarse a sí misma y a su prima Aine, mi hermana y Bianca seguían
encajando en nuestro mundo. Esas dos equilibraban nuestro mundo cruel
con un toque de suavidad.
Algunos podrían argumentar que no pertenecían a nuestro mundo,
pero yo diría que nuestro mundo las necesitaba.
—He escuchado que podrías ir detrás de Ivan Petrov —empezó,
sorprendiéndome. Aunque antes había adivinado correctamente. No había
demasiados Ivan en nuestros temas de conversación. E Ivan el Grande no
contaba. Aunque no sabía qué tenía que ver con él. Esperé a que se
explicara—. La hermana de mi abuelo. Ella fue el primer pago en... en mi
familia. Mi madre se llamaba como ella. —Los nudillos de Bianca se
pusieron blancos. Odiaba todo lo que tuviera que ver con ese maldito
acuerdo de bellas y mafiosos. Le costó una madre—. El rumor era que la
habían casado con Ivan Petrov.
Fruncí el ceño. Conocí a Ivan durante buena parte de mi vida. Nunca
se casó.
—¿Quién dijo eso? —le pregunté.
Ella rodeó su pequeño cuerpo con sus brazos. Nico vendría hacia
nosotros en cualquier momento porque la angustia de su esposa era su
debilidad.
Bianca tragó saliva. —Mi abuela escuchó un rumor. No estoy segura
de que tenga fundamento —murmuró—. Pero si vas tras él, esperaba… —
Vaciló durante una fracción de segundo—. Esperaba que lo mataras y la
trajeras a ella o a sus hijos a casa. A mí.
Y esta era la razón por la que nuestro mundo necesitaba a Bella y
Bianca.
—Lo comprobaré —le prometí. Aunque si la hermana de su abuelo se
había casado con Ivan, probablemente hacía tiempo que había muerto.
Ninguna mujer podría sobrevivir a su brutalidad. Aunque eso nunca se lo
diría a Bianca.
Una suave sonrisa se extendió por su rostro
—Gracias —exhaló, sus ojos brillando de gratitud. No es de extrañar
que Morrelli se enamorara de esta mujer.
Ella podía derretir los casquetes polares cuando sonreía.
CAPÍTULO NUEVE
AURORA
AURORA
ALEXEI
AURORA
ALEXEI
AURORA
16
La Manzana de Eva.
—Hay un miembro de ese club que puede acercarnos al depredador —
añadió con ese tono gélido suyo. Jesús, si alguna vez tuviera fiebre,
buscaría a este hombre y lo haría hablar conmigo. Eso me refrescaría para
toda la eternidad.
—De acuerdo. —Mi instinto me advertía de que no me estaba
contando todo—. ¿Podemos llamarlo?
—No es tan simple como eso.
Por supuesto. Nunca lo era.
—¿Qué tal si te dejas de rodeos y me dices cuál es el trato? —
pregunté exasperada. A este paso, mis dos globos oculares estarían
temblando.
—La única forma de entrar en el club es en pareja. —Mis ojos se
ensancharon, pero no dije nada—. Los dos iremos de incógnito.
—¿Dos de nosotros? —repetí estúpidamente, mientras mis ojos
oscilaban entre Vasili y Alexei.
—Sí, tú y Alexei —aclaró Vasili—. Seguro que no ibas a pretender
ser una pareja conmigo.
Entrecerré los ojos en ambos, observándolos con recelo. ¡Idiota!
—Y si fuera un chico, ¿cuál habría sido su plan? —pregunté, con las
manos en las caderas mientras los miraba con desprecio.
Vasili se encogió de hombros.
—Te vestiríamos de chica —refunfuñó, como si fuera evidente. Y, por
mi parte, no pude saber si hablaba en serio o no.
—Debes estar bromeando —objeté secamente. Esto tenía que ser una
especie de prueba.
—No. —Alexei Nikolaev me estaba enojando. Ninguna aclaración,
ninguna explicación. Nada. Solo no. Y eso era todo.
—¿Por qué no me dan la dirección del club y consigo una orden? —
les dije—. Podemos interrogarlos hasta que consigamos la información
que nos acerque a este depredador.
—No funciona así.
La tensión subió por mi columna vertebral y mis hombros se tensaron.
Esto no podía estar ocurriendo. La idea era ridícula. Moví el cuello para
intentar aflojar la tensión. Alexei dio tres grandes zancadas hasta el
pequeño minibar y se sirvió tranquilamente una bebida.
—¿Una copa? —me ofreció.
—Ya quisieras —espeté—. Así podrás emborracharme y arrastrarme a
algún freakshow17—Sabía que no me estaba comportando
razonablemente, pero ¿qué esperaba? Soltar algo así y esperar que me
quedara tranquila—. De todos modos, estoy en servicio—añadí.
Además, imágenes que no quería recordar de hace mucho tiempo
pasaron por mi mente, como una película de terror. Ver lo que le pasó a
Anya nos marcó a Sailor, a Willow y a mí. Habría dañado a cualquier
joven de dieciocho años.
Nunca entendí por qué Anya nos recomendó entrar en la casa del viejo
Santos. Y nos llevó con ella, tres adolescentes idiotas. Era algo que Sailor
le preguntaba una y otra vez. Las tres íbamos a denunciarlo a la policía,
pero entonces Anya enloqueció.
Se volvió loca, balbuceando que era consentido. Pensé que estaba
asustada porque el hombre era el jefe de un cártel en Miami. Le aseguré
que mis hermanos nos mantendrían a salvo; Solo teníamos que decírselo.
No quiso escuchar nada y amenazó con suicidarse.
Un sudor frío me recorrió la espalda ante esos horribles recuerdos y
los empujé de nuevo a un profundo y oscuro agujero.
—Como quieras —respondió Alexei con frialdad y, extrañamente, me
devolvió a la luz y al asunto que tenía entre manos. Un club de sexo.
17
Freakshow: Show de raros.
—Dame la dirección e iré con otra persona —razoné. Le rogaría a
Jackson de rodillas que volviera por un día. Cualquiera sería mejor que
Alexei.
El vaso de Alexei se detuvo a un centímetro de sus labios antes de
responder:
—No.
De nuevo, sin explicaciones. Dios, nunca me gustó juzgar a una
persona sin conocerla, pero él realmente no me gustaba. Su voz era peor
que una ducha fría. Me ponía de los nervios.
—¿Y por qué no? —lo desafié.
Sus ojos no parpadearon. Ninguna expresión pasó por su cara. Igual
que cuando golpeó al tipo del restaurante.
—Quiero decir, ¿acaso tienes sexo? —solté estúpidamente—. Creía
que a los de tu clase les gustaba matar a la gente.
Sus dedos entintados se enroscaron alrededor de su vaso y, por una
fracción de segundo, me pareció que su agarre se tensaba. Interesante.
Mis ojos se dirigieron a sus ojos azules glaciares, pero su expresión era
inexpresiva, y volví a mirar sus dedos. Ya no agarraban el vaso. Tal vez
me lo imaginé.
Mis ojos se detuvieron en su mano, sosteniendo el vaso, estudiando
cualquier signo de ira. Nada. Aunque no se me escapó la fuerza que tenía.
Y a pesar de los tatuajes, sus dedos eran hermosos. Grandes. Fuertes.
—Tengo sexo —respondió.
Parpadeé confundida mientras el calor se precipitaba a la boca del
estómago y se extendía por mí como un incendio. Inhalé lentamente. Lo
liberé. Mi piel cobró vida. Zumbó con un pecado oscuro y un timbre
esquivo.
Un escalofrío me recorrió y me maravillé de aquella extraña reacción.
Nunca había experimentado una reacción así con otro ser humano.
—¿Y tú? —Su mirada se cruzó con algo pesado y sin emoción. Su
voz era profesional y desinteresada, un tenor frío que me helaba hasta los
huesos, pero el significado que había detrás me encendía.
Por Dios. Ese hombre me jodia la temperatura del cuerpo.
Y se suponía que iba a ir a un club de sexo con él. Sí, no lo creía. Se
me congelaría el culo estando demasiado cerca de él. Y si me tocara, me
convertiría en una estatua de hielo. O tal vez me quemaría viva porque las
llamas azules que acechaban en sus ojos ardían más que cualquier fuego
normal.
—Tiene que haber otra manera —intenté otro enfoque—. Tal vez
podamos ir de incógnito como algún miembro del personal.
Contuve la respiración esperando su respuesta, pero nunca llegó.
Suspiré. Este hombre era difícil; lo sabía sin duda. Y la reacción que tenía
a su alrededor era la más inquietante de todas.
—Escucha, ir de incógnito contigo nunca funcionará. Tengo un
compañero —le dije. ¿Estaba exagerando un poco? Sí, pero él no lo
sabía—. Normalmente, mi compañero y yo estamos en el mismo canal.
Será creíble con él.
Cielos, solo pensar en que Jackson me tocara me ponía incómoda.
Además, estaba casado, así que eso sería un problema. Sin embargo, de
alguna manera se sentía como una opción más segura que este tipo.
—Tu compañero ha sido reasignado. —Mis cejas se alzaron. ¿Cómo
lo sabía? Yo me enteré hace apenas una hora.
Nuestras miradas se cruzaron. Un escalofrío me recorrió y un trago
audible sonó en la habitación. Era el mío.
Club de sexo y Alexei Nikolaev en la misma frase era una mala idea.
No importaba asistir al club de sexo en sí. Este hombre tenía malas
noticias escritas por todas partes. Quiero decir, solo mira la tinta. ¿Quién
diablos se tatúa la cara? Ciertamente nadie que yo conociera.
Diablos, los hombres con los que salí no se tatuaban ninguna parte de
la piel. Estaban limpios.
Sin embargo, ninguno de ellos me impactó como Alexei. Su postura
rezumaba poder y confianza. Sabía que se saldría con la suya y me
molestaba. Era abrumadoramente grande. Demasiado alto. Demasiado
voluminoso. Demasiado algo que simplemente no funcionaba para mí.
Mis ojos recorrieron sus anchos hombros. Llevaba de nuevo una
camiseta negra. Le quedaba como una segunda piel. Esta vez, en lugar de
pantalones cargo, llevaba unos vaqueros negros. A regañadientes, tuve
que admitir que le quedaban bien los vaqueros. Se amoldaban a su
tonificado cuerpo. Sus brazos musculosos cubiertos de tinta
probablemente dominarían a la mayoría de los hombres de esta Tierra, y
no digamos a mí. Hacía ejercicio, corría casi a diario. Sin embargo, sabía
sin lugar a dudas que no había ninguna posibilidad de dominar a este tipo.
Incluso con un arma encima, no podría vencerlo. Si él me quería muerta,
estaría muerta.
Y se supone que tengo que ir a un maldito club de sexo con él. De
ninguna manera. No hay como. Acabaría muerta, y nunca más se sabría
de mí. Una estadística. Mi hermano no me salvaría, así que terminaría en
otro bloque de corte.
—Entonces, ¿qué esperas que pase en este club de sexo? —Respiré.
Mi imaginación estaba en marcha. Nunca había estado en uno, aunque
había oído hablar mucho de ellos.
—Fingiremos ser una pareja y nos invitarán a otro evento que nos
acercará a nuestro objetivo.
Okay, era una explicación mejor de lo que esperaba.
—Y nosotros simplemente... —Tragué con fuerza, incapaz de
pronunciar las palabras—. Solo interrogaremos a la gente.
—No, fingiremos ser una pareja y participaremos.
Mis cejas se alzaron.
—¿Participaremos? —Carraspeé, con la voz apenas por encima de un
susurro—. En actividades sexuales. —Como no respondió, añadí—: No sé
tú, pero yo definitivamente no voy a tener sexo con extraños.
Una sombra pasó por su cara, pero fue tan fugaz; no estaba segura de
sí tal vez mi mente me estaba jugando una mala pasada.
—Es un club de sexo para parejas —dijo con frialdad, como si eso lo
explicara todo—. Las parejas tienen sexo en él, no los desconocidos.
Tragué saliva. Tal vez también jadeé, mientras mi corazón se ponía en
marcha.
—¿Tener sexo contigo?
¿Por qué mi voz es tan malditamente temblorosa?
—Si se da el caso. —Alexei bien podría estar hablando del tiempo.
—No me pagan lo suficiente para esta mierda —murmuré, pasándome
ambas manos por el cabello.
¿Y si no regresaba nunca? Los hombres Nikolaev eran delincuentes.
En el radar del FBI, pero siempre rozándolo. Y ahora habían encontrado
la forma de hacer que el FBI trabajara con ellos. No, no con ellos. Para
ellos.
No había código ni confianza entre criminales. Se desharían de mí
cuando terminaran conmigo.
Su mirada atrapó la mía, sin emoción, como si estuviera mirando
directamente a través de mí y mi corazón se enfrió en mi pecho. Este
hombre bien podría estar tallado en una piedra fría. Estaba bendecido con
el rostro de Adonis, pero nada de eso importaba cuando dejaba un rastro
de hielo y muerte a su paso.
Un asesino. Tenía vínculos con la mafia irlandesa, la Bratva y los
italianos. Todas las organizaciones criminales del planeta que estaban en
el radar del FBI trabajaban con Alexei Nikolaev. Era el hombre al que
acudían cuando todo lo demás fallaba. Por supuesto, tampoco había
pruebas que apoyaran esa teoría.
Gracias, Milo, pensé secamente.
—Nunca contestaste —comentó secamente. Parpadeé, confundida por
lo que estaba preguntando—. ¿Tienes sexo?
Se me erizó la piel. Por su rudeza, me dije. Mis ojos se dirigieron a su
hermano que, por alguna razón, permaneció callado todo el tiempo,
observándonos a su hermano y a mí.
La frustración parpadeó en mi pecho por encontrarme en esta
situación.
—No eres mi tipo —respondí secamente.
Seguramente las mujeres se desmayaban por él, hasta que quedaban
atrapadas bajo esa expresión fría. Lo consideraría fácilmente uno de los
hombres más guapos que había conocido. Si no fuera por esos ojos.
Azules. Sin corazón. Más fríos que el Ártico. Su mirada por sí sola era
suficiente para hacerte correr. Pero había algo escondido en esas
profundidades glaciales. Profundo, profundo en la oscuridad donde solo
los monstruos acechaban.
—Prepárate. —Su fría voz envió un rastro de hielo por mis venas.
Parpadeé confundida. Sus habilidades de conversación me darían un
latigazo.
—¿Para qué? —Maldije mi voz. Salió demasiado sin aliento.
Demasiado insegura. Demasiado temblorosa.
Maldito sea.
—Mi llamada.
Recuperando parte de mis sentidos, enarqué una ceja.
—No he aceptado tu ridículo plan.
—Lo harás.
Mis mejillas se encendieron de frustración.
—Eso no lo sabes —espeté—. Tú y club de sexo en la misma frase
son malas noticias. No importa lo demás. Yo no... —Mis palabras
tartamudean—. No voy a hacer ninguna mierda sexual contigo. —Pensé
que lo había dicho de forma bastante convincente.
—No te preocupes, seré suave contigo —replicó, con la voz nivelada.
¿Qué. Mierda?
Debo haberlo escuchado mal. Mis ojos se desviaron hacia su hermano,
que ahora tenía una expresión divertida en su cara.
—No me preocupa —le respondí con voz burlona y una sonrisa
fingida en el rostro—. Porque cuando encierre tu trasero, me aseguraré de
no ser suave contigo.
—Cuento con ello, kroshka.18 —Un profundo timbre de voz salió a la
superficie, y posiblemente era lo único que este hombre tenía a su favor.
Mentalmente, tomé nota para buscar lo que significaba kroshka.
—No quiero hacerlo —siseé.
—Sí, lo haces. —Su afilada mandíbula se tensó y me di cuenta de que
estaba enojado. Casi me lo pierdo—. Quieres atrapar a este depredador,
como si tu vida dependiera de ello.
Así es. Un dato que nunca compartí con nadie más fue que el modus
operandi de todos estos secuestros coincidía con el de mi hermano.
Excepto que había un testigo. Yo.
Quería expiar mis pecados.
Mirando a este hombre, odié que pudiera leerme tan bien.
—Cuando lo atrape, tú serás el siguiente —prometí y luego me giré
para partir.
18
Kroshka: Niña pequeña en ruso.
Un escalofrío me recorrió el cuello y una sensación familiar me
invadió. Como si alguien me mirara fijamente, quemando un agujero en
mí. La misma sensación que tuve todo el fin de semana. Desde que lo
conocí.
Una oleada de inquietud se apoderó de mi pecho. Este hombre no
estaba bien. Psicótico, la palabra seguía sonando en mi mente.
Miré por encima del hombro, con los dedos enroscados en el pomo de
la puerta.
—Y señor Nikolaev —empecé.
—Alexei —me cortó—. Llámame Alexei —exigió—. Después de
todo, vamos a ir a un club de sexo como pareja.
Maldito lunático.
—Deja de seguirme —espeté, y me apresuré a salir de allí antes de
perder la calma y hacer algo que podría costarme el trabajo.
O peor, mi vida.
CAPÍTULO QUINCE
ALEXEI
19
Da: Si en ruso.
Ahora quería que le pagara la deuda.
Me había equivocado. Supe que lo hice en el momento en que pisé
suelo ruso.
Maldito orgullo. Sin embargo, ¿cómo admitir que fui yo quien llevó a
Ivan a un niño y una niña inocentes? La vergüenza era profunda. Me
salvé a costa de ellos. No fue correcto.
Ahora, volví para corregir el error. Para salvarlo. El niño que salvó a
su hermana, Rora. Para mantener la promesa hecha a una niña.
Puede que ahora me haya hecho un nombre y pueda permitirme las
cosas bonitas de la vida, pero nada puede borrar lo que era. Un monstruo
vestido como un caballero. Había hecho cosas inimaginables. Cosas
imperdonables. Aunque hasta aquel día de invierno en el zoo, me
consolaba que todos los que maté, todos los estragos que causé fueron
por los hombres malos. Los hombres que ni siquiera merecían la muerte.
Pero ese día en el zoo me pasé de la raya.
No debería haber llevado a Ivan hasta ellos. Debería haberles
enviado una advertencia. Fue su padre quien lo estafó, no sus hijos. Pero
aprendí una dura lección a lo largo de mi vida; normalmente eran los
hijos los que pagaban por los pecados de sus padres.
El viento frío me envolvía. Los inviernos en Siberia no eran ninguna
broma. Y después de años de permanecer lejos de este país olvidado de
Dios, el frío se filtró rápidamente a través de mi torrente sanguíneo y
directamente a mi médula ósea. Mierda, cuando envejeciera, estaba
seguro de que tendría artritis o alguna mierda.
Cortesía del maldito Ivan Petrov.
Aceché en la oscuridad, justo fuera de la ubicación conocida de Ivan.
El complejo. Era donde tenía a sus chicos. Era donde esperaba encontrar
al chico al que le debía tanto.
En todos mis años, nunca pensé que me odiaría tanto a mí mismo,
pero desde aquel día de hace diez años, el odio a mí mismo me consumía.
Llevaba cinco días en el país, acechando a los hombres de Ivan y sus
alrededores. Lo que me preocupaba era que no había visto a ningún
chico ni a los hombres que Ivan había utilizado durante mi encierro aquí.
Normalmente, les daba una hora al día en el exterior, sin importar las
gélidas temperaturas.
Mi aliento enturbiaba el aire helado que había frente a mí. Me quedé
quieto en mi escondite a temperaturas bajo cero, observando a los
Malinois Belgas que merodeaban por la nieve, dando vueltas por la
propiedad. De vez en cuando, uno de ellos se detenía a unos seis metros
de mí.
La reconocí. La perra que yo llamaba mía. La llamé Puma. No es un
nombre muy original, pero fue el primer ser vivo que me amó
incondicionalmente. Ciegamente incluso. Yo había ayudado a traer al
mundo a la camada de su madre. De alguna manera, ella era la única con
la que conecté.
Las luces brillantes de la casa iluminaban el patio inmediato, y podía
ver a Puma acercarse más y más a mí con cada parámetro alrededor de
la casa. Hasta que estuvo justo delante de mí.
Su cola se agitó y, antes que pudiera alejarla, se abalanzó sobre mí. A
pesar de la capa de nieve que tenía en la espalda, fue la mejor
bienvenida.
—Kotyonok20 —susurré, mientras me lamía la cara. Era un nombre de
mascota que usaba para Puma, porque era como un gato. Abrió su
hocico, preparándose para ladrar alegremente, y yo la rodeé suavemente
con mis manos—. Shhh.
Pasé mi mano por su pelaje, abrazándola con fuerza.
—Dios, te he echado de menos, maldición.
Otro lametón en mi cara. Eso debía significar que ella también me
echaba de menos. Mi corazón se estrujó en mi pecho por haberla dejado
20
Kotyonok Gatita en ruso.
atrás. Ivan y sus hombres no eran mejores con los animales que con los
chicos.
—Voy a sacarte —dije con tono áspero, con la culpa arañando mi
pecho. He jodido tantas cosas—. Tú y yo. Y salvaremos al niño. Quizá a
todos los niños.
Habían pasado diez años. Diez malditos años.
Excepto que ya no era pequeño. Ni siquiera estaba seguro que
estuviera vivo. No muchos chicos sobrevivieron hasta la edad adulta bajo
el mando de Ivan.
Pero el mundo había cambiado; yo había cambiado. Me las arreglé
para hacer una vida por mí mismo y construir mi propia riqueza. Después
de abandonar a Ivan, deambulé por los Estados Unidos durante años
antes de encontrarme con Cassio. Pasar página y vivir en el lado
correcto de la ley no era una opción para mí. Todo lo que tenía era mi
nombre y mi fecha de nacimiento. Nada de dinero. Sin recursos. Nada.
Así que hice pequeños trabajos extraños para diferentes bandas, pero
nunca me quedé en el mismo sitio durante mucho tiempo. Ivan había
puesto precio a mi cabeza; quería que volviera a estar bajo su control.
Cuando hice la conexión con Cassio, Ivan se echó atrás. Aunque todavía
se mantenía en las sombras, esperando la oportunidad adecuada para
atacar.
No fue hasta este año que finalmente tuve recursos y una forma de
penetrar en el establecimiento de Ivan para volver por el chico. El del
cabello y los ojos oscuros, como los de su hermana.
Mi teléfono en el bolsillo zumbó y lo saqué, mientras Puma se negaba
a separarse de mi lado. Me preocupaba que se dieran cuenta que había
desaparecido, pero no quería devolverla a su guarida.
Era un mensaje de Luca.
*Oye. ¿Dónde estás?
Puse los ojos en blanco. Probablemente Luca quería ir a la caza de
alguien y apostar quién lo atraparía primero. Me preparé para guardar
el teléfono, cuando llegó otro mensaje suyo.
*Acabamos de volar un complejo en Turquía.
Enarqué una ceja. Debe haber estado presumiendo. Era su tercer
ataque a los complejos de Turquía, y todo había empezado el pasado mes
de Mayo.
Llegó otro mensaje y este fue de Cassio. No me había dado cuenta de
que Luca lo había convertido en un chat de grupo.
*¿Algún lugar en Rusia que sea seguro para las mujeres que han
sido traficadas? *
Mierda.
Era el peor lugar y momento para llevarlas a Rusia. Peor aún sería
conectarlos conmigo. Desde hacía meses, Cassio y Luca se habían
propuesto salvar a las mujeres de la trata. Al principio, pensé que era su
forma de decir "jódete" a Benito King, pero ahora no estaba tan seguro.
Me debatí entre ignorar el mensaje, pero si estaban salvando a
alguien, no podía fingir que no lo vi.
*No las lleves a Rusia*, tecleé rápidamente. *Se avecina una
tormenta de mierda. Tengo un lugar seguro en Portugal. * Aunque lo
decía por quien fuera que salvara de este infierno helado en la Tierra.
Apareció Bubbles. *Joder, ¿necesitas que te salven? *
Por supuesto que era Luca, la pequeña mierda. Probablemente
necesitaría ser salvado, pero no estaba preocupado por mí. Quería
corregir el error y salvar a todos los que pudiera en este proceso.
*Llévalas a Portugal. * Tecleé rápidamente la dirección. Luego
añadí. *Si puedes aparecer aquí para mañana, entonces bien. Entrando
en el recinto de Ivan. *
Burbujas aparecieron de nuevo. *Joder, Alexei. Espéranos. Era
Cassio. Era el sonido de la razón entre sus amigos.
*No acapares toda la diversión, frío bastardo ruso. * Por supuesto,
ese sería Luca. *Espera por nosotros. *
Era más prudente que los esperara, pero mis recursos indicaban que
Ivan volvería pasado mañana, y entonces este lugar sería una fortaleza.
*Mañana.* Tenía que expiar mis pecados. Salvarlo a toda costa. No
había pasado un día en el que no pensara en la niña que deslizó su mano
en la mía para ofrecerme consuelo y en el terror en la cara del niño cuya
única preocupación era salvar a su hermanita.
*Activa tu maldita localización. * Era Cassio. *Para que podamos
encontrar tu culo. *
*Deja de hablar de su trasero, Cassio. Dios, Luca podría llevar a un
santo a la bebida. *No es la imagen que necesito en mi cabeza.
*Que se jodan, culos. * Maldito Luca.
Activé la localización. Y otro mensaje llegó. Este de Cassio.
*Mierda, hombre. No podrías haber elegido un lugar mejor. ¿La
maldita Siberia?
El mensaje de Luca fue el siguiente. *Joder, estoy en R&R. Siberia
me congelará las pelotas en esta época del año.
No tengo tiempo para esta mierda. *No te pedí que vinieras. ¿Y qué
pelotas, Luca? Tienes cacahuetes.
Al día siguiente, nunca había estado más agradecido por los
cacahuetes de Luca. Cargando un cuerpo maltrecho sobre mi hombro,
luché contra los hombres de Ivan.
—Blyat21 —maldije mientras vaciaba el cargador de mi arma en otra
ronda de hombres. Maté a cinco y aparecieron diez más. El maltrecho
21
Blyat: Puta.
cuerpo del chico necesitaba atención médica; de lo contrario, moriría en
la siguiente hora.
Reuní a los demás muchachos y les indiqué que me esperaran en la
biblioteca de este maldito castillo. Ivan tenía una mazmorra para los que
eran utilizados para el sexo, una sección de alojamiento para sus
secuaces y un lujoso castillo para él. Si salía vivo de esto, volaría todo el
puto lugar.
El cuerpo de Kingston comenzó a convulsionar, e inmediatamente, lo
bajé al suelo, ignorando el dolor en mi hombro y torso. Un hijo de puta
me lanzó su cuchillo, como si fuera un maldito acróbata que me utilizaba
como blanco de tiro. Lo maté a tiros, aunque no antes que el cuchillo se
alojara en mi torso.
Sujeté la cabeza de Kingston, con su cabello oscuro apagado y sucio.
—No te mueras encima de mí —grité, con la voz temblorosa—. Hice
una promesa.
Los ojos de Kingston se pusieron en blanco, la sangre le corría por la
nariz y la boca. He visto morir a los hombres las suficientes veces como
para saber que se estaba yendo.
Más hombres de Ivan irrumpieron por la puerta. Expulsé el cargador
del arma y metí un nuevo cargador. Era el último. ¡Maldición!
Con una mano sobre Kingston, lo sostuve para que no se ahogara con
su propia sangre, mientras disparaba con la otra. Uno. Dos. Tres... Solo
tenía lo suficiente para matar a diez hombres. Entonces ambos
moriríamos.
El sonido de las balas se acercaba. No eran mías. Un hombre al que
no había disparado cayó. Luego otro.
—Mierda, te dije que esperaras. —Cassio llegó detrás del hombre que
cayó al suelo a sus pies, gimiendo y agarrándose el estómago. Como si
eso le salvara de desangrarse. Cassio le apuntó a la cabeza con el arma y
apretó el gatillo.
Nico, Luca, Luciano y Alessio estaban justo detrás de él.
—Solo quería acaparar toda la diversión para él —replicó Luciano
secamente.
—Alexei, dinos lo que tenemos que hacer —gruñó Nico—. Así
podremos salir de aquí y sacar a quien sea necesario.
El cuerpo de Kingston empezó a convulsionar de nuevo mientras yo
me cernía sobre él, metiendo el dedo en la boca de Kingston.
—Hay chicos en la biblioteca —les dije—. Sáquenlos. Tengo un lugar
en Moscú. Lleven ahí a quien puedan.
Sin dudarlo, Nico, Alessio y Luciano se fueron, mientras Luca y
Cassio se quedaron atrás.
—Amigo, no creo que lo consiga —murmuró Luca. Justo cuando la
última palabra salió de sus labios, el cuerpo de Kingston se desvaneció.
—No —siseé—. No te atrevas, maldición.
Comencé la reanimación cardiopulmonar. Compresiones en el pecho.
Boca a boca. Compresiones torácicas. Boca a boca.
Era la primera vez en mucho tiempo que sentía la desesperación en
mi pecho, el miedo en mi lengua. Promesas rotas.
Cassio, Luca y yo tardamos tres horas en hacer polvo la casa de Ivan.
Deshacerse de los recuerdos no fue tan fácil. De hecho, fue imposible.
Horas después, miraba mi vaso vacío, sentado en una silla que daba a
la ventana y a la puerta. Los chicos que pudimos salvar estaban en mal
estado. Algunos físicamente, pero todos estaban dañados mentalmente.
—Mierda. —Luca se pasó la mano por el cabello—. Necesito más de
este licor barato para olvidar esa mierda.
Esas imágenes no eran olvidables. Se quedaban contigo para el resto
de tu vida.
—¿Cómo sabías lo de los chicos? —Alessio carraspeó, con la mano
temblando mientras se llevaba el vaso a los labios.
Yo era uno de esos chicos, pensé en silencio. —Una pista —respondí
en su lugar.
Los ojos de Cassio se clavaron en el costado de mi mejilla, lo que me
indicó que no me creía. Especialmente desde que escuchó a uno de los
guardias decir que debería haber sabido que fui yo quien se llevó a
Puma. Como si percibiera mis pensamientos, mi perra empujó su hocico
contra mi pierna y apoyó su cabeza en mi muslo.
Mierda, me sentía viejo. Tan malditamente viejo.
Nico se acercó a nosotros, llenando todos nuestros vasos.
—Hiciste lo correcto, Alexei —refunfuñó—. Salvar a esos chicos. —
Me ardía la garganta por el licor barato y las emociones que hacía
tiempo había aprendido a ignorar—. Siento que no hayamos podido
salvarlos a todos.
Yo también, quise decir. Pero mi garganta estaba demasiado
apretada, los recuerdos de las promesas hechas a la niña de ojos
marrones oscuros.
—Formemos un pacto —sugirió Luca con gesto adusto, su cara seria,
lo cual era una rareza—. Para cubrir siempre la espalda del otro. Luchar
siempre juntos.
—Brindo por eso —aceptó Cassio, y el resto le siguió. Yo también lo
hice, aunque me falló la voz.
—Nuestra familia de sangre podría fallarnos —dijo Alessio, con la
mandíbula tintineando de ira. No hacía falta ser un genio para saber que
estaba pensando en su propio padre—. Pero no nos fallaremos el uno al
otro.
—A la mierda la sangre. Nos cuidamos las espaldas —coincidió
Nico—. No importa dónde y cuándo, cuidamos de los nuestros.
—De acuerdo. —Luciano dio un trago a su bebida—. Y todos nos
haremos asquerosamente ricos, así que tendremos recursos y fondos para
eliminar a los que nos molesten.
Luciano tenía la mentalidad correcta. Era el dinero y los recursos,
combinados con nuestra confianza mutua, lo que nos haría poderosos e
invencibles. Y la confianza era difícil de encontrar cuando crecías como
yo.
Aunque debía de quedar algo de esperanza en mi corazón, porque
levanté la copa.
—Brindemos por eso —dije con aspereza, mientras mi corazón se
apretaba en el pecho por la niña de cabello oscuro y ojos suaves.
La puerta del despacho de Vasili se abrió, cerrando el camino de los
recuerdos. Sasha entró con su estúpida sonrisa.
—¿Estás soñando despierto con nuestra pequeña agente que acaba de
salir furiosa de aquí? —Dios, su boca sería la muerte de mí. O de él.
Esperaba que fuera él.
—No es nuestra pequeña agente —dije con frialdad—. Es mi agente.
Con eso, lo dejé mirando tras de mí en la oficina de Vasili. Dejemos
que nuestro hermano mayor se encargue de su estupidez.
CAPÍTULO DIECISÉIS
AURORA
ALEXEI
Habían pasado dos días desde que hablé con la agente Ashford.
Hackeé las cámaras de seguridad de su edificio para verla, solo para
echarle un vistazo. La comprobé varias veces a lo largo del día. Solo
cuando confirmé su seguridad pude finalmente continuar con mi día.
Odiaba que ese miedo estuviera arraigado en mí. La zorra de Nikolaev
se aseguró que estuviera tan dañado de la cabeza como físicamente. Me
había dado algo que apreciar y luego me lo había quitado. Una y otra vez.
No importaba lo que fuera.
Familia. Juguete. Mascota. Siempre me lo quitaba.
Y ahora, toda esa paranoia se centraba en la joven. Esta obsesión por
ella no era sana. Lo sabía con la misma certeza que sabía que la luna
saldría cada noche.
Incluso contemplé la posibilidad de comprar un perro. Tal vez
dividiría la obsesión entre los dos seres vivos. No había tenido otro perro
desde que saqué a Puma de Rusia. Estuvo unos buenos cinco años
conmigo y luego murió de vieja, tranquilamente. Como debería haber sido
toda su vida.
Aunque fue otra pérdida.
Tal vez cuando toda esta mierda terminara con Ivan, me compraría un
perro. No habría juicio ahí y los perros eran excelentes oyentes. Nunca
repetían la mierda que les confesabas. Y Dios sabía que yo tenía alguna
mierda que confesar.
Me paré frente al ascensor del edificio de Aurora. Apretando el botón,
esperé a que se abriera la puerta. Verla a través de las cámaras estaba
bien, pero no se comparaba con el subidón de verla en persona. Y su
aroma a chocolate... me encantaba. Mi auto seguía oliendo a ella desde
hacía dos días, y le prohibía a cualquiera que lo tocara.
La lavanda calmaba a la gente normal. El olor de Aurora me calmaba
a mí.
Mientras subía en el ascensor al apartamento de Aurora, me preparé
para la tensión que siempre había entre nosotros. Tensión sexual junto con
animosidad. Posiblemente odio.
Se me apretó el pecho.
Me merecía su aversión. Eventualmente, ella recordaría que yo era el
chico del zoológico. Se daría cuenta que la había traicionado. Después
que su padre se echara atrás en su trato con Ivan, yo había estado
estudiando las rutinas de la familia Ashford: la hora de la escuela, la hora
de la práctica, la hora de acostarse. Estaba allí cuando la familia se
despertaba y cuando se acostaba. Sabía que ese día irían al zoológico. La
niñera que resultó estar durmiendo con su padre lo compartió con otra
niñera.
Fui yo quien le habló a Ivan de la ventana abierta que tendríamos. Lo
llevé hasta ella y su hermano. Una niña que me ofreció el primer atisbo de
bondad en mucho tiempo. Y lo reduje a cenizas.
Quizás era la razón por la que no podía dejar de acosarla. Mi jodido
cerebro pensó que era una forma de expiar mis pecados contra ella y su
hermano. Así que estaba compensándola de la única manera que sabía.
Vigilándola.
Ella era mi responsabilidad. Y cuando vi a ese imbécil de Starkov
agarrar la muñeca de la agente Ashford, casi pierdo la cabeza. Otra vez.
Llegué a la conclusión de que odiaba que cualquier hombre la tocara.
Porque ella es mía, susurró mi mente.
Enterré las palabras en algún lugar profundo de mi alma, ocultándolas
del mundo. Luchando contra el impulso de tatuarlas en mi piel. Si la gente
supiera que es mía, seguramente alguien vendría a quitármela.
El miedo seguía acechando bajo mi piel. Tan frío como los inviernos
de Siberia. Me di cuenta que podría estar perdiendo el control cuando
volví a darle una lección a Starkov. Sabía que la agente Ashford no se
tomaría bien que le diera una paliza a plena luz del día o delante de ella.
Así que lo encontré en medio de la noche, acosando a otra mujer.
Y le enseñé una lección.
El saber que nunca haría daño a otra mujer me tranquilizó. Por ahora.
Gracias a mi acoso, supe que ella buscaba información sobre Igor e
Ivan. Cuando mencioné el nombre de Ivan, no se me escapó el parpadeo
de reconocimiento en sus ojos. Ella había escuchado el nombre antes. No
es de extrañar, teniendo en cuenta que estaba en el radar del FBI, pero
tenía que preguntarme si había escuchado su nombre en algún otro sitio.
Dejé escapar un suspiro de frustración mientras me paraba frente a la
puerta de su apartamento. Debía retroceder, dejarla ir al club con su
compañero. Habría sido lo correcto. Solo no estaba disponible porque yo
lo hacía.
Sin embargo, no podía dejarla ir.
Quería estar allí cuando ella finalmente obtuviera su justicia. Y quería
que ella estuviera allí cuando yo obtuviera mi justicia. Pero, de alguna
manera, la suya tenía prioridad.
Habían pasado dos semanas desde que volví a poner los ojos en ella y
nada volvería a ser lo mismo. Mi obsesión se hacía más profunda con
cada respiración que hacía. No era saludable. No estaba bien. Sin
embargo, cuanto más me decía que no podía tenerla, más la deseaba.
Nunca había deseado nada tanto como a ella.
Era como si fuera un adicto que necesitaba otra dosis. Cada vez que la
veía, alimentaba mi adicción, y temía que en cualquier momento llegara a
un punto sin retorno. Muy posiblemente, ya estaba ahí.
Levanté la mano para llamar a su puerta y mi mano tembló. Me
tembló, maldición. Un sudor frío recorrió mi piel y me quedé con la mano
en el aire. Mierda, tenía que sacudirme esto. La deseaba tanto que me
estaba jodiendo la mente.
Mi mano se cerró en un puño. Bang. Bang. Bang. Golpeé la puerta
como un loco.
La puerta se abrió al segundo siguiente y me encontré cara a cara con
mi obsesión. Al instante, mi corazón se detuvo y una calma me inundó
con su aroma. Chocolate. Su aroma único y su visión hicieron que mis
hombros se relajaran.
Jesús, el impacto que esta mujer tenía en mí no estaba bien.
—¿Qué diablos haces aquí? —espetó ella, molesta. Dejé escapar un
suspiro socarrón, con los labios crispados. Sin duda, estaba contenta de
verme. O no—. ¿Te invité y se me olvidó?
Al instante, cualquier pensamiento de hacer lo correcto se evaporó. A.
La. Mierda. Con su boca, conseguiría que la mataran si iba sola por Igor e
Ivan. Era mía para protegerla y nadie me la robaría. Estaba a mi alcance y
la mantendría así, aunque tuviera que esposarla a mi muñeca y tirar la
llave.
Levanté el paquete que sostenía. Le compré un outfit entero. Era la
primera vez que le compraba un puto vestido y unos zapatos a una mujer.
—¿Qué? —Su ceja se levantó, la molestia todavía clara en su rostro—
. Por favor, dime que no has venido aquí para mostrar tus habilidades de
compra.
Se lo metí en el pecho. —Es para ti —le dije—. Vamos a salir esta
noche.
Se acomodó un mechón de su cabello oscuro detrás de la oreja.
—Ya te lo he dicho antes. No eres mi tipo —dijo con sarcasmo y la
comisura de mis labios se levantó. Todavía, añadí mentalmente—.
Además, no tengo ganas de tener compañía.
Sus mejillas se sonrojaron y sus labios se separaron ligeramente.
Pequeña mentirosa. Ella también sentía esa atracción chispeante. Tenía
que hacerlo; de lo contrario, me convertía en un psicópata patético y
obsesivo, y me negaba a serlo. No con ella. Me hacía sentir. Desear.
—El evento del club es esta noche —añadí, esquivándola y entrando
en su apartamento sin invitación. No hacía falta ser un genio para ver que
no quería invitarme a entrar. Cuando la llevé a su casa el otro día, hizo
hincapié en que solo la fuera a dejar frente a su edificio. La inteligente
agente ni siquiera se preguntó cómo sabía yo dónde vivía. Se limitó a
lanzarme una mirada de advertencia y me cerró la puerta del auto en la
cara.
Probablemente también habría cerrado la puerta de su apartamento si
yo no estuviera ya dentro.
Un profundo suspiro sonó detrás de mí y escuche cómo se cerraba la
puerta.
—Por supuesto, entra —murmuró exasperada. Miré por encima de mi
hombro para encontrarla apoyada en su puerta y con los ojos puestos
en.… mi culo. Interesante.
—¿Qué llevas puesto? —murmuró, sus ojos viajando sobre mí.
—Un traje.
Cuando levantó la vista y nuestros ojos se encontraron, un parpadeo
pasó por su oscura mirada. Normalmente la gente era un libro abierto.
Sobre todo, las mujeres. Mi pequeña agente no. Sus pensamientos eran
suyos y, por muy idiota que parezca, yo también quería poseerlos.
Quería adueñarme de toda ella.
Su cuerpo. Sus pensamientos. Su corazón. Su alma.
Cada maldita cosa.
La electricidad bailaba entre nosotros, su expresión era oscura y
tentadora. Era irónico, porque a pesar de su cabello y ojos oscuros, ella
era mi luz en este mundo. Y a pesar de mi coloración clara, yo era la
definición misma de la oscuridad.
Se lamió los labios, y metí las manos en los bolsillos o me arriesgaría
a estirarlas para tocarla. Quería tocar cada centímetro de ella. Lamerla por
todas partes. Ella sería mi postre personal.
Observé su cuello, su pulso palpitando visiblemente. ¿La ponía
nerviosa? Era difícil saberlo. No se lo pensó dos veces antes de
contestarme, a pesar de mi aspecto rudo. A pesar de mis actividades
delictivas, que ella claramente había desenterrado.
Una respiración temblorosa la abandonó, sus ojos se fijaron en mis
labios. Su lengua recorrió su labio inferior y toda la sangre de mi cuerpo
se disparó hacia mi ingle. Alguien tenía que estar riéndose de mí allí
arriba. Una pequeña agente del FBI de 1,65 metros se entrelazó en cada
parte de mí ser.
Estoy. Tan. Jodido.
Mis ojos recorrieron su pequeño cuerpo. Estaba descalza, con los
dedos de los pies pintados con una perfecta manicura francesa. Era una
mezcla perfecta de maldad y elegancia. Mi mirada subió por sus delgadas
piernas hasta su torso. Llevaba los pantalones cortos blancos más cortos
que jamás había visto en una mujer. Y Tatiana e Isabella sobrepasaban los
límites, así que los había visto cortos. Combinado con una camiseta rosa
sin mangas, sus delgados hombros y brazos en plena exhibición, tuve
imágenes de ella desnuda en mi cama king size pasando por mi mente.
Dios, lo que le haría si estuviera atada a mi cama.
Maldición, va a ser una noche muy larga.
Quería su cuerpo inclinado sobre el sofá, para poder embestirla y
follarla hasta el olvido. Como si pudiera leer mis pensamientos, sus
pequeñas garras se clavaron en sus palmas. Tal vez luchaba contra el
impulso de tocarme, al igual que yo luchaba contra el impulso de tocarla.
Excepto que nunca se le permitiría tocarme. Por mucho que yo lo
deseara. Había una razón por la que cubrí mi cuerpo con tinta. Era mejor
que dejar que el mundo viera las cicatrices que estropeaban la mayor parte
de mí.
Rosadas. Ásperas. Feas.
No había mucho que la piel pudiera curar hasta que se dañaba
permanentemente. Y mis marcas de daños eran profundos.
—Kroshka —Pequeña chica. Ella siempre había sido mi chica. La
chica que me salvó con un solo gesto de bondad. Ella nunca me
perdonaría una vez que se enterara. Sabía que no perdonaría a alguien por
herir a mis hermanos—. Solo las chicas buenas pueden tocar. —Mi voz
salió áspera; mi acento pronunciado. Después de todo, pasé los primeros
dieciséis años de mi vida en Rusia. Aunque no me consideraba ruso.
Un agudo jadeo rompió el tenso silencio que nadaba entre nosotros, y
algo en sus ojos brilló de forma tan feroz que tuve que apretar los dientes
para luchar contra esa necesidad que rebosaba en mis venas.
De hacerla mía. De follarla hasta que no recordara nada más que a mí.
Yo sería todo su mundo y ella sería mía.
¿Por qué le dije que solo las chicas buenas podían tocarme cuando en
realidad nadie podía hacerlo? Ni puta idea. Tal vez me gustaba irritarla. O
me gustaba burlarme de algo que nunca tendría.
Se recompuso y una indigna burla se deslizó por sus labios.
—Ya quisieras —espetó con voz ronca—. No te tocaría ni aunque
fueras el último hombre de este planeta.
Ouch.
Sus ojos se llenaron de desafío y me llenaron de amarga diversión. La
pequeña agente podía negar todo lo que quisiera, pero quería tocarme. Se
me apretó el estómago de disgusto por lo que encontraría si alguna vez le
permitiera llegar tan lejos. Se sentiría asqueada.
El desprecio por el maldito destino que hizo de mi vida un infierno se
extendió como un fuego en mi pecho. Hacía tiempo que había aprendido
que los deseos no servían para nada. Solo una pérdida de tiempo.
Yo sobrevivía. Y punto. Nada más y nada menos.
Pero ahora, al ver a la mujer que me hacía doler el pecho cuando me
miraba, maldije a todos los santos por haberme jodido. Porque cuando se
trataba de ella, se formaba una necesidad visceral y el hambre rugía en
mis oídos y en mis venas.
Para darle todo lo que necesitaba. Y tomar todo lo que anhelaba de
ella.
Excepto que sabía lo que saldría de ella si llegaba tan lejos.
Distanciamiento. Lástima. Asco.
—Vístete —le dije, apretando los dientes. Tenía que controlar a esta
mujer—. Tenemos una hora para llegar.
Se encogió de hombros y desapareció en su habitación. Por un
momento me quedé mirando la puerta, haciendo un agujero en ella como
si fuera a convertirse mágicamente en cristal para poder verla cambiarse.
Demasiado profundo, me advertí a mí mismo. No acabaría bien. ¿Pero
intenté detenerlo? Diablos, no.
Intentando no imaginarme a Aurora cambiándose, mis ojos se
desplazaron sobre sus muebles. En ese sentido, mi agente del FBI era
similar a mí. Era minimalista. Sin cuadros. Sin adornos. Sin efectos
personales, salvo un portátil con protector de pantalla en la mesa de centro
y un disco de una película de Star Wars.
Qué raro, no me pareció una fanática de Star Wars. Pero entonces
recordé que era de su hermano. La agente Ashford prefería Lord of the
Rings. Las pequeñas ventajas de acechar y vigilar a mi pequeña agente,
por muy moralmente cuestionable que fuera.
El lugar estaba pulido, tal y como cabía esperar de alguien que había
nacido en una familia prestigiosa. Un sofá de color tostado con cojines
blancos, mesas auxiliares blancas a juego con lámparas y una mesa de
centro baja. Un gran televisor de pantalla plana colgaba de la pared con
una videoconsola sobre una estantería.
La puerta del dormitorio se abrió y Aurora entró en el salón, tomando
todo el oxígeno del apartamento.
¡Blyat!22 ¡Mierda!
Ella se veía condenadamente sexy, con el cuerpo más dulce que jamás
había visto. Una belleza absoluta. Vestida de rojo, era la definición del
pecado. Sexy. Esta mujer debería vestir siempre de rojo. Me pregunté si
era posible patentar el color y reservarlo solo para ella.
Mis ojos recorrieron su cuerpo. El vestido abrazaba sus deliciosas
curvas y me permitía ver sus pechos. Sus tetas se apretaban contra el corsé
del vestido. Los zapatos rojos hacían que sus piernas parecieran aún más
largas, y su piel brillaba bajo la suave luz de su apartamento.
De repente, me arrepentí de tener que ir al club y de dejar que alguien
la viera así.
22
Puta en ruso.
CAPÍTULO DIECIOCHO
ALEXEI
23
Da svidaniva: Adios en ruso.
24
Da: Si en ruso.
Sus ojos se movieron de un lado a otro y volvieron a mirarme.
—¿Dónde?
Debería lamentar haberla puesto en esa situación. Sin embargo, no
pude reunir la voluntad para ello. Me gustaba la idea de tenerla sentada en
mi regazo.
Como un animal salvaje, dio un paso más hacia mí. Y otro más.
Luego se dio la vuelta y se sentó rígidamente en mi regazo. Igor nos
observaba, pero ella no necesitaba que se lo señalaran. Ya era una bola de
nervios.
—Está mirando —murmuró ella, sin apenas mover la boca.
—Da.
Colocando mis manos en su cintura, la mantuve quieta. Ella no se
había dado cuenta, pero cada vez que se movía, su culo rozaba mi ingle.
La tortura que podía soportar tenía un límite. Mis manos se deslizaron por
su cintura hasta sus muslos.
Sus ojos se clavaron en la pantalla, su respiración se entrecortó y sus
labios se separaron. Ni siquiera estaba seguro de que fuera consciente de
ello. Seguía moviéndose, con la piel enrojecida. Ella miraba el
espectáculo; yo solo la miraba a ella.
Volvió a moverse, con su culo rozando mi dura entrepierna, y se
congeló. Sus ojos se dirigieron a mi cara. Había algo cálido y hermoso en
sus ojos, como un salvavidas que no sabía que necesitaba.
No quería asustarla. Que yo la deseara no era parte del trato. Pero
maldición, la quería. A diferencia de cualquier cosa o persona antes de
ella. Era un tipo de hambre depravada por ella. Una obsesión que un solo
contacto con ella alimentaría por el resto de mis días.
Desde el día en que volvió a mi vida, había soñado con ella,
fantaseado con ella y me había obsesionado con ella.
Su lengua recorrió sus labios rojo rubí y la lujuria cruzó su expresión.
¿Por mí? No estaba seguro, pero mi control se rompió. Toda la sangre se
dirigió a mi ingle y mi cerebro dejo de funcionar.
Me levanté, con mi mano agarrando sus caderas, y apreté sus manos
contra la ventana. Inclinándola, con las palmas de las manos apoyadas en
el cristal, mis manos empujaron su vestido rojo hacia arriba, mostrando su
culo a mi vista. La mujer llevaba la tanga más diminuta que jamás había
visto. Apreté mi cuerpo contra el suyo para que pudiera sentir mi polla
contra la suave curva de su culo.
Apretando mis labios contra su frágil cuello, disfruté de su suave piel,
del pulso acelerado bajo mi boca. Lamiendo la piel de su clavícula, llevé
mis palmas a su redondo culo.
Esto no era para el espectáculo. Era para mí.
Sí, era un bastardo, pero la deseaba. Y el olor de su excitación me
decía que ella también me deseaba. Al menos en este momento.
—¿Lista? —le pregunté. Un pequeño gemido escapó de su boca, su
respiración agitada.
Miró por encima del hombro y nuestros ojos se cruzaron. Esos
profundos y cálidos ojos marrones. Del color del chocolate. Ella también
olía a chocolate.
—¿Lista, kroshka? —Era su última oportunidad para detenerme.
—S-sí. —Su voz era jadeante, sus labios rojos y sus ojos empañados
de lujuria. No sé si era por mí o por lo que había visto hacer a esa pareja
de tres.
La pequeña agente del FBI de cabello oscuro estaba llena de
sorpresas. No debería llevarlo demasiado lejos. Todo lo que me tocaba
terminaba roto. Todo lo que tocaba terminaba arruinado. Sucio.
Pero a menos que jugáramos bien, Igor nos delataría y nuestro billete
a Ivan se iría al puto infierno. La forma en que la miraba me molestó.
Envió una furia fría por mi espina dorsal y me hizo querer asesinarlo.
Aurora era mía. Sus tetas. Su culo. Su coño. Todo jodidamente mío.
Su boca, sin embargo, no lo sería. A pesar de lo mucho que quería poseer
y saborear cada centímetro de ella.
Yo no besaba. Y punto.
Me acerqué y separé sus muslos, empujando el endeble material a un
lado y deslizando mi dedo por sus pliegues. Estaba empapada. Tan
malditamente húmeda que mis dedos se empaparon en cuestión de
segundos.
Que Dios me ayude, pero era embriagadora y enloquecedora al mismo
tiempo. No se parece a nadie que haya conocido antes.
Incluso su excitación olía a chocolate, como una droga que se inhala y
permanece para siempre en el organismo. Introduje mis dedos más
profundamente y su coño se apretó alrededor de mis dedos. Su cabeza
cayó hacia atrás, sus ojos mirándome por encima del hombro, a través de
sus pesados párpados y sus mejillas se sonrojadas.
Con la mano que tenía libre, le agarré el cabello y tiré de él hacia
atrás, consciente que los demás miembros del club estaban mirando. Pero
apenas podían vernos, solo la silueta, porque había bajado las luces lo
justo para que no pudieran vernos con claridad.
Su coño seguía apretándose en torno a mis dedos, deseoso de más
mientras yo metía y sacaba los dedos. Sus gemidos se hicieron más
fuertes, su culo empujando contra mí. Entonces, sin previo aviso, retiré
mis dedos y los llevé a su boca. Sin que yo se lo pidiera, sus labios se
abrieron y los chupó hasta dejarlos limpios.
¡Malditamente hermoso!
Sin dejar de agarrarle el cabello con una mano, me desabroché los
pantalones, aparté su tanga y deslicé mi polla dura como una roca por sus
pliegues calientes, para luego penetrarla de golpe. Estaba apretada, su
coño se cerraba alrededor de mi polla como un fuerte. Sus gemidos
vibraban directamente a mi pecho mientras la follaba con fuerza. Durante
las últimas dos semanas, desde que abrió su boca descarada e inteligente,
esto era todo lo que quería, y era mejor de lo que había imaginado.
Se sentía como el cielo. Mi propio cielo personal al que no tenía
derecho, pero al que le robé un poco de sabor de todos modos. Todo mi
control se desintegró mientras la follaba con fuerza y sin descanso. Ella
correspondía a cada una de mis embestidas con un gemido.
Me preocupaba romperla y me obligaba a aflojar cuando su gruñido
de advertencia me incitaba a seguir.
—Más. —Me sentí más que feliz de complacerla, acelerando el ritmo
y golpeándola sin piedad. Sus suaves gemidos se convirtieron en gritos
urgentes y jadeantes. Estaba cerca. Lo sentí como si fuera mi propio
orgasmo. Le giré la cabeza para poder ver su rostro mientras se destrozaba
de placer. Por mí.
Sus ojos oscuros se iluminaron de deseo, su boca se abrió, y me la
follé más rápido y más profundamente hasta que sentí que se derrumbaba,
su coño me ordeñaba con todo lo que tenía. Era malditamente hermosa.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y descargué mi carga en
su apretado y caliente coño, y el orgasmo más potente de mi vida me
atravesó.
Que me jodan.
Su cuerpo se hundió en mí como si buscara consuelo en mí. Poco
sabía ella, que yo solo causaba estragos. Jamás consuelo.
Usé mi mano para girar su cabeza hacia mí, y por primera vez en mi
vida, estuve tentado de besar a una mujer. No solo a una mujer; a esta
mujer.
Ella debió sentir el mismo impulso, porque sus ojos se detuvieron en
mi boca.
Estaba jodido. ¡Muy jodido!
CAPÍTULO DIECINUEVE
AURORA
ALEXEI
25
Ona moya: Ella es mía en ruso.
CAPÍTULO VEINTIUNO
AURORA
26
Nyet: No en ruso.
—Ve por tu maleta, Alexei —dijo Igor, su mirada desnudándome—.
Mantendré a tu dama a salvo.
Mi columna vertebral se puso rígida, pero mantuve la boca cerrada.
No quería arruinar nuestras posibilidades de conseguir a Ivan.
—Ella vendrá conmigo —dijo Alexei con frialdad. Su voz era
innegociable. A estas alturas ya lo conocía bien.
Tragué con fuerza y mis ojos se desviaron hacia Alexei.
—Mis dos chicos te acompañarán a tu auto y se asegurarán que no
traigas cosas indeseadas —le dijo Igor.
Un asentimiento brusco, sin palabras. Mientras yo estaba segura que
parecía un ciervo en los faros, el pulso de Alexei ni siquiera se alteró.
Igor se rio como si hubiera ganado, y luego se dio la vuelta, señalando
a alguien con la cabeza. Mis ojos se desviaron hacia la esquina oscura y
me di cuenta de que tenía refuerzos allí. ¡Imbécil!
Dos hombres se pusieron en marcha y, sin mediar palabra, nos
dirigimos al elegante Aston Martin de Alexei con los guardaespaldas de
Igor justo detrás de nosotros.
Clack. Clack. Clack.
Mi tobillo estuvo a punto de ceder, pero la mano de Alexei me rodeó
para sostenerme y permaneció alrededor de mi cintura mientras
continuábamos nuestro viaje por el oscuro callejón. Era tan apropiado que
nuestra noche terminara como había empezado. Con mi tambaleo en los
pies.
Seguí dándole miradas furtivas a Alexei. Desearía que los
guardaespaldas hubieran conducido con Igor, así tendríamos unos minutos
para discutir la estrategia y los siguientes pasos. Pero los mendigos no
pueden elegir, supongo.
Fuimos directamente al maletero, donde una vez abierto, Alexei cogió
una gran bolsa de lona y cerró el maletero.
—Espera.
Una orden vino de detrás de nosotros y me congelé, mis ojos se
dirigieron al guardaespaldas. Alexei debió de anticiparse porque le
entregó la bolsa sin que se lo pidiera. El guardaespaldas cogió la bolsa y
la golpeó contra el capó del maletero de Alexei.
—¡Oye, cuidado! —lo reprendí. El guardaespaldas ladeó una ceja,
como si no entendiera qué había hecho mal—. Este auto es la segunda
cosa favorita de Alexei —aclaré, poniendo los ojos en blanco. Tenía que
hacer mi papel, ¿no?
—¿Cuál es su primera? —me preguntó intrigado el guardaespaldas.
—Yo, duh —repliqué secamente.
Los ojos del guardaespaldas se llenaron de diversión, pero no dijo
nada. Abrió la cremallera de la bolsa, rebuscó en ella, la cerró de nuevo y
se la devolvió a Alexei. Tras echársela al hombro, Alexei me empujó
hacia el auto y, para mi sorpresa, me cogió de la mano.
—No hay armas —replicó a su jefe por el auricular—. Solo ropa y un
botiquín de primeros auxilios.
Interesante. Así que esperaban que Alexei llevara armas.
Como si fuera una señal, una limusina negra se acercó a nosotros y se
detuvo. El segundo guardaespaldas se apresuró a abrir la puerta del auto.
El otro permaneció detrás de nosotros, como una nube oscura que advertía
que nos mataría en un santiamén. Aunque me inclinaba a pensar que le
costaría mucho vencer a Alexei.
¡Jesús, María y José! ¿Estoy presumiendo? reflexioné.
—Vamos —refunfuñó el guardaespaldas.
Nos iba a hacer subir al auto de buena gana o no. No esperaba que la
cosa fuera a mayores tan rápido. Sí, Alexei indicó que el objetivo era
sacarle una invitación a Igor, pero no en la misma noche. Cuando acepté
la invitación de Igor, no creí que quisiera decir literalmente que nos
invitaba ahora.
La cabeza de Igor se asomó desde el auto, sus ojos se posaron en mis
piernas. No me di cuenta que había desplazado mi cuerpo hacia atrás,
hasta que estaba apretada contra Alexei.
—Las damas primero —ronroneó Igor, haciendo que se me pusiera la
piel de gallina. Todas las señales de alarma de mi cuerpo me advirtieron
que era una mala idea, dejándome pegada a mi sitio. Esto era lo que los
padres te advertían cuando eras una niña.
No. Entres. En. El. Auto.
No habría caramelos allí. Solo dolor y sufrimiento. Mi corazón
tamborileaba contra la caja torácica, y cada respiración que tomaba era
temblorosa. La mano de Alexei se desprendió de la mía y colocó su palma
en la parte baja de mi espalda, instándome a avanzar.
Volví la cara hacia él, buscando alguna seguridad. Algo parecido a
una sonrisa se dibujó en su cara, como si se esforzara por asegurarme. Y
como una tonta, confié en él. Un criminal que estaba en el radar del FBI.
Pero por alguna razón lo hice.
Dando pasos lentos hacia el vehículo, Alexei me siguió justo detrás.
Ignorando la mano de Igor para ayudarme, me deslicé hacia el auto,
asegurándome de no hacer un guiño a Igor. Ese tipo no necesitaría
demasiadas indicaciones para hacer algo. Había algo malvado bajo esa
sonrisa civilizada y ese feo traje a rayas. Alexei entró justo detrás de mí,
los dos sentados frente a Igor.
La puerta se cerró y, de repente, sentí que las paredes se cerraban
sobre nosotros. Mis dedos tiraron del dobladillo de mi vestido corto e
inmediatamente los metí debajo de mis muslos para dejar de moverme.
Era una maldita agente del FBI y la F no significaba estar inquieta.
El fuerte muslo de Alexei empujó contra el mío mientras extendía sus
piernas junto a mí y me di cuenta que me temblaban las piernas. Al
instante, me calmé y su mano se acercó a mi muslo, descansando allí, su
fuerza filtrándose en mí.
No se me escapó que los ojos de Igor se detenían en la mano de
Alexei sobre mi muslo. Algo brilló en sus ojos. Algo oscuro. Algo cruel.
No me gustó. Las ganas de empezar a sacudir las piernas eran tan fuertes
como la necesidad de respirar. Sin embargo, sabía que mostrar cualquier
debilidad ante Igor sería un error fatal. Así que, en lugar de eso, bajé los
ojos estudiando la tinta de Alexei y me centré en el calor que su palma
filtraba a través de mi fino vestido.
Había tanta tinta en su mano que no podía distinguir lo que era. Pero
en sus dedos había símbolos. O letras. Mis manos seguían metidas bajo
mis muslos, mis dedos tenían ganas de tocarlo. Trazar la tinta sobre su
piel. Había estado dentro de mí y, sin embargo, no llegué a tocar ni un
solo trozo de él.
Miré por la ventanilla, la ciudad de New Orleans era un borrón cuando
entramos en la autopista.
Esta noche sería larga.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
ALEXEI
27
Ty prekrasnyy kroshka: Tu eres preciosa mi niña.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
AURORA
ALEXEI
AURORA
ALEXEI
AURORA
ALEXEI
30
Nyet: No en ruso.
Yo no tenía hermanos. Los había matado a todos en el anillo de Ivan.
Aunque, ¿cómo explicar eso a un simple desconocido?
—Medio hermanos, si quieres ser exacto. Mismo padre, diferente
madre. Solo me enteré de tu existencia hace unos meses. —La amargura
brotó en mi pecho, como una piscina sin fondo. Tenía un sabor acre—.
Conocí a tu madre en su lecho de muerte. Me rogó que te encontrara.
—Me encontraste —dije, con la voz ronca.
—Esperaba que pudiéramos llevarte a casa —continuó, ignorando mi
actitud distante—. Sasha es mi hermano menor, aunque es ligeramente
mayor que tú. —Eso no significaba absolutamente nada para mí—. Me
gustaría que los tres trabajáramos juntos, llevando los negocios de
Nikolaev.
—Ya tengo un trabajo —contesté con tono inexpresivo.
Además, trabajar con dos hermanos que habían tenido una educación
normal iba a enconar esta amargura dentro de mí. No necesitaba un
asiento en primera fila para ver lo dañado que estaba, poniéndome al
lado de dos versiones de mí que no lo estaban. Asumiendo que Sasha se
parecía a su hermano.
—Tatiana es nuestra hermana menor. Es un poco salvaje, aunque
acaba de cumplir veintidós años —añadió Vasili, como si eso fuera a
hacerme cambiar de opinión. Aunque era tentador. Proteger a una
hermana mucho más joven. Pero ya tenía dos hermanos mayores; no
necesitaba otro.
No dije nada, con el cuchillo aún en la mano y los nudillos blancos
por la fuerza de mi agarre. Aprendí muy pronto que no tenía sentido tener
emociones ni apego. Ninguna de ellos importaba. A nadie le importaba si
estabas celoso, triste, feliz o enojado. Solo les importaba lo que podías
hacer por ellos.
Pashka. Ilya. Kostya. Murieron jóvenes. Tenían esas emociones y se
aferraban a ellas. Los buenos mueren jóvenes, decían. Eso tenía que
significar que yo era uno de los malos.
Aunque en este momento, era difícil ignorar esta amarga envidia en
mi pecho. Hacia Vasili, mi medio hermano. Era mejor no saberlo.
—También tienes otra hermana, de la misma edad que Tatiana. —
Algo en la voz de Vasili me hizo concentrarme en su cara. ¿Era eso...
arrepentimiento?—. Isabella Taylor. Su madre, tu madre, acaba de
fallecer. Ella nunca dejo de buscarte. —Excepto que ella nunca me
encontró. ¿Lo hizo?—. No lo sabía, pero mi padre también te buscó. Él
amaba a tu madre y mi propia madre fue quien te secuestró.
Me tragué la necesidad de escupir. El maldito triángulo. Debería
habérselo guardado en los pantalones y habernos ahorrado a todos un
mundo de sufrimiento. No había nada que Vasili pudiera decir que me
hiciera querer conocerlos. A cualquiera de ellos.
—El padre de Isabella es Lombardo Santos. —El nombre me puso en
guardia al instante. Traficaba con mujeres, junto con Benito King—. Él
no sabe de ella, y lo mantendré así. Es lo más seguro para ella. —Hizo
una pausa y lo observé con curiosidad. Su mandíbula se apretó, aunque
no pude distinguir si era ira dirigida a Isabella o a su padre.
Cuando no dije nada, soltó una exhalación y se pasó una mano
pensativa por la mandíbula. Casi como si estuviera cansado de todo. Se
dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Se detuvo, con la mano en el pomo
de la puerta.
—Isabella está sola y no sabe nada de este mundo —dijo—. Tampoco
sabe sobre su padre. Necesitará protección. —Dejo que las palabras
calaran—. O acabará en venta si los enemigos de su padre la descubren.
El sentimiento de protección me invadió. Ninguna hermana mía sería
puesta en venta. Como un maldito stock. Ella no tenía a nadie. Vasili la
protegía, pero solo era un hombre.
Ella me necesita, susurró mi corazón.
—Espera.
Y tomé la decisión correcta. Vasili y Sasha se convirtieron en
hermanos, no solo de sangre. Tatiana era tan salvaje como la describía su
hermano. E Isabella era la vulnerable que más nos necesitaba.
Pero el descubrimiento fue aún más amargo de lo que podía imaginar.
Nunca me había molestado en explicarle a nadie qué diablos había pasado
en nuestra historia familiar para llegar hasta aquí. El triángulo de nuestros
padres nos dañó a todos, de una forma u otra.
—Yo tenía una madre diferente a la de Vasili, Sasha y Tatiana.
Isabella y yo teníamos la misma madre.
Una incómoda tensión se instaló entre nosotros. Quería hacer más
preguntas, pero no quería entrometerse. Sentí la tensión en mis hombros,
pero no quería negarle esto. Así, cuando todo esto terminara, ella podría
entender por qué lo hice. Al menos una parte.
—Pregunta, kroshka.
—¿Así que tú e Isabella crecieron juntos? —Su voz era baja, tentativa.
—No.
—Pero cómo... —Su pregunta quedó en el aire.
—Me separaron de nuestra madre antes que dejara los pañales, así que
nunca la conocí.
—Jesús —murmuró ella, y luego tragó con fuerza—. Supongo que
ninguno de nosotros conoció a nuestras madres, pero al menos tuve a mis
hermanos.
Tenía razón; tenía a sus hermanos. Sin importar qué, los hermanos
Ashford se aseguraron que su hermana pequeña fuera su prioridad. Como
debía ser.
Se acercó y se sentó en la mesa de café, frente a mí. Me pregunté si
era porque no quería sentarse a mi lado o porque quería ver mi cara con
claridad. Aurora era una de esas mujeres que confían en las expresiones
de la gente y no en las palabras.
Sus piernas estaban desnudas, sus pantalones cortos dejaban ver la
mayor parte de su piel desnuda, y yo sería un ciego si no lo notara. Cada
centímetro de ella era exquisito, y tuve que apretar la mano o arriesgarme
a alcanzarla. No pensé que ella apreciaría que la interrumpiera, del
interrogatorio. Aunque al menos su preocupación por nuestra huida
pareció detenerse por un momento.
—¿Sabes quién te llevó? —susurró.
—Sí.
—¿Quién?
—La madre de Vasili.
Ella jadeó bruscamente. —Espero que hayas matado a la perra.
Resulta que mi pequeña agente del FBI estaba sedienta de sangre. Una
combinación perfecta de suavidad y fiereza. Las comisuras de mis labios
se levantaron. En el poco tiempo que la conocía, sentí el impulso de
sonreír más que en toda mi vida.
—Se suicidó.
—Eso fue demasiado bueno para ella.
—De acuerdo.
—¿F-fueron-t-tus-? —tartamudeó, y tuve la sensación que era porque
le asustaba la respuesta. Aurora, a pesar de su comportamiento duro, tenía
un corazón blando. Esperé, dejando que se armara de valor para
preguntar—. ¿Tus padres adoptivos eran buenos?
Pensé en las cinco familias que recordaba. Había al menos dos más
que no podía recordar.
—Me movieron cada año —respondí secamente—. Algunos eran
mejores que otros. Mi última familia... —Hice una pausa, el recuerdo
envió un incómodo escalofrío por mi columna vertebral. Sonreí con
fuerza—. Eran buenas personas. La madre de Vasili los hizo asesinar
delante de mí.
Aquellos cálidos ojos se ensancharon horrorizados, y su mano se
aferró a la mía. Era su suave corazón lo que más me gustaba.
¡Mierda! ¿Me he enamorado de la agente mientras no miraba? Todo
en ella hacía que mi sangre zumbara en señal de aprobación por tenerla
como mía. La sola idea que le ocurriera algo tenía sangre corriendo hacia
mi cerebro y mis oídos zumbando. Era la sensación más aterradora porque
este mundo no sería el mismo sin ella.
Sus suaves ojos se dirigieron a mí, brillando con lágrimas. Por mí.
—Lo siento mucho —susurró suavemente, con su pequeña mano
apretando la mía—. La gente puede ser tan cruel.
Dios, quería quedarme con ella. Marcarla para siempre como mía.
—Sí, pueden —confirmé.
Y pronto ella se daría cuenta de lo cruel que es.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
ALEXEI
AURORA
ALEXEI
AURORA
Compartir es cuidar.
Lo reconocí en cuanto lo vi. Quería correr. Quería gritar. Pero me
quedé congelada mientras mi corazón chocaba contra mi pecho, haciendo
imposible respirar.
Compartir es cuidar, pequeña niña.
El odio se deslizó por mis venas y los nervios crepitaron bajo mi piel.
—Ivan —dijo Alexei con frialdad mientras se quitaba la chaqueta y
me la ponía sobre los hombros. Rápidamente metí los brazos en las
mangas y la abotoné para que me cubriera el pecho. El aroma único de
Alexei me envolvió y fue como una inyección de fuerza. El hecho que la
mayor parte de mi cuerpo estuviera protegida de la vista de Ivan por la
chaqueta de Alexei ayudaba.
—Me alegro de verte —dijo Ivan, y sus ojos me miraron. Odiaba sus
ojos sobre mí. Oscuros y crueles. Malvados y amenazantes. Este hombre
disfrutaba infligiendo dolor, físico y mental. Apostaría mi vida en ello.
Mis ojos recorrieron su séquito. Sus grandes guardaespaldas y una
mujer que estaba a su lado. No, no una mujer. Una cáscara. Sus ojos
estaban vacíos. Era delgada y frágil. Era como mirar a un fantasma. Su
cabello blanco estaba en un moño perfecto, los diamantes alrededor de su
cuello brillaban. Como si trataran de compensar el vacío de su dueña.
Sin embargo, había algo raro en ella. Como si estuviera ocultando
algo. Aunque, ¿qué podría ser? Debía tener más de setenta años, aunque
no podía estar segura.
—No puedo decir lo mismo —dijo Alexei con frialdad y mi atención
dejo a la mujer para volver a Ivan.
Me encontré con que Ivan ya me miraba, con aire lascivo, y un
escalofrío de asco me recorrió la espalda. Aunque afirmé que el modus
operandi del secuestro coincidía con el de mi hermano, nunca creí que
volvería a encontrarme cara a cara con él.
—Señorita Ashford. —Sabía mi nombre.
Demasiado para estar de incógnito, pensé con ironía.
Sus ojos se centraron en mí. Ojos burlones y crueles. Una sonrisa aún
más cruel. Su aspecto era tan repugnante como lo recordaba. El terror se
apoderó de mí cuando sus ojos recorrieron mi cuerpo expuesto.
—¿Se está divirtiendo, señorita Ashford? —Algo en esto no se sentía
bien. Una advertencia subió por mi espina dorsal y cada uno de mis vellos
se erizó—. Te has convertido en una hermosa mujer.
Los latidos de mi corazón se agitaron en mis oídos. Este hombre se
llevó a mi hermano. Destruyó a mi familia. Nos quitó tanto. Disfrutar era
la cosa más lejana en mi mente.
—¿Dónde está mi hermano? —escupí, con la ira hirviendo en mi
interior.
Los ojos se desviaron hacia Alexei, que tenía una mano alrededor de
mi cintura, y la sonrisa de Ivan se torció en algo feo. Un cosquilleo de
advertencia se convirtió en una alarma total. De repente, no estaba tan
segura que nuestro plan fuera tan bueno. Debería haber pedido ayuda a
mis hermanos. Alexei y yo solos éramos demasiado vulnerables aquí. Ivan
tenía demasiados hombres y Alexei era solo un hombre. Yo podía
disparar, pero el combate cuerpo a cuerpo no era mi fuerte.
Ivan pronunció algo en ruso, con la mirada fija en mí. La expresión de
Alexei se convirtió en escarcha y un frío escalofrío surgió en la base de mi
columna vertebral. El miedo se instaló en mi estómago y me maldije por
no saber ruso.
—Nyet. —La respuesta negativa de Alexei con su fría voz fue la única
palabra que entendí. No.
Siguió la risa de Ivan, y fue la primera vez que pensé que una risa
sonaba realmente malvada. Instintivamente me moví más cerca de Alexei.
—Esto será divertido —Ivan cambió al inglés—. Como en los viejos
tiempos. ¿Da, Alexei?
Se me heló el corazón. Esto no presagiaba nada bueno. Antes que
pudiera inhalar mi siguiente aliento, se desató el infierno. Mientras Alexei
y yo estábamos concentrados en Ivan, sus hombres nos rodearon. Una
mano se posó en mi hombro, pero antes que pudiera quitármela de
encima, los dedos entintados de Alexei arrebataron el brazo y lo
rompieron de un solo movimiento.
Igor apareció detrás de Alexei con un cuchillo, dispuesto a apuñalarlo.
Antes que pudiera hacerlo, me lancé sobre él y le lancé un gancho en el
pómulo. Inmediatamente después, le asesté un golpe en las costillas y su
cuchillo voló por el aire. Alexei lo atrapó y se lanzó hacia el guardia más
cercano a Ivan. El cuchillo presionó la garganta del guardia y, en un
rápido movimiento, le abrió el cuello en filetes.
—Estúpido por volver, Alexei. —Ivan se rio, dando dos pasos hacia
atrás. La mujer estaba allí, inmóvil, con los ojos clavados en el cuello
rebanado y la sangre brotando de él. Era como si estuviera en trance.
Mientras Ivan dio un paso atrás con dos guardias, dos guardias
permanecieron con la anciana, que parecía hipnotizada por el hombre que
gorgoteaba en su propia sangre en el suelo. Si tuviera tiempo de
asimilarlo, sin duda estaría alucinando.
Mientras tanto, Alexei se abría paso de un hombre a otro. Y no solo
les estaba rompiendo los huesos. Los cadáveres se estaban amontonando.
Era magnífico.
Así que demándame por tomarme un momento para admirar su obra.
Fui por el más débil de los hombres, asegurándome de no estorbar a
Alexei.
Trabajo en equipo.
Los movimientos de Alexei eran tranquilos y precisos. Resultaba
extraño cómo un hombre de ese tamaño podía moverse casi con elegancia
por la habitación, matando hombres por el camino. Mis hermanos estarían
impresionados por la eficiencia de Alexei.
Los tres eran ex-fuerzas especiales, pero estaba segura que la
habilidad de Alexei igualaba la de ellos. Incluso podría superarlos.
Alexei atacó al siguiente guardia, mientras Igor intentaba huir. Me
negué a dejarlo. Merecía morir tanto como Ivan. Así que le puse una
zancadilla y luego le retorcí la mano derecha a la espalda, de la forma en
que Royce me enseñó que lastimaría más el hombro. Usando toda mi
fuerza, tiré de él y escuché el crujido de su hombro.
—Maldita perra —siseó Igor mientras le retorcía más el brazo por
detrás.
Ignorándolo, no perdí de vista a Alexei. Era una estupidez, lo sé, pero
no quería que le pasara nada. Seguía intentando que los guardias se
acercaran a nosotros. Estaba adivinando, pero pensé que no quería dejar
demasiado espacio entre nosotros. El hombre acababa de matar a siete
hombres y ni siquiera había sudado.
Me di cuenta demasiado tarde de que Ivan y sus guardaespaldas se
acercaban por el lado opuesto.
Me puse en pie de un salto y dejé a Igor con el hombro roto en el
suelo, donde debía estar, y adopté una posición de combate. Mentalmente
tomé nota para agradecer a mis hermanos el haberme enseñado todos
estos trucos.
—A ver cómo luchas ahora, perra tonta —se burló Igor desde su lugar
en el suelo, aunque su voz sonó quejosa. Debería aprender a mantener la
boca cerrada.
El guardaespaldas de Ivan se abalanzó sobre mí. Aprovechando el
impulso, le lancé un gancho directo al ojo, tal y como me habían enseñado
mis hermanos, y vi cómo su cara caía al suelo.
—¿Quién es la perra ahora? —Me regodeé, pero duró poco cuando
sentí el frío y metálico cañón de la pistola presionado contra mi cráneo y
me aquieté al instante. Ivan había llegado a mí.
—Blyat. —Alexei gruñó, deteniendo inmediatamente sus
movimientos.
—Mierda. —Maldije al mismo tiempo.
El cuerpo de Alexei se puso rígido y sus ojos se llenaron de fría furia
ante el hombre que estaba a mi lado. Dio un paso hacia mí, y los dedos de
Ivan me agarraron la mandíbula con tanta fuerza que estaba segura que
tendría moretones en el rostro. Suponiendo que saliéramos vivos de esto.
Metió la pistola en mi boca y mis ojos se ensancharon por el miedo.
—Un paso más, Alexei, y le vuelo los sesos —advirtió Ivan, con una
voz inquietantemente baja.
Se calmó al instante, con los ojos puestos en mí. Ahora tanto Alexei
como yo estábamos apuntados con armas. Los invitados a este
espectáculo de mierda estaban pegados a sus lugares, algunos de ellos
sentados cómodamente en sus asientos. Lo único que les faltaba eran las
palomitas. Este era un plan tan estúpido.
Y qué clase de personas eran como para no venir a rescatarnos.
Bastardos. Tal y como pensaba, Igor probablemente eligió a la peor clase
de mentes criminales para que se unieran a él en su fiesta de orgías.
Aunque nos acercó a Ivan, que dio tres pasos hacia mí, con una
sonrisa oscura.
—Me voy a divertir mucho contigo —ronroneó en mi oído, lamiendo
el lóbulo de mi oreja—. Te voy a follar todos los agujeros, justo como lo
hice con tu hermano.
Me estremecí ante sus palabras y, de repente, no estaba segura de si
debía esperar encontrar a Kingston vivo o muerto.
Mis pulmones se apretaron, los flashes del joven Kingston que
recordaba se reprodujeron dentro de mi mente.
Él persiguiéndome alrededor de nuestra piscina o subiendo y bajando
nuestra gran escalera. Su risa. Sus ojos marrones oscuros. Los cuentos que
me leía antes de dormir. O cómo se comía mi brócoli porque me daba
arcadas, pero nuestra cocinera insistía en que tenía que comerlo.
Cada recuerdo escoció, desgarrando mi pecho y rebanando heridas
frescas. Los latigazos de un látigo deben doler menos que esto. Pero no
me permití llorar.
En cambio, dejé que el odio me tragara. Dejé que la rabia se agravara
dentro de mí y se desbordara. Me inundó como lava caliente.
Me encontré con la fea mirada de Ivan de frente y curvé mis labios en
una fea sonrisa.
Esperando. Esperando. Solo un centímetro más. El cobre se acumuló
en mi boca mientras me mordía la mejilla. Otro centímetro.
Y entonces mi cabeza giró hacia delante con una sacudida mientras le
daba un cabezazo.
—Maldita perra italiana —escupió Ivan, tapándose la nariz—. La
pelea no te la dio tu padre. Así que tiene que ser esa asquerosa sangre de
DiLustro Kingpin.
La mujer que venía con Ivan me miró fijamente, el vacío de su mirada
ya no estaba vacío. Pero había algo desquiciado en sus ojos, que me
alarmó. Dio un paso adelante y yo retrocedí un paso.
Sus ojos casi me asustaron más que los de Ivan. La ansiedad invadió
cada fibra de mí, haciendo que me costara respirar.
Su mano salió disparada y me dio una bofetada en el rostro con tal
fuerza que me hizo girar la cabeza hacia un lado. Alexei gruñó, luchando
contra los cuatro hombres que lo contenían.
Apreté los dientes, con la mejilla escocida por la quemadura, pero no
aparté los ojos de ella.
—Llévenlos a las mazmorras —Su voz era baja y suave. Sin embargo,
era uno de los sonidos más espeluznantes que jamás había escuchado.
Al segundo siguiente, Alexei y yo fuimos arrastrados fuera de la
habitación, y luego bajamos más escaleras. A cada paso que dábamos, nos
alejábamos más y más del lujo. Este lado del castillo estaba vacío,
húmedo y oscuro.
¡Mierda!
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
AURORA
ALEXEI
AURORA
ALEXEI
31
Moy brat: Mi hermano en ruso.
contra el escritorio, y él gritó cuando su preciosa cara chocó contra el
cristal y se hizo añicos.
Volví a levantarlo y arrojé su cuerpo al suelo, dejando que el cristal le
cortara la carne. Se revolvió, intentó ponerse de rodillas y huir. Mis fosas
nasales se encendieron de furia.
Se acabó la huida para este bastardo. El odio helado inundó mis venas.
Se atrevió a mirar a mi mujer. Creyó que podía hacerle daño. Mis botas
negras de combate se clavaron en su espalda, y empujé el peso de mi
cuerpo hacia su espalda.
Sobre. Mi. Cadáver. O el suyo; preferiblemente el suyo.
—Espera, espera —suplicó, levantando sus manos ensangrentadas en
señal de rendición. Esperaba recibir piedad; no la tendría—. Te daré
cualquier cosa, Alexei.
No opuso resistencia y la picazón por liberar la tensión se clavó en
mis músculos, la sed de sangre exigía ser satisfecha.
Sonreí, inclinándome ligeramente hacia él. Le hice creer que podía
comprarme.
—La vieja —gruñí—. ¿Cómo la encuentro?
Los ojos de Igor se ensancharon. No creí que fuera posible encontrarlo
más aterrado, pero lo estaba. ¿Quién demonios era esa mujer para que le
aterrara tanto? Sí, era la esposa de Ivan. La tía abuela de Bianca. Sin
embargo, sentí que nos estábamos perdiendo algo importante aquí.
Al igual que Aurora, sentí que había algo desquiciado y loco en la
anciana.
—¿Dónde? —Apreté el gatillo. Agachándome, le di la vuelta, y luego
lo inmovilicé con mi antebrazo en el cuello—. No me hagas preguntar de
nuevo.
—Escondiéndose —gimió—. Nadie sabe dónde se queda.
—¿Por qué?
—No tengo ni puta idea. —Este tipo era inútil.
Mi mandíbula se apretó, mi mano libre se alzó y agarró su cabello,
levantándolo y golpeándolo contra el suelo. Empujé su cara contra el
cristal, su llanto se hizo más fuerte.
—Te dije que te encontrarías en el lado equivocado de los barrotes —
me burlé.
Amartillé la pistola, pero antes que tuviera la oportunidad de apuntarle
a la cabeza, gritó.
—Grecia —gritó—. Está en algún lugar de Grecia. Eso es todo lo que
sé.
—Por eso, podría matarte más rápido —dije conversando. Con
precisión, disparé dos tiros en sus rótulas. Sus gritos de dolor hicieron
sonar el cristal. Saqué el cuchillo de mi bota y le clavé la punta de la hoja
en el cuello—. Pero no demasiado rápido —dije—. Después de todo,
tenemos una cuenta pendiente.
Me complacía ver cómo su miserable vida se desvanecía de sus ojos.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
AURORA
AURORA
ALEXEI
Idiota.
Fue la única conclusión a la que pude llegar mientras veía a Aurora
deslizarse por el gran y lujoso salón de baile. Fui un idiota al venir,
pensando que de alguna manera podríamos hablar. Que ella me dejaría
tocarla una vez más.
Pero al ver ese mundo brillante en el que había crecido, entre los más
ricos y elegantes de la escena política de D.C., supe que éramos tan
diferentes como el sol y la luna. Yo crecí en los barrios bajos, entre la
escoria de la tierra, en la oscuridad de la noche. No podía haber una
prueba más clara de nuestra incompatibilidad.
Dos meses sin ella fueron un infierno. No podía ni pensar en el resto
de mi vida. La niña del zoo se llevó un trozo de mi corazón con su
bondad. La mujer frente a mí reclamó cada gramo de él.
Cada maldito aliento. Cada latido del corazón. Cada maldito
pensamiento.
Esto tenía que ser la forma de castigo de Dios. Un karma enfermizo.
Por toda la muerte que causé y la sangre que mancha mis manos. Me
dieron un vistazo de lo que podría haber tenido, y luego me lo
arrebataron.
Pero no había nadie más para mí. Solo esta mujer menuda, con la piel
más suave, la boca más descarada y la sonrisa más cálida. No la había
visto en dos meses. Dos malditos meses. Me mantuve alejado de toda la
pandilla y de mis hermanos. Tampoco había ido a ver a Kingston.
Tampoco hablé con él. Le envié alguna excusa patética. Aunque él me
dejo salirme con la mía.
Todavía no podía verlo. Sus ojos me recordarían demasiado a su
hermana pequeña. Tendría que superar esa mierda. Pensé que venir aquí
me ayudaría a seguir adelante. Sí, eso fue una tontería. Ahora mis
malditas manos temblaban porque ansiaba tocarla.
Los ojos de los hombres la seguían con avidez, pero ella los ignoraba
a todos. Estaba de pie con sus hermanos, con el champán en una mano
mientras la entretenían. Los tres hermanos la rodeaban como sus
protectores, espantando a cualquier hombre que intentara acercarse a ella.
Su sonrisa, sin embargo, no era tan alegre, su tez estaba ligeramente
más pálida. Y el idiota que hay en mí esperaba que fuera por mí.
Como dije, un idiota.
Me reconfortó el hecho que no dedicara ni una sola mirada a ningún
otro hombre. Sus ojos solo estaban en sus hermanos, sus sonrisas solo
eran sinceras con ellos, y luché contra el impulso de matar a los bastardos.
Era imposible aplastar al asesino que había en mí. Era lo que yo era.
Hacía ocho semanas y tres días que no la veía. La probé. Me la follé.
Y era el peor tipo de abstinencia.
—Alexei, la gente se está cagando en los pantalones —murmuró
Vasili en voz baja—. Deja de gruñir y abre los puños. No estamos aquí
para pelear.
¡Cierto! Estábamos aquí porque quería volver a verla. El senador
Ashford invitó a Vasili, tratando de asegurar los votos para New Orleans.
Todo el mundo sabía que Vasili dirigía Luisiana y a quien apoyara,
obtendría la mayoría de los votos en ese estado. Por supuesto, el senador
Ashford no sabía lo que había pasado en Rusia.
En resumen, como un imbécil, vine sin poder resistir la oportunidad
de ver a Aurora una vez más. Por supuesto, esta no era la idea de Vasili
para que siguiera adelante. Bueno, una puta pena. Si se hubiera negado,
habría acudido a Cassio para que me invitara y luego trabajaría en la lista.
Maldición, cobraría la deuda de todos hasta que se me acabaran las
opciones.
Otra mujer pasó, lanzándonos una mirada que decía claramente que no
pertenecíamos aquí. Malditos charlatanes y esnobs.
—Alexei —advirtió Vasili en un siseo.
Me obligué a abrir las palmas de las manos. Como si eso me hiciera
menos amenazante. Era plenamente consciente de las miradas que me
lanzaban. Mi tipo no era del tipo de los que se relacionan con la alta
sociedad. Yo era del tipo que acecha en las sombras y asusta a esos hijos
de puta.
El senador Ashford se unió a Aurora y a sus hijos. Sus manos
rodearon a su hija por un lado y a Byron por el otro. Como si estuvieran
sincronizados, cada uno de los hermanos se puso ligeramente rígido. El
anciano dijo algo y se rio con ganas, pero sus hijos no se unieron a él.
Entonces tiró de su hija y, a menos que estuviera dispuesta a montar
una escena, supo que tenía que acompañarlo. Aunque mientras se alejaba
de sus hermanos, lanzó una mirada suplicante por encima del hombro.
—Ayúdenme —dijo a sus hermanos, y luego se vio obligada a darse
la vuelta.
El senador y ella se unieron a un grupo de hombres y entonces
comenzaron las presentaciones. Solo tomó cinco minutos y Aurora se
excusó, con una sonrisa forzada en los labios.
—Alexei, ¿estás bien? —La mano de mi hermana se acercó a mi
brazo, acariciando suavemente mi mano. No me gustó. El único toque que
podía soportar remotamente era el de Aurora.
—Da.
La mano de Isabella cayó a su lado y Vasili la tomó rápidamente entre
las suyas. Estaba todo dañado, pero prefería que no me tocaran. Y la única
persona a la que podía considerar tocarme era la joven que no me
soportaba porque le había quitado algo que quería. No podía culparla por
odiarme.
Observé cómo un hombre detenía a Aurora cuando se dirigía a sus
hermanos. Ella inclinó la cabeza hacia un lado, escuchando y sonriendo.
Me rechinaron los dientes, me ardió la sangre y me robaron el aliento de
los pulmones.
Ella es mía, quería gritar a toda la sala y amenazar con la peor clase de
tortura a cualquiera que mirara hacia ella.
Mis malditas manos temblaban por las ganas de ir a matar. Pero sabía
que eso la alejaría aún más. Y ella ya estaba tan malditamente lejos.
Quizás los dos éramos como el sol y la luna, siempre pasando uno al lado
del otro, pero nunca destinados a estar juntos.
Ahora parezco un maldito marica, pensé con ironía. Eso era lo que el
amor te hacía. ¿Quién en su sano juicio necesitaba este dolor de cabeza?
—Ve a hablar con ella —susurró Isabella a mi lado. Mi hermana no
sabía lo que había pasado. Solo que los dos eliminamos la amenaza
juntos. Si ella supiera que le costé a Aurora su hermano, que lo hice pasar
por el infierno que viví, y que probablemente estaría dañado para el resto
de su vida, me diría que no tenía ninguna posibilidad con la agente del
FBI.
—Voy por una copa. —Me alejé sin decir nada más. La corbata
alrededor de mi cuello me estaba ahogando. El traje era demasiado
ajustado y me apretaba demasiado. Vasili llevaba trajes como una
segunda piel. Yo llevaba armas y un vestuario militar como si fuera parte
de mí. Esta mierda no.
En diez grandes zancadas, me encontré junto a la barra.
—Whisky —le dije al camarero—. Seco.
Esta era una maldita mala idea. Sabía que Vasili a menudo recibía
invitaciones a eventos políticos para recaudar fondos. Dos meses sin ella
me jodieron la mente. No podía funcionar.
—¿Trabajas aquí? —Una mujer mayor con un bastón se paró a mi
lado, mirándome como si fuera la escoria de la tierra. No había ningún
parecido en esa afirmación. Yo era una de las peores escorias que
caminan por esta tierra—. Necesito...
—No —le dije con frialdad.
—Parece que trabajas aquí —siguió balbuceando cuando lo único que
quería era que se callara de una puta vez.
El camarero la salvó poniendo mi bebida delante de mí y me la bebí
de un trago. Necesitaba una botella entera. Nunca había sido muy
aficionado a la bebida. La necesidad de mantener el control estaba
arraigada en mí. Sin embargo, desde que conocí a Aurora siendo ya una
mujer adulta, mi presión arterial se disparaba constantemente, mi
respiración era agitada y mi mente era un caos. Y necesitaba el alcohol.
El control salió volando del ascensor el día que entró en él, en el
edificio del FBI.
—Necesito que alguien vaya a por mí auto —exigió la anciana. Jesús,
¿ella quería morir?
—Sra. Kennedy, ¿cómo está? —Una voz suave vino de detrás de mí.
El aroma del chocolate. Me puse rígido—. Este es Alexei, mi novio.
Mi cabeza se giró hacia ella. ¿Se estaba burlando? Aurora no miró
hacia mí, sus ojos estaban fijos en la anciana.
—Oh, querida, no creo que tu padre lo apruebe. —Sabía que no lo
haría. Nadie en su sano juicio me aprobaría—. Parece un bruto.
La mano de Aurora se deslizó hacia la mía, aunque seguía sin mirar
hacia mí. Como si no pudiera soportar mirarme. Aunque ¿por qué me
llamó su novio?
—Tal vez, señora Kennedy. —El delgado hombro de Aurora se
encogió y yo quise doblarla, hundir mis dientes en su piel y marcarla para
que todo el mundo la viera—. Pero es mi bruto. Ahora, por favor,
discúlpese con mi novio.
Los ojos de la mujer se ensancharon y un jadeo indigno la abandonó.
Ella no me encontraba digno de la disculpa. No me importaba su opinión
ni su disculpa. Lo único que me importaba era que mi mujer me estaba
tocando.
—Yo nunca lo haría —se burló la anciana y se escabulló, con sus
diamantes brillando bajo las brillantes luces del salón de baile y ocultando
su superficialidad.
Aurora retiró su mano de mi agarre y retrocedió un paso para
encontrarse con mis ojos. El color marrón chocolate oscuro me arrastró a
un dulce olvido. No necesitaba un trago fuerte cuando ella me miraba así.
—¿Por qué estás aquí, Alexei? —preguntó con una voz suave y ronca.
Todavía tenía esa sonrisa cortés en los labios, y yo la odiaba. Porque
era la misma que le dedicaba a todo el mundo. Quería su verdadera
sonrisa, sus verdaderos ceños fruncidos. Quería a la auténtica.
—Eres mía. —Maldición, la afirmación se me escapó antes que
pudiera detenerla. Debería hablarle dulcemente, seducirla. Pero no sabía
cómo hacerlo.
Su ceja se levantó en forma de pregunta, esperando que me explayara.
Pero no había nada más que decir; nada que encontrara aceptable.
Exhaló lentamente y sus ojos se desviaron hacia atrás. Sabía que
Vasili e Isabella se acercaban a nosotros.
—Agente Ashford. —La voz de Vasili llegó detrás de mí—. Me
alegro de volver a verla.
—Ojalá pudiera decir lo mismo —respondió Aurora secamente. Sus
ojos se desviaron hacia Isabella y esta asintió—. Señora Nikolaev.
—Por favor, llámame, Isabella. —Mi hermana odiaba los conflictos y
los desacuerdos. Solo quería que todos se llevaran bien y fueran felices—.
Mi esposo me dijo que ayudaste a eliminar una amenaza para nuestro hijo.
En los ojos de Aurora brilló la molestia.
—Ah, ¿así que fue por tu hijo? —se burló—. Habría estado bien que
los hombres Nikolaev me hubieran dicho la verdad desde el principio, ya
sabes. En lugar de jugar conmigo.
Esto tenía que ser lo que se siente al ser apuñalado en el corazón. Sus
palabras llenaron el silencio, el significado detrás de ellas bailando en este
elegante salón de baile. La tristeza cruzó los rasgos de Isabella y Vasili
gruñó, dando un paso amenazante hacia Aurora. Le corté el paso,
poniéndome delante de Aurora.
—Ne. —No. Una palabra, pero él sabía que me pelearía con él por
ella. Nunca permitiría que nadie le hiciera daño. Ni mi hermano, ni mi
hermana. ¡Nadie!
—Lo siento, Aurora. —Isabella tomó la mano de Vasili y tiró de él
hacia atrás—. Vasili, deja de actuar como una bestia —lo regañó con su
voz suave.
—Hermana, ¿está todo bien? —Sabía que sus hermanos encontrarían
el camino hasta aquí. Después de todo, ella era su hermana pequeña.
—¿Estos hombres te están molestando? —Winston gruñó, sus ojos se
desviaron entre Vasili y yo. Parecía un perfecto caballero, aunque más
alto y voluminoso que la mayoría de los otros mariquitas de por aquí—.
Creí que te habíamos dicho que te mantuvieras alejado —me siseó, con
resentimiento en los ojos.
—Puedo llamar a los guardias —dijo Royce. Los tres ya eran sus
guardias, no necesitaba más.
—Sí, estoy bien —les aseguró a ambos—. Hermanos, recuerdan a la
familia Nikolaev, ¿verdad?
Las manos de Byron se metieron en los bolsillos, aunque me di cuenta
que apretaba los puños dentro de su caro traje. Vasili me dijo que su
hermano había pirateado toda la vigilancia del castillo en Rusia. Me
imagino que probablemente detestaba a todos los hombres Nikolaev.
—Me acuerdo de ellos —dijo Byron, manteniendo a duras penas la
compostura—. Es difícil olvidar a los hombres que casi le cuestan la vida
a mi hermana.
—Byron...
Ni siquiera se molestó en escuchar lo que su hermana tenía que decir.
—Voy a decirte esto, Nikolaev. —Me pregunté si se dirigía a Vasili o
a mí, porque sus ojos se movían entre los dos—. Vuelve a molestar a mi
hermana —me fulminó con la mirada y obtuve mi respuesta. La amenaza
iba dirigida principalmente a mí—, y destrozaré a tu familia. Y no hago
putas amenazas vacías.
Sí, los Ashford eran tan salvajes como los hombres de nuestro mundo.
Solo que lo ocultaban mejor.
—Brindo por eso —dijo Winston, con una sonrisa despiadada que
coincidía con la expresión de sus ojos. Por supuesto, nunca igualaría la
brutalidad de Nikolaev. Aunque sospechaba que se acercaría.
Byron se volvió hacia su hermana y sus ojos se suavizaron al instante.
—Quiero que conozcas a Kristoff Baldwin —continuó, ignorándonos.
No es que pudiera culparlo. Probablemente era imposible para él vernos y
no pensar en el hermano que le costamos. O en el hermano que yo le
costé. Estaba seguro que a estas alturas Aurora ya había informado a sus
hermanos sobre sus descubrimientos—. Te hablé de él.
Mis dientes se apretaron. Perdería la cabeza y eso sería malo para
todos los presentes. Para los míos. Nadie toca lo que es mío. Las palabras
zumbaron en mi cabeza y quise aplastar la cara de su hermano contra el
suelo de mármol.
—No. —Una sola palabra atravesó el aire, como un látigo. Los ojos
de su hermano se dirigieron hacia mí, con un oscuro desafío al acecho.
Quería una pelea y yo estaba más que feliz de dársela—. Aurora es mía y
nadie toca lo que es mío —gruñí. Incluso odio, malditamente, que la gente
mire lo que es mío—. Tócala y te asesinaré.
La amenaza era clara, áspera e indómita.
Pero en el fondo sentí mi propio pánico.
CAPÍTULO CUARENTA
AURORA
AURORA
32
Kroshka: Niña pequeña en ruso.
Su expresión se llenó de determinación. Me pasó la cuerda por las
muñecas, dándole dos vueltas, y luego tiró suavemente. Levanté las
manos por encima de la cabeza y él ató la cuerda al cabecero. Estaba
expuesta, a su merced, y sabía que me atraparía si me caía. No importaba.
Estaba acostada en la cama, estirada con las manos por encima de la
cabeza atadas al cabecero. Solo para él. Si esto era lo que necesitaba, se lo
daría. Sus ojos recorrieron mi cuerpo y mi piel ardió ante su caliente
apreciación. Su gran cuerpo se cernió sobre mí y tensó la cuerda mientras
yo observaba cada uno de sus movimientos. Una pequeña punzada de
dolor me recorrió cuando la cuerda me cortó las muñecas, pero no me
inmuté.
Rozó sus labios con los míos y mi pecho resplandeció de cálida
satisfacción.
—Eres tan malditamente perfecta, kroshka —gruñó y creí que me
destrozaría con sus palabras. Su mano recorrió con un ligero toque la
curva de mi codo, pasando por mi cuello y bajando por mi estómago hasta
llegar a su destino. La yema de su pulgar presionó mi clítoris y sentí que
la humedad resbaladiza se deslizaba por el interior de mi muslo.
Dos meses sin Alexei parecían un siglo. No quería que fuera despacio.
Lo necesitaba dentro de mí. Ahora. Levanté las caderas y me froté contra
él.
—No me hagas esperar —le supliqué.
—Pronto, kroshka —susurró, apoyando su frente en la mía—. Quiero
disfrutarte primero. —Su voz era ronca—. Te he echado de menos.
Se me hizo un nudo en la garganta por las emociones que escuché en
su voz. Nuestros rostros se acercaron, y acaricié mi mejilla contra la suya.
—Yo también te he echado de menos.
Sus musculosas piernas se colocaron a horcajadas sobre mi pecho y
mi mirada bajó entre nuestros cuerpos. Era la primera vez que tenía una
visión completa de él. Alexei era una obra de arte, cada centímetro de él.
Y su polla no era diferente. Grande. Dura. Se me hacía la boca agua.
—Quiero probarte —murmuré, levantando los ojos para encontrar su
mirada caliente—. ¿Puedo?
Su cara era difícil de leer. Como si tuviera una batalla interna sobre lo
que estaba bien o no estaba bien hacerme.
—Alexei —susurré—. Puedo soportarlo. Lo que sea que quieras
hacerme, puedo soportarlo.
Eso debió ser suficiente para tranquilizarlo, porque se inclinó hacia
delante para que su polla quedara a escasos centímetros de mi rostro. Mi
lengua lamió la punta de su cabeza hinchada y su fuerte gemido llenó la
habitación. Alentada por su respuesta y por la forma en que me miraba,
oscura y hambrienta, pasé la lengua por su coronilla y la introduje
profundamente en mi boca, sin dejar de mirarlo.
Sin previo aviso, me agarró el cabello con una mano y se introdujo
más profundamente en mi boca. Tarareé mi aprobación mientras el calor
florecía en mi estómago, moviéndose más abajo. Apreté los muslos
mientras él entraba y salía de mi boca con movimientos cortos. Se deslizó
hasta el fondo de mi garganta y mantuve mi mirada llena de lujuria sobre
él. La felicidad en su cara era lo más hermoso que había visto nunca.
—Relaja tu garganta, kroshka —gruñó—. Déjame entrar —me
tranquilizó, con un tono ligeramente desesperado. Quería ser todo lo que
él necesitaba. Relajé la garganta, siguiendo sus instrucciones, y su áspera
mano acarició mi mejilla con tanta devoción. Me abrumó y no pude evitar
saciarme de él. Empecé a lamer y chupar desesperadamente, empujándolo
más profundamente con la curva de mi lengua, respirando su delicioso
almizcle. Era mi veneno más dulce.
—Estás preciosa tragándote mi polla —susurró y yo gemí, observando
la felicidad en su cara como si mi vida dependiera de ello. Me miró, sus
ojos brillaban como zafiros. Sostuvo mi rostro mientras movía sus caderas
más rápido y más profundamente. Se me humedecieron los ojos, pero no
quería que se detuviera. Dejé que me follara la boca, porque quería que
me usara de la forma que necesitara. De la forma que quisiera. Se inclinó
hacia delante, con las manos apoyadas en el cabecero de la cama, mientras
penetraba con más fuerza en mi boca. Cada empuje de sus caderas
coincidía con el doloroso latido de mi núcleo. Mi cuerpo era sensible a
cada sonido, a cada movimiento suyo.
Observé fascinada cómo sus gemidos se hacían más fuertes, cómo sus
ojos se volvían vidriosos y cómo se ponía rígido al terminar en mi boca.
Era hermoso mientras perdía el control. Lo chupé con avidez, tragando
cada gota de su semen mientras mi piel se calentaba bajo el calor de su
mirada. Chupé cada gota de él, lamiéndolo, haciendo girar mi lengua
sobre su corona mientras él jadeaba.
Se retiró de mi boca con un chasquido, gruñendo en lo más profundo
de su pecho. Parecía nuestra primera vez, y no quería que terminara
nunca. Se cernió sobre mí, pecho con pecho, con su respiración aún
ligeramente agitada.
—¿Mi kroshka quiere correrse? —gruñó mientras metía la mano por
detrás y deslizaba sus dedos en mis pliegues. Un fuerte gemido se me
escapó y mis caderas se sacudieron ante su contacto.
—Por favor —gemí, con el dolor de mi núcleo palpitando de
necesidad. Me retorcí debajo de él, acalorada por la necesidad. Tiré de
mis muñecas atadas con desesperación y él sonrió sombríamente.
Pecaminosamente.
Me hizo separar los muslos y frotar mi núcleo palpitante contra él.
Alexei me lamió los labios, pero no me besó. Era muy erótico. Recorrió
su boca por mi cuello, lamiendo y mordiendo. Marcándome.
La cama se movió bajo su peso. —Abre las piernas.
Lo hice sin demora. Me dolía físicamente sentirlo allí. Su mano se
deslizó entre mis piernas, sus ásperas palmas marcaron mi suave piel.
Cuando deslizó sus dos dedos dentro de mí, arqueé la cabeza hacia atrás y
mis ojos se cerraron.
—Alexei —respiré.
Sus labios mordisquearon la piel donde se unían mis hombros y mi
cuello.
—Estás tan empapada —gruño, deslizando sus dedos dentro y fuera
de mí, extendiendo mi excitación. Me estremecí de necesidad, cada vez
que respiraba con dificultad.
—He echado de menos tu sabor —murmuró—. Eres el único postre
que puedo digerir, kroshka. —Gemí debajo de él, rechinando contra su
mano—. No me dejes nunca.
—Nunca —juré, mientras su boca arrastraba besos por mi estómago.
En un movimiento suave y repentino, me agarró por la parte trasera de los
muslos y los enganchó por encima de su hombro, para luego presionar su
cara entre mis piernas.
—Ah, mierda —respiré mientras el placer me desgarraba mientras él
lamía y chupaba mis pliegues, burlándose de mí. La sacaba, su lengua
nunca tocaba mi clítoris. Me retorcí y rechiné contra su cara, desesperada
para que golpeara ese punto.
—Eres muy golosa, kroshka —ronroneó. Lo observé a través de los
pesados párpados, sus ojos clavados en mí mientras me comía.
—Solo para ti —respiré.
Debió de ser lo correcto, porque su boca se aferró a mi clítoris y
chupó con fuerza. El orgasmo estalló en mi cuerpo y sacudió cada fibra de
mí con fuerza mientras la luz se disparaba detrás de mis ojos.
Gemí, mis dedos se aferraron a los barrotes del cabecero mientras se
clavaban en la palma de mis manos. Mis caderas rechinaron contra su
boca, montando la ola de placer y ordeñándola por todo lo que me daba.
Mi cuerpo se debilitó y él se retiró, sus ojos se encontraron con los
míos. Había satisfacción en su mirada azul y lo vi limpiarse la boca con el
dorso de la mano. Un escalofrío me recorrió y me preparé para el segundo
asalto. ¿O era el tercero?
Subió por mi cuerpo y luego arrastró la punta caliente de su eje sobre
mi carne sensible. Empujó contra mi entrada y mi coño se apretó con
avidez por él.
—Yo también te amo, kroshka —murmuró, mordisqueando mi
mandíbula y mi cuello.
Mi pulso se aceleró con sus palabras, su boca se cerró sobre mi pulso
y succionó mientras mi corazón subía a las nubes. Empujó hasta la
empuñadura, llenándome, y las lágrimas de felicidad pincharon mis ojos.
Empezó a empujar. Apreté mi boca contra su cuello, lamiendo su
carne, susurrando palabras de amor contra su piel mientras él empujaba
dentro de mí una y otra vez.
—Este coño es mío —gruñó mientras me golpeaba contra el colchón.
Mis gemidos desvergonzados empaparon el aire. Era rudo, el cabecero de
la cama se golpeaba contra la pared—. Dilo, kroshka —exigió, con su voz
gutural.
—T-tú —gemí—. Por favor, no pares, maldición.
Respiré entrecortadamente mientras él empujaba más profundamente
dentro de mí, con su pelvis golpeando mi clítoris. Una sensación de
cosquilleo floreció en la boca del estómago. Estaba tan cerca.
Alexei gruñía con cada caricia, aplastándome contra el colchón.
Nuestros gruñidos y gemidos llenaban la habitación, nuestros cuerpos
resbalaban por el sudor y la carne chocaba con la carne. Se abalanzó sobre
mí con fuerza y sin piedad, las llamas del deseo ardían y lamían mi piel.
Mis sensibles pezones rozaban su pecho mientras me follaba tan
brutalmente como mataba.
Y me encantaba, maldición.
Él era lo único que llenaba mi mente y mi cuerpo. Mi alma y mi
corazón. Estaba tan perdida en él, en esta niebla de lujuria.
Un grito atravesó el aire cuando golpeó un punto y mi espalda se
arqueó. Me golpeó sin piedad, como si quisiera castigarme por haberle
ocultado mi cuerpo durante los últimos dos meses.
—Di que nunca te irás —exigió.
—Nunca —grité, y mi cuerpo se estremeció con la fuerza de otra
caliente ola de placer que me recorrió las venas—. Oh, Dios. Nunca —
repetí—. Por favor. Dame más. Oh, Dios, oh, Dios.
Me folló más fuerte y más profundamente, justo a través de mi
orgasmo. Sus golpes eran largos y cortos, rápidos y lentos. Profundos y
superficiales. Grité su nombre mientras él seguía cabalgándome sin
piedad, alargando mi orgasmo hasta que creí que moriría del inmenso
placer.
Nuestros cuerpos estaban empapados de sudor y su polla me
penetraba brutalmente.
—Maldición —gruñó, se hundió en mí con un último empujón de
castigo y terminó dentro de mí con un estremecimiento y su cara enterrada
en el pliegue de mi cuello.
Nuestras pesadas respiraciones llenaron el silencio, su boca rozando el
pliegue del cuello. Se estiró por encima de mi cabeza, aflojó las cuerdas y
se llevó las muñecas a la boca. Sus labios bañaron las marcas rojas.
—No me duele —le aseguré suavemente.
—Te mereces algo mejor —murmuró, y me besó las palmas de las
manos.
Me liberé de su agarre y lo rodeé con las manos. Mis palmas se
apoyaron en su espalda, la piel áspera allí. Lo estreché contra mí,
temiendo perderlo.
—No hay nada mejor que tú —le dije, sosteniendo su mirada—. No
para mí.
Tomó mi única mano y entrelazó nuestros dedos. Empezó con mi
mano en la suya, y terminará con su mano en la mía.
—Entonces soy tuyo —juró.
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
ALEXEI
Parpadeé contra la luz del sol que entraba por las ventanas.
Hacía años que mi mente no estaba tan tranquila y mis sueños
ausentes. Todo gracias a la mujer que tenía entre mis brazos. Me sentía
descansado y de muy buen humor después de seis horas de sueño.
Mis manos se apretaron alrededor de Aurora, temiendo que se me
escapara. Era irracional. La sola idea de perderla me hacía sentir cuchillos
en el pecho.
Cuando vi que su hermano le presentaba a Kristoff Baldwin, algo se
me clavó en el pecho. Podría matarlo, pero eso no eliminaría a todos los
demás hombres como él en este mundo. Hombres que no tenían cicatrices
y tinta marcando su cuerpo.
Así que me fui.
O me arriesgaba a matar al bastardo de su padre, a sus hermanos, y
luego a matar a cualquier prospecto masculino que tuvieran en mente para
Aurora.
Pero esto era mucho mejor. Mi mujer vino a mí; ella me quería.
Me incliné, respirando su aroma y mi polla se engrosó al instante
contra su culo. Era la primera vez que me despertaba con una mujer en mi
propia cama. Dejando de lado toda la experiencia de follar frente a Igor.
Me sentía bien teniéndola en mi casa. Quería despertarme a su lado hasta
el día de mi muerte.
Me sorprendió saber que había descubierto lo de Kingston. Pero
entonces recibí un mensaje de Cassio a primera hora de la mañana. Justo
después que Aurora me rogara que la dejara descansar un poco; de lo
contrario, me amenazó con quedarse dormida mientras me la follaba. Al
parecer, Vasili llamó a Cassio y, como las dos viejas que eran, decidieron
hacer de celestinas. Y Cassio tenía la munición, ya que estaba allí
conmigo la noche que volví por Kingston.
Debería estar cabreado, pero estaba demasiado feliz.
Aurora se revolvió en mis brazos y sus ojos se abrieron. Dios, era tan
hermosa. Tan suave. Y toda mía.
—Buenos días, kroshka.
Sonrió, con sus ojos soñolientos puestos en mí. Cuando me miró, todo
el pasado, el presente y el futuro desaparecieron. Todo lo que vi y sentí
fue a ella.
—Buenos días —murmuró somnolienta, acercando su cuerpo al mío y
acurrucando su rostro en mi pecho. Me puse rígido, preocupado de que
encontrara las cicatrices desagradables a la luz del día. Pero todo lo que
hizo fue presionar su boca en mi pecho, y luego levantó la cabeza para
buscar en mi cara—. ¿Quieres espacio personal?
Dios, esta mujer pensaba que yo quería espacio de ella. Nunca la quise
fuera de mi vista. Quería su carne contra la mía. Pero los viejos fantasmas
eran difíciles de extinguir.
La sujeté con fuerza.
—Nyet.33 Nunca querré que haya espacio entre nosotros.
Su rostro se iluminó con una sonrisa de felicidad.
—Solo dime cuando algo es demasiado. ¿De acuerdo?
Un sonido áspero retumbó en mi pecho y tomé su rostro entre mis
manos.
—Kroshka, me temo que me encontrarás demasiado. —Sujeté su
rostro y besé sus labios. Ahora que había probado sus labios, no me
cansaba de su boca. Ella era la única que recibiría todo de mí. Mi
obsesión, mi posesión y mi amor.
—No —murmuró suavemente. Su nariz rozó la mía—. Tengo que
decirte algo. —Noté una ligera tensión en su cuerpo y me calmé—. Pase
lo que pase, te amo y lo que te voy a decir no pone ninguna expectativa en
ti. ¿De acuerdo?
—Da, kroshka. Dime —exigí.
Tomó su labio inferior entre los dientes, mordiéndolo nerviosamente.
—Estoy embarazada —soltó. El aire se calmó y mi corazón se detuvo.
Y entonces mi sangre se inundó de algo oscuro y posesivo—. ¿Estás
enojado?
Mi mirada bajó para buscar en su rostro.
—¿Estás contenta? —Intenté que mi voz fuera comedida, pero salió
tosca. No quería asustarla con la intensa posesión que nadaba por mis
venas ahora mismo.
—Y-yo lo estoy —respondió suavemente, empujando su rostro contra
mi pecho e inhalando profundamente—. Sé qué esperar después de
Gabriel. No tienes que preocuparte por nada de eso.
Un soplo sardónico me abandonó. Si pensaba que ahora la perdería de
vista, estaba loca.
33
Nyet: No en ruso
—Kroshka, tú eres mía y yo soy tuyo. El bebé es nuestro. —Nos
cambié de lugar para que quedara sobre ella, nuestros ojos conectados—.
Ahora, no puedes dejarme.
Se rio. —Y yo que me preocupaba que te estuviera encadenando.
Mi mano bajó por su cuerpo y cubrió suavemente su vientre.
—Mía para siempre. Nunca te dejaré ir —murmuré mientras me
inclinaba para darle un beso en el lugar donde nuestro bebé crecía dentro
de su vientre—. Tendremos al menos dos bebés. ¿Da?
Levanté los ojos para encontrar lágrimas brillando en los suyos y una
alarma se disparó a través de mí.
—¿Qué pasa? —Me atraganté, preocupado porque no era lo que ella
quería.
Sus labios temblaron mientras sonreía y agitaba la mano.
—No es nada. Por alguna razón, todo me hace llorar. Si estoy triste,
lloro. Si estoy feliz, lloro. Tengo hambre, lloro.
Parpadeé confundido. No recordaba que Isabella hiciera todo eso. O
tal vez no lo había notado.
—¿Eso es bueno o malo? —pregunté inseguro.
—Es bueno —me aseguró—. Es normal.
El alivio me invadió y me tembló la mano cuando ahuequé su rostro
con la palma de la mano, pasando el pulgar por su labio.
—Cuidaré de ti y del bebé —juré—. No dejaré que nadie les haga
daño.
Ella sonrió, con los ojos llenos de confianza.
—Sé que lo harás. —Se pasó la lengua por el labio inferior—. Y sí, al
menos dos hijos. ¿Tal vez cuatro?
Una sonrisa se dibujó en mis labios. —Que sean cinco.
El calor estalló en mi pecho. Nunca pensé que este sería mi destino.
Una mujer. Un bebé, tal vez cinco.
—Quiero saberlo todo —le dije—. ¿Has visto a un médico? ¿Quién
es? Tengo que comprobar sus antecedentes. ¿Estás tomando vitaminas?
Isabella tenía que tomarlas.
Su risa resonó en el aire.
—Me enteré hace solo unos días. Tal vez tú y yo podamos elegir un
médico juntos. Kingston pensó que debía hacerme una prueba.
El sentimiento de culpa, demasiado familiar, volvió a aparecer. Me
atormentaría por el resto de mi vida. No era algo que se pudiera lavar.
—Lo siento, kroshka.
—No tienes nada por qué disculparte, Alexei —susurró ella,
moviendo su boca contra mi piel—. Todos fuimos víctimas de gente mala.
No dejaremos que arruinen nuestra felicidad. ¿De acuerdo?
—Eso no quita mi maldad. —Y ella no tenía ni idea de cuánta sangre
tenía manchando mis manos.
—Ni tampoco lava las mías —afirmó suavemente—. Eres un buen
hombre. Mientras estemos juntos, podremos superarlo todo. Tenemos
nuestras familias. Mis hermanos gruñirán a los tuyos.
—Eso debería ir bien —repliqué secamente.
—Bueno, tú tienes la ventaja. —Sonrió, sus ojos brillando con
picardía.
—¿Cómo es eso?
—Salvaste a Kingston.
EPÍLOGO