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La intención de George Devereux es mostrar que las

perturbaciones que provoca en el científico la


observación de los fenómenos que crean ansiedad,
así como las perturbaciones que su propia presencia y
sus propias actividades producen en el sistema que
investiga son los datos más básicos y más productivos
de las ciencias de la conducta. Las piedras miliares de
su enfoque son el concepto de contratransferencia de
Freud y el principio de complementariedad de
Heisenberg, tal como lo aplicaron Niels Bohr y
Pascual Jordan a todas las ciencias de la vida.
La parte I, que describe las reacciones, de ansiedad
del científico a los datosrincluye un fascinante capítulo
sobre los sueños de ansiedad de los psicoanalistas
que acaban de ver una película acerca de los ritos de
mutilación genita) de lós australianos. La parte II
estudia los subterfugios técnicgs y metodológicos
tradicionales que intentan vanamente asegurar la
impersonalidad del científico y la no contaminación del
sistema observado por parte del observador. La
tercera parte trata algunos de los factores principales
que distorsionan la percepción del científico de la
conducta y la interpretación de sus datos. La cuarta
parte describe un método para la exploración científica
de tales distorsiones y “contaminaciones”; reconsidera
el problema de la partición entre objeto y observador y
ofrece una nueva teoría del Ego, definido como una
frontera constantemente regenerada y “móvil”, en un
momento dado, entre lo que se experimenta como
“Yo” y lo que se experimenta como “no-Yo". Aunque
sorprendentemente nueva, esta teoría es totalmente
compatible con el positivismo fundamental de Freud,
adulterado en nuestros días cada vez más por la
metafísica. Alrededor de 400 ejemplos puntúan la
argumentación apretada de este libro, lo que no exige
más que una mente abierta del lector no profesional.
El profesor Devereux, iniciador de la etnopsiquiatría
psicoanalítica, es autor de varios libros y de una
mu!ti:ud de artículos.
dela ansiedad
al método
enlas
cienciasdel
comportamiento

george
n J i m tn t t á sm ■ w

s* fp
F I
IS Si
traducción de
F É L IX B LA N C O

revisión técnica
A R M A N D O SUÁREZ
D e la ansiedad al m étodo
en las ciencias
del com portam iento

por
GEORGE D E V E R E U X

prefacio por
W ESTO N L A B AR R E

m
siglo
veintiuno
editores
m _______________________________
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248. DELEGACIÓN COYOACÁN. 04310. MEXICO, D.F.

siglo xxi editores argentina, s.a.


LAVALLE 1634 PISO 11-A C-1048AAN, BUENOS AIRES, ARGENTINA

edición al cuidado de presentación pinero


portada de carlos palleiro

primera edición en español, 1977


undécima edición en español, 2003
© siglo xxi editores, s.a. de c.v.
isbn 968-23-1721-5

primera edición en inglés, 1967


© mouton & co.¿ y école pratique des hautes études
título original: from anxiety to method in the behavioral sciences

derechos reservados conforme a la ley


impreso y hecho en méxico/printed and made in méxico
ÍN D IC E

Prefacio 11
Introducción 15
La argumentación 19

p r im e r a parte : datos y a n s ie d a d

i. En busca de una ciencia científica del comportamiento 27


ii. La especificidad dela cienciadel comportamiento 34
ni. Reciprocidades entreobservadory sujeto 43
IV. Implicaciones psicológicas de la reciprocidad entre ob­
servador y sujeto 62
v. La contratrasferencia en la ciencia del comportamiento 69
vi. Reacciones de ansiedad a los datos de la ciencia del
comportamiento 76

secunda parte : la c o n t r a t r a s f e r e n c ia en la

IN V ES TIG AC IÓ N DE L A C IE N C IA D E L C O M P O R T A M IE N T O

v i l Defensas profesionales 117


vin. Aplicaciones sublimatorias y defensivas de la metodo­
logía 133
ix. Lo irracional en la investigación sexual 139
x. La pertinencia de las primitivas teorías de la conducta 159

TERCERA parte : E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

xi. Las distorsiones culturalmente impuestas 169


xii. Los antecedentes sociales del científico 174
Xiii. La condición humana y la autopertinencia de la in­
vestigación 190
XIV. El autom odelo: som atotipo y raza 205
xv. El automodelo: el sexo 223
xvi. La edad como factor de contratrasferencia 239
xvii. La personalidad y la distorsión de los datos 245
xviii. La personalidad y su papel en el estudio de grupos e
individuos 268
xix. La contratrasferencia desencadenada: el papel comple­
mentario 287
[7]
8
ÍNDK'.K
CUARTA parte : L A DISTORSIÓN C O M O C A M IN O
H A C IA L A O B J E T IV ID A D

xx. El desencadenamiento como perturbación 309


xxi. El aprovechamiento de los trastornos producidos por la
observación 321
xxii. El deslinde entre sujeto y observador 331
x x iii. Teoría del deslinde y naturaleza de los datos de la cien­
cia del comportamiento 351
xxiv. Deslinde, estructura y explicación 381

Bibliografía 391
ESPOSA

. . .où jjiÈv yàp tou y'fxQeíaaov xal apeiov,


r'| 80’ ô(xoqjpovéovT8 voifjpoioiv otxov exï]tov
àvT]Q fjôè yuvr)- n ólX aÀyea ôikjueveeogi,
X Ú p p a ta ô ’ 8V(iF.v£Tr)ai, ¡x á /.ia ia Ôé x ï v lv o v corroí.

pues no hay en el m u n d o una cosa más fu e rte y más bella


que si m a rid o y m u je r con corazones acordados se go bierna n:
grande es la pena para q u ie n les qu ie re daño, y gozo es
para q u ie n les qu ie re b ie n ; y ellos m e jo r que nadie lo saben.

h ú m e r o (Odisea VI, 182-185)


PREFACIO

Es éste un libro excelente, y también es importante, indispensable


en la historia de las ciencias sociales, donde ya estaba haciendo
mucha falta. Porque encarna ese raro e inquietante/fenómeno de
una percepción básica y genuinamente revolucionaria de las cosas.
Debemos estar preparados a que nos irrite.
Hace tiempo que todas las ciencias naturales están tratando de
convertirse en ciencias exactas, primero por el discernimiento de la
posibilidad y la naturaleza, y después por el análisis y la medición
de la magnitud del “ error probable” inherente al proceso mismo de
observación y medición, como por ejemplo la distorsión cromática
y de otros tipos que se produce en la misma lente microscópica, y
cosas semejantes. Esta misma disciplina epistemológica refinada se
ha dado también en la metafísica (como en la ciencia), en el cam­
bio revolucionario de la filosofía sintética de la historia a la mo­
derna, analítica: durante muchos siglos, de Platón a Kant, la meta­
física sintética especulativa constructora de sistemas no llegó a
nada exacto, hasta que la filosofía analítica tuvo el acierto de
examinar los instrumentos y procesos del filosofar (palabras, ma­
temáticas, lógica simbólica) en los días poskantianos de Wittgens­
tein, Cantor, Dedekind, Whitehead y Russell, Ogden y Richards
y otros semejantes, y nos dio una filosofía con una clave nueva.
En astronomía, Einstein nos ha mostrado la necesidad imperativa
de contar con la posición del observador en un universo relativis­
ta; en física, Heisenberg nos mostró la indeterminabilidad (no in­
determinación entitativa, como gustan de malentender los teólogos)
de algunos acontecimientos intraatómicos sin cambiar los aconte­
cimientos mismos en el proceso de observación. En este universo
sin éter no hay asidero.
A todo esto, las autonomhradas “ ciencias sociales” , ansiando el
prestigio de las ciencias exactas, físicas, del siglo xvn en adelante,
siguen solemnemente el modelo mecanístico newtoniano del siglo
xvn, como si Einstein y Heisenberg no hubieran revolucionado la
física en ese intervalo de tres siglos. Es más que irónico el que
el menos exacto de los estudios sociales, el estudio irremediable­
mente humanista del hombre como un naturalista “ observar los
pájaros” , haya de aprender primero esta sofisticación antrópica re­
f ill
IJ PREFACIO

lativista-indeterminista, el hombre invisible que trata desespera­


damente de no ser visto viendo a otros hombres, mientras que la
psicología y sociología académicas están aún más abajo en la senda
florida de la epistemología newtoniana. Los científicos de lo social,
fatuamente manípulativos-"experimentales” , no han tenido la
humildad ni el ingenio suficientes para reconocer que están intro­
duciendo datos contaminados de muchas maneras por el hombre,
en sus Máquinas de la Verdad y —a pesar de una “ metodología”
obsesivamente exacta— están por ello sencillamente redescubriendo
(tortuosa, laboriosa y sobre todo inconscientemente) el folklore lo­
cal contemporáneo de nuestra sociedad, que no deja de ser lo que
ellos programaron en sus protocolos y que por cierto (con muchas
menos pretensiones y pesadeces) la simple etnografía podía haber­
nos dado.
T a l ve/ debido a que la psicología se empantanó antes en la
numerología neopitagórica, hallamos bastante más pronto en psi­
cología que en sociología figuras aisladas y sagaces como Sigmund
Koch que descubrieron el estéril escolasticismo de esa “ ciencia so­
cial” e identificaron el predicamento existencialista epistemoló­
gico de las personas que querían estudiar a las personas sin ser
humanas ellas mismas. Tamoién fue en una psicología clínica na­
turalista de “ observar los pájaros” —estudio de personas humanas
enteras, funcionantes, no manejadas experimentalmente, sin tram­
pa, no desmembradas estadísticamente— donde se produjo la re­
volución freudiana: el hombre no es dueño indiscutido en su pro­
pia casa, la mente que razona; el presunto analista tiene que
penetrar primero arduamente en sí mismo por el análisis, si quiere
observar a los demás con alguna corrección de las deformaciones
que las observaciones padecen dentro de él mismo, en calidad de
observador. El hombre que estudia al hombre no es tan fácil como
parece. Porque él también ocupa en un universo relativista un
espacio psicológico.
El examen de la contratrasferencia subjetiva es una exigencia
molesta, difícil y muy desagradable cuando la investigación cien-
tificosocial, por sí sola, pudiera por otra parte seguir siendo una
agradable complacencia, una gratificante teología del hombre,
que lo descubriría como lo desearíamos precognitivamente. Deve­
reux, un personaje claramente detestable, ha planteado la alar­
mante posibilidad de que la etnografía de campo (y con ella toda
ciencia social), tal y como se practica en la actualidad, pudiera ser
una especie de autobiografía. A llí donde el antropólogo de pelo
en pecho pudiera suponer que penetra en el campo cabalmente
exento de ideas, motivaciones, teorías o cultura aperceptiva propias,
1‘ K IIA C IO 13
nos vemos ahora invitados a discernir el antropólogo al mismo
tiempo sapiens y portador de cultura y persona, así como la posi­
bilidad de que su simple “ ciencia” , si no está disciplinada por la
conciencia de la contratrasferencia, sea una rama regalona de poe­
sía lírica que nos cuenta en qué forma proyectiva siente él lo des­
conocido.
Es necesario enunciar nuestro predicamento epistemológico con
esta rudeza. Porque, con unas cuantas honrosas excepciones (Lévi-
Straus, Maybury-Lewis, Kenneth Read, Nuettner-Janusch, Gearing,
Evans-Pi itchard, Devereux y Laura Bohannan), pocos trabajadores
de campo han tenido al mismo tiempo la inteligencia, la integridad
y la intrepidez de discernir fenómenos de contratrasferencia: cómo
reacciona el observador de datos humanos como persona y como
ser humano a sus propias observaciones. Pero me atrevo a insinuar
que sólo un hombre con el singular bagaje intelectual y profesio­
nal de Devereux —psicoanalista practicante y trabajador de campo
con conocimiento profesional de las matemáticas y la física con­
temporáneas, europeo aclimatado en una América extraña— podía
haber captado el problema en toda su extensión y su presencia in­
telectual. Un dato fundamental de toda ciencia social, (como señala
Devereux sagazmente) es lo (fue sucede dentro del observador; en
sentido amplio, sus propias reacciones de “ contratrasferencia*' como
ser humano concreto.
Linton y otros cuantos antropólogos han comprendido que en
la preparación uno debe avanzar cuidadosamente por una mono­
grafía de campo y quitar todas las huellas reveladoras del etnó­
grafo que la escribe; la voz de la ciencia debe sonar firme y apo-
díctica: ya no era el hombre observando a aquellas personas sino
sólo una lente anastigmática que registraba. Pero el problema no
se resuelve metiéndolo debajo de la alfombra. Mas, como tal sue­
le ser la costumbre del profesional, será evidente para todos que
los ejemplos ilustrativos de la tesis de Devereux son inquietante­
mente raros en la literatura y cpie a fortiori, Devereux se ha visto
obligado a dar muchos ejemplos de su propio trabajo. Siendo yo
uno de los pocos etnógrafos con orientación psicoanalítica, sólo
puedo maravillarme del valor y la integridad de que hace gala
Devereux en su obra. Su elegante y elocuente invención de fre­
cuentes ejemplos de “ casos” es dialécticamente soberbia; estos ejem­
plos poseen una variedad caleidoscópica y prestan gran agudeza
al enfoque de la argumentación. M i propio impulso no es buscar
pelillos en el espectáculo de un hombre que continua y conscien­
temente se critica a sí mismo, ni arrojarle envidiosamente piedras,
sino más bien admirar a un cerebro que así está dispuesto a vivir
14 P K F l-A C lO

en casa de: cristal con un fin profesional: el insight acepiado im ­


pone al aprendiz la carga moral de aprender acerca de sí mismo
y de sus motivos, y si ahora lo atacáramos <id hotriim m, sena una
forma de no darnos por enterados de su mensaje. F.l antropólogo
<|ue no se ha examinado a sí mismo no tiene, pues, derecho ni
r M/úii pava a ni ropo logizar.
Q uienquiera tenga experiencia analítica clínica salie cómo nos
sentimos impulsados a castigar a quienes, al hacernos ver dentro
de nosotros mismos, despiertan nuestra ansiedad y abruman al yo
con exigencias aiin más fuertes de Ja conciencia. Y es .sorprendente,
con todas las pruebas que tenemos de Ja historia de Ja ciencia,
que todavía hayamos de extrañarnos al descubrir que la innova­
ción autentica siempre es castigada porque suscita demasiada an­
gustia y obliga a una reorient ación cognitive dolorosa. Pero al re­
comendar con franca admiración esta obra a nuestra profesión,
confieso no temer tanto la contumelia para Devereux, porque eso
demuestra la presencia <le un insight cogniiivo no reconocido (que
espeto acabe por ser reconocimiento cotise lente últim o) sino más
bien la simple negación y el desdén invidente, que son modos más
cómodos de lid ia r con la dificultad y carga emocional de esos in ­
sights. De todos modos, mientras no abordemos - seriamente, en
p rofundidad y prolongadamente— el problema que plantea Deve­
reux, considero que no hay posibilidad ninguna de una auténtica
ciencia social, sino sólo ele posturas enrismá tiras y de cambios de
moda insustanciales en el folklore, ración atizado por la "moi ocio-
logia” , que se refiere al hombre.
WKSTON 1 A HAURJ.
IN T R O D U C C IÓ N

Ks probable que Lodo cien tífico concienzudo tenga entre sus pa­
peles una carpeta que con los anos vaya recibiendo lo m ejor do
sus pensamientos exploratorios. Por muy conscientemente que los
destine a un lib ro que espera escribir algún día, sus apuntes son
ante todo intentos de hacerse a sí mismo un informe del sentido
> Ja validez cíe sus actividades de científico, independientemente
del punto a donde esta explotación pueda llevarlo. De una carpeta
así nació este libro.
l.l problema que aquí trato me ha preocupado, en una forma ti
on a, casi toda la vida; algunas de has preguntas que me hago e
incluso algunas de las respuestas que íes doy van más allá de lo
que querría reconocer. 1.a naturaleza de mi trabajo me llevó a tocar
(¡crios aspectos periféricos del problema focal en algunos de mis
trabajos teóricos. A veces traté incluso ele bosquejar partes de este
libro, pero siempre acabé por desistir, por no parecenne propicios
el tiempo ni el lugar. T a l vez sea esto tan sólo otro modo de decir
que yo mismo no estaba preparado para algunas de mis propia*,
ideas.
Me parecía (jue pisaba un terreno inexplorado: no tenía modelo
urn que form ar m i libro. Sabía desde el p rin cip io lo que quisiera
decir en él. pero todavía no estoy seguro de haber hallado el modo
m ejor de decirlo. Hasta el ú ltim o momento esperé escribir un es­
tud io puramente teórico de la epistemología de la ciencia del com­
portamiento, sin emplear ningún material ilustrativo de casos, pero
\ i que no era posible. Sin embargo, la existencia de este plan de­
bería cuando menos probar que no se trata de una obra polémica.
<l.isi nunca nombro a aquellos cuyas actividades científicas me
parecen indefendibles; las dos o tres excepciones conciernen a por­
anias que atacan con intemperancia opiniones que no se tomaron
la molestia de entender. Los <.lemas eruditos citados son personas
t uva labor respeto incondicional men te, o bien sólo un aspecto de
mis actividades me parece cuestionable. Además, ciertas apreciacio­
nes que pueden parecer et ílicas de acuerdo con las normas tradi-
i ¡olíales —que rechazo— son más que favorables en virtu d de las
normas nuevas que defiendo en e.sie libro.
F.l científico del comportamiento al que más consecuentemente
n vi
I c> INTRODUCCIÓN

critico e s ... yo mismo. Una cuerna aproximada muestra que en


unos cuarenta pasajes hablo de mis puntos ciegos, ansiedades, in ­
hibiciones y cosas .semejantes. Así debía ser, porque para el cien­
tífico de la conducta, el insight debe empezar por si mismo.1
No es la metí os im portante ele mis observaciones el que me lle ­
vara más de tres decenios abrirme camino en la maraña de mis
propias preconcepciones, mis angustias y puntos ciegos, para llegar
a las verdades que este lib ro pueda contener. Por eso no estaría
bien en mí subestimar las dificultades que es probable experimen­
ten los que lo lean en unos cuantos días. Espero que. como yo,
encuentren aliento en el apóstrofo de Sócrates a E utifron: “ Vamos,
bendito, ¡lia/ un esfuerzo! Lo que digo no es tan d ifíc il de en*
tender.'’ (Platón: “ E u tifro n ’\ 12a). La leciura de este lib ro resul­
tará fácil para aquellos que fren Le a un pasaje al parecer d ifíc il
se recogerán para descubrir qué es lo que cohíbe su en tend i mien­
to. . como yo hube de recogerme constantemente mientras escri­
bía esta obra para averiguar lo que me inhibía.
Cuando la aventura intelectual aquí consignada llegó a su fin
para mí, tenía que cerrar el expediente o escribir el lib ro lo mejor
que pudiera, si Lis circunsiandas me lo permitían. Cualquiera de
estas soluciones hubiera sido una soluc ión final, o sea - como todo
fin a l—, en definitiva, un nuevo comienzo.
Las circunstancias favorables se presentaron sobre lodo gracias
a los esfuerzos de los profesores Fernand Branded y Claude Lévi-
Strauss —con quienes mi deuda es mucho mayor de lo que podría
expresar— que me procuraron un nom bramiento en una Escuela
donde el único no conformista es el i n tel ect ti al me me tim orato;
donde el difun to profesor Marcel Mauss me había enseñado a dis­
tin g u ir entre la ciencia y las huecas asechanzas de la ciencia en el
estudio del hombre. En este medio ya no parecía una tarea ingente
escribir m i obra. De ahí que, cuando la escuda me in v itó n hacer
un lib ro para su colección teórica, mis pensamientos se dirigieron
inevitablemente a ]o que hasta entonces había considerado yo mi
expediente de "Causas perdidas” . Me alentaba además el saber que
la primera redacción gozaría de la lectura crítica de varios colegas.
1 I , . is u n i f i i o n s <■r» iis ¡c1< t ; u io n e s e x p lic in la s m u » lia s m e n c io n e s de m is p ro ­
p ia s n in a s . í ‘ ii ; i s « iia iil.is u n ís la s c iiiin » i d io . s p r < i iv a i n r i ] i c . V in c h a s c d iit íc -
m ii lu s < | . i ii is i|u c se ( t U i m i n o n en la s i m u i k ' i o n r s o del m odo que se d e s c r i­
ben (‘ i i r s ir 111114 1. (M ía s e s p in a n < o u < e p io s o e je m p lif ic a n p r o c e d im ie n to s
i to r io s |m ii un I n Mía- m as m * \ a iu n ia ii < n e M io n e s a que s ó lo se « lin d e en
el l¡l»t«> I ,i r liiu U M i m u «1« 4 M . d « | n ie ia d r e s la s H 'í e i C iK iu s h u b ie r a he<. h n la
í» |> j;| m r*a |4 »s i l l l i lis ib le I . illiln i ll dn\ jip ií lili in fo n ilC de UNOS .‘l a años de
a f in id a d <ic iii í in a: < ll«> la e m i i n e i . u ¡ ó |] de lo s h ilo s p r ii K ip a le * ( le í
< a ti i ¡j i c> < p ie i e< cu M .
IN i UOOUCCIÓN 17
< uando me puse a trabajar comprendí que la resurrección de
lu s pensamientos dispersos que había anotado hada más de tres
deu nios sería una tarca tan pesada que apagaría hasta la ultim a
i hispa de aquel ardiente apremio que había sentido cuando las
ideas, consignadas en hojas que ya amarilleaban, se me presenta-
mu por prim era ve/. Si m i lib ro condene algo del ardor in icia l
i Id descubrimiento es porque Mrs. Jane W . Devereux se echó a
cuestas el aplastante fardo de organizar aquellas noLas en su debida
sucesión. Tam bién aportó su atinado juicio, su gusto y sus conoci­
mientos de antropología para manejar las redacciones sucesivas,
Icncr referencias cruzadas del abundante material de casos, com­
pilai la bibliografía y mecanografiar parte del original. La dcdica-
lo iia no le hace bastante justicia porque en verdad es ella la co-
,iulora de este libro.
Weston La Barre, profesor de antropología en la Universidad
d<■ Duke —el más crítico de los amigos y el más amigo de los n i-
iu o s —. me obligó grandemente no sólo con su bien pensado y
lo iiu id o prefacio y una lectura creadora y crítica de m i original,
s i n o sobre iodo por haberme perm itido, a lo largo de tres decenios,
aguzar mi mente en la piedra de a fila r de su saber y su penetra-
<ión. No es ésta la primera obra mía que se beneficia de sus sabios
consejos» y espero que no sea la últim a.
W. K. G. G uthrie, Laurence Professor de Filosofía Antigua en la
Universidad de Cambridge, me perm itió in c lu ir en la obra una
1.1i g* y esclarecedora carta que me escribió acerca de la combina-
<mu <ie ciencia y lógica pura en la Grecia antigua.
Pasma] Jordan, profesor de Física en la Universidad de Ham-
bnigo, que lue el prim ero en aplicar el p rin cip io de la corn pie­
men la rí edad a los fenómenos estudiados por el psicoanálisis, tuvo
1.1 am abilidad de leer el capítulo x x iv de esta obra.
1.a doctora Dorothy Scmevimv Garwood, psiróloga psicoanalista
v química, y el doctor Donald G. Garwood, químico del espacio,
n i vieron la bondad de leer junios los cuatro últim os capítulos de
la obra.
W illia m A. Steiger, 1). M .f John A. Kolmer, profesor de Medi-
<MM de: la Comunidad en la Tem ple University School of Medí-
■m<\ me hizo contraer una deuda con el leyendo çl capítulo estric-
i ... médico que tiene la obra y permitiéndome la publicación
11«•1 material de casos relevante. Estoy agradecido a él y a los profe-
M)ics O. Spurgeon English, D. M.» Francis H. Hoffm an, D. M. y
\lb e rt E. Scheflen por el hecho de que el privilegio de enseñar en
IVinple fue también ocasión de aprender.
Finalmente, tengo una deuda de gratitud con la École Pratique
IN TR O D U C C IÓ N

des Hautes Études. M i i-jmbramiento en esa facultad representa


eJ Cumplimiento de la rrus antigua y cara ambición de mi vida.
Le jue se espera durante mucho tiempo suele resultar una decep­
ción cuando por fin se obtiene, lista vez fue la excepción que con-
írma Ja regla.

Paris, 3 de a b ril de 1966


c r o n e E DEVEREUX
i \ a r g u m e n t a c ió n

I l punto de partida de m i obra es una de las proposiciones más


limdamcntales de Freud, modificada a la luz de la concepción
m is irin ia n a de la fuente de los datos científicos. Decía Freud que
la hiisfcrencia es el dato más fundamental del psicoanálisis consi-
d n.id o romo método de investigación. A ía luz de ía opinión dé
l uM ein de que sólo podemos observar los acontecimientos “ en"
<1 observador —de que sólo sabemos lo que sucede en y al aparato
<a per i mon tal, cuyo componente más im pórtam e es el observador—
li< ido un paso más allá por el camino que dejara Freud. A firm o
'p it' es la conlralrasfcrcncia v no la trasferencia el dato de impor-
i.iuí ia más decisiva en toda Ja ciencia del comportamiento, porque
1.1 inform ación que se puede sacar de la trasferencia por lo general
1.1ml Mini puede obtenerse por otros medios, y no sucede así con la
(I ne* proporciona el análisis de la contra trasferencia.1 Es válida esta
«*,pr( ideación, aunque trasferencia y contratrasfercncia sean fenó­
menos conjugados e igualmente básicos; sencillamente porque el
.111,11isis de la contratrasferencia es cicntífícamenie más productivo
<n dalos acerca de la naturaleza del hombre.
H estudio científico del hombre
11 es impedido por la ansiedad que suscita traslape entre sujeto
\ observador,
que requiere un análisis de la naturaleza y el lugar donde se
deslindan ambos;
i | debe compensar /o ¡uncial de la coi mi fricación entre sujeto
N observador en el nivel lo n snrn to : pero
l| debe rehuir la ic n tjtió n de compensar la integridad de la co ­
mí i í mi< acic mi <*fi ( iv s(f j< <c> y <>hsef vn<lor ct i el f i i vel inconscicnte,
r>| que causa ansiedad y por ende reacciones contratrasfercncia les,
i») deforma la percepc ión c interpretación de los datos, y
V¡ pi «dure resistencias comratrasfcrenciidcs que se disfrazan de
me indoiogía, lo que ocasiona nuevas distorsiones sui generis.
s| Puesto (pie la existencia del observador, sus actividades obser-

1 Ku rsia perspicaz vrserta de m i relato acerca de la psicoterapia de un


ii h lio de los llanos (!5)r>la), C a u d ill (1031) destara que yo había registrado
I,-io no analizado mis reacciones de contratrasferencia. La om isión era in tcn -
«1011 :1/. |Jon|iie todavía iso escribía yo esla abra.
20 I A AR G U M ENTACIÓ N

vacionales y sus angustias (aun en la observación de sí mismo)


producen distorsiones que son no sólo técnica sino también lógica­
mente imposibles de eliminar,
9] toda metodología efectiva de la ciencia del comportamiento ha
de tratar esos trastornos como los datos más significantes y carac­
terísticos de la investigación de la ciencia del comportamiento, y
10] debe usar la subjetividad propia de toda observación como
camino real hacia una objetividad auténtica, no ficticia,
11] que debe definirse en función de lo realmente posible y no
de lo que “ debería ser” .
12] Si se pasan por alto o se desvían por medio de resistencias
contratrasferenciales disfrazadas de metodología, esos “ trastornos”
se convierten en fuentes de error incontroladas e incontrolables,
mientras que
13] si se tratan como datos básicos y característicos de la ciencia
del comportamiento, son más válidos y productores de insight que
cualquier otro tipo de datos.
En resumidas cuentas, los datos de la ciencia del comportamiento
suscitan ansiedades, a las que se trata de eludir por una seudome-
todología inspirada por la contratrasferencia; esta maniobra es la
causante de casi todos los defectos de la ciencia del comportamiento.
El gran matemático Lagrange dijo hace mucho tiempo que la
Naturaleza sencillamente no hace caso de las dificultades que plan­
tea a los científicos, cuya misión —como declaró en otra ocasión-
consiste en buscar la simplicidad, pero también en desconfiar de
ella. Quiere esto decir que el mejor —y quizá el único— medio
de alcanzar una simplicidad congruente con los hechos es lidiar
de frente con las mayores complejidades, mediante el artificio ex­
tremadamente práctico de tratar la dificultad per se como un dato
fundamental, que no debe rehuirse sino aprovecharse al máximo
—no explicarse sino emplearse a manera de explicación de datos
en apariencia más simples.
Los primeros capítulos de este libro, que destacan la angustia
causada por los datos de la ciencia del comportamiento, pueden
dar la impresión errónea de que la objetividad es imposible a
p rio ri en la investigación de la ciencia del comportamiento y que
para reducir al mínimo las deformaciones debidas a la subjetividad
debemos interponer más y más filtros —tests, técnicas de entrevista,
accesorios y otros artificios heurísticos— entre nosotros y nuestros
sujetos. Incluso podría parecer que el mejor “ observador” es una
máquina, y que el observador humano debería aspirar a una suerte
de invisibilidad que -s i se lograra— eliminaría al observador de
la situación observational,
I a a k í; u m e \ t a c ió n 21

Este modo de enfocar olvida implícitamente que cada uno de


esos filtros, al mismo tiempo que “ corrige” algunas distorsiones
debidas a la subjetividad, produce otras deformaciones específicas
piopias, por lo general inadvertidas. Y por encima de todo, olvida
que en un sentido aristotélico (“ Parva Naturalia” , 455a, IO55.),
incluso el observador invisible tendrá que decir: “ Y esto percibo
yo” . . . independientemente de que aquello que percibe sea el com-
pottamíento mismo, un electroencefalograma o un resultado nu­
mérico (capitulo x x i i ). Además, en algún punto ha de decir tam­
bién: “ Esto significa q u e ...” Esto es técnicamente una “ decisión”
y es un hecho fundamental el que la “ teoría de los juegos” no
puede producir decisiones, sino sólo definir consecuencias y calcu­
lar su probabilidad. La decisión —que en la ciencia consiste en
decir “ Esto significa q u e ...” — la sigue tomando el científico del
comportamiento, de acuerdo con la misma subjetividad y en res­
puesta a las mismas angustias a que se enfrenta cuando no emplea
ninguna clase de filtros. Por eso yo no preconizo la eliminación
de los filtros y sólo insisto en la eliminación de la ilusión de que
suprimen toda subjetividad y neutralizan por completo la angustia.
Y no es así; tan sólo desplazan ligeramente el lugar de deslinde
cutiré sujeto (objeto) y observador y posponen el momento exacto
en que aparece el elemento subjetivo (decisión). Una cosa es elegir
el lugar del deslinde y el “ momento de la verdad” , en que el
lin lio se trasforma en verdad de modo óptimo, y otra cosa es pre­
tender que al hacerlo así suprimimos toda angustia y subjetividad.
Además, aun cuando se elijan óptimamente ese lugar y ese momen­
to, todavía habrá que tomar en cuenta las deformaciones produ-
cidas por los filtros, las manipulaciones y otros artificios que hacen
posible esta disposición “ óptima” .
No se hace buena ciencia pasando por alto sus datos más fun­
damentales y característicos «pie son, muy concretamente, las d ifi­
cultades propias de esa ciencia, El científico del comportamiento
no puede ignorar la acción recíproca de sujeto y objeto con la
es|trran/a de que. si durante bastante tiempo hace como que no
existe, acabará por desaparecer bonitamente.
I I negarse a utilizar estas dificultades creativamente sólo puede
llevar a la recolección de datos cada vez menos pertinentes, más
segmentarios, periféricos y aun triviales, que no derramarán nin­
guna luz sobre lo que hay de vivo en el organismo o de humano
en el hombre. Por eso el científico debe cesar de destacar exclusi­
vamente su manipulación del sujeto y tratar de entender al mismo
tiuipo —y a veces primordialmente— a sí mismo qua observador.
1 11 este sentido, todo experimento con ratas es también un expe-
22 LA ARGU M ENTACION

rimento hecho en el observador, cuyas angustias y maniobras para


rehuir el cuerpo, tanto como su estrategia de investigación, per­
cepción de datos y toma de decisiones (interpretación de los datos)
pueden derramar más luz sobre la naturaleza del comportamiento
en general de lo que podría hacerlo la observación de las ratas
—y aun de otros seres humanos.
Esto implica que las dificultades tradicionales de la ciencia del
comportamiento no se deben sólo a una determinación poco ju i­
ciosa del lugar y la naturaleza del deslinde entre datos “ reales'’ y
productos “ incidentales” o epifenomenales de la estrategia de in­
vestigación. Indica que el sujeto más capaz de manifestar un com­
portamiento científicamente utilizable es el mismo observador. Esto
significa que un experimento con ratas, una excursión antropoló­
gica o un psicoanálisis contribuyen más a la comprensión del com­
portamiento si se ven como fuente de información acerca del psi­
cólogo de los animales, el antropólogo o el psicoanalista que si se
consideran tan sólo una fuente de información acerca de las ratas,
los primitivos o los pacientes. En una verdadera ciencia del com­
portamiento, los primeros datos son básicos; los otros son epife-
nomenales. . . o sea, hablando en puridad, subproductos que, na­
turalmente, también ameritan su aprovechamiento.
No es el estudio del sujeto sino el del observador el que nos pro­
porciona acceso a la esencia de la situación observacional.
Los datos de la ciencia del comportamiento son entonces triples:
1. El comportamiento del sujeto.
2. Los “ trastornos” producidos por la existencia y las actividades
observacionales del observador.
3. El comportamiento del observador: sus angustias, sus manio­
bras defensivas, su estrategia de investigación, sus “ decisiones” ( =
su atribución de un significado a lo observado).
Por desgracia, es de este tercer tipo de comportamiento del que
tenemos menos información, porque nos hemos negado sistemáti­
camente a estudiar la realidad como ella lo requiere. Muchos de
los datos que citaré son entonces consecuencia de mis intentos
de entender mi propio comportamiento, tamo de etnólogo de cam­
po como de psicoanalista clínico, completados por los insights que
haya podido sacar del estudio detenido de Lévi-Strauss (Tristes
tropiques, 1955), de Balandier (Afrique ambiguë, 1957), y de
Condominas (L ’Exotique est quotidien, 1965), que son los únicos
intentos de talla, que yo conozca, de apreciar el impacto causado
en el científico por sus datos y su actividad científica. Y ciertamen­
te, por grande que sea la importancia de la obra objetiva de Lévi-
Strauss, la importancia de sus Tristes tropiques aún puede ser
IA AIW.U M EN TAC IÓ N 23
mayor para el futuro de la ciencia del comportamiento... debido
i o parte a que también aumenta nuestra penetración de los datos
objetivos y los descubrimientos de Lévi-Strauss.
( ionio hubiera sido impropio analizar estas tres obras autobio-
gt áticas extremadamente sinceras en profundidad, me veo obliga­
do a citar principalmente mis propias observaciones, completadas
por muchos ejemplos breves del comportamiento de otros científi-
<os que no han considerado necesario escudriñarse a sí mismos. La
ciencia no pierde nada con ello, ya que el análisis de un gran nú­
mero de hechos relativamente superficiales —que ilustran la gama
0 amplitud de los fenómenos— proporciona exactamente los mis­
mos insights que el análisis en profundidad de un solo fenómeno
(Devereux, 1955a). Am plitud es profundidad, rotando 90° en po­
sition horizontal; la profundidad es amplitud si los 90° giran para
ocupar una posición vertical. La equivalencia de ambos radica en
la hipótesis ergódica.2 Tomado por separado, cada uno de mis
"casos” es una anécdota; todos juntos, son un análisis de la am­
plitud —y por lo tanto en profundidad— de las reacciones del cien-
1íI ico a sus datos y su "hacer ciencia” .
Los últimos capítulos de este libro muestran cómo se emplean
a manera de puentes las situaciones que suelen considerarse ba­
rreras.
La ciencia del comportamiento se volverá simple cuando empie­
ce a tratar las propias reacciones del científico a su material y su
trabajo como el más fundamental de todos los datos de esa ciencia.
Mientras tanto, sólo tendremos la ilusión de la simplicidad.

Suele decirse de las obras dedicadas a los seres humanos que son
duras o blandas de ánimo.* La mía no es de las unas ni de las
otras, puesto que aspira a la objetividad en relación con esa terneza
<pie hace imposible toda ciencia realista del comportamiento.
Cualquier libro que trata del hombre tiene un interés humano,
y esto debe dejarse bien sentado. No creo que el Hombre necesite
salvarse de sí mismo; le basta con ser él mismo. El mundo nece­
sita más de los hombres que de los "humanistas” . La Grecia del
siglo v fue sencillamente humana; se hizo "humanista” en reacción
a los horrores de la guerra del Peloponeso. Esquilo, el combatiente

- La hipóic-sis ergódica poslula (juc los mismos resultados pueden obtenerse


lanzando un número in fin ito de monedas simultáneamente o una sola mone­
da nn número in fin ito de veces.
* “ T ough minded or tender minded” en el original. Categorías utilizadas
por el filósofo norteamericano W illia m James para caracterizar dos tipos de
experiencia científica, [ r . t . ]
24 L A ARGUM ENTACIÓN

de Maratón y poeta de las Euménides, no fue un humanista. So­


crates, figura de transición, fue más que un humanista. Platon fue
un humanista, puesto que en nombre de la humanidad trató de
salvar a ésta de sí misma. Toda filosofía de opresión proce­
de de la de Platón (Popper, 1962), cuya filantropía3 era desde­
ñosa, porque trataba al hombre como un objeto de contemplación
y manipulación. En este sentido, el científico del comportamiento
que se autocalifica de “ duro'’ es un filántropo desdeñoso: un “ hu­
manista” espurio. La ciencia del comportamiento auténtica nacerá
cuando quienes la practiquen comprendan que una ciencia realista
del género humano sólo pueden crearla hombres perfectamente
conscientes de su propia humanidad precisamente cuando más ple­
namente la pongan por obra en su labor científica.

3 Empleo la palabra filantropía en su sentido moderno y no en é l de la


Poética de Aristóteles, 1452b38.
C A P ÍT U L O I

i :n b u s c a d e u n a c i e n c i a c ie n t íf ic a d e l
C O M P O R TA M IE N TO

El orden en que las nociones del hombre acerca de los diversos


segmentos de realidad se hicieron científicas fue determinado en
gran parte por su mayor o menor interés afectivo en los diversos
campos de fenómenos. Cuanto mayor ansiedad ocasiona un fenó­
meno, menos capaz parece el hombre de observarlo debidamente,
de pensarlo objetivamente y de crear métodos adecuados para des­
cribirlo, entenderlo, controlarlo y pronosticarlo. No es casualidad
que los tres hombres que más radicalmente modificaron nuestro
concepto del hombre en el universo —Copérnico, Darwin y Fretid—
nacieran en este orden. Era más fácil ser objetivo acerca de los cuer­
pos celestes que del hombre en tanto que organismo, y esto más
fácil que la objetividad acerca de la personalidad y el comporta­
miento del hombre. Si Freud hubiera sido contemporáneo de Co­
pérnico, y aun de Darwin, no hubiera podido crear un concepto
psicoanalítico del hombre aunque hubiera habido los medios para
recoger y comparar los datos brutos necesarios y él hubiera tenido
acceso a ellos; y muchos de ellos habían ya sido empleados correc­
tamente, aunque para fines no científicos, por los brujos primitivos
(Devereux, 1961a). Por cierto que lo más nuevo del psicoanálisis
no es su teoría sino la posición metodológica según la cual la tarea
principal de la ciencia del comportamiento es el análisis de la
idea que el hombre tiene de sí mismo. Esta actitud revolucionaria
sólo se hizo psicológicamente tolerable después de haber Copér­
nico y Darwin revaluado el lugar del hombre en el cosmos y en
el plan de la vida.
Es un hecho histórico —si bien, como espero demostrar, no una
necesidad inevitable— que el interés afectivo del hombre por los
fenómenos que estudia con frecuencia le impide ser objetivo en re­
lación con ellos.
La primera de las tres grandes revoluciones científicas fue la de
Copérnico, sencillamente poique el hombre no es muy sentimental
en materia de astronomía. Por paradójico que pueda parecer, la
mejor prueba de esto la constituyen los mitos astrales. A l trasferir
[27]
28 DATOS Y A N SUIDAI)

los conflictos interiores e interpersonaîes causantes de angustia a


la bóveda de los cielos, el hombre logró distanciarse de los pro­
blemas que lo asediaban y especular acerca de ellos con cierta ob­
jetividad. Así como Zeus solía deshacerse de los personajes míticos
molestos poniéndolos entre las estrellas, así hoy, cuando el psicó­
logo de las ratas no sabe qué hacer y está en el umbral de sus emo­
ciones, su imaginación hace de la rata de carne y hueso un modelo
casi platónico de “ strat. rat” .*
El hecho de que el interés emocional del hombre por un fenó­
meno dado suela ser inversamente proporcional a su objetividad
para con él puede observarse mejor entre los p rim itivo s... no por­
que sean incapaces ele objetividad, sino porque no suelen darse
cuenta de su falta de objetividad.
Caso 1: Aunque los mois sedang tienen muchas ideas superna-
turalistas y erróneas acerca de todos los animales, en conjunto el
grado en que su “ historia natural” es “ historia innatural” depende
de la importancia del papel que esa especie animal desempeñe en
su vida. Y así, sus ideas acerca de los tigres son más complejamente
supernaturalistas que sus nociones acerca de las ratas de la selva,
y tienen creencias más poco realistas de los carabaos, puercos y pe­
rros que de los simples pollos o gallinas. De modo semejante, todos
los hombres tienen ideas más tontas acerca de la sexualidad que,
digamos, de la comida, sencillamente porque el hombre se emo­
ciona más con lo sexual que con el alimento.
La ciencia del comportamiento es asimismo menos científica que
la física o la biología porque a los fenómenos físicos los determina
un pequeño número de variables relativamente fáciles de cuanti-
ficar, mientras que el comportamiento del hombre puede enten­
derse sólo en función de un número muy grande de variables. Ade­
más, un conocimiento razonablemente completo del estado de un
sistema físico en el tiempo t suele permitirnos predecir su estado
en el tiempo t -f- Ai, mientras que para predecir el comporta­
miento del hombre en el tiempo t -j- Ai debemos conocer su estado
no sólo en el momento precedente, t, sino también durante toda
su vida, puesto que el hombre es un sistema cronoholistico, cuyo
comportamiento es determinado más profundamente por un tipo
de “ memoria” algo parecido a la histéresis en física,1 que por su
estado y situación actuales.

* Rata estadística [ r . t . ]
1 Matemáticamente, esto significa que el comportamiento de muchos siste­
mas físicos puede describirse por medio de ecuaciones diferenciales, mientras
que el del hombre sólo puede describirse por medio de ecuaciones ímegrodí-
t N IUJSCA DE U N A C IEN C IA DEL C O M PO R TA M IEN TO 29

Fu resumen, las ciencias del comportamiento son ahora menos


i ¡rutíficas que las físicas debido a:
11 El mayor interés emocional del hombre por el género huma-
mi y por sí mismo que por los objetos materiales;
2| la inherente complejidad del comportamiento y la necesidad
de entenderlo cronoholísticamente.
Los científicos del comportamiento, embarazados por el hecho
de que su disciplina va a la zaga de la ciencia física, tratan de
i oinpensarlo lim itando los procedimientos de la física. Hay algu­
nos incluso que sólo estudian los fenómenos cuantificables, y por
H momento no hacen caso de todos los datos —por muy conspi-
( nos e importantes que sean— que no son fácilmente cuantifica-
bles. A l hacerlo así, implícitamente dejan de distinguir entre las
técnicas de la física, determinadas primordialmente por la distinta
oalu raleza de los fenómenos físicos, y el método científico general,
que tiene una validez interdisciplinai y por ello es igualmente apli­
cable a la ciencia física y la comportamental. Esta distinción es
lógicamente legítima aunque, hablando históricamente, la mayoría
de las reglas del método científico se formularan de acuerdo con
los procedimientos de la ciencia física.2 Por desgracia, la trasposi­
ción mecánica de las técnicas de la ciencia física a las demás cien­
cias —como por ejemplo la cuantificación obsesiva— puede llevar
a la falacia lógica de que la mera cuantificación hace automática­
mente científico un dato.
Caso 2: El tercer Kinsey Report (Gebhard et a l, 1958) “ demues­
tra” estadísticamente que el aborto no es traumático. Sea esto falso
o verdadero, no es un enunciado científico, a pesar —y casi a causa-
de que el hecho está “ sustentado’' por estadísticas. Por cierto que
hí bien Gebhard y sus colaboradores creen estar enunciando algo
científico —o sea un diagnóstico psiquiátrico— en realidad están
comunicando sencillamente que las mujeres que declararon (y/o
creyeron) que el aborto no las había traumatizado psicológicamente
fueron más que las que dijeron (y/o creyeron) que sí las había
traumatizado. El único —pero decisivo— error es aquí que estos
autores no averiguaron a qué universo de discurso pertenecían sus
thitos.3 Dieron por supuesto que pertenecían al campo de la psi-

fn t'i ici ales, no reducibles, por ninguna cuantía de diferenciación, a ecuaciones


diferenciales (Donnan, 1936-37).
* Deliberadamente me olvido aquí de las especulaciones puramente filosóli-
<as, que influyeron en la ciencia antigua menos de lo que algunos historia­
dores de la filosofía parecen creer. Véase el Apéndice a este capítulo.
" U n hecho puede interpretarse debidamente sólo después de asignado al
universo de discurso a que realmente pertenece y fuera del cual no tiene sig-
no DATOS Y ANSIEDAD

quiatría, mientras que en realidad pertenecen al de la investiga­


ción de la opinión, sencillamente porque ninguno de sus sujetos
era capaz de hacer un autodiagnóstico psiquiátrico válido. De ahí,
en este respecto, que los autores no registraran nada relacionado
ni remotamente con el tema que querían investigar. En lugar de
ello hicieron una contribución importante —si bien no intencio­
nal— a la solución de un pxoblema que no trataban de analizar:
el problema no psiquiátrico, sociocultural, del “ folklore” del abor­
to en la sociedad norteamericana. Estas críticas serían válidas aun­
que más adelante un equipo de psiquiatras volviera a examinar a
aquellas mujeres y descubriera que efectivamente, sus autodiagnós-
ticos fueron atinados. Porque incluso en ese caso, sólo las aprecia­
ciones de los psiquiatras serían datos auténticamente psiquiátricos,
y las declaraciones (ahora debidamente confirmadas) de las muje­
res respondientes seguirían siendo “ opinión” y aun “ folklore” .
Defectos metodológicos semejantes afean también otros estudios
de la ciencia del comportamiento conformados de acuerdo con las
técnicas de las ciencias exactas, pero no inspirados en métodos
científicos básicos. Además, muchos de esos estudios emplean pro­
cedimientos de apariencia científica —o mejor dicho propios de la
física— no porque los científicos del comportamiento traten de
hacer ver que su disciplina es tan “ científica” como la física. La
cuantificación, en-pos-del-prestigio, ele lo incuantificable es, si acaso,
comparable al empeño de Leibniz en demostrar matemáticamen­
te la existencia de Dios.
Es lícito esperar que venga un tiempo en que los datos de la
ciencia del comportamiento sean exactos y cuantificables. No es
posible apresurar el advenimiento de ese tiempo feliz desdeñando
la construcción de un esquema conceptual apropiado que haga de
base para la edificación, en lugar de empezar desde un techo im­
propio, mal ajustado y prestado, para abajo. Una ciencia científica
del comportamiento sólo puede crearse recurriendo sistemática­
mente a un método científico generalizado y a una epistemología
generalizada, no específica de una disciplina. No puede construirse
imitando las técnicas estrictamente vinculadas a la materia objeto de
estudio de ciencias que tratan de fenómenos no cronoholísticos, des-
criptibles en función de unas pocas variables fáciles de cuantificar.
La ciencia científica del comportamiento debe empezar por el

nificado ni pertinencia científicos. Por ejemplo, el suicidio de Clcomcncs I,


rey de Esparta, no es convincente mientras el relato de Herodoto (6.75) se
considera un documento histórico, pero es completamente convincente en cuan­
to se lo considera como el informe de un caso psiquiátrico (Devereux y Eorrest,
1967). Problemas afines se examinan también en otro estudio (Devereux, 1965a).
i 4 in: una c ie n c ia d e i. c o m p o r ta m ie n to 31
* n in tim o de la matriz completa de significados en que todos sus
tlii 11is pertinentes están incluidos (Devereux, 1957a), y con una es-
pn Miración de los medios con que el investigador puede acceder
•i, o si no educir, cuantos significados sean posibles.
K1 segundo paso consiste en el estudio del interés afectivo per­
sonal del científicc del comportamiento por su material y las dé­
bit mai iones de la realidad que acarrean esas reacciones de “ contra­
il asín ru d a ” , ya que el mayor obstáculo a la creación de una
«inicia científica del comportamiento es el interés emocional, in ­
debidamente aplicado, del investigador por su material, que en
«leliniliva es él mismo y que por eso suscita angustias inevitables.
I’.l tercer paso consiste en el análisis de la naturaleza y el lugar
del deslinde entre sujeto y observador.
Id paso cuarto y últim o (provisionalmente) que puede darse,
dado el estado actual de nuestro conocimiento, es la aceptación y
el aprovechamiento de la subjetividad del observador y del hecho
de que su presencia influye en (“ trastorna” ) el comportamiento de
un electrón. El científico del comportamiento debe saber reconocer
que nunca observa el hecho comportamental que “ se hubiera pro­
ducido” en su ausencia ni oye una comunicación idéntica a la
que el mismo narrador hubiera hecho a otra persona.4 Por fortu­
na, los llamados “ trastornos” o “ perturbaciones” creados por la
existencia y las actividades del observador debidamente aprovecha­
dos, son las piedras angulares de una verdadera ciencia del com­
portamiento y no —como suele creerse— contratiempos deplorables,
con los que lo mejor que se puede hacer es esconderlos apresu­
radamente debajo de la alfombra.
Aunque la aclaración de estos problemas no traiga un milenio
de perfección científica, el escrutinio con espíritu crítico de las di­
ficultades inherentes a una ciencia determinada casi siempre revela
que son únicamente características de esa ciencia, las que delimitan
el campo de su pertinencia y definen su naturaleza y con ella, los
datos clave de esa disciplina
Dicho con más sencillez, siempre ayuda descubrir exactamente
qué es lo que uno está haciendo en realidad.
Las opiniones presentadas en esta obra son, en principio, apli­
cables a todas las ciencias del comportamiento. Yo be sacado la
mayoría de mis ejemplos del campo de la etnopsicología, en parte
porque sus datos son los más múltiplemente determinados y en
parte porque conozco mejor ese campo. Además, esta facultad de*

* Los tribunales de derecho, como los científicos de la conducta, prefieren


ignorar el problema.
32 DATOS Y ANSIEDAD

escoger es legítima. Lo que en materia de método se aplica a una


ciencia cuyos datos son un tejido complejo de variables biológicas,
psicológicas, económicas, históricas, sociales y culturales y cuyo mar­
co de referencia abarca al individuo y al grupo, necesariamente
se aplica también a todas y cada una de las ciencias segméntales
del comportamiento, consideradas “ casos lím ite” .5

a p é n d ic e

L A R E LA C IÓ N E N TR E LO G IC A Y LA B O R C IE N T ÍF IC A EN L A GRECIA A N T IG U A

Carta de W. K. C. Guthrie, Laurance Professor de Filosofía A n ti­


gua en la Universidad de Cambridge, fechada el 10 de mayo de
1965.

Quisiera darle la declaración ex cathedra que me pide, pero la


relación entre lógica y labor científica en la Grecia antigua es
complicada y ha suscitado muchas controversias, sobre las cuales
no puedo decir que tenga yo mismo una opinión firme.
Si verdaderamente quiere usted que sea breve y dogmático, me
siento inclinado a decir que sí, que tiene usted razón: en sus co­
mienzos al menos el método científico fue heurístico y no efecti­
vamente influido por la lógica pura; pero sin duda esta afirma­
ción necesita muchos matices. Antes de Aristóteles, su fundador,
podía decirse con toda justificación que no había lógica pura: su
formulación del silogismo fue realmente el comienzo de ella. De
ahí que no se pueda hablar de su influencia en los pioneros del
pensamiento científico o de la filosofía natural, o sea los preso­
cráticos. Pero aun así, uno vacila. ¿Era la insistencia de Parméni-
des en la unidad e inmovilidad de lo real cosa de “ lógica pura” ?
De un modo muy elemental, lo era. Sin duda no se basaba en la
observación, pero causó una impresión tan profunda que influyó
en toda la orientación del pensamiento científico después de su
época.
Aristóteles es a todas luces la figura clave para su propósito, y
si, como se acostumbra, uno considera que el origen de la lógica
pura o formal está en su formulación del silogismo, es evidente
que no tuvo mucho efecto en su labor biológica. Si por otra parte

3 Se ha dicho incluso (Meyer, 1935) que la física puede considerarse u n caso


lím ite de la biología. Y o no tengo opinión en la materia, cuyo análisis queda
fuera del alcance de este libro.
IX MUSCA DE U N A C IEN C IA DEL C O M PO R TA M IEN TO 33
Ini luimos los principios de la clasificación, las nociones de genos
y rulos, inmediatamente aparece una relación estrecha, pero de
ninguna manera simple. Se ha dicho últimamente, por ejemplo,
tpir la teoría y práctica aristotélicas de clasificación zoológica en
e l i nci po principal de su obra biológica pueden distinguirse con
i Lindad, tanto del método de división recomendado en Analítica
et i or, 2.13 y Metafísica, Z.12, por ejemplo, como del método
deductivo descrito en La Política, 4.4 (G. E. R. Lloyd: “ The deve­
lopment of Aristotle’s theory of the classification of animals’’, Phro-
n t\i\ (>: 59-81, 1961.) J. M. Le Blond: Logique et méthode chez
Aristote, Paris, 1939, es quizá el único libro moderno que hace un
«••iludió comparado de la teoría y la práctica de Aristóteles, y de­
bería ser ú til aquí, así como también una obra más reciente, de
Marjorie Grene: Portrait of Aristotle, Chicago, 1963. La autora es
niiiihién bióloga y hace resaltar la relevancia de los intereses bio­
lógicos de Aristóteles en su filosofía. Contiene bastante de su con-
irp io del método científico y su aplicación a su labor científica.
Cuando llegamos a autores como Arquímedes y Eratóstenes, ya
un estamos, naturalmente, en los comienzos del método científico,
v n*lá aperando la lógica de Aristóteles y los estoicos. Pregunta
iiMrd si la obra experimental y matemática de un Arquímedes o
un Eratóstenes acusa la influencia de la lógica pura, y yo le digo
que ion toda seguridad hay una enorme diferencia entre la obra
experimental y la matemática. En Grecia, como ahora, las mate­
rnal ¡ras y la lógica estaban muy íntimamente ligadas (y tal vez
sea pertinente al respecto un breve artículo de K. Berka: “ Aristó­
teles und die axiomatische Methode” , Das Altertum, 9: 200-5, 1963),
pero e.s triando menos discutible el que en la ciencia influyeron
poro los adelantos de la lógica pura.
Puesto que esta cuestión sólo recibirá una breve mención de
pasada, creo que lo que usted dice [en su carta] acerca del método
<minifico en sus comienzos es más o menos correcto. A partir de
Al istcíteles, la posición es más compleja y hay que distinguir cuan­
do menos entre las ciencias exac tas y las naturales o experimenta­
les; pero incluso con Aristóteles, probablemente podríamos decir
que su método biológico no fue determinado por sus adelantos
en la lógica pura. (Algunos podrían decir que fue al revés.) Esta
Miesiión es difícil de resolver con una respuesta breve.
L ,. E S P E C IF IC ID A D D E L A C IE N C IA D E L
C O M P O R T A M IE N T O

Es costumbre, pero insatisfactorio, d is tin g u ir entre las ciencias de


la vida y las físicas p rim o rd ia lm e n te en fu n c ió n de si el objeto
de estudio es un organism o o la m ateria inanim ada. C iertam ente, si
pesamos a una persona, medimos la velocidad de un galgo o de­
term inam os la eficacia de un animaL de tiro para co n v e rtir la ma­
teria (alim e nto) en energía, hacemos una investigación de ciencia
física, aunque el o bjeto estudiado sea un organism o; esto im p lica
que los datos que recogemos no son datos de la ciencia del com ­
portam iento. En cambio, u n pensador p rim itiv o , que considera lo
ina nim ad o anim ísticam ente, hace de “ c ie n tífic o ” seudocomporta-
m ental, puesto que trata sus “ datos” como si pertenecieran al com ­
portam iento. Esta a ntropom orfización de los fenómenos era a n ti­
guamente com ún incluso en la ciencia física. En realidad, según
un gran físico p or lo menos, el concepto de “ fuerza” en física es
tan a n tro p o m ó rfico que, en m i term inología, es casi un concepto
de la ciencia del com portam iento. Y a la inversa, es evidente que
ciertos conceptos de la ciencia contemporánea del com p orta m ie nto
son básicamente de física.
U na d istin ció n lógicam ente im pecable entre ciencia com porta-
m ental y ciencia no com portam ental sólo puede establecerse en
fu n ció n de las “ variables interm edias” , colocadas entre el fenóme­
no que decidimos lla m a r “ causa” y el que decidirnos lla m a r
“ efecto” .
Y así, si u n c ie n tífico p rim itiv o in te rp re ta el choque de dos bo­
las de b illa r como “ lucha” , fo rm u la una teoría de la ciencia del
com portam iento, porque sus variables interm edias son “ com porta-
m entales” . Y a la inversa, si un psicólogo mecanicista de las ratas
explica la relación entre un estím ulo y una reacción exclusiva­
m ente en térm inos de b io qu ím ica, su teoría es de física, porque lo
son sus variables intermedias.
Es probable que se pueda (teóricam ente) co n stru ir una “ teoría
(anim ista) de la ciencia del com p orta m ie nto ” compendiosa y con­
secuente consigo misma de todos los fenómenos físicos, lo que ex-
[34]
I H * H IN C 1 D A D DE L A C IE N C IA DEL C O M P C R T A M IE N T O 35

p illa ría tan cabalm ente —y para el neoescolástico tan satisfactoria­


mente— el universo m a te ria l como una teoría física form ulada
iiiu ln n á tu a m e n te . Y a la inversa, G u th rie (1935, 1938) y algu-
liia de sus discípulos (Voeks, 1954) pueden algún día llegar a
iiiiiM in ir una teoría física compendiosa y consecuente consigo mis-
iitii tjno e xpliqu e tan cabalm ente —y otra vez para el neoescolás-
il u t lan satisfactoriam ente— el com portam iento de la m ateria viva
« o í d o la teoría biopsicosocial.

Lo que im p o rta aquí es que la compendiosidad y la consecuen-


i iu consigo m ism o son características puram ente descriptivas de
una teoría o sistema de explicaciones y no tienen relación posible
io n su racionalidad y realidad. Esto es un co ro la rio del dich o de
l'o inca ró (1901) de que dos explicaciones que dan cuenta ig u a l­
mente bien de un fenóm eno dado son equivalentes.
Se acostumbra escoger entre dos teorías equivalentes según su
Miado re la tivo de parsim onia. Es un c rite rio ú til a m enudo, pero
•tlnnpre a rb itra rio , puesto que la necesidad no puede n i podría
pmharsc p o r n in g ú n hecho, ya que, como la com pendiosidad y
la <onsecuencia consigo mismo, la parsim onia es una característica
pinam ente descriptiva de una teoría. N o nos perm ite estimar la
i ongiuencia de la teoría con la realidad; sólo nos perm ite apreciar
mi ’‘elegancia” . De hecho, cu alqu ier declaración acerca de la par-
Nlmiuiia o no parsim onia del universo —o de un segmento del m is­
ino no tiene sentido, porque la racionalidad, la com pendiosidad,
la consecuencia consigo m ism o y la parsim onia —o sus inve rsa s-
no son características demostrables de la realidad sino sólo de las
frtn ia s acerca de la misma. Esto significa, entre paréntesis, que no
pueden sacarse deducciones acerca de la existencia de un A rquitec-
lo del hecho de que los científicos sean capaces de co n s tru ir un
“ p la n ” parsim onioso, compendioso y consecuente del universo, así
io n io su incapacidad para hacerlo no podría re fu ta r la existencia
de un A rq u ite c to .1
l,o im p o rta n te pata quien practica la ciencia es que su in te n to
de kct parsim onioso en el n ive l m edio de la teoría a veces lo o b li­
ga a ser en extrem o m uy poco parsim onioso al fo rm u la r una teoría
de n ive l superior. Así, la e xplicación más parsim oniosa de datos
sobre el a d iv in a r cartas (R h in e et al., 1940) es la “ hipótesis psi”
(percepción cxtrasensorial), que en un n iv e l algo más elevado de
teoría conduce desgraciadamente a un m odelo no parsim onioso —de

1 Basic pensar, en este ú ltim o contexto, en la hipótesis ya fo rm u la d a p or los


prim eros filósofos griegos de que algunas cosas son p o r naturaleza incognosci­
bles, El que esta hipótesis sea o no acertada no nos interesa aquí.
36 DATOS Y A N S IE D A D

física, más que de psicología— del aparato psíquico y, en el nivel


más elevado, im p lic a u n concepto en extrem o no parsim onioso del
universo (Devereux, 1953a).2
E l único problem a práctico que se plantea en este caso es el de
si es buena estrategia cie n tífica el tra ta r de log ra r u n a lto grado
de parsim onia en los niveles medios de la teoría aunque —como
sucede a veces— esto acabe p o r obligarnos a fo rm u la r una teoría
de alto n iv e l en extrem o no parsimoniosa. T engo además la im ­
presión de que en la m ayoría de los sistemas xñables, las fo rm u la ­
ciones de n ive l m edio son relativam ente complicadas, m ientras que
la teoría de n ive l superior es relativam ente sim ple.3
D ich o esto, el p rin c ip io de p arsim onia es ú t il para el c ie n tífico
porque, ju n to con el p rin c ip io a fín de elegancia, o “ belleza mate­
m ática” , conduce a veces a nuevos descubrimientos. Y así, aunque
la p rim era fo rm u la ció n que hizo M a x w e ll de sus ecuaciones ex­
plicaba todos los hechos conocidos en su tiem po, les añadió “ gra­
tu ita m e n te ” u n pequeño té rm in o para hacerlos m atem áticam ente
más “ sim étricos". El in te n to por H ertz de cerciorarse de que todo
correspondía en realidad a este “ em b ellecim ie n to ” m atem ático le
llevó a descubrir las ondas hertzianas (Poincaré, 1913).
Se prefiere el m odelo m atem ático-m aterialista del universo fís i­
co a uno anim ista sencillam ente por ser más parsim onioso. A hora
surge el problem a de si un m odelo m atem ático-físico del com por­
ta m ie nto es tam bién más parsim onioso que algún m odelo cogni-
tivo , gestaltista o psicoanalítico. Esta cuestión tiene cierta im p o r­
tancia puesto que una vez aceptado este m odelo m atem ático-físico
sencillam ente por su parsim onia, tal vez estemos aceptando tam ­
bién sin saberlo u n m odelo de com portam iento, que posiblem ente
im p liq u e la predestinación o sea claram ente sobrenaturalista.
Debemos decir ahora unas palabras acerca de la idea in ju s tifi­
cable de que una fo rm u la ció n m atem ática es, necesariamente, más
“ realista” y sobre todo más parsim oniosa que cu alqu ier o tra fo r­
m ulación.
E l p rim e r p u n to a destacar es que incluso un problem a mate­
m ático puede resolverse a m enudo de dos maneras, sólo una de las
cuales es "elegante” .5

5 No es necesario decir que así como la parsim onia de alcance m edio de la


hipótesis ps i no demuestra que sea realista, la no parsim onia de n ive l superior
que entraña no niega su congruencia con la realidad.
3 La fo rm u la ció n básica p o r Einstein de la teoría especial de la re la tivid a d
es una ecuación en extrem o sim ple. Las form ulaciones metapsicológicas de
Freud son considerablemente más simples, p o r ejem plo, que sus explicaciones
de la génesis y la sintom atología de una neurosis.
I s P K IM C ID A D DF. F A C IE N C IA D E L C O M P O R T A M IE N T O 37

Caso 3: L a suma de todos los enteros de 1 a 100 puede hallarse


sumando laboriosam ente hasta los 100 enteros, sea como hizo
Gmmh siendo todavía un n iñ o de escuela: 0 -f- 100 = 100, 1 -j-
00 100, 2 -)- 98 — 100. . . y así sucesivamente, cincuenta veces.
I) r donde: 100 X 50 = 5 000; 5 000 -f- 50 = 5 050. Sólo la solu­
tio n de Gauss es elegante.
El segundo p u n to es que la solución m atem ática —y aun el m ero
m o n d a d o m atem ático— de un problem a es a veces más engorrosa
y menos práctica que una puram ente verbal.
Kl ú ltim o p u n to —y el más im p o rta n te — es la ficción, aceptada
sólo por los no matemáticos, de que un enunciado m atem ático o
estadístico necesariamente tiene sentido. Es sim plem ente una ver­
dón m oderna de la o p in ió n (rid icu liza d a ya por M olière) de que
« nalquier cosa dicha en la tín o en una jerga cualquiera tiene
tem ido.
( ’.aso 4: Es posible “ dem ostrar” estadísticamente que los bebés
los irae el d octo r en su m a le tín negro, y aun que los trae la c i­
güeña, puesto que la cu lm in a ció n de los nacim ientos en Escandi-
navia está —estadísticamente— altam ente correlacionada con el pe-
lío d o de m ig ración de las cigüeñas.4
Ilusiones de este tip o a lie n ta n tam bién los “ psicólogos" neoes-
(iilásticos que ven la salvación tan sólo en una fis c a liz a c ió n del
lo m p o rta m ie n to . In te rp o n e n entre estím ulo y respuesta una serie
de variables interm edias p rim o rd ia lm e n te físicas y u tiliz a n como
datos sólo aquellos elementos de com portam iento que pueden con­
siderarse físicamente, en el sentido en que la m edición de la velo-
tid a d de un caballo de carreras es una m edida de física. E l con-
ir p to de esos psicólogos del cam ino reco rrido p o r una rata en un
lid ie rin to y las variables interm edias que em plean para e x p lica rlo
tienen relación lógica con el análisis pór el físico del reco rrido de
una p artícu la cargada en una cámara de ionización, pero no tienen
nada que ver con el co m portam iento de los seres vivos.
Pe hecho, esta comparación es en algunos respectos demasiado
favorable, porque las teorías ingenuam ente fisicalistas del reco­
rrid o de la rata p o r el la b e rin to se parecen m ucho a la teoría de
la inercia5 aristotélica muchas veces repetida de la p ro pu lsió n por
"vis a tergo" que es prácticam ente idé ntica a las teorías in fa n tile s
«le la inercia (Piaget, 1950). Este enfoque obliga en d e fin itiv a a
los “ psicólogos" a fo rm u la r teorías que, a diferencia de las de los
físicos, son no parsimoniosas.
4 Debo este ejem plo al profesor E. M . Jeilin e k.
r‘ A firm a b a Aristóteles «pie una piedra a rrojada desplaza incesantemente aire,
«pie se vuelve a fo rm a r delnts de ella y así la propulsa (F ísica, 215a s.).
38 DATO S V A N S IE D A D

A u n q u e juzguemos solamente p o r el c rite rio de parsim onia y


nos olvidem os del sentido común, las teorías fisicalistas del com­
p o rta m ie n to sdn tan d ifícile s de m anejar, no parsimoniosas y de
una escolástica tan excesivamente ingeniosa, como algunas e x p li­
caciones teológicas de los fenómenos físicos. A h ora bien, puesto
que una de las más im portantes justificaciones de la preferencia
del físico por una teoría fisicom atem ática del universo físico es
su parsim onia, las teorías innecesariamente engorrosas y no parsi­
moniosas fisicalistas de algunos psicólogos necesariamente se ven
condenadas p o r sus propios criterios m etodológicos. Ofrece consi­
derable interés al respecto el que n in g ú n gran físico que yo co­
nozca sustenta una teoría del co m portam iento con variables in te r­
medias fisicalistas: B ohr, von N eum ann y otros, que estudiaron
estos problemas, preconizan casi sin excepción alguna form a de
teoría del com portam iento no fisicalista —o sea genuinam ente psi­
cológica (ca p ítu lo x x i i ).
Estas apreciaciones requieren u n escrutinio de la m otiva ció n im ­
p líc ita en quienes, profesando el estudio del com portam iento, ha­
cen cuanto está en su poder para o b via r sus im plicaciones m etodo­
lógicas y lógicas fundam entales, en una de estas dos formas, com­
pletam ente opuestas:
1. En u n extrem o de la escala hay una negación com pulsiva —y
a veces algo irra cio na lm e nte superingeniosa— del carácter sui ge­
neris de la vida como fenómeno singular y del hom bre como un
orden especial y única de la vida. En algunas de estas teorías “ su-
percientíficas” se desencadena el reduccionism o: con un e sp íritu
de Vart p o u r l ’a rt * im aginan explicaciones que a fuerza de e x p li­
car e lim in a n lo que querían explicar. Sí el fenómeno A puede ex­
plicarse totalm ente en fu n ció n de ciertos fenómenos simples, a, b,
c (o sea reducirse a ellos), el fenóm eno A deja de e x is tir (M eyer-
son, 1921). Los experim entos animados por ese reduccionism o son,
como hizo ver B ohr, autoanulantes (cap ítu lo x x i i ) .
2. En el o tro extrem o de ia escala, un seudohum anismo seudo-
filosó fico hace esfuerzos demasiado ingeniosos para “ a b d u c ir” (se­
cuestrar) la vida en general y la psiquis en p a rtic u la r de la esfera
de lo concreto y asignarles una S o n d e rs te llu n g ** t'.n extrem a en
el plan del universo que la vida y la psiquis quecu i lite ra lm e n te
lu n a de la m ain/, de la realidad. Esta m aniobra m in im iz a siste­
m a n ámeme lo d o |o que vincula al hom bre con la m a triz de la
ifid id a d sensible. 1.a "c u ltu ro lo g ía ” de L . A. W h ite (1949, 1959),

• Kl Hi I r piM el m Ir (en I outrés eu el o rig in a l).


• • IN>«l< 11*111 rx ie p e io n u l (en ulem itn en el o rig in a l).
I MTCUhClDAD de la ciencia del c o m po rtam iento 39

q iir ignora al hom o sapiens, es tan abduccionista como la parapsi-


i ologia de J. B. R h in e (1940).
Independientem ente de que estas dos m aniobras —la reduccionis­
ta y la abduccionista— “ reb aja n ” al organismo a la categoría de
o o sistema físico parcialm ente cerrado, o “ elevan” la psiquis a la
»alegoría de “ e sp íritu p u ro ” , las consecuencias son las mismas. L o
que se trata de e xplicar se o lvid a con las explicaciones, las obser­
vât iones se vuelven autoanulantes d e n tro del m arco de la teoría y
lu Sunderstellung de la vida y la psiquis resulta sencillam ente des-
lIerro. Además, estas dos m aniobras conducen inevitablem ente a
teorías impecablem ente compendiosas y consecuentes consigo m is­
ma», pero tam bién autoanulantes y en d e fin itiv a no parsimoniosas,
iilás parecidas a las reglas del ajedrez que a la teoría física.
Ahora bien, una teoría puede tener todos menos uno de estos
defectos y ser no obstante algo ú til. El único defecto que ninguna
teoría puede tener es el de anularse a sí misma, en relación tanto
u rn mi m ateria de estudio, como con su estrategia experim ental.
Una teoría que explica cosas acabando con ellas a fuerza de ex­
plicaciones, autom áticam ente se anula a sí misma. U na teoría cuya
estrategia e xperim ental requiere la destrucción (A b to tu n g ) de lo
que trata de estudiar —según inte rp re ta B o hr este proceso (capí­
tu lo x x ii) — se suprim e a sí misma. Finalm ente, una teoría del com­
p ortam ien to que no pueda e xplicar tam bién el com portam iento
del observador en fu nció n de sí misma —lo que el psicoanálisis si
puede hacer— es segmentaria, inconsecuente y autodestructora.
Verdad es, naturalm ente, que toda teoría válida de la experi­
m entación asigna necesariamente al observador una posición única
0 cH|X.*<ial (Sonderstellung) analizable en fu n ció n de la teoría de
los tipos de Russell (1938a): Sencillam ente establece una d istin -
1ión legítim a entre ese Epim énides que, siendo cretense, m iente y
el “ m ism o-no-mism o” B Epiménides que, siendo conocedor de Cre­
ta, declara con verdad que todos los cretenses son m entirosos (en
todas las ocasiones). Pero la teoría de los tipos necesariamente im ­
p id a ta nto la conciencia de ‘‘el cretense Epim énides” como la con-
<In ic ia de sí del “ Epiménides conocedor de C reta” , lo que podría

" En una situación de "clase demasiado d e fin id a ” , los enunciados se mezclan


mui n u n ic ia d iis acerca de enunciados, con lo que se producen paradojas como
l,i de Epim énides. Este análisis de las paradojas de tip o Epim énides y su a p li-
i.u ió n al problem a de los estatus m ú ltip le s los expuse en un trab a jo que leí
.mie la Asociación A n tropológica N orteam ericana (Devereux, 1938b). La cómoda
denom inación de “ clase demasiado d e fin id a ” me la sugirió el d o ctor A. S.
Householder. U na in fo rm a ció n d ife re n te acerca del a u to r de esta teoría se halla
« i i : A. Korzybski, Science a n d s a n ity , segunda ed., 1941.
40 DATO S V A N S IE D A D

e xplicar p o r qué Russell nunca aceptó una teoría sim p lista del
com portam iento como respuesta. La significancia de la teoría de los
tipos para el debido ente nd im ie nto de la experim entación y teoría
de la ciencia del com p orta m ie nto se exam inará más detalladam en­
te en el ca p ítu lo xxu .
Psicológicamente, las evasiones “ reduccionista” y "abduccionis-
ta” son cpm plerhentarias: A llí donde el reduccionista fisicalista
trata de e lim in a r todas las variables interm edias verdaderam ente
psicológicas, el abduccionista trata a l parecer de ser hiperpsicoló-
gico —o h ip erco m p orta m e ntal— al m ism o tiem po que consigue
escamotear lo auténticam ente psicológico p o r m edio de un “ aca­
ta m ie nto fin g id o ” que reduce ad absurdum lo que se entendía tra ­
taba de dem ostrar. En realidad, m ientras que el enfoque reduccio-
nista-mecanista es a lo sumo un enemigo e x te rio r, el enfoque
abduccionista-espiritualista perfora desde dentro, ya que hace des­
aparecer la psiquis trocándola por el e spíritu, trasm utando lo psi­
cológico en espiritualista.
R esum iendo:
1. Es im posible d is tin g u ir entre datos de la ciencia del com por­
ta m ie nto y de la física puram ente en térm inos de si “ pertenecen”
a organismos vivos o a la m ateria inanim ada, puesto que es legí­
tim o hacer estudios fisicalistas de los organismos vivos (p o r ejem ­
plo, calcular la velocidad de un galgo) y d escribir la m ateria in a n i­
mada “ com portam entalm ente” .7
2. “ L o co m p orta m e ntal” puede distinguirse de “ lo físico” tan
sólo por m edio de las series de variables interm edias que se en­
cuentran interpuestas entre la “ causa” y el “ efecto” , o entre datos
y teoría. A llí donde se emplea la misma serie de variables in te r­
medias para todos los fenómenos, se puede —según las variables
interm edias empleadas— te rm in a r sea tam bién con una teoría ani-
m ista de la física, sea tam bién con una teoría fisicalista del com­
portam iento.
3. E l empleo de una serie p a rtic u la r de variables interm edias en
la explicación de un fenóm eno dado es, por convención, ú t il si
nos perm ite operar económicamente en varios niveles de e xplica­
ción. Esto significa sencillam ente que la física se ha de e xplicar
de m odo fisicalista y el com portam iento, com portam ental. Además,
en algunos casos, es tam bién necesario explicar, por ejem plo, lo
psicológico psicológicamente y lo social sociológicamente (Deve­
reux, 1961b), y tra ta r ambas explicaciones como complem entarias.

7 Compárese “ el azufre es a m a rillo ” con “ la luz reflejada p or el azufre tiene


una lo n g itu d de onda x ” .
• I 'M H U I I I IA l) 1)1% i. A C IE N C IA D M - C O M P O R T A M IE N T O 41

1 Kn lógica aplicada, si una teoría y la m etodología de proce-


HmlciUo e xpe rim en tal que im p lic a son autoanulantes y acaban
fu e n n de explicaciones escamoteando lo que sólo necesitaba ser
»¡dundo (reduccionism o y abduccionism o), son inservibles.
Id único tip o de teoría d e l co m p orta m ie nto que satisface es­
to l n herios es el que emplee variables interm edias bio-psico-sociales.
h I odo fenóm eno explicado de m odo efectivo de acuerdo con
mm lo o r fa del co m p orta m ie nto auténtica es un dato de la ciencia
di I lo m p o rta m ie n to . U n fenóm eno no explicado así no es un dato
I mi u la ciencia del com portam iento, aunque la a c tiv id a d misma se
m anifieste p o r la m ateria viva y en térm inos o rd in a rio s y de sen-
tufo com ún representen " c o m p o r t a m ie n t o En este ú ltim o caso,
r l Irnórneno observado puede ser un “ acontecim iento comporta-
m r iita l" pero no es u n dato de la ciencia del com portam iento. Es-
|m iHit ámente, la velocidad del galgo representa “ co m p o rta m ie n to ”
i n r l nive l del sentido común, pero si se explica como “ conversión
• Ir fu n g ía ’’ , o se investiga como “ velocidad” , no es u n d ato para
l i tie n d a del com portam iento.
7. La dem ostración de que el com p orta m ie nto de los organismos
• iiun <le las sociedades obedece a la segunda ley de la te rm o diná ­
mica o a algún o tro p rin c ip io físico, o a la aplicación de las ma-
imiíUicas al estudio del com portam iento, no tiene por qué im p li-
«at , en sí, una fisca liza ció n del co m p orta m ie nto (Devereux, 1940a).
(Im ilq u ie r o tro n úm ero de variables interm edias nuevas —incluso
algunas tomadas de la física— puede añadirse a las ya empleadas,
to n ta l que la config uració n básica de esas variables —o sea el
tip o de teoría em pleado— siga siendo com portam ental.
H. El hecho de que una m edición —como la de la velocidad
del galgo— sea física, no im p id e su subsiguiente em pleo d e n tro del
marco de una in te rp re ta ció n o teoría del com portam iento. La
labor de científicos como L . A. W h ite y E. R . G u th rie puede aca­
bar p o r reinterpretarse y resu ltar m uy ú til.
9. U n fenóm eno se convierte en dato para una ciencia p a rtic u ­
lar sólo siendo explicado en fu n ció n de las variables interm edias
i anicierísticas de esa ciencia. N in g ú n fenómeno, p o r lim ita d o y
específico que sea, pertenece a p r io r i a n in gu na d is c ip lin a en par­
tit ular. Se le asigna a determ inada d iscip lin a p o r el m odo de su
explicación y es esta “ asignación” la que trasform a un fenómeno
(acontecim iento) en u n dato, y concretam ente en el dato de una
d is c ip lin a determ inada (Devereux, 1965a, Devereux y Forrest, 1967).
Del m ism o m odo que no hay /encímenos preasignados, tampoco
bay datos inasignados.
10. U na filoso fía de la ciencia en que no entre la “ asignación”
42 DA TO S Y A N S IC D A D

como una operación y no distinga entre fenóm eno y dato en fu n ­


ción de esa operación es im posible.
En la práctica, una ciencia del co m portam iento verdaderam ente
a m p lia presupone:
1. La u tiliz a c ió n de todos los datos de todos los organismos
vivos, pero con una conciencia de las diferencias básicas entre
el hom bre y otras especies y tam bién entre el in d iv id u ó y el
grupo.
2. La aplicación sistemática de los diversos marcos de referencia
—biológico, psicológico (incluso ta nto los procesos universales como
los idiosincrásicos), sociocultural, etc., a que puedan asignarse todo
o parte del co m portam iento del organism o (Devereux, 1952b).
3. U n escrutinio sistemático, en ios casos en que el sujeto es
hum ano, del marco de referencia a que el sujeto m ism o —con ra­
zón o sin e lla — asigna su p ro p io co m portam iento y el ele otros
seres humanos.
4. La construcción posible de un marco de referencia generali­
zado para el estudio del com portam iento que com prende marcos
de referencia científicos así como diversas concepciones p recientí­
ficas o no científicas configuradas cu ltu ra lm e n te del hom bre y su
co m p orta m ie nto . . . al menos como los llam ados casos lím ite (De­
vereux, 1961a).
U n tercer tip o de teoría, representado por la in te rp re ta ció n me­
tafísica del hom bre y el com portam iento, no será estudiado p o r­
que si bien el reduccionism o y el abduccionism o son sencillam ente
m ala ciencia, una danza abstrusa de abstracciones desencarnadas
no es ciencia de n in gu na m a n e ra ... n i siquiera —y en especial—
cuando se disfraza de tal.
I \ I '( T lJ 1 .0 III

i( I C II'R O C ID A D E S E N T R E
O IIS E R V A D O R Y S U JE T O

II,ido que sólo el tip o de teoría que uno emplea determ ina si un
In in tn c n o dado se convertirá en dato para una ciencia más que
|Mia otra, es necesario exam inar los procedim ientos que vuelven
ild lo de la ciencia del co m portam iento u n hecho re la tiv o a un o r­
gan ¡smo vivo. En la investigación de la ciencia del com portam ien­
to, el p rin c ip a l de estos procedim ientos es el que define la posición
d r l observador en la situación a que se hace p ro d u c ir datos de la
i in ic ia del com portam iento.
E li la ciencia física, todas las observaciones son en un sentido
V lu relación entre el observador y lo observado es asim étrica, aun
m un do el lug ar del deslinde entre observador y observado sea a
veres d ifíc il de d e te rm ina r (ca p ítu lo x x n ).
Digan lo que q uiera n los poetas o los místicos, las estrellas no
m ila n al astrónom o ni al enam orado que contem pla el cielo, y
mía im p a sib ilid a d de la naturaleza inanim ada es el resorte p rin c i­
pa! de esa “ angustia cósmica” del hom bre, todavía no suficiente­
mente entendida. (Véase eJ Apéndice a este capítulo.)
Incapaz de pasar p or alto la inse nsib ilid ad y la ausencia de in i-
i i . i l ¡va de la m ateria, el hom bre:
1. El aspecto, la superficie y aun la sustancia de los objetos ma-
leal ¡dad Maya (— ilusión ), o bien
?.\ postula un p ro to tip o trascendental de la rea lid ad ; o
3| define la m ateria como una barrera o como m ediadora entre
n( mismo e hipotéticos seres sensibles (respondientes).
Este ú ltim o y el más p rim itiv o de los subterfugios —que puede
lom ar dos form as— es el más esclarecedor para nuestros fines.
I El aspecto, la superficie y aun la sustancia de los objetos ma­
lm a les se consideran a veces fron te ra entre el hom bre y un “ Ser”
sensible (respondiente) (espíritu) o una “ Fuerza” (mana) que lo
habitan. U na fo rm u la ció n posible de este subterfugio es la de T a ­
le s : “ Todas las cosas están llenas de D ios.”
2. E l universo en su co n ju n to se considera la fron te ra entre el
hom bre y un Ser (o seres) que vive más allá. Este anticuado sub-
[43]
44 DATOS Y A N S IE D A D

te rfu g io asegura al H om bre, eterno n iñ o, que un buen Padre está


a l o tro lado de las estrellas (cf. F. S ch ille r: Oda a la alegría).
Escojo deliberadam ente estas dos form ulaciones poéticas de esta
m an io b ra “ filo só fica ” . In cluso el sistema de pensam iento más ló g i­
co y cie n tífic o tiene un significado su bjetivo para el inconsciente
de la persona que lo crea o adopta. T o d o sistema de pensamiento
—incluso el m ío, claro está— nace en el inconsciente, a m anera de
defensa contra la angustia y la desorientación; se fo rm u la p rim ero
afectivam ente, más que intelectualm ente, y en el (ilógico) "le n ­
guaje del inconsciente” (proceso p rim a rio ). Si entonces se advierte
que la fantasía hace d is m in u ir la angustia y la desorientación, se
traspone del inconsciente al consciente y se traduce del lenguaje
d e l proceso p rim a rio al del proceso secundario, que es más lógico
y más o rientado hacia la realidad. E l poeta filosó fico retraduce en­
tonces parcialm ente este sistema intelectualizado en ese tip o de
im aginería que el c ie n tífico descartaba cuando lo trasponía del in ­
consciente al consciente. De ahí que la re fo rm u la c ió n de u n sistema
de pensam iento p o r el poeta filosó fico dé excelentes claves para la
fo rm u la ció n (afectiva) o rig in a l por el c ie n tífic o de su p la n fin a l
(intelectualizado). U n ejem plo aclarará esto. La idea del a n illo
del benceno le v in o al q uím ico K ekulé en sueños: soñó que una
serpiente se m ordía la cola (caso 435). A l despertar, intelectualizó
este sueño sim bólico in tu itiv o y así tu vo el esquema del a n illo de
benceno. Si se encargara a cierto núm ero de poetas que escribieran
u n poema acerca del a n illo de benceno, algunos de ellos —debido
a la prevalencia h isté rico -cu ltu ra l de este sím bolo— y sin haber
oído nunca h a b la r de Kekulé n i de su sueño— u tiliz a ría n la “ im a ­
gen poética” de la serpiente que se m uerde la cola para describir
el a n illo de benceno.1
T a n to en la im aginería de Tales como en la de F. Schiller, el
Ser sensible (respondiente) está separado del hom bre, pero tam ­
bién com unicado con él, p or la m ateria insensible. A veces este
Ser responde al hom bre, o se le hace responder, p o r m edio de su
fro n te ra inanim ada: la m ateria responde ya sea "espontáneam en­
te” , por m edio de señales y portentos, como eclipses, aludes, etc.,
o bien cuando se le pide, por m edio de rocas movedizas, dados de
oráculo, etc. (Devereux, l!)(¡7a). Después, el hom bre se siente im ­
pelido a penetrar esa barrera m ate ria l estudiando sus propiedades,
p rim e ro para descubrir los usos de la m ateria, como m edio de lle ­
gar hasta el Ser que está más allá de la barrera, como hizo Pitágoras
(l)odds, 1ÍWJI), y posteriorm ente —en una fase m ucho más adelan-

F.sr.i hlpótrsln ltd1<il ti I ti iiir p lu r la teoría de los arquetipos de Jung.


HI CID R O C ID A D E S E N T R E O BS E R V AD O R Y S U JE T O 45

tuda de desarrollo c u ltu ra l— p o r sí misma, trasform ando la a lq u i­


m ia en quím ica, la astrología en astronom ía y —en un n iv e l lógi-
camente d iferen te — la num erología en m atemáticas.2 la misma
necesidad in te rio r explica tam bién p or qué la imagen que el hom ­
bre se hace del universo suele estar conform ada de acuerdo con su
imagen de la sociedad (D u rkh e im , 1912). Es incluso probable que
la e xplora ció n sistemática de la m ateria insensible (no respondien­
te) se hiciera psicológicam ente soportable en gran parte p o r la
premisa —al p rin c ip io evidente— de que uno podía, p o r esos me­
dios, hacer que la m ateria respondiera, dem ostrando así la existen­
cia de una Fuerza (mana) o Ser respondiente que en ella moraba.
Kn realidad, la inse nsib ilid ad (no responsividad) de la m ateria
todavía in q u ie ta a quienes la e xplora n: de todos los científicos, los
físicos son los más propensos a creer en lo sobrenatural.*
I.a u n id ire ccio n a lid a d de las observaciones en la ciencia física es
sim ultáneam ente una de sus características d istin tiv a s y u no de sus
rasgos más inquietantes, m ientras que la característica fundam en­
tal de la ciencia del co m portam iento es la recipro cid ad real o po­
tencial de la observación entre el observador y lo observado, que
constituye una relación teóricam ente sim étrica: el H om bre observa
la Rata, pero la R ata tam bién observa al H om bre. Y así, en las
ciencias del com portam iento, la u n id ire ccio n a lid a d de la observación
es en gran parte una ficción convencional, instrum entada m edian­
te disposiciones experim entales que m in im iza n la contraobserva-
ción o contrarrespuesta, ya que la contraobservación (supuestamen­
te) “ indeseable” del experim entador p o r el a nim a l experim ental
puede “ im p e d ir” que se obtengan los resultados “ o bjetivo s” de­
seados.
Caso 5: C iertos animales experim entales —y sobre todo los ma­
míferos superiores— a veces sienten tanto agrado por los manejos
de su guardián que no reaccionan “ debidam ente” al “ castigo” o
a los toques eléctricos gratuitos.
A unque este hecho es bien conocido, sólo los etólogos y un pu-
ftado de psicólogos tratan sistemáticamente de estudiar las rela-
<iones simétricas (observación recíproca, interacción) j^ntre el ex­
perim entador y el sujeto experim ental.
“ La postulación de semejante secuencia es com patible c o ii'i la. oscilación de
la ciencia entre una concepción de la realidad sobrecargadâ^tC lûîralm ente y
una c u ltu ra l men te neutra, ya que sólo ' .................................. "
a ser cu ltu ra lm e n te n eutra (Devereux,
a La h isto ria de las ciencias de la vi w í / . ___
braciones teológicas de los científicos físico ^-tte sd e los filósofos
Xew ton, L e ib n iz, E d d in g to n , Jeans y M illik a n o ^ o s ^ ile s lîà Q s C ^ p iu itftj^ iit y ^ e
sir W illia m Crookes, sir O liv e r Lodge, etc. H O I f (; N f
46 DATOS Y A N S IE D A D

La m ism a in d ifere ncia para con la reciprocidad puede observarse


inclu so en la psicoterapia. L a psicoterapia cien tífica (poschama-
nista) p refreudiana solía razonar como si la corriente entera de su­
cesos fluyera del terapeuta al paciente. Freud reconoció la exis­
tencia de la trasferencia y la contratrasferenciad pero —por
razones terapéuticam ente válidas— estructuró la situación analítica
de ta l m odo que se im p id e sistemáticamente la contraobserva­
ció n del analista por el analizando, p or ejem plo haciendo que el
analista (po r lo general callado) esté sentado detrás del sofá. El
o b je tiv o (válido ) de este d ispositivo casi e xperim ental es organizar
una situación en que el analizando —que hace como si fuera un
“ c ie n tífic o ” que trata de log ra r un insight del analista (observa­
do)— tiene acceso a tan pocos ind icio s verdaderos que sólo puede
p ro d u c ir una conclusión —o sea “ lle n a r” el cuadro— recurriendo
a la fantasía que es precisamente, claro está, el tip o de m aterial
necesario para la la b o r terapéutica (Devereux, 1951c). En algunos
casos, los ind icio s accesibles al paciente son tan escasos que el ma­
te ria l de la fantasía (“ re lle n o ” ) deform a y acaba por b o rra r in ­
cluso los pocos ind icio s verdaderos que le eran accesibles. Así, por
ejem plo, u n analizando que sólo me veía cuando entraba o salía
de la sala analítica, retenía el dato ú n ico de que yo solía lle va r
tweeds y elaboró este dato a tal p u n to que acabó p o r visualizarm e
como un in d iv id u o estereotipado y tweedy (caso 31). Com o estos
rellenos adecuados al sistema pueden interpretarse a la manera de
un test de complete-la-frase, constituyen m aterial psicoanaltítico ex-
cepcionalm ente ú til.
Puesto que, según Freud, el psicoanálisis es ante todo un m étodo
de investigación y sólo secundariamente una técnica terapéutica,
tenemos razón en e structurar la situación analítica de m odo que
las oportunidades que el analizando tenga de observar a su analista
se reduzcan al m ín im o . Pero no tenemos razón en engañarnos con
este arreglo e xperim ental. E l analizando puede hacer y hace obser­
vaciones realistas aun en la más clásica situación analítica; la per­
sonalidad del analista, el aspecto de su consultorio, el lug ar donde
reside, los honorarios que cobra, perm ite n al paciente hacer obser­
vât iones realistas ju n to con las im aginarias y sacar de sus “ datos”
rom Insinúes realistas, así to m o otras inspiradas en la trasferen-
tm . No puedo estât de a u n a d o con la tendencia a pasar por alto
cu ir m a tn ia l i n il ml a lu miándose en que “ la realidad no es a n a li­
zable", m áxim a a tta lllita que se oye m ucho y que considero falaz.
Yo n e o que lo que u n a a nuestro paciente no es lo que sabemos

* K stits | m liiW i dr se es [ l i l i m t «*i i i-l l i i p l u i t o v.


HI U P R O C ID A D E S ENTRE O BSERVAD O R V S U JE T O 47

sino lo que somos, y que debemos amar a nuestros pacientes (N acht,


|% 2 , Devereux, 1966g). Creo además que el paciente aprende m u-
i lio acerca de su analista p o r los intentos de éste de “ ocultarse”
,i su paciente, p or la sencilla razón de que la naturaleza de la
m (lita ción revela indirectam ente la fo rm a de lo o culta do .5
Ksta cuestión es suficientem ente im p o rta n te para que merezca
la pena seguirla exam inando. He dem ostrado repetidas veces (De­
vereux, 1953b, 1955a, 1966h) que una m entira, o la expurgación de
un texto, sim plem ente suprim e lo e xterior, pero conserva intactos
la estructura y el contenido afectivo de lo que se s u p rim ió , como
liarán ver los siguientes ejemplos, discutidos detalladam ente en
o tro lugar:
Cuso 6: U na abortista aleuta no quería h ab la r de aborto con el
a ntropólogo y en su lugar prefería h ab la r de cestería. Com o es
Mihido, los cestos son símbolos conocidos del útero (Shade, 1949,
i l , Devereux, 1955a).
Caso 7: P índaro m o d ificó la leyenda del festín caníbal de T á n ­
talo negando que Dem eter se comiera la espaldilla de Pélops; en
mi lugar a firm ó que el hermoso m uchacho había sido raptado por
Poseidón, que estaba enam orado de él (P índaro: P rim era O da o lím ­
pica, versos 24 ss.).
1.a in va ria n te de estas dos versiones es la angustia erotizada del
•liilo , que en la versión tra d icio n a l suscita la fantasía de la agre­
d ón caníbal de la m adre y en la versión suavizada la fantasía de
l.i agresión hom osexual del padre (Devereux, 1953b, 1960d, 1965f).
U tt ejem plo más com plejo de atenuación p in dá rica ( Tercera Oda
o lím pica, verso 27) ha sido exam inado en otra parte (Devereux,
I966h).
Caso 8: C uando leí en uno de los cuentos de hadas de G rim m
que la nariz de no sé quién se iba haciendo cada vez más larga,
deduje que esa nariz representaba el pene, y su alargam iento la
erección. Después descubrí que había leído una versión expurga­
da del cuento; en la versión o rig in a l registrada p o r los hermanos
( iiiin m se m enciona el pene y no la nariz.
Freud estaba convencido de cuán fú tile s resultaban las oculta-
<iones complicadas y p o r eso recibía a sus pacientes en una sala
<¡ue reflejaba sus intereses y su personalidad; de hecho, analizaba
k h i el perro echado a sus pies. Com o los analizandos que iban a
<onsulta con Freud no tenían más rem edio que saber m ucho de
el, el in te n to de oculta ció n h ub ie ra sido fú til. C ie n tífic o , Freud

K Esto lo entendía bien Sherlock Holm es, qu ie n deducía que el la d ró n era


de casa p o iq u e dura n te el robo el perro no había ladrado.
48 DATO S V A N S IE D A D

aceptaba este hecho; no recurría, como tam poco otros buenos ana­
listas, a una in fa n til m araña de “ ocultaciones” .
Caso 9: Este caso suele citarse en los círculos psicoanalíticos
como ejem plo de com p orta m ie nto psicoanalítico realista y sensato.
U n analista d istin g u id o , que debió h u ir a los Estados U nid os d u ­
rante la guerra, llegó a Nueva Y o rk casi sin u n centavo. Su p rim e r
co n su lto rio era p o r eso bastante pobre. H abien do observado uno
de sus paciente que no podía ser un buen analista p o iq u e la po­
breza de su co nsu ltorio demostraba su escasa prosperidad, el ana­
lista rep licó : “ T ie n e usted razón en decir que m i co nsu ltorio es
pobre. Soy u n refugiado llegado hace poco.”
Independientem ente de que un in te n to g ra tu ito de ocultación
sea in fa n tilm e n te im p u lsivo o cuidadosamente tram ado, fa lla por­
que —como ya d ije — la o cultación revela necesariamente no poco
cíe lo ocultado y además, m ucho acerca de q uien recurre a ella.
Caso JO: U n analizando, trasferido de u n analista a o tro , d ijo
al segundo que en una ocasión su p rim e r analista se había esca­
b u llid o detrás de un p ila r en el vestíbulo de un h otel para que
no lo viera su analizando (Freedman, 1956).
Caso 11 : La a rtificiosa austeridad del co nsu ltorio de un analista
era tan extrem ada que hasta sus colegas la in te rp re ta b a n como ma­
nifestación de su rigidez personal. Además, la desolación que a llí
reinaba, destinada a o cu lta r a los pacientes los pocos intereses ex­
traprofesionales de aquel analista, revelaba en rea lid ad no poco de
su rigidez y fria ld a d .
Para acabar, p o r m uy ingeniosamente que uno presente el am­
biente experim ental, p o r muchas pantallas en un solo sentido que
interponga entre sí y el sujeto observado, y por m uy fríam ente
que destruya el sensoriurn de un anim al para im p e d irle que ob­
serve la existencia del observador, cada vez son más los experi­
mentos psicológicos que resultan "viciados” por la inesperada per­
cepción por parte de la rata de indicios extralaberínticos, incluso
indicios de la presencia actual o a n te rio r (olores) del experim en­
tado!', o de otras ratas que habían reco rrido el m ism o lab erinto.''
A u n a llí donde la situación experim ental hace im posible toda
( o u u iiobsrt'vm ión, nada que no sea m atar al a n im a l —lo que hace
im posible la e x p n im ru la i ióu (ca p ítu lo x x n )— puede a n u la r esa
, , iH itn u tii singular tlel u n fu u to de los estímulos que la m ateria
iiia m u M d ii sein i l latuettie n o posee. C iertam ente, incluso los cata-
lonicos, al pinta r i mu «oui in it ia del m undo que los rodea, pueden 1

11 l'. n p r n t ip ir r s t r i min nun in n> » .n a m e un alud de experim entos con ratas


p iiu u liiN d e l i i m l u u lU liu iii
"»• H'HIICIDADFS e n t r e observador y s u je to 49

*1 su Hi de su estupor dar cuenta detallada de todo cuanto sucedió


h torne» suyo m ientras estaban estuporosos. De m odo análogo, uno
iMinU* co nd icio na r incluso a monos paralizados experim entalm en-
■*' l'n r eso es sencillam ente no realista —que no es lo m ism o que
•ii niiU tico— escamotear el fenómeno clave de la conciencia de los
stimulus como precondición de la respuesta. Probablem ente la
m in i diferencia de im p orta ncia entre lo anim ado y lo ina nim ad o
s lu conciencia, y entre el hom bre y el anim al, la conciencia de
•f p u tp ia conciencia: el saber que uno sabe (cap ítu lo x x iv ). De
d il que incluso cuando no es posible la observación directa del
' diM'i viido r p or el sujeto, siempre existe al menos la capacidad po-
" MHiil o el equ ip o para la contraobservación por parte del obser-
idn, lln y , pues, una diferencia sui generis entre el experim ento
• H>. i M i-quím ico) de derram ar ácido sobre un trozo de carne cortada
■i e xperim ento c ie n tífico in vivo de la ciencia de la vida de
< t In sobre un organism o viviente. A p arte de diferencias m íni-
miis o menos se produce la misma reacción en ambos casos.
1 oto y o tro la carne reacciona quím icam ente al á c id o ... pero
•i.W, el organism o vivo “ sabe” —y esto es una form a der com-
i in u n d o — m ientras que la carne cortada no sabe, y p o r lo
> • no tiene com portam iento.
1 ■« o m in árnoslo o no, sólo el tom ar o no tom ar en cuenta esta
n iii increm ental determ ina el que realicemos un experim ento
u n í o de biología en los seres vivos, y no im p o rta nada que
i ilum inem os esta reacción increm ental watsoniana o guthrieana,
ni evento (o g n itiv o to lm a nia no , m ientras reconozcamos su decisiva
iiiq m i i ant ia.
I I g im ió en que, en un am biente donde es posible la contraob-
I Ion, una especie dada observa (y responde) al observador es
m in a d o r bastante seguro tie la posición de ese anim al en la
ni de la evolución. Kl que decidamos fo rm u la r el grado en
una espetie i ont inobserva en fu n ció n del área que el obser-
i m ilp a en el "p la n o e o g n itivo " de la rata o en fu n ció n de
ni M ail île respuestas referibles a estím ulos procedentes del ob-
• lu í, no bate al taso en este contexto, con tal que se reconozca
i lu í lio de la i onttao bsrtva ció n.
l uiste una re la tio n fu ncio na l —y es posible que tam bién cau-
d eut te los a rtificio s opcracionales y los postulados subyacentes:
l | en una teoría del co m portam iento en que no entra la va ria ­
ble Inlet media tie la "conciencia” o conocim iento, y
'J\ en ta est met m at ion de los experim entos de un m odo que
im m ltu lte la u u id b cct Mortalidad de la observación.
H it r t llú io poHtulacional dé negar la conciencia del organismo
50 DATO S V ANSIEDAD

observado y el a rtific io xp e rim e n ta l de m in im iz a r la observación


del observador p o r el ob.ervado (Devereux, 1960b) son equivalen
tes ya que ambos tratan t.e garantizar que uno sea capaz de d a n
c iién es la rata y q u ié n el rsicólogo. Las siguientes considerado
nes demuestran que este enunciado no tiene im plicaciones necc
sanamente derogatorias.
Es una propiedad singular de la ciencia no com portam ental d
que el anim ado observa al in a nim ad o —o, en algunos casos, que
el anim ado observa a o tro anim ado de m odo (al que la animación
del ser observado no tenga im portancia. Esto p erm ite incluso a un
J. B. W atson o un E. R. G u th rie decir: “ Yo soy el observador y esto
percibo” , puesto que el observado —que puede incluso ser una
persona sometida a una observación puram ente física— no puede
decir eso de sí mismo de n in g ú n m odo relevante en esc contexto.
Y así, si yo tra to de estudiar tan sólo el aum ento de peso de una
m ujer, sin referencia a sus excesos neuróticos (o sus trastornos en­
docrinos), puede g rita r ta n to y tan fuerte como quiera que “ volvió
i aum entar de peso porque nadie la q u ie re ” , o que “ su enferme­
dad empeora” , porque yo sencillam ente no puedo “ o ír” sus gritos,
que no “ existen” (es decir, son extraños al caso) en m i m arco de
referencia fisicalista. Si yo tom ara en cuenta, en este contexto, sus
gritos (“ y eso percibo” ), me haría culpable del género de falacia
de que sería culpable un ingeniero que, estudiando las propiedades
físicas de un auto m ó vil, incluyera tam bién en sus cálculos el n ú ­
m ero de serie del m oto r o el de la placa.
E l in a iv id u o “ rebajado” al ser estudiado de un m odo que no
tom a en r uenta o pone sordina a su conciencia de sí mismo, suele
responder a esta “ devaluación” con una reacción de protesta que
exagera su conciencia de sí. Por ejem plo, el hecho de que la pesen
como si fuera un costal de papas puede hacer reconocer a nuestra
h ip otética obesa, por prim era vez en su vida, que come demasiado
porque siente que no la quieren. Esta pauta de reacción es uno de
los tía tos más im portantes en la investigación de la ciencia del
com portam iento.
Caso 12: Una de m is tareas en la Escuela de M edicina de la
T e m p le U nive rsity era enseñar a los estudiantes de m edicina ade­
lantados a recoger indicios psiquiátricos en sus reconocim ientos
físicos. Descubrí que algunas tic las observaciones más im portantes
»c h icieron m ientras el paciente era sometido a una m an ip u la ción
puram ente física, to m o la auscultación del corazón o un examen
de la pelvis ( ta p ittilo xtv).
Es psicológica y lógicam ente necesario idear experim entos de la
ciencia del co m portam iento en que el observador y el observado
i - Hi il 111A D IS ENTRE OBSERVADOR Y S U JE T O 51

• M i l del m ism o modo que el físico d ifie re del objeto que estu-
Diido <|ue en los experim entos físicos el fenóm eno de “ y esto
i l h o ’ sólo puede presentarse en el observador, desde el p rin c i-
tiiiy una d is tin c ió n de género,
i n r) estudio de los organismos vivos, y sobre todo el del hom-
p»l,i d istin ció n debe arbitrarse por medios legítim os y no fie-
o Dándose la d iferenciación entre observador y observado en
‘Huiliento en que al observador se le perm ite decir con perti-
, ta "y esto percib o ” , algunos científicos del com portam iento
•m e n tácitam ente al espurio a rtific io de negar al sujeto obser-
'*» Li rapacidad de decir “ y esto percibo” . Esto conduce inevi-
iii|ueuie a teorías del co m portam iento que niegan im p lícitam e n-
i U larultades cognitivas del observado. Com o esta teoría compor-
i'iila l de “ H a m le t sin p rín cipe de D inam arca” es evidente que
' >I ma i > puede dar cuenta del com portam iento del observador en
niños de una psicología pura de respuesta privad a de toda
• h u l,i” cognitiva, tales teorías son inevitablem ente autoanulan-
\ no comprehensivas.
lo se puede o b via r esta d ific u lta d apelando a la teoría de los
H |hii matemáticos de Russell (Russell, 1938a), que, bien entendida,
Mui obliga realm ente a d is tin g u ir del m ism o m odo entre sujeto y
ul n r i vu flor, precisamente en fu n ció n de un co g n itivo “ y esto per-
»ilii»'*. pero sin negar la misma facultad al organism o observado.
I ii paradoja lógica clave de este contexto es la denom inada “ de
I plm énidcs” .
Ih ie Epiménides, el cretense: “ T odos los cretenses son m entiro-
m ii", (Ir. 1. D iels-Kranz, 1951-52) y con e llo da a entender que
mu M íen siempre. V ista superficialm ente, esta declaración pone en
lililí i tui una serie in te rm in a b le de autocontradicciones que form an
bullí de nieve: siendo Epim énides cretense, m iente necesariamente
rtl d ri ir que todos los cretenses son unos mentirosos. Entonces,
b iilm los cretenses —entre ellos el m ism o Epim énides— no son
m ihiiirosos. Entonces, Epim énides decía la verdad al decir que to-
•bu lo* cretenses son mentirosos. Pero en este caso, m iente de todos
♦Minio» .. y así sucesivamente, ad in fin itu m . Russell resolvió estas
iiuluiontraclicciones dem ostrando que un enunciado acerca de to­
llo» los enunciados no es aplicable a sí mismo, ya que no pertenece
id lip o lógico a que pertenecen todos los demás enunciados.7 Cier-
Inmente, cuando Epiménides, el cretense, hace un enunciado acerca
de los enunciados de los cretenses no está funcionando como espé-

' ft» lu in te rp re ta ció n de la paradoja de Epim énides se basa en la teoría de


"i Inte» de todas las clases no m iem bros de sí mismas” .
52 DA TO S V A N S IE D A D

tim e n cretense, en relación con el co nte xto ; hace de "autoantro-


pólogo” , que estudia las prácticas de su p ro p io gru po (capítulo
x i i ) . En cu alqu ier o tra situación, todo lo que diga este cretense en

p a rtic u la r podrá ser —y acaso tenga incluso que ser— m entira. Pero
en este contexto p a rticu la r, no es lógicam ente necesario que Epi-
ménides m ienta. Y a la inversa, su veracidad en esta situación con­
creta no tiene por qué necesariamente menoscabar su notoriedad
de campeón de los mentirosos de Creta n i la de Creta como tie­
rra de m entirosos habituales.
La teoría de Russell tiene consecuencias de m ucho alcance para
el c ie n tífico del co m portam iento a quien perm ite a trib u ir la facul­
tad de decir “ y esto percib o ” , ta n to para sí como para la amiba
que estudia, sin por eso d e stru ir la diferencia fund am e nta l de gé­
nero entre observador y observado. Basta que al observado se le
perm ita decir pertinentem ente sólo “ y esto percib o ” m ientras al
observador se le perm ite decir pertinentem ente tam bién: “ Y ade­
más percibo que percibo y tam bién percibo que el sujeto obser­
vado percibe.” En la term inología de Russell, al observado sólo
se le perm ite hacer enunciados, m ientras que al observador se le
perm ite hacer tam bién enunciados acerca de enunciados; de los
suyos, como de los del sujeto observado. En un nivel, tanto el
sujeto observado como el observador autoobservado corresponden
a los cretenses, incluso el llam ado Epiménides. Pero el observador
además, y en otro n iv e l, es tam bién Epim énides el conocedor de
todos los cretenses, incluso, y acaso especialmente, del cretense lla ­
m ado Epiménides.
Hemos ahora de abordar una cuestión delicada: ¿Por qué parece
deseable o necesario e lim in a r la contraobservación? Com o quiera
que sea, damos por supuesto que la rata ve nuestro aparato; lo
aceptamos porque la rata no sabe lo que es el aparato, aunque
sabe lo que son los humanos. (En algunos observadores es cierta
la inversa.) Aceptamos todo esto y no nos molesta, porque sabe­
mos las propiedades de esos a rtific io s y su va lo r de estím ulo. Esta
apreciación nos lleva a la conclusión in e vita b le de que tratam os
de e vitar la contraobservación porque no nos conocemos a nos­
otros n i nuestro va lo r de estím ulo. . . y no deseamos conocerlo. En
lugar de aprender a observarnos y entendernos, tratam os de im pe­
d ir que nos observen y entiendan nuestros sujetos. Pero un psi­
cólogo clín ico guapo debe saber que las mujeres a quienes somete
a la prueba de Rorschach darán más respuestas sexuales que si él
fuera viejo y calvo (caso 402), del m ism o m odo que uno feo debe
saber que sus d ie ntas en la prueba darán menos respuestas sexua­
les que si él fue^a joven y guapo. L o m ism o sucede en todas las
fl* <• I I I AHI'N IN T U I OBSCKV'ADOR \ S U JE T O 53

mU situaciones observacionales, desde los experim entos con ami-


liiiilii la terapia psicoanalítica y la “ observación p a rtic ip a n te ”
'•tipológica. Además, el observador no sólo tiene que entender
p n ijii» va lo r de estím ulo específico, sino que tam bién debe ser
i--»/ de o bra r en consecuencia en la situación observacional, ex-
i HmuimiiI, de entrevista o terapéutica. Es esto algo que incluso
* p iii naualistas de categoría a veces olvidan.
• 'in i l h U na m uchacha escogió (inconscientemente) como p ri-
* iiitiilisía a un hom bre que tenía un defecto físico marcado,
•■u’iaiHc* al de su padre, pero como su análisis no avanzaba, cam-
***** di* analista. En el curso de su segundo análisis se hizo doloro-
*«**•*» n ir evidente que afrenas empezado su p rim e r análisis había
Htiptdu ¡i tin insight, cuando menos preconsciente, del hecho de
M'«» había escogido a su p rim e r analista a causa de su defecto
lliH u , el no haber m ejorado se debía a que su analista no había
"•«Milu in te rp re ta rle aquel in sig h t latente. Es d ifíc il esquivar la
m in lusión de que el p rim e r analista no presentó aquella in te rp re ­
to Iñu o p o rtu n a porque se im aginaba que su defecto real no afec-
* n la trasferencia. C orrobora esta inferencia el hecho de que
*1 p iim e r analista seguía reite ra nd o que “ la realidad no es anali-
♦hIiIc , y p or eso se negaba a ayudar a su analizanda a entender el
d n tillh m ln y las posibles consecuencias del com portam iento extre-
♦Hrtdiiinente destructivo de su novio e insistía en que lo im p o rta n te
**lrtlt sol.miente las reacciones de la analizanda al com portam iento
til' nu n o v io . .. y esto a pesar del hecho de que una exacerba-
llñ li del com p orta m ie nto de su novio pudo haber puesto seria-
MM'iiie en peligro la salud de la analizanda. Pero esta situación sa-
♦M im in plenam ente los criterios de intervenciones “ didácticas”
b'glllinas que he esbozado en otra parte (Devereux, 1956a).
I li realidad, la concienc ia de nuestro p ro p io valor de estím ulo
* «idHilar o corriente suele p-eiinitirnos apreciar debidam ente las
• m i i iones de trasferencia de nuestros analizandos.
(Vito !■}: Hace algunos años padecí una grave enfermedad v ira l
que estuvo varios meses sin diagnosticar. En consecuencia yo está­
bil ñute denlo, envejecido y fatigado, hecho que n in g u n o de mis
pMi Iriiie s podía dejar de notar. Innecesario es decir que cada uno
'le mis analizandos reaccionó a esta observación realista de un
iMndo congruente con el estado de su trasferencia. Y así, cuando
lililí!» de ellos decía: “ ¡Vaya! Usted no es más que un anciano en­
m ie nd o , triste y enferm o” , lo que requería interpretación no era
t'Nlil descripción realista de m i aspecto, sino el tono de triu n fo y
lu ironía desdeñosa con que lo decía. Así mismo, lo que requería in ­
ter prefación no era la apreciación igualm ente realista de m i estado.
54 HATO S S A N S IA D A »

p or un m édico a q uien estaba analizando, sino sus amables pero


inapropiados intentos de p re scrib ir un tra ta m ie n to a su analista.
En resumidas cuentas, no basta que el observador tenga concien­
cia de su p ro p io va lo r de estím ulo específico y lo tome en cuenta
al apreciar los datos que procura su observación (caso 1?). T iene
que ser capaz de o b ra r librem ente sobre su comprensión de su va­
lo r específico de estím ulo en la misma situación observacional,
e xperim ental, de entrevista o terapéutica.
En fu n ció n de la teoría de tipos, esta d is tin c ió n es tan fundam en­
ta l y clara como la d istin ció n entre el físico y el objeto que estu­
dia, y por eso perm ite una buena experim entación. Además, la
d is tin c ió n y la diferencia entre observador y observado es del m is­
mo tip o y m a g n itu d en ambos casos. C iertam ente, desde el pun to
de vista de la teoría de tipos, la diferencia entre una entidad no
capaz de decir " y esto percibo” (objeto) y una e ntid ad capaz de
d ecirlo (físico) es exactamente la misma que entre el sujeto (ani­
m al o hum ano) capaz de decir (o al que se perm ite decir p e rti­
nentem ente) “ y esto percibo” y el observador capaz de decir (o
al que se p erm ite decir pertinentem ente) ‘‘y yo percibo que percibo
y que m i sujeto tam bién percibe” .
U n sim ple examen puede ayudarnos a aclarar la cuestión. C on­
sideremos la serie de conceptos “ pastor” -“ p e rro ” -“ vertebrado” . En
esta serie, la distancia entre “ pastor” y “ p e rro ” es la misma que la
distancia entre “ perro” y “ vertebrado” . Pero esto no quiere decir
que la “ distancia” entre las abstracciones superiores y las in fe rio ­
res sea constante. Depende de las abstracciones tratadas como “ con­
tiguas” . En la serie m encionada, puedo red ucir la distancia entre
“ pastor” y “ vertebrado” o m itie n d o la palabra “ p e rro ” . Puedo au­
m entar la distancia entre “ p erro ” y “ vertebrado” poniéndoles en­
m edio la abstracción “ m am ífero” . Si lo hago, las dos palabras cesan
de ser contiguas, y la distancia entre ellas aumenta. En sentido
semejante podemos aum entar o d is m in u ir la “ distancia” entre ob­
servador y observado sin pasar por alto nin gu na de las im portantes
características del segundo.
E l acuerdo o especificación de que el sujeto sólo puede hacer
enunciados (“ y esto percib o ” ) m ientras que al observador se le
perm ite hacer además (pertinentem ente) enunciados acerca de
enunciados (“ y además yo percibo que ta nto yo como el sujeto
percibim os” ) es lógicam ente tan a rtific io s o como la reacción de la
ingenua negativa del psicólogo a conceder conocim iento a su suje­
to experim ental. Pero si uno pasa —como puede hacerlo legítim a­
m ente— de la lógica pura a la aplicada, la diferencia entre las
consecuencias de estos dos a rtific io s es patente.
i l m i t I I I A I ll S E N T R E O BSERVAD O R V S U JE T O 55

I i.i d istin ció n va m ucho más a llá de com prender que una cosa
ii'K .ii o a m p u ta r uno de los aspectos clave de la realidad y otra
mu iIK iin ia aislar una variable. L o que se excluye —sea negando
• . HÍHlnicia o por sim ple convención— de la pura psicología de
I hir'sla es un elemento clave de la rea lid ad , que diferencia deci-
uueiiU* al organism o de lo inorgánico: la capacidad de concien-
• •• «oí meamiento que no requiere d e fin ic ió n de n in g u n a manera
‘ i • ie contexto. El enfoque aquí propuesto com prende el conoci-
M. huí (“ y esto percibo” ) d e n tro de su esfera de acción. Incluso la
>1* u litad potencial que el sujeto tiene de perfeccionar más su con-
»|iii> ci como su fa culta d de hacer enunciados acerca de enuncia­
do n o se niega de plano sino que sencillam ente se ignora, por
H i m f i i c ión. Además, el enfoque propuesto nos perm ite planear in-

i I i i m i experim entos en que a los sujetos puede perm itírseles hacer

pi'M lnenlem ente enunciados acerca de enunciados; sencillam ente


IHiiqiicel observador tam bién puede hacer pertinentem ente lo que
p u n ir interpretarse como “ un enunciado sobre enunciados acerca
di' enunciados” . . . por ejem plo, creando la teoría de tipos. El en-
h iijiir de la psicología de respuesta pura fija de una vez para siem-
p ir el lím ite de los fenómenos susceptibles de ser estudiados, m ien-
M»ii que el esquema propuesto no pone lím ites de n in g ú n genero
•i la experim entación n i la teoría, n i requiere experim entos cuyo
•<li|etivo sea negar o in h ib ir un fenómeno clave. Perm ite la apari-
• Ión de cu a lq u ie r form a de com portam iento, la actualización de
i lililíp iie r tip o de función, porque la selección de datos, en lun-
• Itiii de los criterios de pertenencia convenidos, se produce después
de ni un ido el fenómeno. Y así, la m u je r (física) obesa pesada en
uini balanza no es descerebrada (figuradam ente) para p riv a rla de
tu capacidad de com prender que está demasiado gorda n i se le
quitan las cuerdas vocales para im p e d ir que lo diga. Es lib re
de hacer lo que quiera, m ientras cjue yo, el experim entador, soy
Igualmente lib re —m ientras la peso— de no tom ar en cuenta más
que la aguja de la balanza. Este m étodo de experim entación está
ile .u uerdo con e l p rin c ip io de Poincaré de que “ m étodo es la
ilia c ión de hechos” . Se trata sim plem ente de ponerse de acuerdo
ai m a de lo que uno considera p e rtin e n te en un contexto dado.
l odo esto deja igual la Sonderstellung del observador, aunque
i sic sea intelectualm ente in fe rio r a su sujeto.8 Además, perm ite
lia ir r experim entos en que el observador (contraobservado él mis­
mo) es un ¡>erro o un m ono y el observado un ser hum ano; algunos

t ’n analista inte lig e n te y norm al puede analizar bien u un genio, asu­


m iendo sencillam ente la "posición de observador” .
56 DATO S V A N S IE D A D

de los mayores experim entos de etología son precisamente de este


tip o.
La p rin c ip a l ventaja del esquema propuesto es la reintro du cción
del observador, tal y como es realm ente, en la situación experim en­
ta l; no como fuente de lam entable p erturb ación sino como fuente
im p o rta n te y aun indispensable de datos com plem entarios y per­
tinentes para la ciencia del com portam iento. Esto perm ite aprove­
char los efectos sui generis de la observación tanto en el observa­
d o r como en el observado, que aquí consideramos datos clave (ca­
p ítu lo x x i).
E l enfoque propuesto efectúa la h ipervaloración del sentido co­
m ú n del observador que con diversos a rtific io s trata de lograr —sin
conseguirlo— por una subvaloración absurda del observado. Lo
que requiere la buena ciencia del co m portam iento no es una rata
(real o ficticiam en te ) descerebrada, sino un c ie n tífic o (del com­
p orta m ie n to ) recerebrado. T ra ta n d o de crear modos de experim en­
ta r y teorizar exentos de cognición, el c ie n tífic o del com porta­
m ie n to se in h ib e a sí m ism o más aún que a su rata, y sim p lifica
su p ro pia m ente más aún que la de la rata: pone ing en io acrobá­
tic o en lu g a r de pensamiento o rig in a l, inventa más ajedreces com­
plicados en lu g a r de mejores estrategias científicas y embalsama
las semillas en lu g a r de plantarlas.
E l c ie n tífico verdadero no es un glorioso “ id io t savant” # cam­
peón de ajedrez, sino un creador. T a l vez no pueda compararse
con una veloz calculadora; en realidad, como H e n ri Poincaré,
“ p rín cipe de las m atemáticas” , es posible que n i siquiera sea capaz
de sumar debidam ente. L o que puede hacer es crear un nuevo
m un do de ciencia. M ediante u n e ntretenido truco de salón podrá
resolver aritm éticam ente en 50 páginas un problem a que el álge­
bra o el cálculo pueden resolver en tres líneas, pero no está “ ha­
ciendo ciencia” . E l n iñ o que en su bicicleta exclama: “ ¡M ira mam á;
sin manos!” , no da una consigna apropiada para la exploración
inte rp la n e ta ria . Si fuera de o tro modo, los mayores compositores
del m un do h ub ie ran sido expertos en co ntrapunto, como Albrechts-
berger, Jadassohn y S orabji. . . no M ozart, Beethoven y afines; y la
gran poesía la escribirían los filólogos y no Píndaro, Keats n i B au­
delaire.
Vista cu lturalh istórica m en te , buena parte de la ciencia del com ­
p ortam ien to contemporánea —sobre todo en Estados U nidos y R u ­
sia— se asemeja peligrosamente a un estéril escolasticismo. En la
esfera de la ciencia es paralelo de la im personalidad esquizoide y

Id io ta sabio (en francés en el o rig in a l), [r .t .]


■ H 'H O C ID A D K S IN T U I'. OBSKUN Al»OU S SL J t . I O 57
l,i h a b ilid a d técnica de ciertos im itadores siglo x x del barroco re­
tí igerado “ co n tra p u n to estilo m áq uin a de coser” ,0 o sea de Stra­
vinsky y sus iguales (Devereux, 1961c). Este modo de enfocar las
• u ncías y el arte creador es señal de putrefacción c u ltu ra l y so-
<i.il. .. que todavía podemos detener, si queremos hacer el esfuerzo.
I.o que más se necesita es la re in tro d u cció n de la V ida en las
• inicias de la vida, y la reinstalación del observador en la situa-
. lóti observacional, m ediante la adhesión constante a la advertencia
de un gran m atem ático: ‘‘ ¡Busca la sim p licid ad , pero desconfía de
«lia i” Puede “ s im p lific a r” un e xperim ento el descerebrar a una
i.ila o paralizarla —¡ambas cosas se han hecho!— pero los intentos
que hace el pobre a nim a l para sa lir arrastrándose del la b e rin to
(un sus extrem idades claudicantes arroja rá n una luz escasa sobre el
in m p o rta m ie n to n o rm a l de la rata. . . y una demasiado cruel sobre
«•I de algunos psicólogos (coso 372).
El aislam iento de los fenómenos es una estrategia fu nd am e nta l
i n (a ciencia, m ientras que el a m p u ta r a la realidad sus caracteres
medulares sólo nos perm ite m eterla en el lecho de procusto de
nuestra im potencia escolástica. U n buen e jem plo de esto es el gé­
nero de experim ento psicológico “ co n tro la d o ” , que “ c o n tro la ” el
i (emento psicológico gen uino (causa de ansiedad).
Pero si tomamos p or paradigm a el estudio del hom bre p o r el
hundiré tenemos que aceptar y aprovechar el hecho significante
de que, en una diada observacional, las dos personas pueden decir
“ y esto percibo” . Bien podríam os p e rm itirle s que lo hagan p e rti­
nentemente.
C ualqu ie ra que sea el convenio que garantice que "A es el ob-
u iv a d o r" y “ fí es el observado” , ambos hacen de observadores; su
•iia tam ien to a esc convenio im p lic a tam bién conocim iento m u tu o
> autoobservación. El hecho de que cada uno de los dos sea así “ el
observador” para sí m ism o y el “ observado” para el o tro subyace
n todas las (supuestas) perturbaciones debidas al hecho de haberse
in d iza d o un experim ento. El conocim iento, hasta ahora tratad o
m in o “ p e rju d ic ia l” —o como “ l u id o ” en teoría de la in fo rm a c ió n —
r* un dato clave para las ciencias de la vida, cpie reintro du ce la
m m in ic ia incluso en los experim entos destinados a e lim in a rla . En
i iiila e xperim ento hay dos eventos discretos ( “ einsteinianos” ) “ en el
observador” : uno en el observador y o tro en el observado. Estos
pi oblemas de conocim iento no pueden presentarse en el estudio
de lo ina nim ad o y esto a pesar del “ p rin c ip io de ind e te rm in a ció n ”

“ l'.sta expresión es de Constant L a m b e rt (1948)


;>8 DATOS V A N S IE D A D

;i exam inar en otra parte. Esta diferencia subyace a todo lo que es


sai generis en los fenómenos de la ciencia del com portam iento.
La conclusión más sim ple a sacar de todo esto es que, si nos
empeñamos en h ab la r el lenguaje de las ciencias exactas, lo menos
que podemos hacer es h a b la rlo gram aticalm ente.

APKNDICK

KI. TRAUM A !)1 I.A IM PASIBILIDAD DK I.A M ATER IA

E l hom bre tiene una reacción de pánico ante la no responsiviciad o


im p asib ilid ad de la m ateria. Su necesidad de negar esta no respon-
sividad y de d om in a r su pánico lo induce a in te rp re ta r los casos
tísicos atom ísticam ente y a im putarles “ significados” que no tienen,
así como a ser capaz de experim entarlos como “ respuestas". Si no
hay estímulos interpretables como “ respuestas” , el hom bre tiende
a poner tina respuesta ilusoria en lugar de la esperada (indebida­
mente), que no llega.
Es un hecho la necesidad que el organismo tiene de una respues­
ta. El estudio hecho por Davis (1940) de un n iñ o socialmente ais­
lado y el resumen por M antleíbaum (1943) de datos acerca de los
llamados “ niños lobos” , prueban que los niños privados de respues­
ta social por bastante tiem po, son incapaces de desarrollar ciertos
rasgos humanos “ básicos” . Además, si la ausencia de respuesta se
produce en la prim era infancia, el infan te o el m o n ito (H a rlo w ,
1962) m uere de marasmo o queda psicológicamente in ú til para
toda la vida (Spitz, 1945, 1946, 1949; Spitz y W o lf, 1946).
E l p ro to tip o de todo pánico pro du cido p or la falta de respuesta
es la reacción del infante a la ausencia, o falta de responsividad
tem poral, de su madre. Según la evidencia psicoanalítica (Ferenczi,
1950), el infante trata de compensar la respuesta fa lla n te a lu ci­
nando las respuestas satisfactorias maternales que ha experim en­
tado con ante rio rid ad . Las alucinaciones de los adultos privados
experim entalm ente de estímulos (H eron et a i, 1953, Bexton et a i,
1954, L illy , 1956a, b) están funcionalm ente —y acaso tam bién on­
togénicamente— relacionadas con las alucinaciones de los infantes
privados de amor.
T ie n e n e xtra ord in aria significancia ciertas situaciones culturales
y clínicas en que el in d iv id u o privad o de respuesta trata de negar
la no responsividad de la otra persona.
Caso J5: Muchos grupos creen que los antepasados muertos vi-
IM C Il’ ROCIDADF-S ENTRE OBSERVADOR V SUJETO 59

gila n a sus descendientes, cubren sus necesidades, castigan sus culpas.


Caso 16: U n jove n que padecía de fugas epileptoides ocasiona­
les peleó con su esposa y la m ató de un tiro . Después v o lv ió el
at ina contra sí, se rozó el tem poral y perdió el sentido. A l recobrar
el conocim iento —y emergiendo acaso de mía fuga e pilep toid e —
llam ó a su esposa (asesinada) para que lo ayudara, habiendo “ o l­
vidado’’ (negado) visiblem ente que ya no le podía responder.
El infan te —incapaz de d is tin g u ir entre ausencia, deliberada ne­
gación de respuesta y m uerte—10 considera la falta de respuesta
una m anifestación de m alevolencia o enojo. Demuestra que así se
interpreta tam bién la no responsividad de la m ateria aquella fa­
mosa salida de u n em inente cie n tífico acerca de la “ m alevolencia’’
de los objetos. D ijo Lagrange: “ A la naturaleza no le im p o rta n las
d ificu ltad es analíticas” , es decir “ a la naturaleza no le im p o rta n
las dificu ltad es matemáticas que presenta a los estudiosos’’ ; y equ i­
para así ind ifere ncia a m alicia, al menos así lo da a entender.
Caso 17: Los hopis abofetean a los muertos y los acusan de ha­
berse m uerto para m olestar a los supervivientes (Kennard, 1937).
Caso ¡8 : La generosidad es una de las virtudes cardinales del
mohave, que es ind ifere nte a los derechos de propiedad y da o
presta lo suyo casi a quienquiera. Pero en el m om ento en que
muere el mohave, aun el más generoso, creen que de repente se
vuelve tan consciente de la propiedad que todas sus pertenencias
lian de ser quemadas, para que no vuelva a reclamarlas, Como el
d ifu n to no puede responder y como sus posesiones materiales, que
solía u tiliz a r en vida para ciertas respuestas sociales im portantes,
si* destruyen, el in ic io de la no responsividad del m uerto coincide
i lat amente con el m om ento en que empiezan a im putársele una
poscsividacl vin d ica tiva y aun intentos hom icidas (Devereux, 1961a).
l)e ahí que en aquella cordial trib u sea desconocido el concepto de
un espectro benévolo y desinteresado. T a m b ié n observamos que
nim bos héroes griegos se volvían inm ediatam ente peligrosos al
m o rir (H a rrison , 1922).
Caso 19: U n día en que estuve excepcionalmente callado du-
im iie una hora analítica, m i analizanda, una joven casada, fanta­
seó epic m i silencio era sólo ia calma que precede a la tempestad.
Veía que yo iba a ponerme en pie, tir a r m i lib re ta de notas al sue­
lo. pisotearla y g rita rle reprim endas a ella. H abía interpretad o m i
silencio como h ostilida d porque su madre había solido castigarla
io n largos silencios, negándose a darle n i siquiera respuestas sim­
bólicas (Devereux, 1953a).
Zuckerman (1932) ha trata d o de la visible incapacidad de los mandriles,
para reconocer la m uerte.
<>0 DATOS V ANSI I DM )

Los analizandos en un estado tie trasferencia fuertem ente nega­


tiva pueden incluso fantasear que su analista no responsivo está
m ue rto y sentirse en extrem o culpables, porque se im aginan que
sus deseos de m uerte no expresados le m ataron.
Caso 20: U n joven fóbico y obsesivo pensó una ve/ que yo había
m u e rto en m i sofá a na lítico porque no me oyó respirar n i m o­
verme durante diez o q u in te m inutos. Reaccionó a este “ descubri­
m ie n to ” con un pánico intenso, puesto que m i “ m ue rte" demos­
traba el poder m ágicam ente destructor de sus pensamientos hostiles
y sus deseos de m uerte. Este paciente m encionaba con considera­
ble am argura que su padre solía llevarle al parque y escondérsele,
hasta que creyéndose abandonado ch illab a él lite ra lm e n te de pá­
nico. En parte a consecuencia de este traum a repetido, el paciente
llegó a tener en su adolescencia la convicción de que cosas terribles
( — destrucción o m uerte) podían sucederles a sus padres siempre
que él estaba lejos de ellos (Devereux, 1956d).
H ay muchas pruebas indirectas —de un género que suele ser más
convincente que las pruebas directas— de que la no responsividad
y aun la responsividad d ism in u id a se in te rp re ta n neuróticam ente
como regresión a u n estado ina nim ad o (— inorgánico) o bien como
una m aniobra de poder in tim id a n te . Y así, la no responsibilidad
parcial de una persona supuestamente anorm al se rid ic u liz a con
térm inos que im p lícita m e n te le im p u ta n la ino rg a nicida d: “ zoque­
te” o “ ta ru go ” o “ pedazo de alcornoque” ; en cambio, la fría in d i­
ferencia de una persona norm al es una de las señales con que se
reconoce a los socialmente destacados entre los anglosajones, los
chinos y los ind ios de los llanos. M ie ntra s que el prestigio de la
im p a sib ilid a d inculcada es a todas luces p roducto de ciertas c u l­
turas,11 revela una tendencia inconsciente a e qu ip ara r la im p a s ib ili­
dad (no responsividad) al poder y aun a la agresividad (caso ISO).
I)e ahí que la im p a s ib ilid a d cínicam ente deliberada sea a veces
un m edio de in tim id a c ió n (raso 181) y una rabia fría suele ser más
espantosa que una h irvien te , tal vez porque una ¡)ersona a rdiente­
m ente enojada “ telegrafía su golpes” , m ientras que el hom bre Iría-
mente enojado no lo hace. Esto hace a este ú ltim o especialmente
peligroso, ya que su com portam iento controlado no indica la am ­
p litu d probable n i la naturaleza de su agresión.
La angustia del hom bre en presencia de la m ateria física insen-

11 Para una dem ostración de] prestigio de “ lo a rd ie n te '' en la sociedad fra n ­


cesa, véase en las M e m o ria s de Saint Simon el relato de cómo los ’'ardientes”
discursos y m iradas del a u to r acabaron p o r persuadir a S.A.R. el du q ue de
O rleans de que renuncíala a u n am orío oprobioso.
I lM lir K O r . lD A D k S KNTRK O BSERVAD O R \ S U JE T O til
sible se re fle ja en el dicho de W h itehead (lógicam ente in d e fe n d i­
ble): “ La naturaleza está cerrada a la m ente’', que es sólo un eco
ta rd ío del pánico del in fa n te abandonado, cuyos gritos no provocan
i rspuesta de lo ina n im a d o que lo rodea. La tendencia del in fa n te
,i compensar esas respuestas ausentes por m edio de respuestas alu-
^ i nadas puede, a su vez, ser el origen de la tendencia p rim itiv a a
n m side rar la m ateria anim ísticam ente y a “ detectar” en los fe­
nómenos m ateriales una responsividad trascendental inexistente
( Devereux, 1967a).
C A P ÍT U L O IV

IM P L IC A C IO N E S P S IC O L Ó G IC A S D E L A
R E C IP R O C ID A D E N T R E O B S E R V A D O R Y S U JE T O

U n a de las consecuencias no buscadas de la existencia y persona­


lid a d del c ie n tífico es que la casi m o v ilid a d del lím ite entre obser­
vador y sujeto es paralela a una m o v ilid a d semejante de los “ lím i­
tes del in d iv id u o ’’ y que su ubicación es cuestión de conveniencia
o convenio (cap ítu lo x xn ). Con frecuencia se siente que los lím ites
del in d iv id u o van más allá de la piel, o se da a entender c u ltu ra l­
mente esa prolongación de los lím ites de uno mismo.
Caso 21 : Los sujetos hipnotizados por T e ite lb a u m (1941) reci­
bían instrucciones para desarrollar agnosia en relación tan sólo
con las partes del cuerpo. P iobando su obediencia, descubrió que
a pesar de lo concreto de la orden, en los sujetos aparecía “ espon­
táneam ente’’ tam bién la agnosia en relación con las prendas que
vestían; del m ism o m odo que no podían decir “ torso” no podían
decir “ cham arra” , porque según parecía sus ropas estaban tam bién
den tro de los lím ites de su yo.
Caso 22: B ird w h ís te ll (s.f.) descubrió que el sujeto A , cuando
se le decía que se acercara al sujeto X (de co n tro l) se detenía siem­
pre a una distancia aproxim ada de 45 cm, m ientras que el sujeto
B solía detenerse a la distancia de unos 80 cm, etc. R epetí estos
experim entos del m ism o m odo y a la inversa. En este ú ltim o caso
pedí al sujeto de c o n tro l X que se acercara sucesivamente a los
sujetos, A, B, etc. y d ije a éstos que levantaran un dedo cuando
X se acercara “ demasiado” para que se pudieran sentir a gusto. Se
descubrió entonces que un sujeto dado solía levantar el dedo cuan­
do el sujeto de co n tro l, X , llegaba a la misma distancia a que el
sujeto mismo se había detenido cuando se le había pedido que se
acercara a X . Además, un sujeto, una joven m uy solitaria, cuando
se le acercaba X no se contentaba con alzar el dedo como se le
había m andado, sino que frenéticam ente alzaba las dos manos, con
las palmas hacia fuera y los decios abiertos, en ademán de “ dete­
ner” , y decía cpie la reducción de la distancia que m ediaba entre
ella y X , pasado cierto p u n to (unos 75 cm), la angustiaba. T o d o
acercamiento a menos de 75 cm lo experim entaba to m o una “ in-
[62]
'II’I.ic
;m.ioní-
;
$di. i ,
\ k
kcip
koc
ida
d 63
Misión” ile los lím ites ele su persona, independientem ente de que
lucra ella la que se acercaba a X o X a ella. A ñ a d ió incluso
que m ientras el lím ite del sujeto de co n tro l X era su p ie l o su ropa,
pala ella, sus propios lím ites estaban situados a unos 75 cm de
m is vestidos.
Una verificació n c u ltu ra l típica de este lím ite extracutáneo de
I i persona es la práctica de los niños desafiantes que trazan un
* iu u lo en to rn o suyo y anuncian pelea a q u ien qu iera lo atraviese.
I I sem illo de propiedad personal puede tener raíces semejantes. H ay
•demás variaciones culturales señaladas en lo tocante a la distancia
debida” y su co ro la rio , la distancia m áxim a todavía efectiva in-
iiTarcionaím ente. Así observé en otra parte (Devereux, 1949tl) que
un in d io mohave suele seguir hablando después (pie su in te rlo c u ­
tor se ha despedido e ido. Algunos mohave siguen hablando, sin
elevar la voz, aunque la distancia entre ellos y la persona que se
mi haya aum entado hasta 4.25 m —y en un caso hasta más de (i.
H all ha estudiado este problem a ú ltim a m e n te con algún detalle
( I9(i3).
Los equivalentes infrahum anos de este fenóm eno parecen ser lo
que llam an los etólogos te rrito rio s de las aves. En varias especies
de aves, cada in d iv id u o considera suya una zona determ inada y ex­
pulsa de ella a c u a lq u ie r o tra ave que trata de ocuparla. El perro
también tiene un sentido m uy p ro nu ncia do de los lím ites del te-
im io de su amo y expulsará de a llí intré pid am en te a cu alqu ier
p en o extraño, aunque sea m ayor que él.
I .a tendencia que tienen los animales a sacar fuerzas, como A n ­
tro, del hecho de estar en su p ro p ia tie rra, es aprovechada siste­
m áticamente p o r varios grupos indonesios.
(.’ mao 23: C uando los indonesios no consiguen dar con dos b ú fa ­
los machos de pelea de fuerza aproxim adam ente ig u a l disponen
id encuentro en el te rrito rio ‘‘perteneciente” al menos fuerte de
los <los, para compensar la diferencia (C liffo rd , 1927, Katz, 1930).
I'slo parece alentar al menos fuerte y desalentar al otro.
La cu ltu ra aprovecha e instru m e nta la capacidad que el hom bre
llc n r de in c lu ir d entro de los lím ites de su persona algo e x te rio r
a sí mismo. Las lealtades de grupo, el sentim iento de que las fron-
n ias de la p a tria deben ser invio la ble s y cosas semejantes son
( |cmplos de la aplicación c u ltu ra l de este rasgo. O tro fenómeno
que aquí cabe es la creencia en el alm a externa, o en una relación
Im ida m e ntal entre uno y los objetos exteriores, o los lugares dis­
tant es, como aquel donde uno nació, donde enterraron su cordón
u m b ilica l, etcétera.
C.n\o 24: Los mois sedang creen en un alm a externa y en una
64 BATO S Y A N S IE D A D

relación fu nd am e nta l entre t i hom bre y sus propiedades. E l alm a


hogareña de un hom bre —que es la esencia de su condición hu ­
mana (Devereux, 1937c)— n i siquiera reside en su cuerpo; mora
en las piedras del hogar de su fa m ilia , aun cuantío él esté de viaje.
En cuanto al mana o alm a propiedad de u n hom bre, no sólo
incluye su p ro pia suerte o poder personal sino tam bién el alma de
todo o bjeto im p o rta n te que le pertenece. Y así, en cuanto me adop­
tó M b ra :o , el v ie jo jefe re tira d o de T ea H a, m i alm a hogareña
pasó a re sid ir en el hogar de M bra:o, aunque yo viviera en m i
propia choza (caso 420). En cuanto a m i alm a mana, se entendía
que com prendía las almas de m i rifle , m i revólver, m i caballo, m i
fonógrafo y m is otras pertenencias im portantes. Esta evaluación
de las posesiones se efectúa a todas luces p o r la sensación puram en­
te subjetiva de que los lím ites de uno se extienden más allá de su
p ropia piel. En los estados de éxtasis esto conduce a un sentim iento
de u n ió n mística con el U niverso, que los psicoanalistas llam an
“ sentim iento oceánico” .
A lgunos neuróticos o psicóticos sienten como externos ciertos ó r­
ganos y ciertas funciones psicológicas que, según todo c rite rio de
sentido com ún, están d entro de los lím ites de su yo.
Caso 25: U na analizanda joven me com unicó que d uran te la p u ­
bertad se llen ó de pánico al descubrir que no sólo carecía de pene
sino que ni siquiera era “ capaz” de h a lla r su vagina. En algunos
casos, la niña descubre su vagina sólo en el m om ento en que em ­
piezan a agitarse sus impulsos edípicos; puede incluso “ redescu­
b r ir la ” a la pubertad.
Caso 26: D urante la pubertad, cuando las sensaciones del pene
se intensifican, algunos muchachos son al p rin c ip io incapaces de
integ ra r el pene con el resto de su yo corporal y su imagen del cuer­
po. U n adolescente esquizoide experim entaba sus erecciones como
tan ajenas al yo que deseaba poder amputarse ese órgano, para
que sus erecciones espontáneas dejaran de m olestarlo. Es s ig n ifi­
cante que después se casó con la joven m encionada en el caso an­
terior.
Se dan formas extremas do perturb ación en algunas mujeres es­
quizoides, que a veces pueden sentir un tip o de orgasmo fisiológico
im personal, aunque no un orgasmo psicológico concom itante, y
en cuya imagen del cuerpo no entra la vagina.
Caso 27: Si se le dice a una ele esas mujeres que “ piense in te n ­
samente” en su pulgar, su h om bro o su pie, etc., ese “ pensar” le
perm ite se ntir el órgano en cuestión. Pero si se le pide cpie piense
en su vagina, suele com unicar que no siente absolutamente natía.
A veces una de estas mujeres ni siquiera tiene conocim iento de lo
IM P L IC A C IO N E S DE L A R E C IP R O C ID A D 65
«Iuc ocurre d e n tro de su vagina; puede incluso empezar a mens-
m ia r sin darse cuenta de ello. A u n cuando esté excitada sexual-
inetite, puede seguir del todo ignorante del estado de su vagina y
aun ser incapaz de decir si está húmeda o seca si no la toca. Esta
incapacidad no parece ser consecuencia del hecho —a m enudo de­
masiado destacado— de que los órganos sexuales de la m u je r no son
visibles para e lla sin ayuda de un espejo, puesto que ciertos h om ­
bres esquizoides tampoco suelen sentir su pene n i saber si está erecto
o no sin tocarlo.
Caso 28: Siempre que un analizando esquizoide ya m uy adelan­
tado en su restablecim iento, se preparaba a cohabitar con una pa­
reja casual, tenía que tocarse p rim e ro para estar seguro de que
u nía una erección. E n cambio, cuando se preparaba a hacerlo con
una m uchacha de q u ie n estaba enamorado, siempre sabía si estaba
o no tumescente.
Los genitales suelen ser expulsados del yo corporal precisamen­
te por ser “ órganos sociales” , que perm iten la form ación de rela­
ciones intensas y es precisamente ese tip o de relación el que más
temen los ezquizoides. En el caso de las m ujeres esquizoides, su
loncien cia de sensaciones vaginales espontáneas puede probable­
mente correlacionarse tam bién con el temor a la penetración estu­
diado por Bonaparte (1953) y m e jo r aún con la d iv is ió n en dos
tipos femeninos por H . Deutsh (1944-1945). La m u je r que ve en
su vagina la entrada a su p ro p io yo in te rn o tiende a rendirse por
(om ple to en cuanto ha sido penetrada. Para el o tro tip o fem enino,
la entrada está en el lím ite de su p ro p io yo extrem adam ente reti-
lado. Com o la penetración no significa nada para ella, a veces es
irnpersonalm ente prom iscua; incluso es posible que no se sienta
viva y real sino cuando está efectuando realm ente el coito. Estos
hechos in d ica n que es la novedad de las sensaciones genitales la
que hace a los adolescentes esquizoides e xpe rim en tar sus genitales
.i 1 m ism o tie m p o como ajenos y externos a sí mismos (casos 25 y 26).
H om ero ya conoció la experiencia de las alucinaciones, los pen­
samientos obsesivos y los im pulsos intensos que irru m p e n en la
esleía consciente como ajenos al yo (I)odds, 1951), y demuestra
que incluso los productos de nuestra p ro p ia psiquis pueden sen­
tirse como si se hub ie ran form ado fuera del yo.
Caso 29: E urípides tam bién parece haber tenido conocim iento
«le este hecho. A l aum entar la excitación y la congoja de su Medea,
se pone a h ab la r de sus im pulsos como si se tratara de entidades
personalizadas, exteriores a ella, aunque a nteriorm ente había dicho
que eran de origen inte rn o . R iv ie r (I96 0) toma nota de este he­
d ió , pero por desgracia no com prende su base clínica y por eso lo
66 DATO S Y A N S IE D A D

interpreta como una prueba de las "supuestas” oscilaciones de E u­


rípides entre una teoría endógena y o tra exógena de los impulsos
humanos. En realidad, claro está, Eurípides, u n e x tra o rd in a rio ob­
servador clín ico (Bezdechi, 1932, B la iklo ck, 1952, Devereux, 19671
y Dodds, 1925), sencillam ente observaba que en trastornos graves
de la personalidad, así como en tiem po de intenso stress em ocio­
nal, la "cu rva de Jo rd an ” de los lím ites de la persona se rom pe por
proyección (capítulos x x n , x xiv).
O tro fenómeno interesante es que para las personas ciegas de
nacim iento que posteriorm ente adquieren la vista m ediante una
operación, las sensaciones visuales constituyen durante cierto tie m ­
po una fuente de marcada incom odidad. N o sólo son al p rin c ip io
incapaces de emplear constructivam ente la visión recién a dq uirid a,
sino que a veces se ven realm ente im pedidas en sus intentos de
orientarse p o r m edio de las nuevas sensaciones, que son incapaces
de m anejar y aprovechar eficazmente. U n fenómeno algo semejan­
te fue la angustia de Caspar Hauser la prim era vez que salió a la
luz d iu rn a (Feuerbach, 1833).
Puesto que los órganos corporales, las funciones psíquicas y la
experiencia n orm a l de los sentidos parecen a veces quedar den tro
y a veces fuera de los lím ites de la persona, es evidente que los
lím ites entre observador y sujeto tenderán a ser aún menos d e fi­
nidos. De ahí que, según los arreglos experim entales u observado-
nales que uno haga, el aparato experim ental o el m ate ria l de test
puede estar dentro del lím ite del observador o bien del s u je to . ..
o al menos dentro del lím ite que la posición teórica del observa­
d or decide asignar al sujeto. Por ejem plo, el que el la b e rin to d on ­
de se hace correr a la rata “ sea” una prolongación del psicólogo
o de la rata depende de la índole del experim ento y /o de la in te r­
pretación de sus resultados (capítulo x x u ).
Y por fin , y esto no es lo menos im p orta nte, los lím ites entre
el observador (experim entalista) y el sujeto se determ inan b ila te ­
ralm ente —y con frecuencia discordan temen te. Esto se apuntaba
ya en el caso 23, donde los lím ites prolongados de los in d iv id u o s
los determ inaban los dos búfalos de pelea.
En la ciencia física puede ser cosa de convenio (capítulo x x u )
precisamente el lugar donde uno hace pasar el deslinde entre el ob­
servador y el o bjeto observado. L o mismo sucede en las ciencias
del com portam iento. Pero en las ciencias físicas la ubicación de
esta fron te ra se determ ina u nilateralm ente, aun cuando uno tome
en cuenta la relación de indeterm in ació n de Heisenberg en la me­
cánica cuántica no relativista. En las ciencias del com portam iento,
p o r otra parte, la ubicación del lím ite se determ ina de m odo tan
IM P L IC A C IO N E S DE LA R E C IP R O C ID A D 67

b ila tera l que representa el resultado de una verdadera transacción.


C iertam ente, en u n m odo psicotlinám icam ente significante no nos
detenemos en nuestra p ie l sino que podemos, d efin ie nd o la situa­
ción de cierto modo, “ prolongarnos’' p o r el sistema observado apro­
xim adam ente hasta donde nuestro ente nd im ie nto “ o b je tiv o ” de ese
sistema (organism o) puede llegar, tratando nuestro aparato m edia­
dor (experim ental) como parte de nuestro ser (capítulo x x iu ).
En el o tro extrem o del experim ento, el organismo observado o
m an ip u la do puede, de igual manera, “ prolongarse” por el sistema
de observación (observador, experim entador, m anipulador). En el
i aso más simple esto se logra m ediante el “ conocim iento” del com­
p ortam iento h a b itu a l y las actitudes del observador. Este conoci­
m iento puede provocar reacciones sorprendentemente insólitas aun
en los animales.
Caso 30: Q u ienquiera haya id o a un m édico para sacarse cerilla
d d oído —que en el hom bre es m ucho menos hondo que en el
perro— sabe cuánto d o m in io de sí m ism o se necesita para no m o­
verse. De ahí que cuando esta operación ha de hacerse en un perro
muchos veterinarios le a dm in istra n p rim ero dosis masivas de sedan­
tes para im p e d ir que el perro haga algún m ovim ie nto súbito de
huida que podría ser causa de que el instru m e nto le perforara el
tím pano. Pues bien: yo tuve u n b ria rd de m uy buen carácter que
se estuvo completam ente q u ie to durante esa m an ip u la ción , tan
sólo porque yo le había echado los brazos blandam ente en to rn o
¡il cuello, estím ulo m oderador que se había acostumbrado a consi­
derar agradable y tran qu iliza nte. A l día siguiente, m i perro tam ­
bién se m antuvo completam ente quieto, aunque yo me contenté
io n estar en pie cerca de él y hablarle. C uando vo lví al o tro día
para ayudar a una tercera lim p ia , el ve terina rio me d ijo que ya
le había lim p ia d o los oídos al perro, sin sedantes, contención n i
ayuda.
Si uno in te rp re ta este sucedido en fu n ció n de un “ mapa cogni-
tiv o ” (T o lm a n , 1932) y no de psicología de la respuesta podría
decir que el perro en cierto sentido me había interio riza do de
modo que en la prim era m a n ip u la ció n yo, persona, me distinguía
apenas de u n d o m in io in te rn o de sí. C uando el ve te rin a rio llegó
a lim p ia r los oídos del perro en m i ausencia, yo me había quedado
interio riza do a tal p u n to como agente m oderador y tra n q u iliz a d o r
que ya no se necesitaba m i presencia física. Esta interpretación no
excluye la hipótesis subsidiaria de que el perro había aprendido
que aquella m an ip u la ción no le dolería.
Resumiendo, además de las consideraciones lógicas expuestas en
la parte p rin c ip a l de este ca pítulo, la naturaleza recíproca de todo
68 DATOS Y ANSIEDAD

cuanto ocurre en una situación experimental se demuestra tam­


bién por los datos socioculturales, experimentales psicopatológicos
y aun de las situaciones de la vida corriente, que esclarecen la
índole esencialmente transaccional de todo cuanto ocurre entre
el observador y el observado.
Los problemas de lógica planteados en este capítulo se analiza­
rán detenidamente en los capítulos x x ii -xxiv .
CAPÍTULO V

L A C O N T R A T R A S F E R E N C IA
EN L A C IE N C IA D E L C O M P O R T A M IE N T O

D e fin ic ió n de la trasferencia: En un marco de referencia p ura ­


mente cognitivo, una reacción de trasferencia corresponde más o
menos a una trasferencia de saber, ta l y como se entiende en la
teoría del aprendizaje. El analizando, en que se han ido desarrollan­
do reacciones características para con una persona em ocionalmente
significante, tiende —a veces casi en form a de com pulsión a la
repetición— a reaccionar frente al analista como si é l fuese aque­
lla persona, y a veces lo hace deform ando groseramente la realidad.
Caso 31: U na analizanda me vio durante cierto tiem po como un
hombre m uy alto, de m ovim ientos lentos, que fumaba su pipa y
vestía ásperos tweeds. De este cuadro, sólo los txueeds correspon­
dían a la realidad, ya que la imagen que de m í se hacía la anali-
/anda se había configurado de acuerdo con el aspecto de una per­
sona em ocionalm ente significante. En aquel tiem po estaba ella
pcrlaborando [w o rk in g th ro u g h ] su relación con aquella persona y
para e llo necesitaba id e n tifica rm e a m í con él, “ probando en el
o lio ” ta nto sus reacciones pasadas como futuras con él.
Característicamente, la trasferencia —como el superyó— se m ani-
liesta con más clarida d en situaciones de stress, donde las presio­
nes exteriores o bien los conflictos internos agitan un m aterial in-
««insciente m al dig erido (Devereux, 1956a). A u nq u e las reacciones
«le trasferencia tam bién se producen en la vida corriente —p o r ejem­
plo en form a de preferencias o aversiones a prim era vista in e x p li-
«¡ihles— suelen desempeñar u n papel relativam ente m enor y no
deform ar la realidad (para racionalizar o ju s tific a r el com porta­
nt iento de trasferencia objetivam ente im p ro p io pero subjetivam en-
ir necesario) tan radicalm ente como en el com portam iento real
d i' trasferencia durante e l análisis.

D e fin ició n de la contratrasferencia: Es la contratrasferencia la suma


un al de aquellas distorsiones en la percepción que el analista tiene
de su paciente, y la reacción ante él que le hace responder como
si fuera una imagen tem prana y obrar en ia situación analítica
[69]
70 DATO S V A N S IE D A D

en fu n c ió n de sus necesidades inconscientes, deseos y fantasías, p or


lo general infan tile s.

T e rm in o lo g ía : La trasferencia y la contratrasferencia tienen fuen­


tes y estructuras idénticas. Es estrictam ente cosa de convención el
que las reacciones pertinentes del in fo rm a n te o el analizando se
denom inen “ trasferenda” y las del investigador de campo o el ana­
lista “ contratrasferencia” . En el m ism o sentido es puram ente cosa
de convención y accidente histórico el que las reacciones de los pa­
dres frente al h ijo se llam en “ contraedípicas” , aunque ta l vez
fuera psicológicamente más le g ítim o denom inar las reacciones del
h ijo frente a sus padres reacciones de contra-Layo o contra-Yocasta
(Devereux, 1953b, J960d).

C rite rio : A unque los psicoanalistas se enorgullecen con razón de


su capacidad de autoescrutinio, es un hecho h istórico que las reac­
ciones de trasferencia del analizando se descubrieron antes que las
de contratrasferencia del analista, del m ism o m odo que es un
hecho estadístico el de que la lite ra tu ra psicoanalítica contiene
muchas más referencias a la trasferencia que a la contratrasferen­
cia. Además, m ientras los estudios de la trasferencia suelen des­
c r ib ir las reacciones de nuestros pacientes, los trabajos dedicados
a la contratrasferencia suelen ya sea tra ta r de teoría, ya sea exam i­
n ar los errores de contratrasferencia de los candidatos analíticos
inexpertos. Estos hechos ind ican que incluso los psicoanalistas —que
se entiende estudian sus propias emociones— son algo delicados
tratándose de d is c u tir las reacciones contratrasferenciales. O tro ta n ­
to sucede con otros científicos del com portam iento. De ahí que
algunas de mis descripciones de las reacciones contratrasferenciales
de mis colegas no contengan nombres que los puedan id e n tific a r.
En cam bio tra to francam ente de m is propias reacciones contratras­
ferenciales, con la esperanza de que aquellos de m is colegas que
com prenden cómo el reconocer nuestras lim itaciones hum anas no
sólo no es degradarse sino veidaderam ente ú til, p u b liq u e n sus p ro ­
pias observaciones de sí mismos, con el fin de e x p lo ra r más a fo n ­
do este aspecto tan im p o rta n te , e inexcusablemente descuidado, de
la labor científica.

P ropósito: Nos proponemos d is c u tir en la segunda parte de esta


obra las causas de la distorsión en la observación, el registro y
la in te rp re ta ció n de datos relacionados con la configuración de la
personalidad del c ie n tífico y sus m anifestaciones en el terreno de
la práctica, así como en el desarrollo de sus intentos de analizar
I \ i '.( INTRATRASFERENCIA 71
mis propios datos o los de los demás. L a personalidad d e l c ie n tífic o
Im porta para la ciencia porque e xplica la deform ación del m ate ria l
tilrih u ib le a su fa lta de o b je tivid a d , determ inada intrapsíquica-
mente. Es ésta una fuente de e rro r sistemático, precisamente en el
mismo sentido en que las lim itaciones y los defectos inherentes
del aparato del m édico son fuentes de “ e rro r sistem ático” .

Im p o rta n c ia : Hace unas décadas, Sapir (1949) revolucionaba la


, i i m topología poniendo de relieve la im p o rta n cia cien tífica de la hoy

• •'lebrada frase de Dorsey (1884): “ Dos-Cuervos lo niega." Quizá


por p rim era vez en la h isto ria de la antropología no sólo se reco­
nocieron explícita m e nte las divergencias de o p in ió n entre in fo r ­
mantes sino que se sostuvo la im p o rta n cia antropológica de esas
divergencias, que requerían explicaciones teóricas. En este sentido
al menos, la segunda parte de este lib ro es una c o ntin ua ció n de la
¡evolución que causó Sapir en la antropología, puesto que no sólo
i cconoce la existencia de divergencias, p o r ejem plo entre los datos
de Om aha y las interpretaciones de F ortu ne (1932b) y las de Flet-
<lie r y La Flesche (1905-6), sino que además trata de entender las
(ansas de estas divergencias y desentrañar su im p o rta n cia teórica.
En resumen, no sólo me propongo reconocer la existencia y la
im p orta ncia cien tífica de las divergencias entre las comunicaciones
de dos científicos del co m p orta m ie nto sino, además, de correlacio­
narlas con sus dos personalidades respectivas, con las com plejidades
estructurales y funcionales de su p ro pia form ación c u ltu ra l, así
• orno la c u ltu ra estudiada p o r ellos.

Prolegómenos teóricos: In flu y e radicalm ente en la percepción de


una situación la personalidad del que la percibe. E l sujeto expe-
i ¡m ental suele q u ita r o poner a la realidad, y aun m o d ific a rla de
an ie r do con la conte xtu ra de su personalidad y con sus necesida­
des y conflictos —en gran parte inconscientes— (Blake y Ramsey,
1951). Además, hace muchos decenios dem ostró Pótzl (1917) que
los detalles conscientemente inadvertidos de un cuadro presentado
laquiscópicam ente se percibían inconscientem ente y aparecían en
los sueños del sujeto a la noche siguiente. Muchas “ sustracciones”
visibles son, pues, sólo relativas, puesto que el m ate ria l al parecer
no p e rcib ido reaparece in vo lu n ta ria m e n te en o tro contexto. En los
inform es de campo antropológicos se com unica a veces ese mate­
ria l, pero no se u tiliz a en la descripción general de la pauta cu l­
tu ra l. M alino w ski (1932) no u tiliz ó un m ito de gotear agua en la
vagina de la m u je r que iba a ser fecundada en su estudio de la ne-
72 DATO S V A N S IE D A D

gación p o r los isleños de las T ro b ria n d del papel del coito en el


embarazo, aunque él m ism o había consignado ese m ito.
Así, el in fo rm e del antropólogo acerca de una trib u , y su inter-
prefación de la c u ltu ra de esa trib u , es com parable en ciertos as­
pectos a una prueba proyectiva en que la lám ina del T .A . T o del
Rorschach es la cu ltu ra estudiada, y lo que el antropólogo com u­
nica de la trib u , el equivalente de las respuestas testadas d ei sujeto.

D istorsión y angustia: Los estudios de tests proyectivos, de per­


cepción como fu n ció n de la personalidad, de aprendizaje en estado
de ansiedad, así como e l escrutinio de los fenómenos de trasleren-
cia y contratrasferencia ind ican que la distorsión es especialmente
marcada a llí donde el m ate ria l observado m oviliza la ansiedad. E l
cie n tífico que estudia este tip o de m aterial suele tra ta r de pro te ­
gerse de la ansiedad p o r om isión de este m ate ria l, poniéndole sor­
dina, no aprovechándolo, entendiéndolo m al, p o r descripción am­
bigua, exageración o reordenación de ciertas partes del mismo.
T ra sto rn a ría el curso de la argum entación el c ita r aquí datos
que m ostrarían cómo el m ate ria l de la ciencia del com portam ien­
to puede suscitar ansiedad incluso sencillamente al leerlo, o vién ­
d olo en una película, y que esta ansiedad es causa de reacciones
defensivas características, determ inadas por la contextura de la
personalidad del científico. Por eso hemos relegado tales datos para
los capítulos siguientes.
Examinaremos, tanto teóricam ente como en fu n c ió n de su im ­
pacto específico en el antropólogo, la cualidad suscitadora de an­
siedad de los datos antropológicos.

LAS CAUSAS DE ANSIEDAD EN LA LABOR DE LA


CIENC IA DEL COMPORTAMIENTO

1. Cada cu ltu ra maneja de m odo diferente el m ism o m a te ria l psí­


quico. U na lo reprim e, otra lo u tiliz a francam ente y aun puede
exagerarlo en su im plem entación, otra más lo adm ite como a lter­
nativa lícita , para todos o bien sólo para cienos grupos grande­
mente privilegiados o todo lo co n tra rio ,1 etc. El escrutinio de otras

1 Cf. la demostración p o r D o lla rd (1937) de que los blancos sureños favo­


recen el com portam iento in fa n til, ilegal y reprobable en los negros. Compárese
tam bién la falta de interés de la policía p o r los delitos cometidos p o r negros
contra negros. Para fenómenos parecidos en la sociedad espartana véase D e­
vereux, 1965a.
A C O N T R A 'IR A S F E R E N C I a . 78

culturas obliga así con frecuencia al antropólogo a observar y sacar


a la luz m ucho m ate ria l que él m ism o reprim e. Esta experiencia
no sólo es causa de ansiedad sino que al m ism o tiem po se siente
como “ seducción” .2 Basta pensar en este contexto en los problemas
que puede encontrarse el antropólogo, obligado a m antener a sus
padres ancianos con ingresos escasos, cuando tiene que estudiar a
ima trib u donde la piedad f ilia l obliga a uno a m atar a sus padres
ancianos.
2. N uestro “ narcisismo de las pequeñas diferencias” (Freud,
)ÍJ55c) nos induce a in te rp re ta r las creencias y prácticas extrañas
como críticas a las nuestras, y eso nos hace reaccionar negativam en­
te a ellas.
3. T a m b ié n se suscitan ansiedades si el antropólogo simpatiza
to n el m odo de vida de una trib u que se conduce de una form a
vetada p o r nuestra sociedad. Estas ansiedades pueden considerarse
Nentimientos sociales de culpa.
En u n n ive l más subjetivo, tam bién suscita ansiedad el mate­
ria l que:
a] amenaza la v u ln e ra b ilid a d básica de todo ser hum ano (p e li­
gro de m uerte, de perder u n m iem bro, amenazas de castración,
tic .) (casos 35, 39);
b j reanim a angustias idiosincrásicas relacionadas con experien-
t i as pasadas (caso 34);
<] amenaza m in a r defensas o sublimaciones im portantes (casos
U,, 37);
d] exacerba problemas del m om ento, etcétera.

Coso 32: U n estudiante graduado, d urante su p rim era investiga-


t ión de campo se enteró de que, debido a un cam bio en la estruc­
tura jerárq uica del departam ento a consecuencia de la m uerte de
mi profesor, no sería nom brado in s tru c to r a su regreso. Esto le hizo
Investigar con excepcional cuidado los problemas de los huérfanos
y otras personas “ abandonadas” en la trib u que estaba estudiando.
Cuso 33: Probablem ente tiene significado qué el tra b a jo más de-
ttillado sobre niños adoptados, ilegítim os y huérfanos en una $o-
ilr il. u l p rim itiv a lo hiciera un sacerdote católico, el padre M eier
(imW. 1938, 1939).
* Todos los que laboran con los "insanos’’ y aun con ex pxicó ticos conocen
i liiln "seductor’’ es el co m portam iento psicótico. U n hom bre talentoso que se
H'l'ioin p o r com pleto de un episodio psicótico me decía que todavía podía
• (Hender el significado verdadero de los dichos de los psicóticos, pero añadía
i|U*’ no se p e rm itía entenderlos p o r m iedo de volver a caer en ta psicosis. Esto
M 'ix iw iita una defensa c o n tra la s o b re c o in u n ic a c ió n en el plano del iricotis-
• li'lllr .
74 DATO S V A N S IE D A D

4. T a m b ié n despierta ansiedades lo que se experim enta como


“ sobrecom unicación” perturbadora entre el inconsciente del ob­
servador y el del observado. Esta sobrecomunicación puede incluso
sentirse como equivalente a “ seducción” y por eso puede suscitar
resistencia de diversos modos. Por ejem plo, algunos psicoanalistas
incom pletam ente analizados te rm ina n p o r hacerse extravagantem en­
te organicistas. Otros, menos incom pletam ente analizados, se dan a
un psicoanálisis neurologizante, que no debe confundirse con el
interés leg ítim o en los componentes orgánicos de ciertas neurosis.3
O tros más simplem ente ven los procesos dinám icos como si fueran
físicos de un m odo que es algo más que una “ manera de h a b la r”
(Scheflen, 1958).
5. En otros casos, es el carácter segmentario de la com unicación
consciente el que produce ansiedad. Es una observación triv ia l la
de que uno suele sentirse incóm odo al p rin c ip io cuando se pone
a estudiar una trib u hasta entonces no estudiada, de costumbres y
lenguaje desconocidos. Repetidas veces hablaré de las dificu ltad es
que tuve antes de aprender la lengua y las costumbres de los se-
dang. U na defensa característica contra la ansiedad de este tip o
es la de ciertos helenistas que insisten en que la c u ltu ra griega
debe analizarse exclusivam ente en fu nció n de los conceptos griegos
(W ílam ow ítz, 1955, 1959). Este p rin c ip io , bastante sano, no toma
en cuenta el hecho práctico del desacuerdo reinante acerca de lo
que significan en realidad ciertos conceptos (o palabras) griegos.4
La defensa consiste aquí en la sincera creencia de que uno com­
prende más de lo que en realidad comprende,
6. A veces la defensa contra la “ sobrecom unicación” en el n ive l
inconsciente se com bina con una defensa contra la “ subcomunica-
ció n ” (subcom prensión) en el n ive l consciente. U n resultado ca­
racterístico de este dilem a es el apego ansioso a los hechos “ incon­
trove rtibles” y una negativa to ta l a in te rp re ta r los hechos de otra
manera que la más “ obvia ” . . . o sea aquella que u n e ru d ito con­
sidera “ buena” sencillam ente porque él puede to lerar esa in te r­
pretación p a rticu la r, m ientras que considera todas las demás inter- 1

11 Yu m inino lu d id r n que a un in d io “ lobo” a qu ie n había tenido en psico-


fiiiip lH H' I r t i l i i f i i i tina o x ín n ría logi afta (Devereux, líta la ).
1 O l in I u n til m i fill* in n lu exégeil» d r los textos griegos, aun desde el p u n to
de t illa de lit gui m ili lu i y la U n ia x il. Un helenista declarará que entiende
tiltil f in ir Kilf'KK itrleüflH * que o tro u Ü ttiu u á (pie c4 te x to está irre m e d ia ble ­
mente i mi t iiiii| ií t lii' Humo» e |rn q iln i «■ h a llan en la reseña que hace Verdenius
(HHM) de lie» ed il lu t in u l l l t i i i de i «.» tuteantes de E u ríp id es o tam bién en el
iipMIMln k H íii» y lo* in w m irtlJ im de c u a lq u ie r edición e ru d ita de un texto
Hilego, l ’iiiii i le lilí» tilín r | ilo i m iih n v n lid o s del griego véase A dkins (1960).
tA c o n t r a t r a s fe r e n c ia 75
prefaciones (psicológicamente “ intolerables” ) incompetentes y ex­
céntricas.5
Las ansiedades que suscita Ja ciencia del com portam iento pre­
sentan interés cie n tífico porque m oviliza n reacciones de defensa,
c uya configuración y je ra rq u ía determ ina la estructuración de la
personalidad del cien tífico que es, en d e fin itiv a , la que determ ina
el modo en que deform a su m aterial. De ahí que después de demos­
trar, en el ca p ítu lo siguiente, la capacidad que tiene ese m aterial,
de p ro d u c ir ansiedad, me proponga escudriñar las reacciones de de-
Icnsa del cien tífico del com portam iento, que clan cuenta de las
distorsiones en el registro y el aprovecham iento cien tífico de su
m aterial. 1

1 A veces ano rechaza inconscientem ente sus propios in s ig h ts . U na vez, míen


t u s daba una conferencia a una dase, d ije : “ T en ía que forzarme a ver que
los liechos s o n . . . ” La clase ro m p ió a re ír, p orque el diagram a que yo había
ltuzado en el pizarrón m ientras confesaba aquello representaba los hechos
io n io yo deseaba que fueran.
CAPÍTULO

R E A C C IO N E S D E A N S IE D A D A LOS D A T O S
D E L A C IE N C IA D E L C O M P O R T A M IE N T O

L a índole anxiógena de la ciencia del co m portam iento fue reco­


nocida ya p o r el p io ne ro de la investigación antropológica psico-
a nalítica, el d ifu n to Géza R óheim (sin fecha). Según él, “ N o basta
que un antrop ó lo go haya tenido un análisis terapéutico, porque
los problemas científicos con que tra ta chocan a veces tan direc­
tam ente con m a te ria l c o n flic tiv o antiguo, que desde el p u n to de
vista terapéutico ha sido ya adecuadamente resuelto, que se pone
a re p rim irlo de nuevo. Sólo si el a ntrop ó lo go analizado realiza aná­
lisis él m ism o que le tengan en contacto directo con el inconscien­
te de los demás y le obliga a analizar día con día sus reacciones
contratrasferenciales, hay esperanza de que siga analizando.’’ 1
M i p rim era tarea consiste en hacer ver que los datos de la
ciencia del co m portam iento provocan ansiedad en el investigador.
A u n q u e en este ca p ítu lo discutiré sólo las reacciones de ansiedad
de ciertos antropólogos y psicoanalistas, los ejemplos que doy son
paradigm áticos tam bién de las reacciones de ansiedad de los inves­
tigadores en todos los demás campos de la ciencia del com porta­
m iento.

1. ANSIEDADES DEL ANTROPOLOGO

Caso 34: U n a ntrop ó lo go jove n capaz y consciente recibió in stru c­


ciones de recoger en la lite ra tu ra antropológica datos relativos a
una costum bre m uy cruel. Después de una salida m uy pro du ctiva,
sus superiores le pre gu ntaron por qué no había v u e lto a entregar
m ate ria l, y Ies confesó cómo aquellos datos le causaban tal ansie­
dad que le era lite ra lm e n te im posible imponerse la búsqueda de1

1 La relevancia de c.sla observación para el problem a cínicamente d e n o m i­


nado del análisis “ p ro fa n o '' es evidente: el cie n tífico de la conducta no m éd i­
co, analizado y debidam ente preparado, no es un analista “ p ro fa n o ’’ y —de
acuerdo incluso con Freud (1951)1))—- debería p erm itírsele analizar.
[7Í>1
MI A C C IO N IS DE. A N S IE D A D 77

nuevos datos. Sus ansiedades e in h ib icio n e s se debían en parte al


lu ch o de que unos meses antes había recibid o una dolorosa lesión
corporal, de m odo que los datos relativos a la in flic c ió n de d o lo r
de m om ento se le habían hecho insoportables.
Caso 35: U n a ntropólogo film ó tra n qu ilam en te a unos africanos
<|no sangraban una ternera viva y se bebían su sangre líq u id a , pero
se angustió cuando u no de los hombres empezó a com er sangre
coagulada. Com o no tengo in fo rm a ció n personal de este a ntrop ó ­
logo, ign oro qué elementos idiosincrásicos de la estructura de su
personalidad p u d ie ro n hacer que tolerara el ver beber la sangre
liq u id a y le h icie ro n reaccionar en cam bio con disgusto cuando
alguien com ió sangre coagulada, pero puedo p roponer cuando me­
nos algunas explicaciones de esta reacción diferen cial relacionadas
ro n la cu ltu ra :
1. Sabiéndose que en algunas parte de Á frica beben la sangre
extraída al ganado vivo, este investigador de campo estaba inte-
lec tualm ente preparado para presenciar el beber sangre, de m odo
que sus defensas intrapsíquicas contra la trau m atiza ció n p o r ese
espectáculo de “ espécimen” ya estaban listas, preparadas para en­
tra r en funciones y a la mano. En cambio, la m ayoría de las fu en ­
tes sólo hablan de pasada —cuando m ucho— de comer sangre coa­
gulada. De ahí que este investigador, como parece, no estuviera
preparado para ese espectáculo y p or eso se angustiara.2
2. Este antrop ó lo go pertenecía a una cu ltu ra que no considera
"co m id a ” la sangre coagulada. En cam bio supongo que yo. debido
a m i am or p o r los animales, sólo hubiera sentido angustia cuando
estaban sangrando la ternera, pero no me h ubiera m olestado el
que —después de soltar el a n im a l— los hombres se pusieran a co­
mer la sangre coagulada, ya que, como a todos los húngaros, en
la niñez me enseñaron a conter la sangre coagulada y fr ita de los
cerdos recién degollados. Estas diferencias de v u ln e ra b ilid a d deter­
minadas cu ltu ra lm e n te tienen cierta im p orta ncia para entender las
reacciones del investigador de campo a las prácticas que observa.
Caso 36: Los mois sedang practican el sacrificio de perros y puer­
cos dándoles garrotazos tan despreocupadamente que los animales
mueren a pulgadas, p o r d e cirlo así. Esto me hacía s u frir ta n to que
solía ofrecer una recompensa al ejecutor ritu a l si conseguía acabar
con el a nim a l en un m in u to , hazaña perfectam ente posible em­
pleando un garrote lo bastante grande (caso 59). Además, hice fren-

- Más adelante estudiaremos esta hipótesis e xp lica tiva en relación con Ja.
defensa de la “ posición p ro fe sio n a l".
78 DA TO S Y ANSIKUAI»

te a m i angustia escogiendo como uno de mis prim eros temas de


investigación el papel de los perros en la c u ltu ra sedang.8
Los datos antropológicos pueden despertar ansiedad incluso en
los psicoanalistas.
Caso 37: U n psicoanalista ducho en a ntropología y que estaba
recogiendo datos acerca del su icid io en la sociedad p rim itiv a me
d ijo cpie no podía tra b a ja r en este problem a más de tres o cuatro
días seguidos sin tener sueños m ordientes que creaban angustia.
Será o no coincidencia, pero este psicoanalista tenía unos dientes
grandes y prom inentes, que siempre que sonreía se m ostraban har­
to “ amenazadores” .
Si los datos antropológicos ponen al p siq uia tra ansioso, los psi­
q u iá trico s pueden causar ansiedad al antropólogo. E l hecho de que
puedan provocar ansiedad tam bién al p siq uia tra y al psicoanalista
no necesita prueba, ya que se considera cosa n a tu ra l y eso explica
el que todo psicoanalista deba someterse a un análisis didáctico.
Caso 38: H ará unos ve in ticin co años, un a ntrop ó lo go joven y
m u y capaz estaba a p u n to de ir a los trópicos para hacer u n tra ­
bajo de campo. Com o yo le había instado muchas veces a que ob­
tu viera tam bién datos acerca de las enfermedades mentales, y como
é l sabía m uy poco de p siq u ia tría y de psicología anorm al, le in v ité
a visitarm e en el hosp ital de p siq u ia tría donde yo estaba empleado
en aquel tiem po, con el fin de m ostrarle algunos “ casos de lib ro
de te x to ” de manía, depresión, catatonia, etc. Aceptó al p u n to m i
o fre cim ie n to y llegó al h osp ital a los pocos días, exactamente a
tiem po. Le mostré p rim e ro los pacientes tran qu ilos, señalé ciertos
síntomas y señales fáciles de reconocer, como la rigidez catatónica,
la postura fetal, etc. y a co ntin ua ció n me proponía m ostrarle casos
de m anía y de excitación catatónica. Pero apenas llegamos a la
puerta de la sala de los agitados y ruidosos palideció, d io m edia
vuelta y —a pesar de mis seguridades de que nadie le haría n a d a -
decidió irse inm ediatam ente.
Dem uestra la intensidad de su angustia el hecho de que este
incidente puso fin a nuestras amistosas relaciones. Además, años
después p u b licó una excelente m onografía sobre c u ltu ra y perso­
n alid a d , pero en su extensa b ib lio g ra fía no puso n in gu na de mis
publicaciones pertinentes, n i en los reconocim ientos m encionó que
se había interesado en aquel campo porque yo le había insistid o
en que sus talem os se desperdiciarían en el tip o de antropología
que había pensado para su obra de toda la vida. Y finalm ente, y3

3 En el ca p ítu lo siguiente veremos la s u b lim a to ria “ defensa por d fu n c io ­


n a m ie n to c ie n tífic o ” .
i l t i i. ln N l'S DE A N S IE D A D 7‘>

» ,m n o es lo menos im p orta nte, una vez que vo lví a verlo pareció

t'Hiliarazaclo y p ro n to se vo lvió para h a b la r con o tra persona. Estas


HM(( iones sólo pueden interpretarse como h uida ante un traum a
11uc no había p o d id o d o m in a r y acaso tam bién como pruebas de

ni embarazo p o r haber dado muestras de lo que él —pero no yo—


(oiiüideraba “ cobardía’'.

2, ANSIEDADES IJE PSICOANALISTAS

1-1 equivalente de las reacciones de ansiedad de los antropólogos


ti los datos p siquiátricos son las del psicoanalista a los datos a n tro ­
pológicos estresantes. Las siguientes observaciones, que muestran
(pie los datos antropológicos pueden convertirse en causa de inten-
ui ansiedad incluso para los psicoanalistas, son tan singulares y
científicam ente tan significativas que merecen un e scru tinio a
fondo y una cuidadosa interpretación .
El caso 39 consiste en la descripción y el análisis de las reaccio­
nes colectivas de antropólogos y psicoanalistas, y de las reacciones
individuales de psicoanalistas y psiquiatras a los ritos de c irc u n c i­
sión y subincisión de los australianos, film ados por N orm an T in s -
<Lile hará unos 35 años. M is propias observaciones se realizaron en
dos ocasiones distintas:
1] En 1930 y tantos, cuando se m ostró esa película a un gru po
de antropólogos jóvenes, y
2] d urante la guerra de Corea, en que se le m ostró al personal
profesional y sem iprofesional de una in s titu c ió n p s iq u iá trica im ­
portante que visité entonces. A l día siguiente pude obtener de va­
rios analistas y candidatos analíticos varones y de una joven psi­
q u ia tra relatos detallados de sus sueños y /o sus reacciones psicoso-
máticas a aquella película anxiógena.
Por com odidad en la exposición me propongo exam inar p rim ero
las reacciones francas de los dos grupos de espectadores y analizar
después los sueños y otras reacciones subjetivas que provocó esta
película.

A. C om portam iento colectivo m anifiesto

El grupo i se com ponía de unas 12 o 15 personas, d iv id id a s casi


p o r igual entre los sexos y con edades de 21 a 28 años. T e n ía dos
parejas de prom etidos, pero n in g ú n casado. T odos eran antropó-
RO DATO S V A N S IE D A D

logos: universitarios en su ú ltim o año, estudiantes graduados y


uno o dos doctorados recientes; unos cuantos habían ya hecho a l­
gún trab ajo de campo. De ahí que a pesar de diferencias pequeñas
de edad, preparación y experiencia constituyeran un grupo esen­
cialm ente homogéneo. Se les m ostró la película en la salita de
estar de uno de los estudiantes.
A pesar del red ucid o espacio, hubo desde el p rin c ip io una se­
ñalada separación de sexos. Por ejem plo, u n pequeño núcleo de
unas cuatro o cinco muchachas, que estaban m uy cerca de la pan­
talla, entre ellas una p rom etida cuyo novio estaba atrás con varios
jóvenes.
Pasó la película uno de los estudiantes graduados. N o hub o co­
m entarios m ientras pasaba, aunque todos los asistentes conocían
más o menos la subincisión australiana, en que la p ie l del pene
se pica trozo a trozo hasta la u re tra con una hoja de pedernal
para d e ja r la u re tra descubierta desde el m eato hasta el escroto.
Las reacciones m asculinas y las femeninas fu e ro n m uy d ife re n ­
tes. Los hom bres estaban bastante callados, pálidos y a disgusto. En
cam bio unas cuantas muchachas parecían excitadas y se sonroja­
ban, y recuerdo perfectam ente que me m olestaron sus risas en los
m om entos culm inantes del ritu a l. Com o en aquel tie m p o no tenía
yo m ucha práctica psicoanalítica, no com prendí conscientemente
la índole de desquite y triu n fo de aquellas risas, y por eso pensé
que lo que me molestaba era sencillam ente su fa lta de profesiona­
lism o en su reacción a una película cie n tífica (compárese con el
sueño i).
A u nq u e era evidente que la película desasosegaba a todos, nadie
salió, aunque después el gru po —que solía congregarse para pasar
la velada— se d iso lvió rápidam ente. T res consideraciones pueden
e xp lica r p or qué no salió nadie durante la proyección de la pe­
lícu la :
1. Era aquel un g ru po bastante u n id o , apretu jad o en una sa­
lita ; la experiencia no era así atom ística y semianónim a y nadie
se sentía abandonado a sus propios recursos.
2. L a fa m ilia rid a d in te le ctu a l de los estudiantes con los rito s de
subincisión australianos, ju n to con su p ro pia d e fin ic ió n de a n tro ­
pólogos interesados pro lesion al men te en aquellos datos, atenuó algo
el im pacto trau m ático de la película.
3. Cada quien com prendía que si se m anifestaba su incapacidad
de aguantar el m aterial a ntrop o ló gico anxiógeno, nunca se le daría
o p o rtu n id a d de hacer trabajos de campo.
A q ue lla película causó tina im presión duradera en varios m iem ­
bros del grupo. U n o de ellos, que con el tie m p o se hizo un antro-
Ill A C C IO N E S DE A N S IE D A D 81

|H)logo bastante n o to rio , me aseguró años después que todavía re-


lo rd a b a m uy bien la pelícu la y la ocasión. A co n tin u a ció n observó
que d uran te muchos años había q ue rid o enseñar aquella película
,i sus alumnos, pero no sabia dónde procurársela. . . ¡y esto a pesar
de estar excepcionalm ente interesado en y fa m ilia riz a d o con las pe­
lículas educativas! De ahí que su “ no saber” cómo procurarse aque­
lla película, que hacia tantos años “ deseaba” volver a ver, sólo
puede interpretarse como señal de am bivalencia. Su deseo de do­
m in ar el traum a in ic ia l re p itié n d o lo era contrarrestado p o r el deseo
inconsciente de e vitar una rep etició n del traum a.
En cuanto a m í, aunque recordaba las escenas p rincipales de la
película y el lugar donde se m ostró por p rim era vez, al volverla
.1 ver unos 18 años después, hubo un m om ento en que dudé si

sería verdaderam ente la misma, en parte porque en el inte rva lo


yo había sido analizado y p o r eso me afectó menos —y de m odo
d iferen te — que la prim era vez y en parte tam bién porque, tenien­
do que hacer comentarios m ientras la pasaban, m í “ ocupación”
cien tífica d ism inu ía el im pacto afectivo del film e y lo hacía más
rem oto e im personal.
El grupo H, compuesto p o r más de 150 personas, d istribu ida s
aproxim adam ente por igu al entre los sexos y de edades de 20 a
(><) años más o menos, eran el personal profesional y semiprofesio-
nal (de enfermeras y estudiantes de trab ajo social a analistas di-
dactas) de una gran in s titu c ió n p siq uiá trica , y me habían in v ita d o
a hacer comentarios m ientras pasaba la película, a responder pre­
guntas y p re sid ir la discusión. La estructura del g ru po era je rá r­
quica, con tres tipos de relación: la jerarq uía h a b itu a l de los
hospitales, la je ra rq u ía de maestro-estudiante y la jera rq u ía de ana­
lista didacta-candidato a nalítico. Se proyectó la película en el a u d i­
to rio del hospital, que estaba bastante lleno, pero no por completo.
I ,os psiquiatras mayores, a varios de los cuales conocía yo perso­
nalmente, tendían a ocupar los prim eros asientos, m ientras que los
jóvenes y el personal sem iprofesional ocupaban las partes central y
trasera del a u d ito rio . H abía tam bién una ligera tendencia a un
agrupam iento ocupacional: los analistas graduados estaban ju n to s
en las prim eras filas de un lado, varios de los candidatos analíticos
se ju n ta ro n más atrás en o tro lado, y aún más atrás, las enfermeras,
los terapeutas profesionales y otros form aban tam bién pequeños
racimos. Me d ije ro n que esto era lo h a b itu a l en aquella in s titu ­
tio n , y además destacaba el hecho de que el grupo era profesio­
nalm ente, así como p o r su estatus, demasiado heterogéneo para
fo rm a r un solo grupo coherente capaz de dar protección masiva
g ru p a l contra la ansiedad. De ahí que cada persona tuviera que
82 DA TO S Y A N S IE D A D

habérselas con aquella raum ática película más o menos a n ó n i­


mam ente y p o r su c u e n ti. Además, dado que los públicos de psi-
q u 'a tría —p o r m uy interesados que estén en la a ntropología—
a. nsideran los datos a ntrop o ’ ógicos esencialmente periféricos res­
pecto a la esfera de su Ínteres p rin c ip a l, era menos fá c il para un
p ú b lic o p siq u iá trico que para uno antrop o ló gico asum ir frente a
esta película una a ctitu d predom inantem ente profesional. Además,
muchos m iem bros de aquella asamblea nunca habían oído hablar
de los ritos de subincisión australianos, de m odo que, a d ife re n ­
cia de los estudiantes de antropología del g ru po i no tenían contra
el im pacto tra u m á tico de las escenas culm inantes la protección de
una preparación intelectua l, siquiera pequeña.
A l m ism o tiem po, p o r lo menos los m iem bros médicos y de en­
ferm ería de este grupo tenían o tro tip o de protección contra el
im pacto trau m ático de la película, ya que, a diferencia de los an­
tropólogos, conocían la existencia del hipospadias congénito y lle ­
vaban años de contacto con la cirugía y con personas enfermas o
m utiladas. Además, a diferencia del grupo antrop o ló gico no ana­
lizado, cuya experiencia m edicopsicológica era nula, casi todos
los m iem bros de este gru po habían tenido contacto profesional d i­
recto con el m ate ria l inconsciente, parte del cu al es, técnicamente
(Dever j u x , 1955a), el equivalente psíquico subjetivo de los ritos
australianos considerados. Y p o r fin , y esto tam bién tiene su im ­
portancia, los psicoanalistas y los candidatos analizados estaban
hasta cierto p u n to protegidos contra este m a te ria l tra u m á tico por
u n análisis a n te rio r de sus propias angustias de castración. En re­
sumen, s a i/o p o r el hecho de que no podían tom ar una a c titu d
profesional fo rm a l —y defensiva— respecto de los datos p rim a ria ­
m ente antropológicos en el m ism o grado que los antropólogos y
podían darse menos protección y apoyo m utuos que un g ru po de
afines coespectadores m uy unidos, teóricam ente hub ie ran tenido
que sentirse más a gusto d uran te la proyección del film e que los
antropólogos.
Pero no fue así. Com o yo estaba de cara al p ú b lico casi todo el
tiem po m ientras h ad a mis comentarios, pude observar una sorpren­
dente cantidad de agitación, cuchicheos y otras señales de in q u ie ­
tud. V i tam bién que durante la escena c u lm in a n te de la su binci­
sión e inm ediatam ente después cierto núm ero de psiquiatras jóvenes
y candidatos psicoanalíticos salieron del a u d ito rio , in d iv id u a lm e n ­
te o p o r parejas del m ism o sexo. D ecididam ente, recuerdo no ha­
ber visto n in gu na pareja de hom bre y m u je r salir jum os. La ma­
yoría de los que salían eran hombres, entre ellos varios candidatos
IN A C C IO N E S DE A N S IE D A D 83

analíticos, que debieron sentirse a disgusto m ostrando tan clara­


mente sus angustias delante de sus analistas respectivos.
Después supe que muchos de aquellos psiquiatras y candidatos
.m alíticos p rim e ro se re u nie ro n a la puerta del a u d ito rio y a con-
lilin a c ió n fu eron a una lechería, donde tom aron grandes cantida­
des de productos lácteos (regresión ora l) y se enfrascaron en lo
que de c u a lq u ie r manera debe haber sido casi conversación hipo-
maniaca (regresión oral), seguramente para abreaccionar sus an­
siedades y tensiones.
Después de la película h u b o pocas preguntas y comentarios del
p úb lico e incluso los procedentes de analistas didactas de consi­
derable ta lla in te le ctu a l fueron con frecuencia sorprendentemente
simples, o se referían más que nada a detalles superficiales. Esto
no puede haberse debido enteram ente al hecho de que mis comen­
tarios m ientras pasaba la película fueran del todo exhaustivos,
porque tuve la im presión de que quienes h a d a n preguntas lo ha-
t lan p o r cortesía —para dem ostrar que les había interesado— o para
hacer ver que podían tom ar una a ctitu d cien tífica frente a aquel
m aterial, o bien para abreaccionar algunas de sus tensiones y an­
siedades. Sea como quiera, el período de discusión fue extrañam en­
te breve, aunque después supe que se solía d is c u tir bastante en
aquella sala.
Estas observaciones me im presionaron ta n to que decidí quedar­
me o tro día y p e d ir a varios de los analistas y candidatos varones
y a una p siq u ia tra joven —a q u ie n p o r casualidad conocía yo
algo y que me había llam ado la atención p o r su discreción y su fe­
m in id a d genuina (o sea no ostentosa)— me com unicaran los sue­
ños que hub ie ran pod id o tener en la noche que siguió a la pro­
yección de aquella película.

It. Sueños y reacciones sintom áticas

I .os sueños y los equivalentes de sueños que vamos a exam inar re­
presentan las reacciones de los d istintos m iem bros de un g ru po a
ios mismos estímulos recibidos por ellos en una situación no ex­
p erim ental y no planeada.4 Realza su v a lo r el hecho de que —con
una excepción— proceden de analistas graduados o b ie n de candi-

A Los equivalentes más cercanos de estos sueños son las reacciones registra- -
das de pacientes analíticos a la m uerte de un d irig en te nacional (F a irb a irn ,
1936, Sterba, 1946, O rlansky, 1947), e stim u lo nó com parable n i en la dinám ica
ni en la intensidad al va lo r de estím ulo de la película en cuestión.
84 DATOS Y A N S IE D A D

datos que habían term inado —o casi— sus análisis didácticos y


estaban ya realizando análisis supervisados.
Estos sueños, asociaciones y reacciones sintom áticas ponen al des­
nudo las reacciones inconscientes de varios in d iv id u o s al mismo
estímulo. Demuestran de cuán variados modos pueden experim en­
tar y m anejar intrapsíquicam ente u n estím ulo las personas ana­
lizadas que tienen buen contacto con su p ro p io inconsciente. El
descubrim iento más im presionante es que esos sueños y /o reaccio­
nes sintomáticas fueron en algunos respectos singularm ente u n i­
formes. Además, incluían, como era de prever, m aniobras defen­
sivas como la negación, el desplazamiento, el q u ita r im p orta ncia
o pertinencia, las dudas e incertidum bres de carácter protector, la
regresión oral, las evasiones geográficas (po r ejem plo, soñar con
lugares alejados de A u stra lia o de la ciudad donde se pasó la pe­
lícula), evasiones temporales (huida al pasado), etcétera.
M etodológicam ente, la convergencia de cierto núm ero de ele­
mentos en los sueños de eso» in d ivid u o s da a la teoría psicoanalí-
tica de la angustia de castración un apoyo más fuerte de lo que
haría una serie m ucho m ayor de sueños de angustia de castración
provocados por cierta variedad de estímulos. E l m ate ria l satisface
así los criterios metodológicos de un am biente experim ental: algo
que raramente puede disponerse en un contexto psicoanalítico
bona fid e .
T odos menos tres de los que abordé respondieron —o, en un
caso, se negaron a responder— de inm ediato. En estos casos, apunté
los datos tal y como me los dieron, y después envié a cada in fo r ­
mante el texto mecanografiado de su sueño para com probar su
exactitud. Tres de los interrogados p re firie ro n enviarm e sus sueños
p or escrito, acompañados en dos casos p o r asociaciones detalladas.
U no de los inform antes —un candidato que había te rm ina do su
análisis didáctico— se ofreció espontáneamente a tener una sesión
casi analítica conmigo, en el curso de la cual fueron sometidos sus
sueños a un escrutinio a nalítico casi fo rm a l.5

C. Sueños y reacciones ind ividuales

a] U n analista didacta, de talante arrogante, moroso y brusco,


reaccionó en form a bastante extraña a m i petición. Se me quedó

5 La p u blicación de este m aterial se d if ir ió intencionalm ente por varios años,


con el fin de hacer im posible la id e n tifica ció n de los inform antes, n in g u n o
de los cuales está ahora relacionado con aquella in stitu ció n .
R E A C C IO N E S DE A N S IE D A D 85

m ira nd o por un mom ento, d io una seca y apenas a ud ib le respues­


ta, que me pareció casi como si no hubiera oído o entendido lo
que le pedía, d io media vuelta y se fue.
C om entario•: Si hubiera dicho “ Eso a usted no le im p o rta ’’, sólo
hubiera sido una m anifestación de m ala educación, como acostum­
braba. Pero reaccionó como si no h ubiera oído m i pregunta, lo
que parece in d ic a r que trataba de m anejar el im pacto causado por
la película m ediante una negación masiva, que, entre paréntesis,
a rro ja mucha luz sobre sus teorías, notoriam ente doctrinarias y
estrechas, de la técnica psicoanalítica.6

b] U n analista didacta: “ N o soñé nada. M e acosté y me d o rm í in ­


m ediatam ente.”
C om entario: Esta reacción, al parecer m ínim a, podría represen­
ta r una fuga algo arcaica m ediante el d o rm ir; se ha observado que
algunos balineses, juzgados p or un d e lito grave, se duerm en ante
el trib u n a l.

c] U n analista didacta, una de las personas más sanas que conoz­


co, repuso: “ N o soñé nada, pero al día siguiente estaba sorpren­
dentem ente cansado y sediento.”
C om entario: E l cansancio al despertar suele ser señal de intensa
actividad o nírica.7 Com o la a ctividad onírica intensa es in só lita en
el caso de los analistas que analizan hab itua lm e nte sus sueños al
despertar, d ije que era posible que hubiera pasado la noche lu ­
chando contra la emergencia de un sueño cargado de angustia, o
que hubiera hecho un trem endo esfuerzo para o lv id a r el sueño que
pudo haber tenido. M i in te rlo c u to r convino en que mis sugeren­
cias eran plausibles. Por desgracia, n i él n i yo comentamos la sed,
cuya significación serlo pude com prender cuando supe que los que
habían abandonado el a u d ito rio habían tom ado grandes cantida­
des de leche, n a tu ra l o malteada, y refrescos en una lechería. Por
eso es probable que la sed de este analista representara una regre­
sión parcial a la fase o ra l y un abandono de la posición g enital
“ amenazada” .

d| Un psicoanalista: “ T u v e un sueño de ansiedad rep etitivo . Soñé


por lo menos dos veces aquella misma noche que estaba en [una
gran ciudad de la costa del A tlá n tic o ] y que hablaba con m i ma­
dre de cosas mundanas. Debo haber m anifestado una o p in ió n que
* No puedo d a r más detalles de este p u n to sin revelar su id e n tid ad .
7 Muchos p rim itiv o s creen que ese cansancio se debe a las tremendas aven­
turas que el alm a vive d u ra n te el sueño.
86 DATO S V A N S IE D A D

no le gustó, porque su expresión facial y su continente general


parecían decir: 'Bueno, si eso es lo que piensas del asunto.
C om en ta rio : L o re p e titiv o del sueño y la —casi superfina— acla­
ración de que se trataba de u n sueño de ansiedad ind ican que el
in te n to de d o m in a r el traum a en el sueño había fa lla d o .8 E l lugar
distante donde se ubica el sueño representa una “ defensa geográ­
fica” aisladora, presente tam bién en otros varios sueños (E, F, G,
H , I). E l lu g a r del sueño estaba m uy bien escogido. A um entaba la
distancia del soñante respecto de A u s tra lia y además lo alejaba
tam bién de la ciudad donde había visto la película.
In d ic a tam bién fuga y negación el hecho de que la conversación
con la madre estaba relacionada con cosas supuestamente “ m u n ­
danas” , que deben representar cosas que suscitan ansiedad. De o tro
m odo, no h ub ie ra sido u n sueño de ansiedad re p e titiv o , n i se h u ­
biera o lvid ad o la observación que provocó la desaprobación de la
madre. La apa rición de la madre en el sueño —que representa re­
gresión— se debía casi con toda seguridad a m i com entario de que
según una teoría los ritos de in ic ia c ió n tra ta n de separar al m u ­
chacho de su madre. A l volver con su madre, el soñante regresaba
a una fase en que todavía estaba demasiado apegado a e lla para
estar m aduro para la inicia ció n . Sólo podemos especular acerca de
la índole de la observación “ o lvid a d a ” que había provocado la des­
aprobación de la madre. ¿Señalaba el soñante su negativa a crecer?
¿O bien se declaraba suficientem ente crecido para separarse de su
madre? ¿O expresaba su observación ambas ideas, en fo rm a con-
densada y ambigua? Sencillamente, no lo sabemos.
L a reacción indignada de la madre es tam bién interesante, pues­
to que ta n to en la fantasía (N unberg, 1949) como en la tra d ic ió n
(Am m ianus M arceílinus, 14.6.17) la circuncidante o castradora “ o ri­
g in a l” suele ser una m ujer, y yo había m encionado concretamente
en m is comentarios cómo se cree que la subincisión proporciona al
in icia d o lo que de hecho es una “ vagina m asculina” /9
L a altanera y ofendida reacción de la madre —tan parecida a
la del analista A , e l que se negó a o ír lo que yo le decía— in d ica
que pudo haber considerado la negativa del h ijo a ser subincidaclo 1

11 El sueño prolongado a rtific ia lm e n te lo em plearon con é x ito los psiq u ia ­


tras de la fuerza aérea norteam ericana para tra ta r a p ilo to s de bom bardero
que habían so b re vivid o a un aterrizaje en malas condiciones; en que había
perecido el resto de la trip u la c ió n . E l sueño prolongado p e rm itía a los p ilo to s
“ in v e n ta r” un fin a l feliz a sus sueños recurrentes acerca de aviones que se
estrellaban (K u b ie , 1943).
0 En cierta form a de jugueteo hom oerótico entre los australianos la u re tra
s u b in d da d a se u tiliz a como si fuera el vestíbulo de la vagina (R óheim , 1932).
MI A CCIO NE S ÜE A N S IE D A D 87

m in o u n desprecio por los órganos fe m e n in o s ... a c titu d bastante


«oinún en hombres y m ujeres por igual (Devereux, 1960a).
. ✓

i’ | \ j n psicoanalista d ictó el siguiente m em orándum a su secreta­


ria: “ Q u erido George: H e aquí lo que soñé después de ver la pe­
lícula y o ír lo que tú decías. N o estoy seguro de p a rtic ip a r activa­
mente en el sueño. C om o q uiera que sea, v i un grupo de soldados
norteamericanos sentados en to rn o a una fogata y u n soldado ruso
que parecía haber venido del ‘o tro lado’ para c o m p a rtir su comida.
C om ían p o llo y creo que el soldado ruso recibió una pierna. Según
parece, los rusos no solían comer p o llo , y se entabló una discusión
sobre la comida rusa y la norteam ericana. Creo que el soldado ruso
comentó que eí p o llo era m uy buen sustituto d e . . . d iría algún
a lim en to ruso, pero no recuerdo qué. H abía en el sueño un am­
biente m uy amistoso, buena v o lu n ta d interna cion al y tra n q u ilid a d .
/Crees que escogí un resto d iu rn o equivocado fjsic!], los relatos
de Corea en el periódico, etc.? N o obstante, había en el sueño a l­
gunos elementos que me recordaron la película: la gente en torno
a la fogata. Creo que en la película había una com ida que no había
aquí, p or lo menos recuerdo que mencionaste cómo la circu nci­
sión 10 se efectuaba en ocasiones en que había m ucho de comer y
beber. Y mencionaste la idea de una b ata lla fin gida . En la película
había tam bién piernas de ave de o tro tip o .11 De todos modos, debo
decir que no recordaba la palabra pierna * cuando le estaba dic­
tando a m i secretaria y hube de preguntarle cómo se llam a esa
parte del p ollo. Haz con este sueño lo que quieras, pero com uní-
«ame lo que hagas.”
Recibida esta nota escribí a m i colega que el escoger las noticias
de la guerra para u tiliza rla s como resto d iu rn o en el sueño era en
sí una defensa.
En respuesta, m i colega d ictó esta nota: “ /Q ué pienso de la h i­
pótesis de que el escoger aquel residuo d iu rn o p a rtic u la r en m i
sueño era una defensa contra la elección de o tro resto d iu rn o [?].
Es una hipótesis m uy plausible. N o me siento m uy excitado en
pro n i en contra. En cierto modo, la apoyaría aquella parte del
sueño en que el soldado ruso dice que el p o llo es buen sustituto
de. . . Para te rm in a r este examen te d iré que precisamente al dic­
iar esta nota se me ocurre otra asociación. La escena del sueño era
evidentem ente Corea. A h ora que lo pienso asocio con e llo la corea,
Se observa la om isión de la su b iticisión, m ucho más dolorosa.
“ Pata, la parte in fe rio r de la p ierna de p o llo ; d ru m s tic k es tam bién el pa­
lillo del ta m b o r o de otros instrum entos de percusión.
* D ru m s tic k es e n inglés l a p i e r n a de ave. [ t . ]
88 D ATO S Y A N S I! t JAI -

que según creo recordar es una vio le n ta enferm edad nerviosa que
[me] recuerda la intensiva y agitada danza que ejecutaba la gcmc
en la p elícula.”
C om entario: Este sueño y la asociación con él son reveladores
en muchos respectos: parapraxias, o lv id o de palabras corrientes
como d ru m stick, el no dar con el tecnicismo adecuado,12 palabras
om itidas y p u n tu a ció n defectuosa (véanse paréntesis cuadrados)
abundan en el sueño, en las asociaciones y jo en el texto de las
notas. Además, este experim entado psicoanalista no está m uy segu­
ro —cosa incom prensible— de lo que es ¡la “ corea” ! T o d o esto in ­
dica mucha tensión e in h ib ic ió n y una aprem iante necesidad de
re p rim ir la experiencia.
Remplaza A u stralia p o r Corea, y las asociaciones conscientes
tratan de e xplicar esta sustitución de dos maneras: el analista
supone que escogió un resto d iu rn o “ equivocado” y además aso­
cia a Corea con la enferm edad “ corea” y a co ntin ua ció n con una
danza. Esta ú ltim a asociación sólo resulta posible sustituyendo
p o r la “ ch” (correspondiente al j i griego) la “ k ” (correspondiente
al kappa griego).* Esta distorsión fonética parece sorprendente en
el caso de un hom bre que me constaba había estudiado el griego
en un G ym nasium ; no h ubiera hecho esa sustitución de no haber
tenido buenas razones para ello. T a m b ié n muchas personas —in ­
cluso los griegos antiguos (P lutarco: Isis y Osiris, 32, 363D)— con­
fu nd en a veces a Chronos (el T ie m p o personificado) con Kronos,
el que castró a su padre U ra n o y devoró a sus propios h ijo s .** La
sustitución Corea = corea llam a la atención sobre todo en con­
ju n c ió n con la in ce rtid u m b re del analista acerca de lo que es la
“ corea” en realidad.
La sustitución de “ day residue” por “ day rest” bien pudiera de­
berse a una regresión lingüística. Este analista había estudiado a
F reud prim eram ente en el o rig in a l alemán, donde la palabra em­
pleada de Tagesrest; en su segundo nota, escrita después de haber
re cib id o m i respuesta, emplea la expresión correcta [en inglés] “ day
residue” . Esta regresión presentaba dos ventajas más: al em plear
aquella expresión, el colega explotaba el doble significado de “ rest” .
Y así ese “ resto” era en parte lo que “ queda” después de m u tila d o

D ay rest es una trasposición am bigua del alemán Ta gesrest; la expresión


correcta en inglés es da y re sid ue. En inglés, rest tiene dos significados: residuo
y reposo.
* En español la equivocación es más fá cil, ya que ta n to el nom bre de C orea
como el de la corea o baile de San V ito se escriben con “ c” . [ t . ]
* * En español suele tener la misma form a, Cronos (o Saturno), en los dos
casos, [ t . ]
I lO N I'.S DE A N S IE D A D 89

i ( c f . sueño H -l) , pero tam bién el descanso después de una


■vidad agotadora: circuncisión, contem plación de una película
ti itálica o lucha en Corea. Además, este analista daba a enten-
i|ue tal vez había escogido el resto del día ■equivocado (Corea
•• lugar ele A u stralia). Esto sugiere que se refería al “ residue”
equivocado, para atraer la atención sobre su e rror básico.
Tampoco daba con la palabra com ún d rum stick para designar
la pierna de p o llo , y había te n id o que re c u rrir a su secretaria.13
l'M.t palabra “ inaccesible” se vin cu la a su vez con otras cuatro
parapraxias o sustituciones: el sueño m ism o describe el d ru m stick
tum o un su stituto aceptable ( = sím bolo) de algún a lim en to ruso
lu y o nom bre —¡una vez más!— no recuerda. Además, el soñante
i o i relaciona el d rum stick (de p o llo ) con el drum stick m usical [los
palillos], lo que es tam bién una sustitución parcial, puesto que los
australianos no tienen verdaderos tambores (m em branóíonos); tie ­
nen sólo simples instrum entos de percusión, y este analista, buen
aficionado a la música, ciertam ente sabía la diferencia que hay en-
llc un tam bor g enuino y un sim ple instru m e nto de percusión.
Pero, o tra vez, no recuerda la palabra adecuada, acaso porque los
palillos del tam bor son símbolos fálicos. Vale tam bién la pena ano-
lar cómo este analista creía que en la película había una danza
“ agitada” , ( = erótica), aunque en realidad en ella sólo agitan la n ­
zas, que hacen v ib ra r agarrándolas p or la m ita d .14
Tanto el sueño como las asociaciones contienen tam bién susti­
tuciones que representan negaciones: paz, festín (oral) y buena
voluntad rem plazan a guerra, ham bre y hostilida d.
La defensa geográfica, o sea la trasposición de lugares, es tam ­
bién significante, pero en algunos respectos... contraproducente.
La trasposición del lu g a r de A u stra lia y de Estados LInidos (donde
vio la película) a Corea es curiosam ente insatisfactoria: representa
salir de G uatem ala para ir a dar a Guatepeor. El peligro de c ir­
cuncisión se rem plaza por el m ucho m ayor de m o rir en comba­
te. . . y es este peligro el que niega la fraternización —tan señala-

,n Es apenas posible que “ obtener” (la palabra) d ru m s tic k fs ) (— pene) de


la secretaria s ig n ifiq u e recuperarlo de la m adre, que hasta entonces lo había
te n id o en custodia. Se recordará que según una teoría, el m uchacho iniciado
deja el grupo de la fa m ilia de la m adre y pasa al del padre; además, no puede
copular m ientras no esté in icia d o . U n analizando "e x ó tic o ” soñó antes de su
boda que su madre ) su hermana —en las cuales tenía fu e rte fija c ió n — 1c
<Iaban o devolvían un pez ( = pene) que necesitaba para casarse.
'* R óheim . gran experto en psicología de los indígenas australianos, me de­
cía que la agitación de los venablos significa m asturbación. Esta in te rp re ta ­
ción es plausible, puesto que los australianos se m asturbait m ucho en p ú b lic o
hecho que yo mencionaba en m i com entario.
90 DATO S Y A N S IE D A D

damente presente en la película. Los australianos, relativam ente


poco peligrosos, se vuelven rusos, cuya activa interven ción se temía
m ucho p o r aquel entonces. Este cambio de lu g a r representa en­
tonces una “ escapatoria” sólo si se considera que la herida o m uer­
te (del a du lto) en combate es un m al m enor respecto de la subinci-
sión-castración ( in fa n til). . . lo que es precisamente el foco de los
sueños de o tro analista (sueños H -iu y i). O tro aspecto p aradójico
de esta m aniobra geográfica merece tam bién m ención. H abiéndom e
sorprendido el que el soñante escogiera a Corea pregunté como
por casualidad a varios colegas si consideraban que A u s tra lia está
más cerca de Estados U nidos que Corea. T odos creían, equivoca­
damente, que Corea está m ucho más cerca de A u s tra lia que Es­
tados U nidos. Así pues, hay m ucha am bivalencia y am bigüedad
en la elección de Corea para u bicar “ convenientem ente” el sueño,
puesto que Estados U nid os (donde se ven películas inquietantes),
A u stra lia (donde se practican subincisiones) y Corea (donde se
rem plazan los peligros sexuales in fa n tile s por el “ m al m en or” de
los peligros del combate entre adultos, que además, como muestra
el sueño, pueden negarse) están más o menos equidistantes entre
sí. Esto señala la s u til am bivalencia de los efectos que pueden p ro ­
d u c ir las distorsiones oníricas.
E l pasar “ de G uatem ala a G uatepeor” se rep ite tam bién al sus­
t it u ir la subincisión p o r la comida. C iertam ente, las asociaciones
correlacionan la escena convival de Corea con el hecho de que los
rito s de subincisión se ejecutan cuando abunda la comida. Ésto se
exam inará más adelante en relación con la regresión o ra l, tan ma­
nifiesta en varios de estos sueños y equivalentes de sueños.
La “ defensa g ru p a l” (o sea el soñar con un grupo) se exam inará
en relación con el sueño G.
L a defensa de despersonalización tam bién es patente. E l soñante
no sabe si su sueño era —como la p elícula— sim plem ente un “ es­
pectáculo” o si él m ism o pertenecía en realidad al grupo con que
sueña. Esta in ce rtid u m b re acaso se deba al hecho de que mis co­
m entarios al pasar la película habían destacado que las personas
no autorizadas n i iniciadas que irru m p ía n en m edio de un r ito
secreto, como la subincisión, antiguam ente eran muertas o bien de
inm ed iato iniciadas (subincidadas, etc.) a fin de lim ita r a los in i­
ciados el conocim iento de la ceremonia. Es de suponer que para
negar este riesgo visita el cam pam ento norteam ericano un ruso, al
que en lugar de atacarlo se le da buena com ida. ... ta l vez para que
no ataque al grupo. Esto representa probablem ente tranquilizarse
a sí mismo, ya que quienes film a ro n el r ito y quienes veían la
película eran, en cierto modo, “ intrusos” tam bién que, siquiera en
MI AC C IO N E S DE A N S IE D A D 91

n o ria , debían haber sido m uertos o p o r lo menos subincidados al


punto.
K1 sim bolism o del d ru m stick apoya esta inferencia. E l contenido
m anifiesto del sueño especifica que los drum sticks (— polios)
(mcden representar y representan otra cosa: un a lim e n to ruso cuyo
nombre, significativam ente, no se entendió en el sueño o no se
recordaba al despertar. Esto da a entender que el verdadero sig­
n ifica do del d rum stick era egodistónico. E l d ru m stick —p or su fo r­
ma,15 porque se come y sobre todo por el asunto de la p e líc u la -
probablem ente sim boliza, en form a condensada, la conocida ecua­
ción fa lo = pezón. Este doble significado regresivo está im p líc ito
n i el hecho categóricamente destacado de que es el visitan te ruso
q u ie n recibe el d rum stick. Si ponemos atención, como hacía Freud
(1961b) ta m bién a las declaraciones negativas y ¡o las omisiones
llam ativas (Devereux, 1956a) es evidente que si el ruso recibe la
pierna, los norteam ericanos necesariamente reciben la pechuga.
A su vez esto nos da un in d ic io más de la id e n tid a d del “ equiva­
lente” ruso del d ru m stick: el pecho, que secundariamente es un
falo sim bólico. A h ora bien, es un hecho clín ico interesante el que
muchas m ujeres que se niegan a ejecutar la felación tam bién se
niegan a comer palitos de pan, m o rra lla de pececillos (que como
las sardinas no son partidos antes de comerse y que p o r eso se
reconocen como animales emeros) y a veces tam bién órganos como
los riñones, cuya te xtu ra revela su ide ntid ad . (Cf. tam bién la a lu­
sión a un “ tip o d ife re n te ” de dru m stick en el sueño m ism o: d ru m ­
stick — pene; d ru m — vagina; d ru m m in g — coito.)
Esta misma abigüedad se advierte, aunque sólo por alusión, en
el sueño cuando se trata de las diferencias entre la com ida nortea­
m ericana y la rusa; los pollos norteam ericanos (drum sticks) están
representados en la com ida rusa p or un equivalente “ o lv id a d o ” .
Esto probablem ente da a entender que si bien la c u ltu ra norteam e­
ricana parece d ife r ir de la de los australianos, tiene tam bién e qu i­
valentes simbólicos de los rito s de subincisión australianos.16 Con­
firm a esta hipótesis el hecho de que en las asociaciones de o tro
soñante a uno de sus sueños (sueño H - l) se m encionan concreta­
m ente equivalentes occidentales de la subincisión.

15 U na analizanda soñó con una p lum a fuente especial cuyo capuchón tenia
Ja form a del delgado extrem o de u n p a lillo de tam bor. Representaba un
pene circuncidado, subincidado, etc. (Devereux, 1934a).
10 Una causa posible de este significado latente del sueño acaso fuera el
haber d icho yo a este colega en una conversación que la form ación analítica
se estaba bu roerá tizando de tal m anera que me recordaba los ritos de in ic ia ­
ción australianos.
92 RATO S Y A N S lL IJ A li

El propósito general de este sueño es tra n q u iliz a r al soñante,


que en la noche anterior había sido un “ observador no a utorizado'’
—amenazado en teoría p or la m uerte o la subincisión— de un rito
secreto australiano. De ahí que en el sueño no se mate n i subin
cide al visitante ruso, sino que se le dé a comer un pezón, sustituto
del falo, regresando así a la fase edípica in v e rtid a y ta l vez incluso
a la o ral caníbal. Dicho de o tro modo, hay en el sueño regresión
a una época de la vida (¿Chronos?) en que uno todavía no tiene
edad para la subincisión (¿Kronos?) y aun podría in v e rtir la situa­
ció n con el devorador potencial (¿Kronos?) destruyendo su falo
(¿como hizo Kronos?).17
En el sueño, el matador potencial ruso es además bien recibido
y se le concilia dándole un drum stick. Así se desvía el p e ligro para
la vida (en el campo de bata lla ) ofreciendo el pene-pezón como
sacrificio parcial o de sustitución. Esta m aniobra tiene éxito, ya
que el enemigo apaciguado reconoce que el d rum stick representa
“ otra cosa ’ : probablemente no sólo el órgano físico (pene) sino
tam bién el pene como sím bolo de la vida y además como pezón.
En cuanto a los norteamericanos, co ncilia to rio s y orientados hacia
la madre, se quedan con la pechuga.
Ciertam ente, este análisis no agota todas las im plicaciones de
tan fascinante sueño, n i sería posible hacerlo sin más asociaciones
proporcionadas por el m ism o soñante, quien, como indica su segun­
da nota, ansiaba terminar con aquel examen.
Baste decir que este sueño im p lica muchas negaciones, así como
una regresión a la fase oral. Ambas m aniobras se h allan presentes
tam bién en otros varios sueños y sustitutos de sueños provocados
por esta película.

f] U n candidato analítico, que no recordaba haber soñado, expe­


rim e n tó en cambio dolor psicógeno, tanto en la parte posterior de
su uretra peniana (sub in cidó n) como en el escroto (castración)
durante veinticuatro horas.
Com entario: lista experiencia, radicada en la id e n tific a c ió n del
candidato con los jóvenes iniciados, se explica p o r sí m ism a: acep­
ta el d olor para mnservar intacto su pene.

g| l ! n candidato analítico llen ó a m áquina una hoja de memo­


rándum con su sueño. Me la puso a m i nom bre pero no ide ntifica ba
al soñante, pues it<> llenó en la hoja el lugar correspondiente a su

17 Se vccoiuxr 11ni1d argum ento de esta ú ltim a frase es algo especulativo


y alambicado.
N fa c c io n e s nr. a n s ie d a d 93

nombre. N o obstante, d io a conocer su id e n tid a d entregándom e el


m em orándum personalm ente
"Subí a u n cam ión (largo, azul y blanco galgo) por una gran
puerta (alta y estrecha) de la parte trasera, esperando i r a alguna
parte que no recuerdo. Después la puerta pareció cerrarse y queda­
mos (otros muchos hombres vagamente d efinidos y yo) encerrados
dentro. En este p u n to desperté súbitam ente. N o puedo recordar si
durante este sueño estaba asustado o contento. En un período de
asociación en estado hiponogógico después de despertar re­
medé que durante la película me había preguntado cómo habría
llegado la expedición que había tom ado las películas hasta el lu g a r
donde vivía aquella trib u , y pensé que tal vez fueran todos en
camión. La puerta trasera del cam ión parecía una especie de ren­
d ija que se abría y cerraba de un m odo com plicadísim o. De alguna
manera sentía que aquel sueño estaba relacionado con lo que nos
d ijo usted del hom bre que in ve rtía el glande para metérselo en la
uretra y después lo sacaba por o tro agujero de ésta cerca del es-
cro to ."
C om entario: Estas asociaciones contienen un im p o rta n te e rro r
m aterial. Yo había m encionado a un psicótico alemán que repe­
tidas veces se había in v e rtid o el pene metiéndoselo en la uretra,
de m odo que el glande acabó por salir, no, como sugieren estas aso-
ciaciones, delante del escroto, sino detrás, o sea entre el escroto y
el ano (Reuss, 1937). Este error, que coloca el agujero de salida
más adelante —o sea más alejado del ano— de lo que estaba en
realidad, puede estar relacionado con el hecho de no haber reco­
nocido el soñante que la “ entrada trasera” del cam ión representa,
en form a condensada, no sólo el pene subincidado (equiparado por
los australianos al vestíbulo va gina l [— “ re n d ija ” o “ ra ja ” en el ar­
got norteam ericano] sino tam bién el ano. . . o sea la “ vagina mascu­
lin a " de las fantasías homosexuales pasivas tanto subjetivas como
c u ltu ra lm e n te moldeadas (Devereux, 1937a). Apoyan fuertem ente
esta interpretación las asociaciones del soñante, que correlacionan
la com plicada puerta semejante a una re n d ija con mis com enta­
rios suplem entarios acerca de la retracción del pene to rcid o d en tro
del abdomen (Devereux, 1957a). A l parecer, los hombres que en­
traban en el autobús por aquella com plicada puerta, dispuestos a
p a rtir con destino “ desconocido” —es decir, demasiado conocido
(australiano)— representan la retracción del pene en el abdomen,
donde —si bien inservible— queda a salvo de lesiones.18

18 Los tuparis, así como algunas trib u s afines desnudas sudamericanas, ha­
cen que el pene se doble y se oculte en el vientre^ para p ro te je rlo de algún
94 DATOS V A N U I ti

Las asociaciones in d ica n que aquellos hom bre v ia ja n en canino


—como se entendía que habían hecho las personas que tomaron i<
p elícula— hacia u n lu g a r donde practican la subincisión a !«•
hombres. L a im p lica ció n es que es más seguro retraer uno su pen.
—vo lvié n d o lo asi inservible— para no exponerlo a lesiones.
Es en extrem o sorprendente que el soñante se propone ir h<m.>
A u stra lia y no lejos de ella. Pero esta ausencia aparente de “ delrn
sa geográfica” se anula en parte p o r la especificación de que el ■
ñante va a llí en calidad de observador y no de víctim a potencial
es decir, más como voyeur o m iró n que como masoquista. Pero \ -
mencioné explícitam ente en mis comentarios que los observado!»
no autorizados eran antiguam ente m uertos o bien subincidados ..I
p un to. Entonces, ¿por qué ha de tener que ir el soñante a Austi .i
lia? U n in d ic io parcial nos pro po rcio na u n lapsus calam i del can
d id a to en su nota, donde se refiere a las personas que hicie ro n es.r.
“ películas” . . . aunque en realidad sólo se trataba de una películ.i
Este lapsus sugiere que “ hay algo más” que lo que el film e murs
tra: Y o había m encionado que después de la in ic ia c ió n se permi
tía a los jóvenes hacer vida sexual. O tro m o tiv o —anexo— de esir
via je es posiblem ente el deseo de d o m in a r el traum a experim en­
tá nd olo p o r segunda vez (compárese con el a ntropólogo que quería
ver el film e otra vez). Pero esta asociación acaso refleje también
una aceptación pasiva inconsciente de la “ castración” . (Compá­
rense los datos proporcionados p o r el soñante E.) Refuerza esta
suposición la “ defensa g ru p a l” que exam inaremos ahora detallada­
m ente.
La defensa g ru p a l —presente tam bién en el sueño E y en la h u i­
da en masa del a u d ito rio — tam bién se da en el sueño. Por cierto
que no sólo el soñante aborda el autobús para A u stra lia , sino con
él otros varios hom bres —al parecer no reconocidos— que p o r lo
ta n to se h a lla n “ en las mismas condiciones” .19
En resumen, la “ defensa geográfica” es ambigua. E l autobús va
hacia un destino no especificado que, como ind ican las asociacio­
nes, es Australia, donde los viajeros esperan observar, no padecer,
la subincisión in ic ia to ria . Pero las asociaciones ind ican que la en­
trada en el autobús sim boliza tam bién la retracción del pene den­
tro del abdomen, donde, aunque no pueda utilizarse sexualmente

daño, y siMn lo sacan para o rin a r o para copular, o bien —como en el caso
de los tu p aris unir<Uta>s ■■ para en i rogarse al e xh ib icio n ism o (Caspar, 1953).
19 Algunos pueblos de las a ll mas {le Madagascar castran cuando menos dos
toros al mismo tiem po, para que los anim ales se consuelen m utuam ente en
su desgracia (L in to n , 1933).
M IN IS l)K A N S IE D A D 95

»más hace que el hom bre parezca m u je r,20 por lo menos está
■Ivu de todo daño. Esto podría e xplicar por qué sustituye el
<T del m iró n (posición de observador) a los placeres hetero-
•■.ilrs, a manera de defensa contra el p e lig ro de castración. Por
•o que nada en estas asociaciones nos p erm ite suponer que la
• .ida en el autobús represente u n in te n to de proteger el pene
• ucrpo) o cu ltá n d o lo en la vagina m ientras dura el coito. Pue-
idemás representar una vuelta a utoprotectora al útero, si bien
I'm Iio de que el cam ión en d e fin itiv a va a A u s tra lia (castración)
Ivc esta protección puram ente tem poral. La e quiparación de
ii <Mirada en el cam ión con una fuga al útero es com patible con
lii hipótesis de que el voyeurism o rem plazaba al placer sexual di-
H 'itu, puesto que los datos clínicos, así como los estudios psicoana-
llliio s de cuentos populares, dem uestran que con frecuencia se
MHisideia al n iñ o aún no nacido una suerte de voyeur, que exam i­
na H m un do — y en especial el coito parental (Devereux, 1956b)—
ilrstlc el seguro de una torre de m a rfil u terina . (C oito = reto rno
piin ial al útero.)
El hecho de que al despertar súbitam ente el soñante no sepa si
luvo un sueño agradable o angustioso ind ica que este sueño está
lim o de ambivalencias y ambigüedades. (Ansiedad erotizada.)
Aunque las interpretaciones que preceden no son ciertam ente ex­
haustivas, es probable que vayan hasta donde los datos a u to ri­
zan, . . pero creo que no más allá.

h j (Jn candidato a na lítico que había term ina do casi su análisis d i­


dáctico e, interesándose en la antropología, había hecho arreglos
tanto para proyectar la película como para in v ita rm e a que hicie-
»a comentarios, estaba en una posición psicológicam ente p riv ile ­
giada durante la proyección de la película. A diferencia del resto
de los espectadores, él se sentía científicam ente activo, en posición
semejante a la de un investigador de campo, puesto que planeaba
hacer algo con lo que había visto: siendo conocido mío, esperaba
h ablar conm igo del film e en privado. Por eso estaba más que dis­
puesto a contarm e sus sueños y asociaciones y propuso espontánea
mente que los analizáramos juntos. Entonces, m i investigación en
este caso se asemejaba tanto al tra b a jo etnológico sobre el terreno
«orno a una sesión casi a nalítica cara a cara.
E l m ate ria l consta ante todo de las propias asociaciones e in te r­
pretaciones del candidato; m is com entarios van entre corchetes.

Esio se ve claram ente en una fotografía tomada p o r el profesor Charles


Wagley, de la U niversidad de C olu m bia.
Of) DATO S Y A N S IE D A D

Por desgracia, después de agí u pa r sus asociaciones p o r temas, des­


tru í irre fle xiva m e n te mis notas originales, y p o r eso, pasados varios
años, soy incapaz de re co n s titu ir el orden en que se pro du jeron
las asociaciones. T en go el se ntim iento de decir que la destrucción
de mis notas debe interpretarse como una parapraxia (acto fa llid o ).
Es d ig no de m ención que d uran te toda esta entrevista el colega
empleó m etafóricam ente de m odo casi exclusivo el presente en lu ­
gar del p re térito , lo que realzaba m ucho el interés ciel relato.
C om entarios p re lim ina re s del candidato: A u nq u e no estuve an­
gustiado durante la proyección de la película y me ocupé en tra ta r
de recordar todos los detalles para poder exam inarla con usted
hoy, tuve tres sueños m uy extraños la noche pasada. [Im a g in o que
su activa y cien tífica atención sim plem ente pospuso la experim en­
tación consciente de la a nsied ad .]21

i. P rim e r sueño: Veo una pared verde oscuro, in clin a d a de sureste


a noroeste, con una puerta de marco blanco, asimétrica y m al en­
samblada. E nfrente de la puerta hay un m ontón de paquetes y
cajas envueltos para regalo, en negro, y procedo a exam inarlos, sin
abrirlos. N o me gustan mucho, pero me digo: “ A caballo regalado,
no le mires el diente.”

Asociaciones:
I. Las paredes son del m ism o tip o de verde que las del a u d ito rio ,
sólo que más oscuras. (U na asociación posterior indicaba que el
color tenía connotaciones fúnebres.)
2. La in clin a ció n de las paredes de sureste a noroeste trae a m i
mente una asociación en extrem o peculiar: la de un pene erecto
visto por el p e r fil izquierdo. N o le veo la relación. [Su asociación
es fácil de entender. U na vez le mostré una imagen de bosquima-
nos, tomados por el p e rfil izqu ierdo donde se les vía el penis rectus
característico de su raza. C om bina usted los bosquimanos austra­
lianos con los bushmen o bushfellows australianos.] ¡N a tu ra lm e n ­
te! Decía usted que los bosquimanos africanos tenían el pene l i ­
geramente apuntado hacia delante y aun un poco hacia arriba,
incluso flácido. Recuerdo que en aquella ocasión me pregunté si
un bosquim ano podría copular incluso teniendo el pene flácido.
[N o podría contestarle a eso. Pero parece e xp lic a r la in c lin a c ió n
de las paredes y de la entrada. Mas en ese caso, ¿por qué son os­
curas y tristes?] ¿No me d ijo usted entonces que los bosquimanos

-l Los efectos demoradores de la ansiedad en la “ posición c ie n tífic a ’1 se es­


tu d ia n en el ca p itu lo siguiente (caso 42).
IH A O C IO N E S DE A N S IE D A D 97

o quizá los hotentotes— se castraban unilateralm ente? [Los ho-


i culotes tal vez. (Schapera, 1930.)] Entonces eso explica las paredes
i ristes y fúnebres, pero inclinadas. Incluso u n órgano sexual m u­
tila d o puede e rg u irs e ... o al menos parecerlo. Creo que estaba
Matando de reconfortarm e. Es una asociación extraña. .. pero apro­
piada.
3, La puerta deform ada 22 representa el pene m u tila d o y vagi-
nalizado del in icia d o australiano y tam bién el órgano fem enino
“ castrado” . M encionaba usted en sus comentarios que en algunas
partes de Á frica tam bién circuncidan y sajan a las mujeres. E n to n ­
ces todo eso está bastante claro. L o más sorprendente es que, por
alguna razón oscura, me parece que aquella puerta destartalada
representa la vagina defectuosa de una m u je r vieja. Esta asociación
puede datar de mis días de in te rn o en un servicio de obstetricia.
Se ven más prolapsos y desgarrones en las viejas que en las jóvenes.
Pero esta e xplicación no me satisface del todo porque, p o r alguna
t azón, lo que me hace pensar que se tra ta de la vagina de una vieja
es que hay algo negro delante de ella. ¿Por qué me sugerirá ese
(o lo r la ancianidad?
[¿Recuerda usted que una vez le envié una separata (Devereux,
1950a) en que m enciono la creencia mohave de que los genitales
se oscurecen con el uso?] A h ora recuerdo. Ese “ algo oscuro” que
está delante de la puerta debe ser entonces el pene de un hom bre
experto o de p iel oscura. (Más adelante se dan asociaciones con
el tema de la ancianidad.)
4. E l paquete o cosa negra que está delante de la puerta me
hace recordar unos versos de una canción obscena de Alem ania,
<pie aprendí estando a llí con las tropas de ocupación. Dice así: “ La
posadera tenía un m ayor —que llevaba lu to en el pene. / N o podía
o lv id a r jamás / que una m a ld ita sífilis / le había com ido el glan­
de.” 23 El negro me recuerda tam bién la sangre coagulada.24 T o d a
esta negrura fúnebre, como las paredes verde oscuro, sign ifica due­
lo por la m u tila ció n . N unca pude o lv id a r que mis padres, aunque
eran gentiles, me habían circuncidado. T o d o esto explica por qué
digo resignado, soñando: “ E l paquete (— pene) negro (m u tila d o )
22 Este detalle recuerda la p e cu lia r p u e rta trasera del autobús en el so­
ñante t i.
** F ra u W i r tin h a l ein e n M a jo r
D e r tru g am Schtuanz de n T r a u e r flo r .
E r k o n n te n ic h t vergessen
D a is ih m d ie hose S y p h illis
d ie E ic h e l h a t zerfressen.
24 En m is comentarios mencionaba yo que los australianos em plean la sangre
coagulada para pegar.
98 DATO S Y A N S IE D A D

ta l vez no me guste m ucho, pero es todo lo que tengo y he de con­


tentarm e con e llo .”
5. A caballo regalado no le mires el diente: uno m ira los d ie n ­
tes de los caballos para darse cuenta de su edad y p o r lo tanto de
su vigor. Ésta debe ser una fantasía de vagina dentata, ligada a
m i im presión de que se trata de la vagina de una vieja. A un
caballo le salen otros dos dientes cuando envejece, incluso a los
castrados. U na vagina dentata sign ifica menoscabo para el pene;
de ahí la relación con el m ayor, que se había quedado sin glande
de resultas de haber contraído una s ífilis . . . probablem ente por
los genitales enfermos de putas viejas. H ay aquí dos juegos de pa­
labras. E l uno es horse (caballo) — whores (putas) y el o tro g ift
(regalo). Freud (1957a; pero véase además Benveniste, 1966) dice
en algún lug ar que el radical g ift tiene dos significados antitéticos:
veneno en alemán (G ift) y regalo en inglés (g ift). “ A caballo re­
galado no le mires el d ie nte ” puede tam bién sig n ifica r dos cosas:
N o te metas en los dientes envenenados de una vagina vieja, que
pegan la sífilis y ocasionan la pérdida del glande (circuncisión y
subincisión). Los dientes envenenados son como los de una ser­
piente. Esto se relaciona con el hecho, que creí necesario m encio­
nar, de que incluso a los caballos castrados les salen otros dos
dientes cuando se hacen viejos. U na m u je r vieja es así una m u je r
fálica, con dientes de serpiente en la vagina. Pero hay además o tro
significado: “ N o escudriñes m uy detenidam ente los peligros del
coito.” N o es tan grave aquí como en A u stralia, donde tienen que
circu n cid a rlo y su bincid arlo a uno antes de que pueda cohabitar
con una m ujer. Es un precio elevado, pero es menester aceptarlo.
H a y que conformarse con lo que le queda a uno después de la
operación. [Su sueño parece decir que toda sociedad hace pagar
u n precio cruel, m ordiente-castrador, p o r el derecho de cohabitar.
Usted pagó el precio cuando lo circu ncid aron en la in fa n cia y aho­
ra se siente a livia d o porque el precio no fue tan elevado como en
A u stra lia . T od avía puede fu n cio n a r debidam ente con lo que le de­
ja ro n .]

ii. Segundo sueño: Veo, al parecer desde abajo, la proa de una


lancha arrastrada a una playa arenosa, tro p ic a l; la popa parece
a pu nta r hacia el mar. Para ver la proa como la veo en el sueño
tendría que echarme sobre el vientre, de cara a la proa —pero no
tengo idea de haber soñado concretam ente que estuviera echado—
y en rea lid ad este sueño era casi im personalm ente clín ico .26 La tira

Esto recuerda el caso del soñante E.


R E A C C IO N E S DE A N S IE D A D 99

superior de la parte e xte rio r de la borda —esta palabra no se me


o c u rrió en el sueño— estaba p in ta d a de azul celeste. El resto de la
lancha estaba p in ta d o de blanco. Vistas desde abajo, las líneas
azules de las bordas parecían convergir hacia la proa form ando una
V curva in ve rtid a . Esta lancha acababa de atravesar el arrecife de
coral que rodeaba la isla y la habían llevado a la o rilla para cer­
ciorarse de que no se había dañado en la travesía. La q u illa está
intacta.

Asociaciones:
I. E l sueño se sitúa en una isla de los Mares del Sur, más cerca
de A u stra lia que de Estados U nidos. D uran te la guerra v i algunas
de esas islas yendo para A u stra lia y el Pacífico sudoccidental. A l
soñar con una isla sensual de los Mares del Sur parezco declararm e
seguro, puesto que nada realm ente adverso me sucedió m ientras
estuve en aquellas partes, aunque en A u s tra lia un jeep en que iba
yo de pasajero a tro p e lló a un perro. Esto me d o lió m ucho, porque
q uiero a los perros ta n to como usted. Este perro a tro pe llad o p o ­
d ría e xp lica r p o r qué la persona que m ira la q u illa y la proa de
la lancha tiene que estar echada. (Para una desgracia s im ila r re­
cordada después véase asociación 5.)
2. La lancha: N o sé verdaderam ente p o r qué digo que es una la n ­
cha. Ig n o ro la diferencia entre lancha y otras embarcaciones pe­
queñas, así como un gran barco o un bote salvavidas y no tengo
costum bre de em plear palabras técnicas cuyo significado no es m uy
claro para m í. Supongo que la lla m o lancha porque su nom bre
concuerda de alguna manera con el contenido latente del sueño.
Esta palabra de lancha [d in g h y] suena raro. M e hace pensar en
d in gy [triste, deslucido], dingus [cachivache] y dong, que es un
pene enorme. Por alguna razón poco clara, m is padres solían lla m a r
a m i pene dindy. C uando me bañaba, m i madre decía: “ Voy a
lavarte el ‘d in d y V ’ N o recuerdo que nunca hablaran de un pene
adu lto. Por eso d in d y me parece denotar sólo el pene de un n iñ o
—algo pequeño y poco digno de tomarse en cuenta—, en realidad
todo lo co n tra rio de dong. T am poco pienso en d inghy como una
em barcación independiente sino como un accesorio que lleva a
bordo un barco m ayor. Hasta aquí le he dado a usted asociaciones
espontáneas. La siguiente será in te le ctu a l: En la lite ra tu ra psico-
analítica, el barco es casi siempre un sím bolo fem enino. Siendo
así, entonces la lancha, que es un accesorio de un barco, es el pene
fem enino. [U na asociación aparentem ente intelectua l suele ser m uy
subjetiva y penetrar en la conciencia sólo porque su contenido está
aislado del afecto con él vin cu la d o ; esto le perm ite a uno presen-
100 DATOS Y A N S IE D A D

carlo como una seudointelectualización.] Ya veo. De cu a lq u ie r


manera una lancha es tam bién un tip o de embarcación. Por eso,
si el barco sim boliza los genitales femeninos, la lancha tam bién.
Y, como decía usted en sus comentarios, el pene subincidado es
para los australianos como un pene vaginalízado. Parece como sí
yo quisiera dar a entender que si una m u je r tiene pene, ha de ser
un pene subincidado. [Y por ende, un gran dong a du lto y no un
pequeño d in dy.]
3. La proa: Las rayas azules que convergen hacia la proa fo r­
m an una V curva in v e rtid a y hacen que la proa —vista desde aba­
jo — parezca la parte in fe rio r de la corona glandis. Creo que esto
era patente para m í incluso en el sueño, pero no podría asegurarlo.
4. L a q u illa : Em pleo un té rm in o técnico sin estar del todo se­
guro de su significado. Era evidente para m í que aquel bote no
tenía tablero de q u illa ; yo sé lo que es eso. L o que hay que com­
p robar —para estar seguro de que los arrecifes no lo habían da­
ñado— es la costura del fondo de la embarcación, donde se unen
los lados. Esta costura es a todas luces la uretra. La palabra '“cos-
tu ra ” tiene que referirse aquí al rafe mediano, la línea parecida
a una sutura que recorre la parte in fe rio r del pene y atraviesa el
escroto. He olvid ad o casi toda la em briología que sabía, pero estoy
seguro de que los colgajos, que en el neonato están unidos por el
rafe m ediano, todavía no están unidos en el em brión. Por ejem ­
plo, el te jid o que en la m u je r form a los labios se une en el varón
para form ar el escroto. Siendo así, la uretra tam bién tiene que
estar abierta en el em brión. Sé que hay casos de hipospadias
(“ subincisión” ) congénito; y hay que repararlos quirúrgicam ente.
Costura tam bién significa sutura.
¿Son correctas m is asociaciones embriológicas? [Creo que lo son,
pero yo no soy médico; usted sí. De cu alqu ier modo, usted sabe
que lo que im p o rta no es que esté usted en lo cierto; lo im p o r­
tante es que se le hayan o cu rrid o esas ideas. Tom emos nota sin
embargo de su noto ria in ce rtid u m b re acerca de distintas cuestiones,
que niega la supuesta o b je tivid a d “ clín ica ” de su sueño.] Bueno,
tenemos la in tru sió n de la idea puram ente negativa de que con
■q u illa ” decididam ente no me refie ro a una q u illa —estoy seguro
de q u r ese tip o de b a rq u illa no tiene una q u illa com parable a
la de un barco de vela. En r l tip o de bote que tengo presente
no hay q u illa . Sr tn tirv r a rento, a mano. [Estoy seguro de que
usted lo m p ie u d f q u r tritia t suele representar el acto sexual. Y en
mis M M iim iat ion yo iiir n i tonaba que según R óheim (1932), los
austral in no* M irlen tentai %r en to rn o a una fogata para ch arla r y
mastín bu rae. , d r nid au alusión a una barca m ovida a fuerza de
Kl- A C C IO N FS DE A N S IE D A D ID]
brazo.] De cu alqu ier manera, si el bote hubiera te nid o una q u illa ,
que sale bastante p or debajo —cuelga o se balancea [dong] como
un escroto— los arrecifes la h ub ie ran dañado.
5. Exam en de la q u illa : Es n a tu ra l que se quiera exam inar el
estado de la q u illa o el fondo de un bote que acaba de cruzar p o r
los arrecifes. U na vez más, es evidente que éstos son la vagina
dentata. T a l vez sea la de m i madre, puesto que está en el m ar
que —¡ahora in te le ctu a lizo !— es u n sím bolo uterino . Como la q u i­
lla no está dañada, debe tratarse de un sueño de negación. M ir e . ..
tengo que re c tific a r algo que d ije antes. Le d ije (asociación 1) que
no había tenido experiencias desagradables en A ustralia. Hay algo
que había o lvid a d o p o r com pleto hasta este mom ento. F u i fie l a
m i novia m ientras estuve fuera del país. . . salvo una vez en Aus­
tra lia , quizá porque fue m i ú ltim o a lto antes de ir a una zona de
combate. Sea como quiera, el caso es que pasé una noche con una
muchacha de .tip o bastante dudoso y, por prim era vez en m i vida,
no tomé precauciones. A la m añana siguiente me espanté y fu i al
puesto p ro filá c tic o del ejército. Poco después tuve un herpes pro-
gen italis y, aunque sabía que no se contrae con una m ujer, de
cu a lq u ie r m odo me empeñaba en relacio na rlo con m i a v e n tu rilla
australiana. N o dejaba de decirm e a m í m ism o que, hablando mé­
dicamente, a quello no tenía sentido y que yo ligaba las dos cosas
sólo porque me sentía culpable por haber sido in fie l a m i novia.
Pero seguí haciéndom e preguntas y las racionalizaba recordando
que nadie sabe realm ente cómo se contrae el herpes p rogenitalis,
que es una enferm edad vira l. [O tra cosa de que usted no está
seguro.] De todos modos, el herpes desapareció a los pocos días, sin
dejar huellas. [¿Es siempre así?] ¡Claro que no! Pero sí las deja la
sífilis del m ayor. Además, o la muchacha estaba sana o la p ro fila x ia
d io resultado, porque no contraje ninguna enferm edad venérea.
Creo que esto explica por qué m i sueño de negación dice tan po­
sitivam ente que la q u illa no está dañada. O tra cosa que hace casi
seguro que la q u illa intacta representa la uretra. Cuando desperté
tomé unas pocas notas para estar seguro de que no o lvid a ría mis
sueños. De todos modos, estando todavía m edio d o rm id o había ga­
rrapateado la palabra Eureka, palabra en que se mezclaban varios
sentidos: “ u re tra ” y la alegre exclamación “ ¡E ureka!” := “ L o en­
contré (intacto, sin daño)” . Así significa el sueño que al atravesar
los arrecifes (vagina dentata), la q u illa (uretra) no se había lasti­
mado. Pero tal vez no esté tan seguro de ello en realidad; parece
que he m anifestado muchas dudas en mis asociaciones.
6. Im pe rson alida d: [N unca d ecidió si estaba o no usted mismo
en el sueño.] Sólo puedo decir que v i una lancha en la playa y
102 DA TO S Y A N S IE D A D

que la v i como si hubiera yo estado echado sobre el vien tre [ = so­


bre una m u je r] de cara a la proa. N o me parecía haber estado en
la lancha m ientras ésta cruzaba los arrecifes n i haberme preocu­
pado por su q u illa o haberla llevado a la o rilla para exam inarla.
Sencillamente sabia que esas cosas habían sucedido y podia ver
con los ojos bien abiertos que la parte delantera de la q u illa y la
proa no habían su frid o daños. En cuanto a la p in tu ra azul celeste,
lig a con algo personal: U na vez tomé unas píldoras azul de me-
tile n o que me tiñ e ro n la o rin a de color azul celeste d urante varios
días. [Usted empleó la expresión ‘ clínico-im personal". Me parece
que en este sueño —así como en sus especulaciones acerca de un
nexo posible entre su a ve n tu rilla y el herpes pro ge nita lis— hace us­
ted como si fuera su p ro p io médico. Usted se exam ina y diagnos­
tica^ práctica no m uy bien vista p or los médicos. Podría e xp lica r
eso ta nto la in d o lé ' curiosamen te personal-im personal del sueño
como sus muchas incertidum bres acerca de lanchas, quillas, e m brio­
logía y herpes y sobre todo, acerca de si el sueño era personal o
im personal.]

ití. Tercer sueño: T en go en m i poder, o m i persona [¡sic!] u n ob­


je to en extrem o valioso, que debo lleva r a alguna parte. Para ello,
tengo que atravesar los mares. Sé que es más im p orta nte, incluso
para m í, lle va r el objeto sin novedad a su destino que el que yo
llegue a llí sin novedad. Puedo ir en avión o en barco. E l tiem po
es m uy ventoso, pero soleado; el cielo está despejado y el paisaje
parece un fo lle to de propaganda de viajes a H aw aii. En la bahía
hay un gran aeroplano [¿o hidroplano?] a m a rillo que cabalga las
aguas azules y u n navio de co lo r m a rfil y form a de riñ ó n , o de
galeón español, a lto de proa y de popá. T o m a r el avión acaso sea
más arriesgado, pero ta l vez pudiéram os tener la suerte de deslizar-
nos p or entre el fuerte viento durante una calma momentánea. El
barco es en p rin c ip io más seguro, pero no se puede saber cómo se
m antedrá el tiem po durante una larga travesía. [¡N uevam ente una
in ce rtid u m b re l]

Asociaciones:
1. E l paisaje me recuerda a H aw a ii. C uando me enviaron a Aus­
tra lia durante la guerra m i barco se detuvo en H a w a ii apenas lo
suficiente para poder bañarme en la playa de W a ik ik i. N o me gusta
nadar en agua salada, y sobre todo en aguas tropicales, por los
tiburones. H ay un chiste bastante to n to acerca de los tiburones.
U n hom bre atacado por tiburones g rita p rim e ro con vigorosa voz
R E A C C IO N E S DE A N S IE D A D 103

de bajo: “ ¡Socorro! ¡Socorro!” , y después, con tono a tip la d o : “ ¡De­


masiado tarde!” Porque el tib u ró n lo había emasculado.
2. L a m isión im p orta nte me recuerda que —en una confusión
típica del e jército en tiem po de guerra— una vez tuve que hacer
de correo de emergencia. M e d ije ro n que la bolsa que llevaba era
más im p o rta n te que yo m ism o y lo creí con bastante fa cilidad, pues
sabía que contenía, entre otras cosas, datos acerca del emplaza­
m iento de u n puesto m édico avanzado que la u n id a d hospitalaria
donde yo tenía m i destino —y algunos amigos personales— iba a
poner en u n saliente de la línea de combate. Si aquella bolsa caía
en manos del enemigo, nuestra u nida d h ub ie ra sido borrada del
mapa p o r in filtra c ió n enemiga o p o r bom bardeo o fuego de m or­
tero.
3. E l objeto valioso pero no especificado que yo llevaba en m i
persona sólo puede haber sido el pene. D ice el sueño claram ente
que ese objeto es más im p o rta n te que yo mismo. Es una actitud
insó lita —aunque al iniciarse el período de latencia la m ayoría
tie los muchachos tratan de salvar su pene renunciando a sus fu n ­
ciones. Pero en m i sueño nada indica que exista el deseo de ren un ­
ciar a las funciones del pene. La cuestión estriba sencillam ente en
saber cuál de los dos modos de fu ncio na m ie nto es más seguro: el
m étodo más rá p id o pero más peligroso, representado p or el avión
(vuelo — erección) o el más le n to pero p o r lo general más seguro
tie l barco, que es posible represente el coito, puesto que el navio
suele ser sím bolo fem enino. Esto me recuerda algo. Cuando yo era
muchacho, m i madre me espiaba de una manera casi com pulsiva
y voyeurista. Por eso, cuando me masturbaba trataba de llegar al
m om ento cu lm inante lo antes posible, para re d u cir el período de
riesgo. A hora que estoy casado y no temo que me agarren, prolongo
el coito lo más posible, ta n to p or m i p ro p io placer como por el de
m i esposa. Entonces el aeroplano debe representar algo re la ti­
vamente inm ad u ro ; su color a m a rillo oro sugiere algo fálico-ure-
tral. En cambio, la form a del barco y su co lo r m a rfile ñ o me re­
cuerdan un testículo. Sus altas proa y popa, que parecen afro nta ­
das, me sugieren la representación de m i esposa y yo cohabitando,
to m o hacemos a veces, en una posición sentada (— casi australia­
na) y todo esto hace que el via je en barco represente el coito. L o
que relaciona este sueño con el a nterior, en que el riesgo esencial
era tam bién una travesía peligrosa, es la lancha, que yo definía
to m o accesorio de un barco bien equipado: un salvavidas o algo
parecido. Los barcos llevan botes salvavidas, m ientras que los avio­
nes llevan sólo cinturones neumáticos “ Mae W est” , tetudos (ma­
ternales). N aturalm ente, d uran te la guerra los grandes aviones lie-
104 D ATO S Y A N S IE D A D

vaban tam bién lanchas de hule infla ble s (eréctiles). Salvavidas y


lanchas de hule son siempre de un color n aranja vivo, casi del
color que el avión tenía en el sueño.
4. La ~Acción que se me plantea en el sueño tam bién me parece
im p orta nte. D uran te toda m i vid a me sentí desgarrado entre el
im pulso de ganar fama súbitam ente con alguna hazaña arriesgada
—pero legal— y el afán de tom ar el cam ino más len to pero más
seguro. [¿La elección de Heracles?] A u nq u e este problem a estaba
resuelto en m i análisis, en el sueño me parece haber regresado. U na
vez más me veo ante el m ism o dilem a, y en el sueño m ism o no
tom o nin gu na decisión. Puede deberse esto al hecho de que m i
esposa ahora no está aquí. Si h ub ie ra estado en la casa la noche
pasada, estoy seguro de que hubiéram os hecho el amor.

Resumen: Estos tres sueños representan los intentos cada vez más
venturosos del doctor H por lid ia r con el im pacto tra u m á tico de
esta película. En el p rim e r sueño aceptaba la circuncisión como el
precio m ín im o que tin o debe pagar p o r la heterosexualidad. E l se­
gundo sueño niega explícitam ente que el pene haya padecido o tro
daño; tampoco había sido subincidado. E l tercer sueño trata casi
conscientemente de h a lla r un m odo de placer sexual que no per­
ju d iq u e al pene. Si bien en los tres sueños hay regresión, el in te n to
de p erlaborar [w ork th ro u g h ] el traum a ha sido venturoso. Las
asociaciones terriblem ente fantásticas del p rim e r sueño van dejan ­
do el lug ar a asociaciones menos espantosas y más realistas, y ya en
el tercer sueño, la solución de los conflictos y el deseo que mueve
el sueño es el coito con una esposa amada.

i] A una joven p siq u ia tra que, sin ser candidato a na lítico, tenía
una o rientación analítica, le pedí que registrara su sueño porque
—a diferencia de la joven antropóloga cuyas reacciones había yo
observado muchos años antes— era de origen e xtra n je ro y había
p le g a d o a Estados U nid os bastante adulta. Su sensatez y decencia
fundam entales garantizaban que no consideraría m i petición un
toqueteo disfrazado de ciencia (distorsión de trasferencia) y que
por eso com unicaría los datos con integridad. Era tam bién típ ico
q u r, c u n e quienes tu vie ro n la a m a bilida d de cooperar, sólo ella
y el d o o m E líim a ro n los m emoranda que contenían sus sueños y
asm tai iones (io n io n i el sueño E, reproduzco su m em orándum ,
donde sólo b o llé los nom ines de lugares y personas para im p e d irla
id e u llilia < ló n de la soñante. Los comentarios explicativos y las pa-
lalnas que i emplazan los nombres borrados están entre corchetes.
" M i prim a bemmna, dos años [ = 141 m ayor que yo [ = 12], se
I l l A C C IO N KS DK A N S IK U A I) 105

t asó. Su hermano era el p rin c ip a l p a d rin o de boda y yo la m ad rin a


de boda [b rid e m a id * E l [sueño] se desarrollaba en [m i
país de origen], en nuestro departam ento, en una época en que yo
tenía unos 12 años de edad. Yo estaba en el cuarto de m i in s ti­
tu triz para vestirme para la boda, pero no tenía vestido que poner­
me. E n tró en escena [una p siq uia tra sénior m uy agresiva y mascu­
lina]. Le pedí que me prestara un vestido, y lo hizo, pero era un
vestido blanco y azul de algodón [cf. la lancha blanca y azul del
sueño H -n ] de aspecto m uy cheapish ];stc7 ¿cheap -|- sheepish?] * *
y d ijo que yo tendría que d a rlo a lim p ia r después de la boda y
pagar la cuenta; eso me enojó m ucho y me desperté.”

Asociaciones:
“ Prim eram ente pensé que el sueño no tenía nada que ver con la
película [compárese una negación in ic ia l semejante en el sueño El,
pero hice algo de asociación lib re y no puedo negar el hecho más
que el mismo sueño.
Prim era asociación: M e enojé con [la p siq u ia tra senior] por ha­
berme destinado a un p abellón donde trabajaba un ayudante que
yo había tenido en terapia d urante 12 meses y que acababa de ter­
m in a r [hubo de tra s fe rirlo j. Creo que me sentía un poco cu lp a ­
ble p o r haberlo tenido que re m itir a o tro doctor.
Segunda asociación: E l vestido. A u nq u e m i in s titu triz era muy
amiga de m i m adre y había sido su compañera de escuela, traba­
jaba por un pequeño salario y siempre llevaba vestidos baratos,
m ientras que m i m adre vestía m uy bien. D u ra n te toda m i vida me
id e n tifiq u é con ella [ = la in s titu triz ]. D uran te m i adolescencia yo
tam bién tuve que ponerm e [los] vestidos que m i m adre ya no que­
ría, y eso me dolía mucho. [Esta p siq uia tra ju n io r tam bién estaba
m al pagada, m ientras que la p siq uia tra senior cobraba bien y era
acomodada y elegante.]
Tercera asociación: M is prim os. T a n to la p rim a como el p rim o
eran buenos amigos míos y pasábamos m ucho tiem po ju n to s en la
propiedad de mis abuelos. Poco después v [¡sic\ = yo] tuve un
pequeño apasionam iento de adolescente p o r él. [Yo había hablado
de los m atrim o nio s australianos entre prim os en m i com entario.]
C uando tenía yo unos 17 años de edad, m i padre lo acusó de ser
hom osexual y le p ro h ib ió ve n ir a nuestra casa. T u v e una escena
con m i padre defendiéndolo, rechacé todo cuanto él decía y tuve

* En inglés m ad rin a de boda s e e s c r i b e b ra id e s rn a id . [ t . ]


** C hea p, barato; sheepish, vergonzoso. C hea pish podría “ traducirse” por
“ baratoso” o “ baratonzoso” . [t .]
106 DATO S Y A N S IE D A D

correspondencia con m i p rim o . M i padre nunca v o lv ió a hablarle.


Es aquí claro el paralelo, m i padre castró al p rim o y nunca vol-
vio a h ab la r con él, del m ism o m odo que el [fu tu ro ! suegro ope­
raba con los muchachos en la película. O bjeté violentam ente [/.sic/],
así como m i reacción a esa película había sido de objeción y
náusea.”

C om entarios:
I. L a negación in ic ia l de p ertine ncia —que tam bién se d io con el
sueño E— representa una reacción m uy simple. Si el sueño no tie ­
ne relación con la película, no hay que escudriñarlo n i hacer frente
a cuestiones que suscitan ansiedad. Pero inm ediatam ente se opuso
a este escapismo el deseo que esta m u je r em ocionalm ente m adura
tenía de entender, y su deseo in te rn o de ser sincera.
?.. U bicación: La trasposición del lug ar en este caso tiene un
significado diferente del de trasposiciones semejantes de lugar
en los demás sueños. A u n q u e la trasposición del lu g a r a su país de
origen aum entaba la distancia m a te ria l de A u stralia, donde se ha­
bía hecho la película, y de Estados U nidos, donde la habían p ro ­
yectado, psicológicam ente la trasposición reducía la distancia. Fue
en su país de origen donde la soñante nació m u je r —sin pene—,
a llí donde su padre “ fe m in izó ” a su p rim o, y de a llí fue de donde
ella tu vo que h u ir para salvarse de un gobierno to ta lita rio .
, 3. M ad re p riv a d o ra : La soñante iba m al vestida en su adoles-
/) cencía. T en ía que lleva r las ropas abandonadas p o r su elegante
m adre, del m ism o m odo que en el sueño tenía que lle va r un ves­
tid o barato prestado por una p siq uia tra senior, agresiva y elegante,
que parece u n su stituto de la madre. Es h a rto evidente que —como
toda m u je r— ésta sentía tam bién que su m adre no le había dado
T' lo que realm ente quería: un pene. H abía nacido hem bra y no va­
rón. Esta m anifestación del clásico com plejo fem enino de castra­
ción es sin embargo sólo una pequeña parte de la historia. C ie rta ­
m ente, el m em orándum especifica que la m adre sólo le dejaba los
vestidos que ya no quería. Además, la m adre pagaba tan mísera­
m ente a su antigua amiga, que ahora sólo era in s titu triz en su
casa, que la obligaba a vestir de una manera ind ign a. Parece en-
, tonces que la m adre guardaba para sí las cosas que quería, y su
/! b ija y su amiga (la in s titu triz ) sólo recibían los sobrantes. Esta
asociación se presta a varias interpretaciones. R efleja en parte la
creencia in fa n til de que las m ujeres adultas, como las madres, tie ­
nen en realidad pene. H ay tam bién elementos edípicos. La m adre
m onopoliza toda la vida sexual fem enina en la fa m ilia , se queda
con el am or del padre y deja a su h ija adolescente y su amiga la
HI'A C C IO N E S DE A N S IE D A D 107

in s titu triz sexualmente insatisfechas y demasiado pobrem ente ves­


tidas para atraer a los hombres. La in s titu triz —que rema en la
misma galera— es p o r eso incapaz de ayudar a la joven que está
encargada de cuidar, a obtener lo que necesita; trata de vestir bien
u la muchacha, pero sencillam ente no hay u n buen vestido que
ponerle. La p rim a se hace novia, pero la soñante sólo es una frus­
trada m a d rin a de boda. L a in te rp re ta ció n edípica de estas form as
de p riv a ció n m ate rna l se com prueba p or el hecho de que la que
(instituye a la m adre cicatera y p riva d o ra en el sueño es una psi­
q u ia tra ya m ayor, elegante, agresiva, exigente, egoísta y d o m in a n ­
te, d u ra para los residentes que tra b a ja n a sus órdenes. (Véase tam ­
bién com entario 6.)
4. E l vestido es cheapish (¿cheap -f- sheepish?), o sea vergonzo­
samente im p ro p io para una m a d rin a de boda, no digamos para
una n o v ia . . . y además habrá que m an da rlo lim p ia r después a
expensas de la que lo recibe prestado. E l elem ento que im p o rta
aquí es que la prestadora da a entender autom áticam ente que ha­
brá que lim p ia r el vestido. A h o ra bien, u n vestido que sólo se
p ondría una vez la que lo recibe en préstamo sólo necesitaría lim ­
pieza si:
«] El vestido se presta a regañadientes, porque la prestadora con­
sidere que la m ad rin a de boda que lo recibe “ no es lim p ia ” .26 Esto
tiene cierta im p orta ncia , ya que por ejem plo las chicas que estu­
d ia n en una universidad y que constantemente se están prestando
vestidos no exigen que el vestido que prestan se lim p ie después de
ponérselo sólo una vez.
b ] La que lo recibe en préstamo es una c h iq u illa irresponsable,
que inevitablem ente mancha el vestido que se pone. Este p u n to
se ha de relacio na r con la edad de la soñante en el sueño (comen­
ta rio 4).
c] E l vestido prestado se llevará en circunstancias que hagan
seguro que se ensucie. Es éste un elem ento im p orta nte, ya que
no es la ropa de la m ad rin a de boda sino la de la novia la que es
probable que se manche. Los im pacientes recién casados ta l vez
a rro je n a l suelo el vestido de la boda y es casi seguro que el cam i­
són de la novia desflorada se manche de sangre. Por eso es razo­
nable suponer que la prestadora exige que la que lo recibe pres­
tado lo mande lim p ia r a expensas suyas porque cree que lo m an­
chará sexualmente. Puede demostrarse que es justa la suposición
p o r la id e n tid a d inconsciente del vestido prestado con el traje de
novia.
29 U n anuncio famoso daba a entender que la muchacha que no emplea cier- ]
to enjuague bucal sólo será m ad rin a de boda, pero nunca novia. J
Km DATO S V AN S IC D A D

La especificación del sueño, de que el vestido de la m ad rin a de


boda es viejo (usado), prestado y (parcialm ente) azul nos recuer­
da inevitablem ente los versitos aquellos de que la novia debe lle ­
var “ algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul ’.* Lo que
fa lta en el sueño es “ algo nuevo", y las asociaciones consignan la
amargura de adolescente de la soñante porque no le daban vestidos
bonitos y nuevos. El vestido blanco y azul del sueño es así casi, pero
no del todo, un blanco vestido de boda para novia, del mismo modo
que la soñante es casi, pero no del todo, una novia; sólo es m a d ri­
na de boda, cuyos deseos (y envidia) suscita su asociación con la
boda (coito) de otra muchacha. Lo que im p id e que el pobre ves­
tid o sea un b rilla n te aderezo de novia es la fa lta de "algo nuevo ".
Este algo que fa lta merece un detenido examen.
5. E l fa cto r edad. En el sueño, la soñante tiene 12 años, y su
amiga ín tim a y prim a, la novia, 14. Estos números son significa­
tivos, sobre todo porque el núm ero 12 tam bién se encuentra en
las asociaciones en form a bastante marcada. La joven psiquiatra
dice —con cierta torpeza— que había te n id o un ayudante en te­
rap ia “ d uran te 12 meses” en lug ar de “ un año” . A hora bien, la
diferencia más clara entre una n iñ a de 12 años y una de 14 es que
la prim era suele ser prepubescente, m ientras que la segunda ya es
pubescente (in icia d a) y p or lo tanto casadera. De ahí que ese “ algo
nuevo” fa lta n te que im p id e a la n iñ a de doce años ser novia es
presum iblem ente la ausencia de m enstruación, que el inconsciente
suele igu ala r con el derram am iento de sangre de la desfloración
(Devereux, 1950c). En muchas trib u s sigue el m a trim o n io ráp id a ­
m ente a la m enarquía m ientras que en algunos grupos en que se
desflora a muchas muchachas antes de la pubertad, se cree que
es la desfloración la causa de la m enarquía.27 Por eso deduzco
que la prestadora supone que el vestido que presta necesitará lim ­
pieza porque la joven m adrina de boda puede excitarse tanto se-
xualm e n te por su id e n tifica ció n con la novia que empiece a mens-
tru a r d urante la boda. .. exactamente del m ism o modo que algunas
novias empiezan a m enstruar en la noche de bodas.28 Sugiere tam ­
bién la id e n tifica ció n sexual de la m ad rin a de boda con la novia el
hecho de que la m adrina de boda no tiene vestido que ponerse. ..
es decir, está más o menos desnuda, como los australianos pubes­
centes y ya casaderos de la pelíc ula, o tan desnuda como p ro nto

• S o m e th in g o ld , tin n rU titig new , s o m e th in g b o rro w e d , s o m e th in g blue .


-1 D e lir nol il ne eu m lc «onlenUi que es la presencia del macho la que des­
encadena l.i ovu la i li'iu de lit « u iirja .
“ * Supe en ciccio de midi iiu u liiita «te boda que inesperadamente se puso a
m enstruar d u ra n te lits Icallt liltidca nupciales.
K l A C C IO N E S DF A N S IE D A D 109
estará la novia. Además, cuando está vestida, su ropa no sólo sa­
tisface tres de los cuatro criterios del atavío de una novia (viejo,
prestado y azul): como el vestido o eJ camisón de la novia, se su­
pone que quedará manchado. E l resto d iu rn o causante de esa "m a n ­
cha por la m enstruación” fue probablem ente m i com entario de
que el australiano periódicam ente hace sangrar de m odo r itu a l su
uretra ya subincidada, para im ita r la m enstruación fem enina, y
que el trasvestista mohave de tiem po en tiem po se rasca las ingles
para que sangren como si fuera m enstruación (Devereux, 1937a).
Este ú ltim o detalle tal vez e x p liq u e la asociación relativa al p rim o
supuestamente homosexual.
6. Negación de la castración m asculina. Las asociaciones de la
soñante demuestran que se siente amiga de los hombres y se opone
a su castración. Precisamente en este concepto m enciona cómo ha­
bía defendido ardientem ente a su p rim o —del que estaba enamo­
rada en aquel tie m p o — contra las acusaciones al parecer in fu n d a ­
das de su padre, que ella consideraba e xplícitam ente un in te n to
de castrarlo (fem iniza rlo ). Además, correlacionaba la conducta de
su padre con la de los australianos que —como yo m encionara en
mis com entarios— suelen circu n cid a r y su bincidar a sus fu tu ro s (rea­
les o clasificatorios) yernos, cuya id e n tid a d se conoce de antem a­
no, ya que en A u stra lia el m a trim o n io preferente suele ser el de
ciertos tipos de p rim os clasificados. Y así, al fe m in iza r a su p rim o
(com pañero preferencial según el parentesco australiano y además
un mozo que estaba enam orado de ella) su padre se conducía exac­
tamente como un australiano, que subincida (fem iniza) a su fu tu ro
yerno, que además suele ser su sobrino (clasificatorio).
Innecesario se decir que al oponerse a la castración de los varo­
nes la soñante tam bién trataba —siquiera incid en talm en te — de ne­
gar la castración fem enina. De todos modos, su negación del com ­
plejo de castración fem enino está enteram ente subordinada a su
deseo m ucho más intenso de salvar a los hombres de la castración,
puesto que una m u je r norm a l necesita un hom bre no castrado
para v iv ir su vida plenam ente. La a ctitu d protectora de la joven
puede entonces entenderse m e jo r en fu n d ó n de u n ‘‘respeto” (o
icverencia) fá lico (Greenacre, 1953) característico de las mujeres
normales y^genuinam ente femeninas.29

"* Algunos p rim itiv o s dan p o r supuesta esta a ctitu d fem enina respecto del
pene. C uando la gonorrea hacia estragos en D uau, el gobierno envió equipos
médicos que exam inaban a los hombres de todos los poblados. E l objeto de
l.t inspección fue seguramente m al enten d ió al p rin c ip io porque u n día Róheim
que estaba en aquel tiem po haciendo tra b a jo de campo en aquella is la -
oyó a uno que llegaba corriendo de o tra aldea decir jadeante: “ Todos al
no DA TO S Y A N S IE D A D

7. E l hom bre p erdido. Así como en el sueño la soñante es sólo


una m ad rin a de boda de 12 años de edad y no una novia n u b il
de 14 años, sus asociaciones revelan su resentim iento p o r haberse
visto separada de su p rim o y p o r el hecho de que —debido a que
una p siq uia tra d om in a nte la destinó tontam ente a determ inado pa­
b e lló n — h u b o de tra sfe rir a u n ayudante que trabajaba en ese
pabellón, y a q uien estf.ba tratando, con o tro terapeuta. En cada
uno de estos casos aparecen dos conexiones más o menos m utu a ­
m ente incom patibles entre la soñante y los hombres a los que se­
paran de ella. Su p rim o , que la atraía tam bién como hom bre (in ­
c o m p a tib ilid a d p o r el tabú del incesto) fue separado de ella por
una supuesta hom osexualidad, o sea porque desempeñaba dos pa­
peles sexuales m utuam ente incom patibles. De igu al manera tuvo
que re n un ciar a su paciente al verse obligada a ser su superior ad­
m in is tra tiv o , condición in co m p a tib le con la relación terapéutica.
En el sueño es además la m adrina de boda de su p ro pia prim a,
papel trad icio n alm e n te com patible con el de p rim a de la novia,
pero tu rb ad o en este caso p or una id e n tific a c ió n c o n flic tu a l y por
la envidia. Y p o r ú ltim o , y no lo menos im p orta nte, esta misma
jove n destacaba los m ú ltip le s —y en nuestra c u ltu ra m utuam ente
incom patibles— papeles de su padre: “ fe m in iza ” (castra) a su p ro ­
p io sobrino, que después podía haber sido su yerno, y lo expulsa
de su casa. Este com plejo y co n tra d ic to rio conglom erado de pape­
les, asociado con el tema de perder y de no obtener a un hom bre,
es probable que sea el eco de dificu ltad es edípicas ocasionadas por
la in c o m p a tib ilid a d de los impulsos filia le s y amorosos de la n iñ a
hacia su padre. A su vez esto corrobora la suposición (com entario
3) de que la boda tenía im plicaciones edípicas.

C ornparaeioncs:
El sueño de esta joven puede compararse provechosamente ta nto
con el co m portam iento de las antropólogas como con los sueños de
los analistas varones.
1, E l contraste entre las reacciones de esta joven y el com por­
ta m ie n to de las antropólogas es m uy n oto rio . A diferencia de éstas,
no se rió d urante la película, n i se regocijó porque la "c a la m id a d ”
que le había acaecido al nacer m u je r acaecía ahora a los hom bres.30
Antes bien, deploraba su m u tila c ió n y —como m uestran sus asocia­
ciones— deseaba protegerlos de esas calamidades. A u nq u e muchas
n io m c enseguida. E l gobierno viene a co rta r el pene a todos los hombres.
¿Q ué h a rá n las p o h re c ita s m u je re s ?” (R óheim , com unicación personal).
30 Una p in tu ra china (Spencer, 1946) representa a eunucos viejos de la corte
burlándose de sus compañeros de desgracia recién castrados.
R E A C C IO N E S DE A N S IE D A D 111

de sus reacciones diferenciales se debían a la com posición sanamen­


te fem enina de su personalidad, no se puede desdeñar el hecho
de que m ientras las antropólogas pertenecían a una cu ltu ra donde
las m ujeres son pro verbia lm e nte emprendedoras, com petitivas y
castradoras, esta joven pertenecía a una c u ltu ra en que ser m u je r
a la antigua es m uy apreciado, no sólo por los hom bres sino tam ­
bién p o r las mismas mujeres, que h a lla n muchas satisfacciones en
ser verdaderam ente m ujeres, m ientras haya hombres verdaderos
que las hagan deleitarse con su fem ineidad.
2. E n lo concerniente a las diferencias entre el sueño de esta
joven y los sueños de sus colegas masculinos, es evidente que, si
bien esta película había rem ovilizado su antigua angustia de cas-
tracción fem enina, lo que más la asqueaba e ind ign ab a era que la
fem inización y m u tila c ió n de los hombres p erju d ica y fru stra no
sólo a los hombres sino tam bién a las mujeres. Es ésta una reac­
ción en extrem o m adura, característica de una personalidad fe­
m enina e q u ilib ra d a y dulce. En cam bio, los hombres se sin tie ro n
amenazados de una manera tan personal que prácticam ente en to ­
dos sus sueños había una regresión protectora a la o ra lid a d , así
como una negación ingenua y mecanismos de fuga, o bien una
aceptación resignada del hecho de que toda sociedad cobra un pre­
cio m uy elevado por el p riv ile g io de la cohabitación m adura.

j] M is propias reacciones: Para ser ju sto con los colegas que me


com unicaron sus sueños y sus reacciones sintomáticas, parece a pro­
piado exam inar tam bién, al menos de pasada, mis propias reaccio­
nes en las dos veces que se proyectó la p elícula.31
L a p rim e ra proyección: C uando se m ostró la película al g ru p o
de antropología, yo fu i sim plem ente uno de los espectadores pa­
sivos. De ahí que si bien yo era el doctor presente y, según recuer­
do, el ú n ico que no sólo había realizado am plios trabajos de campo
en regiones verdaderam ente m uy atrasadas sino que tam bién ha­
bía estudiado atentam ente la lite ra tu ra sobre A u s tra lia ,32 tam bién
me sentí a disgusto y me desagradó bastante la ligereza “ c ie n tífi­
camente in d ig n a ” de las espectadoras. C om prendo ahora que m i
in d ig n a ció n se debía p rin cip a lm e n te al hecho de que m i incons­
ciente había e ntendido sus reacciones m e jo r que m i consciente. A
través de los años, había pensado m ucho en esta película, se la
había m encionado a no pocos colegas —entre ellos el doctor H — y
Compárense tam bién con !a destrucción de mis notas sobre los sueños y
asociaciones de H.
En un sem inario in o lv id a b le con el d ifu n to profesor M arcel Mauss, en la
École P ra tiq u e des Hautes Études.
112 HATO S V A N S IIK M »

creía recordarla tan bien que cuando la v i p o r segunda vez, unos


18 años después, com prendí sorprendido que había o lvid a d o casi
todas las escenas, menos las principales.
L a segunda proyección me h a lló en una situación psicológica­
mente protegida. Com o recordaba bien las escenas traum áticas, no
p ro d u je ro n en m í el m ism o im pacto que la prim era vez. T am bién
tuve la suerte de tener algo leg ítim o, prestigioso y ú til que hacer
durante toda la película y después. Para entonces había también
prácticam ente com pletado m i análisis d id áctico y estaba ya haden
do análisis supervisados, de modo que psicológicam ente estaba más
seguro que cuando vi la película p or p rim era vez. En resumen, en
esta segunda ocasión pude abreaccionar mis tensiones p o r m edio de
una conducta legítim am ente su blim a to ria, o sea com entando el
film e , presidiendo la discusión subsiguiente y contestando a las pre­
guntas. Y p o r fin , y esto tam bién es im p o rta n te , aunque es pro­
bable que en m i calidad de antropólogo me id e n tific a ra con los
p rim itiv o s más fácilm ente que un psicoanalista médico, esta fuente
de stress estuvo sin duda contrarrestada en gran parte p or el he­
cho de que m i a u lo d e fin ic ió n como antropólogo legitim aba el
que yo (como el soñante H ) asumiera una posición profesional en
relación con esta película.
Estos hechos explican p o r qué pude actuar debidam ente en un
m om ento en que algunos se ponían tan nerviosos que dejaban el
a u d ito rio en plena proyección.
La suposición de que m is comentarios me p e rm itie ro n abreaccio­
nar buena parte del im pacto está fuertem ente sustentada por el
hecho de que los que se salieron del a u d ito rio después se reunieron
en una lechería y hablaron casi hipom aníacam ente; yo había ha­
blado (com portam iento oral) m ientras pasaba la película.
Sospecho de todos modos que a pesar de m i posición p riv ile g ia ­
da y de mis muchas oportunidades de abreaccionar algunas de
mis tensiones com entando la película, ahí no acababa todo para mí.
Esto podría e xp lica r p or qué se me o c u rrió la idea su blim a to ria
de registrar los sueños de los presentes. Es incluso probable que
a m i decisión de estudiar los sueños de los demás se deba el que
yo no soñara aquella noche. Dejé que los demás soñaran por m í
(Devereux, 1956a).
A u nq u e esta idea fue fru ctífe ra y me p e rm itió recoger m aterial
cie n tífico bátante in só lito , su o b je tiv o latente fue probablem ente
d o m in a r el traum a analizando, las reacciones de diversos m iem bros
del p úb lico , con la esperanza de que esto me p e rm itiría entender
m is propias reacciones sin tener que escudriñarlas con m ucho de­
te nim ie n to. Verdad es que, como todos, en m i vida había te nid o
H M C C IO N E S DE A N S IE D A D 113

muchas experiencias que —si hub ie ra tenido una buena idea en el


m om ento a prop iad o — h ub ie ran p o d id o explotarse tan cie n tífica ­
mente como ésta. E l hecho de que se me ocurrie ra una idea s u b li­
m atoria en esta ocasión in d ica que todavía no había yo dom inado
r l traum a p o r entero. Logré h a lla r un m odo científicam ente p ro ­
d uctivo de d o m in a rlo tan sólo porque m i análisis didáctico me ha­
bía puesto en condiciones de lid ia r con los traum as p or m edio de
la sublim ación y no p o r el acting o u t. N aturalm en te, éste es uno
<lc los objetivos p rincipales de la terapia psicoanalítica.33
Para co n c lu ir p odría quizás a ñ a d ir que las reacciones de ansiedad
descritas en el caso 39 no son únicas. El texto de una conferencia
que iba yo a dar ante una sociedad psicoanalítica acerca de cier­
tas costumbres p rim itiv a s fue d is trib u id o de antem ano a todos los
m iem bros y candidatos de esa sociedad. Inm ediatam ente antes de
que diera yo la conferencia me d ije ro n dos o tres analistas didactas
que varios candidatos en análisis did áctico habían reaccionado a la
lectura de aquellos datos con sueños de ansiedad trasparentes.

33 Debo m encionar tam bién que la m ecanografía fin a l de este c a p ítu lo con­
tenía más correcciones con tin ta ( = enm endaduras) que n in g ú n o tro capítulo.
< >• I U H .O V I I

f i l KNS AS P R O F E S IO N A L E S

I «mlo c ie n tífico del co m portam iento tiene a su disposición ciertos


tiltil<us tie referencia, métodos y procedim ientos que —entre parén-
m • tam bién reducen la ansiedad ocasionada por sus datos y le
I >«-Militen así fu n cio n a r debidam ente. Por desgracia, precisamente
poique reducen la ansiedad, esos expedientes suelen trasformarse
•I* modo sistemático en verdaderas reacciones contratrasferenciales
1 1m i* (onducen a un acting o ut autoconstrictor que se disfraza de

«Min ia. Es co nd ició n sine qua n on para su aprovecham iento ge-


iiu liia m e n te c ie n tífico y s u b lim a to rio el e n te n d im ie n to cabal del
rm p lc o neu ró tico que puede darse a esos expedientes.
Muchas defensas profesionales son sim plem ente variedades de
lii defensa de aislam iento, cjue “ descontam ina’' el m ate ria l anxió-
gruo re p rim ie n d o o negando su contenido afectivo y hum ano así
im ito su pertine ncia personal. E l siguiente ejem plo clín ico acla-
t >11A la índole y la fu n ció n del mecanismo de aislam iento.
t'.nso 40: U n paciente in icia lm e n te s ifiló fo b o había logrado des-
ptender su ansiedad tan eficazmente de las enfermedades venéreas
qui* n a capaz de cohabitar incluso con prostitutas de los tugurios
un sentir n in g u n a angustia. Pero en cam bio tenía un m iedo pa­
n tin a otras enfermedades, como la rabia, la m en in g itis cerebroes­
p inal y la p o lio m ie litis , que, como la sífilis terciaria, atacan al sis-
!« iiu nervioso, y se desinfectaba m eticulosamente las manos aun
después de haber tocado un perió d ico o un lib ro donde estuviera
la palabra “ p o lio m ie litis ” .
El psicoanalista se prepara sistemáticamente a tra b a ja r con el
m aterial causante de ansiedad sometiéndose a un análisis d id á c ti­
lo , para solucionar sus propios problemas. Esto le suele p e rm itir
aguantar sin angustia indebida el bom bardeo a que el m aterial
nnxiógeno pro du cido por los pacientes lo somete y escudriñarlo sin
tener que desfigurarlo, de m odo que pueda co n tro la r sus propias
ansiedades. Además, si su análisis ha sido verdaderamente bueno,
lient: el insig ht suficiente para e nviar a un paciente cuyos proble­
mas no puede m anejar con la debida calma a o tro analista que
lid vez esté en condiciones de to le ra r m ejor que él el m aterial
1117]
118 C O N T R A T R A S F E R E N C IA Y C O M P O R T A M IE N T O

anxiógeno p ro du cido p or ese paciente. Las reglas del procedim ien­


to psicoanalítico ayudan tam bién al analista a ser objetivo , como
su a u to d e fin ició n ("soy un a na lista ") y la d e fin ic ió n de su sitúa-
ción ("esto es u n análisis” ) (Devereux, 195fia). Por ejem plo, es
capaz de reaccionar objetivam ente a las observaciones insultantes
o amenazadoras de un paciente, porque esas definiciones de su
papel y de la situación le ayudan a com prender que las observa­
ciones del paciente son m anifestaciones de u n enojo trasferencial
y en rea lid ad van d irig id a s contra una persona que desempeñó un
papel de im p o rta n cia p rin c ip a l en la infan cia del paciente.

1. Preexperiencia vica ria : E l im pacto tra u m á tico de un suceso po­


tencialm ente anxiógeno se reduce de un m odo apreciable si uno
está preparado; si, como dice W illia m James, uno tiene "conoci­
m ie n to ” a nticipa do de la situación está en condiciones de "tra b a r
conocim iento” con ella. Por ejem plo, el estudio de la a n tro p o lo ­
gía en la universidad fortalece al a ntrop ó lo go para el im pacto de
la experiencia real sobre el terreno de los hechos, aunque no puede,
n aturalm ente, hacerlo del todo in m u n e al im pacto del r ito de sub­
incisión australiano. Sencillam ente lo ayuda a retrasar (posponer)
la experiencia consciente de la angustia hasta que haya fotogra­
fia do y registrado ese ritu a l. Además aunque el caso 42 muestra
que las experiencias de campo traum áticas acaban por p ro d u c ir
una reacción de ansiedad d ife rid a de cierta intensidad, lo que im ­
p orta científicam ente es que sin ese "co n o cim ie n to a n ticip a d o ” de
esas experiencias el antropólogo no h ub ie ra pod id o observar y
d escribir tales prácticas con exactitud.
Incluso algunos neuróticos saben que es posible red ucir la in ­
tensidad de un ataque de ansiedad "a n tic ip á n d o lo ” , aunque sea
en una form a algo extrem a:
Caso 41: U n joven con una fobia aguda contra los puentes de­
cía: "C u an do sé que tengo que atravesar un puente, deliberada­
m ente me hago tener un ataque de ansiedad antes, porque sé que
así dism inuye la angustia que siento al pasar el puente. Por eso
no temo el sentirm e angustiado antes; la ausencia de ansiedad ex­
pectante me hace aún más ansioso de lo que estaría norm alm ente
al cruzar el puente.”

2. L a posición profesional y la defensa de a ctivid ad se com binan


en una d e fin ic ió n de sí m ism o egosintónica y cu ltu ra lm e n te san­
cionada (“ soy un antrop ó lo go ” ) y una d e fin ic ió n sim ilarm ente san­
cionada de la situación ("esto es trab ajo de campo” ).
M ie ntra s que la protección proporcionada p o r la posición d e m i-
In l I NSAS P R O F E S IO N A LE S 119

fita es sólo tem poral, y con frecuencia dura tan sólo m ientras uno
está efectivam ente dedicado a la la b o r científica, la a ctivid a d cien­
tífica en sí puede atenuar u lte rio rm e n te la experiencia consciente
de la ansiedad al p e rm itir una abreacción p arcia l de las tensiones
por la actividad. De todos modos, en cuanto cesa ésta, la ansiedad
lio experim entada conscientemente antes puede manifestarse con
una intensidad abrum adora, característica del "re to rn o de lo re p ri­
m id o ” . Además, si la índole de la a ctividad cien tífica es tal que
produce tensiones por sí, la ansiedad puede acabar p o r ser tan
indom eñable que requiera una interven ción psicoterapéutica (caso
25-/). Queda descrito (caso 39) el m odo en que m is propias a c ti­
vidades de com entarista me p e rm itie ro n detener la in q u ie tu d m ie n ­
tras pasaba una película causante de ansiedad. Sobre el terreno
pueden o c u rrir tam bién experiencias semejantes.
Caso 42: Dos antropólogos no sintie ro n “ n in gu na ansiedad”
m ientras observaban, grababan y fotografiaban una circuncisión
fem enina africana sobre el terreno. Pero cuando vieron después la
película K aram oja —que mostraba los ritos, idénticos, de c irc u n c i­
sión fem enina de o tra tr ib u — s in tie ro n una “ angustia trem enda” ,
sencillam ente porque su papel de espectador pasivo no les daba
esta vez ocasión de abreaccionar la angustia por m edio de la acti­
vidad.
E l c ie n tífico del com p orta m ie nto que se encuentra frente a m a­
le r a ] trau m ático no tarda en aprender a u tiliz a r la posición p ro ­
fesional como pro ced im ien to red u cto r de la ansiedad, sobre todo
dado que puede —d entro de ciertos lím ites— incluso entregarse a
actividades que norm alm ente le causarían intensos sentim ientos de
c u lp a b ilid a d . Y así M a lin o w ski (1932) pudo estudiar la vida sexual
de los isleños de las T ro b ria n d y yo la de los mohave sin sentirnos
voiyeurs y sin que nuestras investigaciones nos estim ularan inde­
bidam ente. Sospecho empero que los sujetos que se prestan v o lu n ­
tarios a ciertos tipos de investigación acerca del coito hum ano (ca­
sos 121, 122) sim plem ente aprovechan la d e fin ic ió n cie n tífica de
la situación para fines de acting o ut n eurótico y aun perverso (exhi­
bicionista).
Sea como quiera, la creciente aceptación de la ciencia de la con­
ducta como una form a leg ítim a de “ hacer ciencia” puede explicar
en parte p or qué las m onografías antropológicas contemporáneas
describen de un m odo m uy franco m ate ria l “ escabroso” que en las
m onografías anteriores se o m itía decididam ente, se describía en la­
tín , o se mencionaba sólo con eufemismos y de un m odo que hacía
constar el h o rro r y el disgusto del observador. (En algunas expo-
120 C O N T R A TR A S FER EN C J A Y C O M P O R T A M IE N T O

siciones antiguas de las prácticas de subincisión australianas se


las llam aba sim plem ente “ ese te rrib le r it o ’’.)
Por desgracia, esta posición profesional c u ltu ra ls in tó n ic a de aho­
ra ha llevado el p én du lo tan lejos hasta el o tro extrem o que a l­
gunos antropólogos consideran “ meras costumbres” , no sujetas a
estim ación ética, algunas prácticas crueles e irracionales. Ambos
extremos representan reacciones contratrasferenciales neuróticas;
n in g u n o de los dos es verdaderam ente o b je tiv o n i cien tífico . Pero
sea como quiera, el caso 59 muestra cómo la posición científica
nos puede p e rm itir hacer sobre el terreno lo que n i en sueños ha­
ríamos en o tro contexto y además, hacerlo de m odo su blim a to rio,
o sea de m odo que el resultado sea objetivam ente menos m alo y
subjetivam ente menos egodistónico de lo que h ubiera sido si uno
se hubiera abstenido decididam ente de obrar. C iertam ente, es a
m enudo posible hacer arreglos que le p erm ita n a uno estudiar una
práctica desagradable sin p e rju d ica r a n in g ú n ser vivien te y sin
exponerse sin necesidad a una visión que al despertar nuestras an­
gustias reduce la precisión de nuestras observaciones.
Caso 43: Los sedang castran a los verracos con una a stilla agu­
da de bam bú y no con u n c u c h illo de hierro, para que los espí­
ritu s no crean que se los van a sacrificar a ellos. Com o los sedang
son duros en su tra to a los animales y a veces castran a los perros
sencillam ente p o r “ d ive rtirse ” , no tenía yo n in g ú n deseo de pre­
senciar la torpe operación de capar a un joven verraco. E n te nd ién ­
dose que yo registraba acuciosamente todos los procedim ientos, a
la siguiente vez que m ataron a un verraco les pedí que castraran
el cadáver exactamente igu al que hacían con los verracos vivos.
Esto me p e rm itió hacer observaciones más precisas que si me h u ­
biera visto o bliga do a tom ar notas m ientras me distra ía —y a fli­
gía— el c h illa r y debatirse de un verraco vivo. Podría objetarse,
naturalm ente, que este subterfugio me im pedía observar tam bién
las reacciones psicológicamente im portantes del capador. T om é esto
en cuenta e ligiendo para la tarea a u n excelente m ím ico, que estoy
seguro m anifestó exactamente las mismas emociones de u n sedang
que castrara u n verraco vivo.

3. Las posiciones m etodológicas y los recursos técnicos que, cuando


se em plean como es debido, son lógicam ente impecables y cie n tí­
ficam ente fructuosas, pueden emplearse en form a inconsciente ante
todo como defensas aisladoras que desfiguran nuestra percepción
de la realidad y estorban la investigación de varios modos.
a. E l relativism o ingenuo, c u ltu ra l y ético —una concepción de
la h um an ida d como “ museo de las costumbres” —, reconoce la exis-
• 'I I I.NSAS P R O F E S IO N A LE S

ti'iH'ia de seres humanos, pero en nom bre de la o b je tiv id a d “ cien-


1(1 ica", se niega a a plicar las consideraciones éticas o rd in a rias a su
lu m lu c ta . Además, esta posición “ m etodológica" esquiva el im p or-
lunte problem a de la relevancia del etos de una c u ltu ra para otra,
uni como el im p o rta n te problem a c u ltu ra l de la ética en general.
Caso 44: U n a ntrop ó lo go psicológicam ente experto me d ijo ha­
ber presenciado el e n tie rro de una persona viva que había “ per­
d id o su a lm a " y por eso era considerada técnicamente m uerta (cf
< u so 2 7 5 ). C uando le pregunté si no había tratado de im pedirle

me replicó altanero: “ En m i calidad de antropólogo, m i obliga ció n


i ki es acabar con las costumbres de los indígenas, sino estudiarlas." >
La negación com pulsiva de la le g itim id a d de los ju ic io s éticos
puede co n d u cir a negarse a hacer diagnósticos científicos aun cuan­
do el grado de patología de una sociedad dada pueda evaluarse
en fu n ció n de su fracaso en alcanzar la meta que declara y de su
propensión a destruirse a sí misma p o r la adhesión a metas disfun-
<órnales. E l m e jo r eje m p lo es la tr ib u de los tonkaw a con su dis­
posición patológica autodestructiva a exponerse a cjue la e x te rm i­
nen sus vecinos indignados en lug ar de re n un ciar a su canibalism o,
económ icam ente innecesario (L in to n , 1937; Devereux, 1955b).
El relativism o c u ltu ra l trata así de re d u cir la ansiedad consi­
derando los datos culturales en un vacío hum ano. A u nq u e cientí-
I ¡ruínente estéril, este subte rfug io es efectivo, puesto que reaccio­
namos con menos ansiedad a la canibalización co ita l de su macho
(to n el que no podemos ide ntifica rno s) p o r la m antis hem bra de
l*i que haríam os a una costum bre semejante entre los humanos.
De m odo análogo, podemos re d u cir a rtific ia lm e n te nuestras angus­
tias viendo to rtu ra r a prisioneros tan sólo como “ costum bre” ne­
gando con e llo im p lícita m e n te que esas prácticas tengan relación
alguna con seres de carne y hueso, con los que tendríam os que
ide ntificarnos. Estas negaciones im p lícita s de toda semejanza entre
nosotros y otros tam bién se practican en la vida corriente, por
ejem plo, en los intentos de ju s tific a r la esclavitud, que, “ en re a li­
dad", sólo afecta a unos “ sem ianim ales". Este aum ento in te n c io ­
nal de la distancia social entre el a ntrop ó lo go y los indígenas que
estudia le perm ite o lv id a r sus propias angustias, estudiando sus
( ostumbres como si la c u ltu ra no afectara a las vidas humanas, aun­
que no es necesario decir que esas angustias denegadas son despla­
zadas sobre otros temas. M uchos cu lturólogos son hostiles a los
que estudian las costumbres en relación con el hom bre, sobre todo
porque este enfoque más a m p lio amenaza con re in tro d u c ir el ele­
m ento hum ano (psicológico) causante de ansiedad en su m undo
122 C O N T R A T R A S F E R E N C IA Y C O M P O R TA M I l-'N'l ( >

cuidadosam ente esterilizado de afectos, en que sólo hay costumbres


e instituciones “ puras” .
E l m odo de ver “ re la tiv is ta ” de que una práctica cruel es sólo
una costum bre éticam ente neutra puede incluso im p e d ir la o b je ti­
vidad verdadera, sencillam ente porque la d e fin ic ió n relativista de
la costum bre no suelen co m p a rtirla los que de hecho la practican,
que pueden considerarla m oralm ente errónea (Lévi-Strauss, 1955).
El negarse a a d v e rtir cuán viciosa es en sí una costumbre puede
por eso no dejarnos ver la evaluación acostumbrada de esa prác­
tica p or el p rim itiv o .
Caso 45: Si uno considerara la m asturbación p re m a rita l de los
sedang, su hom osexualidad, bestialidad y sus perversiones hetero­
sexuales como “ costumbres nada más” , nunca descubriría que los
mismos sedang consideran esas prácticas objetables y sólo se entre­
gan a ellas porque sus dioses, a los que explícitam ente declaran
éticam ente corruptos y malos, prefieren p ro h ib ir las relaciones he­
terosexuales prem aritales, que los sedang consideran en cam bio
m oralm ente más justas que las perversiones. A su vez, este descu- i
b rim ie n to es indispensable para com prender la h o s tilid a d de los
sedang para con sus dioses (Devereux, 1940c).
La negativa del tra b a ja d o r de campo a tom ar nota de que los
mismos p rim itiv o s desaprueban algunas de sus prácticas tra d ic io ­
nales puede así im pedirles predecir o com prender el cam bio c u ltu ­
ra l que representa una reacción a una práctica tra d ic io n a l pero
m al vista.
Caso 46: Cuando, en el pasado siglo iban a sacrificar a un cau­
tiv o al lucero de la mañana, un gran guerrero pawnee, reaccionó
y lib e ró a la fu tu ra víctim a declarando que ya no se sacrificarían
más cautivos. La trib u lanzó u n suspiro colectivo de a liv io y deci­
d ió a b o lir el r ito (L in to n , 1923).
Caso 47: M u y contra su vo lu ntad , el pueblo de Temese se veía
obligado cada año a consagrar la virgen más hermosa al m alvado
héroe m uerto Polîtes. Pero el boxeador y pancratista o lím p ic o Eu-
thymos, que se apiadó de una de esas jóvenes y se enam oró de ella,
desafió y venció a Polîtes, quien se lanzó (¿es decir, su estatua?)
al m ar, lib e ra n d o así para siempre a Temese de la o bligación de
hacer ese sacrificio (Pausanias, 6.6.2; Estrabón, 6.1.5, p. 255; A elia-
no. Varia H is to ria , 8.18; Eustatio: De la Odisea, 1409.13).
Caso 48: El sentim iento subjetivo que tienen los sedang de que
comerse el hígado hum ano es m oralm ente rep ulsivo hizo que se
rem plazara esa práctica, al p rin c ip io con u n gesto puram ente sim ­
b ó lico —tocar un hígado hum ano con los labios— y después por
el consumo del hígado de u n anim al sacrificado.
tu I I N SAS l ’ R 0 I : ES10 N A LE S 123

Cuso 49: E l sacrificio hum ano tam bién se hizo obsoleto entre los
M'tlang nada más porque les parecía m oralm ente errado. A l p rin -
líp io lim ita ro n los sacrificios hum anos a las ocasiones en que una
i ib is m uy grave —como una epidem ia— hacía parecer necesario
t»l recurso a esa antig ua costum bre.1 Después, hacían como si sacri­
fie nan un ser hum ano, pero en realidad sólo le punzaban el so-
b iiro y m ataban un puerco en su lu g a r.1 2
Además, cuando un deudor “ sacrificado’' de esta manera de­
m andó a sus “ m atadores” p o r daños y los ancianos le otorgaron
una compensación, los sedang ren un ciaron incluso a fin g ir el sa­
i l ilíc io de u n hum ano. Para. 1933 ya habían rem plazado las víc-
I¡nías hum anas p or fig u rilla s de cera y se contentaban con m ata r
un búfalo. In cluso racionalizaron esta práctica proclam ando or-
gullusamente que ellos eran más ricos que los espíritus, que tenían
que comer seres hum anos m ientras que ellos se p e rm itía n ¡comer
búfalos! —
listas dos innovaciones culturales o cu rrie ro n antes de que los
sedang fueran sometidos a una presión a cu ltu ra tiv a o adm in istra- |
liva. Se p ro d u je ro n porque, a diferencia de ciertos antropólogos> \
los sedang no consideraban que comer carne hum ana o m ata r gen- J
le fuera “ nada más una costum bre” . De hecho, se alegraron cuan- j
<lo las presiones adm in istrativa s los obliga ro n a abandonar lam - I
bien otra costum bre onerosa. /
Caso 50: C uando los franceses p ro h ib ie ro n las guerras entre t r i­
bus y o b lig a ro n a los sedang a rem plazar las incursiones ritu a le s
por simulacros, u n sedang me d ijo : “ ¡Es m ucho m ejor así! A h ora j
podemos gozar del festín de la v ic to ria y em borracharnos a fo nd o j
sin tener que jugarnos p rim e ro la pelleja peleando con los halang.” \
Estos datos m uestran que la a c titu d de “ nada más una costum- \
bre” suele hacer que el investigador com pulsivam ente “ o b je tiv o ” \
no sea nada o b je tivo acerca de las costumbres que estudia. j
b. E l e lim in a r a l in d iv id u o de los inform es etnológicos de cam­
po era anteriorm ente un p rocedim iento acostum brado.3
Caso 51: L in to n me m encionó una vez la siguiente observación

1 T a m b ié n Tem ístocles d u ra n te las guerras Médicas se vio obligado a hacer


sacrificios humanos (P lutarco, T e m ísto cle s, 13); después de su derrota in ic ia l
por Agatocles los cartagineses vo lvie ron a sacrificar a sus propios hijos en
lu g a r de otros comprados (D io d oro Sículo, 20.14.4).
2 U n sa crificio hum ano com parable se practicó, según Eurípides (Ifig e n ia en
T á u r id e , versos 1458 ss.), en H a la i Araphenides ante la estatua de la Artem isa
local, que recibía sacrificios hum anos verdaderos en T á u ric a .
* Como d ijo una vez con iro n ía H a llo w e ll: “ A los antropólogos, sencilla­
m ente, la gente no Ies interesa m ucho.”
124 c o n t r a t r a s e e r f n c ia y c o m p o r t a m ie n t o

de un colega: “ M i m onografía de la trib u X está casi acabada.


' I odo cuanto me queda p o r hacer es q u ita rle la v id a ” (o sea todo
lo relacionado con personas y sucedidos reales).
c. Los esquemas conceptuales válidos y las posiciones m etodoló­
gicas pueden emplearse tam bién p rim o rd ia lm e n te para la descon­
tam inación afectiva del m ate ria l anxiógeno.
La c u ltu ro lo g ía suele operar como si la gente no existiera en
realidad. C la ro está que éste es un p ro ced im ien to p re lim in a r ló ­
gicamente le g ítim o para estudiar la c u ltu ra aislada —sea in v itro ,
sea como una ‘‘variable a n a lítica ” — con tal que los resultados de
este estudio segm entario del co m portam iento hum ano se correla­
cionen en d e fin itiv a con los descubrim ientos y form ulaciones psi­
cológicos.4
Pero si se piensa que la cu ltu ro lo g ía ha de d ar soluciones fin a ­
les y compendiosas y si hay el tem or —com pletam ente in ju s tific a ­
d o — de una co n ju ra para re d u cir lo so ciocultural a lo psicológico
(Kroeber, 1948a), entonces la posición c u ltu ro ló g ic a o la superor-
gánica es ante to do un mecanismo de aislam iento, y no una posi­
c ió n profesional te m p ora l con un fin determ inado.
d. E l enfoque atom ístico debe distin gu irse claram ente del em­
pleo de listas de rasgos y cuestionarios como a rtific io s mnemónicos
cpie garanticen que el trab aja do r de campo no o lvid ará ‘‘por acci­
dente o in te n c ió n ” el m ate ria l que —a causa de sus ansiedades-
p re fe riría no investigar. H ay que d is tin g u irlo tam bién de los bue­
nos estudios de d is trib u c ió n que —como el de Kroeber (1949, 19.52,
1955), análisis de zonas culturales americanas y tipos de persona­
lida d p o r áreas— no ignoran la configuración de rasgos y su p e rti­
nencia hum ana, así como de las investigaciones acerca de la a m p li­
tu d y variedad de rasgos culturales, que en d e fin itiv a tratan de
a rro ja r luz sobre el fu ncio na m ie nto total del h o m b re e n -c u ltu ra
(Devereux, 1955a). La ciencia atom ística de la conducta represen­
ta una defensa contra la ansiedad sólo si, después de arrancar un
rasgo de su contexto, no lo reintegra fin alm e n te a su m atriz psico-
c u ltu ra l. *

* Yo m ism o esbocé (Devereux, 1940a) un esquema conceptual de sociedad


q ue e lim in a ba de m om ento al in d iv id u o , pero sólo para esclarecer la índole
del hecho sociológico. Después (1945, 1957a, 1961b) destaqué tepetidas veces
la desemejanza y la relación de com plem enlariedad existentes entre el e nten­
d im ie n to sociológico y el psicológico de u n acto dado, pero insistía (1958c, d,
1961b) en que eso era sólo u n paso p re lim in a r hacia la fo rm u la ció n de un
m arco de referencia u n ifica d o , en que se com binarían esos in s ig h ts segmenta­
rios teóricam ente d istin to s en un esquema único. En ninguna parte insinué
q ue esos in s ig h ts no p u d ie ra n n i d e b ie ra n unificarse al fin a l.
I ll- TENSAS PROFESIONALES 125

Incluso los estudios acerca de la índole de la c u ltu ra , de los


procesos culturales y de d ifu s ió n pueden ser viciados p o r la nega-
(iva a to m a r en cuenta la psicología.
Caso 52: N orbeck (1955) tra tó de e xp lica r la presencia del re­
lato de hombres sin ano en dos regiones m uy separadas una de
o irá m ediante una hipótesis extravagante de que la habían in tro ­
ducido en las F ilip in a s esclavos llevados de Am érica del Sur. Si
Norbeck h ubiera tom ado en cuenta tam bién la creencia chaga
(R aum , 1939) de que los hom bres adultos no tienen ano y las
fuentes griegas y romanas como L u cia n o ( Vero H is to ria , 1.23), Pli-
n io (N a tu ra lis H is to ria , 7.25) y A u lo G e lio (N od es A tticae, 9.4.10)
hubiera com prendido que no era posible la solución del problem a
exclusivam ente en térm inos de d ifu sió n , sencillam ente porque la
negación del ano es una fantasía hum ana que puede manifestarse
en muchos niveles: como cuento en A m érica del Sur y las F ilip i­
nas, etc., como creencia im puesta socialmente entre los chagas y
como fantasía neurótica en los pacientes occidentales (Keiser, 1954;
Devereux, 1954b). Además, el m ito sudamericano ta m bién puede
explicarse estructuralm ente (Lévi-Strauss, 1966).
Caso 55: Si uno desea estudiar la idea del pene lu x a d o e tno ló ­
gicamente tiene que considerar como un solo universo de discurso
una práctica tu p a ri, una brom a mohave, un m ito zoroástrico, una
m e n tira esquim al, una neurosis ko ro indonesia y del sur de C hina,
un cuento de Les Cent N ouvelles N ouvelles, una anécdota semi-
pornográfica de la m onarquía francesa, la acción de un psicótico
alemán, el sueño de una neurótica norteam ericana, las parestesias
de un bostoniano b o rd e rlin e , la fantasía de un obsesivo del m edio
oeste, etc. (Devereux, 1954a, 1957a). Sólo un m apa de d is trib u c ió n
que consigne todas esas m anifestaciones de una misma idea puede
tener sentido a ntro p o ló g ica m e n te . . . y la preparación de ese mapa
requiere que se tenga conocim iento del hom bre en toda su re a li­
dad corpórea y psíquica.
e. L a psicología de rasgos, que m alem plea los tests como fajas
cortafuegos emocionales es la contraparte psicológica de la ciencia
social atom ística. La capacidad que tienen los tests de p ro p o rcio ­
nar un e n te n d im ie n to in te le c tu a l y al m ism o tie m p o de increm en­
tar, no red ucir, nuestro sentido de la realidad hum ana y psicoló­
gica del sujeto sometido a test se prueba, en el campo clínico, por
los inform es de test de los mejores psicólogos y en el campo de la
c u ltu ra y la personalidad p or las investigaciones de trabajadores
inspirados, como H a llo w e ll (1955). En manos de las personas que
no temen a las realidades psíquicas, los tests no son escapatorias
sino sendas que conducen hacia el e n te n d im ie n to de los seres vivos.
126 CONTRATRASFERENCIA V COM l ’ O R T A M IE N l <1

Por desgracia hay tam bién algunos “ expertos” que (inconsciente


mente) se sirven de los tests para esterilizar su m ate ria l.5
L a m onografía de Lessa y Spiegelman (1954) sobre la persona
Iid a d u litia n a , que se basa p rim o rd ia lm e n te en datos de tests, así
como dos lib ro s basados en parte en los tests realizados con navajos
(K lu c k h o h n y L e ig h to n , 1946; L e ig h to n y K lu c k h o h n , 1947), no lo ­
gran dar vida, al menos para un lector (Devereux, 1948a, f) a los
in d iv id u o s y el g ru po que describen, m ientras que L ow ie (1935)
—que no profesaba el ser psicólogo n i se servía de tests— anima
ta n to a la tr ib u crow como a sus m iem bros. In cluso una obra tan
teórica como el excelente estudio de L le w e lly n y H oebel (1941)
sobre las leyes cheyennes, escrito p o r dos eruditos no especializados
en cu ltu ra y personalidad y que persiguen fines diferentes, da vida
a los cheyennes, a pesar de diagnósticos p siquiátricos incorrectos a
veces.6
De hecho, algunos antropólogos básicamente antipsicológicos
parecen haberse co nve rtid o en “ especialistas” de cultura-y-perso-
n a lid a d como una solución de transacción (“ acatam iento fin g id o ” )
y haber p ub lica do la b o r estadística de tests p rin c ip a lm e n te para te­
ner la “ a u to rid a d ” necesaria para co m b a tir todo enfoque psicoló­
gico verdaderam ente p ro fu n d o del hom bre. A lgunos trabajos de
Lessa (1956), O rlansky (1949) y Sewell (1952) son buenos ejemplos
de esta m aniobra. La B arre (1958) cita otros datos al respecto.
f. La construcción intelectua lista de modelos de personalidad es
la contraparte psicológica de la teorización cu lturoló gica. La cons­
trucció n de modelos es una práctica n o rm a l en cu a lq u ie r ciencia
que ha llegado al p u n to en que la teorización se hace necesaria y
factible. Pero debe comprenderse que no es posible co n s tru ir m o­
delos abstractos de la personalidad sin “ descontam inar” p rim ero
nuestro m ate ria l. Los modelos buenos, p o r m uy abstractos que sean
—¡y algunos de ellos son m uy abstractos, ciertam ente!— pertenecen
a seres hum anos y no a “ preparaciones” de la b o ra to rio . De ahí que
le “ prendan el foco” ta nto al lector o rd in a rio como al clín ico ,78

5 Los clínicos dinám icos suelen quejarse de que los inform es de tests de los
psicólogos clínicos de segunda cate goría son esquemas vacíos Je sentido y re­
pletos de una jerga que hace el papel de in s ig h t verdadero y em patia clínica
creadora.
8 U na m u je r cheyenne anorm alm ente m andona y agresiva, a q u ie n L le w e llyn
y Hoebel ca lifica n de “ psicópata", era casi con toda seguridad un caso grave
de carácter neurótico.
T E l d o ctor Loewenslein me dice que siempre que él y los doctores H a rtm a n n
y K ris trabajaban en algún a rtíc u lo de teoría com probaban toda construcción
teórica citando en el curso de sus disquisiciones pruebas clínicas apropiadas,
aunque p o r razones de comodidad en la exposición a veces no m encionen ese
l u t t N M i iK o n :s io N A i.rs 127

m ientras (jue algunos otros modelos, como el de E rikson (1950)


tigucn por lo menos para m í— siendo esquemas exangües, aunque
q tii/á deslumbrantes. Es in s tru c tiv o com parar en este contexto la
t l\ ld r / . de los modelos, altam ente complejos, construidos p o r Ró-
I um iii (1950), M ead (1947a, b, c), Lévi-Strauss (1949, 1955, 1962a,
li, 1961) o La Barre (1954), con el b r illo helado del m odelo fo r­
malista que traza E rikson (1943) de la c u ltu ra y personalidad
y tito k o —en grado algo m enor— tam bién con algunos (¡no todos!)
áspenos del m odelo de la personalidad étnica creado p o r K a rd in e r
(1939, 1945). C iertam ente, incluso aquellos que no aceptan del todo
lus modelos de R óheim , Mead, Lévi-Strauss o La Barre sentirán al­
guna que o tra vez que esos modelos en apariencia abstractos evo-
I un, con una penetración casi sobrecogedora, un amigo, un paciente
u un in fo rm a n te p rim itiv o . En cambio, un m odelo puram ente in-
td n tu a lis ta tan sólo deslum bra al intelecto. Es tan “ fin o ” como
una disq uisición m edioeval acerca de cuántos ángeles caben en la
punta de una aguja; sólo nos espanta p o r su ingenio pero no con-
nlgiie hacer que los ángeles n i la aguja —n i tampoco el a uto r del
tratad o — nos resulten reales, puesto que nos dejan pensando “ ¿y
rso qué?” .
U n m ism o p rocedim iento teórico genuinam ente im p o rta n te , si
se emplea a m anera de defensa contra la o b je tivid a d , puede con­
vertirse en una de las menos advertidas —por ser narcisistam ente
más h u m illa n te s— causas de distorsió n en la ciencia de la con­
ducta: es u n tip o p a rtic u la r de construcción de teoría en dos
(lisos.
1. L a prim era fase consiste en fo rm u la r una teoría que e x p liq u e
debidam ente aquella parte de los hechos que menos ansiedad cau­
sa. Esta teoría segmentaria suele entonces servir para desalentar
la investigación en la o tra p orció n de los hechos; la que más an­
siedad causa.
2. E n la segunda fase, esta teoría segmentaria se elabora siste­
m áticam ente para crear la ilu s ió n de que es com pleta, con lo que
se desalientan intentos u lteriores de encarar los aspectos in q u ie ­
tantes de los hechos que uno profesa haber explicado.
A u n q u e el v a lo r inherente —si bien tra n s ito rio — de las teorías
que e xplican un aspecto de un proceso sólo está p o r encima de
sutilezas, lo que im p o rta aquí es que la teoría p a rc ia l (correcta) se

m a te ria l en los trabajos publicados. Su construcción de modelos —para no


m encionar la de F reud— puede compararse con provecho con modelos p u ra ­
m ente intelectualistas en la psicología psicoanalítica del Yo, como los de Ra-
p a p o rt (1951a, b).
128 C O N T R A T R A S F E R E N C IA y C O M P O R T A M 11 N I it

aplica entonces para im p e d ir la fo rm u la c ió n de una teoría verda


deram ente completa.
Caso 54: Hace unos años me interesaba yo más en los padres dr
E d ip o que en E d ip o mismo. Releyendo ios textos griegos subir
E d ipo como si no trataran p rim o rd ia lm e n te de E d ipo sino de Layo
y Yocasta descubrí que estos m itos consideraban explícitam ente la
conducta “ edípica” de E d ip o consecuencia directa e inevitable del
(y reacción al) co m portam iento de Layo y Yocasta.8 Esto im plica
que e l com plejo de E d ipo podría con toda le g itim id a d llamarse
com plejo “ co ntrala yo ” o “ contrayocastas” y que el com plejo de
Layo y el de Yocasta se llam an ind eb ida m ente contraedípicos. Por
cierto que esta denom inación da a entender erróneamente que el
com plejo del h ijo E d ipo provoca los complejos “ contraedípicos” de
sus padres. Innecesario es decir que mis observaciones no ponían
en duda la existencia del com plejo de E d ip o ; en rea lid ad lo con­
firm a ba n considerablemente. In dica ba n tan sólo que el com plejo
/d e l h ijo E d ipo es ante todo la reacción provocada por los impulsos
incestuosos y /o asesinos de los padres y p o r eso es, hablando en
p u rid a d , un com plejo de contralayo o contrayocasta.
A u nq u e este trab ajo manejaba hechos demostrables, se me acon­
sejó en form a p rivada que no lo pub lica ra porque p od ría p e rju ­
dicar a m i reputación de freu dia no clásico, entonces firm em ente
asentada. En realidad, el órgano o fic ia l de la Asociación Psicoana-
lític a In te rn a cio n a l aceptó el a rtícu lo casi a vuelta de correo (De­
vereux, 1953b).
Caso 55: Otras investigaciones de los aspectos científicam ente
escotomizados de otras complejas relaciones de la infan cia me m o­
vieron a redactar un a rtíc u lo sobre el carácter derivado de los im ­
pulsos caníbales en la prim era infancia, en que asentaba los si­
guientes puntos, copiosamente documentados:
1. N uestra inform a ción sobre la vida psíquica del in fa n te es en
gran parte inferen cial y se compone de reconstrucciones más o me­
nos válidas.
2. E l lactante no es todavía capaz de d is tin g u ir entre la carne
hum ana y la no hum ana; por eso no puede, en sentido psicológico,
decirse que tiene impulsos caníbales. Se reconoce que m uerde el
pezón, pero con el m ism o placer muerde el chupete. Por eso puede

8 A la misma conclusión llegó im p lícita m e n te hace tiem po el helenista Bcthe


(1891), q u ie n hizo ver que los m e dios p o r los que según una tra d ic ió n tra tó
Layo de m atar a su in fa n te correspondían al tip o de castigo que se aplicaba
tra d icio n a lm e m c a los parricidas, y que fue ese castigo p o r a n ticip a d o la causa
del subsiguiente p a rric id io de E dipo.
n H i A 'i l ’ROFESIONALF.S 129

i ■ que tiene im pulsos de m orde r y devorar, pero n o que los


•> « y » caníbales.
La creencia de que los infantes tienen impulsos específica-
......... caníbales se debe entonces a la proyección sobre el n iñ o
i i >, impulsos caníbales de sus padres, o bien a la proyección re­
tida sobre la p rim e ra infan cia de los im pulsos caníbales de
....... . algo mayores, capaces de d is tin g u ir entre la carne hum ana
I»! no hum ana y cuyos im pulsos caníbales representan una res-
jturnia a los impulsos caníbales de sus padres.
i. La zoología, la antropología y la h isto ria p or igual, demues- \
ii au que los animales adultos y los seres hum anos devoran a sus
jirqiieñuelos, m ientras que éstos nunca devoran a sus padres; y
,11111 después de llegar a la madurez, es m uy d ifíc il que los devo­
i r ii. Incluso la m anducación del cadáver del padre o la madre
m u rrio s o m oribu nd os (H e rod oto , 3.99) es excepcional, y en cam-
l*io está m uy d ifu n d id o el m atar a los hijos, tanto para comérselos /
m ío por ritu a l (Devereux, 1966d). /
lisios hechos m anifiestos y estas conclusiones casi ingenuam ente
hvias han provocado reacciones extraordinarias.

V ¡tracciones de un colega a q u ie n enseñé el o rig in a l en privado:


1. M encionaba yo las creencias hawaianas acerca del in c o n te n i­
ble deseo de comer de las m ujeres encinta y citaba la palabra ha-
«•»liana que designa esas ansias. A pesar de eso, me preguntó si esas
. i cencías las tenían unos cuantos hawaianos solamente o la nación
«mera.
U. Me p id ió que citara m is fuentes para algunas de mis decla-
i iones relativas a los mohaves, aunque era claro que yo estaba
ih <mdo datos recogidos p or m í sobre el terreno.
3. A unque era médico, se “ preguntaba” si sería cie rto que:
m| algunas hembras de animales se comen la placenta;
b J esa ingestión prom ueve e l paso del e q u ilib rio endocrino de
lip o preñez al e q u ilib rio e ndocrino de tip o lactancia;
i \ un a nim a l experim ental, p riva d o de ciertos elementos nece-
M tios de su alim entación, escogerá, entre diversos tipos de aliónen­
lo, el que contenga los elementos que le fa lta n en su dieta.
1. M e p id ió que citara la a u to rid a d para m i declaración de que
algunas m ujeres p rim itiv a s recurren al ejercicio extrem ado para
aI>ortar, aünqué ycTcitaba mi~ o b rà. E stud io ~dëî~ôbüflô ~ên~ÎSTso1
<¡edades p rim itiv a s precisamente paraT S e^T m to (Devereux,~T955a).
f». Puso en duda m i a firm ació n de que en tiempos de h a m b r ë '* ^
los australianos se comen a sus hijos, aunque yo citaba dos fuentes ^
apoyándola. ^
130 C O N T R A T R A S I'E R E N C IA V C O M P O R T A M IE N T O

6. M e p id ió que “ aclarara” cierto núm ero de observaciones ex­


trem adam ente simples, etcétera.

B. Dos opinantes. Después se p u b lic ó una versión cuidadosamen­


te reelaborada de este a rtícu lo en una p u b lica ció n periódica a to­
dos cuyos artículos acompañan los comentarios de varios opinantes.
U n o de mis tres opinantes —de m odo perfectam ente le g ítim o —
exam inaba el problem a desde un ángulo diferente y llegaba a con­
clusiones que considero com plem entarias de aquellas a que yo ha­
bía llegado. Los otros dos opinantes evitaban cuidadosamente avo­
carse al hecho crucial de que para tener fantasías caníbales hay
que saber la diferencia existente entre carne hum ana y carne de
anim al. T a m b ié n equivocaban otros dos puntos im portantes, me
im p utab an opiniones que no había yo expuesto y se conform aban
más o menos con hacer observaciones, sa rcás ti c a s j'jr r ita r “ ¡he re jía!”
(Coodley, 1966; Ekstein, 1966).
N o im p o rta aquí lo extraño y capcioso de las reacciones, de las
cuales citamos tan sólo unas pocas en los párrafos que anteceden.
L o que im p o rta es que esas reacciones las había provocado sin
nin gu na duda la naturaleza anxiógena de mis conclusiones, que
trasgredían dos prácticas científicas im portantes:
1. El tabú sobre el escrutinio de la conducta parental en tér­
m inos psicoanalíticos.9
2. L a tra d ic ió n de que todo se le ha de achacar al paciente. Pero
/ y a Loewenstein (1947) protestaba porque se a trib u ía n todas las
desdichas del paciente a su “ masoquismo m o ra l” .101
En m i calidad de fre u d ia n o impecablem ente clásico yo sugeriría
que ciertos segmentos no_.anaIizados de la teoría psicoanalítica pue­
den servir de resistencia a losTíecftos (Devereux, 1965b), y esto a
pesar de la insistencia de Freud de que los hechos son antes que
la teoría (Freud, 1964).11 Y si el psicoanálisis se hizo cîéncujTftre
precisamente p o r ser capaz de aceptar los hechos que mucha gente
prefiere ignorar.
E l aprovecham iento de la teoría en form a defensiva no se lim ita
al psicoanálisis.
Caso 56: La clave de la teoría de G u th rie (1935) acerca del

9 M i ro tu n d o y claridoso maestro del in s titu to psicoanalítico donde me p re ­


paré critica ba este tabú.
19 Como observó una vez un colega verdaderam ente realista: “ En nuestro
«("negocio, el cliente nunca tiene razón.”
11 N o menoscaba la validez de esta a firm a ció n el hecho de que Freud, des­
dichadam ente, la hiciera en relación con la telepatía.
»l| H '.N S AS P R O F E S IO N A LE S I3J

aprendizaje es el p rin c ip io de “ una-prueba-cwm -postrem idad" *


(Voeks, 1954). Se reconoce que este sistema es consecuente consigo
misino, compendioso e irre fu ta b le pero (y por desgracia esto ra­
lam ente se cum ple) sólo en el lim ita d ís im o sentido en que lo son
las reglas del ajedrez, que prevén toda contingencia. Por eso el
sistema de G u th rie sólo merece ese tip o de estim ación semiexaspe-
lada que concedemos al in v e n to r de un a certijo al parecer insolu
ble, que puede “ descifrarse” p o r m edio de una maña enojosamente
sencilla. Postula G u th rie que el aprendizaje se realiza p o r com ple­
to en una sola prueba exitosa. El hecho de que se opongan a esta
irsis tanto el sentido com ún como la experiencia d ia ria y que sólo
puede “ demostrarse" p o r m edio de argumentos en extrem o espe-
<¡osos es lógicam ente m ucho menos in q u ie ta n te que el de que
contradice los datos más fundam entales de toda ciencia de la
vida: todo organism o es u n sistema cronoholístico cuyo compor-
lam ien to en el tiem po t At no es totalm ente com prensible en
función de su estado en el tie m p o t, sino sólo en fu n c ió n de toda
su h isto ria a n te rio r (ca p ítu lo i). Este hecho no afecta a la conse­
cuencia consigo mismo, la com pendiosidad e irre fu ta b ilid a d del
sistema de G u th rie , pero lo relega a esa clase de sistemas opera-
( ¡únales cuyo p ro to tip o es el juego de ajedrez. Esas hazañas seme­
jantes a juegos y casi escolásticas gustan, como es sabido, a todo
m a n to hay de in fa n til en la mente com pulsivam ente “ c ie n tífica ".
Por eso sólo tom an en serio algunos el sistema de G u th rie , por
ser tan reduccionista que la posición o lím p ica del investigador no se
ve amenazada por el hecho de que la rata que corre p o r el labe­
rin to es tan capaz de sentir como él.12 Y por fin , y esto tam bién
es im p orta nte, el sistema de G u th rie es p articula rm en te satisfacto­
rio para cierto tip o de investigador porque no sólo lo pone fuera
del experim ento sino que, por encima de todo, pasa por alto el
hecho de que el observador, que debería ser tam bién sujeto se­
gún las leyes guthrieanas que rigen el co m portam iento de la rata
(G uthrie, 1935, 1938), puede conservar —evadiendo todas las cues­
tiones psicológicas y lógicas— su id e n tid a d hum ana y sus experien­
cias cognitivas sin las cuales, como m uestran los capítulos n y m ,
no podrían realizar absolutam ente n in g ú n experim ento, y no diga­
mos in te rp re ta r sus resultados.

* “ One tria l cum postrem it y*'. Según G u th rie un solo ensayo logrado asegu-
ia el aprendizaje, [ r .t .]
,■ IJ Es dig n o de nota el que los psicólogos cognoscitivislas, que no rehuyen
1 esta cuestión, hacen menos operaciones dolorosas y destructivas en sus a n im a ­
le s de la b o ra to rio que los psicólogos reduccionistas de respuesta. -
132 C O N T R A T R A S F E R E N C IA Y C O M P O R T A M IE N T O

Y así, independientem ente de que una teología p rivada o un


reduccionism o mecanicista sean el p u n to de p a rtid a de intentos
de esquivar las cuestiones suscitadas p or la naturaleza sin generis
de los fenómenos de la vida y en especial del hom bre y sus obras,
la diferencia entre fenómenos vitales y fenómenos no vitales ha in ­
flu id o radicalm ente en la h isto ria de las ideas del hom bre acerca
de la biosfera y de sí mismo. Pero lo que aquí nos im p o rta es sólo
el problem a concreto de la índole p ro p ia de los datos com porta-
mentales y del marco teórico que tra ta de la vida como fenómenos
vitales y no como otra cosa.
U n rasgo común a todas las investigaciones es que en algún p u n ­
to del experim ento un evento se trasform a en una percepción. A l­
guien —sea Zeus, Einstein, D a rw in , Freud, E. R. G u th rie o, para
lo que nos im p orta , Perico de los P alotes.. dice: “ Y esto per­
cib o ” —cosa que constituye u n enunciado c o g n itiv o (cap ítu lo x x ii ).
Según el m odo de ver de Poincaré, de que el o bjeto de la ciencia
es descubrir las semejanzas en las diferencias y las diferencias en
las semejanzas, tra to de dem ostrar que u n m odo operacionalm ente
eficaz de d is tin g u ir entre datos referentes a la vida y datos no
referidos a la vida es escudriñar estos dos tipos de fenómenos en
el preciso m om ento del proceso experim ental en que alguien dice:
“ Y esto percibo.”
E l empleo defensivo de la teoría puede v ic ia r sobremanera se­
m ejante empresa, ya que, como veremos en el ca pítulo x x ii y en
el x x iii, la teoría sólo determ ina el p u n to exacto en que el expe­
rim e n ta d o r u observador percipiente declara: "Y esto percibo” y
p o r eso se ve autorizado a g rita r tam bién: “ ¡E u re ka l” 13

18 Suele decirse que m ientras los teóricos del aprendizaje “ de respuesta”


crean teorías sistemáticas, los teóricos del aprendizaje cog n itivo (de “ situ a ció n ")
tratan ante todo de re fu ta r las opiniones de los psicólogos de la respuesta.
Esta acusación es sustancialmente correcta. Es evidente que los psicólogos
cognosci tí vistas evitan la construcción de sistemas porque los lle va rla , sin que
p u dieran rem ediarlo, a la posición psicoanalitica, que los pondría al margen
de casi toda la psicología académica o fic ia l; y además detendría todo diálogo
u lte rio r con sus colegas orientados hacia la respuesta, puesto que para que haya
controversia se requiere al menos una com unidad parcial de lenguaje e ideas.
Acaso sea s ig n ifica tivo el que después de lle g a r a ser un profesor em é rito ,
T o lm a n adoptara una posición que es prácticam ente la del psicoanálisis clá­
sico (T o lin a n , 1949),
CAPÍTULO v i n

A P L IC A C IO N E S S U B L IM A T O R IA S Y
D EFEN S IVA S D E L A M E T O D O L O G ÍA

Es le g ítim o que el cie n tífico que maneja un m ate ria l anxiógeno


busque medios susceptibles de re d u cir su ansiedad hasta el p u n to
de p e rm itirle realizar su tra b a jo eficazmente y resulta que el m odo
más eficaz y duradero de re d u cir la ansiedad es la buena m
dología. N o vacía la realidad de su contenido anxiógeno sino
lo “ dom estica” al dem ostrar que tam bién puede ser entendió
elaborado p or el Yo consciente. Además, reduce la ansiedad m i
¡)or el in sig h t y la convierte en un dato científicam ente u tiliza ble.
Y así, en la ciencia de la conducta tanto como en la terapia ana­
lítica, la buena m etodología da la seguridad de que “ donde hubo
E llo debo advenir Yo” (Freud). L a angustia entendida es una fue
te de serenidad y creatividad psicológica y p o r lo tanto de buet
ciencia.
Por desgracia, incluso la m ejor m etodología puede emplearse in ­
consciente y abusivamente ante todo como ataráxico —adormece­
dor de la ansiedad— y entonces produce “ resultados” científicos (?)
que huelen a cadaverina y tienen poco que ver con la realidad
viva. Por eso lo que im p o rta no es saber si uno emplea la m etodo­
logía tam bién como a rtific io para red ucir la ansiedad, sino si uno
lo hace así a sabiendas, de m odo su blim a to rio, o inconscientem en­
te, de m odo solamente defensivo.
Caso 57: Las cubiertas estériles de la preparación q u irú rg ic a tra ­
tan de garantizar ante todo la asepsia del campo operatorio. Pero
tam bién reducen incidentalm ente la angustia del c iru ja n o al crear
la ilu sió n tem poralm ente ú t il de que está operando sólo en un
“ campo” o una “ parte” y no saja “ en rea lid ad ” un ser vivo (caso
256). Pero el c iru ja n o debe saber todo el tiem po que de hecho está
operando en u n ser vivo. Si acepta inconsideradamente esta ilu ­
sión protectora —si no piensa en la cadencia respiratoria del pacien­
te, en el p e ligro de choque, etc.— su operación será u n éxito, pero
el paciente m orirá.
L a sustancia viva —y por lo ta n to relevante— del hom bre y la
c u ltu ra tam bién “ m uere” si el cie n tífic o del com portam iento olvida
[133]
134 C O N T R A T R A S F E R E N C IA Y C O M P O R T A M IE N T O

que la cultura no existe separada de la gente n i de los aspeaos


exteriores a su matriz psicocultural.
E l estudio de la c u ltu ra , como cosa d is tin ta del hom bre y de la
psicología característica de éste, emplea ciertos métodos d is tin ti­
vos, sin los cuales nuestro e n te n d im ie n to del hom bre sería cierta­
m ente desdeñable. Pero las indagaciones de este tip o sólo son ú ti­
les si sirven a manera de puntos de p a rtid a para los estudios psi-
coculturales. Los que estudian la c u ltu ra per se por razones subli-
m atorias suelen estudiar tam bién el hom bre vivo.
Caso 58: Las teorías básicas de la más sociologista de todas las
escuelas sociológicas —las de D u rk h e im y Mauss— son, como sabe­
mos hoy, las más com patibles con el pensam iento psicoanalítico.
De m odo semejante, Lévi-Strauss (1949, 1958), a quien los desca­
m inados consideran opositor del psicoanálisis, es en algunos respec­
tos aún más consecuentemente psicoanalítico en su m etodología
que Freud en su T otem y T ab ú (1955a).
E l m ism o Kroeber (1952), creador del concepto de lo superorgá-
nico, se interesó (al menos am bivalentem ente) en la psicología,
aunque le parecía no llegar nunca a la fusión com pleta de los re­
sultados de sus estudios culturales con los de sus investigaciones
psicológicas (com unicación personal).
En cam bio, los que em plean los métodos de la c u ltu ro lo g ía de­
fensivamente suelen ser hostiles a los intentos de estudiar el hom ­
bre, único creador y m ediador de la c u ltu ra , como ser vivo.
L a negación im p líc ita de la existencia —o cuando menos de la
relevancia— del hom bre ha llevado a la c u ltu ro lo g ía , ta n to como
al m aterialism o histórico, al que se parece ideológicam ente, hacia
una posición donde prácticam ente tiene que postular que ta m o
la c u ltu ra como la sociedad son de origen extrahum ano, del m ism o
m odo que la convicción de cierto filóso fo de que el lenguaje no
pudo haberlo inventado el hom bre lo im pulsó a postular un desig­
n io d iv in o (Vendryès, 1921).
Suele ser conveniente el tra ta r la cu ltu ra , los rasgos culturales,
la psique, los rasgos psicológicos y cosas semejantes como e n tid a ­
des independientes y obrar de m om ento como si su estudio p udiera
dar respuestas completas, o sea como si la m atriz psico cultu ral y
la gente no e x is tie ra n ... con ta l de que sepa u t . : (preconscien­
temente) todo el tie m p o que es ésta una cómoda ficción de p ro ­
cedim iento y que, d entro del m arco de la verdadera ciencia de la
conducta, los rasgos y cosas semejantes sólo existen en una m atriz
p sico cu ltu ra l encarnada p or personas reales. Esta tesis es válida
para todas las ramas de la antropología, puesto que incluso el
a ntrop ó lo go físico tiene que tener en cuenta lo que el cuerpo sig-
M 'I.IC A C IO N K S S U B U M A T O R IA S y D E F E N S IV A S 135

i l (fica en térm inos psicoculturales: sí el cuerpo que m ide se ha


«uttsügrado a A p o lo en una palestra griega o a una pesadilla en
mía ascética celda monacal.
11 estudioso, aun de un solo y concreto rasgo c u ltu ra l, debe
de igual manera to m a r en cuenta no sólo sus antecedentes ritu a ­
les y m íticos sino tam bién todas sus contrapartes idiosincrásicas.
De o tro m odo, n i sicjuiera puede d ete rm ina r correctam ente la dis­
trib u c ió n n i explicar, p o r ejem plo, la d ifu sió n del m ito de los
hombres sin ano (caso 52) o el concepto del pene luxa do (caso
*1). U na buena h isto ria c u ltu ra l de los viajes p or el espacio debe
em pe/ar p or los sueños de vo la r y el m ito de ícaro, así como la
del paracaidism o debe empezar p o r sueños de caída (Devereux,
l% O r) y p o r los saltos ritu a le s griegos al m ar (G a llin i, 1963). N o
de o tro m odo pueden realizarse buenos estudios antropológico-
( n il m ales n i psicológico-psiquiátricos; y menos hacerse una buena
investigación de cultura-y-personalidad.
I.a estrategia de p rocedim iento ad hoc de aislar (en el sentido
p siq uiá trico ) el hecho “ e xte rn o ” o b je tivo (detalle c u ltu ra l) de sus
tepercusiones afectivas “ interna s” (ansiedad, im aginería onírica) es
legítim a y en lo técnico se puede com parar con la d is tin c ió n —aho­
ra en parte anticuada, pero empleada antiguam ente— entre los
aspectos físicos y los quím icos de un proceso n a tu ra l. La cuestión
es sim ple: ¿Con qué fin real aísla uno el hecho c u ltu ra l de sus
repercusiones afectivas?
No puede uno desembarazarse de los aspectos idiosincrásicos,
más que técnicos, de este problem a creando mejores técnicas expe­
rim entales o de campo. En lugar de eso, al cie n tífic o del com por­
tam iento hay que ayudarle a com prender que sus datos suscitan
lauta ansiedad como los hechos clínicos y que tiene que encarar
m i ansiedad para resistir a la tentación de escotomizar algunas par­

les de su m aterial. El análisis personal suele ayudarnos a hacerlo,


aunque un estudioso sensato y dispuesto a em patizar con la gente
y lo le ra r la ansiedad suele ser capaz de m anejar este problem a tan
bien t omo un investigador de campo analizado. Algunas personas
afortunadas sencillam ente no necesitan análisis terapéutico.
En general, el cie n tífic o del co m portam iento se siente im pulsa­
do a a do pta r posiciones y procedim ientos profesionales suscepti­
bles de protegerlo del im pacto masivo de sus datos anxiógenos. A l
m ism o tiem po, como un c ie n tífico no sólo es u n ser hum ano v u l­
nerable que trata autom áticam ente de re h u ir la ansiedad, sino
tam bién un in d iv id u o creativo capaz de sublim ación, muchos de
los procedim ientos que (inconscientem ente) se siente m ovido a crear
para protegerse de la ansiedad tienen tam bién un va lo r gennirfo
136 * C O N T R A T R A S F E R E N C IA Y C O M PORT A M I EN I «i

para la ciencia. Por ejem plo, aunque la idea de registrar los sueños
provocados p o r la película sobre la subincisión (caso 39) se debía
—hablando psicoanalíticam ente— a m i deseo de resolver las ansie­
dades que en m í despertaba, era al m ism o tie m p o p ro du cto de la
sublim a ción y p o r eso co nd ujo a una empresa científicam ente vale­
dera. Por desgracia, en algunos casos és precisamente la evidente
u tilid a d de ciertos procedim ientos científicos la que fa c ilita la es-
cotom ización de sus funciones defensivas. Esto conduce a emplear
indebidam ente técnicas válidas para fines p rim o rd ia lm e n te defen­
sivos, disfrazados de o b je tiv o y desapasionado “ hacer ciencia” . Este
autoengaño escapista —causa de tanta labor cien tífica de segunda
categoría— sencillam ente aprovecha el hecho sabido de que el me­
jo r escondite para el inconsciente irra c io n a l es detrás de la fachada
de los problem as realistas respetables, relacionada en este caso con
las técnicas del “ hacer ciencia” .
E l desapasionamiento tem poral que el m étodo c ie n tífic o nos
ayuda a conseguir es tan le g ítim o como el desapasionamiento tem­
p o ra l que el c iru ja n o logra cubriendo de m ate ria l aséptico todo
menos el campo o p e ra to rio efectivo. Pero la calma q u irú rg ic a tam ­
bién puede llegar a convertirse en fin en sí: algunos cirujanos son
neuróticam ente propensos a operar con c u alqu ier pretexto y así
dan p o r su lado a m ujeres masoquistas, adictas a la p o lic iru g ía
^ ^ M e n n in g e r, 1938). De lo que se trata aquí no es del enfoque cul-
' tu ra lista, n i de la construcción de sistemas, n i de pruebas psicoló-
j gicas, sino del empleo inconsciente de expedientes metodológicos
buenos sobre todo como mecanismos de defensa y sólo in c id e n ta l­
m ente como técnicas científicas (sublim atorias). Esos expedientes
pueden emplearse como sublimaciones solamente si pueden obte-
v nerse dos fines con el m ism o procedim iento:
j 1] La reducción perm anente de la ansiedad (subjetiva) y
|^2] la producción de resultados no deformados.
Los expedientes que no logran estos dos fines son sencillam ente
defensas que, si bie n a liv ia n tem poralm ente la ansiedad, no tienen
n in g ú n fin creativo. E n tre estos dos extrem os hay toda una gama
de m ovim ientos m ixtos, entre ellos el em pleo parcialm ente neuró­
tico de expedientes que los expertos más capaces de insig ht em-
j plean ante todo como sublimaciones creativas.
L a protección o am o rtig ua m ie nto p o r la sublim ación es t i p if i ­
cada p o r el m étodo cien tífico , que com prende al arte de fo rm u la r
abstracciones ú tile s así como definiciones de universos de discurso.
C iertam ente, aparte de su u tilid a d o bjetiva, la buena m etodología
im p id e tam bién las distorsiones groseras de trasferencia y contra-
trasferencia. Es incluso probable que si la hum anidad hubiera es-
•t ( IC :A C K )N £S S U B L 1 M A T O R IA S V DF.FFNSIVAS 137

tiulo exenta de la tendencia n eurótica a deform ar Ic^jccalidad, la


lógica fo rm a l y el m étodo ó en t i f ico fm bie ra n resultado innecesa­
rios y p o r eso no h ub ie ran llegado a ser.
HI a m o rtig itaraient o_por la objetixiidadT que.es una sublim ación,
d ifie re del desapego meram ente defensivo. La o b je tiv id a d nace del
to n tro l creativo de las reacciones irracionales reconocidas conscien-
Irm ente, sin pérdida de afecto, m ientras que en las resistencias
•ontratrasferenciales son negadas las reacciones defensivas incons­
cientes e irracionales y el afecto in h ib id o a ta l p u n to que se p ro ­
vince el aislam iento n eurótico. Este aislam iento no se logra cons­
cientem ente, y p or eso el c ie n tífico acosado p or la ansiedad lo ve
■rom o o b je tiv id a d a uté ntica que, no es necesario decirlo , reduce
más su capacidad de d o m in a r sus propensiones. Además, las m a­
niobras aislantes aum entan la distancia sodopsicológica entre el
observador y el observado, m ientras que la o b je tiv id a d serena la
i educe. Y p o r fin , tam bién tiene im p o rta n cia el que el empleo
su b lim a to rio y consciente de procedim ientos científicos con el fin
de re d u cir la ansiedad se deshace de la ansiedad m ovilizada p o r
los datos de uno perm anentem ente. .. y ésta es una característica
ge neral de las sublim aciones (Jokl, 1950). En cambio, su empleo
inconsciente para autoengañarse, para negar y s u p rim ir te m p ora l­
mente la experiencia consciente de la ansiedad sólo conduce a la
le m o viliza ció n subsiguiente de la ansiedad su p rim id a con in te n s i­
dad aún m ayor (caso 42).
En general, el em pleo práctico y s u b lim a to rio de la posición
cien tífica y de otras defensas profesionales suele p e rm itir la eje­
cución de un acto inherentem ente egodistónico pero necesario, de
modo que al fin a l, causa menos daño que el que h u b ie ra o c u rrid o
de no realizar ese acto. E n cam bio, la ejecución del m ism o acto en
un estado de á nim o puram ente defensivo y aislante provoca ine ­
vitablem ente m ayor ansiedad y causa m ayor mal.
Caso 59: Después que me adoptaron los sedang, m i a uto de fin i-
ción de cie n tífico me p e rm itió sacrificar un puerco golpeándole
la cabeza. L o que im p o rta aquí es que empleé un garrote enorme
y maté a aquel p u e rq u ito de un solo golpe, m ientras que con el
su stituto de los sedang, a l usar un palo, el puerco hubiera m uerto
lentam ente, apaleado (caso 36). E l hecho de que consiguiera yo
im ponerm e la o b liga ció n de hacer aquello demuestra la eficacia
de la d e fin ic ió n “ soy u n c ie n tífic o ” . E l hecho de que cuidara de
no m ata r al puerco lenta e indiferentem ente, como un verdadero
sedang, demuestra que era una su blim ación y no un .acting out
neurótico que hubiera aprovechado una excusa al parecer legítim a
para expresar un sadismo latente. Específicamente, y puesto que
188 C O N T R A T R A S F F R E N C IA Y C O M P O R T A M IE N T O

no era una usanza fo rm a l sino tan sólo su in se nsib ilid ad lo que ha­
d a a los sedang m atar a los puercos del sa crificio con le n titu d ,
no me sentía obligado a seguir más que la costum bre básica. Si
h ub ie ran m ediado m otivos neuróticos (a cting out), sin duda me
h ub ie ra sentido “ o blig a d o ” a m atar al puerco tan lentam ente como
los sedang. En cambio, un investigador de campo inconsciente­
m ente sádico se h ubiera convencido de que su “ in te g rid a d cien­
tífic a ” de observador p a rticip a n te exigía que m atara al puerco con
la misma le n titu d de los s e d a n g ... aunque la usanza fo rm a l de
los sedang no lo exigiera.
La posición profesional, así como los métodos y técnicas cie n tí­
ficos, pueden emplearse efectivamente tan sólo si uno comprende
que, en el n ive l inconsciente, hacen tam bién de defensas contra
la ansidad que nuestros datos suscitan. Si se niega su fu n c ió n de­
fensiva, no tardarán en emplearse ante todo con fines defensivos,
y sobre todo cuando más ostentosamente se empleen con fines de
"‘hacer ciencia” .
CAPÍTULO IX

L O IR R A C IO N A L E N L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L

Es un lug ar com ún el que la civiliza ció n occidental se muestra


tan irra c io n a l para con lo sexual que se niega rotu nd a m e nte a
d is c u tir su irra c io n a lid a d y aun castiga la o b je tiv id a d al respecto.
Yo q u ie ro p ro po ne r aquí la tesis —quizá algo menos insustancial—
de que las demás civilizaciones son —y tienen que ser— igual aun­
que diferentem ente irracionales en esto.
O tro ta n to puede decirse del in d iv id u o . Más de tre in ta años de
investigación y la b o r clínica sólo me h icie ro n com prender cuán
irra c io n a l era yo m ism o en relación con el sexo, sin p e rm itirm e
c o n tro la rlo del todo n i reconocer todas sus m anifestaciones y sub­
terfugios. Por eso no puedo hacer otra cosa que exam inar unos
( llantos de los modos de irra c io n a lid a d que tiene la investigación
sexual, pero soy incapaz de in d ic a r una estrategia de investiga­
ción que garantice una ra cio n a lid a d absoluta.
Me propongo exam in a r p rim e ro ciertas manifestaciones de esta
irra c io n a lid a d y a co n tin u a ció n analizar sus bases lógicas.

! as m anifestaciones de irra c io n a lid a d

1.a h um an ida d es renuente a entender lo sexual; aunque insacia­


blem ente curiosos acerca de ello, ta nto el n iñ o (Freud, 1959a)
como el a d u lto rep rim en de nuevo rápidam ente la in fo rm a c ió n
sexual válida. Incluso algunos científicos del co m p orta m ie nto pa­
recen investigar el co m p orta m ie nto sexual m an ifie sto tan sólo para
poder declarar que, haciendo ya ellos lo más que pueden, debería
dispensárseles de tener que m ira r tam bién por debajo de la super­
ficie de las cosas. Subyace a este subterfugio la antigua a c titu d
legalista y m oralista ( = in fa n til) que está obsesionada p or lo que
las gentes hacen pero detesta saber p o r qué lo hacen, así como lo
que significa el hacer —o no hacer—, . . y lo que significa para
ellos. De ahí que, incluso en la p s iq u ia tría contemporánea y en el
psicoanálisis, la d e fin ic ió n básica de perversión vaya poco más allá
de d e scrib ir el p u ro y sim ple co m p orta m ie nto m anifiesto, aunque
[139]
HO C O N T R A T R A S F E R E N C IA V C O M P O R T A M IE N T O

es n o to rio que m ucha a ctividad conyugal descriptivam ente n orm a l


y heterosexual se a lim en ta de fantasías e im pulsos perversos.
La h um an ida d, a su manera usual, chapucera y sinuosa, ha com­
p re n d id o siempre que le faltaba o b je tiv id a d en relación con lo
sexual y ha tratado de ponerle re m e d io . .. claro está que del m odo
menos eficaz posible, que de antem ano garantizaba (tra n q u iliza d o -
ramente) la perpetuación de la irra cio n a lid a d . R e cu rrió a la ficción
desastrosamente estéril del “ hom bre de M a rte ” idealm ente des­
apegado, capaz de ser o b je tiv o en relación con el sexo, precisa­
m ente p o r ser tan negado para eso. Y así confiaba la creación de
sus códigos y ritua le s sexuales y aun su ciencia sexual a ancianos
im potentes, m ujeres frígidas posmenopáusícas, célibes religiosos
neuróticos como el autoemasculado Orígenes, homosexuales esqui­
zoides como P la tón y aun eunucos. De ahí que la m ism a lite ra tu ra
llam ada erótica esté dedicada en gran parte a las perversiones,
m ientras que más de un rebelde cie n tífico arguye sobre todo que
la perversión es “ verdaderam ente” n o rm a l (cap ítu lo xv).
Caso 60: Los eunucos del sultán de T u rq u ía consiguieron hacer
de la etiqueta y las costumbres del harén un ritu a l obsesivo, que
regulaba las preferencias y la conducta del sultán hasta el ú ltim o
detalle. El fantasma del harén alegremente orgiástico es el sueño
despierto de ruborosos neuróticos occidentales.
Incluso los científicos del co m portam iento propenden a lla m a r
camisa de fuerza sexual a todo cuanto d ifie ra de su p ro p ia “ lib e r­
tad sexual” .
Caso 61: U n análisis desapasionado de la supuesta “ libe rta d
conyugal” de ciertas trib u s revela que esa tal lib e rta d es tan sólo
una p ro m iscu id ad com pulsiva cuidadosamente regulada (Devereux,
1955a). Algunos grupos m u ria prohíben a los solteros d o rm ir más
de tres noches seguidas con la misma pareja (E lw in , 1947). U na
muchacha naga debe, al fin a l, casarse con el hom bre con quien
la com prom etieron en la infancia (F ü rer-H a im e nd orf, 1946). A l­
gunas madres micronesias hacen angustiada magia para que sus
hijas tengan amantes. A provechar toda o p o rtu n id a d de co pu la r
—aun con una pareja nada interesante— es casi obligación y aun
com pulsión neurótica entre los lepchas (G orer, 1938).
E l subte rfug io del “ hom bre de M a rte ” insp ira muchas investi­
gaciones enfocadas exclusivam ente sobre el co m portam iento sexual
m anifiesto.
Caso 62: E l program a de investigación más exhaustivo sobre la
sexualidad hum ana fue confiado a un famoso especialista en avis­
pas, A lfre d C. Kinsey, acaso porque se pensara que un entom ólogo
podía ser verdaderam ente objetivo . Por consiguiente, los inform es
1 .0 IR R A C IO N A L E N L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L 141

de Kinsey (1948, 1953, 1958) son m etodológica y sustantivam ente


insatisfactorios en muchos aspectos. Los datos proporcionados por
los inform antes se u tiliz a n casi sin tom ar en consideración la con­
fig uració n c u ltu ra l de respuestas, distorsión inconsciente, o lv id o
(represión) y recuerdos encubridores; a veces se tra ta n las apre­
ciaciones de sí m ism o como si fueran diagnósticos válidos (caso 2).
Muchos científicos del com p orta m ie nto h icie ro n ver además hace
m ucho tie m p o que, p o r ejem plo, las conclusiones específicas del
g ru po de Kinsey acerca de la supuesta inexistencia de orgasmos
vaginales son contrarias a los hechos (Reich, 1927; L oran d, 1939,
etcétera).
Se reconoce francam ente que los inform es de Kinsey a liv ia ro n
tem poralm ente las ansiedades y los sentim ientos de culpa de aque­
llos de sus lectores que se creían aberrantes tan sólo porque no
com prendían que la m ayoría de sus semejantes obraban más o me­
nos como ellos. Pero esto no es, hablando en p u rid a d , un resul­
tado cien tífico . Es un dato re la tiv o al im pacto en el p ú b lic o de
la tesis kinseyana im p líc ita de que el prom edio estadístico es ne­
cesariamente “ n o rm a l” . Esto es un e rro r desastroso, porque buena
parte de la conducta sexual del hom bre es m anifiestam ente anor­
m al de acuerdo con las pocas normas objetivam ente válidas que
tenemos.
Es innegable que los inform es de Kinsey contienen cantidad de
datos que, propiam ente analizados, podrían p ro d u c ir insights m u ­
cho más profundos que los que el grupo de Kinsey, interesado sólo
en el com p orta m ie nto m anifiesto, consiguió sacar de ellos. Así po­
d ría n tratarse los datos brutos de Kinsey como ejemplos para ilus­
tra r toda la gama y variedad del co m portam iento sexual norteam e­
ricano. De ahí que sometiendo esta serie "h o riz o n ta l'’ de datos
a lo que podríam os den om ina r un g iro de 90° (Devereux, 1955a),
esta serie de fenómenos podría tratarse como datos psicológicos en
p ro fu n d id a d , en que las m odalidades estadísticamente más fre­
cuentes de conducta sexual tal vez representarían lo que está más
cerca de la conciencia, m ientras que las menos frecuentes acaso
correspondieran a los im pulsos y fantasías sexuales o rd in a ria m e n te
menos conscientes, como la envidia p o r el macho de las funciones
reproductoras de la hem bra, tan claram ente reflejadas en la con-
vade y en el caso 246.
Caso 63: N i siquiera los psicoanalistas son siempre insensibles
al canto de sirenas de la fic c ió n llam ada “ hom bre de M a rte ” . A l­
gunos de ellos ponen de relieve con demasiada frecuencia la im pe­
cable pureza y aun el p u rita n ism o de la vida privada de Freud,
como para dar a entender que su re la tiva inexperiencia personal
142 C O N T R A T R A S E E R l-N C lA Y C O M TO R T A M IE N T O

garantiza su o b je tiv id a d puesto que “ prueba” que no insistía en la


im p o rta n cia de la sexualidad para racion a liza r su p ro p ia lascivia.
Esta in te rp re ta ció n de los hechos, claro está, es fundam entalm ente
a n tia n a lítica . Dado que tanto el lib e rtin a je como el p u rita n is m o
—y toda la conducta hum ana— tienen una m otiva ció n inconsciente,
el co m portam iento sexual p rivad o del c ie n tífic o no puede garan­
tizar n i hacer sospechosa su o b je tivid a d acerca del sexo. . . aun
cuando tal o b je tiv id a d fuera posible, que según o p in o no lo es.
Caso 64: La negativa a entender y e x p lo ra r el com plejo p ro ble ­
ma de la sexualidad griega data p o r lo menos de las Ranas de
Aristófanes, donde E squilo afea a E urípides el haber puesto en
escena m ujeres enamoradas. N o im pugna la defensa de Eurípides,
de que sólo p in ta la vida como es; pero de hecho parece considerar
este realism o como una circunstancia agravante. N o obstante el
m ism o Aristófanes presenta sin vacilar en su teatro escenas de
lascivia heterosexual y homosexual —y aun de excitación sexual
no d irig id a a n in g ú n objeto en p a rtic u la r—,1 con palabras y ade­
manes que no dejan nada a la im aginación.
A h ora bien, las dos características más singulares de G recia da
la casualidad de que son su genio y el papel que la “ homosexua­
lid a d ” desempeñó no sólo en su vida privad a sino tam bién en la
sociedad, los asuntos m ilita re s,2 la lite ra tu ra (la p aidika fue in ­
cluso un género lite ra rio ), la filosofía y la ética (Platón). El genio
griego lleva, claro está, p o r lo menos 2 300 años de ser estudiado
exhaustivam ente, m ientras que el interés c ie n tífic o en la “ hom o­
sexualidad” griega fue y sigue siendo casi n u lo (Dover, 1964). Pero
si sostenemos —y la m ayoría de los helenistas lo hacen, con razón—
que una c u ltu ra no es un conglom erado al azar sino un sistema
com pleto y m uy integrado cuyas partes componentes se explican
m utuam ente, se im pone la hipótesis pro visio na l de que debe de
haber alguna relación (no averiguada) entre el genio griego y la
“ hom osexualidad” . Pero esta hipótesis lógica nunca ha sido estu­
diada (Devereux, 1967b).
C laro está que los griegos no eran p o r esencia homosexuales en
el sentido de que tu vieran el com prom iso de elegir pareja hom o­
sexual. Sencillam ente valoraban esa experiencia sexual como tal,
pero no habían decidido d ir ig ir ese im pulso p o r n in g ú n conducto
en p a rtic u la r, ni hacia n in g ú n tip o de com pañía en p a rtic u la r. El
hecho es que, al menos en su im aginación, estaban dispuestos a

' Kn su ¡.¡\i.\tm tn (N4íi vv., 1702 a.v., vit:.) se m encionan varias veces las erec­
ciones en ausencia ilo compañía sexual potencial.
a 1.a ¿ lile del e jé rcito tchuno oslaba compuesia p o r la le g ió n sagrada} de 150
parejas homosexuales ( l’ lu la ito , P e ló fíid a s , 18).
1 ,0 IR R A C IO N A L E N L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L 143

considerar o b je to sexual p otencial casi cu a lq u ie r cosa e x te rio r a


e llo s ;3 esto ya lo apuntan P latón (Banquete, 191 B) y P lu tarco
(A m a to riu s, 767 D).
Y así, aunque es probable que en la práctica real fueran pocos
los griegos que practicaran la bestialidad, tenían muchos m itos
acerca de dioses que cohabitaban, en fig u ra de anim al, ta nto en­
de sí (como Poséidon con Dem éter) como con seres humanos (Zeus
to n Leda) y acaso tam bién (como Bóreas) con animales. Ahora
bien, aunque sólo se consideren estos m itos h ie ro i gam oi (m a tri­
m onios sagrados) d entro del m arco del pensam iento religioso g rie ­
go, seguramente hay que ver en ellos reflejos de una in d is tin c ió n
(más o menos inconsciente) en la elección de pareja sexual d en tro
del m arco psicológico de referencia. Prueba esto la existencia de
muchos relatos griegos acerca de hum anos que cohabitan con a n i­
males de verdad 4 y algunas veces tam bién con objetos inanim ados,
:i m enudo incluso sin fig u ra hum ana.5
La “ hom osexualidad” griega es, pues, probablem ente no tanto
m anifestación de una elección decididam ente hom osexual como de
una reacción sexual positiva casi in d is tin ta , como la que puede
observarse en los adolescentes en la época de la p ub erta d. . . y
acaso sea esto lo que explica en p a rle esa frescura de visión como
de adolescente, enam orado de todo lo real, que es un rasgo carac­
terístico del genio de G recia. . . y una causa de su rá p id o declinar.*5
Dada la irra c io n a lid a d inherente del hom bre en relación con la
sexualidad y su empecinada renuencia a entenderla, lo m ejor que
puede hacer el cie n tífico de la conducta es recordar la a dm onición
de Spinoza, de no re ír n i llo ra r, sino entender. Y como actual­
mente no tenemos medios de ser objetivos en lo tocante al sexo,
de entenderlo de verdad, debemos al menos tra ta r de entender
nuestra fa lta de e n te nd im ie nto y los subterfugios a que recurrim os

:l Algunos científicos de la conducta consideran ahora “ n o rm a r* esta sexua­


lid a d de “ espectro ancho" (ca p ítu lo xv). En realidad, es neurótica o p o r lo
menos in m adura.
1 l ’asifae y el toro; la dama con el m a rid o trasform ado en asno; A ris tó n im o
io n una b u rra , etc. (Devereux, 1967b).
“ O bjetos inanim ados con fig u ra hum ana: un hom bre trata de coh a bita r con
la estatua de una diosa (cf. la tra d ició n de los sementales que trata n de m o n ­
ta r la estatua de una yegua prem iada); acaso tam bién el m ito de P ig m a lió n .
O b j etos inanim ados y amorfos: Zeus cohabitó con Dánae en form a de llu via
de oro; T ir o se enamoró de un río y vertía el agua de éste en su ■regazo” . (M a ­
linow ski [1932] consignó un m ito trob ria n cl comparable.)
“ Nunca se in sistir,i demasiado en que ésta es sólo una in te rp re ta ció n segmen­
ta ria y probablem ente demasiado sim p lifica d a de un problem a com plejo, cuya
exnloración no cabe en el objeto de esta obra (Devereux, 1967b).
144 C O N T R A T R A S K E K E N C IA y c o m p o r t a m ie n t o

para perpetuarla. T a l vez sea conveniente decir como M a im ó n i-


des: “ Yo no sé” ; pero es seguramente m ucho más atinado tra ta r
de averiguar p o r qué no sabemos.
Algunas de las dificu ltad es p rincipales están esbozadas en el
c a p ítu lo xv, que trata del m odelo de sí en relación con el sexo en
la investigación y la m edicina. Por eso exam inaré aquí sólo los
problemas creados p or la cond ició n de varón o hem bra del cien­
tífico , que percibe sus sujetos, y el problem a teórico en extrem o
im p o rta n te de si es lógicam ente posible estudiar la sexualidad p or
m edio de la observación particip a nte .
E l sexo del obsemador puede desempeñar un papel im p o rta n te
en la investigación y sobre todo en el trab ajo de campo. H oy es
una perog ru lla d a el decir que ciertos temas son más apropiados
para que los investiguen antropólogas y otros para antropólogos.
Pero, al co n tra rio de la o p in ió n reinante, parece probable que la
m ejor in fo rm a ció n acerca de la sexualidad fem enina pueden ob­
tenerla los antropólogos varones. ., y viceversa, naturalm ente. U na
conversación acerca del sexo —incluso en la form a de una entre­
vista cie n tífica — es en sí una form a de interacción sexual que,
d e n tro de ciertos lím ites, puede “ vivirse” y resolverse en el nivel
puram ente sim bólico o verbal, como lo demuestra la experiencia
y resolución de la trasferencia sexual en el psicoanálisis. Y así, sien­
do la m ayoría de las personas heterosexuales, puede obtener m ejor
in fo rm a c ió n y sobre todo más m u ltid im e n s io n a l de un in fo rm a n te
un trab aja do r de campo del sexo co ntrario. En algunos casos (caso
268) puede incluso facilitarse esa entrevista entre personas de los
dos sexos m ediante una d e fin ic ió n c u ltu ra l preestablecida de la
situación (ca p ítu lo xv). En algunos casos, toda conversación p r i­
vada entre dos personas que no sean del m ism o sexo —aunque no
esté necesariamente n i según normas objetivas enfocada sobre lo
sexual— puede interpretarse así, ta nto p o r la persona entrevistada
como p or la sociedad.
Caso 65: U na m u je r algo ingenua me d ijo claram ente al empe­
zar su análisis que no h ablaría de cosas sexuales conm igo porque
no tenía la in te n ció n de enamorarse de m í, como (según se creía)
hacen los analizandos.
Caso 66: U n psicoanalista de un país donde no se acostumbra
que estén solos un hom bre y una m u je r y donde se entiende que
un encuentro así conduce al coito, me d ijo que los sirvientes de la
clínica psicoanalítica local estaban tan convencidos de que los ana­
listas cohabitaban con sus pacientes que constantemente estaban
atisbando p o r el o jo de la cerradura o p o r encima de los dinteles.
H IR R A C IO N A L E N L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L f45

Ente espionaje se llegó a hacer tan m olesto que fue necesario tom ar
medidas drásticas para ponerle fin* l’ !
U n o de los problem as menos reconocidos del tra b a jó sobre el
tm e n o es que algunas trib u s son incapaces de id e n tific a r debida­
mente el sexo anatóm ico y fu n cio n a l de los extraños, porque su
vestimenta y com portam iento poco fa m iliares d ific u lta n los in te n ­
tos de la trib u de tra ta r esos datos de los sentidos como indicios
de su id e n tid a d sexual. Esto tiene cierta im p o rta n c ia porque la
ide ntid ad anatóm ica y el estatus fu n cio n a l de los extraños deter­
m inan la categoría que se les asignará y co nfig uran tam bién lo
que de ellos e xija el g ru p o (ca p ítu lo x ix ).
Caso 67: A u nq u e la m ayoría de los sacerdotes católicos van pér-
lectamente rasurados, los m isioneros suelen lle va r barba, para qüe
la trib u sepa que a pesar de sus “ faldas” y de su celibato son
hombres (esta in fo rm a ció n procede de u n m isionero e ru dito ). O tra
d eterm inante de esta práctica puede ser la "protesta m asculina”
(La Barre, sin fecha).
En otros casos es la conducta del investigador de cam po la que
suscita dudas acerca de su cond ició n sexual. Después veremos
que los p rim itiv o s a veces «obrestiman la edad de los investiga­
dores jóvenes porque relacionan su conducta independiente con la
de las m ujeres después de la menopausia, que pueden trasgredir
las reglas que rigen el co m p orta m ie nto de las m ujeres todavía
fértiles (caso 278).
Caso 68: La conducta independiente y algo brusca de una traba­
jadora de campo heterosexual hizo creer a la tr ib u o b je to de su
estudio que era una lesbiana.
Caso 69: La conducta segura de sí de una trabajadora de campo
se interpretab a como muestra de desenfreno sexual o por lo menos
de d is p o n ib ilid a d , y creó serios problemas. (Para una reacción d i­
ferente véase caso 278.)
A veces, la continencia de los trabajadores de campo suscita du ­
das, si no acerca de su sexo, al menos acerca de su v irilid a d o fe­
m ineidad. Esto puede falsear la posición del investigador en aque­
llos grupos donde la a ctivid ad sexual es determ inante im p o rta n te
de la categoría de u n in d iv id u o .
Caso 70: Los varones de una pequeña región de H a ití se con­
sideran más virile s que los demás. La consecuencia es que los cam­
pesinos h aitianos forasteros que pasan p o r la comarca se ven a
veces obligados a co ha bita r con una m u je r de a llí, que después
debe dar u n in fo rm e p ú b lico de sü com portam iento. (Datos p ro ­
porcionados p o r u n intelectua l h a itia n o b ie n inform ado.)
E l sexo del investigador ta m bién determ ina lo que se le p e rm itirá
146 C O N T K A T R A S F E R F J'.C IA Y C O M P O R T A M IE N T O

o n o presenciar. A un antropólogo varón ta l vez se le p ro híb a


presenciar u n a lu m b ra m ie n to o u n r it o secreto fem enino; a una
a n rop ólo ga ta l vez no se le p e rm ita ver la in ic ia c ió n secreta de los
varones. A te n ú a algo este ot stáculo el hecho de que el forastero
—sobre to d o uno ta n “ e xtra ñ o " como u n tra b a ja d o r de campo, cu­
yos verdaderos objetivos no entienden m uy bien la m ayoría de las
trib u s— a veces se ve tratad o como u n ser n e u tro y p o r eso se le
p e rm ite presenciar cosas que, si fuera m ie m b ro del gru po , su sexo
n o le p e rm itiría presenciar.
E l sexo d e l tra b a ja d o r de campo tam bién puede lim ita r la gama
de las situaciones en que puede hacer de observador p articip a nte .
Caso 71: A l conde R o d o lfo Festetics de T o ln a (1903) le p e rm i­
tie ro n acom pañar a una expedición melanesia de cazadores de ca­
bezas sin o b lig a rle a p a rtic ip a r en la matanza. Sería m uy d ifíc il
que a una antropóloga se le p e rm itie ra o tro tanto.
A p u n to entre paréntesis que a veces ta m b ién se sienten ofen­
didos algunos grupos p o r la p a rtic ip a c ió n in v o lu n ta ria m e n te in ­
com pleta de un observador p a rtic ip a n te y la critica n .
Caso 72: M i negativa a beber en exceso o a comer las “ d e lic io ­
sas” ratas de la selva sorprendió y m olestó bastante a los sedang
(cf. casa 364).
Caso 73: H a b ie n d o yo declarado a los hopis que p a rtic ip a ría
en la caía com una] de conejos pero n o m ataría n in g u n o , no sólo
me d ie ro n el peor caballo del p oblado —cosa com prensible— sino
que ta m b ién c ritic a ro n m is rem ilgos (Devereux, 1946).
E l siguiente problem a a considerar es el de si se puede obtener
in fo rm a c ió n vá lid a acerca de la sexualidad sin observación p a r ti­
cipante. T e n g o e l convencim iento de que inm ediatam ente se me
señalará que hasta ahora nadie ha preconizado este m odo de ver
y que p o r consiguiente estoy azotando un caballo m u e rto y aun
u n o inexistente. Sólo puedo contestar que, dada la obsesión de la
ciencia de la conducta p o r e l co m p orta m ie nto sexual m anifiesto,
y dado ta m b ién e l género de e xperim entación “ o b je tiv a " que ac­
tualm ente se realiza en diversos centros de investigación (cosos
121,122), es probable que se preconice ahora —siquiera sotto voce­
en cu a lq u ie r m om ento la observación p o r u n p a rtic ip a n te sexual
y que se realice, aunque sólo sea en secreto. Pero esto es sólo u n
d etalle relativam ente carente de im p orta ncia . L o que im p o rta real­
m ente es que el absurdo y la in u tilid a d de la fic c ió n del observa­
d o r p a rticip a n te —que debería bastar a poner de relieve la índole
de la situación psiroanalítica, de que está e xclu ida a p r io r i toda
observación p a rticip a n te — pueden demostrarse m e jo r exam inando
detenidam ente el problem a de esas observaciones en la esfera de
14» IR R A C IO N A L E N L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L 147

lo sexual, dado que la relación sexual es el p ro to tip o de todas las


i elaciones ín tim a s de los humanos. P o r cierto que e l sexual es el
tínico in s tin to que para su to ta l satisfacción y puesta en práctica
i ( (juiere de la cooperación de o tro in d iv id u o . A n o to de paso que
la ciencia está p o r fin descubriendo que las relaciones sexuales
s o n en esencia una form a de com unicación y además, de com uni-
i ación en gran variedad de niveles. L o que hizo posible este ta rd ío
í descubrim iento es. ¡ay!, la su pe rficia lid ad im personal dolorosam en­
te obvia de las relaciones sexuales de nuestro tiem po, que, como
el obsesivo ascetismo a n te rio r, es sólo una nueva va riació n del tema
de la a n tig u a auto de structivid ad del hom bre.
Por eso, al e xa m in a r la fu tilid a d de la p iedra de toque del ob­
servador p a rticip a n te en el contexto sexual, im p líc ita m e n te hace­
mos resaltar tam bién sus deficiencias en contextos donde son me­
nos evidentes.
Empezaré con un análisis de algunas de las d ificu lta d e s técnicas
más visibles y co ncluiré con la dem ostración de que, en la esfera
de lo sexual, es una im p o s ib ilid a d lógica toda observación p a rti­
cipante fru c tífe ra stricto sensu. Esto, más que los llam ados a las
consideraciones “ morales” , debería d a r u n descanso a quienes ac-
lua lm e nte están investigando el co m portam iento sexual “ o b je ti­
vamente” en los laboratorios.
Se reconoce desde el p rin c ip io que la observación^ sexual p a rti­
cipante sobre el terreno es desaprobada p o r là m ayoría de los a uto ­
res, aunque sólo p o r razones m oralistas (en cuanto d istintas de las
éticas). ~
Caso 74: M arcel Mauss —a q u ie n la consigna de la observación
p a rticip a n te no Hublera^engañado u n solo m om ento— solía instar
a sus alum nos a estudiar casos y sucedidos concretos, así como a
aprender diversas técnicas indígenas. U na ingeniosa estudiante puso
sus enseñanzas en Diez M andam ientos en verso, uno de los cuales
ordenaba al tra b aja do r de campo estudiar las técnicas del sexo, si
era necesario, experim entalm ente. N in g u n o de los otros m anda­
m ientos contenía esta especificación.
Caso 75: E l a uto r de u n estudio sobre la sexualidad p rim itiv a
consideró necesario asegurarme que no había obte nid o su in fo r ­
m ación p o r e l m étodo de la observación p articip a nte . Siendo yo
entonces joven e ingenuo y esperando aprender algo p ro fu n d o de
lógica y m etodología para el tra b a jo de campo p o r aquel em inen­
te estudioso, le pregunté p o r qué. E n lug ar de darm e una e x p li­
cación m etodológica me d ijo , en to no algo desaprobador: “ ¡Porque
h ub ie ra sido in m o ra l! Nótese que fue “ in m o ra l” la palabra em-
148 C O N T R A T R A S F E R E N C IA V C O M P O R T A M IE N T O

pleáda y que no d ijo "poco ético". Esto no c o n trib u y ó gran cosa


a m i ilu stra ció n m etodológica.
Los que creen com pulsivam ente que sea posible la racion a lid ad
en lo tocante al sexo sin duda in sistirá n en que no cabía otra
respuesta realista, porque el tabú co ntra el estudio de la sexuali­
dad por m edio de la observación p a rtic ip a n te no se insp ira en
consideraciones lógicas sino en el m oralism o occidental. E l p u n to
de vista de quienes, como yo, consideran im posible la racionalidad
perfecta acerca de lo sexual y d udan además de que la salvación
del tra b a ja d o r de campo esté en la observación p a rticip a n te , n i si­
quiera en la observación directa solamente (ca p ítu lo xrx), será algo
diferente. Para empezar, no caerán en el e rror de lógica de supo­
ner que una conclusión a la que se llega p o r u n razonam iento iló ­
gico es p o r e llo necesariamente errónea. Es sabido en lógica que
una noesis incorrecta puede "c o n d u c ir" ocasionalmente a un noe-
ma correcto. .. que es posible CTeer incluso en la realidad objetiva
por razones equivocadas. En tales casos, el c ie n tífic o tiene la o b li­
gación de llegar a la misma conclusión correcta de m odo lógico.
N aturalm en te, es evidente que uno debe de analizar con todo
cuidado sus propios m otivos cuando le parece que puede ju s tific a r
científicam ente u n tabú o regla fo rm u la d o irracionalm ente. Pero
no es menos cierto que hay que escudriñar tam bién los m otivos
que tengamos para rechazarlo al p un to.
Caso 76: U n estudio cuidadoso de varias justificaciones cie n tí­
ficas y médicas de la circuncisión (Spock, 1947) —que, a pesar de
la argum entación de B e tte 'h eim (1954), es una m anifestación
de im pulsos sádicos y castrantes (M enninger, 1938)— demuestra
que la ciencia puede emplearse abusivamente para ju s tific a r prác­
ticas irracionales (caso 294).
Caso 77: En cambio, si bien la regla que decía que u no debía
e nte rra r sus excreciones estaba o rig in a lm e n te destinada a prote­
ger de las brujerías, no deja de tener u n va lo r higién ico demos­
trable.
M Í posición básica es que el tabú que prohíbe el estudio de la
sexualidad p o r la observación p a rtic ip a n te puede y debe rem pla-
zarse por una regla m etodológicam ente vá lid a contra la u tiliz a c ió n
de ese procedim iento en la investigación sexual y contra la con­
fianza excesiva en la in fo rm a ció n o bte nid a p or esos medios. La
consideración fundam ental es que las experiencias del observador
p a rticip a n te raram ente concuerdan con las experiencias de quienes
practican una actividad dada de costum bre (caso 79). Por eso no
puede provocar respuestas "típ ic a s " en la persona con q uien está
interactuando. U na analogía baladí ilu m in a rá este hecho.
» m m ftA C IO N A L E N L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L 149

i aso 7S: Com o todos los occidentales, estoy acostumbrado a mon-


Itii a «aballo p o r el lado “ izq u ie rd o ” , m ientras que los hopis
MHiuian por e l “ derecho” . . . y los mois tam bién. Com o tardé cier­
to i lem po en aprender a m o n ta r por el “ derecho” con fa c ilid a d .
Im ita los más tra n q u ilo s caballos de los hopis se ponían inquietos
m an do yo trataba de m on tar en silla p o r el lado que para ellos
cía el "b u e n o ” , pero para m í el “ m a lo ” . Además, el cambio era
M im ialm ente d ifíc il para m i precisamente porque yo era un buen
ta na llista , acostum brado a m o n ta r casi autom áticam ente p o r la “ iz-
q u irrd a ” .
f ita observación contiene condensadas la m ayoría de las obje-
i Iones prácticas contra la confianza en los datos sexuales obtenibles
}MM' la observación p articip a nte .
Caso 79: L a posición co ita l australiana y tro b ria n d es in im a g i-
im hlcm cnte d ifíc il para q u ie n q u ie ra no esté acostumbrado a ella.T
l*ni eso, u n tra b a ja d o r de campo occidental que cohabite con una
jM irja australiana o tro b ria n d en esa posición no podría experi­
m entar lo m ism o que u n aborigen y por lo tanto no provocaría
M'ipues'.as “ norm ales” en su pareja indígena.
V a la inversa, n o podría provocar respuestas normales cohabi­
tando con una pareja p rim itiv a en una posición que no sea fa m i­
lia l para ésta.
Caso SO: Las m ujeres tro b ria n d que han cohabitado con hom ­
bre* blancos en la posición occidental sentían que les im pedía em ­
p u ja r con la pelvis y p o r ende, la p a rticip a ció n norm al en el acto
(M a lin o w ski, 1932).
1.1 problem a se com plica aún más por e l hecho de que la posi-
« itiii coital tiene matices psicológicos característicos. Esto será evi­
dente para q u ie n haya analizado alguna vez las costumbres sexua­
les incluso de candidatos psicoanalíticos normales. La posición
m il al tra d icio n a l de una tr ib u es por eso ta n to un re fle jo de su
«uiáetcr étnico como la posición co ita l preferida p or el in d iv id u o
lo es de su personalidad.8
Los hábitos sexuales determ inados cu ltu ra lm e n te del observador
purl h ipante pueden así provocar respuestas atípicas de una pareja
( uyos hábitos sexuales tradicionales son diferentes.
Caso SI : Según las normas de los kgatlas (Schapera, 1941) una
pareja occidental llegaría a l clím a x con demasiada le n titu d . Según1

1 Algunos de mis in form antes mohave y sedang a quienes se la describí no


« reían que fuera posible la cohabitación en esa posición.
" I.as posiciones coitales pueden ser determ inadas incluso p or el som atotipo
o la enferm edad. Los hombres m uy obesos o los cardiacos a veces se ven o b li­
gados a pra ctica r el c o itu s inversus.
150 CÛNTRATHASFERENCIA Y C O M P O R TA M IE N TO

las normas de los javaneses (Katz, 1930) y los mohaves (Devereux,


1948b, 1950a), llegaría al clim a x con demasiada rapidez, lo que
e xplica p o r que se jactaba una p ro s titu ta mohave de ganar e l d i­
nero sin n in g ú n trabajo.
E l observador p a rticip a n te y el “ sujeto” indígena suelen apre­
ciar diversas m odalidades de interacción sexual de modos m uy d i­
ferentes.
Caso 82: E l beso disgusta a muchos p rim itiv o s que no lo prac­
tican.
Coso 83: U n a polinesia cuyo amante blanco iba de perm iso a
Europa, lo a uto rizó a cohabitar con cu a lq u ie r m u je r que le gus­
tara . . . pero no a besarla.
Caso 84: U n a australiana, sabiendo que tendría que decir a su
m a rid o si le era in fie l (vaginalm ente), resolvió la d ific u lta d p ra c ti­
cando con su amante "só lo ” la felación. De m odo semejante, una
m u je r sedang no es culpable de a d u lte rio si p erm ite a su q ue rid o
co ha bita r con ella “ sólo” p e r anum .
Caso 85: E n cam bio, un mohave borracho p e rm itió a sus amigos
co ha bita r con su m u je r, igualm ente borracha, pero se opuso con
viole ncia cuando u no de ellos quiso hacerlo analm ente, y d ijo que
el ano de ella sólo le pertenecía a él (Devereux, 1948d).
Caso 86: In cluso los m iem bros promiscuos de las clases bajas
norteam ericanas suelen negarse a p ra cticar ciertas formas de ju ­
gueteo p re lim in a r que las clases cultas consideran n o rm a l (Kinsey,
1948, 1953).
Caso 87: O tro ta n to sucede con la desnudez; muchas parejas n o r­
teamericanas de clase baja nunca se han visto desnudas.
Caso 88: C uando los rom anos se reco n cilia ro n con los sabinos,
cuyas m ujeres habían raptado, pro m e tiero n que nin gu na m u je r
vería nunca un hom bre desnudo; y P lu tarco (R ó m u lo , 20) cree
que esto e xplica p o r qué, a diferencia de los atletas griegos, los
rom anos nunca se ejercitaban n i com petían desnudos.
En resumen, las respuestas sexuales “ normales” del observador
p a rticip a n te pueden suscitar tanta ansiedad en su “ sujeto” como si
estuviera actuando (acting o u t) una neurosis sexual idiosincrásica.
N aturalm en te, la inversa tam bién es cierta.
Caso 89: Las m ujeres tro b ria n d someten a sus parejas a v io le n ­
to rascado erótico (M a lin o w ski, 1932). Es dudoso que muchos ob­
servadores participantes occidentales reaccionaran con excitación
a esos tratos.
Incluso las diferencia» anatómicas ligadas a la raza pueden defor­
m ar la situación sexual e im p e d ir las reacciones normales.
Caso 90: Se sabe que en general el pene de los blancos, mexica-
.« IR R A C IO N A L e n l a in v e s t ig a c ió n sexual 151

nos y negros es m ayor que el de los mohaves, y el h u m o r y la fan­


tasía de éstos ha exagerado a ún más esta diferencia. E n consecuen­
cia, todavía en 1932 las m ujeres mohaves —que suelen tener la
vagina bastante grande— tem ían co ha bita r con hom bres de otras
razas, ta l vez porque su fam a de poseer órganos enormes desper­
taban en ellas el tem or edípico de la n iñ a a l pene destructivam ente
glande del padre (Devereux, 1948b).
Caso 91: U na estudiante u n ive rsita ria negra, pequeña y delica­
da, cohabitaba sólo con blancos y decía que el “ revientacuerpos”
i leí negro le haría daño.
La “ in te rp re ta c ió n ” sexual de las características raciales (casos
216, 217) puede d efo rm a r ta m b ién las apreciaciones del observador
p a rtic ip a n te hasta el p u n to de hacerlas casi inservibles. E l uso de
anticonceptivos es tam bién causa de distorsiones (Devereux, 1965d);
las m ujeres p rim itiv a s se m olestan p o r su empleo, aunque entien­
dan el porqué.
L a m ism a “ re p u ta ció n ” sexual de u n g ru p o puede defo rm a r las
apreciaciones del observador p articip a nte .
Caso 92: E l m ito del indígena sin in h ib icio n e s hace que algu­
nos blancos acusen a las m ujeres indígenas de frig id e z porque no
responden apasionadamente a sus abrazos, sin tener en cuenta que
aquellas mismas m ujeres de costum bre llegan a l c lím a x con h om ­
bres de su g rupo, con los que cohabitan p o r gusto y no a la fuerza.
Caso 93: I.x>s terratenientes y sus adm inistradores, que antig ua ­
mente podían más o menos ordenar a las muchachas campesinas
que cohabitaran con ellos, decían que eran “ tan insensibles como
leños” , aunque aquellas muchachas eran en extrem o apasionadas
con sus esposos o amantes (Illyés, 1937).9
Es evidente que en estos ejem plos la inse nsib ilid ad d e l “ sujeto”
fem enino se debía en parte a la distancia entre e lla y el “ observa­
d o r” y en parte a que se le obligaba a una relación n o deseada.
Además, cuando hay una g ran distancia social y c u ltu ra l entre el
observador y el “ sujeto” , éste acaso reaccione a l com p orta m ie nto
(c u ltu ra lm e n te ) “ n o rm a l” y las exigencias del observador del m is­
mo m odo que una m u je r —o u n hom bre— n o rm a l reacciona a las
pretensiones perversas de una pareja neurótica. E n ambos casos, la
exigencia “ a n o rm al” tiende a hacer al “ sujeto” incapaz de res­
ponder.10

3 Los campesinos húngaros m anifestaban una discrepancia de com portam ien­


to com parable, aunque en un contexto algo diferente. D ejaban que los te rra ­
tenientes les golpearan en la cara y los h u m illa ra n de otros modos, pero se
peleaban con ferocidad entre ellos y eran soldados excepcíonaim entc heroicos.
10 En la práctica psicoanalítica a veces nos encontramos con m ujeres que se
152 CONTRATRASFERENCIA Y CO M PO R TA M IEN TO

Partiendo de series diferentes de observaciones» algunos antropó­


logos han declarado últimamente que ciertos grupos prim itivos
“ muy sexuales” son en realidad sexualmente torpes.
Caso 94: D ice E lw in (1947) que los murías, que gozan de ’’l i ­
bertad” sexual p re m a rita l (pero véase caso 61), han de ser sexual-
mente lentos para excitarse simplem ente p o r haber ideado com­
plejos métodos de excitación.
Caso 95: Bastide generalizó esta tesis (1965b) y considera por
ejem plo que el negro necesita rito s orgiásticos y otros complicados
procedim ientos para excitarse porque es sexualmente ind ole nte (de
lenta excitación). Posteriorm ente yo le interro gu é al respecto y
mencionó que antiguam ente los dueños brasileños de esclavos so­
m etían a prueba la v irilid a d de los esclavos negros que querían
com prar, porque la tasa de reproducción de los esclavos era desas­
trosamente baja y muchos esclavos eran impotentes.
A u nque esta teoría merece ciertam ente m ayor investigación, el
e jem plo brasileño p o r lo menos no puede ser concluyente, ya que
la pérdida de potencia o de interés sexual del esclavo negro pue­
de deberse al choque psicológico de su cautive rio y su trasporta­
c ió n a un nuevo ambiente, donde siempre le hacían trab aja r de­
masiado y lo alim entaban insuficientem ente. C o n firm a esta in te r­
pretación el hecho de que en las granjas de cría de esclavos del
sur, la fecundación se confiaba en gran parte a un pequeño grupo
de hombres elegidos por su buena fig u ra y que solían estar exen­
tos de trabajos pesados.
ty'Gaso 96: A lg o de esto constituyó ya un problem a en la Roma
a ntigua, como lo demuestra P lutarco (Catón, 21) cuando narra
cómo alienta sistemáticamente, de m odo patológicam ente explota­
d o r :y avaro. Catón el M ayor a sus esclavos a la c o h a b ita c ió n ...
que de todos modos les hacía pagar.
f: E l hecho de que el cautive rio y otras condiciones anormales pue­
da acarrear la pérdida de la v irilid a d en los hombres y u n grave
trastorno en la ovulación en las mujeres es demasiado bien cono­
cido en una época de campos de concentración para que necesite
documentarse. Además, hay tam bién animales selváticos que no se
reproducen en cautividad o bien abandonan a sus pequéñuelos.
Los hechos hasta aquí citados demuestran que todos los datos
relativos a la sexualidad obtenidos p o r m edio de la técnica del
observador p articip a n te son necesariamente engañosos. Sentado ya

q jie jg n .d ç que “ todos los hombres son im potentes". U n análisis de su n e u rit'


tien, cofflportam iento sexual suele revelar que son ellas las que inconsciente-*
m ente tr a jín de haper a los hombres, im potentes, y bien, que lo consiguen.
L O IR R A C IO N A L en la in v e s t ig a c ió n sexual 155

este punto, parece líc ito exam inar tam bién los aspectos más psico­
lógicos del problem a.
Independientem ente de que pensemos que la sexualidad occiden­
tal es más neurótica que la de otras gentes o que, como yo, sos­
tengamos que es tan sólo diferentem ente neurótica, las reacciones
del sujeto al observador p a rticip a n te tienen que ser tan a típ i­
cas como si el sujeto cohabitara con un m ie m bro de su g ru p o
gravemente neurótico, y esto independientem ente de que la d ife ­
rencia c u ltu ra l o el neurotism o se m anifiesten en form a de com­
p ortam ien to sexual desusado o en la de reacciones emocionales in ­
sólitas. Es ine vitab le así una colisión psicológica traum ática entre
los participantes, si uno de ellos pertenece a una c u ltu ra de “ ver­
güenza” y o tro —p or lo general el trab aja do r de campo— a una
de “ c u lp a ".11 Además, cuanto más intensa es la interacción, más.
drásticas han de ser sus repercusiones psicológicas.
N o menos im p o rta n te , aunque de m odo diferente, es un hecho
que en cierto sentido afecta a todas las situaciones de observador
p articipante. H a b la n d o objetivam ente, una interacción de este tip o
ya no provoca com portam iento “ a b o rig in a l” sino “ a cu ltu ra cio n a í” .
N aturalm ente, yo he ind icad o (capítulo x x i) qpe la reacción del
sujeto q el g rupo a la “ p e rtu rb a ció n ” ocasionada p o r la presencia
del trab aja do r de campo es uno de los datos más fundam entales de
todos los de la ciencia de la conducta. Esto entraña necesariamente
que la respuesta sexual del “ sujeto” en la situación de “ observación
p articip a n te ” es tam bién, potencialm ente, un dato fundam ental,
con ta l que:
1] Se reconozca que es respuesta a una “ p e rturb ación ” y por lo
tanto, un com portam iento “ a cultu ra cion aí” ,
2] que se suplemente la observación con in fo rm a c ió n verbal re­
la tiva a respuestas “ normales” (no aculturantes), y
3] que el observador tenga cabal conciencia de su p ro p io “ valor
de estím ulo” en el sentido de M a y ;12 que sepa claram ente a qué
reacciona su “ sujeto” .
Esto es d ifíc il incluso para los psicoanalizados, en cualquier mo­
mento, y absolutamente imposible de conseguir en el curso de un
acto sexual objetivamente normal, que:
a] necesariamente im p lic a una o bn u b ila ció n tem poral de la con-

11 Pero observo que los sentamientos (lo culpa edípica existen tam bién en las
culturas de “ vergüenza"
“ M a rk A . îyfôy (1930) d efinía la personalidad como el va lo r de estím ulo del
in d iv id u o .
154 CONTRATOASFERENCIA Y COMPORTAMES 111

ciencia.13 que hace prácticam ente im p osib le efectuar observado


nes, y
b] es —como todas las funciones básicas (respirar, comer, etc.)
intrínsecam ente irra c io n a l (H a rtm a n n , 1947).
A h ora b ie n, si el m ism o observador no experim enta esta obnu
b ila ció n de la conciencia —y p o r e llo es capaz de hacer observa
ciones— su acto sexual ipso facto es o bjetivam ente no norm al. Poi
eso sus apreciaciones no pueden a rro ja r luz sobre el com portam ien
lo sexual n o rm a l del sujeto respondiente. En resumen, nos halla­
mos ante la situación paradójica de que si el observador p a rtic i­
pante es capaz de observar, observa un co m p orta m ie nto distorsio­
nado, m ientras que si experim enta una o b n u b ila c ió n n o rm a l de
la conciencia, no puede observar la c ru c ia l respuesta de la pareja
a su orgasmo. Es ésta una form a de la insuperable d ific u lta d lógica
que subyace en el p rin c ip io de ind e te rm in a ció n de Heisenberg
(ca p ítu lo x x i i ) en la ciencia de la conducta.
E l descubrim iento por H a rtm a n n de que la sexualidad —como
otras funciones básicas de la vid a — es irra c io n a l pone de relieve
tam bién o tra d ific u lta d lógica, relacionada en algunos respectos y
no relacionada en otros con la situación observacional.
M u y independientem ente de la o b n u b ila c ió n de la conciencia en
el m om ento crítico , las posibilidades observacionales se reducen más
p o r el hecho de que la m oviliza ción de la sexualidad tiende a es­
to rb a r e l fu n cio n a m ie n to n orm a l de la razón; el "proceso secunda­
r io ” lógico se contam ina p o r el “ proceso p rim a rio ” prelógico. Por
ejem plo, se produce un menoscabo característico de la conciencia
del tie m p o (B ergler y R óheim , 1946) debido al hecho de que el
inconsciente es in te m p o ra l. Por consiguiente, pocas personas pue­
den evaluar n i siquiera aproxim adam ente la d uració n del coito
y las que pueden no p a rticip a n del todo. F ácil es recordar otros
ejem plos de esas intrusiones del proceso p rim a rio en el secundario
d u ra n te el coito.
E l segundo p u n to es que el hom bre es p o r naturaleza incapaz de
em patizar en fo rm a aulorresonantc con las experiencias sexuales
de una m u je r, y viceversa, n atu ra lm e nte (c a p ítu lo x v ); sólo puede
observar sus manifestaciones externas. E n tre paréntesis, ésta pue­
de ser una de las razones de que en la investigación de lo sexual
reine tal obsesión p o r el co m portam iento m anifiesto.
E l tercer p u n to es la in co m u n ic a b ilid a d esencial de todas las
experiencias básicamente orgánicas, aunque esto es menos patente

,s Ilu s tró aptam ente este c rite rio decisivo W . Reich (1927), antes de conver­
tirse en exponente de la vegetoterapia y la terapia orgónica.
IM |M M I O N M , EN L A IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L 155

Hi r i m ío de la sexualidad que en el del ham bre o la sed. U n


le ía lo e rótico bie n escrito puede e xcitar casi a cualquiera. E n cam­
bio, he leído muchas descripciones d e l ham bre y la única que me
lib o i cálm ente s e n tir ham bre de vez en cuando fue u n trozo de
l« novela H am bre, de K n u t H am sun.
A mi vez, esto im p lic a que incluso la observación no p a rtic ip a n te
«leí »o iiip o rta m ic n to sexual im pulsa, y p o r ende contam ina, el
poM cto secundario con algunas de las características del proceso
p ilm a iio irra c io n a l (casos 254, 255, etc.).
I’ ii hi i c o n ju n to , la situación del c ie n tífico que estudia la sexua­
la bid es análoga —pero no más que análoga— a la del físico que
liiiln de estudiar el co m p orta m ie nto de u n supuesto “ m odelo de
Hai". Com o el m ero núm ero de las moléculas de gas que in te rv ie ­
nen hace im posible el análisis de su co m p orta m ie nto en fu n c ió n
di* la mecánica clásica (que trata de fenómenos reversibles), los
tu n o s tu v ie ro n que crear la ciencia de la mecánica estadística, que
lim a del sistema como un todo, y estudia sólo lo que puede estu­
diarse de este m odo: la irreversible derivación del sistema hacia
un estado de entropía.
Este decisivo paso sólo podía darse después de que los físicos
irro n o c ie ro n que no podían estudiar el m odelo de gas p o r m ed io
d r la mecánica clásica (“ celeste” ). U n a idea semejante de nuestra
Im potencia para estudiar la sexualidad p o r los medios tra d ic io n a l-
m eiite “ racionales” es co n d ició n sine qua non para una ciencia se­
xual o bjetivam ente vá lid a. U n m edio es racional sólo en ta n to es
gcTiuinamente aplicable al problem a o b je to de estudio; los intentos
de a p lic a rlo al azar, venga o no al caso, son irracionales. N ada po­
dría ser más racion a l que la mecánica clásica y sabemos incluso
<pie los m atem áticos actuales resuelven el problem a de tres cuerpos
(y de n cuerpos), que en teoría resultará a plicable tam bién al es­
tu d io de los modelos de gas. Hasta ahí, los inte n to s de a p lic a rlo
así son irracionales. Es tam bién d ig n o de m ención que los obstácu­
los a un tip o de insights producen a veces insights más im p o rta n ­
tes rle o tro tip o : Si los m atem áticos h u b ie ra n resuelto el problem a
de los 3 cuerpos hace 200 años, es pro ba ble que nunca se h u b ie ra n
descubierto las más universales leyes de la física: las de la te rm o ­
dinám ica.
N o podemos hacer o tra cosa que reconocer nuestra im potencia
para a p lica r los métodos tradicionales de investigación provechosa­
mente al estudio de lo sexual, y esto es lo que tratam os de favo­
recer con nuestra discusión. C ie rto es que ya pasó hace m ucho el
tie m p o de reconocerlo, porque m ientras ta nto Freud había hecho
ver p o r lo ' menos dónde podríam os buscar datos susceptibles de
156 CON fRATRASFERENCIA y comportamiento

a rro ja r luz sobre la sexualidad como m anifestación de la vida y


de lo social y no sim plem ente como un género de coreografía que
sólo ilu m in a la q uiebra hum ana e in te le ctu a l de quienes la con­
funden con la sexualidad. En resumen, si queremos empezar a sa­
ber, tenemos que empezar por confesar nuestra ignorancia, cjue se
vuelve superable en el preciso m om ento en que la reconocemos.

APÉNDICE

E L PROBLEMA DE LAS EXPERIENCIAS PERSONALES

La experiencia sexual es científicam ente aprovechable tan sólo


m ientras increm enta nuestra e m p a tia ... si es “ conocim iento in c i­
d e n ta l" obte nid o no buscando datos sino A m o r. H ay inform a ción
basada en la experiencia del A m o r que es válida precisamente
porque no la deform a la búsqueda obsesiva de una [seudo] o b je ti­
vidad y se basa no en la observación p articip a nte sino en la expe­
riencia com partida.
Caso 97 : T a l vez no haya mejores datos acerca de la vida sexual
p rim itiv a que los de V e rrie r E lw in (1939, 1947). Débese esto sin
d u d a al hecho de que E lw in amó a una muchacha gond y se casó
con ella, aunque hasta donde yo pueda determ inar, en ninguna
parte menciona sus experiencias amorosas personales en sus obras
etnológicas. Sin embargo, parece claro que lo que da realidad y
h ondura a sus datos etnológicos es esa ilu m in a c ió n in te rio r in d ire c ­
ta que le procuraba su am or correspondido p or una muchacha
gond. Seguramente entendía lo que significaba ser gond p o r la form a
com o su esposa gond fo rm u la b a su relación, esencialmente hum ana.
Caso 98: O tro tanto sucede —aunque en grado menor, porque
G a u g u in era un n eu ró tico — çon el relato a u to bio gráfico que
hace G auguin (1929) de su vid a con una muchacha ta hitia na , a
q u ie n parece haber amado, al menos hasta donde un n eu ró tico de
este tip o es capaz de amar.
Las experiencias amorosos m uy sentidas —a diferencia de lo rea­
lizado en la observación p a rticip a n te — pueden incluso esclarecer
los aspectos no sexuales de una cu ltura.
Caso 99: A u nq u e los llam ados squaw-men * no escribieron acer­
ca de la sexualidad ind ia, la h o n du ra y el va lo r de sus intuicion es
etnológicas, reconocida e xplícitam ente p o r Low ie (1935), se debe

* Blancos casados con in d ia y que viven en su trib u , [t ]


M l IH U A C IO N A L en la in v e s t ig a c ió n sexual 157

pm bablem ente en parte a la em patia que desarrolló en ellos el


«ttiioi y el casamiento con una in d ia . E xternó espontáneamente esta
o p in ió n m i paciente in d io “ lo b o ” (Devereux, 1915a), quien solía
hablar con afecto de un squaw-man cuyos relatos de su vida entre
Ion pies negros (Schultz, 1907) había leído y saboreado.
( '.aso 100: A u nq u e hice 18 meses de tra b a jo de campo entre
lo i sedang y me era conocido casi todo cuanto se había escrito
de las trib u s mois, supe de la existencia de las cazadoras guerreras
mois por el lib ro conm ovedoram ente ingenuo de René Riesen
(1957). En las ú ltim a s fases del esfuerzo francés por retener a In d o ­
china, este o fic ia l subalterno re cib ió órdenes de asegurarse el apo­
yo de los mois para los franceses. C on tal fin se casó —según una
Hminza indígena— prim eram ente con una m uchacha llam ada Ilo u h i,
de q uien rápidam ente se enam oró a fondo, y después asimismo con
«Ira, la cazadora bahnar Crey, a q uien tam bién parece haber ama­
do, aunque de u n m odo algo diferente, y cuya heroica m uerte en
una emboscada cuenta en párrafos hondam ente conmovedores por
n i p ro p ia in h a b ilid a d . L o que más me llam a la atención entre lo
que dice Riesen de su vida con los mois en una época de encar­
nizados combates es que desde el p rin c ip io vio casi exclusivam ente
iu lado m ejor y se apegó hondam ente a ellos. Esto, como ind ican
los casos 391, 392, 393, 420, 421, etc. sólo pude conseguirlo yo des­
pués de hacer un considerable esfuerzo para entenderlos y de haber
co nvivido con ellos varios meses.
Lo que ocurre en este n ive l de interacción no es una relación
experim ental entre un inglés y una gond n i entre u n m ilita r fra n ­
cés y una m oi sino una interacción entre dos seres humanos. T a l
tidación es más básica de lo que jamás podrá ser una relación
"c ie n tífic a ” realizada en form a conductista entre un tra b aja do r de
i ampo y un “ in fo rm a n te ” sexual. Es una relación fu ndam ental,
que sencillam ente está fo rm u la da —y sólo fo rm u la d a — p o r m edio
de dos tipos diferentes de personalidad étnica.
El tra b a ja d o r de campo, que está necesariamente de paso, p o r lo
general no puede esperar una relación amorosa auténtica de este
tip o . H ay p o r fo rtu n a otras relaciones —hum anam ente ig u a l de sa-
lisfactorias— que puede tener y que ta n to como el A m o r pueden
realizar su sensibilidad em pática, ya que Eros anim a no sólo el
amor-y-sexo sino tam bién la amistad, la generosidad afectuosa y la
crea tivid a d científica.
Caso 101: Yo sé que entiendo m ejor la sexualidad mohave por
haber tenido varios amigos mohaves entrañablem ente queridos que
si h ubiera te n 'd o la o p o rtu n id a d —o la in c lin a c ió n — a fo to g ra fia r
parejas de mohaves en cópula o me hub ie ra dedicado a la obser-
158 C O N T R A T R A S F E R K N C IA Y C O M I’O R T A M 1UNI <I

vación D artícipante, sencillam ente porque la amistad, no menos


que el am or erótico, es la fo rm u la ció n fecunda de una relación
hum ana real. L o que me p e rm itió entender la sexualidad de los
mohave fue m i am istad con algunos de ellos y el m odo que mis
amigos tenían de in te rp re ta r m is propias actividades sexuales, que
sentían como experiencias pro fun d am en te humanas. H ay dos d i­
chos mohave que nunca me canso de c ita r: “ C uando una pareja
cohabita, el cuerpo cohabita con el cuerpo y e l alma con el alm a”
y “ U n o siempre puede decir q u ié n amó la noche pasada, porque
cam ina con arrogancia y sus ojos chispean.” Estos dos dichos me
com unican más acerca de la sexualidad mohave que cuanto hubiera
p o d id o aprender p o r la observación p articip a nte .
E l antrop ó lo go raram ente puede h a lla r un am or verdadero sobre
el terreno de su investigación. Puede, eso sí, si lo merece, h a lla r
amigos y p o r ellos aprender todo cuanto se puede saber de la
epifanía, en esa c u ltu ra p a rtic u la r, del Eros universal, que es la raíz
de toda vida.
• 4 t> hu m x

I, A P E R T IN E N C IA D E LA S P R IM IT IV A S
I E U K ÍA S D E L A C O N D U C T A

IIMu il r las distorsiones menos explicables en la ciencia de la con­


tin u a se debe a la escotomización de lo que bie n p ud ie ra ser el
lo más im p o rta n te del saber y la ciencia de la conducta, ta l
y to m o Tuera fo rm u la d o p o r no científicos. H ay, natu ra lm e nte, m u ­
llio s excelentes análisis de formas m entales y sistemas de valores
subyacentes en la ciencia p rim itiv a , pero sólo tra ta n de e xp lic a r
ióiiio nacieron esas ideas “ extrañas” y casi nunca se detienen a
pientintarse si esos sistemas de pensam iento tienen algo sustantivo
que a p o rta r a l e n te n d im ie n to cie n tífic o del com portam iento. D i-
i lio de o tro m odo: la m ayoría de los científicos del com p orta m ie nto
^e interesan en las teorías p rim itiva s, populares, m itológicas, teo­
lógicas o metafísicas de la conducta sólo como “ fenómenos c u ltu -
i ules” pero no como “ ciencia” , siem pre in in te n c io n a l y casi siempre
expresada alegóricam ente. Y así, si olvidam os de m om ento algunos
breves com entarios de L ow ie (1929) y unas cuantas excepciones
adm irables (M ead, 1928, 1930, L a Barre, 1949 y algunos otros),
furam ente se le ocurre a nadie la idea de que puede estudiar las
teorías con que cria n a los niños en una tr ib u p rim itiv a no sólo
«orno fenóm eno c u ltu ra l sino tam bién como ciencia (buena, m ala
o ind ife re n te ) que contiene pepitas de verdad, ta n ú tile s para el
<¡entífico de la conducta como para el padre contemporáneo.
N uestra renuencia a aprender del p rim itiv o es aún más pa­
tente en la esfera de la ciencia que en la de la mera tecnología.
Hemos tom ado ya la parka de las gentes del Á rtic o , y el maíz, el
tabaco, la q u in a y la coca del in d io am ericano, pero nos hemos
negado sistemáticam ente a apropiarnos siquiera esos artículos en
o tro n iv e l que el de la p ura tecnología, no de la ciencia. Sin em­
bargo, L a Barre (1947) ha m ostrado que el conocim iento de p la n ­
tas expresado en la m ito lo g ía suele contener tam bién ideas genui-
nam ente científicas. A veces nos negamos incluso a buscar artículos
tecnológicos que v a ld ría la pena a doptar y esperamos a que por
así d e cirlo se nos echen encima.
[1591
160 CONTRATRASFERENCIA Y COM TORTAM lE NTO

Caso 102: H a rle y (1941) no pudo conseguir que nadie quisiera


analizar su colección de plantas m edicinales africanas.
Caso 103: Sólo ú ltim a m e n te empezaron las compañías farm acéu­
ticas a a lentar a los antropólogos para que tra je ra n especímenes
de medicamentos nativos.
En muchos casos descubrimos sólo retrospectivam ente que los
resultados que obtuvim os con m ucho trab ajo ya habían sido pre­
vistos hacía tie m p o p or algún g ru p o “ subdesarrollado” .
Caso 104: Que yo sepa, el descubrim iento de la u tilid a d de la
ra u tvo ifia serpentina en la q u im io te ra p ia de las enfermedades m en­
tales no fue directam ente insp ira do por el hecho de que esa h ierba
h ub ie ra sido ya u tiliza d a en la In d ia antigua con ta l fin .
Si la situación es bastante m ala en las ciencias que no estudian
la conducta, en las que la estudian es desastrosa, aunque el h om ­
bre ha estudiado y observado ai hom bre y se ha form ado ideas
acerca de la naturaleza hum ana y el m odo de tra ta rla debidam ente
desde los albores de la h istoria . H ay casos, casi innúm eros, de ideas
contemporáneas en biología y la ciencia del co m portam iento que
ya se le habían o cu rrid o antes a algún pueblo p rim itiv o , exótico
o antiguo. Pero la m ayoría de los que estudian las prácticas de
gentes extrañas sigue considerando esos modos de pensar “ e xtran­
jeros” exclusivam ente como fenómenos culturales, y yo he sido
tan culpable de esto en otros tiem pos como cualquiera.
Caso 105: M i a rtíc u lo sobre el pensam iento penológico clásico
ch in o (Devereux, 1944) sólo demuestra que las teorías y p rá c ti­
cas chinas presuponen un concepto (específico de esa c u ltu ra ) del
hom bre, pero no plantea la cuestión de si tales teorías tienen algo
sustantivo que apo rta r a la ciencia contem poránea de la conducta.
Caso 106: Sólo com prendí que las teorías psiquiátricas no occi­
dentales tenían algo que apo rta r al ente nd im ie nto de los trastor­
nos psiquiátricos cuando me im p ulsó a pensar en e llo la m anifiesta
semejanza entre algunas teorías mohaves y otras psicoanalíticas
(Devereux, 1961a).
Casi la única ciencia no m oderna que se consideraba —al menos
a nte rio rm e nte — una aportación sustantiva a la ciencia de la con­
ducta fue la de los griegos y romanos. Casi todos los demás es­
tudios de las ideas no modernas acerca del hom bre sim plem ente
trataban de descubrir algo acerca de las culturas que habían p ro ­
ducido esas ideas acerca del hom bre.
Caso 107: G ranel (1934) describió y analizó cuidadosamente la
preocupación de la m edicina china antigua p o r los o rific io s deí
cuerpo, pero no se detuvo a averiguar si representaban alguna con­
trib u c ió n potencial a la ciencia. N o obstante, este interés p o r tales
i m r iN K N C I A DE TEORÍAS DE LA CONDUCTA 161

in íficios bien puede correlacionarse con la teoría psicoanalítica


«le las zonas erógenas. L a tendencia china a d is tin g u ir entre “ p rin -
i ip io ” m asculino y fem enino, en parte en fu n c ió n de "seco” y
"h úm e do ” , a rro ja luz sobre la fantasía de una adolescente de que
mu deposiciones secas y duras eran masculinas y las húmedas y
m u ves, femeninas (Devereux, 1954a). Es interesante la existencia
d r excepciones al p rin c ip io de p a rid a d , que fue descubierto p or
una m u je r física sm oamericana (L a Barre, sin fecha).
T a n to los p rim itiv o s como los poetas a n tic ip a ro n muchos de los
descubrim ientos de la ciencia del com portam iento. Por desgracia,
mis anticipaciones suelen estudiarse sólo en fu n c ió n de la sociolo­

gía del conocim iento, o sea como formas de co m portam iento cul-
I ni al. Si se h ub ie ran estudiado tam bién como enunciados acerca
del com portam iento, esas ideas h ub ie ran p o d id o fa c ilita r el descu­
b rim ie n to de muchos hechos y p rin c ip io s nuevos.
Caso 108: Sólo ú ltim a m e n te descubrimos los p rin c ip io s psicoló­
gicos y fisiológicos que explican la eficiencia de las prendas de
vestir y las moradas de los esquimales. En cuanto fu eron e nte nd i­
dos estos p rin c ip io s fue posible entender tam bién p or qué las “ me­
joras” que los exploradores del Á rtic o hablan hecho a su vesti­
m enta en rea lid ad red u je ro n esa eficiencia. “ La solución del
indígena era perfecta; para com prenderlo sólo necesitábamos en­
tender la teoría en que se basaba ta l vestim enta” (Lévi-Strauss,
1955).
En los laboratorios m odernos se redescubren ahora muchas ob­
servaciones antiguas o p rim itiv a s ;
Caso 109: U n g ru po de investigadores en el M o u n t Sinai H os­
p ita l de Nueva Y o rk descubrió ú ltim am e nte que los ojos se m ue­
ven cuando uno sueña (D em ent et. al., 1957a, b). Pero este descu­
b rim ie n to ya lo había hecho hará unos 2 500 años Esquilo, q u ie n
en sus Coéforas (versos 287 ss.) menciona los m ovim ientos de las
cejas d uran te un sueño de angustia.
Caso 110: En la sátira de E sq uilo Los pescadores (versos 810 ss.,
Lloyd-Jones) se alude claram ente a los efectos placenteros de la con­
tem plación del paisaje p rim ig e n io . En los Portadores de L ib a c ió n
del m ism o E squilo (versos 753 w.) hay una ju s tific a c ió n de la so­
lic itu d de ser amamantado.
Obsérvese que cito deliberadam ente a E squilo porque se entien­
de que no es un gran psicólogo. Si hub ie ra decidido c ita r al estu­
pendo psicólogo Eurípides, no hub ie ra sabido p o r dónde empezar.
E l caso clásico es, naturalm ente, el com plejo de Edipo.
Caso 111: A ctualm ente son incontables los trabajos que se p u ­
b lica n para p ro ba r que este com plejo lo describieron muchas veces
162 C O N TR ATR AS FE R FJS 'C IA Y C O M T O R T A M IE N T O

los poetas antes de F reud. . . hecho que el m ism o Freud conocía.


A ristóteles a trib u ye incluso {H is to ria de los animales, 9.47) senti­
m ientos de culpa edípicos a un joven semental, y este relato lo
re p itie ro n p or lo menos otros tres sabios antiguos (Devereux,
1965g). E n el E d ip o rey, de Sófocles (versos 981 ss), dice Yocasta
a E d ip o que muchos hom bres sueñan que cohabitan con su madre.
Stendhal consigna en su Vida de H e n ri B ru la rd que de n iñ o había
amado a su m adre “ lo más delictuosam ente posible” y que había
odiado asesinamente a su padre. H o y se nos muestra en m ito tras
m ito el c o n flicto edípico. En cuanto a la (cuestionable) teoría de
la fa m ilia ciclópea y la génesis p rehistórica del com plejo de E dipo
(Freud, 1955a), ta l es la m ateria e x p líc ita de muchos m itos p ri­
m itivo s (T rille s , 1912, etc.).
¿Por qué hubo entonces de esperar el descubrim iento del com­
p le jo de E d ip o en tanto que idea científica hasta que los pacientes
de Freud le d ije ra n v irtu a lm e n te que existía? La respuesta es tan
breve como deprim ente: D uran te muchos siglos, los pacientes han
tratad o de decir la mismas cosas a sus terapeutas. . . que sencilla­
m ente se negaban a escucharlos.
Caso 112: Ferenczi m enciona en alguna parte que cuando un
psicótico quería h a b la r de sus problemas de m asturbación con
su psiq uia tra, éste le decía que se guardara sus obscenidades
para sí.
Las cosas no han cam biado m ucho en los ú ltim os años:
Caso 113: A lgunos psicoanalistas o p ina n que la dem ostración que
hace Lévi-Strauss de semejanzas estructurales entre las prácticas de
u n cham án cuna y las de los psicoanalistas es una mancha para
e l psicoanálisis. Yo creo que es una aportación de gran entid ad al
conocim iento del proceso terapéutico.
A veces, las ideas de los p rim itiv o s y aun de los pacientes pue­
den tomarse directam ente y u tilizarse ta nto en calidad de datos
bru tos como de instrum entos conceptuales.
Caso 114: Algunos térm inos psicoanalfticos fueron tomados d i­
rectam ente de los analizandos. Además, cabe poca duda de que
—como F reud— la m ayoría de nosotros aprendemos el psicoanálisis
p rin cip a lm e n te con nuestros pacientes.
U n estudio intensivo de algún sistema c ie n tífico ajeno o p r im i­
tivo , puede p ro po rcio na r un conocim iento in tu itiv o nuevo y es-
clarecedor del fu ncio na m ie nto psicológico, n o rm a l y anorm al.
Caso 113: A prendí casi tantas cosas nuevas con m i estudio de
las teorías psiquiátricas de los mohaves (Devereux, 1961a) como
había a prendido con mis analizandos.
E l hecho de que la m ayoría de las teorías p rim itiv a s de la con-
M tN H W IA l>K T E O R ÍA S DE L A CO NDU CTA 163

Mili in ya sean im p lícita s o explícitas— no son necesariamente


(M Hilm io del pensam iento cie n tífico sino que están hechas con
M ullir» mentales sum inistrados cu ltu ra lm e n te no las hace cientí-
lln tm m u ' inservibles. En muchos casos podría uno aprovechar esas
ti'uii.iH tratándolas no como conclusiones formales sino como es-
II ihm I ilh o ind icio s que ilu m in a n problem as nuevos o sugieren m o­
tín» nuevos de resolver los antiguos.
fíriw» 1 /6: Danieísson (1956) tra tó de a plicar insights derivados
tlH t'M udio de la sexualidad polinesia a la solución de los proble-
Itlii» irxu ale s de nuestra sociedad. En manos de un a ntropólogo
iF ihïi a y psicológicam ente más competente, este in te n to hubiera
p iu lid o ser tan fru c tífe ro como la fecunda com paración de Mead
(u im 2.V?) entre el m odo samoano y el norteam ericano de m anejar
In» problemas de la adolescencia.
l u resumen: el que una teoría p rim itiv a resulte modelada de
tu u n d o con una pauta de pensam iento c u ltu ra l no significa nece-
iw lamente que sea falsa n i científicam ente inaprovechable (Deve-
iru x , 1958b), puesto que aun una falsa noesis conduce a veces a un
nnnnu correcto.
Aunque los m itos, las teologías y la metafísica contienen ind icio s
lie los problemas que convendría investigar, raram ente se u tili-
*nn de este m odo en nuestros días, porque ya no está de moda
♦o m id c ra r el m ito y la magia como una teoría cie n tífica en m an­
tillas. Pero si en lug ar de ver en los llam ados m itos de la natu-
títlc/a intentos de e xp lica r el universo físico de un m odo objetivo
aunque esto es lo que profesan muchos m itos— los escudriñamos
h u m o a declaraciones (ingenuas y confusas, lo reconocemos) acerca

d r la naturaleza y la conducta humanas —que es lo que son— ha­


llaríam os en ellos muchos enunciados valiosos, siquiera form ulados
d r modo no cien tífico , acerca del co m portam iento hum ano. Esto
r» así con los m itos cosmológicos, ya que —como ha hecho ver
D urkh e im (1912)— la concepción que el hom bre tiene del u n i­
verso está conform ada por su imagen de la sociedad y —podríam os
a ñ a d ir— asimismo de la naturaleza hum ana.1
L o que ocurre con los m itos, enunciados im p líc ito s acerca de
la naturaleza y la conducta humanas, ocurre tam bién con la teo­
logía, la m etafísica y otros sistemas culturales de pensam iento no
<irn tífic o s y aun anticientíficos.
De m odo semejante, si se re fo rm u la como una proposición cien-

1 Un excelente análisis reciente del m odo en que las ideas cosmológicas se


co n figuran según !a estructura social de la trib u puede hallarse en el estudio
que hace K rader (1954) de los buriatos.
164 C O N T R A T R A S F E R E N C IA Y C O M P O R T A M IE N T O

tífica la in d e fe n d ib le tesis teológica de que hay una diferencia


cu a lita tiva insuperable entre el hom bre y los animales (en té rm i­
nos de u n alm a in m o rta l) puede convertirse en expediente clasifi-
ca to rio indispensable de toda ciencia de la conducta. De m odo
semejante, el m ito p la tó nico (Sim posio, 189E) de la índole ori-
gihalm ente h e rm a fro d ita del hom bre es una a nticip a ció n —cien­
tíficam ente estéril— a las fecundas teorías freudianas de la bisexua-
lida d. Estas antiguas teorías no d ie ro n resultados científicos
sim plem ente porque por esencia no eran científicas. Si alguien las
h ubiera analizado en busca de o rientación hacia nuevos modos de
pensar acerca de la conducta, Aristóteles hub ie ra pod id o ya hacer
el in te n to científicam ente fecundo de d is tin g u ir objetivam ente en­
tre el hom bre y el anim al, y no h ubiera sorprendido a los biólogos
modernos el h erm a fro d itism o de los caracoles.
La racionalización de los neuróticos, las fantasías de los psicó-
ticos, las extravagancias de los m itos, las teologías y la metafísica,
etc., no suelen contener, en form a inm ediatam ente aplicable, nue­
vos insights de la naturaleza hum ana, n i nuevos métodos para el
escrutinio de la conducta. L o que si contienen son ind icio s oscuros
de problemas y soluciones nuevos y, no habiendo nada tan d ifíc il
como idear nuevos modos de ver las cosas, podrían economizarse
muchos esfuerzos estudiando las fantasías y creencias a n tic ie n tífi­
cas en busca de modos nuevos de ver la conducta, y de medios
nuevos de in te rp re ta r la m ente hum ana, que produce tales fa nta ­
sías. Reconocemos que esta empresa es ardua, pero no más que la
de trasform ar los datos brutos en datos científicam ente aprove­
chables. C on el cálculo más bajo, este m odo de enfocar el estudio
de la ciencia p rim itiv a y los m itos estim ulará la im aginación de
los teóricos de un m odo semejante a la “ d ifu s ió n de estím ulo ”
d e fin id a p o r Kroeber (1952) y le ayudará a fo rm u la r aquellas “ h i­
pótesis desaforadas” (Lyn d, 1939) que son el líq u id o v ita l de la
ciencia.
U na ciencia de la conducta verdaderam ente a m plia presupone:
1. L a u tiliz a c ió n de datos pertenecientes a todos los organismos
vivos, de u n m odo que tome en cuenta las diferencias caracterís­
ticas entre las distintas clases de organismos y en especial entre
el hom bre y otros seres vivos.
2. U na fo rm u la ción bien clara de los marcos segmentarios de
referencia —biológico, psicológico, p siq u iá trico , sociocultural, etc.—
en fu nció n de los cuales puede observarse, describirse, entenderse,
pronosticarse y controlarse todo o parte del co m portam iento de
un organismo (Devereux, 1951d, 1952a, b).
3. U n examen sistemático de los marcos de referencia a que el
fH U IN E N C IA DE T E O R ÍA S DE L A CO NDU CTA 165

IU o p io sujeto hum an o —con razón o sin e lla — a trib u y e su p ro p io


i o m portam iento, el co m p orta m ie nto de sus semejantes y el de otros
tipos de organismos tam bién. En este enfoque entra tam bién el
t'M lid io del fo lk lo re del com portam iento.
•I. La construcción de una teoría generalizada de la conducta,
que represente una síntesis de los diversos marcos segmentarios de
irfrre n c ia e in clu ya cada uno de esos marcos parciales como un
"caso lim ite ” como se le denom ina,2 A l e xplicar la conducta h u ­
mana, esta teoría generalizada debe tam bién tom ar en cuenta el
propio concepto del sujeto —a m enudo m uy poco realista— acerca
d r su co m p orta m ie nto y el de los demás (véase supra, 3).
La fo rm u la ció n de semejante teoría general se ha visto im p e d i­
da hasta ahora por los escotomas del conductista lim ita d o s p o r la
• u liu ra , que, disfrazados de m étodo científico, no le dejaban buscar
datos en otras partes n i reva lo rar los ya disponibles, no como ar­
de idos culturales sino como enunciados (“ científicos” ) acerca del
com portam iento. La fo rm u la ció n de esta am p lia teoría es la tarea
más urgente que se le plantea a la ciencia de la conducta.

2 D icho de o tro modo, la explicación fisiológica, c u ltu ra l, etc. de la conducta


lia de ser deducible de una e xplicación generalizada y ser un caso lím ite de la
misma, en el sentido en que la física de N ew ton puede deducirse de la de
E instein y ser u n caso lím ite de ésta.
■■ 1 M i l l ) XI

I ns D IS T O R S IO N E S c u ltu r alm e n te im p u e s t a s

I *i* Intimos mentales regulados sodoculturalm em e pueden inter-


jm J)/>i i w o asimilarse tan cabalmente que el cien tífico llegue a ob-
lanía satisfacción inconsciente con las distorsiones mismas y
to n mi obediencia a las exigencias sociales como M ilto n después
d»* |nui idear "las obras de D ios para con el hom bre” .
Kj inevitable que haya cierta conciencia de esos hábitos menta-
ím aunque no siempre se reconocen como causa de distorsión—
vu Ian sociedades que esperan del científico que ju s tifiq u e las ideas
Ittipriuntes, en sociedades donde el científico está, en algunos res­
p e to *, en una posición psicológica privilegiada. N i siquiera tiene
»l i m itific o que aparentar para consigo mismo que su pensamien­
to r* cu lturalm en te neutral. E n cambio, a llí donde se le perm ite
IMiifcsur una neu tra lida d ideológica o proclam ar que la luna es
ilr queso, la misma existencia de leyes que protejen la libe rta d
itr Investigación puede darle una excusa para escotomizar las pre­
munes latentes que guían, im pulsan, engañan, o seducen su pensa­
m iento y lo llevan por las antiguas rodadas. Es precisamente el
i lru ( ífico de una sociedad lib re el que menos puede tomarse la
libertad de delegar en la colectividad la tarea de proteger su inde­
pendencia intelectual. Es él quien debe v ig ila r con suma atención
Mi propia mente y asum ir la plena responsabilidad de su integridad
intelectual. Porque es en las sociedades libres donde la invisible
p u lid a del pensamiento opera con m ayor eficacia, precisamente
poique no se cree que existe. E l científico que quisiera frenética­
mente abrirse paso a como diera lugar para escapar de una prisión
i tingible podría, como algunas aves m igratorias, seguir ciegamente
whales apenas visibles, de cuya existencia misma no tiene conoci:
m iento.
Probará este p u n to un ejem plo afectivamente neutral.
Caso 117: Según E. T . B e ll (1937), H e n ri Poincaré sabía al de­
d illo todo lo necesario para fo rm u la r la teoría de la re la tivid a d y
de hecho, él m ism o fue el creador de buena parte de ese conoci­
m iento, Pero no pudo dar el paso fin a l y decisivo sencillamente
porque para entonces estaba ya demasiado viejo como para renun-
[169]
170 TL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

ciar a la costum bre que había tenido toda la vida de pensar en


térm inos newtonianos.
En una ciencia que cambia rápidam ente, como la física, se da
p o r sentado que los creadores de las innovaciones radicales serán
jóvenes que no se hayan in te rio riz a d o cabalm ente de los hábitos
mentales existentes. Creo que o tro ta n to sucede con las ciencias de
la conducta: La m ayoría de nosotros pasamos la vida desarrollan­
do ideas básicas que form ulam os en nuestra ju v e n tu d . Así por
ejem plo, muchas de m is propias contribuciones a la teoría etno-
p siq u iá trica estaban prefiguradas en aquellas partes de m i diserta­
ción doctoral que me vi o bligado a b o rra r porque me habían dicho
en térm inos nada equívocos que dejara la teoría para los mayores.
E l a tra ctivo de los modelos de pensamiento consagrados parece
ser especialmente fuerte en la ciencia del com portam iento.
Caso 118: M uchas teorías psiquiátricas modernas se co nfig uran
sin saberlo siguiendo modelos de pensamiento no científicos, p u ­
ram ente culturales (Devereux, 1958b), m ientras que en otros in ­
flu ye n los modelos de pensamiento tradicionales de la m edicina
(Scheffen, 1958).
Para el cie n tífico del com portam iento, uno de los modelos de
pensam iento más seductores es el creado p o r los físicos. Los in te n ­
tos de copiar este m odelo suelen lleva r a experim entos con ratas,
supuestamente psicológicos, que no sólo no nos dicen nada acerca
de la psicología de la especie rata, sino que en realidad cu lm in a n
en un “ m odelo de pensamiento de la ra ta ” casi p la tó n ico (“ stat.
ra ta ” ) que, si bien técnicamente semejante a algunos conceptos fí ­
sicos legítim os,1 la verdad es que no tiene relación con las re a li­
dades psicológicas, humanas n i animales, puesto que e lim in a lo
psicológico de la psicología. En cam bio, si se nos perm ite una h i­
pérbole, los modelos de pensam iento del físico son, si acaso, aún
más m atem aticofísicos que su realidad inorgánica.
La im ita c ió n im p ro p ia de la teoría física p o r algunos teóricos
del aprendizaje conduce inevitablem ente a un género de psicolo­
gía en que las teorías diferentes ya no se derivan de hechos d ife ­
rentes 1 23 .sino de diferentes tipos de experim entos, dispuestos de
modo que sustenten una teoría p a rtic u la r del aprendizaje. En se­
m ejante estrategia operat ional, el p ro to tip o de la física ya no hace
de m o d e l o cie n tífico fuma fide, sino de ideología seductora. Por

1 ( IrtmgHH'M' la nlisei vación tic Dirac: "F.l electrón es una ecuación d ife ­
ren cia l."
3 l.a óptica (o n |MiM n ia i ) n riv im iia n a m - d erivó p rim o rd ia lm e n te de una ex­
plicación de la te lle s lóu de la lu / l.a óptica fresneliana (o n d u la to ria ) se d erivó
de las explicaciones del leiióm eim de interferencia.
IH IT O K M O N E S CULTUR ALM ENTE IM P U E S T A S 171

n o es fá cil concordar con M arbe (1916-19) en que la pauta cu ltu-


tni a veces prescribe la trayectoria del pensam iento tan rígid am en ­
te que resulta en extrem o d ifíc il pensar con independencia.
Algunas presiones culturales son bien francas.
Caso 119: U n gran investigador de p siq u ia tría decía de un p ro ­
yecto que se debía a él m ism o: “ Es líc ito que adm inistrem os h o r­
monas sexuales a los esquizofrénicos para contrarrestar su fa lta de
lib id o . Pero ¿hemos de p e rm itirle s tam bién acercarse a una mujer?
G laro está que no.”
Algunos experim entos potencialm ente válidos deben realizarse
n i secreto y sus resultados comunicarse a los colegas sólo en p r i­
vado:
Caso 120: Kinsey (1948) menciona de pasada intentos e xpe ri­
mentales de cruce entre hom bre y m ono, pero no cita sus fuentes.
Algunos científicos que han re u n id o datos poco comunes se sien­
ten obligados a e xplicar que no los recogieron de un m odo p ro h i­
b id o (caso 75) o tienen buen cuidado de idear dispositivos expe­
lí mentales que no viole n determ inados tabúes.
Caso 121: En ciertos estudios experim entales de la fisiología del
coito sólo se em plearon como sujetos parejas casadas. Por o tra p a r­
le, se desatendió el tabú de no presenciar el coito.
Innecesario es m encionar que la “ osadía” de un e xperim ento no
quiere decir nada de su bondad intrínseca.
Caso 122: Se dice que una in s titu c ió n cien tífica despidió a va­
rios científicos p or estudiar la fisiología del coito. Creo que los
despidieron p o r una razón errada. Los debían haber despedido
por creer que las reacciones de sujetos observados, film ados y car­
gados de instrum entos podían a rro ja r luz sobre el acto de amor.
Karber critic ó convincentem ente (1964) un proyecto semejante.
El cie n tífic o puede incluso verse obligado a adoptar la técnica
del “ vestido nuevo del E m perador” , escotomizadora de la rea lid ad :
Caso 123: Los griegos habían antecedido en parte a los descu­
b rim ie n to s de G alileo. E l d e lito de éste fue decir en alta voz lo
que muchos estudiosos sabían ya (caso 282).
Los factores subjetivos in flu y e n tam bién en la a c titu d del cien­
tífic o respecto a los descubrim ientos de los demás.
Caso 124: U n cie n tífico citó una vez aprobatoriam ente la apre­
ciación de Bender y B lau (1937) dp que no son del todo p e rju ­
diciales los efectos del co ito con adultos en los niños. Después de
haber sido padre de una niña, el m ism o cien tífico escribió o tro
a rtícu lo en que no sólo no m encionaba esos datos y el respaldo que
m E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

a nteriorm ente Ies había dado él, sino que calificaba el seducir a
niños de in d ic a tiv o de grave enferm edad psíquica.3
Siendo el in n o va d o r a veces u n sujeto d ifíc il de tra ta r, la socie­
dad suele arreglárselas para castigarlo de m odo que resulte casi
im posible dem ostrar que lo castigó por su o rig in a lid a d y no por
su conducta disidente. Este m étodo puede emplearse tam bién para
im p e d ir toda averiguación de ios aspectos más insólitos de una
d iscip lin a consagrada.
Caso 125: Hasta que en 1958 fue p ro m o vid o W eston L a Barre al
profesorado de tiem po com pleto, n in g ú n a ntrop ó lo go psicoanalí-
tico tu vo jamás el títu lo de profesor titu la r en n in g ú n departa­
m ento norteam ericano de antropología.
Caso 126: Antes de la era atóm ica, muchos físicos nucleares hoy
famosos desempeñaban papeles m uy secundarios en los departa­
mentos de física a que pertenecían.
Estos hechos llam an p articu la rm e n te la atención si observamos
que incluso la reb elión centra un m odo p a rtic u la r de pensar de­
te rm ina do cu ltu ra lm e n te suele justificarse apelando a o tro m odelo
de pensam iento —igualm ente c u ltu ra l— (K ahn, 1962).
U na rebelión com pulsiva y poco considerada —p o r su m otiva ­
ción inconsciente— contra los modos de pensar tradicionales tam ­
poco es necesariamente, claro está, creadora. E l rebelde com pulsivo
sólo suele descubrir problemas nuevos, pero es m uy poco capaz de
resolverlos, sencillam ente porque, a diferencia del p io ne ro de bue­
na fe, n o lo mueven sublim aciones sino una necesidad inconscien­
te de rebelarse e im pugnar. Por consiguiente, sus planteam ientos
suelen estar form ulados tan indebidam ente que no se les puede
d a r una solución cien tífica m ientras no los redescubren y rep la n ­
tean en su form a debida, solucionable, científicos genuinos.4
N aturalm en te, la o rto do xia angustiada de la vieja guardia des­
provista de ta len to es tan estéril en la ciencia y las artes como la
angustiada heterodoxia del rebelde desprovisto de ta len to (K ahn,
1962), que trata de disfrazar su fa lta de in sp ira ción con extrava­
gancias puram ente externas y que p o r lo ta m o no im p o rta n en
la ciencia —o las artes—, y además suelen no ser o tra cosa que los*

* Las nociones subjetivas de lo que p u e d e ser “ verd a d " h icie ron que SieboJd
rechazara el trab a jo de N. W agner acerca de la p e cu lia r reproducción de un
je jé n (W lgglesw orth, Beattie sigue atacando el descifram iento, general­
m ente aceptado, de ta cs< r itm a lin e a l B p or M. V entris (Chadwick, 1958). Este
co m p o rta m ie n to equivale a una fausse no n-re conn aissance (Devereux, 1951a,
19í>7c).
4 Precisamente de este tip o son el “ p lanteam iento de problem as" de Groddeck.
o W . Reich y e l de Km/.ybskl y m i s p a rtid a rio s en lógica y p siq u ia tría .
H iM lo M S CULTUR ALM ENTE IM P U E S T A S 173

«liUxitos modelos culturales de pensam iento com pulsiva e insus-


Mn< l.dm ente vueltos del revés (Devereux, 1940b), o bien —como
U psicología a na lítica de Ju n g — una visión del m un do obsoleta y
iM M iix liada disfrazada de lo que llam a La Barre (1966) “ teología
llh n .d " seudocientífica.
fwivo 127: Stravinski sólo consiguió superar la desdichada ten-
ili'iii ia de sus líneas melódicas a oscilar entre la tónica y la dom i-
im ih c ( iñéndose e l corsé de la ch ifla d u ra dodecafónica, que lo hace
Imposible. E l caso del n eofreudiano “ c u ltu ra lis ta ’' es m uy seme-
|» in ir: cae del psicoanálisis m alo en la a ntropología peor.
No podemos desprendernos p o r entero de la in flu e n c ia de los
modelos culturales que nos enseñan tanto a obedecer como a re­
belarnos (G luckm an, 1953), n i la fecundidad de d eterm inado m odo
de pensar depende de que sea o no convencional. U n m odelo es
le« undo si es consciente y representa una su blim ación; y es estéril
e in ú til si se trata de una defensa inconsciente. A u n q u e no poda­
mos ser todos genios, sí hay muchas maneras de e vita r el ser unos
ionios.
C A P ÍT U L O X II

LOS A N T E C E D E N T E S SO C IA LE S D E L C IE N T ÍF IC O

Se ha estudiado relativam ente poco la in flu e n c ia que ejercen la


ideología del cie n tífico y su co nd ició n é tn ico -cu ltu ra l, de clase y
de ocupación, operando dentro del marco de ciertas tendencias de
la h istoria de la cu ltu ra , así como de las modas científicas. Sucede
esto incluso con los biógrafos que cuando escriben de poetas o
novelistas suelen poner de relieve —aunque a veces de m odo poco
convincente— la in flu e n cia de los antecedentes en su obra, pero
por lo general no lo hacen con los científicos. . . quizá p or eso
de que la ciencia es suprapersonal. Las pocas excepciones a la re­
gla no son m uy satisfactorias.
Caso 128: En lo relacionado con el insight real, poco cabe es­
coger entre la acusación que hace Jung al psicoanálisis de ser una
ciencia m anchada por la condición de ju d ío de Freud y la “ de­
m ostración” p or Bakan (1958) de que el descubrim iento del psico­
análisis por Freud fue inspirado en parte p o r la tra d ic ió n m ística
ju d ía . Bakan no dem ostró que en e l tiem po en que Freud descu­
b ría el psicoanálisis supiera algo del m isticism o ju d ío y desdeñó
el hecho de que todos los m isticismos se parecen, lo que significa
que con ig u a l ju s tific a c ió n podríam os aducir que el psicoanálisis
fue insp ira do p or el orfism o, el gnosticismo o el budism o zen. Casi
todas las semejanzas entre el pensamiento m ístico (ju d ío ) y la
teoría psicoanalítica se deben al hecho de que uno y otra se ocu­
pan en los procesos psíquicos inconscientes. Bakan sim plem ente
o lv id ó que lo im p o rta n te en el psicoanálisis no es la m ateria de
que se ocupa, sino sus perspectivas y su m étodo (capítulo x x iv ).
Se reconoce que el m isticism o y el chamanismo han explorado m u ­
chos aspectos del inconsciente, pero han tratado lo irra c io n a l irra ­
cionalm ente, m ientras (pie el psicoanálisis lo ha tratado racion a l­
mente (Devereux, IWHa).
l.n i (teología del r ir n tifie n que es producto de una c u ltu ra
a la que pertene<o ¡niluye de m odo radical en su obra, como se
ve por el hecho tie tp tr hay alguna form a de teoría conductista
subyacente en la mayor parte de la lab or psicológica realizada en
Estados U nidos y en toda la realizada en Rusia, m ientras que no
l'7 ll
s rrC M íF N T fS S O C IA LE S 175

•ii Knnpeña u n papel im p o rta n te en el pensam iento psicológico de


i ui'opa occidental. En cierto sentido, la in flu e n c ia de los factores
)• teológicos es análoga a la ejercida p or las afiliaciones c u ltu ra l,
■ir dase y ocupacional y d ifie re de la ú ltim a p rim o rd ia lm e n te por
•fltT.se m anifestar en la form a de u n sistema postulacional fo rm a l
, explícito.
La in flu e n cia de la ideología d e l cie n tífico occidental en su tra ­
lla jo es p articula rm en te d ifíc il de e xp lo ra r, en parte porque él se
luí cresa poco en su p ro p ia ideología o tiene poca conciencia de
rila . Esto en sí es un fenóm eno c u ltu ra l. Es un re fle jo de la in ­
quietante heterogeneidad e incoherencia de la actual ideología oc-
t ¡dental; casi la única ideología en perfecto estado y coherente
de occidente es en la a ctualidad la de la re lig ió n . Su prestigio no
*r debe a nin gu na co n trib u c ió n sustancial que pueda hacer al
m odo de vid a occidental sino sencillam ente al hecho de ser la u n i­
rá ideología sistemática con que cuenta el hom bre occidental, que
NÚlo parece saber qué es lo que no quiere. E l hecho de que toda­
vía no se fo rm u le u na ideología o rig in a l de la lib e rta d explica
n i parte tam bién el interés aterradoramenfce escaso que tiene el
oc cidental p o r su m odo de vida (Devereux, 1956a). Pero sólo el
occidente está hoy en condiciones de fo rm u la r una ideología co­
rrespondiente a su ideal del Yo racional y no al código b ru ta l y
negativo del irra c io n a l Superyó.
Este hecho explica p o r qué abundan los estudios excelentes acer­
ca del trasfondo ideológico de la ciencia de grupos p rim itiv o s ,
antiguos, extraños y sobre todo de los hostiles, m ientras que son
pocos y dispersos los estudios relativos al trasfondo ideológico de
la ciencia occidental.
Los pocos estudios existentes de este tip o analizan además no
la n to la in flu e n c ia de las ideologías conscientes y explícitas en la
la b o r científica como la de los modelos de pensam iento culturales
no explícitos (Devereux, 1958b), radicados más bien en la pauta
c u ltu ra l no e xp lícita y no en una ideología e xplícita .
Idealm ente, claro está, la ciencia progresa con rapidez m áxim a
cuando está relativam ente lib re de las trabas de una ideología ex­
p líc ita o de u n p a tró n c u ltu ra l im p líc ito , y es u n va lo r c u ltu ra l
autónom o. Pero esto ha sucedido raram ente en la h isto ria : casi
siempre la ciencia —y sobre todo la de la conducta— está in e x tri­
cablemente enredada en las m allas de la ideología y de la pauta
c u ltu ra l (Devereux, 1958b).
Dado que, como ya d ijim o s, el hom bre occidental no suele con­
ta r con una ideología e xp lícita y coherente, la in flu e n c ia de los
fragm entos de ideología que pueda tener se m anifiesta p rin c ip a l-
176 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

mente p o r m edio de sus afiliaciones étnico-culturales, de clase y


ocupacionales, y por eso nos proponem os estudiarla en fu n c ió n de
estas variables.
E l carácter étnico, que im p lic a la adopción de un p u n to de vista
o m arco de referencia para apreciar la realidad, es una causa p rin ­
cipal de distorsiones. Además, las consecuencias científicas del he­
cho de que prácticam ente toda nuestra in fo rm a c ió n y teorización
acerca de la conducta es obra de los científicos del com portam ien­
to occidentales ha sido pasado por alto en gran parte incluso por
sociólogos enterados, muchos de los cuales se interesan más en la
“ sociedad” y la ciencia que en las personas que constituyen la p ri­
mera y crean la segunda. Además, buena parte de la ciencia de la
conducta no sólo es el pro du cto de la c u ltu ra occidental sino que
se basa p rim o rd ia lm e n te en el estudio del hom bre occidental.
Casi la única psicología que empleó desde el p rin c ip io datos rela­
tivos a los no occidentales en la fo rm u la c ió n de su concepto básico
del hom bre es el psicoanálisis. Esto acaso e x p liq u e p or qué toda­
vía es el psicoanálisis —para todos los fines prácticos— la única
psicología que se ocupa ante todo de lo que es d is tin tiv a y sitigu-
larm enle hum ano en el hom bre (Devereux, 1953c, 1958c, d).1
La ciencia de la conducta en su c o n ju n to se m uestra resignada
o in d ife re n te a la in flu e n cia que los antecedentes étnicos (c u ltu ra ­
les) del investigador ejercen en su la b o r y sólo trata de contrarres­
ta rla en casos excepcionales.
Caso 129: C uando en 1932 me envió Kroeber a los mohaves, d ijo :
“ Le propongo que estudie su vida sexual. N o tenemos hasta ahora
n i un solo in fo rm e satisfactorio acerca de la vid a sexual de los
indios americanos, en parte porque, a diferencia de los mohaves,
la m ayoría de los indios son algo reticentes en estas cuestiones, pero
p rin cip a lm e n te debido a los rem ilgos de los antropólogos norteam e­
ricanos. Usted, que es europeo, podría así hacer una valiosa apor­
tación a la etnografía de Am érica.”
Caso 130: H ab ien do decidido p a tro c in a r u n proyecto de inves­
tigación en gran escala acerca de los negros norteam ericanos una
organización norteam ericana, pedí a un sabio sueco, M y rd a l (1944)
que la d irig ie ra porque un sueco podía indagar este peliagudo
problem a más objetivam ente que un norteam ericano.
A lg u n a que otra vez se hace el in te n to de enviar trabajadores
de campo no occidentales a trib u s ya descritas por científicos oc­
cidentales.

1 Víase, p e r c o n tra , la m etam orfosis c u ltu ra l del psicoanálisis en Japón (M o ­


loney,* 1953).
■ -i N T K » S O C IA LE S 177

* < 131: E l tra b a jo de L i An-che (1937) sobre los zuñís, que


1 i inte bueno, recibió al p rin c ip io una atención u n poco exce-
• | « ilque la convergencia (parcial) de sus apreciaciones con las
i»abajadores de campo norteam ericanos se consideraba prueba de
! i in m tilu d sin deform ación tendenciosa de origen étnico que te­
nían las apreciaciones de investigadores anteriores. Es más, sus
.«pin (aciones divergentes fueron aceptadas como verdades del Evan-
iln. Nadie tom ó en cuenta que si bien L i era un ch in o form ado
i *i » C hina, sus estudios habian sido con obras de occidentales. T a m -
|tiiH) Ne le o c u rrió a nadie que su form ación china era una fuen-
It* «Ir deform aciones (diferentes) y no garantía de o b je tiv id a d
p n ltM la .
I .an obras de etnografía de los autores no occidentales son in-
(t| h n ia b le s si se emplean con sabiduría y sumamente engañosas
«I uno da ingenuam ente p or sentado que sus inform es de campo
«ou «leí iod o objetivos. Este autoengaño data por lo menos de las
(lorias persas de M ontesquieu, p o r más que las obras etnográficas
«Ir mi M erodoto, u n Abén B atuta o u n L i se caracterizan p o r un
"iiitig m a tis m o ” c u ltu ra l específico no m enor que el de las obras
«Ir los autores occidentales.
Caso 132: E l em pleo de largos látigos como armas descrito en
lili enigm ático pasaje de H e ro d o to (4.3.4.) a pro pó sito de los esci-
ln« rs probablem ente un hecho, pero de tal m odo m al entendido
i i i i r sólo se puede desentrañar su sign ificad o si tomamos en cuen-
th la p a rcia lid a d específicamente griega de H erodoto, que le hizo
mi poner que los h ijo s de los esclavos bárbaros tenían u n tem or in ­
tuí lo a los látigos. L o que aquellos rebeldes temían en realidad
ci a, según creo, el largo lá tig o empleado a manera de lazo —o más
bien como u n tip o de bola— como el que todavía em plean los
vaqueros húngaros (csikós). Es decir: tem ían sim plem ente a la
i api ora, más que a la m uerte en el campo de batalla.
N o es nada fá cil leer de m odo intelige nte un in fo rm e etnológico
escrito por un no occidental.
A l estudiar el in fo rm e de campo de u n occidental debemos to­
m ar en cuenta solamente:
I] La p arcia lida d o tendenciosidad étnica de sus inform antes, y
2 1 la p arcia lida d étnica del autor, que se asemeja a la nuestra,
En cam bio, cuando estudiamos, p o r ejem plo, lo que dice un
«hiño de los zuñis debemos tom ar en cuenta:
1] La p arcia lida d étnica de sus inform antes (zuñis),
2] la p arcia lida d étnica del a u to r (chino), y
3] nuestro p ro p io “ astigm atism o” en relación con:
a] la c u ltu ra de la trib u estudiada p o r el a u to r (chino).
178 E L C IE N T ÍF IC O Y SC C IE N C IA

b] la c u ltu ra del a u to i (o sea nuestra idea dp la c u ltu ra chin;»)


c] y nuestra p ro p ia c u li ira .
I ara em plear una analogía geom étrica direm os que si estudia­
mos u n in fo rm e etnológico escrito p o r u n occidental, nuestro modo
de ver la c u ltu ra que describe puede compararse con u n cálculo
ce distancia "a o jo ” , y todos sabemos más o menos cuán deficien­
tes son las m ediciones realizadas por el ojo. Si empleamos inge­
nuam ente una fuente no occidental, la idea que nos da ésta se ase­
m eja tam bién a un cálculo de distancia a o jo . .. pero sin conciencia
de las insuficiencias específicas de ese “ o jo ” en p a rtic u la r (el chino,
p o r ejem plo). Mas si empleamos la fuente occidental ju n to con
una china, por ejem plo, en form a experta y teniendo presentes las
insuficiencias específicas (deformaciones tendenciosas, astigm atis­
mos) de ambos “ ojos” , la precisión del conocim iento que alcanza­
mos puede compararse con la que se puede obtener por m edio de
la trian gu lación .
D icié n d o lo de un m odo algo diferente, desde el p u n to de vista
de u n occidental, el in fo rm e de campo de un occidental acerca de
ma trib u p rim itiv a es como u n diagnóstico sucinto basado en un
test nuevo, cuyas mañas todavía no conocemos bien.
Las observaciones que anteceden sólo tom an en cuenta las de­
formaciones etnocéntricas. L a m ism a "tria n g u la c ió n ” puede lo g ra r­
se tam bién tom ando en cuenta las diferencias psicológicas, p o r
ejem plo, entre F ortu ne (1932b) p o r una parte y Fletcher y La
Flesche (1905-6) por la o tra al estudiar sus respectivos inform es
acerca de los omahas.
Estos he.hos nos hacen com prender algo m uy sim ple; que la
distorsión etnocéntrica, específica de cada cu ltu ra , es ine vitab le.
E n lug ar de d ep lo rarlo , debemos to m a rlo en cuenta como una
causa de e rro r sistemática. H acié nd olo así, y com parando dos in ­
formes acerca de la misma trib u por autores pertenecientes a c u l­
turas diferentes y /o con personalidades de d is tin to tip o de m odo
ta l que descubramos los errores sistemáticos del a u to r A y los "c o ­
rrija m o s ” calibrándolos con los (diferentes) errores sistemáticos del
a uto r B —y viceversa, natu ra lm e nte —, p or esta "tria n g u la c ió n ” po­
demos llegar a una o b je tiv id a d que será superior a la de cualquiera
de los dos autores.
Cuso tV t: Los datos de Cook y B o u g a in v ille acerca de la sexua­
lida d polinesia son más o menos ig u a l de precisos e imprecisos.
Los de B oug a in ville m uestran (pie Cook ponía de reb’eve sobre
todo la “ in m o ra lid a d " de los polinesios; las notas de C ook reve­
lan que B o ugainville idealizaba los aspectos "id ílic o s y naturales”
de la vida sexual polinesia, De ahí que la p u b lica ció n del relato de
* t •i NTKX SOCIALES 179

•k estim ulara los empeños m isioneros protestantes en Polinesia,


•m is cjue los inform es de B o u g a in ville in c ita ra n a enjambres
«Hirldes sexuales a h u ir, al menos con la im aginación, de la
- ilii.itu ia l" y anafrodisiaca Europa ru m b o a la C itera de los M a ­
de! Sur. Estos dos tipos de gentes se h icie ro n a c o ntin ua ció n
i <n los" en la vida sexual polinesia. Por ejem plo, muchos m isio-
• i insistían en que sus neófitos h icie ra n camas in d ivid u a le s para
-uii en ellas. Esta regla parece in ú t il a menos que comprenda-
- que es más fá c il y menos ruidoso v is ita r a una m uchacha en
peíale que en una cama c ru jie n te .2
la u to los vagabundos como los m isioneros se h icie ro n empero
m» peí los de u n tip o m uy especial. H ay ind icio s de que al llegar
a Polinesia con ideas preconcebidas m a n ip u la ro n —quizá en parte
d ii darse cuenta de e llo — a los isleños de m odo ta l que o btu vie ro n
• I • o m p o rta m ie n to que de ellos esperaban. Los vagabundos, con
lliin o para gastar, solían trasform ar en pro stitutas a muchachas
pu* estaban sim plem ente acostumbradas a la activid ad sexual pre-
onyugal. Los m isioneros consiguieron un resultado análogo al tras-
tunnar una sexualidad sincera en pecado excitante. C uando los
•uUioneros de cierta isla h icie ro n o b lig a to rio el que las m ujeres
ir pusieran una bata suelta, nació entre los isleños una curiosidad
'•exual tan obsesiva que los m isioneros se vieron obligados a cam­
biar de regla y m u lta b a n a toda m u je r que se cubría los pechos
hiera de la iglesia (Festetich de T o ln a , 1903).
En un sentido lim ita d o , los vagabundos y los misioneros no sólo
M iluostim aron la “ masa social” (Devereux, 1940a) de la sexualidad
polinesia, sino que co n trib u ye ro n de muchos modos a increm en­
tarla.
O tro ta n to parece haber sucedido con la belicosidad y las n o r­
mas de valentía de los ind ios de las praderas. Los intentos n orte ­
americanos de penetrar en aquellos llanos y dom inarlos, o b liga ro n
.i los indios, que se veían entre la espada y la pared, a desplegar
increíbles recursos de ingenio y v a lo r para co m b a tir con sus con­
trincantes, m ejor armados y d is c ip lin a d o s ... cualidades que no
u nían que m anifestar a ta l grado peleando con otras trib u s in ­
dias, armadas más o menos como ellos. A su vez, esto deslum bró
a los observadores norteam ericanos, que no tardaron en empezar a
exagerar el papel de la guerra en la sociedad de las praderas, así
como la hon du ra histórica de esa norm a, sin tener en cuenta el
hecho de que fueron las presiones de los norteam ericanos las que

3 Debo los datos que anteceden al d o ctor M . L . Stoller, qu ie n hizo un es-


( o d io especial de los m isioneros en los Mares del Sur.
180 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

obliga ro n a aquellos indios a ser más guerreros de lo que nunca


habían sido. Com o señalaba L in to n (1956), la inmensa m ayoría de
los relatos personales recogidos p o r los prim eros antropólogos sobre
los indios de las praderas pertenecen sobre todo a las actividades
bélicas y descuidan otros aspectos de la vida. En cierto sentido
llegó a haber algo semejante a una co njura entre los inform antes
de los indios de las praderas y los antropólogos para m axim izar
el papel, de p o r sí verdaderam ente grande, que desempeñaba la
guerra en la c u ltu ra de dichos indios. E l haber elegido por in fo r­
mantes a guerreros famosos hizo lo demás. En cuanto a la cuestión
de la “ hon du ra h istó rica ” , aunque todo a ntrop ó lo go sabe que la
form a de guerrear en las praderas sólo apareció después de la in ­
troducción del caballo, probablem ente en el siglo x v ii , los aspectos
reactivos y de a n tia c u ltu ra c ió n de la norm a guerrera de los indios
de las praderas tendían a ser pasados por alto. En el m ism o sen­
tid o, la norm a to ta lita ria e intelectualm ente atrasada de Esparta
nació solamente a consecuencia de la desesperada lucha de los es­
partanos p or la posesión de Mesene; antes de la guerra mesenia,
Esparta estaba civiliza da (H u xle y , 1962). La única d iferencia es
que la pauta belicosa de los indios de las praderas d u ró unos 200
años, m ientras que la de Esparta d u ró m ucho más.
Las anteriores consideraciones no tratan de m in im iz a r la v a li­
dez o bjetiva del concepto de tema dom inante n i la masa sociocul­
tu ra l de esos temas n i su validez como m edio de d is tin g u ir entre
los diversos tipos culturales. Sencillam ente indicam os que las d ife ­
rencias temáticas entre culturas ta l vez sean menos marcadas y las
actividades relacionadas con los temas dom inantes tal vez consuman
menos tiem po en la realidad que en el papel. De c u a lq u ie r m odo,
las personas y las culturas se parecen más que se d ifie re n cia n , sen­
cillam ente porque todos los seres hum anos son p rim e ro hum anos
y sólo en segundo lu g a r son esquimales o bantúes, y porque todas
las cu lturas son muestras auténticas de la C u ltu ra , d e fin id a como
un pro du cto del hom bre, característico de la especie; solamente de
modo secundario son muestras de una zona c u ltu ra l. De hecho den­
tro de cienos contextos es le g ítim o ver en c u alqu ier c u ltu ra , ta l
y como s e le com unica al n iñ o , tan sólo un m odo p a rtic u la r de
hum an !/.o un organism o —que o rig in a lm e n te sólo es d e fin ib le en
térm inos zoológicos (Devereux, 1956a).
Aciu.tím em e se hacen intentos de contrarrestar las distorsiones
de este tip o alentando, por ejem plo, a los africanos cultos para
que «le >i i titán un p io p ia tw ltu ra . Esta sana idea no debería suscitar
esperan/.ts rxceúvus, porque “ uno no puede estar en el panoram a
y tener al m u tu o tiem po una vista de é l” (G ram ont, 1929). Pocas
11
■ » N r IS S O C IA LES 181

j. i ''M i escudriñan las com plejidades de su c u ltu ra , y aun quizá


ji< i ti capaces de hacerlo, porque sus defensas de origen c u ltu ra l
< odan tanto como les o b lig a n a escotomizar ciertas im plicacio-
1líenles. Esto explica algunos defectos de la sociología, que en
mui estudia nuestra p ro p ia sociedad, es “ autoetnografía” , sujeta
la paradoja de Epim énides (cap ítu lo n).
t.'»Mn D 4 : M i m ejor in fo rm a n te sedang exclamó una vez: "¡N u n -
i había adve rtid o que h ub ie ra tantas cosas en nuestra c u ltu ra l”
i n \ o 135: H ab ien do o btenido una serie de creencias mohaves
h i i I c i imánente no comunicadas acerca de los gemelos y com pleta­

mente en desacuerdo con la serie p rin c ip a l, me costó tra b a jo per-


kihidir a mis inform antes de que las dos series de creencias eran
higlnuncnte —ya que no psicológicam ente— inco nciliab les (Deve-
M'int, 1í)41).
N i siquiera la form ación a ntropológica nos protege de las ten-
d r Melosidades y los puntos ciegos cuando se trata de nuestra p ro p ia
• n im ia .
(luso 136: A p rin c ip io s de 1957 me u tiliz ó M argaret Mead como
inform a nte acerca de la cu ltu ra húngara. Fue una experiencia me­
lilota ble, que aum entó aún más m i fe, ya grande, en la validez de
Im datos recogidos sobre el terreno, puesto que su destreza para
Interrogar al in fo rm a n te —a m í— era m aravillosa. A I pasar la en-
iirv is ta de la averiguación de hechos al som etim iento a test de al­
gunas de las inferencias ad hoc de M argaret —que pude c o n firm a r
en su casi to ta lid a d — empecé a com prender que ella veía muchos
aspectos de la cu ltu ra húngara cuya existencia yo n i siquiera sos­
pechaba (caso 134).
I aiego las autobiografías de los indígenas y las autodescripciones
culturales sólo son útiles teniendo presente que el pertenecer a la
h o i ¡edad que uno describe es una fuente de escotomas y crea dis­
tensiones tan grandes como las que uno h alla en la imagen que
de sí se hace el hom bre norm a l no analizado. Además, con fre­
cuencia o lvid a uno que toda descripción de la c u ltu ra de un autor
semejante se d irig e conscientemente a lectores de otras culturas. . .
hecho que deform a notablem ente sus datos y disquisiciones. Esto
en sí nos hace d u d ar de la validez de la o p in ió n filo ló g ic a clásica
según la cual es menester estudiar a los griegos exclusivamente de
acuerdo con lo que queda de sus escritos y su c u ltu ra , sobre todo
dado que los filólogos tratan tales datos como “ autoetnografía” .
1. Los intentos de re iv in d ic a r nuestra cu ltu ra pueden incluso
hacernos defender insensatamente prácticas dudosas.
Caso 137: La hom osexualidad fue siempre una norm a aristocrá­
tica m a rg in a l en Atenas (P lutarco, Solón, i). Pero debido a sus
182 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

inclinaciones políticas y a la co nfig uració n de su personalidad,


P la tón (Sim posio) insistía en que era la verdadera esencia del
am or y por lo ta nto de la verdadera nobleza.
2. E l no occidental acultu ra do suele tra ta r de “ em bellecer” aque­
llos aspectos de su c u ltu ra que p odrían desagradar a sus lectores
occidentales.
Caso 138: E l interesante lib r o de Soga (1932) acerca de los ama- !
xosas trata de atenuar ciertas costumbres que a sus lectores occi- !
dentales p odrían parecerles objetables. Según La Barre (sin fecha), j
o tro ta nto sucede con algunos inform es indostánicos occidentalizados
del hinduísm o.
3. La descripción que hace un a u to r a c ultu ra do de su trib u es
a veces la a uto crítica p ú b lica de un “ renegado” .
Caso 139: Los prim eros datos relativos a los paganos húngaros,
presentados p o r sus descendientes cristianizados, se parecen n ota ­
blem ente a u n mea culpa en que se debate un o rg u llo ingenuo por
la valentía de las luchas de sus antepasados paganos con el h o rro r
de los cristianos ante la destrucción de sus iglesias, ame aquellos
rito s y costumbres paganos, el id ó la tra consumo de carne de caba­
llo y la bebida de leche ferm entada de yegua. De ahí que el cuadro
que aquellos escribas húngaros recién cristianizados trazan de la
vid a de sus antepasados fuera tan sensacionalista y casi tan con­
denatorio como el que p in ta b a n los cronistas occidentales víctim as
de aquellos terribles paganos. Los relatos húngaros de las usanzas
y las crueldades —h o rrip ila n te s , lo reconozco— de los invasores m on­
goles (Rogerius) e incluso de las costumbres de los paganos in m i­
grantes cumanos (cultu ra lm e nte afines), ta m b ién re fle ja n bastante
la in flu e n cia del hecho de que condenar las costumbres de m on ­
goles y cumanos indirectam ente significaba tam bién re p u d ia r las
costumbres —en aquella época todavía apenas empezando a caer
en desuso— de los húngaros paganos (H ó m an y Szekfü, 1941-43).
N o es d ifíc il que se nos ocurran ejemplos de descripciones aná­
logas de tip o mea culpa que de su p ro p ia c u ltu ra hace algún re­
negado c u ltu ra l contemporáneo.
En resumen, las autodescripciones culturales no son más obje­
tivas que las imágenes que de sí tiene una persona. Parafraseando
el ingenioso dicho <lr B e n ifc ld podríam os a p u n ta r que hay tanta
'V onlraírasliT enr'¡a” en una autoetnograíía como en u n autoanálisis.
Las tn u ln u in s histéricas son culpables de otras distorsiones, tan­
to en la ¿ iiilorlnn gtafía to m o en la etnografía com paradora de
distintas <nim ias.
Caso HO: La H e fu tb lim tlr los atenienses del llam ad o “ O ligarca
A n tig u o ” (unido jrn o lo u ie ) nos da valiosísim a in fo rm a c ió n si la
H I M :I'D UNTES S O C IA LE S 183

ImiHKS sabiendo que es la obra de un enemigo, clarivid e nte pero


em pedernido, de la dem ocracia ateniense.
Caso 141: E l m ism o tip o de tendenciosidad caracteriza tam bién
ti lu ¡ie p ú b lic a de los lacedemonios del Jenofonte genuino. Su ideo­
logía antidem ocrática y su adm iración apasionada p o r las in s titu -
i Iones oligárquicas de Esparta se revelan con suma claridad en el
m p ílu lo x iv de esta obra, donde el observador ateniense o bjetivo,
Jenofonte, m enciona muchas de las deficiencias fundam entales del
tíntenla espartano, pero donde el teórico e spartanófilo Jenofonte
,ni ¡huye esas deficiencias a un declina r de las llam adas In s titu c io ­
nes <le L icu rg o , y no a los defectos fundam entales de esas in s titu -
i iones (Devereux, 1965a) (caso 345).
('.aso 142: Las prim eras crónicas húngaras, redactadas en u n m o­
m ento en que el poder del monarca era verdaderam ente absoluto,
aseveraban que las siete trib u s húngaras originales estaban go­
bernadas p o r el jefe de la trib u p rin c ip a l, o sea p or u n antecesor
de la dinastía de Á rpád. En cambio, algunas de las crónicas escri-
i.is después de haberse instalado el feudalism o en H un gría , pre­
sentaban a Árpád, si acaso, como el p rim u s in te r pares (H óm an
y Szekfü, 1941-43).
Caso 143: L a antigua práctica etnológica de o m itir de plano los
datos relativos a la sexualidad y la práctica m isionera de describir
el com portam iento sexual p rim itiv o en form a denigrante, para con­
seguir apoyo a su labor, sólo hace poco se vieron superadas por
la de p u b lic a r in fo rm a ció n o bjetiva. Este cam bio refleja, n a tu ra l­
mente, un cambio semejante en las costumbres occidentales. Pero
merece m ención de todos modos el que m ientras los inform es cien-
<íI icos más antiguos acerca de la sexualidad p rim itiv a , como los
«le Mantegazza (1888), Ploss y Bartels (1927), S toll (1908) y Wes-
lerm arck (1901) conservaban todo el sabor de lo v iv o y citaban
m aterial de casos, los datos más recientes de este tema (Ford y
lieach, 1951) son en gran parte estadísticos.
El pertenecer a una clase in flu e n cia la la b o r del cie n tífico tan­
to como su a filia c ió n étnica . . unas veces para bien y otras para
m al.
Caso 144: A u nq u e los maestros de inglés han luchado durante
siglos p o r enseñar a los extranjeros a p ro n u n c ia r correctamente
los dos sonidos escritos “ th ” , que yo sepa la p rim era persona en
in d ic a r un m étodo sencillo e in fa lib le fue Herzog, quien señaló
que bastaba con decir al a lu m n o que ceceara. Sospecho que la in ­
geniosa observación de Herzog (1949) se debe a la clase a que
pertenecía. In te le ctu a l húngaro de clase media, Herzog estaba sen­
sibilizado negativamente a las p articularidades del habla de algunos
184 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

aristócratas húngaros, que pronu ncia ba n la “ r " de u n m od o par­


tic u la r y a veces ceceaban tam bién.
E l estatus ocupacional tiende a afectar a la la b o r antropológica
de fu ncionarios y m isioneros más que a la de los antropólogos p ro ­
fesionales sencillam ente porque —como en la situación psicoanalí-
tica— hay menos distorsión cuando el ú n ico o b je tiv o del investi­
gador es la investigación m ism a que cuando su lab or tiene otro
fin u lte rio r. Además, la distorsión tiende a ser m enor en los estu­
dios de antropología aplicada —como la investigación de la salud
p ú b lica — emprendidos p o r el bie n de la trib u que cuando el ob ­
je tiv o ú ltim o de la investigación es c o n v e rtir a la tr ib u o subyu­
garla.
Caso 145: M uchos de nuestros inform es más detallados de r e li­
giones p rim itiv a s los escribieron m isioneros, que sólo las estudia­
ron para remplazarías más eficientem ente p or su p ro p io credo. Esto,
naturalm ente, los obligaba a dem ostrar que el paganismo era in ­
fe rio r al cristianism o y además lo bastante c o n tra rio a la p o lític a
o fic ia l como para ju s tific a r el apoyo a d m in is tra tiv o a la la b o r m i­
sionera (Priest, 1942). De ahí que incluso los inform es exactos de
los m isioneros acerca de las religiones indígenas destaquen —a ve­
ces hasta u n p u n to bastante m olesto— los rasgos de esas religiones
que resultan especialmente molestos para los cristianos. En otros
casos, la re lig ió n de una trib u no se analiza en fu n ció n de su p ro ­
p ia lógica in te rn a sino de las categorías básicas del supernatura-
lism o occidental. Esto conduce a distorsiones comparables a las
que se producen cuando un lin g ü ista aficionado escribe la gram á­
tica de una lengua no indoeuropea de acuerdo con las categorías
gramaticales latinas. Varias fallas menores de los excelentes in fo r­
mes de K e m lin (1909-10, 1910, 1917) acerca de la re lig ió n reungao
de los m ois constituyen ejemplos de este tip o de m al enten­
d im ie n to .
U n a causa de distorsiones p a rticu la rm e n te notorias es la tenden­
cia de algunos misioneros a creer, tanto como sus fu tu ro s conver­
sos, en la realidad de las d ivinidades de la comarca y en las fa c u l­
tades mágicas de los chamanes indígenas. L a única diferencia es
que los p rim itiv o s ven en esos seres sobrenaturales a d ivinidádes
y creen que las facultades de los chamanes son sobre todo bené­
ficas, m ientras que el m isionero cree que esas d ivinidades son en­
gendros locales del in fie rn o y que las facultades del b ru jo son u n
don de! diablo.
Caso tft>: Es un lugar com ún en h is to ria el que cuando u n pue­
b lo se conviene a o lía religión no hay al p rin c ip io p érdida de la
fe en la rc a litlu d y cl p a tín ' tic los dioses anteriores. Sencillam ente
t11,1' UE NTE S S O C IA LES 185

«c tranform an en —y redefinen como— diablos. Esto o c u rrió al co-


m m /a r la Edad M edia tanto con los dioses de la A n tig ü e d a d clá-
ih .1 (por ejem plo, “ la gran maga Venus” ) como con las d iv in id a ­
des pr im itiva s locales que habían sobrevivido al im pacto de la re­
lig ió n grecorrom ana.
Coso 147: U n e ru d ito , ingenioso y razonable m isionero que ha­
bí. i hecho sólidas aportaciones a la etnología de los papúes me
Mtrguró personalm ente que el d ia b lo —representado p o r los “ dio-
sis’’ locales— estaba tan co n tra ria d o con los m isioneros que había
«musado y am arrado a una de las m onjas relacionadas con la m isión.
Además, en su excelente obra, bastante conocida, sobre los papúes,
el padre D up eyra t (1954) m anifiesta su creencia en los dones so­
in enaturales —y no digamos malos— de los b ru jo s indígenas y dice
que uno de ellos casi consiguió m ata rlo a él in c ita n d o a una ser­
piente a m orderlo. De modo semejante, el padre D ourisboure (1929)
du a entender con bastante clarida d que él destruyó la paraferna-
lln religiosa de una aldea bahnar recién convertida, no porque
pudiera recordar a sus neófitos las prácticas paganas de que ha­
bían abjurado, sino porque estaba tan seguro como los bahnares
d r que en aquellos objetos m oraban las divin id ad e s locales, que
pura él e quivalían al d iablo.
A l adoptar esta a ctitud , el m isionero perpetúa realm ente la creen­
cia del n e ó fito en la rea lid ad de sus dioses ancestrales, sólo que
Ir enseña a temerlos y a considerarlos malos.
Caso 148: C uando trabajaba entre los mois sedang supe que un
fu n cio n a rio indígena de escaso relieve estaba tra ta n d o de conquis­
tarse los favores de alguien recogiendo para él artefactos indíge­
nas antiguos. L o que el segundo, persona seria y honorable, no sa­
bía era que el fu n c io n a rio indígena no siempre com praba aquellos
objetos, sino que a veces se los apropiaba sin más n i más. Por eso
no me sorprendió el que unos visitantes de una aldea vecina me
d ije ra n que aquel in d iv id u o estaba planeando llevarse un a ntig uo
escudo sagrado que pertenecía a su aldea. Com o yo tam bién esta­
ba tra ta n d o de obtener aquel escudo para el Musée de l ’Hom m e,
me ofrecí a comprárselo, pero me d ije ro n que desgraciadamente no
podían vender los objetos sagrados y por eso tenían que aceptar
el que salieran p o r la fuerza de su aldea. Para entonces ya era yo
un experto en triq u iñ u e la s legales sedang y d ije que “ sería una
verdadera lástim a” que “ ro b a ra n ” el escudo (caso 420). M is v is i­
tantes agarraron la insinuación al vuelo y con un g uiño me p ro ­
pusieron la venta de los huevos que me habían llevado de regalo.
Después de un pequeño regateo los huevos cam biaron por fin de
manos p o r una suma que —de no haberse dado a entender que
186 KL C IE N T ÍF IC O Y SL C IE N C IA

representaba u n pago justo p or el escudo— h u b ie ra sido grotesca­


m ente exorbitante. M is visitantes me d ije ro n entonces que “ te­
m ía n ” que fuera “ robado” el escudo en determ inado día en que
todo el m un do estaría trab aja nd o en el campo, y con una an­
cha sonrisa se despidieron. E l día designado tácitam ente d ije a
m i intérprete, Paul Deng —un reungao cristia no y ex catequista—
que fuera a “ ro b a r” el escudo para m í. A q u e l joven, que no co­
nocía en lo absoluto el tem or físico, que había estado presente en
las negociaciones y sabía que nadie se lo estorbaría, parecía m uy
agitado cuando vo lv ió con el escudo unas horas después. M e d ijo
que inm ediatam ente antes de to m a rlo no sólo había rogado a los
santos que le protegieran contra los “ d iablos” nativos que en él
m oraban sino que además, p o r si acaso, había in fo rm a d o a aque­
llos "d ia b lo s ” que él no hacía más que obedecer a lo que le m an­
daban y que por lo ta nto no era responsable del sacrilegio.
El estatus ocupacional del a ficionado a estudiar las usanzas suele
hacerle equivocarse en cuanto a la esencia de la costum bre cuyos
detalles concretos acaso conozca m e jo r que muchos antropólogos.
Caso 149: M uchos antiguos m isioneros y fu ncio na rio s que in e v i­
tablem ente la creían com parable a la com pra de esclavos han des­
c rito cuidadosamente —y condenado con toda energía— la compra
de esposa de los africanos. Sólo cuando los antropólogos estudia­
ro n esta costum bre se v io claram ente que el pago de una cantidad
p o r la novia protegía a la esposa de groseros malos tratos y al
esposo de un abandono caprichoso. A u nq u e la “ com praban” , la es­
posa verdaderam ente m altratad a podía volver con su fa m ilia , que
no estaba obligada a devolver el d in e ro al esposo abusivo. Por otra
parte, si la esposa abandonaba caprichosam ente al m arido, su fa­
m ilia solía o b lig a rla a vo lve r con él, para no tener que devolver
la cantidad pagada p o r la novia. E l pago de la novia no degradaba
así a la m u je r a la categoría de una vaca sino que estaba destinado
a garantizar exactamente la estabilidad y d ig n id a d del m a trim o ­
nio, que m isioneros y fu ncionarios habían erróneam ente q u e rid o
favorecer al tra ta r de a b o lir aquel pago. En cuanto a las mujeres
kiowas, se alaban de haber alcanzado un precio elevado y se b u r­
lan de las que no lo alcanzaron (La Barre, sin fecha).
( lin fa s interpretaciones erradas de las costumbres indígenas son
consecuencia casi ine vitab le de los objetivos extracientíficos perse­
guidos por ios no antiopólogos que estudian las costumbres in d í­
genas. Entre paréntesis, esto explica tam bién el que el psicoanalis­
ta no pueda tu tu in tu ir debidam ente si tiene un interés extratera-
p é titito en el análisis o el p.u ¡ente.
Caso I W : 1,o .h lu m Uníanos norteam ericanos que negociaban tra-
♦ * l K 1 IH .N TE S S O C IA LE S 187

lados con Los jefes ind ios relativos a cosas sobre las que aquellos
|i’lr*s no tenían una ju ris d ic c ió n verdadera, les im p u ta b a n sistemá-
Ili ámente facultades que no poseían, para dar a aquellos tratados
lu t/usos una apariencia de legalidad. Es al m ism o tiem po pro ba ­
ble que esta im p u ta ció n de facultades absolutas a los jefes no fuera
del lodo cínica y que se debiera en p arte a las nociones puram ente
♦ti <¡dentales acerca de la naturaleza de los poderes del monarca.
Algo semejante o c u rrió tam bién en la com pra por particulares de
lim a s poseídas por el g ru po de los kiku yu s (Leakey, 1952).
I*.h algunos casos, la organización p o lítica de una trib u es tan
diferente de las teorías políticas occidentales que su análisis re­
n d ía m uy d ifíc il incluso para los antropólogos experim entados.
(¡aso 151: Es m i o p in ió n bie n considerada que no entendemos
verdaderamente la organización p o lítica p rim itiv a de los mohaves
ni en estas fechas podemos ya obtener los datos necesarios para
rilo . Nuestras prim eras fuentes españolas describían las funciones
del jefe p rin cip a lm e n te en fu n ció n de las ideas españolas acerca de
lu soberanía, y —m uta tis m uta nd is— o tro ta n to h icie ro n los p r i­
meros documentos oficiales norteamericanos. E l breve examen que
hace Kroeber (1925a) de la organización p o lític a mohave es in-
lo m p le to en muchos aspectos. M i p ro p io tra b a jo (Devereux, 1951b)
describe p rin cip a lm e n te los contactos políticos mohave-americanos
y por e llo no arroja una luz autentica sobre la estructura del poder
Irib a l mohave o rig in a ria . L a “ épica h istó rica " p ublicada por K roe­
ber (1951a) es demasiado fabulosa y estilizada para dar algo más
que una idea vaga de la organización p o lítica en los tiempos p ri-
m itivos. T odos los demás datos sobre el gobierno mohave son
igualm ente defectuosos, debido sobre todo a que la organización
p o lítica mohave no concuerda con nuestras ideas habituales acerca
de la organización p olítica . Siendo ind efen dib le la suposición (po­
sible en teoría) de que la organización p o lítica de los mohaves era
sólo un m odo de anarquía, es evidente que nuestras ideas acerca
del gobierno mohave sencillam ente no son lo suficientem ente ex­
plícitas n i precisas para p e rm itirn o s siquiera la co nstitu ción de u n
m odelo teórico.
Las modas y los caprichos científicos in flu y e n hondam ente en
la investigación (caso 51).
Caso 152: L a m anía de in te rp re ta r sistemáticamente todos Ios>
m itos como m itos de la naturaleza tiene m ucha vida en los estu­
dios clásicos: testigo, los prim eros volúmenes de Roscher (1884—).
Caso 153: U n profesor de antropología de una de las máximas-
universidades norteamericanas, que había re cib id o muchas becas
de investigación para su labor de campo, me hizo ver que actual-
188 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

m ente era casi im posible obtener alguna donación para un estudio


etno grá fico general de c a m p o ... y apuntaba, lam entándolo, que
ahora se p u b lica n pocas etnografías generales.
Las modas pasajeras in flu y e n tam bién en la elección e in te rp re ­
tación de temas que, en un m om ento dado, se consideran el ca­
m in o real hacia la “ esencia” de la sociedad p rim itiv a y garantía
del grado de “ c ie n tific id a d ” o “ c u a n tific a b ilid a d ” que para muchos
antropólogos es ei d is tin tiv o de la respetabilidad científica.
Caso 154: U n o de esos caprichos fue —y es— la preocupación
casi obsesiva p o r el parentesco, sencillam ente p or suponerse (de
m odo g ra tu ito ) que la te rm ino log ía de la parentela es un esquema
nada am biguo n i equívoco, que pueden a plicar m ecánicamente a
la clasificación de las relaciones sociales tanto el a ntropólogo como
sus inform antes. Poca atención se concede a l hecho patente de
que en un gru po pequeño y endógamo son muchas las personas
que tienen alguna relación de parentesco con otras de más de
un m odo; luego tiene que haber, ju n to al sistema de parentesco
p rin c ip a l, tam bién un p rocedim iento para d e te rm in a r si a un “ pa­
rie n te dob le ” se le debe lla m a r p o r e jem plo “ p rim o ” o “ cuñado” .
Además, sucede que los mejores inform antes son a veces incapaces
de d e fin ir las reglas que rigen el sistema de clasificación suple­
m entario. N o obstante, la observación directa suele revelar que en
esas situaciones ambiguas la designación empleada en la realidad
designa la relación en que entra m ayor n úm ero de restricciones.
Las excepciones a esta regla suelen ser ante todo casos en que el
empleo d e l té rm in o de parentesco técnicamente más re strictivo ha­
ría im posibles la m ayoría de las transacciones que requiere la rela­
ción ju n cio n a lm e n te más im p orta nte.
Caso 155: C uando m u rió su p rim era esposa, M b ra :o se casó con
una de las hermanas de la d ifu n ta y poco después uno de sus hijos
mayores se casaba con la o tra herm ana de su d ifu n ta madre, de
m odo que se c o n v irtió en el cuñado de su padre y su p ro p io tío
p o r m a trim o n io . Esta u n ió n era tan atípica que en la boda los
rec ién casados m ordie ro n un trozo de hierro, esperando que esa
muestra de “ ferocidad” in tim id a ría a los espíritus, que de o tro
modo h ub ie ran p odido castigarlos p o r su in s ó lita elección de pare­
ja. Las dificu ltad es term inológicas ocasionadas por aquella u n ió n
se resolvieton de la manera siguiente:
I. 1*1 h ijo siguió llam ando a su padre —que ahora era tam bién
su cuñado v tío pot m a ttim o n io — “ padre” y éste le siguió lla m a n ­
do " h ijo ” , poiqu e la irla c ió n padre-hijo es al m ism o tiem po más
restric tiva \ unís lu m tonal que las relaciones de cuñado y tío p o r
m atrim o nio .
m i D E N TE S s o c ia l e s 189

•i I Kl pasar a la apelación “ cuñado” h ub ie ra hecho casi im pe-


■ 'Uvn (caso 364) para M b ra ro el coqueteo con su h ija p o lític a
hermana p o lítica ), aunque antes la llam ara “ tía ” . Esos coque-
" i n h ub ie ran creado intolerables tensiones edípicas que p ud ie ran
htther trastrocado el e q u ilib rio d in ám ico de la fa m ilia .
I»| Si el padre y el h ijo se h ub ie ran llam ad o m utuam ente “ cu-
Hiido” , su re d e fin ic ió n de la relación hub ie ra sido sin duda recha-
#*ula por los espíritus, que en muchas cosas son unos meros chan-
li»lisias, siempre al acecho de la ocasión para e x ig ir sacrificios.
Además, los espíritus se h u b ie ra n negado tam bién a considerar
H inducta leg ítim a entre u n hom bre y la herm ana ele su esposa u n
MHjiictco entre M b ra :o y su h ija p o lítica ; la h u b ie ra n considerado
IMi estuosa y su im p ro p ie d a d h ub ie ra requerido o tro sacrificio.
lí, U na vez casado con su tía m aterna, el h ijo de M b ra :o tenía
que lla m a rla “ esposa” y a do pta r con ella la pauta de esposo, que
r* más fu n c io n a l pero menos restrictiva que la de sobrino. Por
l i m o que su c o n tin u o apego a la restrictiva pauta de interacción
lili sobrino hubiera hecho im posible la realización del m a trim o n io .
Lu im periosa necesidad de pasar a esta nueva pauta de interacción
explica probablem ente por qué, el h ijo de M b ra :o y su esposa to-
im tron medidas para im p e d ir una calam idad, m ientras que el pa-
die y el h ijo , que seguían apegados a la más restrictiva de las dos
o 1res pautas de interacción teóricam ente posible, no tenían que
lom ar esas precauciones.3
1,1 parentesco resulta así m ucho más am biguo en la práctica de
lo que algunos estudios parecen in d ic a r; tiene además muchas raí-
ii\s inconscientes (Devereux, 1965j). De ahí que, aunque el estudio
del parentesco sea una a ctivid ad su blim a to ria, la ficció n de que
el parentesco es un sistema inequívoco, aun en la práctica real,
es una m anía que sólo puede p ro d u c ir distorsiones.
N o me hago la ilu s ió n de haber agotado este com plejo asunto;
mis com entarios son poco más que blancos a que apu nta r. L o que
im p o rta en rea lid ad no es ta n to el que m is interpretaciones parez-
ru n admisibles y m is ejemplos bien escogidos o no, sino más bien
que pasen a estudiosos más calificados que yo para resolverlas. En
esta obra p o r lo menos no puedo hacer otra cosa que pla ntea r la
cuestión y destacar la necesidad de solucionarla.

3 En o tra parte (Devereux, 1961a, 1965j) se h a lla rá un análisis u lte rio r de


ciertos problem as y complicaciones, hasta ahora al parecer desdeñados, debidos
al m a trim o n io entre parientes.
CAPÍTULO XIII

L A C O N D IC IÓ N H U M A N A Y L A
A U T O P E R T IN E N C IA D E L A IN V E S T IG A C IÓ N

Tocia investigación es a uto pe rtine nte en el n ive l del inconsciente,


p o r m uy alejado de la personalidad que se halle el objeto de es­
tu d io en el n iv e l m anifiesto. Esto lo demuestra cabalm ente el aná­
lisis de los determ inantes inconscientes de la elección de profesión.
Caso 156: U n investigador q uím ico se había especializado en el
estudio d e l status nascendi porque inconscientem ente deseaba to­
davía satisfacer su insaciable curiosidad in fa n til acerca del naci­
m ie n to de los bebés (Abraham , 1927).
Caso 157: U n físico esperaba inconscientem ente que el estudio
ele u n tip o de fenómenos en p a rtic u la r arrojara luz sobre el com­
p o rta m ie n to incom prensible e in c o n tro la b le de su m edio am biente
in fa n til y (sim bólicam ente) deseaba c o n trib u ir a co n tro la rlo . Ade­
más, manejaba a ciertas personas exactamente igu al que si fueran
piezas del equ ip o de investigación.
Caso 158: U n m úsico de profesión a d q u irió el tono absoluto
únicam ente después de haberle hecho com prender su análisis que
en la in fa n cia había sido para él causa de angustia la id e n tific a c ió n
exacta de los sonidos sexuales procedentes de la cama de sus pa­
dres (Devereux, 1966c).
T o d a investigación es, pues, a uto pe rtine nte y representa una in ­
trospección más o menos indirecta. Así sucede con el constante
autoexam en del psicoanalista y así tam bién con los intentos de
fo to g ra fia r el lado o cu lto de la L un a. D ado que tanto la práctica
psicoanalílica como la teoría de las sublimaciones in d ica n que cuan­
to más se analiza una sublim a ción más fu erte se vuelve (Jokl,
lílfiO), parece evidente que en una época en que el progreso cien-
tilic o ha tie Her el que decida cuál de los modos de vid a en com ­
petencia será el que sobreviva, la corroboración ru tin a ria de las su­
blim aciones del <¡eiitíli< o por m edio de u n análisis terapéutico es
n ia u d o menos tan im p o rta n te como el m ejora m ie nto de los p ro ­
gramas académico* y la «oust ro c ió n de nuevos laboratorios para
investigación. En el plano in d iv id u a l, ta l vez sea más urgente ana­
lizar a lo* neurótico*, ayudarles a superar su in fe lic id a d ; en el p la n o
N HUM ANA. Y A U T O P E R T IN E N C IA 191

i n u i seguridad más im p o rta n te analizar a los (relativa-


mmos y b rilla n te s, para aum entar su p ro d u c tiv id a d al re­
am sublimaciones.
■ ■.limen in d ire cto de sí m ism o es p articu la rm e n te obvio en
nias de la conducta. E l que estudia al hom bre sabe que
1 ( (uno su sujeto son hum anos y que al estudiar al segundo
b lrm en te se estudia tam bién a sí m ism o, del m ism o m odo
• I analista, al tra ta r a sus pacientes, co n tin u a tam bién su pro-
i iiiiiWisis. . . en parte para im p e d ir una id e n tific a c ió n neurótica
mía hucracción com plem entaria con sus analizandos (cap ítu lo
i) I 'l estudio del hom bre es p o r eso solamente un grado menos
•Mili II que el de sí m ism o, que requiere que el Yo —compuesto en
(tune de (lefensas contra el in sig h t— aprecie su p ro p ia renuencia a
Ptilieutar.se a la realidad. Es esta d ific u lta d la que hizo decir a
M tleld q u e “ el autoanálisis es im posible porque hay demasiada
»iM in.it t asferencia’>.
Ihtesto que la co nd ició n de hum ano del cie n tífic o del com porta­
m iento que le hace p e rc ib ir el estudio del hom bre como im p o r­
tante en sí y aun como estudio de sí, conduce a distorsiones de
u n it i alrasferencia, a veces trata ele re d u cir al m ín im o esta d ific u l­
tad no m ejorando su capacidad de estudiarse a sí m ism o —aumen-
lando sus insights de sí m ism o— sino ideando m edios para au­
m entar el abismo psicosocial que m edia entre él y sus sujetos. U n o
ile ríos a rtific io s consiste en estudiar a los p rim itiv o s , en lug ar de
a «tí mismo, aunque tres perspicaces antropólogos p or lo menos
Inin u tiliza d o retrospectivam ente su experiencia de trab ajo de cam­
po to m o m edio para reva lu a r su p ro p ’ a id e n tid a d (Lévi-Strauss,
l'W>, H alandier, 1957, C ondom inas, 1965).
E rro en la m ayoría de los casos, el que estudia al hom bre trata
«Ir convertirse en un investigador “ idealm ente” (o sea disfuncío-
iinluiente) o b je tiv o del género hum ano. Su m odelo es el “ hom bre
«Ir M a rte ” del lego. La circu la rid a d de razonam iento que subyace
ii este ideal la demuestra el hecho de que se habla de este obser­
vador h ipotéticam ente perfecto como de un hom bre —siquiera de
M arte — y no de una m áquina de M arte. A h o ra bien, es evidente
que el volverse uno un hom bre de M a rte científicam ente es algo
estéril. U n psicólogo o investigador de campo m arciano, incapaz
de em palizar con sus sujetos, pod ría describ irlo todo menos lo que
en el hom bre hay de característicamente hum ano, precisamente
porque su p ro p ia no h u m a n id a d le o cultaría la im p o rta n tís im a
rapacidad que tiene el hom bre de autoexam inarse, y que ra d ;ca
en el sentido que tiene de su p ro p ia id e n tid a d y en su capacidad
de hacer sim ultánea y conscientemente de sujeto y observador. ..
192 E L C IE N T ÍF IC O V SU C IE N L O

cosa que n i los animales n i las m áquinas parecen capaces de lo


g ra r.1
Los intentos de contrarrestar la tendencia (m otivada p o r la con
tratrasferencia) del observador a identificarse con sus sujetos tienen
una larga historia.
Caso 139: H erod o to tra tó de resolver este problem a fungiendo
deliberadam ente como griego. Esto le p e rm itió guardar su distan­
cia respecto de los bárbaros y ver “ que desde tiempos antiguos e!
helénico siempre se d is tin g u ió de los extranjeros p or su m ayor in ­
teligencia y por estar exento de tonterías y locuras” (Herodoto,
1.60). Esta posición se asemeja m ucho a la de los m isioneros y pro­
pagandistas modernos, que se consideran los únicos depositarios de
la verdad.
Caso 160: M ontesquieu (1721) tra tó de d escribir y analizar la
sociedad francesa o bjetivam ente inventando un v ia je ro persa cu­
yas cartas a sus paisanos inten tab a n explicarles el m odo de v iv ir
de los franceses. EL fracaso de su in te n to se aprecia sobre todo por
el hecho de que sus L ettres persanes se leen hoy p rin c ip a lm e n te en
calidad de lite ra tu ra , m ientras que las M em orias vehementemente
subjetivas de Saint-Sim on (1829-30) siguen dando in fo rm a c ió n acer­
ca de la vida social de la m onarquía.
O tro m edio estéril consiste en una “ reclasificación” del sujeto
hum ano. Esta reclasificación se da tam bién, n aturalm ente, en la
c u ltu ra p rim itiv a , aunque el p rim itiv o suele propender más a an-
tro p o m o rfiliz a r lo no hum ano que a deshum anizar al hom bre.
Caso 161: E l b rilla n te análisis que hace H a llo w e ll (1960) del
concepto de personalidad en la c u ltu ra de Saulteaux demuestra
que se considera "personas” a algunos animales, pero o lvid a des­
tacar que esto sólo ocurre cuando se com portan de una manera
no anim al.
La ciencia contem poránea de la conducta suele operar de un
m odo d ia m etralm ente opuesto. Hasta hace relativam ente poco, tan­
to la ciencia “ filo só fica ” de la conducta como los tribu na les de jus­
tic ia tenían una idea notablem ente a ntrop o m ó rfica de los anim a­
les. Incluso la Iglesia, que profesaba d is tin g u ir absolutameme en­
tre hom bre y anim a l, empañó esta d is tin c ió n , p o r ejem plo, al
juzgar por b ru je ría a los animales. Además, apenas in te n tó M ale-
b ra n ch r a b o lir la a n lro p o m o rli/a c ió n de los animales postulando
que eran tan sólo semim áquinas vivas, incapaces siquiera de sentir
r! dolor, La M e lir ir (I74K) desarrolló el concepto de que el hom-

1 I.;» espn il ionl<’m «Ir 'ViiiimIn iir m o n te ’' e lim in a de la consideración las m á­
quinas (lite operan ( Iheriiéiliuiui'titc.
<|<<|A n HUM ANA y AUTO PERT1NENC1A 193

*í una m áquina, que una vez más id e n tifica b a al hom bre con
■iiim ales. U n a consecuencia de este m odo de ver es la tendencia
H inpotánea a estudiar al hom bre via la rata blanca y, en el
mo <1tre m o , a considerar incluso la activid ad m ental del hom-
(nii sólo como una variante del fu n cio n a m ie n to p ro to típ ic o
lo* "cerebros” electrónicos. Pero un m om ento de re fle x ió n hu-
i debido hacer ver que es el cerebro electrónico el que funcio-
•mno un cerebro hum ano y no a la inversa, porque es la mente
iMiiu la que creó esas m áquinas a manera de réplicas de ella
ni.i, m ientras que las com putadoras electrónicas todavía no han
u ln hacer ‘‘mentes’’ como las suyas.
i I «y, claro está, científicos que hacen cuanto pueden p o r pensar
i com o com putadoras electrónicas. Y fa lla n notoriam ente, por-
*ti perversa a m b ició n es im pulsada p o r su inconsciente, cosa
, las com putadoras todavía no tienen.
IXis cosas parecen claras:
I La a ntrop o m o rfiza ción de m áquinas y animales (que es una
pioydcción) conduce necesariamente, al oscilar el p é n du lo hasta
1 aro extrem o, a una zoom orfización y /o m ecanom orfización del
' abre (lo que es una introyección).
La antrop o m o rfiza ción de m áquinas y animales —aunque erró-
• tiene al menos la excusa de c o n s titu ir un in te n to (fa llid o )
u le n d e r p o r com pleto. La zoom orfización o m ecanom orfización
' hom bre trata en cam bio de segmentalizar la com prensión, de­
ludo a las ansiedades que la em patia provoca en el científico, y
(Hit e llo conduce a groseras deform aciones de la realidad.
M enfoque segmentario, naturalm ente, rin d e datos verificables;
lo que interesa es sencillam ente saber si esos datos son pertinentes
ptiia el asunto que se entiende hay que averiguar. La acústica es
iiiiti rama im p o rta n te de la física y los surcos de un disco fonográ-
lit o pueden medirse con gran precisión; lo que está por ver es que
r^os datos nos digan algo que valga la pena saber acerca de un
i m inero para cuerdas de M ozart. Ese estéril re d u c ir los datos a
i (mils no esenciales no es m etodología sino una defensa contra ta
angustia. N o resuelve el problem a de la o b je tivid a d y sólo lo esca­
motea. N o es necesario decir que nadie pone en duda la u tilid a d
«Ir los datos obtenidos en los experim entos con ratas n i siquiera,
d i muchos casos, su interpretación . L o que no nos parece bien es
l.i tendencia a im p utarles u n alcance y una relevancia que no tie ­
nen n i pueden tener.
U n m odo m ucho más objetable de aum entar la distancia entre
uno y su sujeto (an im a l o h um ano) era —hasta que los médicos
nazis empezaron a e xpe rim en tar con seres hum anos en los campos
194 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

de concentración (M itsch e rlic h y M ie lke, 1949)— más com ún en


la vida p úb lica que en la ciencia. Puede enfocarse m ejor con un
análisis de las m aniobras no científicas que empiezan por deshu­
m anizar al hom bre, para que la em patia por él parezca descabe­
llada, y someterlo después a una agresión física o psíquica, que
su cond ició n de no hum ano parece ju s tific a r y que a continuación
lo pone para siempre al margen.
Caso 162: Los hombres libres se convierten p rim e ro en anim a­
les esclavizándolos (casos 168, 169) y a c o n tin u a ció n se les tras­
form a a veces tam bién en eunucos, para que ya no puedan aspirar
nunca a la categoría de seres hum anos.2
Caso 163: E l o lig á rq u ico Jenofonte (C iro pe dia , 7.5.58 js.) fue,
según parece, el único griego del período clásico que preconizara
la castración de hombres, caballos y perros. A rgum entaba que los
eunucos eran los servidores más fieles, ya que la buena vo lu n ta d
de su amo era la única protección que tenían contra un m undo
desdeñosamente h o stil.3
Caso 164: La ley p riva al insano de buena parte de su condición
de hum ano. Por eso se lobotom iza a algunos de ellos, aunque la
lobotom ía no cure las psicosis, sino que sencillam ente hace al psi-
cótico más m anejable. U n a vez lobotom izado —o sea psicológica­
mente castrado— el paciente, se le trata como si fuera in fra h u m a ­
no. Y así, u n “ famoso” lobotom ista visitante, entrevistando a unos
pacientes lobotom izados, les d ijo tan b ru ta lm e n te que p or estar
lobotom izados no podían, p o r ejem plo, aspirar a ser elevadoristas,
que escandalizó al cuerpo m édico y al personal de enferm ería del
p abellón de lobotom ía.
Caso 165: La com plicada ju s tific a c ió n que el d ifu n to D r. Haw ke
(1950), a ntig uo inspector de la Kansas State School, en W in fie ld ,
para anormales, hace de la castración de los niños de inteligencia
in fe rio r a la norm al, hay que leerla para creerla posible.
La psicología del recurso a esos procedim ientos para aum entar
la distancia que separa al observador del sujeto se estudia en el
ca p ítu lo x ix , en relación con la designación de animales paraliza­
dos experirncntalm ente como “ preparados” (caso 369).
A veces se hace “ preparado” a un sujeto h um ano no m u tila d o

* M od io s e m pellido res bizantinos e lim in a ba n sistemáticam ente a todos los pre-


te lid irm e * pot n id a le s al trono. I.ot» jefes de fa m ilia s nobles que tenían algún
d r m h n al tu m o trilla b a n por r ilo u veces de salvar la cabeza de su h ijo h a ­
ciéndolo liiü liu t, ytt que los rum íeos no podían ser emperadores.
* l a baiminsu vnn l l l l l / r u m ejor conocida p o r Isak Dinesen— m enciona en
«tu m a n o r las af) lu m a s i p l r los bueyes requieren m ayor protección contra las
fieras q u e lo» toros, jio iq u r su i asunción los hace incapaces de defenderse.
in u iu ió n h u m a n a y a u t o u e r t in e n c ia 195
I««ti cl p ro c e d im ie n to p u ra m e n te fo rm a l de n o to m a r en cuenta
ni lado h u m a n o y, sobre to d o , su ca p a cida d de co n cie ncia y de
| i« h n e n unciados p e rtin e n te s acerca de enunciados. En el c a p ítu ­
lo xix se e x a m in a n los defectos lógicos de esta o p e ra c ió n v e rb a l;
ni r ip iiv a le n c ia esencial con lo q u e B o h r lla m a A b to tu n g (des­
u n í r ió n ) en la e x p e rim e n ta c ió n a n im a l se e x a m in a en e l c a p ítu lo

mi. (Véase ta m b ié n D e v e re u x , 1960b.)


I ,os m ism os resultados, o casi, p u e d e n conseguirse en el p la n o
oí ial negando a rb itra ria m e n te la categoría h u m a n a c o m p le ta a
leí la clase de gente.
U n m o d o de q u e el o b se rva d o r in g e n u a m e n te satisfecho pueda
' i|oficiarse de sus sujetos es p o n e r las razas hu m a n a s p o r o rd e n de
o m a yo r o m e n o r p a re c id o con los m onos. L o qu e d is tin g u e a
Him has de esas clasificaciones n o es su m a y o r o m e n o r v a lid e z ob-
|i*ilva sino la aplicación n e u ró tic a m e n te d is o c ia tiv a qu e de ellas se
liiiie , pasando p o r a lto el hecho de qu e los diferentes criterios p a ra
M idunar je rá rq u ic a m e n te las razas d an resultados diferentes. E n
i ca lid a d , m uchas veces se m a n ip u la cín ic a m e n te la o rd e n a c ió n je-
i.liq u ic a de las razas p o r la p o n d e ra c ió n d ife re n c ia l —o el o lv id o
di- p la n o — de ciertos c rite rio s pertenecientes en p r in c ip io al m ism o
niélenlo de o rd e n a c ió n je rá rq u ic a .
Caso J66: E l negro es más “ p a re c id o al m o n o ” q u e los blancos
«ii lo tocante a su p ig m e n ta c ió n p a rd a —n o ve rd a d e ra m e n te ne-
i ' i l i - , su p ro g n a tis m o , etc. Es menos “ p a re c id o a l m o n o ” si se con-
id rra n rasgos ta n e xce p c io n a lm e n te característicos de lo h u m a n o
<orno el g ra n d e s a rro llo del ta ló n y la c u rv a tu ra lu m b a r, la ever­
sión de los labios, lo “ la n u d o ” de su pe lo 4 y la la rg u ra de su fé m u r.
Caso 167: M ientras que el australiano —p o r razones que aquí
no nos interesan— ocupa un puesto bajo en la capacidad de con-
i uptualizar, ocupa uno excepcionalm ente a lto en su adaptación
id m edio am biente (Porteus, 1931, 1937).
I .os su b te rfu g io s co nceptuales suelen a fia n z a r más esos o rd e n a ­
m ie n to s je rá rq u ico s .
Caso 168: E l piadoso S ur co n sid eró p s ico ló g ica m e n te necesaria
lu ra c io n a liz a c ió n de q u e los negros eran a n im a le s y p o r eso a
veces lla m a b a n “ v e te rin a rio s ” a quienes cu ra b a n a los esclavos.
Además, aunq u e la c o h a b ita c ió n con u n a negra n o era ju r íd ic a ­
m ente “ b e s tia lid a d ” , era tan te m id a p sico ló g ica m e n te p o rq u e para
los sureños, que id e a liz a b a n a la “ p u ra m u je r b la n c a ” , to d o lo
sexual era be stia l. Este m o d o de ra z o n a r les p e rm itía entonces

* Kl pelo y la lana rizados están prácticam ente ausentes en los animales sil-
K'Mies y parecen ser consecuencia de la larga domesticidad.
196 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N , i <

considerar como ganado hum ano todo cuanto nacía de semejam* .


actos “ bestiales” .
Caso 169: U na de las designaciones griegas del esclavo, andró
p odon, seguramente se fo rm ó sobre la palabra zoológica tetrápodo.
N aturalm en te, en algunos casos es el aborigen quien niega qu<
él y e l e xtra n je ro pertenezcan a la misma especie o sean de na
turaleza semejante.
Caso 170: Algunos australianos creían que los blancos eran los
espíritus de sus antepasados que habían retornado y pensaban que
los blancos no hub ie ran p o d id o encontrar el cam ino “ de vu elta ”
a A u stra lia si no h u b ie ra n v iv id o a llí en una vida a nterior.
Caso 171: Los aztecas creían que los españoles eran los dioses
blancos, tan esperados, y fu eron necesarios innum erables hechos
de crueldad y tra ic ió n para que cam biaran de idea (caso 389).
Caso 172: Los europeos cristianos pensaban que los mongoles
no eran hombres sino los m onstruos del T á rta ro , concepto erró­
neo que probablem ente fa c ilitó la semejanza entre el “ T á rta ro ”
y los “ tártaros” . Quizá aprovecharan esta creencia los mongoles,
que aterrorizaban a sus enemigos yendo al combate con m onstruo­
sos m aniquíes amarrados a la silla de caballos llevados de la rienda.
Algunos grupos cazan a otros menos civilizados que ellos como
si se tratara de fieras, o practican el genocidio, como los nazis.
Caso 173: En el este de T a ila n d ia y en Laos, llam an a los p r i­
m itivísim o s p h i tong lua ng “ espíritus de las hojas am a rillas” y
como los consideran unas “ sabandijas” les dan caza (Bernatzik,
1958) con la misma b ru ta lid a d —pero con eficiencia m ucho me­
n o r— con que los ingleses daban caza a los tasmanios (R o th , 1899).
O tros problem as relacionados con la raza y en que no entran
im putaciones de naturaleza anim al o fantasm al se verán en el ca­
p ítu lo XIV.
La disociación de los extranjeros puede tam bién efectuarse p o r
m edio de la creencia de que nuestro gru po es genuinam ente —o
cuando menos arquetípicam ente— hum ano.
Caso 174: Los navajos, y tam bién otros atabascanos, se llam an
a sí mismos sencillam ente “ la gente” o “ el p u e b lo ” y reservan de­
signaciones tribales específicas para otros grupos (L e ig h to n y
K lu ckh o h n , 1947), L o m ism o sucede con otras muchas tribus.
Reacciones disociativas semejantes pueden tam bién observarse en
la ciencia. Sólo daremos aquí un ejem plo, ya que esto se verá con
m ayor detalle en los capítulos x tv y x ix .
Caso 171: La am bigüedad “ o b je tiv a ” está tan arraigada en la
jerga cien tífica cpic me pareció necesario in s is tir en otra parte (De­
vereux, 1966b) en que la denom inación psicoanalítica “ am or obje-

«
l.'iN HUM ANA Y AUTO PERT1NENCIA 197

h a le xin o b je ta l) es una contradicción en los térm inos, puesto


, t*|o puede amarse con madurez a una persona que no se con-
■ orno “ o b je to ” sino como “ sujeto” . Sólo en relación con las
i i líones es le g ítim o h a b la r de elección de “ o b je to ” , puesto
i i i perversión no gira en to rn o al o tro sino al acto “ sexual” .
* ■> modo históricam ente a ntig uo y extrañam ente d ifu n d id o de
¡lla r la distancia entre uno m ism o y un semejante (o sujeto)
o no de e x c lu ir fundam entalm ente al sujeto de la h um an ida d
•o N sustraerse a sí m ism o a la com pañía de la hum anidad. Los
♦i......fíeos engañados por el c u lto a la “ o b je tiv id a d ” favorecen
■¡¡• esta estratagema,
i i i nóm cno en sí no puede entenderse debidam ente sin analizar
H m u . a n tig u o de todos los procedim ientos de deshumanizarse uno

m U i i i o ; la com isión de un crim en inhum ano.

(,'aut ¡76: En la m ito lo g ía esquim al, las personas que cometen


«I «unibalism o se proclam an seres sobrenaturales y no meros hu-
Mimios (Rasmussen, 1927, Boas, 1907).
í á r w > 177: U n cazador ba thonga que se dispone a cazar una
heslia p articula rm en te peligrosa comete a veces p rim e ro incesto con
«m h ija , porque cree que este crim en lo hará tan te rrib le (o sea no
hum ano) como el a nim al que in te n ta m atar (Junod, 1927).
( ¡aso ¡78 : Tiestes, a quien su herm ano A tre o había hecho comer
ftiguñado la carne de sus propios hijos, cometió incesto con su
h ija Pelopia porque un oráculo le d ijo que e llo le p e rm itiría to­
mar un desquite (igualm ente odioso) de su herm ano (Escolio al
(¡testes de Eurípides, 15; A polocloro, E pitom e, 2.14; H yginus, Fá­
bulas, 87, etc.)
La creencia de que la com isión de un crim en repugnante per­
m ite a q u ie n lo perpetra desprenderse de la com unidad hum ana
hu sido incluso explotada p o r los exponentes del terrorism o p o lí­
tico en cuatro sociedades diferentes p or lo menos.
Caso 179: Según Leo A le xan de r (1948) muchos mongoles y te­
rroristas nazis eran hombres que habían sido persuadidos u obliga ­
do# a perpetrar un acto inh um a no , que los com prom etía para siem­
pre con el régim en de Gengis K an o el de H itle r. De m odo aná­
logo, los juram entos de los mau mau viola ba n deliberadam ente
todas las nociones kiku yu s de decencia y piedad para que q u ie n ­
quiera los p ronunciara, se excluyese irrevocablem ente de la socie­
dad k ik u y u norm al. Si es válida la in te rp re ta ció n que hace Jean-
m aire (1939) de los C rypteia, algo así sucedió en la antigua Es­
parta (Devereux, 1965a).
U n fenóm eno análogo parece ser la condición “ aparte” del que
hace curaciones, a que se niegan tenazmente a ren un ciar unos
198 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

cuantos médicos contemporáneos. Raram ente se reconoce que esta


condición de puesto aparte del que cura no es diferente de la del
“ c rim in a l in h u m a n o ” : el “ crim e n ” del m édico es que (en apa­
rie ncia ) no le conmueve el d o lo r hum ano sino que reacciona a él
racionalm ente, cortando con tra n q u ilid a d los m iem bros estropea­
dos y tocando sin tem or cuerpos cubiertos de espantosas llagas ( H i­
pócrates: D e F latib us, 1.6; L u cia n o : Bis Accusatus, 1). E l que la
adquisició n de la im p a s ib ilid a d m édica requiera un esfuerzo con­
siderable se echa de ver p or el hecho de que el p rim e r año los
estudiantes de m edicina tratan trad icio n alm e n te de sobreponerse
a su h o rro r p o r los cadáveres m ediante muchas payasadas en ex­
trem o ofensivas —y aun obscenas— en la sala de disección. Esta
form ación reactiva contra el tem or norm a l de los humanos a los
cadáveres y las enfermedades puede volverse tan neuróticam ente
com pulsiva que algunos médicos crean defensivamente un im p e r­
sonal “ enfoque de depósito de cadáveres” para con sus pacientes
(Le w in , 1946, véase tam bién c a p ítu lo xiv).
N aturalm en te, la pretensión m édica de tener una categoría apar­
te es a veces en ventaja p ro p ia ; lo atestigua, p or ejem plo, el hecho
de que los grupos médicos de presión han logrado im p o n e r una
legislación que concede a los médicos una graduación superior y
una posición más p rivile g ia d a en las fuerzas armadas n ortea m eri­
canas que p o r ejem plo la de los ingenieros, igualm ente útiles en lo
m ilita r —e igualm ente escasos—, que no pretenden ser algo aparte
en la h um an ida d y cuya profesión no los obliga a conducirse como
si fueran inaccesibles a los seres humanos.
N o es menester decir que hablo aquí tan sólo de los grupos mé­
dicos de presión. H ab ien do trabajado d u ra n te casi diez años de
tie m p o com pleto y varios años de tiem po parcial en ambientes
médicos, sé p o r experiencia que los doctores verdaderam ente bue­
nos son invariablem ente seres hum anos p rim e ro y médicos sólo
después, y así debe ser. N in g ú n m édico consciente envía a un pa­
ciente con un virtuo so de la c iru jía más interesado —que los hay—
en los éxitos técnicos de la operación que en la supervivencia del
paciente. La serenidad del buen c iru ja n o d u ra r te la operación no
se debe a un d ista ik ¡am iento respecto de la compasión y la preo­
cupación “ no profesionales” sino que representa i sublim ación
al servicio de su compasión y saca su fuerza de s *. H um anidad y
conmiseración. La grande/a hum ana y profesicnal de estas perso­
nas es la que hace tan odioso al p o litiq u e ro m édico p o r contraste.
K1 único remedio pata el género de grandiosidad que se ju s t if i­
ca en función de su a lejam iento de la membrecía hum ana es el
sano sentido del ridiculo que hizo al grave Vespasiano exclam ar
iiic iA n h u m a n a y a u t o p e r t in e n c ia 199

•• «il lecho de m uerte: "¡A y de m í, creo que me estoy volviendo


.líos!” (Suetonio, Vidas de los doce cesares, Vespasiano, 23).
i 1 hecho de que algunos científicos del co m portam iento se di-
• ir» tam bién de sus sujetos y adopten tin a posición más o menos
i inhum ana de observador c o n virtie n d o a los sujetos humanos
| h .áticam ente en co ne jillos de Indias es una causa de angustia in-
i(insciente que suscita gran variedad de defensas, desde la a ctitud
|Mi)lesional hasta una m ecanom orfización (de rebote) o cuando
mullos una zoom orfización del hom bre. La consiguiente pérdida
ilr sentim iento y el menoscabo del sentido —m uy tra n q u iliz a ­
dor - de nuestra p ro pia h u m a n id a d serían en sí razones suficientes
pitra e vita r esa fria ld a d afectada, aun cuando no fuera evidente
que el m odo más fru c tífe ro de estudiar al hom bre es p o r media-
i iún de nuestra p ro p ia condición de humanos.
I\1 p ró x im o o b je tivo en la investigación com portam ental será,
pues, la re in tro d u c c ió n del afecto en la investigación.
1.as consideraciones que preceden arroja n m ucha luz sobre una
i.uisa p rin c ip a l de ansiedad en el estudio del hom bre. Para el in-
iirnsciente, la observación desapegada de nuestro semejante es un
"pecado” —de voyeurism o y de fa lta de so lid arida d — que destierra
ul observador, p or lo menos tem poralm ente, más a llá de las fron-
Irras de la hum anidad. Esta sensación de "pecado” es ine vitab le
nene ¡llám ente porque cada ser hum ano, incluso el c ie n tífic o del
com portam iento, tiene im pulsos voyeuristas y tendencias disocía­
les no sublim ados a los que place esta a ctitu d de fria ld a d , pero
«ólo a costa de sentim ientos de culpa que afectan nocivam ente a
su registro e in te rp re ta ció n de datos. O tra fuente de sentim ientos
de c u lp a b ilid a d es el hecho de que la inse nsib ilid ad tam bién da
satisfacción a las egodistónicas pulsiones de poder, puesto que el
negarse a responder con h um an ida d a un ser hum ano m in a la fu er­
za del Yo de la víctim a y su seguridad interna. Los mismos niños
saben que uno puede acobardar fácilm ente a un compañero de
juego desagradable aplicándole la ley del hielo.
Caso ISO: Cooley (1902) explicaba de m odo convincente el aura
casi pavorosa de prestigio y poder que rodeaba al estatúder h o la n ­
dés G u ille rm o el T a c itu rn o p o r la in tim id a d o ra reserva y la im p a ­
s ib ilid a d de aquel príncipe.
El negarse a reaccionar afectivam ente puede incluso ser una m a­
n io bra de poder neurótica.
Caso 181: U n D on Juan com pulsivo m encionaba en su análisis
que se hacía deliberadam ente silencioso e im pasible cada vez que
una m uchacha rechazaba sus insinuaciones: “ Eso las aterroriza.
Pocas son las que aguantan más de 15 m inutos; después de eso.
200 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

están dispuestas a hacer lo que sea con ta l que uno cese de negar
su existencia al no hacer n in g ú n caso de ellas.”
E l negarse a responder afectivam ente es un pecado ca rd in a l en
tres culturas p o r lo menos.
Caso 182: La famosa respuesta de C aín: “ ¿Soy yo acaso el guar­
diá n de m i hermano?” , se nos presenta {Génesis, 4.9) como un
crim en casi tan odioso como su fra tric id io .
Caso 183: E l no haber Parfisal preguntado al Rey pescador lo
que le aquejaba lo descalificó tem poralm ente en la búsqueda del
santo G ra a l (Weston, 1920).
Caso 184: Según los mohaves, cuando quem aron al dios M ata-
v ily e todos, salvo los blancos, se lam entaron francam ente. De ahí
que la dureza y el no dejarse im p lic a r em ocionalm ente sean hasta
hoy, según los mohaves, de las características más repulsivas de los
blancos, de quienes a veces se dice que son prácticam ente in h u ­
manos. Este episodio del m ito de la creación, que claro está que
es posterior a la llegada del hom bre blanco, se fo rm ó probablem en­
te de acuerdo con la tra d ició n del atroz co m p orta m ie nto del Co­
yote en el fu n e ra l de M ata vilye , que le v a lió una mancha negra
en el hocico y le c o n v irtió en un loco indeseable, errante por el
desierto (Kroeber, 1948b). (Compárese con el caso 321.)
La no responsividad es p articu la rm e n te in ju s tific a b le en las cien­
cias de la conducta, ya que puede provocar graves reacciones de
ansiedad y regresión en aquellos a quienes uno hace sentirse co­
n e jillo s de Indias. Esto explica, entre paréntesis, p o r qué los ana-
lizandos con Yos gravemente dañados no debieran ser sometidos a
silencios prolongados en el tra ta m ie n to psicoanalítico y p o r qué,
cuando hay una regresión súbita y excesiva, el terapeuta tiene que
volverse responsivo inm ediatam ente.
Caso 183: Por razones que no estaban claras en aquel m om en­
to, una m uchachita m oderadam ente neurótica empezó súbitam ente
a tener alucinaciones de que sentía el falo de su padre en la va­
gina. Su analista le d ijo al p u n to que se levantara del sofá y se
sentara en un s illó n frente a él. Esta respuesta súbita y firm e del
analista hizo que la m uchacha se salvara de u n brote psicótico.5
A veces incluso una im personalidad ilu s o ria puede ocasionar p ro ­
blemas en la terapia psiroanalítica.
Caso 18b: U na ind ia de las praderas m encionó en su análisis que
siendo enfermera del e jército en la segunda guerra m u n d ia l, un
fotógrafo deseó Im m o le una fotografía para un periódico, para
dem ostrar que los indios tam bién p a rtic ip a b a n en el esfuerzo bé-1

11 Debo r l in n n d iiilr n lti «Ir rule m in o » un colega m uy experim entado.


" • « 'I A N HUM ANA y A U T O P E R T IN E N C IA 201

'1 “ KUa se negó, fundándose en que eso entrañaba interés no en


i • i hum ano que ella era sino en la que por casualidad naciera
••• >■». En su análisis, el hecho de que yo fuera tam bién un antro-
■ r,o resultó d uran te cierto tiem po causa de resistencias. Se que-
! ■ de que yo la estaba tratan do no porque me interesaran ella
enferm edad sino porque siendo antropólogo, me interesaban
' id ios.
" ia m aniobra disociativa am plía las diferencias y destaca obse­
diente lo singular, exagerando por ejem plo sistemáticamente
■usgos y m in im iz a n d o la pauta subyacente, o sea el entrelaza-
•iiii uto y la compensación recíproca de los rasgos. L a búsqueda
Ir lo sing ula r y d is tin tiv o hace que algunos científicos del com-
inn i.u nien to nieguen prácticam ente la u n id a d psíquica del género
hum ano y a trib u ya n una psicología “ especial” a cada g ru po ét-
mI i n.n La consecuencia es que algunas descripciones de ciertas cul-
u tl ns sean tan desproporcionadas y exageradas como la imagen que
nos da M elanie K le in (1948, 1951) de la psiquis in fa n til o como
los inform es de tests diagnósticos, repletos de jerga, de psicólogos
• llnicos incompetentes, p o r la excelente y suficiente razón de que
huy ciertos lím ites incluso a la fle x ib ilid a d hum ana. Prueba esto
" il antropología la reciente corrección que del b rilla n te pero exa-
ttfim lo re tra to que traza Benedict del “ p aranoidism o” k w a k iu tl
hrtie Cociere (1956) en su estudio de la a m a b ilid a d k w a k iu tl (caso
f0S), así como m i com prensión de que la ruda c u ltu ra de los se-
•litng t iene su lado hum ano com pensatorio (caso 393) y que no todo
' s dulzura y claridad entre los mohaves (caso 333), o la im p o rta n -
«lu que se le ha dado recientem ente a los aspectos irracionales de
ht c u ltu ra griega (caso 329). Es h arto curioso que la tendencia a
ni t i fu tir una psicología “ especial” a cada g ru p o sea p a rtic u la rm e n ­
te señalada entre los antropólogos antipsicoanalíticos, que tienden
n no hacer caso de los rasgos latentes que contrarrestan los rasgos
manifiestos extremados.
C la ro está que la u n id a d psíquica del género hum an o es u n he­
d ió in c o n tro ve rtib le , ya que la conform ación d iferen cial de los
mismos impulsos y defensas explica suficientem ente las diferencias
H it re caracteres étnicos e ind ivid ua les.
La ú ltim a m a n io b ra disociativa que veremos aquí es una singu­
larm ente divergente, porque en realidad parece e ntrañ a r s o lid a ri­
dad con el resto del género hum ano. Consiste esencialmente en
i onsiderarse uno (y a su c u ltu ra ) arquetípica o p o r lo menos pro- *

* Esto parece ser el equivalente psico cu ltu ra l de la recurrente noción de que


las diferentes razas descienden de antepasados prehum anos diferentes.
202 EL C IE N T ÍF IC O Y SU CIENC I

to típ icam en te hum ano. Esto puede co nd ucir a descuidos de clinp


nóstico en m edicina (capítulos x iv y x v ) y a errores de im putación
—y de depreciación— en la ciencia de la conducta.
Caso 187: La h osp italida d sexual de los esquimales sólo es enig
m ática si se in te rp re ta como debida a una "a tro fia ” de la pauta
celosa "in n a ta m e n te ” hum ana occidental). En realidad, el es
q u in ta l es tan celoso como cualquiera y m anifiesta celos cuando
se producen relaciones extraconyugales "irre g u la rm e n te ” , o sea fue­
ra de la pauta de h osp italida d sexual. Sencillam ente, distingue
entre h o sp ita lid a d sexual y a d u lte rio . De ahí que la existencia de
la h o sp ita lid a d sexual esquim al no nos o bligu e a poner en duda el
que los celos sean u n rasgo hum ano fu nd am e nta l; sólo requiere
el estudio de la d e fin ic ió n co nte xtu al de “ situaciones que suscitan
celos” ("a d u lte rio verdadero” ) y de defensas c u ltu ra lm e n te con­
figuradas que in h ib e n la erupción de los celos en situaciones en
que eso se considera indebido. Las mismas consideraciones se a p li­
can tam bién al préstamo ritu a l de la esposa en aquellas partes de
Á frica donde se castiga severamente la in fid e lid a d secreta e in fo r­
m al de la esposa prestada (Brelsford, 1933).
Si un g ru p o no parece reaccionar de acuerdo con nuestros con­
ceptos de la ‘‘naturaleza hum ana” , su conducta suele calificarse
despreciativam ente de "in h u m a n a ” (crueldad) o "b e s tia l” (sensua­
lida d). A u nq u e hoy se evitan esas palabras valorativas, la m enta­
lid a d que re fle ja n todavía anim a buena parte de la ciencia de la
conducta.
En d e fin itiv a , im p o rta poco saber si nuestra a u to d e fin ic ió n de
“ hom bre a rq u e típ ico ” nos hace decir ingenuam ente que tales per­
sonas no son humanas porque no reaccionan igu al que nosotros
o disertar doctam ente acerca de las irre d u ctib le s diferencias entre
la c u ltu ra ateniense y la barbarie hotentote, como era tan c o lé ri­
camente propenso a hacer W ila m o w itz (caso 365). Las consecuen­
cias son las mismas en uno u o tro caso.
E l sim ple hecho es que dos in d iv id u o s pueden d ife r ir uno de
o tro sólo por ser especímenes de la fle x ib le especie "h o m b re ” y
que las culturas pueden d ife r ir significativam ente una de o tra sedo
p o r ser todas ellas especímenes de la cu ltu ra , o sea productos de
la capacidad característica de crear cu ltu ra que tiene la especie
hum ana. El rasgo más característico que tienen todos los hombres
en com ún es la capac idad de ser más diferentes de sus congéneres
que un león de otros leones.
El c o n flicto del observador por el hecho de que al estudiar los
sujetos hum anos inevitablem ente se estudia tam bién a sí mismo,
explica p o r qué se inventan tantos modos de aum entar el desapego
w HUM ANA Y A U T O I'E R T IN E N C IA ¡>03

1 m m tiza r la o b je tivid a d , in h ib ie n d o incluso la fecunda con-


• île la iguald ad de condición con nuestros sujetos y por qué
ii lan pocos para fom entar el se ntim iento de a fin id a d , aun-
única em patia m etodológicam ente p e rtin e n te es la que ra-
-i el reconocim iento de que tanto el observador como el
do son humanos.
o parece, Freud fue el p rim e ro en com prender que los p ro ­
planteados p o r la h um an ida d com ún al observador (ana­
cí observado (analizando) no requerían una m an io b ra de-
i »,i sino un tra ta m ie n to y aprovecham iento consciente y racio-
1 di* este hecho ine vitab le. Por eso hizo de la autoobservación
n l . i y vicaria y del análisis de las distorsiones resultantes de la
'iiuhsci vación tendenciosa el cam ino real a la o b je tiv id a d para
‘Higo y para con los demás e insistió en que la o b je tiv id a d para
i los demás presupone la o b je tiv id a d para consigo m ism o, sin
der el sentido de la p ro pia ide ntid ad . Y así, casi la única si-
ii ló ii observacional en que no se quería que se p ro d u je ra una
o lidarización es el psicoanálisis, aunque a veces no se observa
i regla, como lo muestra el hecho de que algunos se espantaran
“ i* la Tranca declaración de N a ch t (1962) de que uno debe am ar
us pacientes —como yo o p in o que uno debe am ar a sus sujetos,
'll cl psicoanalista n i n in g ú n o tro cien tífico de la conducta pue­
de o bviar el hecho de que q u ié ra lo o no, su in s tru m e n to más im-
|hhtanto y su p rin c ip a l “ órgano sensorio” es su inconsciente, en
que m ir a tam bién el campo de los afectos. Y así, precisamente p o r
•l’l el buen psicoanalista técnicamente no responsivo y objetivo , al
inlmtio tie m p o que entabla un ín tim o “ diálogo del inconsciente”
io n su analizando, puede provocar una regresión en su paciente
<M enninger, 1958), sin que esto le dé la horrorosa sensación de
que están haciendo de él un m ero “ o b je to ” . Por eso puede p ro ­
vocar un co m p orta m ie nto hum ano —y no sim plem ente de “ ra ta ”
y aun de “ cosa” — en su sujeto (analizando).
Por desgracia, hay incluso psicoanalistas que reaccionan al des­
gaste y la fatiga del contacto d ia rio con el inconsciente v o lv ié n ­
dose meros instrum entos de elaboración de datos para el m a te ria l
Inconsciente. Más de la m ita d de las veces se topan al ruego in -
m nsc'ente —y a veces consciente— de sus analizandos de que no se
lesuelvan sus problemas sino que se suprim an simplem ente, de que
los ayuden a no sentir nada. De este modo, algunos seudohomo-
si‘ Knales llegan al análisis no para hacerse heterosexuales sino con
la esperanza de volverse neutros sin sexo.
T a l no es n i puede ser la meta del psicoanálisis n i de n inguna
otra ciencia de la conducta. El cu ch illo , real o sim bólico, de cas-
204 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

tra r ha desempeñado d u ra n te demasiado tiem po u n papel p rin ­


cipa lísim o en la evolución de las sociedades opresoras7 y b ru ta l­
m ente centradas en el Superyó, cuyos puntales son masas de des­
alentados invá lid os físicos, emocionales e intelectuales. Se asemejan
a las sociedades de las abejas, sustentadas por abejas obreras so­
m etidas a castración h o rm o na l por m edio de u n régim en alim en ­
tic io re strin g id o (W igglesw orth, 1964). H a llegado la hora de
com prender que una sociedad y una c u ltu ra que sólo pueden ha­
cer frente a la espontaneidad de los seres vivos restringiéndolos
b ru ta lm e n te es tan autoanuladora como una ciencia que trata de
ser o bjetiva con el hom bre despersonali/ándolo.
Los datos y consideraciones que anteceden in d ic a n que el cien­
tífic o de la conducta reacciona defensivamente a la comprehensión
anxiógena de la com unicación afectiva con sus sujetos. E l o b je tiv o
verdadero, si bien no reconocido e inconsciente, de muchos de sus
a rtific io s técnicos y de sus posiciones m etodológicas es p o r eso la
in te rru p c ió n del capital diálogo de lo inconsciente.

T En <4 raso K>1 apuntó «put Jenofonte de mente de in clin a ció n o lig á rq u ica
p ic c n u i/iilia lu u iM i n iló n «le lio tn ln n i, caballos sementales y perros, aunque esto
c iii c tm lin ilo it In iim in/ii gileg.n i ’ lntón, orien ta d o no menos oligárquicam ente
( / ’ro/riguMM, IM c ) es iiiio «Ir los |m«os que m encionan esclavos eunucos en Ate-
nii¡». Iln o d o to , m u i lio unis ricm oi i illico , se h o rro riza ante la castración de seres
h u tn u iiO H y en m m Im i pumi)™ dit u entender que es una señal de tiran ía .
HriJI-O XIV

' I. AU 'T O M O D E L O : S O M A T O T IP O Y R A Z A

I .» percepción e in te rp re ta ció n correcta de la rea lid ad se fa c ilita


S obstaculiza al m ism o tie m p o p or la tendencia del hom bre a con­
m in a r su p ro p io ser, su cuerpo, su conducta y su m odo de sentir
o e xpe rim en tar como a rq u e típ ico o al menos p ro to típ ic o y de re-
I n í i a e lla —y m odelar sobre e lla — su imagen del m un do que lo
unirá. C onstruye para sí un autom odelo más o menos inconsciente
en parte muchas veces idealizado, que emplea después como una
uerte de piedra de toque, norm a o línea de base en fu n c ió n de la
* m il evalúa a los demás seres y aun los objetos materiales.
El papel del autom odelo es o b vio ta nto en la m etrología como
n t la num eración. Esas unidades de m edición como el “ p ie ” o
la “ braza” se basan en las dim ensiones del cuerpo; a la inversa,
ynrd (yarda como m edida, y en los buques verga), es una palabra
H inu íti para designar el pene. Todas las unidades sedang de me­
dida de lo n g itu d y de la circunferencia se basan en las dim ensio­
nes del cuerpo hum ano.
Psicológicamente fue un gran logro el que la R evolución fran-
<rsa inaugurara el sistema m étrico, basado en el m etro, que se de-
iíue como la diezm illonésim a parte de la distancia m edida sobre
un m e rid ia n o de la tie rra , del ecuador al polo, es decir, una u n i­
dad que no se basaba en las dimensiones del cuerpo hum ano. El
sistema decim al se basa en el hecho de que tenemos diez dedos.
Tanto en el inconsciente como en la creencia rom ana (P lutarco,
Cuestiones rom anas, núm . 2, 264A), el n úm ero 2 suele sim bolizar a
la m u je r (dos pechos), m ientras que el 3 sim boliza al varón (pene
y testículos). Algunos conceptos, como el de “ p ar” y probablem ente
tam bién el de “ sim etría” , se insp ira n en la fig u ra del cuerpo h u ­
mano, que puede incluso servir de pro ced im ien to m nem ónico. A l­
gunos radicales verbales húngaros que denotan las funciones del
organism o en que entra el empleo de órganos pares te rm in a n en
“ I” : hal- (oír), ál- (estar, tenerse); p o r eso se enseña a los niños
que esos verbos llevan dos eles porque uno oye con dos oídos y
se tiene en dos pies: h a llo k (oigo), á llo k (estoy en pie). Recuerdo
que enojaba m ucho a m i maestro de p rim a ria cuando le pregun-
[205]
■206 E L C IE N T ÍF IC O Y SU CIENCIA

taba p o r qué, en ese caso, no lleva cuatro eles el verbo ál- cuando
se trata de cuadrúpedos.
En un n ive l más a m p lio , hace tiem po que destacaba Ferenczi que
todas las cavidades tienden a ser vistas como símbolos de la va­
gina y todas las protuberancias como símbolos del pene, lo que
■explica por qué se habla de enchufes macho y hem bra.* En el
m ism o sentido se habla de to rn illo s de rosca a derechas y a izqu ier­
das, y siempre se habla de la “ derecha” antes que de la “ izq u ie r­
d a ” , ta l vez porque la m ano derecha es la predom inante.
En un n ive l aún más general, R óheim (1952) pudo demostrarme
que el m un do en apariencia externo del contenido m anifiesto de
u n sueño es proyección del p ro p io cuerpo del soñante, visualizado
com o casa o paisaje.
El autom odelo subyace incluso a nuestra concepción de lo “ na­
tu r a l” y lo “ irre d u c tib le ” . T a l vez los niños q uiera n saber de dón­
de vienen; no preguntan p o r qué están vivos o tienen cuerpo. El
m ism o autom odelo determ ina tam bién qué parte de la realidad
externa requiere una “ e xp lica ció n ” (metafísica). N in g ú n m ito ex­
plica p o r qué las vacas, como nosotros, tienen cuatro m iem bros; lo
que explican es p o r qué, a diferencia del hom bre, el ave tiene alas,
el pez aletas y las serpientes carecen de m iem bros. M ais nous avons
■changé to u t celai * * L. J. H enderson (1913) trató incluso, entre
otras cosas, de e xp lica r por qué —no cómo, sino p o r qué— es buena
e l agua ¡para los peces!
E l hom bre tam bién establece órdenes de categorías para las de­
más personas —y aun los animales— según su co n fo rm id a d o fa lta
de co n fo rm id a d con el m odelo que él tiene de sí mismo.
Caso 188: E n un relato griego, u n hom bre salva a un águila de
una serpiente porque el águila le parece a él una bestia más na­
tu ra l (A e lia no : De la naturaleza de los animales, 17-37). Parsifal
salva a un león de un dragón p o r el m ism o m otivo.
La única excepción visible a esta regla es el disgusto que el h om ­
bre siente por los monos superiores, que se parecen al autom odelo
al mismo tiem po demasiado y demasiado poco. Esta observación
suscita problemas que se estudian m e jo r a p ro pó sito de la im p o r­
tancia del m odelo de personalidad para entender las reacciones del
género hum ano a lo m asculino y lo fem enino (cap ítu lo xv).
Siendo el autom odelo una pauta hum ana hondam ente grabada,
el reconocim iento de q u r uno está "d iscorda nd o ” —enferm o, me-

• I1',» eipartnl le iii'im » un c jrm p ln bastante parecido en el verbo m a c h ih e m -


h u it | r, |
• • F i n a r ilib lm «lid thiti(>«: / 'n o a h o ra hem os c a m b ia d o to d o eso. Como
•([ilion dlrr (|U r entum í» m rt« tuli'liuil.nlns... que lo n a tu ra l [t.]
M \ t II DM ODELO: SO M ATO TIPO Y RAZA 207

tu IM abado o incluso m uy p or encim a— es a veces d ifíc il y causante


*t< angustia, p orqu e requiere reapreciar la u tilid a d del autom odelo
<unió (lechado. Esto explica en parte la fa lta de in sig h t del psicó-
llm . Su tenaz creencia de que todos menos él están discordes es
| i i ubnhlcm ente la defensa de la ú ltim a trinchera, contra una frag­

ment ación irreversible del Yo, que apenas m antiene u n id o lo que


queda del autom odelo.
Además, uno suele resistirse y negarse a una degradación drás-
llia de la imagen de sí. Los amputados a veces sienten d o lo r en
»'l lugar donde “ debería estar’’ el m iem bro que les q u ita ro n ; es el
triió in c n o bie n conocido del m ie m bro fantasma. Eurípides, en sus
llijo s de Heracles, nos da una soberbia descripción de la repug­
nancia de Io la o a reorganizar el autom odelo de acuerdo con su
ilita p a c id a d física.1 En la Odisea, el protagonista se siente algo
i oui uso p o r el hecho de que su protectora, Atenea, cambie de as-
|ie< lo súbita y repetidam ente. Las m etam orfosis y, a fo r tio r i, la
Ihism igración de las almas, siempre fascinaron a escritores y teó­
logos. O v id io escribió un volum en entero de M etam orfosis m íticas;
Kafka describió la trasform ación de un hom bre en cucaracha; G a r­
net i escribió L ad y in to fox.
I .a misma perfección y acendram iento del autom odelo puede ser
• ansa de co nflicto .
Caso 189: Los adolescentes reaccionan de un m odo am bivalente
n so m aduración sexual. U n n eurótico recordaba haber deseado
poder amputarse el pene, cuyas erecciones no podía c o n tro la r (caso
2f>). Algunas adolescentes com prim en sus pecho en capullo. U na
mohave pubescente se querellaba con sus compañeras, que la “ acu-
suban” de tener ve llo p úb ico (Devereux, 1950a). Jones (1923) des­
cribe la fantasía de la inversión de generaciones, que para m í es
una m anifestación del m ism o co n flicto , como la d ifu n d id a creen-
i ia p rim itiv a de que nuestro h ijo es la rencarnación de nuestro
padre.
Alguos neuróticos sienten incluso que el desenvolvim iento de
nuevas capacidades es un p e lig ro in to le ra b le para su autom odelo,
sobre todo si esas nuevas “ capacidades” no representan sublim a-
<iones sino defensas neuróticas.
Caso 190: A l igual que el profeta Joñas (Jonás, 1.3), el p rim itiv o
que recibe el “ llam ado cham anista” puede tra ta r de rechazar la
“ m isió n ” o el “ poder” que le ha sido otorgado. Algunos sedang

L Suele opinarse que en este dram a Io la o se rebela contra la ancianidad; yo


o p in o que se rebela contra su a rtr itis reum atoide, y espero dem ostrarlo en otra
p u b lica ció n (Devereux, 1967f)-
208 E L C IEN TÍFIC O Y SU CIENCIA

que creen haber recibido esas (molestas) facultades llegan hasta n


beberse su orina , esperando que esto disguste tanto a los diosc»
que les re tire n esos dones no deseados.
Caso 191: A lg o de semejante co n flic to puede haber tam bién en
e l origen del trágico deterioro de A rtu ro R im b au d, quien dejó dr
escribir poesía antes de llegar a la edad v ir il. János Bólyai, q tir
con poco más de veinte años fo rm u ló el concepto de u n espacio
curvado negativamente como a lterna tiva al q u in to postulado de
Euclides, nunca hizo nada más. E l in e xp lica b le declinar temprano
de muchos adolescentes b rilla n te s y el hecho de que otros desper­
d icien sus dotes en pequeñeces y nunca lleguen a e scribir el ra«g
n um opus que todo el m undo espera de ellos puede tam bién de
berse en parte a conflictos p o r u n perfeccionam iento en el auto
modelo.
La estabilidad del autom odelo es a veces poco más que un in d i­
cio de fija c ió n neurótica, rezagada respecto de la realidad. Por
cierto que incluso el a dulto com ún y corriente que vuelve a ver
una casa donde no había entrado desde la infan cia suele sorpren­
derse al verla más pequeña que como la recordaba. Los automo-
delos in fa n tile s, así como los modos de percepción y experim enta-
ción, a veces se m anifiestan en sueños (Devereux, 1965e) y por lo
general nos perm ite n d eterm inar la “ fecha psicológica" (Devereux,
1949a) del sueño —o sea la edad a que se refiere. Esto a veces per­
m ite al analista d eterm inar tam bién con bastante precisión la fase
en que se p ro d u jo la fija c ió n del analizando.
Caso 192: Hace algunos años, una compañía especializada en
muebles y adm inículos para baño in fa n tile s expuso u n departa­
m ento que contenía enormes muebles y lavabos perfectam ente in ­
accesibles, para que los adultos com prendieran las dificu ltad es que
tenían los niños en las casas amuebladas para adultos. Es sign ifican ­
te que esta e x h ib ició n desempeñó un papel im p o rta n te en el aná­
lisis de un paciente que todavía se veía como niño.
E l autom odelo, naturalm ente, es u n componente im p o rta n te del
sentido de nuestra propia ide ntid ad , que se form a en respuesta al
trato que se le ha dado al niño. N o sólo la form ación de u n auto-
m odelo sino la posibilida d de revisarlo periódicam ente, de acuerdo
con las exigencias de la realidad, pueden deteriorarse radicalm en­
te si se le niega al n iñ o su autonom ía y su categoría de sui ju ris
(Devereux, 1966b, 1967d). El análisis de este com plejo problem a
queda sin embargo luera del alcance de nuestro lib ro .
Siendo el autom odelo el marco de referencia más estable del hom ­
bre, desde la Antigüedad luí especulado éste acerca de si los demás
experim entan la realidad del mismo m odo que él . . . preguntán-
M 11MM O ÜFLO: SO M ATO TIP O Y RAZA 209

. |t*«r por ejem plo si su experiencia de “ lo a m a rillo ” es igu al que


U île mis semejantes. C laro está que esta cuestión no tiene respues­
ta, y por eso está precisamente lo bastante desprovista de sentido
M imo para fascinar a los metafísicos.
o i*I o tro extrem o tenemos la suposición de que sólo nuestro
••lo itrlo tic personalidad tiene una validez general y que todo apar-
i m ile n io de los otros respecto de esta norm a es in te n c io n a l y ma-
i * loso. T a l “ narcisism o de las pequeñas diferencias” (Freud, 1955c)
■ Urja las dudas del hom bre acerca de la validez general de su
•Miomodelo. U na consecuencia directa de la oscilación del hom bre
mu* el convencim iento de que sólo su autom odelo es universal-
Mieiiie vá lid o y su tem or de que no lo sea es su tendencia a negar
diferencias y a m axim iza rla s. .. esto ú ltim o p o r lo general,
|i,ii¡i ju s tific a r la depreciación y /o la opresión de quienes d ifie re n
d r m i m odelo o se ven obligados a d ife r ir de él (D o lla rd , 1937,
U rv rtc u x , 1965a).
Com o no podemos e n tra r aquí en la explora ció n a fo nd o de este
piohlem a del autom odelo y su papel en el pensam iento y la con­
duela humanos, exam inaré sólo el papel de autom odelo somático
cu la raza, el sexo y la enferm edad, con referencia especial a la
pl.Wlica médica, d e fin id a aquí como una de las ciencias de la con­
d on a (aplicadas).

! sa lu d y e n f e r m e d a d : e l m o d e lo “ no r m al”

I ,¿i construcción de un autom odelo somático im p lic a una o b je tiv i-

/ación de nuestro p ro p io cuerpo como cosa aparte de nuestra p ro ­


pia personalidad real, por ejem plo, en el sentido de la antigua d i­
cotom ía de cuerpo-alma. En casos más extremos, el m odelo del
<uerpo es tan fragm entado que se sienten sus partes como entidades
separadas.
Caso 193: E l griego hom érico no sólo no tenía palabra con que
expresar el cuerpo en su c o n ju n to sino que en algunos d ib u jo s
griegos p rim itiv o s la silueta del cuerpo hum ano n i siquiera es con­
tinua. Está representado el cuerpo como una especie de rompeca­
bezas, con vacíos en las uniones p rincipales (Snell, 1953). (C om ­
párese con la creencia mohave de que el hom bre tiene cuatro almas,
Devereux, 1937b).
Caso 194: En muchas tribu s indias —entre ellas los mohaves— a
veces se prohíbe tocarse uno el cuerpo con los dedos; hay que ras-
210 E L C IE N T ÍF IC O Y SU CIENCIA

carse con u n p a lito , para que la p ie l no se llene de manchas (De-


vereux, 1949c, 1950c).
1 a objetiva ción (extrayección) de p o r lo menos las p rrte s lns-
t i - íadas del cuerpo aparece y-i en form a ru d im e n ta ria en el nivel
cíe los artrópodos, como lo muestra el hecho de que la langosta
americana se am pute una pinza dañada (autotom ía).
En la práctica m édica hay, pues, un autom odelo objetivado, que
representa a veces una suerte de Y o ideal corporal, que es la línea
de base d e l diagnóstico real.
La in flu e n cia del autom odelo en la la b o r diagnóstica no puede
estudiarse sin aclarar p rim e ro la naturaleza de las normas en me­
dicina.
Se suele considerar la enferm edad —a veces con cierta p re cip ita ­
ción — sencillam ente como una desviación respecto de un estado
“ n o rm a l” (de va ria d e fin ició n ) llam ado salud. La idea de que la
salud es “ n o rm a l” parece ser una categoría básica del pensamiento
hum ano. D iscutiendo conm igo de su p ro p ia especialidad curadora,
u n chamán m ohave insistía en que los hombres estaban hechos
' con la in te n c ió n ” de que fueran sanos (Devereux, 1961a), y yo
no conozco n in g u n a colectividad p rim itiv a n i m oderna que consi­
dere estado norm a l la enferm edad.
Caso 195: Incluso en el cuerpo detestado p o r los ascetas y la
lam entación de u n gran biólogo francés (“ la vid a es una enfer­
medad oue no tiene cura” ) se considera n orm a l la salud y anor­
m al, s iq jie ra en form a torcida, la enfermedad.
Caso 1 Í 6 : A u n q u e los sedang tienen un m odo esencialmente pe­
simista de ver la vida y no esperan que les suceda gran cosa de
bueno n itu ra lm e n te , tam bién defin en la salud como n o rm a l y la
enferm edad como anorm al.
Caso 197: Los e lm olo de la gran fa lla del lago R o d o lfo tienen
u n régim en de a lim entación tan deficiente en calcio que muchos
de ellos son patizambos. Pero nada in d ica que consideren esta con­
d ic ió n norm a l, bella n i deseable. Reconocen que es una enferm e­
dad y así han ideado procedim ientos para a liv ia r el d o lo r que
ocasiona (Dyson y Fuchs, 1937).
A unque la previdencia de una enferm edad dada no ha in d u ­
cido, que y o se p a . a nin gu na colectividad a creer norm a l la en-
h m in ia d , alguno', psiquiatras y antropólogos p siquiátricos han
equiparado t i r o «pu- erróneam ente (Devereux, 1956c, 1961a, 1963a,
buyer, 196-1. Hast «de. l% 5a ) la salud psíquica con los tipos de
e-.tiin tiu a <le la p eí-.ou.didad prevalecientes estadísticamente, quizá
«on r l fin de jiis tilu .o la in d e fe n d ib le o p in ió n de que ajuste es igual
a norm a lid tul, K l tr ia i IvU uio diagnóstico de este tip o sim plem ente
41‘ io M n m x o : s o m a t o t ip o y r a ía 211
'a lu m la in ce rtid u m b re del hom bre en cuanto a la validez de su
••-modelo como línea de base y, p o r extensión y defensivamen-
• i mismo de toda línea de base absoluta. De hecho, a pesar
H 1< idea no re la tivista que tenía Freud de lo norm a l, aun algu-
h i'ii<nanalistas tie nd en actualm ente a c o n fu n d ir ajuste con nor-
t«> •''•lad. El lema del ajuste o adaptación (Devereux, 1939b) es
I .......ularm ente te ntad or para los psiquiatras que viven en una
I.id que cambia rápidam ente y a veces en form a discontinua,
• r exige demasiado de la capacidad que el hom bre corriente
•i «le so brevivir m ediante u n reajuste racional y continuado,
• i ne, contrariam ente a lo que sucede con el “ lavado de cerebro” ,
» <• in fo rm id a d externa no im p lic a una ru p tu ra en el sentido
l 1> p ro pia c o n tin u id a d de id e n tid a d en el tiem po (Devereux,
...... i», I967d). Poco im p o rta al respecto saber si el cam bio social
i ' mtc una conversión ideológica (L itto n , 1961) o religiosa
• ' Ms, 1965) con un cam bio rad ica l de id e n tid a d o bie n si, como
i i\ sociedades nuevas en rá p id a coalescencia que todavía no
'•••. u n id o tiem po de crear u n ethos auténtico, la sociedad exige
una co n fo rm id a d externa que no entrañe “ conversión” ín tim a
11 »creux, 1958b).
1 ui/á sea la m e jo r prueba de que las ideas estadísticas de nor-
- "la d no son buenas el hecho de que aun cuando los hombres
i uiin la enferm edad negativam ente —como ausencia de salud—
il la práctica hacen el diagnóstico básico de “ enferm edad” y el
' llagnóstico específico de “ cierto tip o de enferm edad” no en fun-
- lóii de una desviación de la norm a ideal (■= “ no sano” ) sino de
id Kingruencia de los síntomas con una norm a positiva, fo rm u la da
<<«p1h itam en te , o m odelo m ental de “ enferm edad” y más concre­
tamente, de “ enferm edad X ” (Devereux, 1963a, 1966g). Este he­
d ió es de considerable im p o rta n cia en nuestro contexto, puesto
que muchos errores y descuidos de diagnóstico interraciales e in-
leisexuales resultan deberse a la sustitución de la norm a, menos
«objetiva, de n o rm a lid a d absoluta p o r la norm a del autom odelo.
Mil el o tro extrem o del espectro hay conceptos aparentem ente
(ie n tílic o s de lo norm a l (salud) que son al m ism o tie m p o a rb itra ­
dos y estadísticamente nada realistas.
('.aso 198: Los textos de o ftalm ología a firm a n ex cathedra que
lu vista n orm a l del hom bre “ es” de 20/20, aunque sólo una parte
de los que no tienen n in g ú n defecto m orfo ló gico n i fu n c io n a l de­
mostrable en los ojos poseen una visión de 20/20. Habiéndose con­
v a lid o ya esta norm a en verdad eterna, los directorios telefónicos,
los periódicos y las notas de pie de página se im p rim e n con un
lip o de letra tan pequeño que sólo unos cuantos pueden descifrar-
212 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

los sin esfuerzo. Esto debería ser evidente para todo aquel que haya
visto alguna vez incluso a personas jóvenes sin gafas tratan do tic
consultar un d ire c to rio telefónico en una cabina pública. Y luego,
por un razonam iento circular, este tip o de letra anorm alm ente pe­
queño se convierte en la norm a con que los optom etristas determ i­
nan la cantidad de corrección que “ necesitan” los ojos de un
paciente. Esta norm a no se basa en consideraciones de orden esta­
dístico n i objetivam ente científicas. Es probable que se deban a un
problem a de índole económica actualm ente obsoleto. En un tiem ­
po en que el tra b a jo del im presor y la vista del e ru d ito eran ba­
ratos y el papel caro, los libros se im p rim ía n con el tip o de letra
más pequeño posible, y desde entonces, aquel tip o fin o ha sido el
origen de las normas optom étricas. Por eso nos preguntam os cuál
hubiera sido el c rite rio o pto m é trico de la visión norm a l de haberse
debido a un o fta lm ó lo g o de la tr ib u de los calmucos, conocidos
p o r su m iopía.
Caso 199: La in flu e n cia del autom odelo en el quehacer cientí­
fico se demuestra im p lícita m e n te p o r el hecho de que yo me in ­
teresé en las normas de optom etría y estudié su h isto ria porque
constantemente se me estaban fatigando los ojos al leer impresos
con tip o fin o .
E l empleo de normas somáticas a rb itra ria s basadas en el auto-
m odelo puede incluso tener consecuencias sociales catastróficas.
Caso 200: Varios intelectuales haitianos, entre ellos dos médicos,
me aseguraron que la llam ada rebelión “ Caco” contra las tropas
de ocupación norteamericanas se debió en gran parte al hecho de
que los inspectores norteam ericanos castigaban a los trabajadores
haitianos, subalim entados y parasitados, p o r no poder realizar la
cantidad de tra b a jo considerada n o rm a l para obreros norteam eri­
canos sanos y bien alim entados.
Caso 201: Los españoles acabaron con la población in d ia de las
A n tilla s , en parte p o r e x ig ir de sus esclavos indios la misma ca nti­
dad de trab ajo que habían puesto por norm a los esclavos negros,
racialm ente más robustos y m ejor adaptados a los trópicos que los
indios.
En resumen, la ¡dea de que prom edio estadístico es igual a sa­
lud eitlá viciada por una parte por la prevalencia estadística de
(¡c'itas condiciones patológicas y por la otra, por la explotación
de una norma subjetiva y /o sociocultural del autom odelo, que por
lo ta nto no tiene valor cien tífico . Además, si el m édico tom a su
autom odelo o el de su taza— como línea básica de diagnóstico,
es probable que m u irla errores y omisiones en su diagnóstico.
i H I M im t '.L O : S O M A T O T IP O V R A ZA 213

■I A U T O M O D E L O R A C IA L

1 <¡n acieres raciales son de los principales componentes del auto-


•irlo . Por eso se trata a veces como a extraños, y aun se e lim in a ,
•t m iem bros de una raza cuyo aspecto d ifie re del de ese modelo,
no 202: La tra d ic io n a l y p ro ve rb ia l desconfianza para con los
■i rojos que reina en ciertas partes de Europa la explican, in d u ­
lgimos científicos, como secuela de u n co n flicto prehistórico con
■ taza p e lirro ja vencida, aunque nada haya en la h is to ria ni
i in io h is to ria europeas que sustente esta explicación.
list) 203: E ntre los tanalas de Madagascar, la gens zafiakotry, de
i oscura, de los menabes m ata a sus neonatos de p ie l clara,
titras que la gens m aromena, de p ie l clara, mata a los de p ie l
•ini (L in to n , 1933).
.ida raza selecciona de entre varios somatotipos igualm ente sa-
y característicos uno que se convierte a co ntin ua ció n en el
il del grupo, el blanco social a que a pu nta r en el sentido de
i bat te (1946a) y por e llo acaba por considerarse im p lícitam e nte
llt’l tiloso.
(uso 204: Lo ru b io se equipara de un m odo tan constante con
In lid io en Estados U nid os (hipotéticam ente “ nórdicos” ), que los
jin Índicos pueden hacer interesantes las aventuras de la m u je r más
m m tiente dicie nd o que se trata de una rubia.

1.1 autom odelo colectivo in flu y e en el m odelo in d iv id u a ], y todo


i*i i f it i o de im p ug n ar su validez o bjetiva se considera h iriente.
(luso 205: Hace unos años, la revista T im e com unicaba que un
i «indio antrop o m é trico en que se hacía pedazos el m ito del ‘“ texa-
ito a lio ” había suscitado una gran in d ig n a ció n en aquel estado.
I I autom odelo racial suele además tener su co p yrig h t, y su “ usur­
pa» ió n ” por extraños se siente como un engaño deliberado.
(loso 206: A nadie odia ta n to el sureño como al negro lo sufi-
i im in n e n te claro como para que “ pase” , y el antisem ita al ju d ío
que no es fá cil de reconocer como tal.
Caso 207: Las rubias oxigenadas y las negras que se alisan el pelo
ton. como es bien sabido, o bjeto de chistes crueles y desdeñosos
(véase caso 225).
Incluso los hombres de ciencia d ictam in a n a veces airados en
materia de somatotipos subestimados socialmente.
Caso 208: Dado el hecho de que la clasificación y el análisis más
• luientes y acertados y m ejor documentados de los somatotipos
«mi los de Sheldon (1940, 1942), no tiene más rem edio que sor-
j a coder nos la erupción de h irv ie n te cólera y desprecio que se âpre-
\

214 E L C IE N TÍFIC O Y SU C il N' ¡t

cia en su discusión del “ endom orfo g erm in an te ” ,* que en realidi.i I


se refiere a los jud ío s y negros obesos. N o sería d ifíc il h a lla r ou..- \
muchos casos parecidos.
Los que tienen la suerte de pertenecer a u n som atotipo up
ciado tienden a tra ta r su cuerpo como una mercadería m uy ven
ble, m ientras que los “ compradores” emplean su “ p ro pie da d ” c
fines de consumo de ostentación en el sentido de Veblen (191
A la inversa, los que pertenecen a u n som atotipo poco aprecia
suelen verse obligados a contraer m a trim o n io s hipógamos, tu
descendencia, enfrentada a dolorosos problem as de id e n tific a d o
a veces esquiva sus d ificu ltad es m ediante una id e n tific a c ió n nei
ró tica “ hacia abajo” o declinante con el padre o la m adre soda
m ente menospreciados (Devereux, 1965h).
T a l vez sea el estético el enfoque más p ositivo del problem a d i
los autom odelos radales.
E l in d iv id u o corriente es capaz de apreciar la belleza de un
percherón d e n tro de las normas de los percherones, y de u n caba­
llo árabe d entro de las normas de éstos, pero es incapaz de apreciar
la belleza de u n ch in o de acuerdo con las normas raciales chinas
o la de u n blanco según las normas de los blancos.
Caso 209: Los chinos solían considerar a los blancos horrenda
y diabólicam ente feos y p o r eso los llam ab an los “ diablos extran­
jeros” .
E n algunos casos la reacción a caracteres raciales desconocidos
y ajenos lin d a con el pánico y provoca el re to rn o de lo re p rim id o
en form a de sueños de angustia.
Caso 210: U n m ie m bro de una trou pe somalí que visitaba B u­
dapest acariciaba en sueños a una húngara cuyo pubis, a d iferen ­
cia del de las somalíes, no estaba rasurado. E l somalí visualizaba
ese vello p úb ico fem enino como un rostro barbado amenazador y
tu vo un sueño de angustia que reflejaba graves ansiedades de cas­
tración (R óheim , 1932).
Estos datos hacen ver claram ente que el hom bre es capaz de
apreciar la belleza de los caballos de acuerdo con las normas debi­
das, porque su autom odelo no afecta a su ju ic io , pero es incapaz
de hacer o tro tanto cuando se trata de m iem bros de otras razas,
porque su autom odelo en este caso menoscaba su o bjetivid ad .
En muchos casos, los rasgos raciales característicos de los demás
se equiparan inconscientem ente con u n defecto físico. Por eso a l­
gunas personas piensan que es tanta fa lta de "ta c to ” m ira r los
* IV n o ia m ui olim u. de vie n tre grande y con piernas y brazos e n o r­
me»; m i i'd n ltttilo »v* r t rc lo m u rfo : m agro, huesudo, de rasgos (nariz, pómulos,
etc.) a c riitiiu tlu i, ¡u i |
♦HllH.1V, SOMATOTIPO Y RAZA 215
vpUÍíIos o el cabello ensortijado de un negro como con-
• hi manga vacía de un manco.2
5I I I : U n negro profesor de ciencia comportamental sólo
« ti un blanco que siempre dijera “ negro” con el mismo tono
mui que decía “ inglés” o “ francés” . “ Los demás por lo ge-
♦ i .am en embarazados o bien emplean una circunlocución.”
2/2: Después de una conferencia a una clase de estudian-
medicina de segundo año sobre las diferencias de las enfer-
•» según las razas, una estudiante blanca superigualitaria
♦fió por fomentar el “ racismo” .
* puonalmente, pueden producirse graves trastornos del auto-
. y de la imagen del cuerpo en el caso de individuos perte-
♦t'H a minorías raciales desposeídas, que aceptan sin crítica
•modelo racial de la mayoría.
• 2/3: U n candidato psicoanalítico no blanco y norteameri-
>•« por nacimiento tuvo que dedicar varios meses de su análisis
I \\ t ico a analizar su tendencia a despreciar su propio cuerpo
♦ no estar conforme a las normas blancas . . . y eso a pesar de
un hombre verdaderamente hermoso según cualquier tipo
ili im im a .
I.'tim 2 14: U n a m uch a ch a ju d ía n o rte a m e ric a n a in g e n u a m e n te
U lih iu i lific io s a decía que, en su c írc u lo , el a costu m b rad o regalo
♦Ir m m p le a ñ o s de los “ dulces dieciséis” era u n a o p e ra ció n de ci-
lu g lii p lá stica nasal, y aña día que esperaba conocer y casarse con
m i p ro fe sio n a l ju d ío “ m u y g e n til y de p o rte H a r v a r d ” . (C óm pa-
IVM' ta m b ié n con las operaciones plásticas de las japonesas en la
posguerra.)
V,n algunos casos, estos tra stro ca m ie n to s del m o d e lo de la p e r­
sonalidad p ueden in c lu s o c o n d u c ir a u n a c tin g o u t a u to d e stru cto r.
í 'fiAo 215: U n m édico negro m e co n tó que una m uchacha aco­
m odada y encanta d oram en te b e lla , de p ie l dorada, gastaba la m a­
yor p a rte de su fo rtu n a en u n h o r rip ila n te tra ta m ie n to e n d o crin o
«pie* sólo conseguía hacerla parecer a lb in a y además acabó p or tras­
m in a r su salud perm anentem ente.
U na m an ifesta ción p a rtic u la rm e n te n o to ria de tra s to rn o del auto-
m odelo es la v in c u la c ió n de los caracteres raciales con el d im o r-
I i sino sexual.
Caso 216: U n a m uchacha ch in a norteam ericana, b e lla y cu lta,
decía que a las muchachas chinas norteam ericanas les parecen los
blancos h irsutos más atractivos y v irile s que los lam piñ os chinos.

* Más adelante veremos el papel que en la tarea de diagnosticar desempeña


w “ tacto” .
216 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C il

Pero se consideran a sí mismas más atractivas y femeninas que


muchachas blancas, porque la fa lta de v e llo en su cuerpo les
rece p articularm ente fem enina y el com plem ento más satisfacior
para la v ir il pelam bre de los hom bres blancos.
Los caracteres raciales y los sexuales suelen vincularse tarnhi
p o r los m iem bros neuróticos y socialmente negativistas (D everni
1940b) del gru po dom inante. A lgunos de ellos sencillam ente trata
de parecer exóticos; otros in te n ta n realm ente im ita r el aspecto
una raza “ in fe rio r” (que se supone sexualmente desinhibida).
Caso 217: U na estudiante u nive rsita ria neurótica y bastante pv
miscua, que probablem ente tenía inclinaciones lesbianas reprim í
das, había h a lla d o el cuerpo sin vello de su com pañera de cuaiit
japonesa-norteamericana tan “ incita ntem en te ” fem enino, que oiré
ció a su amante del m om ento hacerse más atractiva depilándose
todo el cuerpo. Es probable que m otiva ra inconscientem ente esta
propo sició n el hecho de que visualizaba a veces el pubis lam piño
y pro tub e ra nte de la m uchachita como u n fa lo fem enino rud im e n ­
ta rio (B runsw ick, 1943).3
Algunas veces, la m od ifica ción deliberada que de su m odelo de
personalidad hace el in d iv id u o socialmente negativista puede ser
a ún jnás drástica.
Caso 218: U n jazzista blanco b o rd e rlin e —que consideraba casi
un dios a un legendario jazzista negro y p o r eso le rezaba— solía
p e d ir prestada la ropa a sus colegas negros, im ita b a el paso in d o ­
lente, de hepcat, del jazz y com pulsivam ente evertía los labios para
parecer negroide.
L a im p orta ncia del autom odelo en ninguna parte es tan n o to ­
ria como en ciertos tipos de seiídoatracciones sexuales interra cia ­
les, que suelen e je m p lific a r tan sólo lo que Freud (1957b) den om i­
naba “ la gran tendencia universal a la degradación en la vid a eró­
tica” . Estas seudoatracciones no representan una reacción positiva
a una pareja exóticam ente bella sino una h u id a de las parejas de
la p ro p ia raza, cuya semejanza racial con el padre o la m adre sus­
cita intolerables ansiedades edípicas. Tales reacciones —antes lim i­
tadas casi exclusivam ente a los hom bres— se han m anifestado desde
la em ancipación de la m u ie r en form a más marcada en la conducta
remenina (Devereux. 19G5h).
Cuso 21V; U na científica de la conducta atractiva e inteligente,

" Km o puede e xp lica r e l p#|»el p ro m in e n te que la d e p ila ció n to ta l desempeña


en una novela “ n A lim " rn lo .m ístico m e rito ria pero en lo psicológico es­
pantosamente peí venid#, en «pie se trata a las m ujeres digamos como si fueran
sodomitas. Ku est# novel# ne d ite que el ve llo p úbico es u n obstáculo para el
coito.
't i l l HUM A IOJU><> V KAZA 217

•(«!< <» muy neurótica, se interesaba sólo en los negros mu-


I*»vlues, incultos y de preferencia groseros y aun depra-
« I m I i í .i hecho incluso un m odelo m ental del negro “ re a l"
•pie d H rn d ía con muchos argum entos de apariencia cien-
■• <«lu que no le interesaban en lo absoluto los profesionales
iiupun y cultos, que para ella habían dejado de ser “ ver-
negros, es evidente que su tip o del negro “ id e a l” era tan
>u k i» to m o el de cu a lq u ie r racista. Sim bolizaba simplemen-
■<yo donde buscaba refu gio respecto de los problemas edí-

" it ii prueba o b je tiva de que nuestro autom odelo no desem-


■> papel in h ib id o r y deform ante es nuestra capacidad de
la belleza de u n m iem bro de otra raza de acuerdo con
api opiados para esa raza. Algunos m iem bros de razas sub-
' .idas son al menos preconscientemente conocedores de este

'20: Señalaba u n blanco a un intelectua l nacionalista ne-


• hei inosa m uchacha de p u ro origen africano y el o tro le
i to n cierta suspicacia qué era exactamente lo que le hacía
líin atractiva. Y habiendo rep lica do el blanco que era
■ me vivo d e l Benin, su in te rlo c u to r repuso con m ucho sen-
>«tío: “ Usted al menos nos entiende.”
lit o está que hay que d is tin g u ir rigorosam ente entre la apre-
i<'ni estética de las características reales de una raza y los cri-
m de belleza explícitos —y en parte nada realistas— de esa

•no 221 : H ab ie n d o yo alabado a un joven sedang la belleza de


•une hacha con la que acababa de casarse, negó que fuera bo-
> y me hizo ver que tenía los ojos grandes, que para los sedang
•. leus. Pero como los sedang suelen tener los ojos de un tamaño
im diano p o r lo menos, es evidente que yo había estimado de acuer­
do io n este c rite rio realista la belleza de su novia.
I os científicos del com portam iento —entre los cuales in clu yo a
luí médicos— que se form an en una sociedad con conciencia de
ni/a, inevitablem ente fo rm a n su autom odelo de acuerdo con las
m i.i<turísticas de su raza y —por lo general de un m odo casi in-
i mist ¡ente— lo com paran con su m odelo m ental de otras razas. De
ahí que su autom odelo pueda ejercer una in flu e n c ia nefasta en
mi fu n ció n diagnosticadora.
218 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

3. EL AUTOMODELO R AC IA L EN EL DIAGNOSTICO

Muchas de las observaciones que vamos a presentar las hice en la


Com prehensive M ed ica l Care C lin ic de la Escuela de M e d icin a de
la T e m p le U n iv e rs ity , donde una m añana cada semana durante
dos años enseñé a los estudiantes de m edicina de cuarto año (de
aquí en adelante llam ados “ doctores” ) a observar e in te rp re ta r los
ind icio s p siquiátricos que emergen en el curso de los exámenes fí­
sicos.4 En general, observaba a parejas de blanco y negro, doctor y
paciente, y siempre que podía escoger entre varias de esas diadas,
observaba de preferencia las parejas en que doctor y paciente eran
además de d is tin to sexo. C uando hay in fo rm a c ió n obtenida de otras
fuentes lo consigno así.
E l supuesto de que el paciente de o tra raza debe tener u n as­
pecto “ d iferen te ” conduce a inadvertencias en el diagnóstico con
tam a frecuencia como el desconocim iento de las diferencias racia­
les genuinas.
Caso 222: U n a doctora blanca capaz y concienzuda hizo un es­
tu d io diagnóstico com pleto de un negro de tre in ta y tantos años.
La anamnesis, los antecedentes médicos y las apreciaciones neuro-
lógicas, todo sugería que la notable delgadez de las p a n to rrilla s
del paciente se debía en parte a una sífilis terciaria y en parte
acaso a un accidente cerebrovascular (ataque) leve. Por eso, el diag­
nóstico y tra ta m ie n to correctos de este paciente requerían cuando
menos una “ conjetura de experto” acerca de hasta qué p u n to eran
causas la s ífilis o el ataque de la delgadez de sus p a n to rrilla s . Pero
en el m om ento en que el paciente se levantó de la mesa de exa­
m en —y dejó caer accidentalm ente su paño— se hizo patente que
debía tomarse en consideración un tercer factor. La conform ación
general del cuerpo del paciente —ligera lordosis, algo de esteato-
pigia, cabello en grano de p im ie n ta y las p a n to rrilla s delgadas—
indicaban que era descendiente de alguna de las tribu s sudafrica­
nas que se cruzaron con los hotentotes y /o los bosquimanos. Si
bien este descubrim iento no afectaba a la validez del diagnóstico
de atrofia m uscular debida a la s ífilis y /o al ataque, m odificaba
considerablem ente la apreciación del “ coeficiente de p ato log icid ad ”
de sus delgadas p a n to rrilla s y por eso in flu ía en la evaluación de
la gravedad de su estado,
Caso 22 L Estando yo trab aja nd o en un gran h osp ital donde ha­
bía n im bo s paucities Indios tuve que p ro po ne r repetidas veces se

4 I.t»» exilíam e» tld to » ÍN V in n i-ii la producción de m a te ria l p siquiátricam ente


im j>orum ie (<■«.»<» ¡3),
El. A U TO M O D E LO : SO M ATO TIPO V RAZA 219
rcstudiaran los diagnósticos de m etabolismo anorm alm ente b a jo y
ligero hípogonadism o, ya que las razas mongoloides suelen tener
un índice m etabólico relativam ente bajo y escasísimo ve llo púbico.
Otras dificu ltad es de diagnóstico se deben a una renuencia “ llen a
de tacto” —y probablem ente sólo preconsciente— a exam inar de­
tenidam ente las partes más distintivas del cuerpo de un paciente
racialm ente diferente.
Caso 224: N unca vi a un doctor exam inar ru tin a ria m e n te los.
anillos inguinales de u n n e g ro ... tal vez a causa del m ito de que
una característica racial del negro es su gran pene.
Caso 225: U na muchacha negra, de unos 16 años, alta, bien des­
a rrollada y ligeram ente g o rd ita llegó a la clínica quejándose de
pérdida ca pilar; tenía el cráneo cubierto tan sólo de un fin o y
escaso vello, de 5 o 7 cm de largo y erguido. A unque el doctor
le había exam inado el cuero cabelludo atentamente, no había abor­
dado de frente la h isto ria de su estado y por eso no pudo presentar
un diagnóstico cuando el inspector m édico y yo entramos en la
sala de reconocim iento. E l m édico jefe, hom bre m uy capaz y de
agradable franqueza, echó un vistazo al cabello de la m uchacha y
n i cosa de segundos vio que ésta había empleado u n alisador ba­
la to para el pelo, descuidadamente y en exceso. E l o tro doctor no
había indagado la p o sib ilid a d de un accidente cosmético, pro ba ­
blemente p or su renuencia “ llena de tacto” a h ab la r con la pacien­
te de su e xtra ño pelo y por su conocim iento del hecho de que los
Illancos tienden a burlarse de las negras que emplean alisadores
para el cabello. N o es probable que h ub ie ra dejado de averiguar
la p o sib ilid a d de un accidente cosmético de haberse tratado de
mía ru b ia blanca oxigenada, o sea una m u je r cuyo cabello h ub ie ra
sido p or lo demás “ n o rm a l” según el autom odelo de q u ie n hacía
r) diagnóstico.
Tam bién puede haber una renuencia “ llena de tacto” a p ro ­
pósito de la oscura p ie l del negro y de sus lesiones. N o puedo re­
m edar así, de p ro nto , un solo caso en que un doctor interrogara
espontáneamente a un paciente negro acerca de una lesión cutánea
<» una cicatriz que no estuvieran supurando o causando molestias.
Caso 226: U n doctor no preguntó a un negro por una antigua
y h o rrib le cicatriz que tenía en el cuadrante in fe rio r derecho del
abdomen. In te rro g a d o acerca de la om isión, explicó que le había
parecido un tajo p ro p in a d o con una navaja barbera, aunque pa­
iree d ifíc il de im a g in a r cómo h u b ie ra n pod id o h e rir al paciente
con una navaja en semejante lugar. En respuesta a una pregunta
directa, el paciente declaró que era una cicatriz de apendicecto-
mía y que su deficiente sutura se debía a que la operación se la
220 EL C IE N T ÍF IC O Y SL) CIEN C IA

había practicado u n m édico general en un hosp ital sureño de una


comarca apartada.
Caso 227; A un negro de cierta edad no se le preguntó p or m u ­
chas cicatrices curadas, de 1.5 a 3 cm de d iá m e tro y d istribu ida s
por una región de unos 100 cm- en cada e spinilla. Acabamos por
descubrir que había sido barrendero y que las lesiones se las habían
p ro d u cid o los boles de basura ¡legándole en las espinillas. Este
caso es m uy dig no de atención porque el d octor era un joven
excepcionalm ente capaz y consciente, y decidid o defensor de los
negros.
O tra parte que suele descuidarse en el cuerpo de los pacientes
negros es la m ita d in fe rio r, característicamente prógnata, del ros­
tro. M uchos doctores exam inaban la nariz y la cavidad bucal de
sus pacientes negros con cierta precip ita ció n, a menos que la ín ­
dole de las quejas del paciente hiciera necesario un reconocim ien­
to detallado.
Caso 228: U na m u je r negra bastante joven se quejaba de d ive r­
sos síntomas gastrointestinales. A u n q u e el doctor exam inó ru tin a ­
riam ente su boca y garganta, no a d v irtió , inxeplicablem ente, que
casi no le quedaban dientes. Fue el m édico jefe quien al fin des­
cu b rió que buena parte de los trastornos gastrointestinales de la
paciente se debían a una m asticación insuficiente.
El hecho de que muchos negros tengan los pies planos explica
tal vez el cjue raram ente se los exam inen con atención.
Caso 229: H aciendo la visita con un profesor a u x ilia r de pedia­
tría en una escuela de m edicina del sur vi que un estudiante de
m edicina ele cuarto año y el pediatra residente exam inaban per­
plejos a un n iñ o negro de 6 años de edad que llevaba varios días
saltando a la paticoja. Como el com pañero de juego h a b itu a l del
pequeño paciente acababa de ser hospitalizado con p o lio m ie litis ,
lo estaban reconociendo con p a rtic u la r cuidado para ver si presen-
taba síntomas de esa enferm edad, pero los resultados fu eron to ta l­
mente negativos. C uando advertí que el profesor tampoco llegaba
a un diagnóstico sugerí con cierta tim idez que vieran si el c h iq u i­
llo tenia los pies planos. Después de algunas bromas bonachonas
aceita de mis (alemos de pediatra, no sólo descubrimos que tenía
los pies m uy planos .sino que además, para co rreg ir este defecto, la
mache le halda H im p la d o míos zapatos ortopédicos sin prescrip­
ción, y le venían (al mal «pie se veía o bligado a andar a la pa­
ticoja.
Caso ' U>. Una tim jn negra muy obesa, de edad mediana, v o l­
vió valias veces a la clínica porque, aun siguiendo escrupulosa­
mente las m sii u<( Iones dietéticas, no perdía peso. Finalm ente ob-
I l, A U T O M O D rL O : SOM ATO TIPO Y RAZA 221

servé que sus pies eran masas inform es llenas de callos, juanetes,
(hielos torcidos y uñas m al cortadas. E l estado de sus pies la había
in m o viliza d o prácticam ente, y eso había im p ed ido que perdiera
peso.
Algunas veces hay tam bién tendencia a pasar por alto las con­
diciones que se sabe son raras en una raza dada.
('.aso 231: U n doctor no hizo n in g ú n caso del n o to rio hirsutis-
m<> facial de una joven negra p o r más que, dada la clara p ie l de
la paciente, fuera bastante lla m a tivo .
En cam bio, el doctor joven suele tener bien presentes, como debe
ser, las enfermedades conocidas por su frecuencia en determ inada
laza. De ahí que nunca haya visto al doctor joven menos capaci­
tado descuidar una ind icación de anemia drepanocítica en un
paciente negro, n i dejar de buscar cuidadosamente tumores íib ro i-
des en el útero.
En general, los descuidos debidos al autom odelo parecen lim i­
tarse a dolencias relativam ente poco im portantes y en verdad, nun-
i a tuve la im presión de que se reconociera a los pacientes negros
menos atentam ente que a los blancos, n i ta l negligencia hubiera
sido tolerada en n in g u n o de los tres hospitales mencionados en
los casos que preceden.5
El papel que desempeña el autom odelo en el diagnóstico psi­
q u iá tric o sólo puede verse brevemente, en parte porque este capí­
tu lo está consagrado ante todo al análisis del autom odelo somático
y en parte porque ya he estudiado el problem a en otras p u b lic a ­
ciones (Devereux, 1951a, 1956c, 1961a, 1963a). Baste destacar que
n i el diagnóstico p s iq u iá tric o in te rc u ltu ra l, las distintas experien-
<¡as culturales de terapeuta y paciente constituyen obstáculos de
gran m a g n itu d para el diagnóstico adecuado y la com unicación
terapéutica. D ificu lta d e s semejantes se h a lla n en la p s iq u ia tría in ­
fa n til (Devereux, 1965b).
En cuanto al problem a caro a los antropólogos antipsicoanalí-
ticos, n in g ú n analista sensato duda verdaderam ente de que haya
apegos y hostilidades edípicos diferentem ente d istribu ido s, en las
sociedades m atrilin ea les y tam bién en aquellas donde, debido a la
in flu e n cia de un sistema cla sifica to rio de parentesco, hay varias
personas que cum plen funciones maternas (y¡o paternas). Es evi­
dente asimismo que la o rien ta ción de las hostilidades edípicas ha-

“ La discrim in a ció n racial es in im a g in a b le en el T e m p le U n ive rsity H ospital.


Kl d ire c to r m édico del Western H o sp ita l, muchos de cuyos pacientes son indios,
es un n o to rio defensor de los derechos de los indios. En cuanto al Southern
H o sp ita l, es conocido entre los negros como el ú n ico de la región que los trata
no sólo con competencia sino tam bién con cortesía.
222 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

cia el tío m aterno y del afecto p ositivo (homosexual) hacia el pa­


d re b io lóg ico (M a lin o w s k i, 1932) pueden c o n fu n d ir a u n analista
sin preparación antropológica cuya p ro p ia reacción edípica in fa n ­
t i l de am or y odio no se escindió entre padre y tío m aterno. T o d o
esto, claro está, no tiene nada que ver con la validez básica de la
teoría psicoanalítica.
E l autom odelo in flu y e en el diagnóstico p s iq u iá tric o de dos
modos:
1. Antes de tom ar un curso de e tno psiq uia tría, los residentes
psiq uiá trico s —y a veces incluso los psiquiatras calificados— tienden
a considerar toda desviación respecto de las normas de su p ro p io
g ru p o como patognom ónica de enferm edad psicológica; las pautas
de co m p orta m ie nto indias acostumbradas pueden así evaluarse
com o síntomas. E l papel de u n autom odelo más in d iv id u a l en el
diagnóstico y en la fo rm u la ció n de objetivos terapéuticos se hace
resaltar con el amargo chiste que debería lle va r todo lib r o de texto
de p s iq u ia tría : “ Cóm o ser más como yo.”
2. Después de tom ar un curso de etno psiq uia tría, los residentes
p siquiátricos a veces se vuelven m uy exagerados en sus apreciacio­
nes y son capaces de d e fin ir c u a lq u ie r síntom a m anifiesto de en­
ferm edad p siq u iá trica como “ co m portam iento in d io n o rm a l” . U na
vez hube de salvar de la silla eléctrica a dos ind ios p ueblo cuyas
alucinaciones y fantasías habían sido diagnosticadas erróneam ente
-como “ creencia in d ia ” (Devereux, 1956c).
E n resumen, las observaciones que quedan hechas in d ic a n que
la aplicación p or el diagnosticador de su autom odelo idealizado so­
m ático, psicológico y c u ltu ra l, como línea d ire c triz para el diag­
nóstico tiende a im p e d ir la fo rm u la c ió n de diagnósticos atinados.
En cuanto a la in flu e n cia de los diversos modelos de pensamien­
to —que corresponden en el n ive l c u ltu ra l al autom odelo de diag­
nóstico som ático— en la la b o r p siq u iá trica , ya fue exam inada en
o tra parte (Devereux, 1958b) y no es necesario que nos ocupe más
on este contexto.
O A F ÍT U L O X V

l£L A U T O M O D E L O : E L SEXO

La m ateria de que se ocupa este ca p ítu lo no es la sexualidad sino


r l papel que el autom odelo sexual del c ie n tífico del com portam ien­
to desempeña en su m al e n te n d im ie n to de aquélla.

I. t. L D E S A F ÍO D E L D IM O R F IS M O SEXUAL

Id hecho de que la h u m a n id a d se componga de machos y hembras


nunca ha sido aceptado como u n hecho irre d u c tib le , que es y ya.
Se sentía como un desafío in te le ctu a l y una causa de ansiedad des­
de los tiem pos más antiguos de que hay documentos humanos,
in< luyendo los m itos. Los m itos de los p rim itiv o s , el famoso m ito
platónico (Banquete, 189E ss.) del h e rm a fro d ita p rim o rd ia l y cier­
tos géneros de “ ciencia” m oderna p o r igu al tra ta n de “ e x p lic a r”
no es necesario decir que m etafísicam ente—, u n hecho irre d u c ti­
ble, cuyas propiedades e im plicaciones sólo pueden estudiarse cien-
tilicam ente.1
Ahora bien, es evidente (ca p ítu lo x iv ) que el hom bre trata de
''ju s tific a r” (— e xp lica r m etafísicam ente) o m ito lo g iz a r sólo aque­
llos fenómenos naturales cuyo carácter irre d u c tib le se niega a acep-
tni. De ahí que el hecho de que el género hum ano siempre haya
iniiolo giza do —y ú ltim a m e n te con jerga c ie n tífic a — la existencia
d r los dos sexos sea una prueba p rim a fa d e de que se niega a acep­
tar que es un hecho irre d u ctib le , cuyo e nte n d im ie n to sólo puede
im p e d ir el supuesto de que sea algo que requiera “ e xp lica ció n ” ,
o m \ i una ju stific a c ió n m etafísica en form a de Just so stories para
gnu litados de universidad.
K m resumen, cada ser hum ano se sentía y siente p e rple jo ante
H hecho de que o tro ser, congruente en casi todos los respectos

• II** m odo semejante, muchos textos de sociología empiezan con una e xplica­
tio n del gregarismo hum ano, olvidándose del hecho de que siendo el hom bre
Uim especie gregaria (aunque no necesariamente “ social” ), el que requiere una
«‘«pli* ación c ie n tífica —no m etafísica— no es el ho m b re gregario sino el e rm itaño.
[223]
224 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

con su p ro p io autom odelo (de él o de ella), tu viera que ser tan


d iferen te en uno: la sexualidad. N uestro azoro y exasperación en
presencia del o tro sexo no es m uy d iferen te del que sentimos
en presencia del m ono superior, que sencillam ente no tiene “ de­
recho ’ de ser al mismo tiem po tan parecido a nuestro autom odeio
y a pesar de todo tan diferen te .2 Más aún, hombres y m ujeres pro­
bablem ente se sienten aún más perplejos que los perros se senti­
rían si p ud ie ran pensar que el sexo opuesto pertenece a su misma
especie, sim plem ente porque el d im o rfism o sexual es más p ro n u n ­
ciado en el género h um ano —aunque no en el m ism o grado en
todas las razas— que en la m ayoría de los demás mamíferos. A ñá­
dase a esto que buena parte del a lto grado de d im o rfis m o sexual
se debe a la fem ineidad conspicua de la m u je r, que siempre es se-
xualm ente receptiva y tiene pechos permanentes. E l hom bre no es
m ucho más obviam ente macho que el caballo semental; la m ujer
es m ucho más visiblem ente hem bra que la yegua, aunque, para­
dójicam ente, la envidia del pene sea en la m u je r más pronunciada
que la e nvidia del pecho en el hom bre.3
En años recientes se ha estudiado cuidadosamente (M ead, 1949a)
la conducta ligada al sexo determ inada por la c u ltu ra y los cien­
tíficos ya no la confunden con el co m portam iento innato. En
cambio, los tipos conjugados de com portam iento ligado al sexo
tpie —como el interés de las mujeres p o r los hombres y el de los
hombres por las m ujeres— son en p u rid a d respuestas y reacciones
a la existencia y /o las características del sexo opuesto, siguen sien­
do tratados, franca o im p lícita m e n te , como co m p orta m ie nto inhe­
rente liga do al sexo. Pero en realidad parecen ser, al menos en
parte, medios de a u to d e fin ició n sexual (Grecnson, 1965).
N i siquiera el psicoanálisis está a salvo de todo reproche a este
respecto. N o cabe duda que la tendencia de las m ujeres a soñar
(más o menos sim bólicam ente) con el coito durante una m ita d del
ciclo m enstrual y cotí bebés d urante la otra es un com portam iento
inherente ligado al sexo, puesto que está sincronizado con cambios
demostrables del e q u ilib rio h o rm o na l que ocurren durante el ti
d o m enstrual (Henedek y R ub inste in, 1942).4 En cambio, la envi1

1 I\1 Im m liir parece más preocupado p o r re p u d ia r su parentesco con el mono


<|ur io n unos animales. De a llí <|ii - aun cuando ya A rq u ílo co m enciona el mono
(el'. 1ÍIM I.. It.) (siglo vn a. de O.), no conozco n in g ú n m ito griego de cohabita
ciúii con un mono. Kslo ¡naso e xp liq u e tam bién p o r qué son pocos los ¡ndivi
duns y tum os aún las agínpa< iones que tengan p o r a nim al fa v o rito el mono.
* Aunque algo p in fe m lu ixta , la disquisición más im a gina tiva , pero atemperada
y seiin que to n o /m de la,i Im putaciones sodopsicológicas del d im o rfism o sexual
hum ano ex la de l a Mane (IW rl),
' Ú ltim a m e n te se lino Im pugnado estas apreciaciones.
il. a u to m o d e lo : e l sexo 225

día del pene en la m u je r y su com plejo de castración, aunque u n i­


versales, sólo están ligados al sexo en el sentido de que los provoca
lu existencia del macho, que tiene pene.5 De m odo semejante, el
n m ip le jo de castración del varón está indisolub lem e nte liga do a
lu existencia del sexo fem enino, sin pene, y representa una reac-
i lón a él. T a m b ié n parece evidente que el d ete rio ro del auto-
modelo fem enino —cuyo ejem plo es el com plejo de castración fe­
m enino— corresponde al deterioro del m odelo que tienen de sí
las m inorías raciales oprim idas. L a m u je r se siente inadecuada
nolo porque, a diferencia del hom bre, no posee pene; el negro
ihm leam ericano se siente inadecuado sólo porque, a diferencia del
Illanco, no tiene la piel clara y el cabello suave. Y a la inversa,
algunos hom bres se sienten inferiores porque, a diferencia de las
mujeres, no tienen pechos y no pueden p a rir (caso 246), m ientras
que algunos blancos se sienten inferiores a los negros, que tienen
lama de estar m ejor dotados que ellos sexualmente. Esto explica
en parte por qué se in te rp re ta n a veces los caracteres raciales como
nI lucran caracteres sexuales y se les a trib uye u n “ significado” se­
nna I (cap ítu lo xiv).
I ,a d is tin c ió n entre características auténticam ente inherentes l i ­
gadas al sexo y las que podríam os lla m a r com plem entarias o con­
jugadas ligadas al sexo, y provocadas por la existencia del o tro
who no se ha tomado, que yo sepa, explícitam ente en cuenta en
luí investigaciones acerca de las diferencias ligadas al sexo, aunque
i'Mo representaría sin duda un paso en dirección de una m ayor
i ai tonalidad.
La d is tin c ió n que acabamos de hacer tiene además im portantes
innsecuencias prácticas. El reconocim iento de que algunos rasgos
um versalmente vinculados con el sexo no son p rim arios e inheren­
te* sino que representan respuestas com plem entarias y conjugadas
il lu irre d u c tib le existencia del o tro sexo im p lic a que, d e n tro de
lin io s lím ites, pueden ser modelados y m odificados p o r la educa-
l lón. Por eso no creo posible im p e d ir to ta lm en te la apa rición del
MMiipIcjo de castración m asculino n i del fem enino. Pero en tanto
l i ’preseuta un com p orta m ie nto conjugado, es claram ente posible
Im pedir que tome proporciones catastróficas y se vuelva núcleo de
h i m grave neurosis.

( la s o 2 1 2 : U na joven ama de casa de edad mediana, en análisis,


liiHisila en que las mujeres no tenían verdaderos órganos genita­
les lo que las personas llam aban amablemente genitales femeninos 1

1 Al fo rm u la r así m i enunciado he evitado, según creo, la falacia de no tra ta r


! i inexistencia de los dos sexos como un hecho irre d u ctib le .
226 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

era solamente u n v a d o o una carencia. Por consiguiente, recha­


zaba todas mis menciones de los genitales femeninos como eufe­
mismos insinceros, inventados para la ocasión. Este estancamiento
d u ró hasta que la analizanda descubrió que m i a rtíc u lo sobre el
com plejo de castración fem enino (Devereux, 1960a) aseveraba ex­
p lícitam ente que las mujeres poseen órganos sexuales. A u n q u e esto
no la persuadió a l p un to de que las mujeres tenían genitales ver­
daderos, al menos demostraba que yo —quizá erróneam ente— creía
en su existencia m ucho antes de que e lla entrara en análisis, y que
p o r lo tanto no estaba tratando de consolarla con m entiras d eli­
beradas. Esta ligera m ella en sus frenéticas negaciones no tardó
en cond ucir a la desintegración de aquel núcleo p articularm ente
resistente de su m u ltifa cé tica neurosis. Cuando al fin pud o reco­
nocer que las mujeres tienen genitales verdaderos se c o n v irtió , des­
pués de casi 20 años de m a trim o n io , en una esposa amante y apa­
sionada y una madre afectuosa.6
Los humanos reaccionan de modos m uy diversos a la “ paradoja”
de que los hombres son m uy diferentes de las m ujeres aunque per­
tenezcan a la misma especie. E l más típ ic o es el del reconocim iento
seudoobjetivo de las diferencias, su m axim ización o m in im iza ció n,
así como ciertas soluciones de transacción que apunta a crear un
autom odelo y u n tip o in te rm e d io (y a veces n e u tro ) o bien a abo­
l i r todo tip o de autom odelo vincu lad o con el sexo.
L a mera existencia de diferencias se acentúa de diversos modos:
p o r la d ivisió n del trabajo, p or vestimenta y conducta distintos, por
la creación de un lenguaje especial para las mujeres, y así sucesi­
vamente. Estas normas diferenciales suelen racionalizarse después
postulando que hay algo innatam ente p ro p io de los hom bres con­
form e a la pauta m asculina (form ulad a cu lturalm en te) y de las
mujeres a la femenina.
Caso 232: U n mohave le decía enojado a su esposa que llevar
agua era tarea fem enina porque la m u je r tiene v a g in a . . . que al
parecer simbolizaba para él u n recipiente.
Caso 234: Según Engle (1942), los griegos a trib u ía n el buen asien­
to y equitación de las amazonas a sus grandes nalgas y caderas.
Algunos otros grupos consideran que la anchura de la pelvis hace

* Kl enten d im ie n to de la verdadera a m p litu d y variedad de los rasgos y reac­


cione* c n ii|ugudm ligado* al sexo conduciría a una relación más feliz, satisfac­
to ria y (e iu lu la m t i r lo* sexo*. N a turalm ente, esto es razón suficiente para que
q u irn e *, io n io lo* h u ll ir» *<< a lim e nta n de carroña, viven de la m iseria sexual
de la hum anidad, *c opongan a esos estudios con todos los medios de que
disponen.
p i. a u t o m o d e l o : el sexo 227

•i la m u je r excepcionalraente capaz de cargar grandes pesos, ya que


|i« im ero lleva al feto en el seno'y después al h ijo en la cadera.
Algunas diferencias al parecer universales, aunque claramente
ligadas a l sexo, no son innatas sino que representan u n ajuste se-
hii.i 1 específico a las características del sexo opuesto.
Caso 235: L a tendencia, que parece universal, de la m u je r a ser-
monear, regañar e in trig a r es probablem ente poco más que el in ­
m uto p o r su parte de medirse con el varón, físicamente más
fuerte.7
I,a m a xim iza tio n de las diferencias puede llevar a opiniones ex-
i u tnosas, y aun a veces grotescas.
Caso 236: Algunos mahometanos creen que sólo los hombres tie-
tirn alma.
Caso 237: T a n to los campesinos como las campesinas húngaros
Maman a veces a la m u je r asszonyi áliâ t (anim al fem enil). Esto no
et una expresión peyorativa puesto que la palabra asszony (m ujer)
no puede aplicarse a las hembras de los animales; fue o rig in a l­
mente palabra de respeto, equivalente de “ dam a” . Además, no
Im plica que la m u je r no tenga alma, puesto que u n campesino
húngaro, cuando habla compasiva o afectuosamente de u n anim al
doméstico, suele lla m a rlo lelkes (que tiene alma). De hecho, como
la palabra lelkes, la expresión asszonyi á lla t la emplean tam bién
Milite todo en sentido compasivo los hombres, m ientras que las
mujeres se sirven de e lla para m anifestar lástim a de sí mismas o
un sentim iento de desamparo.
Caso 238: 'Pocas mujeres exageran su fem ineidad e x te rio r más
que las norteamericanas, desfeminizadas pero archivestidas; y po­
ms hombres exageran la a ctitu d de “ macho” más que los nortéa­
me ricanos, regidos por la mamá.
¡.a m in im iz a tio n de las diferencias es una m aniobra m ucho más
m m p leja. Su argum ento básico es que la m u je r es hum ana antes
•I ue m u je r, lo que suele conducir, no a la innegable conclusión
•le que es u n ser hum ano y como a ta l hay que tra ta rlo , sino a
una a firm ació n de su derecho de ser un hombre. Los feministas
que profesan abordar este problem a de frente, lo hacen tan sólo
para m ejor soslayarlo. Su premisa h a b itu a l es que hasta ahora sólo
.t los hombres se p e rm itía ser humanos. Esta declaración les per­
m ite entonces tra ta r incluso rasgos netamente masculinos como ge-1

1 En e l m ism o sentido, la n o to ria capacidad que el perro tiene de halagar


i*i en gran parte consecuencia de su simbiosis con el hom bre; los pocos espe-
«imenes de perros salvajes que han sido domesticados son visiblem ente menos
propensos a la adulación.
228 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

néricam ente humanos, lo que equivale a negar que la m asculinidad


sea u n fenómeno sui generis. De este m odo se nos hace volver a
la antigua falacia de que la m u je r sólo puede ser hum ana siendo
hom bre. C on toda seguridad, la e nvidia del pene no puede ir más
allá, n i la irra cio n a lid a d que desencadena manifestarse de modo
más claro.
E l argum ento de que la m u je r es un ser hum ano antes que m u ­
je r entraña otra falacia, y m uy reveladora, que indirectam ente nie­
ga la irre d u c tib ilid a d de la existencia de dos sexos. C iertam ente,
no se puede ser hum ano antes que varón o m ujer, porque es im ­
posible ser hum ano sin ser varón o m u je r: la v irilid a d y la fe m i­
neidad son constituyentes intrínsecas ta n to del concepto como de
la realidad de los seres humanos. Es, además, probablem ente ile ­
g ítim o, incluso en form a o pe ra tion al, decir que el concepto de
“ hum ano” es más “ general” o más “ com prensivo” que el concepto
de “ v a ró n " o “ m u je r” ( = “ sexuado” ), puesto que una de las ca­
racterísticas básicas de lo v a ro n il es una serie de pautas de com­
p o rtam ien to que representan una reacción a las mujeres, cuya exis­
tencia presupone ento nce s... y viceversa, claro está. Si estas pautas
conjugadas dejaran de e xistir, lo m asculino y lo fem enino (o sea
lo que tiene un sexo) dejaría de tener significado en sentido ope­
ra tio n a l. En suma: es im posible ser hum an o sin ser sim ultáneam en­
te sexuado: m asculino o fem enino. T a n to lo v ir il como lo feme­
n in o presuponen im p lícitam e nte la existencia del o tro sexo y re­
presentan reacciones significantes a su existencia. En cierto m odo
podríamos incluso aducir que la existencia de los hombres “ crea”
la fem ineidad y la de las mujeres “ crea” la m asculinidad.
E l pobre subterfugio de que el concepto de “ h um a n o ” es más
"generalizado” y p or ende más “ fu nd am e nta l” que los conceptos
de “ va ró n ” y “ m u je r” nos lleva directam ente a la solución de tra n ­
sacción que es el autom odelo sexual in te rm e d io o, si se prefiere,
“ generalizado” . En efecto, esta transacción lim ita ría la m anifesta­
ción com portam ental de lo m asculino y lo fem enino a la esfera
co ital y de la reproducción. Pero como el d im orfism o sexual, tanto
físico como físico lógico, de la especie hum ana está especialmente.
desarrollado, esta transacción empobrecería y esquematizaría todas
las relaciones humanas, aun d e n tro de grupos de un m ism o sexo,
puesto que en todo el m undo, incluso la interacción d en tro de un
grupo de un solo sexo gira en gran parte en to rn o a la conciencia
de la existencia del sexo opuesto (ausente). E l em pobrecim iento de
la relación entre los sexos sería n aturalm ente aún m ayor, sobre
todo en lo sexual. Esto deleitaría a Platón, quien ideó una “ repú­
b lica ” im pcrsonaliiiente promiscua, o a San A gustín, in v e n to r d é la
it . au to m o d elo : el sexo 229

teocrática “ C iud ad de D ios” , pero es d ifíc il que gustara a las per­


sonas normales.
La segunda solución de transacción, que sería la a b o lició n de
lodos los aulom odclos vinculados con el sexo, es m^s h ipotética
que real, porque los modelos vinculados con el sexo parecen ser
singularm ente resistentes a las medias tintas. N in g u n a m u je r re­
nuncia al m odelo fem enino de personalidad y n in g ú n hom bre al
masculino —n i siquiera fuera de la esfera sexual— sin adoptar de
Inm ediato el autom odelo del o tro sexo.
Caso 239: Vong, el hom bre mas a lto y fuerte de Tea Ha, se
Identificaba conscientemente con las mujeres y trataba de hacer
m is cesterías tan bellas como los tejidos de ellas. A l m ism o tiem po,
un era más apreciablem ente hom osexual que cu a lq u ie r o tro sedang
noli ero.
En cuanto a la im ita ció n del autom odelo del sexo opuesto, in ­
cluso p o r los trasvestistas p rim itiv o s (Devereux, 1937a), este fenó­
meno es demasiado bien conocido como para que merezca un exa­
men detallado.
Aún más reveladora es la existencia de medios señaladamente
viriles o femeninos para ser en la práctica, un n eutro; el tip o de
ln solterona asexuada d ifie re de m odo radical del tip o igualm ente
iMcxuado del solterón. E incluso en el com portam iento de los eunu­
cos se advierte la in flu e n cia de automodelos vinculados con el sexo.
Caso 240: Algunos eunucos que en su mocedad habían sido so-
m clidos a prácticas homosexuales se h icie ro n invertidos. Otros, que
m iiiio el b íb lic o P u tifa r se h icie ro n ricos e influyentes, a veces se

Misaban y, en T u rq u ía , tenían grandes harenes. En cuanto a l in ­


válido eunuco b iza n tin o Narscs, fue después de Belisario el m ejor
general de su tiem po. Según Stendhal, un eunuco fue d uran te cier­
to tiem po el amante o fic ia l de una condesa ita lia n a (Stendhal; Crd-
tiieas de Ita lia ).
Las componendas que tra ta n ele a b o lir los autom odelos sexuales
lndicalm ente llevan —como suele suceder con las componendas— a
extremos groiescos. Unos pocos científicos de la conducta suelen
preconizar lo que podría denom inarse la concepción de un "a m ­
p lio espectro” de la n o rm a lid a d sexual, que ya no distingue entre
sexualidad m asculina y fem enina y considera n o rm a l no sólo la
elección de c u a lq u ie r pareja —o de n ;nguna (como en la m astur­
bación)— sino tam bién toda form a de com portam iento "sexual” ,
(ululándose en que todos p ro po rcio na n satisfacción y a liv io .8
" lisie m odo de ve r va más a llá de la sexualidad “ de a m p lio espectro’’ de los
t|ii<‘|'os, que incluso en la hom osexualidad im ita b a la not ma de macho y hembra
64).
230 E L C IE N T ÍF IC O Y SC C IE N C IA

U na fa lla relativam ente m ín im a de tales teorías es que las per­


versiones, como es sabido, p ro curan menos satisfacción y a liv io que
los actos normales. Esto me llevó a c o n c lu ir que uno de los ob­
jetivos inconscientes de la perversión es la reducción y el c o n tro l
de la intensidad de la g ra tifica ció n sexual (Devereux, 1961a).
E l defecto fu nd am e nta l de estos modos de ver es que separan el
im p ulso sexual —im p líc ita y tendenciosamente d e fin id o como fu er­
za independiente de la m asculinidad y la fe m in id a d — de la exis­
tencia de los dos sexos, o lvid a n d o que la am iba no tienen nin gu na
p u lsió n sexual porque las amibas no son hembras n i machos, ya
que no tienen sexo. La noción de u n im p ulso sexual ' ‘n o rm a l” (ge­
neralizado) que no sería fundam entalm ente macho n i hem bra es,
ta n to lógica como operacionalm ente, no sólo una ficció n sino ade­
más una to ntería de marca m ayor.9
Realmente, el m odelo sexual es tan fu nd am e nta l e in e lu d ib le
que aunque los egipcios (helenísticos [?]) creían que todos los b u i­
tres eran hembras y las preñaba el viento, sus nociones acerca del
co m portam iento “ c o ita l” de los buitres (“ hem bras” ) procedían del
co m portam iento observable en las hembras de las aves en el p ro ­
ceso de fecundación p o r los machos de su especie (P lutarco: Cues­
tiones romanas, n úm . 93, 286C). De donde, p o r m uy “ exótico ” que
pueda ser el co m portam iento o la elección de o b je to sexual,10 su
m odelo inconsciente —si bien a veces distorsionado o incluso nega­
tiv o — es de todos modos básicamente la pauta m asculina o feme­
n in a (caso 240).
L a com prensión de estas falacias no basta para hacernos racio­
nales en las cosas del sexo, pero p o r lo menos nos ayuda a enten­
der cuán enorm e es nuestra irra c io n a lid a d , sobre todo cuando que­
remos ser im posiblem ente racionales (cap ítu lo ix ) acerca de lo
sexual.

2. I.A IN F L U E N C IA D E L A U T O M O D E L O E N L A
IN V E S T IG A C IÓ N S E X U A L Y L A LA B O R D E D IAG N Ó S TIC O

Siendo nuestro cuerpo la base del autom odelo y un im p o rta n te


p u n to de referencia en la organización perceptual del m edio, el*

* Aunque m tiu teoría» rep i enrulan en p a rte una reacción a la insensata per­
secución « n n iiii lo s e x iiu liu rtitr anorm al, dan más créd ito a la h u m a n id a d de
SUR rxjxiiirMii'n que a m i tr o !id o ro im in .
,0 F.l em pleo de (tt pulido n "o b je to ” es le g itim o cuando se habla de las per-
versionrN, que siempre m ln lm l/un la h u m a n id a d del com pañero (cap ítu lo ix).
■ i. auto m o d elo : el sexo 231

d im orfism o sexual im p id e la com prensión em pática y autorreso-


nante del organism o y de las funciones del o tro sexo vinculadas
(on lo sexual. Esta d ific u lta d se m anifiesta con m áxim a clarida d
n i la práctica ginecológica, aunque con seguridad no se lim ita
M ella.
Las diferencias anatómicas pueden negarlas no sólo los p r im it i­
vos sino tam bién el inconsciente de los ginecólogos neuróticos.
Caso 241: U n m arido somalí, cuya esposa no p u d o o rin a r p o r la
ventana de la m ezquita en que accidentalm ente habían quedado
encerrados, m a ld ijo a la persona que la había clitoride cto m izad o
(R óheim , 1932). Esto im p lic a que la clito rid e cto m ía —a que se so­
meten todas las m ujeres somalíes— era como una ablación del pene
(no existente) de la m u je r. Y ta m b ién creía, como muchas mujeres
Meen, que las m ujeres o rin a n p o r el clitoris.
Caso 242: U n psicoanalista m édico había analizado a un c iru ja ­
no ginecólogo (1) de excepcional h a b ilid a d que creía firm em ente
que las m ujeres tenían pene, aunque su form ación y experiencia
pro lesiónales h ub ie ran debido decirle que no era así. Se aferraba a
ruta idea —al p rin c ip io inconsciente— tan tenazmente que su ana-
lisia hubo de m ostrarle periódicam ente un lib ro de anatomía, para
convencerlo, al menos de m om ento, de que las hembras no tienen
pene. E l análisis reveló que el o b je tivo inconsciente de las ope-
I aciones ginecológicas de aquel c iru ja n o era encontrar el fa lo fe­
m enino.
La negación inconsciente de las diferencias sexuales anatómicas
puede incluso hacer que los médicos neuróticos ejecuten opera-
( iones cuyo objeto inconsciente parece ser la e lim in a ció n de los
óiganos característicos del o tro sexo, que parecen “ superfluos” se­
gún el autom odelo ligado al sexo del médico.
Caso 243: U n m édico general n eurótico practicó la ablación del
útero innecesariam ente a su esposa y a todas sus hijas. U n hom bre
i uya esposa había m uerto de cáncer del pecho persuadió a un ci-
lu ja n o de que le hiciera la ablación de los “ pechos” a su h ijo .
Caso 244: U n aviador aliado que había sido abatido p o r los ale­
manes y al parecer tenía una herida en el músculo del m uslo fue,
hasta donde pudo determ inarse posteriorm ente, castrado tam bién
•un ju s tific a c ió n alguna p o r una doctora nazi que trabajaba en u n
hospital de prisioneros de guerra.
Com o q uiera que ya M e n n in g e r (1938) analizó detalladam ente
l¡i m otiva ció n neurótica de las operaciones innecesarias, baste des­
tacar aquí el papel que la negación inconsciente del d im orfism o
«ex nal desempeña en las operaciones que entrañan e x tirp a c ió n to ­
tal o parcial de los órganos sexuales de pacientes del o tro sexo. Es
232 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

posible que se h icie ra n m mos histerectomías si todos los cirujanos


ginecólogos fueran m u je re ., y lo m ism o puede decirse de las mas-
tectomías. Y a la inversa, la tendencia norteam ericana a circu n ci­
da. a todos los varoncitos recién nacidos tal vez esté relacionada
on el creciente núm ero de m ujeres que ejercen la profesión mé-
d ca. C iertam ente, eso es innecesario en m edicina (caso 76).
Estas negaciones extremosas de las diferencias sexuales son re­
lativam ente raras en el campo de la anatom ía, pero bastante com u­
nes en relación con las funciones sexuales diferentes del o tro sexo.
Caso 245: U na vez tuve que decirle a u n trab aja do r social joven
que era incongruente decir a una cliente que se quejaba de calam­
bres m enstruales: “ Sé exactamente cómo se siente usted." C laro
está que este dicho era ante todo p ro p io de la jerga del trabajo
social, pero el hecho de que se le ocurrie ra en una coyuntura tan
im p ro p ia debe interpretarse cuando menos como negativa incons­
ciente de su incapacidad de em patizar autorresonantcm cnte, con
rep etició n en sí mismo, de una experiencia exclusivam ente feme­
n in a . . . y posiblem ente incluso una negación inconsciente de to­
das las diferencias sexuales funcionales.
La incapacidad de em patizar autorresonantem ente con las expe­
riencias diferentes del sexo opuesto —que sencillam ente no son
parte del re p e rto rio potencial de nuestro p ro p io sexo— no puede
vencerse n i p or la preparación médica n i p or el psicoanálisis. I n ­
necesario es decir que lo que crea el problem a c ie n tífic o no es esa
incapacidad irre d u c tib le sino los intentos más o menos inconscien­
tes de e q u ip a ra r las funciones ligadas al sexo del sexo opuesto,
bien con ciertas funciones no homologas, ligadas al sexo, de nues­
tro p ro p io organism o o bien con algunas funciones fisiológicas no
específicamente sexuales.
L a necesidad de persuadirse uno de que entiende autorresonan-
temente las experiencias del o tro sexo conduce a algunas curiosas
fantasías neuróticas, culturales y aun médicas.
E l n eurótico puede negarse a reconocer que el sexo opuesto tie ­
ne funciones d istintas porque todo lo que queda fuera de su p ro ­
p io re p erto rio lo in te rp re ta como una m anifestación de m isterioso
poder.
Caso 246: U n in d iv id u o gravemente obsesivo com pulsivo insis­
tía tcuazmente cu que los.hom bres no nacían del órgano sexual
fem enino, sino del o m b lig o, que tienen igualm ente hom bres y m u ­
jeres. “ Si los hijos na< ¡eran de los órganos femeninos, eso querría
decir que e) poder de las mu jetes es superior al de los hom bres"
(caso 429),
Caso 247: U n a u a li/iiu d o b o rd e rlin e aún más obsesivo, no sólo
H \ UTOMODELO: F-L SEXO 233
1 11 Mascaba durante el coito que él y su q uerida estaban en comer-
*h» lesbiano, sino incluso que era su querida la in v e rtid a “ hom-
In c" y él era la lesbiana “ m u je r” (Devereux, 1966b).
i'.aso 248: E l afán frustrado de querer e m p a ti/a r con las sensa-
t lunes corpóreas del sexo opuesto explica probablem ente en parte
la i leencia mohave de que las m ujeres eyaculan (Devereux, 1950a).
(I'.ua los kgatlas: Schapera, 1941.)
(.'«.yo 249: La im ita c ió n del com p orta m ie nto del sexo opuesto p o r
lin nasvestistas —o tam bién en la couvade— representa en parte el
In lento de em patizar con las funciones sexuales del o tro sexo, al que
isla m aniobra pone en una relación de compendencia * forzosa
(Devereux, 1957a) con las funciones de nuestro p ro p io sexo.
(¡aso 250: U n psicoanalista médico, experto ta m bién en m etodo­
logía de la investigación, me habló una vez largo y te n d id o del
hum or irrita b le con que reaccionan algunos obstetras varones cuan­
do sus pacientes encinta engordan demasiado. Am bos dedujim os
une algunos obstetras m asculinos inconscientem ente ven la fecun­
dación y el embarazo en térm inos orales, es de suponer que p o r­
que son capaces de em patizar autorresonantem ente con la preñez
•Hilo en térm inos de las funciones digestivas, que su p ro p io cuerpo
(masculino) tam bién puede experim entar, y p or eso equiparan el
<mbarazo al estreñim iento y el hen chim ie nto del vientre de la pre­
ñada a un abotagam iento.
Esla in te rp re ta ció n del embarazo está relacionada con teorías in-
I.tiltiles de preñez o ra l y nacim iento anal y puede incluso ser im-
|ilrm entadas p o r la cu ltu ra .
( ¡aso 251: Los trasvestistas mohave del sexo m asculino, que tra-
dit ¡onalm ente im ita n todas las funciones femeninas, tom an una
decocción constipante de semillas de mesquite, hacen como si es­
tuvieran embarazados y después llam an al d u ro escíbalo que aca­
ban por expeler su “ n iñ o nacido m u e rto ” (Devereux, 1937a).
Esta observación puede, como es de im aginar, a rro ja r alguna
luz sobre el síntom a subjetivo de la náusea m a tin a l de las mujeres
encinta y sobre el hecho c u ltu ra l de que los p rim itiv o s habían ya
descubierto que los purgantes fuertes pueden provocar el a bo no
(Devereux, 1955a) o por lo menos apresurar el a lu m b ram ien to.
El e qu ip ara r inconscientem ente la defecación con el nacim iento
de un h ijo puede, según parece, ser causa incluso de intervenciones
médicas.
(¡aso 252: E l obstetra de una paciente a nalítica le prescribió
enemas repetidos porque según él su a lu m b ra m ie n to debería ha­
berse p ro du cido hacía seis días (!).
* () dependencia correlativa o covariante, [ k .t .]
234 EL CIENTÍFICO Y SU CIENCIA

E l acting o ut, en un contexto médico, de problem as relaciona­


dos con la existencia de u n “ sexo opuesto” tiene muchas fuentes,
una de las cuales al menos, que yo sepa, ha sido hasta ahora pasada
p o r alto.
E l caso es que una m u je r que tra ta de e xp lic a r a u n hom bre
lo que se siente al am am antar está más o menos en las mismas
condiciones que una persona (vidente) que tratara de e xplicar el
c o lo r a un ciego. . . y o tro ta nto sucede con el hom bre que trata
de e xp lica r la experiencia de la eyaculación a una m ujer.
Dado que n i el cie n tífico del com p orta m ie nto n i el m édico son
capaces de entender las experiencias sexuales específicas del sexo
opuesto autorresonantes p o r m edio de sensaciones paralelas p ro ­
pias, a veces, tratan , sin darse cuenta de ello, de entenderlas por
m edio de sensaciones conjugadas o com plem entarias propias que,
en otras circunstancias, co nd ucirían al coito. E n realidad, la nece­
sidad básica de acomodarse a la existencia del o tro sexo y de tra ta r
de em palizar —m ediante sensaciones conjugadas o com plem enta­
rias— con sus experiencias no entendibles en jo rm a autorresonante
puede ser uno de los mecanismos más im portantes y menos com­
prendidos de la heterosexualidad hum ana.11
M i experiencia de analista me convenció incluso de que para
algunas personas el coito representa inconscientem ente, entre otras
cosas, un in te n to de llegar a obtener u n “ in s ig h t” del “ funcio na ­
m ie n to ” de la sexualidad del sexo opuesto.
Caso 253: T u v e que señalar a más de un analizando que trataba
el cuerpo de su pareja como si fuera parte de u n aparato com­
plicado, cuyo fu n cio n a m ie n to trataba de entender aprendiendo a
m a n ip u la rlo . La respuesta de su pareja significaba sim plem ente
para él que podía m anejar debidam ente una “ m á q u in a ” tan com­
plicada. De m odo semejante, una muchacha neurótica re la tiv a ­
m ente ine xpe rta sentía como que le habían dado su “ licencia de
m anejar” cuando p o r p rim era vez logró d ar placer a su pareja
de una m anera nueva para ella.
El hecho de que la sexualidad sea el único in s tin to que requiere
para su satisfacción com pleta la reacción favorable de otra persona
td u e rz a la tendencia a compensar con respuestas com plem entarias
nuestra incapacidad de einpatizar autorresonantem ente con el sexo

11 t in hecho. ul^o mIvIhI, luí ve; arlare esto. Cuando dos personas de d is tin to
w ho «ton I m iip iiin de m t n lt lr t r r co n ta d o en los campos donde p o d ría n tener
e x p riie iu lux fn n u trtu s , m irlen m iN liU iir la conversación p or u n contacto sexual
CXCiilo <!r n IxiiIIIi mío. Ahí d n III una m uchacha u n ive rsita ria describiendo una
cita colectiva a ciegn*; "I.tm que encontraron pareja interesante, h a blaron: las
que no, acal telaron."
r i, auto m o delo : el sexo 235

'•¡tuesto. P o r más adiestram iento profesional que se tenga no se


IHiede s u p rim ir del todo la tendencia a responder con excitación
.» la excitación de otra persona y aun de u n anim al.
('.aso 254: U na ayudante de investigación tenía que e stim u la r se-
m u luiente algunos animales machos. Esto la ponía tan angustiada
ijuc fue necesaria una psicoterapia.
(laso 255: U n a n trop ó lo go empleaba al p rin c ip io exclusivam en­
te inform antes varones, porque los pechos desnudos de las m ujeres
•Ir la tr ib u africana que estaba estudiando le perturbaban. Des-
Itin's empezó a tener tam bién p o r inform antes a m ujeres viejas,
porque sus pechos m architos no le excitaban. Sólo hacia el fin de
n i estadía pudo tener tam bién de inform antes a m ujeres jóvenes;
pata entonces se había acostum brado ya a su escasa vestimenta.
(laso 256: E l “ drapeado” (con gasas) de las m ujeres que pasan
un examen de la pelvis es algo paradójico, porque los paños cu­
bren las porciones menos “ secretas” del cuerpo pero dejan al des-
<u bierto los genitales. N o obstante, este drapeado ayuda al m édico
ii permanecer o b je tivo , puesto que rom pe la Gestalt del cuerpo y
luce que los genitales casi dejen de ser órganos y se vuelvan es­
pecímenes anatómicos privados de va lo r de estím ulo sexual. (Com ­
párese con el caso 77.)
Pero n i siquiera el drapeado puede e lim in a r del todo la tensión.
Esto explicaría el d escubrim iento del doctor H e n ry Guze (1951),
de que en el curso de los exámenes de la pelvis pueden darse sor­
prendentes inadvertencias.
Com o simpre, el buen m odo para tra ta r los obstáculos con ob­
je tiv id a d es hacerles frente francamente.
Caso 257: U n m édico ya m ayor, recordando su interna do rota-
lo rio en un gran hosp ital, perteneciente a una organización re li­
giosa en extrem o m ojiga ta y situado en una p ro v in c ia desusada­
mente conservadora, m encionaba que una vez tu vo que p ra c tic a r
un reconocim iento de la pelvis a una bella jove n en extrem o se­
ductora. Con sorpresa por su parte, sus apreciaciones no fueron
“ controladas” —como se solía— p o r uno de los residentes más an­
tiguos sino por varios de ellos. Cuando m encionó esto casualmente
al jefe del servicio ginecológico, éste alabó su disposición de en­
frentarse a los hechos y d ijo : “ Su sinceridad me garantiza que su
conducta como m édico será im pecablem ente objetiva y ética.”
A veces es la reacción de la paciente al examen de la pelvis la
que in q u ie ta al ginecólogo a ta l p u n to que trata de in h ib ir la para
proteger su p ro pia ecuanim idad. Los medios a que puede re c u rrir
son algo pasmosos, p o r no decir más.
Caso 258: D ickinson y Beam (1931) recomendaban que los exá-
230 E L C IE N T Í F I r ') Y SU C IF .M a \

menes de la pelvis se h icieran con cierta tosquedad para no exciiai


a la paciente.12 Esta recomendación no toma en cuenta el hecho
de que algunas m ujeres se excitan precisamente con el tra to tosco.
En algunos casos, los problemas y angustias tie la sujeto o la
paciente la mueven a tra ta r tie provocar un co m portam iento com
p le m e n tario por parte tlel observador c ie n tífic o o el m édico (véase
caso 402).
Muchas mujeres se niegan a consultar a ginecólogos hembras. A
algunas les parece más “ n a tu ra l” que les toquen las partes geni
tales médicos varones, y otras gozan más o menos francam ente con
el reconocim iento (Devereux, I966e) m ientras que otras más, cons
cíente o inconscientemente, esperan provocar una reacción sexual
del médico, aunque sólo sea para demostrarse a sí mismas que sus
órganos no son repulsivos.13 Prueba esto el com portam iento tím i
clámente seductor de algunas mujeres antes tlel reconocim iento pél­
vico y durante el mismo y su conducta posterior, de “ el in fie rn o
no conoce fu ria como la de una m u je r desdeñada” .
Las m ujeres que actúan (act out) sexualmente pero saben por
experiencia que no pueden obtener una respuesta sexual del gine­
cólogo, a veces se niegan a someterse a u n reconocim iento de la
pelvis, y sobre todo si lo ha de pra cticar una doctora.
Caso 260: La única de unas cuarenta voluntarias, estudiadas en
relación con un im p o rta n te proyecto de investigación médica y
sociopsicológica, que se negó a dejarse reconocer la pelvis era tam ­
bién la única h a b itu a l y ostentosamente promiscua. Los datos psi­
quiátrico s indicaban que se negó al reconocim iento porque era de
prever que el m édico que lo practicara no se excitaría y eso h u ­
biera sido peligroso para la imagen que de sí tenía, de que era la
m u je r sexualmente más excitante de la tierra.
La provoca tivida d sexual a veces crea tam bién problemas en el
curso de las entrevistas de investigación sociopsicológica con m u ­
jeres h a b itua lm e nte promiscuas.
Caso 2 o I: U n sociólogo que tenía que entrevistar a un g ru po de
pro stitutas (pagadas) descubrió que su o b je tiv id a d ponía a algu­
nas de ellas tan angustiadas que espontáneamente —y en ocasiones

yj Algunos psicoanalistas no son m ucho más juiciosos en su razonam iento.


Una psicoanalista p irro n iza b a cu u n a conferencia ante un p ú b lico profesional
«pie se d irim e Mata a los varones, para «pie la lim pieza de su glande no preo­
cupara a sus madres ni excitara a los muchachos mismos. Peor todavía, n in ­
guno de- los p a i t l i I p a u h 'H se opuso a este razonam iento.
1,1 El problem a lu iid a m e ltla l de la tendencia de la m u je r a despreciar sus
úrdanos sexuales y su ue<esiila«l de <iam piilizarse acerca de su a tra ctivo ha sido
exam inado en otra parle (Devereux, 1958a, 1960a).
» I. A U TO M O D E L O : EL SEXO 237

insistentemente— se ofrecieron a cohabitar con él sin rem uneración,


h ob ab le m en te m otivaban estos ofrecim ientos dos necesidades per­
tenecientes a dos niveles diferentes de consciencia:
:i) Inconscientem ente, esas mujeres necesitan la constante segu-
i ulad de que sus genitales no son repulsivos. Esto explica en parte
H que se hayan hecho prostitutas, cuyas actividades constituyen
mía m aniobra com pleja y tortuosam ente destinada a fracasar, ins­
pirada p or el com plejo de castración fem enino, que arranca cierto
género de “ v ic to ria " de la derrota. Su prom iscuidad las reasegura
iKerca d e l atra ctivo y la idoneidad de sus órganos, pero a costa de
degradarlas en su calidad de personas. Esto representa una ganan­
cia neurótica, puesto que un sentido psicológicam ente más tolera-
lite de degradación ética remplaza a un sentido m ucho más angus­
tioso ele insu ficien cia biológica (com plejo de castración fem enino).
b| Preconscientemente, la no responsividad sexual del entrevis­
tador representa para tales m ujeres una amenaza im p líc ita a su
estatus económico, que depende de su capacidad de e xcitar a cual­
q uier varón e, incid en talm en tc, les perm ite además ju g a r el juego
neurótico de m u lta r al macho y de “ ro b a rle " su v irilid a d (La
Narre, sin fecha).
A veces, la o b je tiv id a d del entrevistador enoja tanto a tales m ít­
ines que actúan como si h ub ie ran tenido que rechazar una pro po ­
sición sexual.
Caso 262: U na vez entrevisté a una m u je r a quien los mohaves
«ousideraban la única verdaderam ente karnaloiy (m u je r o b je ta b le ­
mente prom iscua) de su trib u . E l hecho de que yo tuviera sólo
interés en obtener in fo rm a ció n acerca de la m uerte de una b ru ja
en que se decía que ella había estado mezclada, la decepcionó o
asustó lo suficiente como para hacerla pretender después que yo
le había hecho proposiciones. Por fo rtu n a para mí, su fa m ilia me
conocía tan bien que sus alegatos fueron acogidos con un escepti­
cismo to ta l y desdeñoso (Devereux, 1948b).
El problem a del autom odelo psicológico vin c u la d o con el sexo
es demasiado com plejo como para e studiarlo aquí exhaustivam en­
te. Pone de relieve su naturaleza la controversia acerca del grado
en que los conceptos psicoanalíticos de la psicología fem enina fue-
io n in flu id o s p or el hecho de que los fo rm u la ra n origin alm en te
Ereud y otros psicoanalistas varones. Las mujeres psicoanalistas
lian reaccionado al reto de estas form ulaciones de dos modos.
Caso 263: Se dice que Karen H orne y (1937, 1939) se desvió del
psicoanálisis clásico sobre todo porque no pudo aceptar la fo rm u ­
lación freudiana del com p le jo ele castración fem enino y de la psi-
lolo gía fem enina en general.
238 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

Caso 264: Algunas otras analistas han aceptado en cam bio las
form ulaciones de F reud acerca de la psicología fem enina aún más
cabalm ente de Freud acerca de la psicología fem enina aún más
Greenacre (1953), q u ie n h iciera el im p o rta n te descubrim iento de
que las m ujeres no sólo sienten e nvidia sino tam bién pavoroso
respeto p o r el pene. En cuanto a Helene Deutsch (1944-45), su
excelente obra sobre la psicología de las mujeres añadió nuevas d i­
mensiones al concepto freu dia no de la fem ineidad, pero a veces
exageraba algo obsequiosamente la pasividad y el m asoquismo bá­
sicos de la m u je r, y así daba u n ejem plo de ello.
Caso 265: D ado el hecho de que el papel del pene ha sido estu­
d ia d o psicoanalíticam ente durante más de 60 años, parece casi in ­
creíble que el p rim e r estudio psicoanalítico del papel de los tes­
tículos haya aparecido sólo hace 6 años (B ell, 1960) y además lo
escribiera una m u je r psicoanalista. Fue u n avance considerable
puesto que, como ya demostré en otra parte (Devereux, I967e),
muchos factores in te rv in ie ro n para distraer, de los testltculos,14 la
atención de los psicoanalistas.
L a in flu e n c ia —a veces para bien, como en el caso de Greenacre
y de B e ll y a veces para m al, como en el de H o rn e y — del auto-
m odelo psicológico vin cu la d o con el sexo en la investigación psi­
cológica se demuestra p rin cip a lm e n te p o r el hecho de que en años
recientes, buena parte de la lab or psicoanalítica verdaderam ente
im p o rta n te sobre las diferencias psicológicas y psicofísicas entre los
dos sexos se debiera a m ujeres psicoanalistas. Esto se com prende en
parte p o r el hecho de que el elevado grado de d im o rfis m o sexual
de la especie hum ana se debe en gran parte a la extrem ada y pa­
tente fem ineidad de la m u je r, más visible que la de la hem bra de
n in g ú n o tro m am ífero.
Si b ie n este examen no agota el tema, basta para destacar la
in flu e n c ia del autom odelo sexual en la investigación científica. La
explora ció n a fo n d o de este problem a req ue rirá de los esfuerzos
conjuntos de muchos científicos del com portam iento, la solución
de muchos problemas teóricos fundam entales y p o r encima de todo,
la disip ación de muchos escotomas.

u T a l vez ofrezca interés para el sociólogo del conocim iento que estudia la
d u p lic a ció n r n los descubrim ientos el que la doctora A n ita B e ll vin ie ra a p e d ir­
me in fo rm a ció n acerca del papel de los testículos en el pensam iento p rim itiv o
en el piecisu m om ento en que yo tam bién había empezado a hacer u n trab a jo
acerca de los testículos, n u b il Jo cuya p u b lica ció n d ifirie ro n circunstancias e xte r­
nas (Devereux, 19ü7e).
ua Wt u lo XVI

I . A E D A D C O M O F A C T O R D E C O N T R A T R A S F E R E N C IA

I ..i edad del cie n tífic o de la conducta suele provocar cierto núm ero
de reacciones trasferenciales —p o r lo general no reconocidas— y
tam bién induce a sus sujetos a hacerlo e n tra r en el papel com ple­
m entario (cap ítu lo x ix ) que, según ellos, es apropiado para su
rdad. E incluso si él no acepta este papel es o bjeto de crítica.
Caso 266: R óh eim era todavía en 1931, aunque de edad m edia­
na, un apasionado del deporte, y se causó un esguince en el to b i­
llo jugando al fú tb o l con los jóvenes de D uau, lo que le v a lió
pasar varios días de descanso en la cama. E l anciano jefe fue a
visitarlo y le d ijo en to no de reproche: “ N o quería h ab la r de esto
io n usted antes, pero ¿qué puede esperarse cuando u n hom bre
mayor se conduce como u n adolescente?”
Caso 267: U n jo ve n d ijo a su analista, m u je r de edad mediana,
que no p odría tener una trasferencia de tin te erótico porque ella
n a demasiado vieja para interesarle sexualmente. E l análisis ul-
in io r reveló que su rep ulsión consciente respecto de las mujeres
mayores era sim plem ente una resistencia a reconocer sus im pulsos
fd lp ic o s .. . que le habían m o vid o a escoger una m u je r de edad
para analista.
Por desgracia poseemos m uy poca in fo rm a ció n acerca de las reac-
i Iones de trasferencia y contratrasferencia espontáneas relaciona­
das con la edad en el tra b a jo a ntropológico de campo, y aún menos
r n las determ inadas cu lturalm en te.
Caso 268: T a l vez la m e jo r in fo rm a ció n que tengamos sea la de
Jacob (1958) cuando cuenta sus experiencias entre los tillam oo ks,
a los que visitó p or p rim e ra vez siendo todavía m uy joven. D eb i­
do a la tra d ic io n a l “ d e fin ic ió n ro m á n tica ” de la relación entre
hombres jóvenes y m ujeres mayores en aquella tr ib u —d e fin ic ió n
ilc <p»e en aquel tie m p o él no tenía conocim iento— observó que
podía tra b a ja r m e jo r con las m ujeres de edad como inform antes.
Caso 269: Yo era asimismo jove n cuando visité p o r p rim era vez
it los mohaves y com prendí ya entonces que T c a tc me recordaba
en algunas cosas a m i que rid ísim a abuela paterna, lo que tal vez
e xp liq u e en parte el que T ca tc soliera llam arm e su n ie to favorito.
1239]
240 EL C IE N T ÍF IC O Y SL C IE N C IA

E l cabello gris y la enorme h u m an ida d de H iv s u : T u p o :m a me


recordaban a m i amable y enérgico abuelo m aterno, m ientras que
m i in té rp re te , H a m a tU tce :, me recordaba a una p rim a m ayor que
solía hacer de m ediadora entre mis padres y yo. En cambio, no sé
que haya tenigo nin gu na reacción de contratrasferencia notoria
vinculada con la edad respecto de n in g u n a sedang, que, entre pa­
réntesis, no respetan a las personas de edad (caso 273).
Las reacciones contratrasferenciales del tra b a ja d o r de campo l i ­
gadas a la edad se co nfig uran en gran parte según las reacciones
tradicionales de la trib u a los ancianos y los jóvenes. Algunas t r i­
bus consideran que los niños m uy pequeños no son todavía ver­
daderamente humanos; otras consideran que los m uy ancianos ya
no son humanos y ponen en práctica sus modos de ver de diversas
maneras.
Caso 270: El aborto y el in fa n tic id io se practican por razones
frivo la s generalm ente sólo en grupos en que el feto o el n iñ o to­
davía m uy pequeños no se consideran del todo humanos, o del todo
iniciados en la sociedad hum ana —por ejem plo, p o r m edio de un
n acim iento segundo (social), correspondiente al r itu a l griego de la
anfid ro m ía. Sospecho incluso que el canibalism o in fa n til australia­
no es posible en parte p o r la enorme im p o rta n c ia que los austra­
lianos conceden al r ito de iniciació n, como m edio de trasform ar
al adolescente extrasocial en un ser plenam ente social.
A veces es incluso posible que se a trib u ya una “ naturaleza” es­
pecial a los m uy tiernos o m uy ancianos.
Caso 271: Cuando, siguiendo el ejem plo de Mead (1928), pedí
a mis inform antes que me describieran a cada h ab itante de Tea
Ha, a los niños m uy pequeños los describían sin excepción con
térm inos puram ente biológicos; “ T o d o cuanto sabe hacer F u la n ito
es comer, o rin a r y defecar.”
Caso 272: Algunos australianos creen que la virgen es una m u je r
a lk a n u rin tja , una suerte de dem onio hem bra que debe ser “ doma­
d a " (socializada) por el acto sexual. Este concepto de la v irg in id a d
es sustancialm entc semejante al concepto griego de Artem isa, con
sus cohortes virginales, puesto que se ofendía fácilm ente y era p ro ­
pensa a enviar diversas calamidades.1
T a m b ié n puede im putarse una “ naturaleza” d is tin ta a las perso-

1 lin a p io f e s io m il h o iln t im 'iiia n a , ra s a d a , e s p e ra ( in d e p e n d ie n te m e n te de su


edad) que le d i (tan " n r fln i Itii" . P asada c ie r t a edad, h a s ta la p r o fe s io n a l fra n c e s a
s o lie r a e s p e ra que le d ig a n " s e r t o ia " . Esto d e s o r ie n ta a lo s n iñ o s : una vez,
v ie n d o que yo e ra a d u lto peí o H a b ie n d o que e s ta b a s o lte r o , un n iñ o de d ie z
años im ile a n ie r kano me p r e g m ilií si yo e ra un “ r n is te r ” .
t \ I’.DAI) C O M O F A C T O R D E C O N T R A T R A S F E R E N C IA 241

nas ancianas, sobre todo en fu n c ió n de la percepción específica del


.u liilto p o r el n iñ o, que lo ve “ v ie jo ” .
(¡aso 273: N i siquiera las preguntas directas acerca de la seni­
lidad lograban hacer que los mohaves dieran in fo rm a c ió n relativa
a los estigmas fisiológicos de la ancianidad, salvo la observación
de que los chamanes y las brujas, cuanto más viejos son peores. En
i.im b io los sedang se preocupan m ucho p o r los síntomas del en­
vejecim iento. E l anciano M b ra :o , intelectualm ente de viveza ex-
i ep( ¡onal y cuya m em oria era buena incluso para acontecim ientos
m ie n te s, decía: “ C uando yo era joven, tenía mucha ‘oreja’ (in ­
teligencia). A h o ra que soy vie jo tengo poca oreja; hasta pego a
mi m ujer, que es buena y no merece ese tra to .” Me siento in c lin a d o
ii correlacionar estos datos con el hecho de que a los niños mohave
nr les trata con alecto y p o r eso consideran a los adultos gente ra ­
zonable, m ientras que los sedang son duros con sus hijo s y por
i onsiguiente éstos piensan que los adultos ( = los “ viejos” ) son
muy caprichosos y poco de fia r (Devereux, 1961a).2 Presenta inte-
irs en este contexto el que en la lengua de los sedang la misma pa-
1,ilu a (k ra :) significa fuerte, vio le n to y viejo.
Una im p o rta n te c o n trib u c ió n al problem a de las reacciones de
n aslerencia y contratrasferencia vinculadas con la edad es el exce-
Irn ie estudio de La Barre (1946a) sobre el objeto de la atención
social, que refle ja p or ejem plo la idealización norteam ericana de
los jóvenes y la ju d ia , australiana y china clásica 3 de los viejos.
T a n to la socialización d ife rid a del neonato como la clesocializa-
i ión a n tic ip a to ria del vie jo parecen ser “ escenarios preparatorios”
(M ow rer, 1940). Com o la vida de esas dos clases de personas pende
de un h ilo , el sentim iento de pérdida por su m uerte podría ate­
nuarse al no considerarlos m iem bros plenos de la sociedad.1
Esta artim aña, naturalm ente, no siempre tiene éxito.
(¡aso 274: La sensación de pérdida que tienen los indios mohave
incluso por la m uerte de las personas m uy ancianas les hace creer
(caso 18) que todos los fantasmas son malvados y avariciosos. Ade­
más, aunque los mohave no desocializan a los ancianos, una pa-

'' I.;i imagen que el n iñ o tiene del a d u lto desempeña un papel decisivo en
la génesis de la psicopatía (Devereux, 1955b).
1 1\1 profesor La Barre me hizo observar (pie en la p rim e ra redacción de
osle pasaje había dejado yo “ accidentalm ente" (?) de m encionar a los chinos.
I'M a om isión estaba claram ente determ inada p o r una contratrasferencia nega-
n \a (rasos 297 , 332), y es h a rto sorprendente, dado el hecho de que entonces
piensam ente acababa yo de escribir un breve a rtícu lo en que citaba un caso
d>' reverencia casi grotesca p o r los ancianos en China (Devereux, 1964b).
4 F.rilre algunos p rim itivo s, los niños pequeños no tienen derecho a un r ito
lu lierai com pleto.
m EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

reja joven que vive con sus padres ancianos acaba p o r hacerse una
casa p ropia, para no quedarse sin hogar cuando, a la m uerte de
u n o de los padres, quemen ritu a lm e n te la casa vieja.
En algunas colectividades, incluso la fecha de la m uerte real de
una persona anciana se determ ina socialmente.
Caso 275: En algunas tribus, la gente creía (pie los técnicamente
m uertos son enterrados vivos (Rivers, 1926) (cf. caso -14). Así in ­
terpreto tam bién el A lees tes de Eurípides.
Caso 276: En la Grecia antigua, la persona que creía errónea­
m ente haber m uerto tenia que pasar por un segundo r ito de na­
c im ie n to (Plutarco, Cuestiones romanas, núm . 3, 264C).
A veces, la respuesta social la determ ina la a trib u c ió n de una
edad fic tic ia a cierto tip o de personas.
Caso 277: En la H ola nd a del siglo x ix , incluso a las sirvientes
casadas se les llam aba solamente “ señorita” (ju ffro u w ); p o r ser
sirviente no se la podía tra ta r como a una persona adulta.
Caso 278: Su com portam iento independiente hizo que a una m u­
chacha campesina se la equiparara a una m u je r emancipada des­
pués de la menopausia. (Compárese tam bién caso 69.)
Caso 279: En o tra parte (Devereux, 1939a) he exam inado el pa­
pel que en la génesis de la esquizofrenia desempeña la a rb itra ria
prolongación de la adolescencia en nuestra sociedad.
Caso 280: Incluso la o p o rtu n id a d o conveniencia de la m uerte
—cpie suele definirse p or la edad— a veces puede decidirse por con­
sideraciones no cronológicas: algunos reyes divin os fueron muertos,
sin tener en cuenta su edad, en cuanto perdieron su potencia. Y
a la inversa, raram ente se d io m uerte a los infantes a los que se
había p e rm itid o mamar.
Estos datos indican que la a trib u c ió n de una plena categoría h u ­
mana y social depende de la catectización afectiva de una persona
por su gru po (Devereux, 1966b), y es esta catectización social de
su persona la que el trab aja do r de campo debe lo g ra r si desea ir
más allá de la superficie de las cosas en la c u ltu ra que estudia.
El hecho de que incluso la condición de “ estudiante” de u n tra ­
bajador de campo a d u lto pueda hacer que se le considere, indepen­
dientem ente de su edad, un joven lo dem uestran los casos 385, 386,
387 y 7.95.
El grado en que la edad y la cond ició n de a d u lto del c ie n tífico
del co m p orta n!ie nio alertan a su tra b a jo se advierte m ejor por las
distorsiones extremas de la personalidad in fa n til en las teorías de
la ciencia del com portam iento. H e señalado muchas veces (Deve­
reux, 1966a, 1964a, !90.M>) que la mayoría de nuestras nociones
acerca de los niños son proyecciones al servicio de los propios adul-
H IM » C O M O FACTO R DK C O N T R A T R A S F E R E N C IA 243
-, 11tier muchos expertos no desean cuestionar para nada (casos
. " ) . El ejem plo más patente de semejante distorsión es la de-
>im ión sim ultánea del n iñ o como encarnación de dulzura y pureza
oiuo pequeño m onstruo que, p o r fo rtu n a para sí y para los de-
<h, no tiene fuerza con que lleva r a cabo sus diabólicos im p u l-
• Además, la imagen que el a d u lto se hace del n iñ o in flu y e tan
■11lealíñente en el m oldeam iento de éste por aquél —y en la teo-
i pedagógica igualm ente— que al estudiar a los niños incluso
'p in o s analistas confunden una pauta cu ltu ra lm e n te inculcada de
in lu ja n Ii l con la Indole n a tu ra l in fa n til.5 Esto conduce a un círcu­
lo vi» ioso en el razonam iento, puesto que en este caso las teorías se
demuestran’’ estudiando sujetos educados para que se conduzcan
li acuerdo con esas mismas teorías. En esencia, esto no d ifie re
mmIio del m odo como los sureños enseñaron p rim e ro a los negros
i «inducirse de m odo objetable (D o lla rd , 1937) —como los espar-
iius enseñaban a sus ilotas (Devereux, 1965a)— para después in-
i »p in a r aquel co m portam iento inculcado corno m anifestación de
h "In d o le n a tu ra l” del negro (o el ilo ta ).
(laso 281: O p in o que el e jem plo clásico de tales distorsiones es
»l (onccpto que tiene M elan ie K le in (1948, 1951) de la psiquis
del niño.
I ! (aso es que los adultos se niegan a tom ar nota del compor-
i om ento real de los niños y se enojan cuando alguien saca a la
in / lo que todo el m un do sabe pero se niega a reconocer.
(luso 282: E l “ descubrim iento” por Freud y M o ll de que los ñ i­
ños u nían im pulsos sexuales escandalizó a científicos y legos por
igual. Peto el hecho era conocido por todos los padres de clase me­
dia, que con frecuencia despedían a las nodrizas campesinas por
n i.is lm h a r a los infantes para que se estuvieran tranquilos. A de­
nitis, c u a lq u ie r m u je r que haya atendido a un bebé ha tenido
iK.isión de ver en él algunas erecciones. Pero los padres Victorianos
at (<piaion tan fácilm ente el dogma c u ltu ra l de que los niños pe­
queños son sexualmente “ puros” , que la m adre que advertía la
r\< dación sexual de su h ijito ha de haber sentido como si hubiera
«Lulo a luz a u n m onstruo . . . y por ende procedido a re p rim ir
iii,i*i radicalm ente que nunca la existencia de la sexualidad del n iñ o
de pañales.
Si bien estas distorsiones contratrasferenciales son más notables
en relación con los m uy tiernos y los m uy viejos, c u alqu ier cate-
(ini ía de edad puede provocar reacciones de contratrasferencia en
r l observador, sobre todo si la p ro pia cu ltu ra del sujeto define de

' ['n a excepción notable es la de R. A. Spitz.


244 E l. C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

u n m odo la naturaleza, la psicología y la conducta correcta de los


m iem bros de un g ru po de edad determ inado y la c u ltu ra del ob­
servador las define de o tro modo.
Caso 283: U na explotación b rilla n te m e n te efectiva de las d ife ­
rencias culturales entre las actitudes tradicionales del sujeto y del
observador para con ciertos grupos de edad es el estudio que hizo
la M ead (1928) de la adolescencia samoana, señaladamente exenta
de distorsiones contratrasferenciales ligadas a la edad, porque en
lug ar de esquivar la cuestión del contraste entre los conceptos n o r­
teamericano y samoana de la adolescencia para d is im u la r sus ac­
titudes personales para con los adolescentes, la M ead se enfrenta
decididam ente a esas diferencias y se sirve sistemáticamente de cada
una de las dos formas de ver para ilu m in a r y poner de relieve los
aspectos d istin tivos de la otra.
Las distorsiones contratrasferenciales ligadas a la edad pueden,
como todas las distorsiones análogas, ser m inim izadas y volver­
se científicam ente fructíferas si u no exam ina el asunto de fren­
te. Es probable que el m ejor m odo de hacer útiles para, la ciencia
estas deformaciones sea em prender un estudio psicosocial exhausti­
vo de las ideas de los científicos de la conducta acerca de la “ ín ­
dole n a tu ra l” de los niños. A u nque este estudio no nos d iría m ucho
de los niños, revelaría bastante de las prácticas educativas y de la
psicología de la investigación de ellos.
* M'ÍI IJI-O XVII

I \ P E R S O N A L ID A D Y L A D IS T O R S IÓ N D E LO S D A T O S

I estructura de carácter del investigador —en que entran tam ­


bién lâs determ inantes subjetivas de su perspectiva científica—
airela radicalm ente tanto a sus datos como a sus conclusiones. A q u í
uns ocupamos exclusivam ente en las componentes normales pero
Idiosincrásicas del carácter del científico.
I.o ajeno e in e xp lo ra d o fascina a la mente hum ana y la induce
a llenar las lagunas de su conocim iento con proyecciones, o sea con
lus productos de su p ro p ia fantasía, aceptados con demasiada fa­
cilid ad , incluso p o r los demás, como hechos. L o m ejor será docu­
m entar esta tendencia con ejemplos que reconocemos extremados,
Nt'gún el p rin c ip io aceptado de que siendo lo anorm al una exage-
Ilición tan sólo de lo norm al, nos perm ite observar con gran cla-
\ UUul aqu ello que en lo n o rm a l está tan atenuado que rehuye
Muestra atención, a menos que los casos extremos nos pongan sobre
aviso acerca de su existencia.1
El p ro ve rb io francés de que “ q uien viene de lejos puede m e n tir
io n im p u n id a d ” demuestra que hasta el lego comprende la ten­
dencia a dar rienda suelta a la fantasía cuando quienes nos escu-
i han no están en condiciones de com probar la exactitud de nues-
lin s dichos. U na de las p rincipales determ inantes funcionales de
lie o b je tivid a d bien pudiera ser no tanto el realism o y la concien-
c ¡.i del observador como su conocim iento de que puede com pro­
barse lo que dice. Los fraudes etnográficos eran fáciles de perpe­
tuo en tiem pos antiguos, cuando era m uy pequeña la p ro b a b ilid a d
de que otros viajeros com probaran lo que uno contaba de T arta-
I i.i o de las siete ciudades de o ro de C ibola.
Caso 284: Dos ejemplos famosos de confabulación etnográfica
son los supuestos viajes de sir John M an de ville (1735) y el e xtra or­
d in a rio lib ro sobre Formosa de un im postor —probablem ente ira n ­
íe s -, conocido tan sólo p or George Psalmanazar (1704), quien se
h i/o pasar con éxito por indígena de Formosa. N aturalm ente, hay

1 lin a de las razones principales de t]ue ír e u d lograra hacer una c o n trib u ­


tio n de capital im p orta n cia al conocim iento de la mente no rm a l fue su cons­
tan te em pleo de lo anorm al para ilu m in a r lo norm al.

[245|
246 E L C IE N T ÍF IC O V SC C IE N C IA

tam bién casos en que relatos auténticos de viajes han sido con­
siderados espurios. Y así, como dem ostró B o lto n (1962), la Ari.y-
maspea de Aristeas de Proconeso, que d uran te m ucho tiem po se
consideró obra de ficció n es, en realidad, el relato de un viaje
auténtico por Asia C entral, presentado en la form a del viaje del
alm a de un chamán. A l p rin c ip io tam bién se desconfió de ios re-1
latos de M arco Polo.
Las im posturas etnográficas no son enteram ente m otivadas por ¡
el deseo de notoriedad. R efle jan tam bién, siquiera en form a neu- i
rótica y degradada, el estupendo afán de conocer lo desconocido, |
el ansia que tiene el hom bre de lle n a r los vacíos de su mapa de j
la tie rra y del m u n d o y de obtener in fo rm a c ió n acerca de lo que '
está más allá del alcance de sus sentidos. M a n d e ville y Psalma-
nazar son así sim plem ente las grotescas “ pobres relaciones” de los
filósofos austeramente racionales de Jo nia y de los teóricos con­
temporáneos del universo, cuyo deseo de e xplicar lo ig n o to inspira
aun a los p rim itiv o s . A veces —quizá porque hasta las gallinas cie­
gas pueden dar con alguno que o tro grano— las nociones p rim i­
tivas acerca de lo que está más allá del alcance de sus sentidos pue­
den acercarse a los descubrim ientos científicam ente probados.
Caso 285: Los mois sedang creen que ciertas enfermedades se
deben a la in tru s ió n de organismos invisibles denom inados, como
los gusanillos e insectos visibles, o:a. L o im p o rta n te tie esta teoría
es que definen esos o:a de una manera com pletam ente naturalista.
Se cree que son organismos reales que penetran en el cuerpo de
un m odo n a tu ra l, y no sobrenatural como los dardos de b ruja,
aunque la persona inva did a por los o:a suele ponerse enferm a por
ser culpable de una trasgresión. L a idea de cpte ciertas enferm e­
dades se deben a los o:a se in s p iró probablem ente en la observa­
ción tie que las heridas abiertas a veces se llenan de gusanos. Sea
como quiera, el hecho es que la teoría de la enferm edad por los
o:a —aunque de origen puram ente c u ltu ra l y sin fo rm u la c ió n cien­
tífic a — se asemeja a las teorías modernas de la enferm edad cau­
sa ti a por m icrobios.
La necesidad de lle n a r los huecos no m otiva sólo la im agina­
ción confabuladora y la e xtrapolación y teorización genuinam ente
científicas, sino que explica tam bién la tendencia a aceptar p rue­
bas tie oídas sin someterlas a crítica siempre tpie:
1] no hay datos válidos disponibles,
2) las pruebas tie oídas no están en contradicción con las ideas
de. lo posible que tiene quien las escucha 2 y
* Et feilAm cnn i tin tín tpar y<i tic denom inado “ fausse n o » -reconnaissance" lie ­
ue causan semejan les (D evelen*, torda, 1967c).
• i l>W IN A I 1I>A(> V D IS TO R SIÓ N DE EOS DATO S 247

11 halagan la necesidad escapista de creer que el m undo que


tm l más allá de nuestro horizonte es diferente del que conocemos.
(¡aso 286: El empleo p o r H erod o to de los inform es de oídas en
tu* ilescripciones de lugares distantes tenía por m o tiv o alguna de
1**1as razones. En algunos casos, después de exponer lo que ha
nido decir, declara su duda acerca de su validez, aunque sólo suele
|iii« t'tlo así cuando el relato Choca con sus ideas acerca de lo po-
iild e (Legrand, 1932).
I I im pulso que mueve al hom bre a aceptar “ pruebas” fantásti-
t its y aun a inve ntarlas— suscita los intentos igualm ente fuertes
de «ont rolarlas. El p u n to de vista crític o —que representa, según
los casos, una form ación reactiva puram ente defensiva o bien una
sublim ación gen u i na— lia tenido algunas consecuencias m uy cu-
t tosas.
('.aso 287: T a n to los datos basados en hechos como las inquie-
hmics teorías científicas de precursores como Leeuwenhoek, D ar­
win, Pasteur, Freud y E instein fu eron rechazados por muchos como
tornerías ofensivas que quedaban fuera de los lím ites, trazados ar­
bolariam en te , de “ lo posible” .
( ¡aso 288: V o lta ire indicaba que algunas de las precisas declara-
nones de B o u g a in ville acerca de T a h iti fueron consideradas in-
Vt iosíiniles p o r algunos de sus contemporáneos (Danielsson, 1956).
(Vé; tuse tam bién las observaciones acerca del Arimaspea de Aris-
Ir.is, supra, caso 284.)
A veces, la pieza misma de evidencia que los críticos emplean
p.iia dem ostrar la m en tira m anifiesta de una declaración puede
M't, a la luz de un examen c ie n tífico más perfecto, la que demues-
Itc su exactitud.
('.aso 289: H erodoto (4.42) creía que los fenicios circunnavega-
io n efectivamente A frica, pero dudaba de lo que afirm aban, que
ilu ta n te una parte del viaje tuvieron el sol a la derecha. Sin em­
bargo, es precisamente este “ incre íb le ” detalle el que prueba al
t ic n tífic o m oderno epte los fenicios dieron verdaderamente la vuel­
ta a Á frica.
Algunos ciatos etnográficos —a l parecer absurdos— reunidos por
viajeros antiguos fueron rechazados al p rin c ip io por improbables,
pero confirm ados posteriorm ente por nuevas investigaciones.
( ’.aso 290: W ittfo g e l (1946) no sólo demostró que algunos de
los datos anteriorm ente objetados de M arco Polo eran exactos, sino
tam bién que habían sido im pugnados p rin cip a lm e n te por quienes
no tom aban en cuenta que M arco Polo vio C hina con los ojos de
los mongoles.
Las ideas subjetivas, y por lo general ¡nexpresadas, del que es-
248 EL C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

cucha acerca de lo que es posible o incluso probable dete rm ina d


en gran parte su disposición a creer o no creer —y a veces inclusm
su decisión de tom ar o no en cuenta— alguna suerte de datos. Co«i{
frecuencia esas ideas e xplican tam bién la desconfianza respecto <ltí|
toda inferencia y aun de toda teoría y su negativa a aceptar cual-i
q u ie r dato que no esté docum entado fotográficam ente o algo qutíj
no haya sido presenciado en persona, cronóm etro en mano.
Caso 291 : La orientación a ntite órica de Boas era a veces muy
exagerada, y algunos antropólogos consideran actualm ente que en
ciertos aspectos ejerció una in flu e n c ia perniciosa sobre el desarrollo'
de la antropología norteam ericana.
Caso 292: Jules H e n ry (1961; cf. Mensh y H en ry, 1953) da a
entender que sólo los datos etnográficos observados personalm en­
te son válidos. E n el ca p ítu lo x x i se analiza cómo esta o p in ió n lleva
d en tro de sí su p ro p ia anulación.
N aturalm ente, si no se d istingue entre el co m p orta m ie nto real­
m ente observado y las declaraciones de un in fo rm a n te , tam bién se
puede llegar a inferencias erróneas (caso 413).
La p o sib ilid a d de apreciar, en fu n c ió n sólo de evidencia in te r­
na, la e xa ctitu d y e l alcance de una fuente dada es determ inada
en gran parte p o r lo e x p líc ito que sea el concepto del a u to r acerca
de lo posible y probable, sobre todo teniendo en cuenta que el
sentido de “ correcto” y “ erróneo” (o de “ razonable” y “ no razo­
nable” ) del autor está a veces tan ine xtrica b le m e n te entretejido
con su concepto de lo “ posible” que nos recuerda el epigrama
alem án: “ L o que no debería ser, no puede ser.”
Caso 293: El representante clásico de esta m en talid ad es Hegel,
quien, cuando alguien le hacía ver un hecho que contradecía ro­
tundam ente una de sus teorías favoritas, respondía, según dicen:
“ T a n to peor para la rea lid a d .”
Caso 294: T ra ta n d o de dem ostrar que n i siquiera psicológicamen­
te es la circuncisión una form a atenuada de castración, B ettelheim
(1954) cita repetidas veces el lib r o de M e rke r (1904) sobre los
masais. Por desgracia, su o p in ió n acerca de lo que es real (— po­
sible) y lo que no, hizo a B ettelheim , pasar per a lto lo que dice
M erker acerca de un hom bre de q uien se b u rla b a n porque cuando
estaban circuncidando a su h ijo , “ m ugía como u r oro al que es­
tu vieran castrando” . B ettelheim insiste en que la o ii cuncisión de
los pequeños no es necesariamente un acto h o stil o de represalias
y cita repetidas veces dalos australianos en apoyo de su a firm ación.
Por desgracia no conoció —o no consultó, cosa in e x p lic a b le — la
clásica obra de E lk in (I93H) acerca de los aborígenes australianos,
en la que se dice que cu algunas trib u s donde la circuncisión y
ItH U D A I) Y D IS TO R SIÓ N D I. I.OS DATO S 249

'In c is ió n in icia to ria s se están haciendo rápidam ente anticuadas,


inicíanos se quejan con enojo de que los jóvenes actualm ente
d ril obtener in fo rm a ció n esotérica sin que les cueste lo que les
-o ti ellos (la subincisión). (Cf. tam bién Las nubes de A ristó-
i, versos 1435 .v.v.) Com o no puede ponerse en duda la integri-
1 (le n tífica de Bettelheim , nos vemos obligados a d e d u cir que
•titu 'p to —fo rm u la d o sólo preconscientem ente— de lo que es
■ ( posible), inconscientem ente le hizo pasar por alto textos
11hi reí litab an sus opiniones. (Véase caso 76.)
I n suma: homines id quod v o lu n t crcdunt.
l utos com entarios no im p lic a n que el cien tífico sea perfectam en­
te o lijr liv o si se esfuerza en sobreponerse a sus inclinaciones para
que mi concepto de lo posible ( = real) no in te rfie ra con la reco-
|t>ii lón de datos. U na “ lib e ra lid a d -’ excesiva sólo co nd uciría a una
te io lrcció n acrítica de in fo rm a c ió n que un examen más crítico hu-
liin n dem ostrado ser de hecho im posible. La in fo rm a c ió n de este
Upo debe ser, claro está, co n s ig n a d a ... pero sólo como creencia
• ««Iriii;il (caso 300).
I,n im p o rta n cia cie n tífica e h is tó ric o c u ltu ra l de la credulidad,
ijiie es en gran parte una reacción subjetiva estrictam ente rela-
l Inunda con la contratrasferencia, puede aclararse com parando las
Idrrti griegas y cristianas medioevales acerca de lo posible y p ro ­
bable.
Caso 293: Los griegos, aunque a veces tam bién eran irracionales
(|>ndds, 1951) se enorgullecían de ser menos propensos que otros
tu fillo s a creer relatos disparatados ( = im probables) (H erodoto,
1 UO; cf. tam bién W . K. C. G u th rie , 1954). En cam bio, los cristia-
lin t del medioevo se enorgullecían de su propensión a creer en
m ilagros y en lo irra cio n a l (credo quia absurdum est). De ahí que
hit luso los inform es más disparatados de H e ro d o to acerca de nacio-
licH ajenas parezcan serios en com paración con muchas ideas me­
dioevales relativas a países distantes. U na causa posible de esta
t ilín encía puede ser el hecho de que los griegos, pueblo m arinero,
ih iiii más lejos que el hom bre de p rin cip io s de la Edad M edia, que
vivía en un m un do singularm ente b ru ta l y raram ente se atrevía
,i dejar el terruño.
En cuanto al crecim iento inm ed iato de una ciencia verdadera,
la aversión tie los griegos p o r los datos y teorías fantásticos ( = im -
jiiobables) y “ disparatados” era m ucho más ú til que la a c titu d
tie la cristiandad m edioeval, orientada hacia lo m ilagroso. Pero
In n m i probablem ente la ingenua cred ulida d del hom bre del me­
dioevo y su sed de lo e xtra n je ro las que en d e fin itiv a p e rm itie ro n
«I occidente crédulo, y no a la escéptica Grecia, aprovechar cons-
250 !•!- C IE N T IF IC O V S li ( III

trucciones teóricas firm es que —para el lego— son prácticamf


“descabelladas": la noción griega tie que la tie rra es redonda,
im p lica el absurdo co ro la rio de cpie los "a n típ o d a s" caminan
cabeza, las paradojas del c o n tin u o de Zenón —ahora m ejor cnld
didas—, la teoría tie la evolución, la contracción tie Fitzgcn
Lorem z, la teoría tie la re la tiv id a d , el p rin c ip io tie “ indeterm lí
c ió n " tie Heisenberg, la tesis tie que te rtiu m non d a lu r (el tem
exclu ido ) tal vez n i siquiera tengan aplicación en matemáticas, )4
(oanálisis, etc. Com o creo que el im pacto de estas “ disparatad*
pero prestigiosas nociones sobre el “ pensam iento" del lego no d ij
ser subestimado, a m enudo me p re gu nto si el resurgir de la ill
cio n a lid a d en la Grecia clásica (M u rra y , 1951, Dodds, 1951)
in sp iró o fue alentado en parte p or el prestigio tie las “ disparal
das" teorías de algunos b rilla n te s científicos griegos. Esta hipóle!
parecerá plausible a todo aquel a quien le haya d ich o un ocultis^
m oderno que los espíritus viven en la “ cuarta d im en sión ", o
haya sentido in q u ie to ante la contam inación tlel psicoanálisis p<¡
la parapsicología (Devereux, 1953a), o haya observado el intei'4
de ciertos eminentes fisicom atem áticos por la parapsicología o, tair
bien a l que haya oído —como me sucedió a m í una vez— al directo]
tie un museo de arte decir confidencialm ente a un famoso lisie!
nuclear que la teoría de la re la tiv id a d había in flu id o en el m oiltj
tie tra ta r el “ espacio” los pintores contemporáneos.
Luego si bien la credulidad occidental p ro d u jo terribles sistd
mas filosóíico-religiosos y cosas semejantes, en su c o n ju n to la 1¡*|
bertatl tie la im aginación tlel hom bre occidental y su ansia tie “ mi*
1agros" tu vieron parte, a m enudo vergonzosa pero tam bién muy
real, en el desarrollo tie las teorías científicas modernas y en la
creciente disposición del em p írico a to m a r conocim iento tie hechos
tan “ desconcertantes” , pero reales, como el m un do tie lo incons­
ciente, el cam bio de sexo tic los animales protandros, y así sucesi­
vamente.
C iertam ente, el cie n tífic o no debería' satisfacer, de m a n a n casi
au lis tica, su sed tie cosas sorprendentes y tie las que para el sen­
tid o com ún son visiblem ente im probables y casi imposibles, a
menos que deje de ser c ie n tífic o y actúe com pulsivam ente (act
out) sus problemas neuróticos en su obra. A l m isino tiem po, una
form a de ver com pulsivam ente pedestre, una a c titu d obsesivamente
h ip ercrítica respecto de teorías y hechos nuevos y una tím id a su­
m isión a la metodología tra d ic io n a l —que con frecuencia llega
hasta el p un to en que la m etodología deja tie ser un medio de
hater las cosas del modo debido y se vuelve un código tic tabúes
que le im p id e a uno hace» nada en absoluto— es inservible y sólo
\ IIIS IO K m Ó N d i. i .o s d a to s ¿■>1
IM'K<<I In realidad tie datos sorprendentes y a in h ib ir la
«Ir co n s n u ir cuando menos hipótesis heurísticas “ forza-
! I, l ‘ IÜÍ))f que son la única garantía tie crecim iento con­
ja ciencia a una cadencia tpie corresponda a una curva
,1
■a»tica, las reacciones determ inadas caracterológicamente
...... . de m odo necesario datos y conclusiones cuestionables.
i lili luso fa c ilita r el descubrim iento de datos y la lo rm u la -
» hipótesis nuevos que, sin esas reacciones subjetivas, bien
u no haber aparecido. Y así, aun cuando un descubrim iento
i determ inado padeciera la in flu e n c ia del tip o tie persona-
li’l lie n tílic o , después tie revalorado debidam ente puede apor-
n nuevo y esencial a la ciencia de la ctm ilucta, sencillam ente
la verdadera fuente tie estéril e n ta no es la contratrasfe-
< per se, sino la contratraslerencia pasada p o r a lto y m al tra-
i «ipil tilo x i).
1 n son, pues, las personas que a fro n ta n francam ente el hecho
antes de enviar a un etnógrafo a una tr ib u determ inada es
» cerciorarse de que su personalidad no entrará en c o n flic to
m l.i pauta básica tie la cu ltu ra tie dicha trib u . Las relevantes
MMiiendaciones de L in d g re n (193(>) han sitio por desgracia tles-
iliii por muchos, puesto que así como algunos psicoanalistas a fir-
ni defensivamente que cu a lq u ie r analista preparado puede ¡ma­
il io n io es debido a cu a lq u ie r paciente, otros tantos antropólo-
, ..i parecen ser tie o p in ió n que una buena preparación académica
jn it iiilc a cu a lq u ie r a ntropólogo estudiar con eficacia a cu alqu ier
0 lili!
(laso 296: Esta com placiente ficción puede refutarse fácilm ente
1m nparantlo la obra tie M alino w ski sobre los isleños de las T ro -
Inland to n el resto tie su lab or tie campo, las m onografías tic Lowie
•(«du <■ los crows con sus artículos sobre los hopis, la labor tie Kroe-
In i sobre los mohaves y los yuroks con sus otras obras de etno-
i'ia lía , los datos de R óheim sobre A u stralia con sus notas sobre
ln> yuntas, y así sucesivamente. De hecho, si las obras tie un e tnó ­
logo acerca tie diversas trib u s son tic ca lid atl uniform em ente ele­
vada, esto suele deberse ante todo a la juiciosa preselection tie las
li ¡bus que estudió. Esto es patente sobre todo en el caso tie la
Mead, cuya lab or en diversas partes tie Oceania e Indonesia no
s ó l o es siempre excelente sino que oscurece algo su lib ro sobre los

ornabas, aunque éste tam bién merezca un lu g a r bastante elevado.


Observamos además que m ientras Meatl había escogido por sí mis­
ma todos los otros grupos que estudió, podría decirse que la m an­
daron en cierto modo a estudiar a los timabas, en condiciones que
•252 E t. C IE N T ÍF IC O Y SU CIENCIA

describe en sus “ R econocim ientos” del lib r o sobre ellos (Mead,


1932).
La estructura del carácter —o sea el elem ento in v a ria n te de la
co nfig uració n psíquica del tra b a ja d o r de campo— no sólo filtr a I<h
datos que recoge sino que tam bién determ ina muchas de las rea<•
d on es de sus inform antes y aun su grado de p ro d u ctivid a d . Cierta­
m ente, la situación de la entrevista e incluso la mera presencia do
un a ntrop ó lo go en una trib u —aunque sólo sea uno de los llama-
tíos “ observadores p a r tic ip a n te s 'r e p r e s e n ta un “ trastorno ” cu
el sentido en que, en los experim entos de mecánica cuántica, el
e xp e rim e n to m ism o es causa de trastorno. Por eso algunos antro­
pólogos antipsicoanalíticos, que insisten en que el analista “ im p o ­
ne” asociaciones a sus pacientes, deberían estudiar p rim e ro los
trastornos que su p ro p ia presencia crea en el g ru po que están es­
tu dia nd o. Surgen d ificu ltad es especiales cuando un in d iv id u o de­
te rm ina do es estudiado por uno o varios trabajadores de campo
tan sistemáticam ente y p o r un período tan largo que empieza a
ser parte de la form a de vida de aquél el “ ser un in fo rm a n te ” . Un
eje m p lo bien conocido de alguna persona así “ sobrestudiada” se
nos vendrá enseguida a las mientes, y tam bién el chiste de que
una fa m ilia navajo se compone de la madre, el esposo y los hijos
de ésta, un tío vie jo y un antropólogo. En estos casos, el in fo r­
m ante y aun el g ru po reciben un señalado “ papel com plem enta­
r io " . Esto es in e v ita b le . . . y así deberla reconocerse, en lu g a r de
que re rlo o b via r con la ficció n del observador p a rticip a n te . (En los
capítulos x x y x x i exam inaremos estos “ trastornos” .)
Siendo e xplicable que un a ntrop ó lo go obsesivo com pulsivo en­
co n tra ría a los mohaves tan insoportables como ellos lo encontra-
rían a él, la proposición de L in d g re n de acoplar —ta l vez por me­
d io de tests proyectivos— al fu tu ro trab aja do r de campo con la
tr ib u que ha de estudiar 3 tiene m éritos definidos, puesto que todo
a n tro p ó lo g o que haya estudiado de p rim era m ano más de una c u l­
tu ra sabe que no empatiza en el m ism o grado con todas.
Caso 297: U n em inente colega al que confesé que no me era
fácil em palizar con la c u ltu ra china, aunque había estado en C hina
(caso 112) ni con la cu ltu ra australiana, aunque había estudiado
las principales obras sobre los indígenas australianos, me d ijo que
d urante toda su estadía con cierta trib u —sobre la que escribió
una m onografía apreciable pero no de p rim e ra — no pudo vencer
del iodo una sensación de exuañeza.

K1 île u im im l/ío a analisla y analizando tam bién se- está debatien­


do acUialincM lr en c íu u Ioh |>sl<nuiialí(ic»s más refinados.
A U I I 'M . V DISTORSIÓN DK l.OS DATOS

* i in *ei (a apresurado suponer que al acoplar a ntropólogo a tri-


hay.i que asum ir que sólo la em patia p ro du cida p or la id e n tiii-
•<ii basada en semejanzas de carácter m anifiestas entre el tra-
, nloi de campo y el g ru p o que estudia pueden p ro d u c ir
•liados buenos. En algunos casos, por cierto, la id e n tific a c ió n
produce en fu n c ió n de la personalidad m anifiesta (Yo) del
'M|i«dor sino de acuerdo con un segmento no-actualizado de su
il de¡ Yo, que com plem enta las porciones actualizadas p o r la
•* bu la.
.no 298: N adie era menos belicoso, fa n fa rró n y “ heroicamen-
«ti i ocom placiente que el caballero exquisitam ente cortés y eru-
l.owie. Pero su obra sobre los crows es decididam ente soberbia,
.i p oique, como a muchos otros estudiosos tran qu ilos, a Low ie
■•Ilién le gustaban las cosas audaces.4 En tales casos, la id e n ti-
• mu se efectúa de acuerdo con un segmento com plem entaria y
•|i«n't¡(mentalmente no im plem entado tie la personalidad, o sea
m edio de un ideal del Yo in d e fin id o o de un ‘ 'd o b le '’ simé-
« o co m plem entario de su personalidad cotidiana. Si Low ie
' iera sido capaz de identificarse con sus inform antes sólo en fun-
•I de sus actitudes tran qu ilas, modestas y llenas de tacto, no-
'•iría p re ferido el crow matasiete al h op i “ apolíneo” (?), a quien
• aniñaba despectivamente “ pequeñoburgués del sudoeste” . En
to m o algunos expertos sedentarios en caballería m edioeval,
........ ser que L o w ie com pletó su vida en su lab or de c ie n tífic o
‘"p .úizando con una pom pa ajena, que estaba patentem ente ¡ i u -
de su vida de estudioso, pero que puso de m anifiesto una
p u i r latente de su Ideal del Vo {caso 352).
Imi otros casos, la id e n tific a c ió n se efectúa en el nivel de lo ins­
u m í vo, como lo demuestra el caso de los erotistas que se estable-
♦Il io n en T a h it i {caso 133).
I n algunos otros casos, la id e n tifica ció n p arcia l se realiza en
tilín ion del Superyó.
tlaso 299: Los jesuítas del siglo x v iii h a lla ro n el talante de los
«I»i nos tan a pro pó sito que acom odaron su litu rg ia a las normas
IIadicionales chinas, transacción sincretista que les p ro curó serias
illl¡m ita d e s con el V a tican o (Saint-Simon, 1829-30). N o es nece-
itii ¡i> decir que es precisamente esta id e n tific a c ió n segmentaria (del
Superyó) de los jesuítas con su grey china la que explica la p ro -
bin d idad de sus descripciones de C hina y los chinos.
Si nos tomamos el trab ajo de d o m in a r nuestras propensiones ten-

* N a tiira lm c n tc , L o w ie tenía un gran v a lo r m ora l, como lo demuestra la:


lin iirs iitla d intransigente de sus a rtículos polémicos y sus reseñas de libros..
254 >:i. C IE N T ÍF IC O Y SI

deliciosas p o d re m o s lo g ra r n o ta b le s re s u lta d o s p o r la pr<*\* ■•


de n u e stro s a n h e lo s in s tin tiv o s , ya sea re p u d ia d o s y egodision*
o e g o s in tó n ic o s p e ro p ro h ib id o s p o r u n ta b ú c u ltu r a l, sobn
g ru p o (ju e estam os e s tu d ia n d o . E l p rim e r o de estos méconnu
e x p lic a las reacciones de los m is io n e ro s y el se gu nd o las de i
va g a b u n d o s a la s e x u a lid a d p o lin e s ia .
E n lu g a r de tr a ta r de a n a liz a r p rim o r d ia lm e n te Jas disto» '
c o n tra tra s le re n c ia le s re la c io n a d a s con el tip o de p e rs o n a lid u i
tra b a ja d o r de ca m p o en fu n c ió n de los m ecanism os de id e m dut
d o n , p ro y e c c ió n , etc., p ro p o n g o e s tu d ia rla s según sus m a n ife s ia d l
nes reales.
Las reacciones a e x a m in a r caben de u n a m an era g en eral • jm
c ia lm e n te trasla pá nd ose — en u na de estas tres categorías genera Irl

1. R e la c ió n con los datos,


2. R e la c ió n con los in fo rm a n te s y la tr ib u com o gente.
3. E l papel c o m p le m e n ta rio .

En este c a p ítu lo estudiam os ante to do la re la c ió n e n tre el cien


tífic o y sus datos.
Las in e xa ctitu d e s en los hechos, las co n tra d ic c io n e s consigo mis
¡ n o y los pasajes oscuros suelen deberse a p u n to s ciegos del incons­
ciente, e n tre ellos los esrotom as relacionados con la a c titu d profe­
sional.
Los errores o b je tiv o s pueden deberse a una e x a c titu d exagerada
al re g is tra r las creencias indígenas u n itiv a m e n te , sobre to d o cuan­
tío u no se d e fin e exclusivam ente com o estudioso de la c u ltu ra .
Caso 300: Según K ro eb er (1925a), los c u a tro p rim e ro s rito s mens­
truales de las m uchachas mohaves se efectúan cada cuarenta días.
Esto —com o h u b ie ra d e b id o saber Kroeber, m u y e n te n d id o en b io ­
logía, pero que según parece no la recordaba hasta este p u n to — es
m an ifie sta m e nte im p osib le, puesto que el ciclo m en strua l tiene 28
días.5 El no haber u tiliz a d o K roeber sus co nocim ientos de biología
—siquiera para hacer preguntas suplem entarias— se deb ió evidente­
m ente a:
1] su co no cim ien to de la im p o rta n c ia r itu a l que tenían los n ú ­
meros cuatro y cuarenta en la c u ltu ra niohave y a
2] su d e fin ic ió n de sí m ism o com o estudioso de la c u ltu ra (ex-

•' El lu -tlio i ir i| i ir las pt ¡meras m enstruaciones a veces se presenten con una


lita r a ¡tT fjfiih u id,ut no im p ô t la tutu lio <-n nuestro contexto. Además, el ciclo
de 40 días fm- e xp lícita m e n te denegado p o r m is in fo rm a n tes tnohave (Deve­
reux, I OáOc).
IiI i I ii USIÓN |)1 ; l.O S HA IO S

.h i i i tul reflejada tam bién en su concepc ión “ super­


il l,i iitltu r a (Kroeber, 1952)."
! in ic u o deben apreciarse con sentido c rític o las creen-
'i'i
l os sc’clang dicen que en la noche el hom bre ve con
ir Im ojos, que el cervato tiene o tro par de ojos para
, que la g a llin a no tiene ninguno. Yo les pedí que me
ni los ojos nocturnos del cervato y resultaron ser un par
lu tas situadas cerca de los ojos. La creencia sedang de que
i.m ve en la oscuridad con el blanco de los ojos refleja
lím e n le una confusa noción del hecho ele que en la noche
i ni de la visión periférica (que emplea los bastoncillos) es
|iic la visión m acular (Devereux, 1949b). La Barre (1954),
In este* m ism o in d ic io , relacionó a co n tin u a ció n la clifun-
i-iM ia de que los espectros son de un azul verdoso con el
■i r q u e este color es el más visible con poca luz.
>nh(idicciones consigo m ism o parecen deberse a una ansie-
• 'insciente.
i02: U n psicólogo am igo m ío descubrió una pequeña con-
I....... en el m anuscrito de m i a rtícu lo sobre el alcoholism o ele
un'baves (Devereux, 1948d), que corregí al punto. El hec ho
j i o ya no recuerde yo el p u n to acerca del cual me contradecía
■i m isino indica que m i “ desliz" se debió a la índole causante
imiedacl de mis datos, ya que yo siento por la embriaguez una
• .liiii irra cio na l. De ahí que después de haberme obligado la
Itu ai ia de m í am igo a encarar el m aterial causante de ansiedad
i ' ir se debían mis declaraciones contradictorias, rápidam ente vol-
• ir p r im ii to do aquel asunto.
¡mhigüedades y lapsus calam i suelen deberse a resistencias a cn-
■ «i'lri cabalm ente el m ate ria l que se está estudiando.
' uso 103: En un a rtíc u lo sobre telepatía —o sea una cuestión
11 h i la que tu vo problemas toda la vid a — puso Freud (1955b) “ ac-
i lilrn ia lm e n te " la in ic ia l de padre por la de esposo. N unca c o rrig ió
i'l error, n i n in g u n o de sus traductores lo a d v irtió . Yo m ism o no
lo vi sino después de haber com prendido (Devereux, 1953a) que
aquellos datos tenían algunas otras im plicaciones edípicas, que el
mismo Freud no había expuesto plenam ente en aquel fragm ento.
Siílo después de haber yo descubierto aquellas im plicaciones por
mí mismo pude a d v e rtir tam bién el desliz de Frene!, que lo había

" l-’.stas interpretaciones fueron aceptadas por Kroeber cuando discutí con
él este erróneo enunciado. A l p rin c ip io , tam bién a m í se me había pasado
( Devereux, 1933).
25(5 I L C II.N T ÍF IC O Y SL" CM N|

com etido precisamente por haber entendido de un m odo meo


d e n te —pero en aquella ocasión rechazado tam bién de un nio
inconsciente— el significado de aquellos datos.
Caso 30-í: U n candidato psicoanalítico capaz de em patia ven!
dera, pero m uy poco diestro para verbal izar sus insights, cornel
una vez deliz tras deliz en la presentación de un caso. Cada mi
de sus equivocaciones revelaba que entendía el sign ificad o latente ('
su m ate ria l m ejor de lo que él m ism o com prendía conscient eme n\
Caso 305: Parte de m i análisis d id áctico se efectuó en una leí
gua que yo tenía ya m edio olvidada. P ro nto se patentizó que ut
inconsciente aprovechaba este hecho, y detrás de cada construcciói
am bigua y cada palabra im p ro p ia asomaban casi siempre insights
recuerdos inconscientes y rechazados.
Los insights rechazados pueden afectar a la fo rm u la c ió n tanto <1
las anotaciones de hechos como de los trabajos teóricos:
Caso 306: Los insights suplem entarios egodistónicos o bien peí
tábidos vagamente, que com piten con los datos que uno trata com
cientemente de consignar, suelen ser causa de fragm entos oscuros
en las notas tomadas sobre el terreno. Siempre que me quedo per­
p le jo ante una frase poco clara en mis notas de campo de 1932-33
sobre los mohaves suelo descubrir que la fa lta de claridad no se
debía n i a la prem ura, n i al estilo telegráfico empleado n i a mi
escaso d o m in io del inglés en aquella época, sino al hecho de que
me habían dicho —o había e nte nd ido — sólo una de las facetas de
una costum bre com pleja, y las otras facetas sentidas preconscien­
temente e n tu rb ia b a n mis notas a l epierer penetrar en ellas.
Caso 307: C uando c o rrijo la p rim e ra redacción de un o rig in a l
cie n tífic o busco deliberadam ente los pasajes redactados con a m bi­
güedad, cuya oscuridad suele deberse a la presencia de algún in ­
sight su plem entario todavía latente y preconsciente. C om prendo
tam bién que m i incapacidad —m uy sorprendente y a veces del todo
exasperante— para expresar, claram ente y a la prim era, alguna
idea a l parecer simple se debe casi siempre a agitaciones s u b lim i­
nales de algunos insights adicionales, todavía reprim idos. Por eso
siempre que tal cosa me sucede ceso de debatirm e con la sintaxis
y tra to do descubrir en lug ar de eso qué idea s u p rim id a está que­
riendo abrirse paso por la “ se ncilla ” declaración que estoy tra ta n ­
do de hacer conscientemente. De este m odo doy con algunas de mis
mejores ideas.
Las oscuridades, ambigüedades y equivocaciones se deben, pues,
a resistencias contra algunos significados de nuestro m aterial. Son
actos fa llid os que se asemejan a u n lapsus calam i y cuyo análisis
I iM li \ D IS TO R SIO N DE LOS DATO S 257

, i i i i l f r entender ciertos aspectos no reconocidos y egodistó-


! >mestros datos.
htd: La “ etnografía com pleta” , como el “ psicoanálisis
es un ideal, no una p o sib ilid a d real. Siempre que otros
•íes reem prenden el estudio de una trib u descubren, in-
H. mente, no sólo rasgos no registrados, sino ta m bién cosas
que a veces requieren de trascendentes reform ulaciones del
" lu lfu r a l de esa trib u . Tales reform ulaciones suelen repre-
ulemás una reacción contra descripciones anteriores dema-
iiiM plilicadas y relativam ente poco matizadas de esa cu ltura.
• IOS: L a soberbia pero algo parcial descripción que hace
in i (1934) de la c u ltu ra k w a k iu tl, a la que ca lifica de pa-
| | , provocó u n reanálisis teórico de los datos disponibles y
liberada búsqueda de nuevos tipos de datos. Y así L in to n
urn aló que los jefes k w a k iu tl podían conducirse de un m odo
i irnaniaco y paranoide sólo porque la extrem ada cooperativi-
ia nada pretensiosa gente del com ún les proporcionaba los
. «le realizar m anifestaciones ostentosas, m ientras que Codere
hizo u n estudio especial del lado amable de la vida kwa-
■■ii Intentos tácitos de reenfocar el cuadro que presenta Bene-
1 »I ilt* la vida de los ind ios pueblo, en que exagera sus rasgos
**1er ¡m ínente) “ apolíneos” pueden hallarse en diversas obras que
>plli iia o e xplícitam ente ponen de relieve el lado chismoso, en-
* bllnsn y pequeñoburgués de la vida de esos indios (Simmons,
I'M::, 1.1lis, 1951, etc.).
La selectividad más com ún y legítim a es la a trib u ib le al interés
" i lit mises p rincipales (pero determ inados inconscientemente) del
abajador de cam po profesional: parentesco, c u ltu ra m aterial, le-
M *, (ultura-y-personalidad, etc. A veces puede descubrirse una ten­
dencia en extrem o selectiva aun en m onografías supuestamente
'•Miplias.
t'.aso 309: El estudio de los kiliw a s por M eigs (1939) dedica 20
páginas a la c u ltu ra m ate ria l pero sólo 13 a todo el ciclo v ita l, y
de ellas deja 10 pan* los com plejos ritos funerales (Devereux,
I9 l0 d ).
O tros tipos de selectividad afectan p rin cip a lm e n te al m odo de
in te rp re ta r uno sus datos.
Caso 310: D ebido en parte a m i escaso respeto por los estudios
aiomistas de la c u ltu ra y en parte a que en sus prim eros tiempos
la antropología histórica operaba más bien con rasgos que con
pautas, no me interesé al p rin c ip io en in te rp re ta r mis datos en
i elación con la historia, cosa m uy sorprendente dado m i interés
de toda la vida p o r esta m ateria. Sólo después de convencerme de
258 EL C IE N TIFIC O V Ml U

que la a n tro p o lo g ía h is tó ric a n o te n ía p o r q ué ser a tom ista (K


ber, 1949) empecé a in te r p r e ta r ta m b ié n h is tó ric a m e n te p a tlf
m i m a te ria l, buscando p o r e je m p lo los cam bios en la pauta de
relaciones in te rp e rso n a le s e n tre los m ohaves en los ú ltim o s
años (D e vere ux, 1961a), o a n a liz a n d o los antecedentes h is to rio
lític o s del m ito de E d ip o (D e vere ux, 1963b) o b ie n aplicando
psicoanálisis a p ro ble m a s h is tó ric o s (D e vere ux, 1965a, D e v c m i
F orrest, 1967).
L a se le ctivid a d d e te rm in a d a p o r el carácter se m anifiesta
m uchos m odos, la m a yo ría de los cuales n o re q u ie re n de un
m en d e te n id o . Pero hay un tip o de s e le c tiv id a d tan intim an te
re la c io n a d o con la esencia de la la b o r a n tro p o ló g ic a que suele
sar in a d v e rtid o .
L a s e le ctivid a d e xótica ha a to rm e n ta d o toda la antropología
la la b o r de c u ltu ra -y-p e rso n a lid a d desde el p rin c ip io . Siempre
h a b id o una tendencia a re g is tra r norm as y a ctividades p rirn a ri
n o to ria m e n te d iferen te s de las que se a d v ie rte n en la c u ltu ra <1
a n tro p ó lo g o (caso 311). Este "e x o tic is m o ” acaso e x p liq u e la sisl
m ática exageración del papel del r it u a l en la v id a p rim itiv a (I)
vereux, 1957a), así com o la ausencia de datos de la vid a o rd in a ria
Caso 311: U n colega d is tin g u id o me d ijo que —a pesar de t
m in u cio so e s c ru tin io del te x to — casi no p u d o h a lla r n in g ú n da
sobre la vid a c o tid ia n a en u n o de los inform e s de cam po más f
mosos, exhaustivos y m inuciosam ente docum entados y escrito p„
u n o de los m ayores antropólogos de todos los tiempos.
La defo rm a ció n exótica en el análisis de carácter é tn ico tiendi
a m a x im iz a r los rasgos d is tin tiv o s del g ru p o y a m in im iz a r el hfl
cho de que todos los rasgos de carácter é tn ico tie ne n sus raíce
en los mecanismos de defensa, o sea en el subestrato universal di
to d o carácter étnico, que d ifie re de los demás tan sólo en la con
fig u ra c ió n d is tin tiv a de esos mecanismos de defensa.
Caso 312: Creo que el p rim e ro en destacar sistem áticam ente (De
vereux, 1951a) el com ponente masoquista y autocom pasivo en Iq
estructura del carácter de los in d io s de las praderas, aunque abun
dan en la lite ra tu ra excelentes datos sobre las to rtu ra s in flig id a !
a sí mismos y textos de discusos de una autocom pasión casi h itle ­
rianos, in c ita n d o a la tr ib u a la guerra (Lo w ie , 1935). Esta norma
sobrevive hasta nuestros días en el c o m p o rta m ie n to de algunos
tipos de personalidad alcohólicos de la Reservación (La Barre,
sin fecha).
M uchas descripciones de personalidades étnicas son desproporcio-
7 U n a te n d e n c ia a fín e x p lic a la h is t o r ia e s c rita p r im o r d ia lm e n t e e n fu n c ió n
de reyes y b a ta lla s .
\ K l« l I IkM Ó N 1)1. LOS DATOS 259

'• il1 indo por una insistencia a rb itra ria en rasgos que en
i inpln personalidad étnica son poco im portantes y una
♦óii i o ri espondiente de rasgos de personalidad que tam-
•i leí i/u ii a nuestro p ro p io grupo. Por desgracia, no estoy
que lio pueda hacerse la misma crítica a mis prim eras
or* de la personalidad mohave (Devereux, 1939c).
• iii exótica en los estudios de cultura-y-personalidad a
u m liiiia con una concepción demasiado sim p lifica d a de
1iiiii de personalidad que exagera la plasticidad del hom-
• lunación que refuerza aquella falacia. La consecuencia es
■■•»•♦ presentan características psicológicas extremas —o bien
• i que exigen actitudes psicológicas extremas y singularm en-
•mi Invidentes— como si fueran “ el re la to com pleto” . N adie se
ne a pre gu ntar cómo puede mantenerse ind e fin id a m e n te una
míii psicológica tan desbalanceada; no se realiza n in g ú n es-
ii por descubrir las actitudes y creencias compensatorias que
i posible la versión “ o fic ia l” o ficció n social, con frecuencia
-Uu.d.
«/i 113: Hasta 1938, todos los inform es de creencias del río
■Mi presentaban a los gemelos como visitantes celestes y hon-
i, acogidos con alegría y que gozaban de grandes p rivilegios
ule (oda su estadía en la tierra. A nadie —n i a m í tampoco
Mieux, 1935)— se le o c u rrió preguntarse cómo el hom bre co-
" ir , por generoso que sea, podría aceptar sin a b r ir la boca la
i ilin a ció n de sus deseos a los de los gemelos. Por eso no se
■ i a penetración sino que fue una suerte inm erecida el que en
. csi odiando el estatus, yo planteara una cuestión (“ ¿Quién es
considerado, u n gemelo o un no gemelo?” ) cuya respuesta yo
•• ■/ saber, pero que me re p o rtó una descripción detallada de otra
iim ccpción plenam ente desarrollada de los gemelos como indesea­
bles reencarnaciones de espíritus odiosamente adquisitivos (caso
IS, Devereux, 1941).
M i teoría (1937e) de que parece haber una suerte de ley de
N cw lon psicológica en v irtu d de la cual “ para cada acción (m ani-
lirsta) hay una reacción igu al y opuesta (usualm ente latente)” , y
d r <|ue p o r eso cada c u ltu ra contiene conflictos tip o y soluciones
U p o , así como conflictos y soluciones compensatorios secundarios,

i m iarios, etc.,8 va psicológicam ente m ucho más allá de la idea de


K ;u d in e r (1939), de instituciones prim aria s y secundarias. La ne­
g a t iv a a tom ar en cuenta este “ reverso de la m edalla” in v a ria b le ­
m e n t e presente es la base de muchas sim plificaciones exageradas en

* U n a m ig o m u t u o c o m u n ic ó a K a r d in e r e l o r ig in a l e n 1938.
260 El. C IE N T ÍF IC O Y SU CU Ni 11

los estudios de c u ltu ra y personalidad (casos 308, 315). . . así cuino


del neofreudism o “ c u ltu ra lis ta ” .
Las ambigüedades y am bivalencias de la c u ltu ra que uno esli».:
¡ dia pro po rcio na n excepcionales oportunidades para la maniíesin
ción de reacciones de contratrasferencia determ inadas por el raiát
ter. De ahí que aunque haya hecho alusión a estas cosas en vario*
pasajes anteriores sea indispensable d ilu c id a rla s sistemáticamemc,
Después de haber puesto m ucho —y le g ítim o — énfasis en la in*
„ terrelación fu n cio n a l entre todas las partes de una c u ltu ra y den-
| , pués de una erupción —verdaderam ente necesaria— de form ulario*
'I V nes de pautas culturales no ambiguas, estamos empezando a com*
! I prender que las culturas son menos inequívocas de lo que parecen,
¡! | En efecto, si una c u ltu ra m axim iza francam ente el rasgo X e im ­
p líc ita o explícitam ente m in im iza su co n tra rio (no-X), esta m in i
m ización de no-X es un rasgo c u ltu ra l tan im p o rta n te como lu
m axim ización del rasgo X . Es incluso probable que algunos rasgos
inherentem ente m arginales pero cu ltu ra lm e n te sobreelaborados y/o
sobreim plem entados sean p rin cip a lm e n te contrapesos (“ controles
y e q u ilib rio s ” ) para ciertos rasgos “ básicos” cu ltu ra lm e n te maxi-
I mizados (Devereux, 1951a). La “ masa s o c io c u ltu ra l” (Devereux,
1940a) de un rasgo dado puede p o r eso determ inarse m ejor ave­
rig u a n d o el núm ero de rasgos no relacionados lógicam ente que han
sido intro du cido s a la fuerza d e n tro de su á m bito, en una relación
1 de compendencia a rtific ia l (Devereux, 1957a). Estos procedim ien-
¡ i tos de tip o Procusto se dan ta n to en conexión con los intentos de
m axim iza r un rasgo “ básico” como con los de m in im iz a r y supri­
m ir ciertos rasgos “ m arginales” .
I' ; Caso 314: La c u ltu ra de los ind ios de las praderas, fuertem ente
i orientada hacia el v a lo r v ir il, contiene mecanismos insólitam ente
1 •
-j 1 complicados para la represión (im p le m e n tacio n negativa) de la
cobardía. T ie n e incluso retiros o refugios para los cobardes, a
quienes se perm ite y aun anim a a dejar el g ru po o rien ta do hacia
¡ ; la valentía y hacerse —en form a de trasvestistas— m iem bros del gru-
j po fem enino, del que no se espera que sea valiente sino sencilla-
' m ente que aprecie el v a lo r y a liente a los hombres para que sean
bravos (Devereux, 1951a). Este fenóm eno puede entenderse en
parte en térm inos históricos (caso 318). O tro ta n to sucede con la
belicosa trib u mohave, donde durante las festividades los trasves-
listas —definidos como mujeres— se unen a las ancianas en p ú b lic o
para h u m illa r a los hombres que se quedan en casa, a los que
llam an por befa alyha (“ cobardes” y “ trasvestistas” m asculinos)
; (Devereux, 19S7a). A q u í tam bién la h u m illa c ió n y el aislam iento
social del cobarde com plem entan la valoración social del heroísmo.

k
11 ID A lt Y D IS TO R SIÓ N DE LOS DATO S 261

1' nuit! modo, la co m p le jida d de un rasgo dado no es m edida


carácter básico c u ltu ra l, ya que la co m p le jida d puede de-
.t los intentos de u tiliz a rla a manera de contrapeso para un
» básico” m axim izado cu lturalm en te. L o elaborado de ese con-
sgo es sencillam ente una buena m edida de la masa sociocul-
1 to ta l de los dos rasgos conjugados, tomados juntos.
".i buena regla práctica para id e n tific a r un “ contrarrasgo” m i­
ado ( = m axim izado negativam ente) es com probar si no está
Mii/ado en otra cu ltura.
m 115: Nuestra sociedad es oficia lm e nte ca nó fila y la amistad
" ti com ponente esencial de nuestro sistema de valores. La socie-
1" i árabe es en cambio o ficia lm e nte canófoba, porque considera
: l <n o ritu a l y objetivam ente in m u n d o . Estos hechos contrastan-
lí berían —pero raram ente lo log ra n — hacernos buscar rasgos
lobos o ficia lm e nte desaprobados pero fuertes en nuestra cul-
v a la inversa, fuertes rasgos canó/i7os en la c u ltu ra árabe. U na
to rm u la do el problem a de esta manera, no es d ifíc il h a lla r
enti bas co nfirm a to ria s: las fobias relacionadas con el perro son
nu nu lies en occidente, "p e rro asqueroso” y “ perra” son epítetos
"(itttbiosos y los perros —“ los mejores amigos del hom bre” — con
h m ic n c ia son más brutalizados (po r ejem plo en los laboratorios:
m m 170) que las ovejas, económ icam ente valiosas pero emocional-
HiHile incapaces de respuesta. Y a la inversa, el árabe hace una
• m cpción para el sloughi, al que n o considera in m u n d o , y a veces
tillóla su pedigree en el Corán de la fa m ilia , ju n to con el suyo p ro ­
pio y el de su caballo, c u ltu ra lm e n te apreciado.
(laso 316: Las reacciones culturales oficiales a los gemelos suelen
*rr m uy positivas o m uy negativas. C uando la reacción m anifiesta
en francam ente positiva —como entre los mohaves (caso 131)— sue­
le descubrirse tam bién una segunda serie de reacciones, com pleta­
mente diferentes de la a ctitu d o fic ia l (Devereux, 1941). A llí donde
lu reacción o fic ia l es fuertem ente negativa, a veces se hace una
excepción para ciertos tipos de gemelos, como los de ascendencia
leal, etc., o se va fo rm ando después una a c titu d opuesta a su res­
pecto (Loeb, 1958).
Dos normas simétricas y opuestas con frecuencia no sólo son ló ­
gica sino tam bién em ocionalm ente incom patibles entre sí. Repre­
sentan los dos polos de una am bivalencia personal y /o c u ltu ra l y
tienen que re fle ja rla , porque n in g u n a cantidad de condicionam ien­
to c u ltu ra l puede hacer del hom bre un ser totalm ente inam biva-
Icnte —sobre todo a llí donde se exige la fa lta de am bivalencia en
relación con una cuestión o un v a lo r culturales afectivam ente car­
gados. Porque si bien uno puede ser relativam ente inam bivalente
262 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

en cosas culturales casuals (de ' ‘lo tomas o lo dejas” ), uno siein
pre es am bivalente con u.\ rasgo cu ltu ra lm e n te sobrecargado, por
ser la misma hipercatexia o b lig a to ria de una a c titu d un subpro
docto del in te n to de negar ru e s tra p ro p ia am bivalencia a su res
pecto.
Cada c u ltu ra contiene tam bién la negación de sus valores man i
fíestos, de pauta y básicos, m ediante una c o n firm a ció n tácita de
pautas latentes y valores marginales. L a pauta rea l com pleta de unn
c u ltu ra es el p ro du cto de una acción reciproca fu n c io n a l entre pau­
tas o ficia lm e nte afirm adas y oficiahnente negadas que poseen masa.
Esta acción recíproca no puede analizarse n i entenderse en función
del sistema esencialmente no psicológico de la dialéctica hegueliana-
m arxista n i del m odelo que traza K a rd in e r de instituciones “ p rim a ­
rias” y "secundarias” .
L a designación de algunos rasgos y pautas como “ básicos” o “ p ri­
m arios” y de los otros como “ m arginales” o “ secundarios” es sólo
una convención ú til, basada en la d e fin ic ió n que de sí hace el g ru ­
ño, que es tendenciosa o bien representa sólo un m odo posible de
*rer la cuestión.
Caso 317: Es hoy una verdad inconcusa que Rusia —a pesar de
su d e fin ic ió n de sí m ism a— no es u n Estado com unista n i socialista;
sin embargo, el occidente sigue o brando como si lo fuera.
Caso 318: Es posible decir que la sociedad de los ind ios de las
praderas es sobre todo una sociedad o rien ta da hacia la cobardía y
no hacia la valentía, en parte porque muchos de sus rasgos p rin c i­
pales tra ta n de reforzar las formaciones reactivas contra el m iedo
y en parte porque en la pauta de b ra vura entran elementos marca­
dam ente masoquistas y heroicam ente autocompasivos (Devereux,
1951a). Este m odo de ver puede incluso sustentarse en consideracio­
nes históricas. Los cheyennes y arapahos, p roverbialm ente bravos
(caso 314), habían h u id o a los llanos porque los habían derrotado
sus vecinos de las selvas orientales. De m odo semejante, casi todas
las tribu s de caballistas asiáticas —a excepción únicam ente de los
mongoles— que a terrorizaron a Europa con su v a lo r in a u d ito ha­
bían h u id o a llí para salvarse de enemigos orientales más poderosos.
En efecto, si los cimerios, escitas, hunos, ávaros, húngaros, patzina-
cos y rum anos hubieran peleado en Asia tan te rrible m e nte como lo
hicie ro n contra las huestes europeas, no h ub ie ran tenido por qué
sa lir de Asia. El va lo r de que aquellas trib u s hicieron gala en E u­
ropa se debió jiosiblcn ie n tc a la idea o in tu ic ió n que tu vieron de
que sus derrotas en Asia y el sur de R usia se habían d ebido a una
relativa falta tie va lo r y decisión. Yo sospecho, efectivamente, que
casi todas las tribu s de jinetes se h icie ro n unos depredadores “ lie-
i l I MSI) V D IS TO R S IÓ N DE LOS DATO S ¡¿63

‘ |x ir reacción ante derrotas anteriores, sufridas siendo unos


'lus dispersos de cazadores y recolectores sin la debida orga-
•m p olítica o bien —en unos cuantos casos— bandas errantes
lililí cría campesina desarraigada. Sugiere esto el hecho de que
nías las tribu s de jinetes victoriosas estaban m uy bien orga-
lo que ind ica la necesidad de una d is c ip lin a rigurosa;
n, cuando eran derrotadas, o privadas de un c a u d illo em-
i( tlor, aquellas confederaciones de trib u s y a veces incluso las
que las com ponían p ro n to se desmembraban. Este hecho ex-
r| (pie sea casi im posible id e n tific a r a los actuales descen-
..... . de muchas trib u s de jinetes asiáticas im portantes —y otrora
i lut itiHiis— (H ó m an y Szekfü, 1941-43).
I a (urinación de pautas de contrarrasgos y el m odo que tienen
¡' recíprocamente con la pauta de rasgos "o ficiale s” y entre
t s un proceso predom inantem ente psicológico y no c u ltu ra l. De-
t mi m i la existencia misma de esas normas acopladas y el grado
i que son polares la cuantía de afecto que el hom bre está adies-
iiilii para consagrar a la pauta o ficia l. La intensidad del afecto
Hiuln a un rasgo c u ltu ra l no sólo determ ina la posición de éste
<i l.i jerarquía de los valores culturales sino que es en sí un rasgo
<h tu ¿il (pie pone en m archa los procesos psicológicos conducentes
hi lo rm a d ó n de contrarrasgos que instrum entan ambivalencias
I isii.is. U n rasgo cuya h ipercatexia no es en sí componente básico
i ese rasgo no puede suscitar una oposición vehemente. U n rasgo
lulivam ente m enor y p o r lo general no hipercatectizado puede
iMi'ise tema de debate sólo p o r su relación real o p u ta tiv a —y su
Hllf icndencia a rtific ia l— con una pauta p rin c ip a l cargada enio-
uii,iltnente.
Ilaso 319: E l beber kumiss (leche de yegua ferm entada) era una
i - i ili lien com ún en la sociedad pagana húngara y no tenía relación

ú.liada con la re lig ió n . Se c o n v irtió en cuestión capital cuando el


li'io occidental, q ueriendo cristia n iza r a H u n g ría , decidió arb itra -
>Mínenle que denotaba tendencias paganas. La hipercatexia (nega-
" \n ) del clero respecto de la bebida de kumiss hizo después que
I I supervalorizaran tam bién los húngaros paganos que quedaban,
el resultado fue que ta n to para cristianos como para paganos
It 111 i riera una carga afectiva y una significancia religiosa que no
u nía en los tiempos paganos (H óm an y Szekfü, 1941-43).
320: La circuncisión de la m u je r fue siempre un im por-
I ili i l r lit o k ik u y u , aunque d ifíc ilm e n te podría decirse que fuera
Iti esencia del modo de v iv ir de los kikuyus, como declaró jo m o
Kenyatta (1938) en reacción a las actividades de los misioneros,
264 E L C IE N T ÍF IC O Y SU < I|Jm‘

que querían im p ed irla -9 Además, para resistir la intervención nm


tra esta y algunas otras prácticas de los kikuyus, o los man nun
prestaron juram entos tan opuestos a l derecho, la re lig ió n y la élt<
de los kiku yu s que lite ra lm e n te se excluyeron a sí mismos de i
sociedad k ik u y u norm al.
T a n to la em ocionalidad como la in d ife re n c ia —o indiferent >
fin g id a — pueden llegar a ser im portantes factores culturales. El iu |
dar señales de em oción o afecto in d ig n a a una sociedad e m o c io n B
ta nto como el m anifestar afectos indispone a una sociedad que
tim a la fria ld a d . I
Caso 321: Vim os que los mohaves condenan a los predecesoiB
de ios blancos p o r no haber dado muestras de duelo en el f u r f l
ra l de M a ta vilve (caso 184). E n cambio, en Stalky &: Co., de
p liñ g , el cuerpo de adiestram iento de oficiales vo lu n ta rio s de u tH
escuela p ú b lic a se disgusta ta n to p o r las emocionales d e m o s tra d ®
nes patrioteras de un p o lític o visitan te que decide disolverse. ^
Los conflictos subjetivos pueden tam bién co n d u cir a la hiperca*]
tectización idiosincrásica y aun neurótica de un rasgo cu ltural*]
m ente poco im p orta nte.
Caso 322: U n excelente aficionado al ajedrez, desdeñoso y do*
m in an te , e n tró en análisis con un ta l doctor Bishop. E n cuanto
com prendió que no podía m a n ip u la r a su analista, resultó también
totalm ente incapaz de m anejar los a lfile s * con destreza y dejó de
ser un buen ju g a d o r de ajedrez.
Los factores culturales polares acoplados son así p ro d u cto de hi*
percatexias cu ltu ra lm e n te obligatorias y su acción recíproca es d in á ­
m icam ente com parable a la que se produce entre im p u lso y form a­
ción reactiva.
D ado que no puede haber normas culturales inequívocas, la des­
crip ció n y presentación u n ila te ra l de una c u ltu ra se debe a que
el antrop ó lo go no puede to lerar la o tra cara —que le causa an­
gustia— de la m edalla, o bien a su im periosa necesidad de ser con­
secuente a toda costa.
El observador puede m anifestar su tendencia personal de tres
modos:
1. Interesándose constantemente en aquella parte de la pauta
tota! de una c u ltu ra que tiene un tono afectivo p a rtic u la r, inde-

“ 1.os factores subjetivos (y probablem ente inconscientes) que m ovieron a


Jomo K cn ya lta a tim e r de este problem a p a rtic u la r la “ cuestión clave” de las
relaciones entre kikuyus y blancos no son pertinentes en la h isto ria de la c u l­
tu ra , salvo en cienos respec tos que no tienen p o r quó ocuparnos aquí.
* A lf il, en inglés b is h o p [r.J.
" V D IS TO R SIO N DE LOS DATO S 265

1 mente de que esa .parte sea el lado m an ifie sto o el laten-


- u ltu ra ,
' i; F ortune parece tener especial a fin id a d p or el lado som-
!i' Ian c ulturas. De ahí que entre los dobuanos estudiara p rin -
ic iiir el lado m anifiesto (som brío) de la c u ltu ra y entre los
t i el bulo ¡atente (tam b ié n som brío).
0 121: Parece que yo tengo especial a fin id a d p or el lado cá-
1ule hum ano de las culturas. De ahí que entre los mohaves
trie siu a ante todo la pauta m anifiesta y e ntre los sedangs la
1I ,

\ Ignitos eruditos ponen p or obra su necesidad su bjetiva de


• i cu ria (caso 308) insistiendo en la pauta m anifiesta a expen-
la latente.
o 125; Si la sociedad hom érica h ubiera m in im iz a d o los va-
’ nubs amables ta n to como parece creer A d k in s (1960), dudo
' |' ir h ubiera p o d id o d u ra r muchos siglos. E l cuadro que nos
, uta F in le y (1954) del m un do de Odiseo es m ucho menos
, al. De m odo semejante, los estudiosos que acentúan exclusiva-
c el lado “ vergonzoso'’ de algunas culturas tienden a o lv id a r
i ■ l,i culpa edípica es parte del p a trim o n io hum ano.
• Algunos antropólogos aficionados entre los psicoanalistas con-
1, h una im p o rta n cia ind eb ida al lado latente de la c u ltu ra , aun-
11 h en las situaciones clínicas ciertam ente saben que no deben
■bularse los procesos conscientes. En realidad, el interés exclusivo
put lo inconsciente es prácticam ente lo que distin gu e a los can­
didatos inexpertos, a quienes los mayores a veces llam an hum orís-
llt ¡miente “ detectives del inconsciente” .
Caso 326: Siendo todavía candidato analicé una vez correctamen-
1c H conte nid o latente del sueño de una m u je r in d ia b ord e rlin e
d irm a ele m anijas de puerta, pero presté una atención insu ficien te
a m i contenido m anifiesto, que indicaba cómo notaba ella el in ic io

de un nuevo episodio psicótico que sería causa de que la pusieran


cu una celda cerrada sin m anijas en las puertas (Devereux, 1953c).
Por eso, su nuevo episodio psicótico me agarró desprevenido.
No puede negarse que algunos estudios psicoanalíticos de datos
itn Hopo lógicos insisten demasiado en su contenido latente; pero
e s l o no significa que tengamos derecho a negar la existencia del

i o nte nid o latente, sim plem ente p o r no estar instru m e ntad o con
franqueza en la costumbre.
Caso 327: Posinsky (1956) ha dem ostrado cómo Lessa (1956) pa­
rece pensar que el com plejo de E d ip o sólo puede darse en las
tribu s en que los relatos de tip o edípico son absolutam ente ex-
j ilícitos.
266 FJ. C IE N T ÍF IC O Y SU C IJ .N íl

Caso 328: R ó h e im (1946) ha dem ostrado que la preocupan*®


d e l “ c u ltu ra lis ta '’ neofreudiano K ar d in e r (1939) p o r el lado m a n
tiesto de la c u ltu ra le hacía m in im iz a r —y casi negar— la existe®
d a del com plejo de E d ip o entre los isleños de las Marquesas. I
Por eso el verdadero problem a no está tanto en el recount®
m ie n to de la existencia de pautas duales —simétricas e in te rro í®
pensadoras— como en el atento análisis de la acción recíproca c u li®
ellas. ®
Caso 329: Sir james Frazer (1911-15), G ilb e rt M u rra y (1951) f
Jane H a rriso n (1921, 1922, 1927) enseñaron a los estudiantes (Ir
los clásicos que la serena y racional cu ltu ra de la Grecia clásicii
tenía muchos rasgos irracionales —supuestamente desconcertantes.!
Sólo con la obra de Dodds (1951), que hizo época, alcanzamos a
entender la relación y la acción reciproca precisas que había entre
la racionalidad y la irra cio n a lid a d griegas en general y entre los
serenos cultos de la ciudad olím pica y los arrebatados ritos dioni*
siacos y órficos en p articular. Fue Dodds q u ien hizo ver que la
irra cio n a lid a d y los misterios eran componentes básicos e indis­
pensables del paisaje c u ltu ra l griego y de los procesos culturales-
históricos griegos, y proporcionaron el necesario contrapeso a su
racionalidad oficial. A consecuencia de la obra de Dodds, esos
elementos irracionales, que anteriorm ente parecían anomalías inex­
plicables, son ahora aspectos clave de nuestro entendim iento de la
cultu ra griega y, concretamente, de la racionalidad manifiesta
griega.
Sin el estud io de trib u s p o r antropólogos que d ife ría n en tem pe­
ra m e n to y o rie n ta ció n de los investigadores anteriores n o podemos
saber si alguna descripción consagrada p o r el tie m p o de una c u l­
tu ra dada es una e xplicación acerca de los árboles —como en la
obra de F ortu ne sobre los ornabas (1932b)— o sobre las sombras
(igualm ente reales) que proyectan. L a necesidad de esas reaprecia­
ciones periódicas se advierte claram ente en la h is to ria de los estu­
dios griegos, proseguidos sistemáticam ente desde los tiem pos he­
lenísticos p or eruditos étnica, profesional y caracterológicam ente
diferentes, con puntos de vista m uy diversos. Es probable que p u ­
dieran descubrir nuis fácilm ente nuevos rasgos y cuestiones —en
térm inos de los horizontes cien tífico -cu ltu ra le s de 1966— a n tro p ó ­
logos capaces de a p lica r los procedim ientos psicoanalíticos a la
labor de campo de a ntropología (Devereux, 1957a). A su vez, esto
im p lic a que -a pesar de las opiniones contrarias de Kroeber
(líM tta)— el antropólogo psicoanalítico es un antropólogo bona
fide, ya que uno de sus conceptos claves, como el del antropólogo
honesto, es la cu ltu ra y uno de sus objetivos principales el de en-
I HAD Y D IS TO R SIÓ N DE LOS DATOS m
hi índole de la cu ltu ra (Devereux, 1956c). L a posesión de
imi os un aspecto clave de todo cuanto hay d istintivam ente
i en la psiquis del hom bre y el psicoanálisis es en la ac-
I la única psicología cuyo o b je tivo exclusivo y característico
■iiulio de lo que el hom bre tiene de hum ano (Devereux*
■ C A P ÍT U L O X V I I I

L A P E R S O N A L ID A D Y SU P A P E L
EN E L E S T U D IO D E G R U P O S E IN D IV ID U O S

Este ca pítulo, en que se estudian las reacciones de contratrasfeim


cia a grupos e in d ivid u o s, debería estudiarse ju n to con los capí
lulos x i y x ii, en que se exam inan las distorsiones debidas a i'
ideología, el carácter étnico y cosas semejantes, ya que es in m
table cierto traslape entre estos capítulos. En p rin c ip io , éste cotí
cede m ayor espacio a las reacciones al g ru p o —p o rta d o r de <ni
tu ra — que a la c u ltu ra misma.
I.a tr ib u “ fa v o rita ” . E l tip o de personalidad del antropólóp,"
suele ser causa de su predilección p or ciertas tribus.
Caso 330: U na c o m p a tib ilid a d em ocional básica e xplica m i pu»
p ia p re dilección p o r los mohave, a los que elegí vo lve r a visit.n
varias veces, aunque lo m ism o h ubiera p o d id o i r a o tra trib u in
tlia. Y a la inversa, es probable que una c o m p a tib ilid a d emocion.il
■complementaria e xp liq u e la predilecció n de L o w ie por los indin
cíe las praderas (caso 298).
Las personalidades complejas acaso se interesen de modo espr
c ia l en dos grupos c u ltu ra l y psicológicam ente m uy desemejan!es
Caso 331: D u ra n te buena parte de su carrera, K roeber se inn
resó p o r igu al en los tra n q u ilo s mohaves y los extremadamenn
ríg id o s yuroks. Es sig n ifica tivo que o rien tó al e x tro v e rtid o e inia
g in a tiv o R óh eim hacia los yumas, parecidos a los mohaves, y al
fo rm a lista Erikson, constructor de sistemas, hacia los yuroks. Pero
si bien estas predilecciones distintas p e rm itie ro n a K roeber pona
de relieve los temas principales contrastantes de estas dos disím
liólas culturas, le im p id ie ro n a d v e rtir tam bién ciertas rigideces
de la c u ltu ra mohave y los rasgos más flexibles de la yu ro k. En
efecto, el único tra b a jo de Kroeber que contiene vislum bres del
aspecto más tra n q u ilo y cálidam ente hum an o de los yuroks lo
escribió en colaboración con un investigador personalm ente quizá
menos interesado en el asunto, T . T . W aterm an (1934). Paren
probable que la predilección escindida de K roeber p o r estas dos
trib u s tan distintas refleje una in d ire cta preocupación por dos
aspectos contradictorios de su p ro p ia personalidad.
[268]
K ION AI . IDA» Y SU PAPEL iíG4.)'

i interés en grupos p olarm ente opuestos no siempre tiene p o r


deberse a una doble id e n tifica ció n . U na tr ib u puede satisfacer
un necesidad de id e n tific a c ió n con —y aun de idealización
un gru po e x te rio r m ientras que otra ta l vez satisfaga nuestras
edades proyectivas a expensas de un tip o de contraideal cul-
I o bête n o ir e * que solemos co n fro n ta r con nuestra trib u
Mt.t.
mu U 2 ; A L a B arre como a m í nos fascinan —pero de m odo
d iferen te — la c u ltu ra y la personalidad chinas e hindúes. A
me parece la estim ación que hace La Barre (1946b) de los
• os demasiado positiva; y a él le parece m i imagen de los chi-
domasiado negativa (caso 297)- La In d ia representa para La
i* un contraideal tan grande que fue necesaria toda m i ca-
diid de persuasión para convencerle de que no p u b lic a ra un
tilo que había escrito sobre la c u ltu ra y la personalidad h in d ú ;
1 «iti duda me persuadiría a m í de que no p u b lica ra algo que
u n a escribir contra la personalidad china.
».w> 113: Son los mohaves un pueblo tan delicioso (pie al p rin -
ii no me d i cuenta, como debiera, de sus rasgos menos atrac-
i*.. sino después de haber pasado un psicoanálisis didáctico. En
libio, no necesité psicoanálisis para obtener un insight de los
n lo s más amables de los sedang —que en muchos son desagra­
cies sim plem ente porque tenía la necesidad subjetiva de h a lla r
bueno en un ser hum ano.
I,n tr ib u co ntraid ea l es raram ente el interés p rin c ip a l en la
tribuí' del a n trop ó lo go de profesión, aunque a m enudo lo es de
Int adm inistradores coloniales o los m isioneros, que tratan de en-
lender su “ c u ltu ra co n tra id e a l” sólo para m in a rla más eficazmente
Puto 145). De ahí que algunos de los inform es más descriptivos
tie la re lig ió n de los p rim itiv o s los escribieran los m isioneros, lo
que demuestra que la h o s tilid a d como el am or es m uy penetrante
i lato que segmentalmente. Pero tengo la im presión de que si se
i notara a un a n tro p ó lo g o a una trib u cpie no le gustara, sus reac-
«tones adversas y el hecho de —a diferencia del m isionero— no
M uer compromisos con e lla para largo plazo p odrían afectar ad­
versamente a la calidad de su trabajo, a menos que hiciera un
« fu e rz o especial para descubrir algo estimable en los que tendría
Iri o b lig a ció n de estudiar, y sentiría la situación como un reto a
mi <a p arid a d de a m o r y sublim ación.
(biso 334: H a b ie n d o pensado en hacerme especialista en mala-
yopolinesios, me sentí decepcionado cuando me enviaron con los.

Kit francés en el o rig in a l: pesadilla, preocupación, tema, m anía [t .].


270 E l, C IE N T ÍF IC O V SU C il Ni i

mois, y lo que es más, no con los del sur sino con los del noto
en cuya c u ltu ra no han in flu id o los cham. Com o q uiera que |m
día elegir la trib u , elegí la de los belicosos sedang, con la c s |fl
ra m a de que su tip o de personalidad se pareciera al de los h ijf l
n o s mohaves o los indios de las praderas, y me sentí b a s ta n !
d e p rim id o cuando resultaron mezquinos, pleitistas y bajos. No I
nie nd o otra a lterna tiva, decidí que tendría que aprender a q i f l
lerlos, descubrir su lado más atractivo, que su áspera cu ltura t e l
día a borra r. M ientras aprendía su lengua y me acostumbraba I
sus usanzas estudié, pues, deliberadam ente, sólo cuestiones aí'cfl
tivam ente neutras, como la tecnología, el parentesco y cosas s c m l
jantes. A h ora com prendo que en aquel tiem po traté tam bién (■
dar con inform antes con los que p udiera tener una relación lu!^
mana- Siendo los sedang como son, esto sign ifica que mis primero*
inform antes fu eron cu ltu ra lm e n te atípicos —o sea amistosos y lian
quilos. Cuando empezaban a gustarme como in d iv id u o s aquellas
personas atípicas se me o cu rrió que ni siquiera ellos eran aculm
rales, sino que representaban o tro aspecto —igualm ente auténtico
aunque menos patente y m ucho más h um ano— de la cu ltu ra se
dang. N o tardé en descubrir que los sedang aborrecían muchas
de sus costumbres y las seguían sólo porque temían a sus malvados
dioses, que les habían im puesto aquellas insoportables e insensatas
(pla in p lo y ) reglas tan sólo para exigirles sacrificios cuando las
viola ra n. Por cierto que aun los sedang caracterológicamente más
típicos y m ejor adaptados me d ije ro n que detestaban a sus dioses;
algunos se ponían en pie y herían acá y allá con sus venablos gri
lando: “ Así daría a los dioses en el vien tre si pudiera verlos1'
(Devereux, 1940c). Estos sedang típicos declaraban tam bién que
el co ito p re m a rita l era éticam ente “ bueno” , pero p o r desgracia
estaba p ro h ib id o , m ientras que la m asturbación y la homosexua
lid a d , desahogos sexuales p e rm itid o s a los solteros, eran “ malos”
(caso 45). En suma, el sentido de bueno y m alo p ro p io de los
sedang d ife ría a tal p u n to de las reglas que les habían impuesto
sus dioses que más de un “ pecador” era m ulta do , a regañadientes,
no fuera a suceder que los dioses del T ru e n o castigaran a todos
p o r no disociarse de él.
C uando capté esto, empecé a entender tam bién la com plejidad
llena de co nllictos de la cu ltu ra y la personalidad sedang m ejor
>de lo que las hubiera podido entender si su vileza me hubiera
gustado. A su vez, esto me p e rm itió la b o ra r eficazmente con in ­
form antes <¡tic eran objetables ta nto según mis normas como según
la ética privaría del sedang. A p re n d í a ver incluso en un b ru jo
trapacero y egoísta o en un lad ró n y engañador consuetudinario
: > M M IN A I.IIIA l) V SLi P A I’ El. 271

lod o a la víctim a de una situación c u ltu ra l trem endam ente


i de stress que, debido a sus conflictos subjetivos, no podían
• liiplarse pasivamente a ella n i rebelarse contra e lla construe-
> como lograban hacer m is mejores amigos sedang. Por
•fluiente, me hice de tantos amigos en T e a H a que cuando
ha, la m ita d del p oblado llo r a b a ... y yo tam bién.
1 pues, aun cuando u no no pueda elegir la trib u que estu-
(. su tip o de personalidad sigue operando en fu n ció n de su
i i.i selectividad específica. Además, nuestras d ificu ltad es in i-
. ¡ . de ajuste pueden al fin a l re n d ir insights que nunca hubie-
..i podido obtenerse de no haberse experim entado la aversión del
¡ ..... ip io como una in c ita c ió n a tener, no sólo una a c titu d profe-
m i| mecánicamente eficiente, sino tam bién relaciones humanas
i •i i vas.
I I hecho de que d uran te el período en que andaba buscando
■i'hu iones humanas genuinas estudiara yo casi exclusivam ente
• itcstiones afectivam ente neutras in d ica que el análisis de la mo-
ilV iu ió n que hace a un antrop ó lo go especializarse en la c u ltu ra
•Milierial o en la investigación de cultura-y-personalidad es tan im ­
pon.inte como el estudio de los factores que lo llevan a elegir
puta su lab or una trib u determ inada o incluso una determ inada
lona c u ltu ra l.
INir cierto que la a ntig ua y vá lid a d istin ció n entre culturas “ sua-
u'n" y “ rudas” , en algunos respectos no presenta con clarida d el
ptohlcm a. Según calculo, hay tam bién culturas casi de pesadilla,
una de cuyas características es.un m odo de distorsión del cuerpo
hum ano m uy p a rtic u la r en el arte representativo y de la expe-
tie n d a hum ana en la m ito lo g ía . L o que im p o rta aquí es, natu-
ialm ente, no tan sólo el grado de distorsión, ya que todo arle
r i por d e fin ic ió n distorsión y estilización (Devereux. HMilc); lo
que im p o rta es el tip o y la cu alida d de la distorsión. Los maories
v marquesanos deform an y estilizan la figura humana tanto como
algunas trib u s de N ueva G uinea, pero m ientras su distorsión es ti­
ll ut sobre todo para hacer la fig u ra del hom bre algo más que
hum ano, muchas tribu s de Nueva G uinea la distorsionan para
hacer de ella algo extra hu m an o o in h u m a n o ... quizá porque su
ai te representativo está relacionado psicológicam ente con el gáne­
lo de canibalism o que practican.
Parece haber cuando menos tres clases de canibalism o: aquella
ru que el cuerpo hum ano es poco más que “ carne v iv a ” , aque­
lla en que el canibalism o es un sacramento “ que eleva” y aquella
en que es un sacramento específicamente puesto al servicio de las
angustiosas “ potencias del m a l” .
272 E l. C IE N T ÍF IC O Y SU « ■<

Caso 335: En las Bacantes, de Eurípides, Agave se prepai •


grem ente para el acto sacramental de comerse a su h ijo Y<
que no “ reconoce” y al que tom a p o r u n choto. Pero las him
asiáticas, que no tienen razón inconsciente para no recoin» .
Perneo, reaccionan con h o rro r a su in v ita c ió n de c o m p a ti" 1
banquete sacrificador.
De m odo semejante, un psicótico w in d ig o a lgonquiano rr.u- •
na, en sus m om entos lúcidos, con h o rro r a su ham bre sobin..
tu ra l (o sea casi ritu a l) de carne hum ana y llega hasta pedii <|>-
lo m aten antes de tra ta r de satisfacerla (T eicher, 1960).
Estas observaciones quizá a rroje n luz sobre los descubrimñ•m>*»
de A ckerknecht (1943) relacionados con la ign ora ncia anatóim. »
de los caníbales que —si no me equivoco— él explica de aciu i.l.t
con la d iferencia entre un interés c u lin a rio y uno cien tífico pm -i
cuerpo hum ano. O tro factor ta l vez sea el que, dada la autnp i
tin en cia que toda ciencia tiene para sí (ca p ítu lo x m ) y la del a m . i
m odelo en la investigación (capítulos x iv , xv), el cuerpo humano
considerado sim plem ente carne para comer casi deja de tener im
p ortan cia como fuente de in s ig h t; sólo la tiene como alim ento, )
eso in h ib e toda curiosidad científicam ente provechosa (Devereux,
1952c).
En gran parte sucede lo m ism o con la distorsión de la experien­
cia hum ana en el m ito . E l te rrib le m ito griego de la casa de
A tre o —aunque tam bién com prende un (h o rrib le ) canibalism o— ’
corresponde psicológicam ente (se supone) al canibalism o “ que ele­
va” y p or e llo causa -terror pero, como ya com prendiera Aristóteles
(Poética, 6, p. 1449b, 28 s.), tam bién p e rm ite en d e fin itiv a una
catarsis placentera. En cam bio, la h o rrib le atmósfera de algunos
m itos neoguineanos —o tam bién la de las novelas de Amos T u tu o -
la (1953, 1954)— corresponde más a u n sacramento “ de pesadilla";
nuestra reacción a eso es una revulsión aristotélica (m iaros) que
lin d a con la náusea. Fundam entalm ente, la d iferencia entre estos
dos tipos de distorsión es la qqe existe entre lo “ te rrib le ” y lo
“ h o rrib le ” (o repugnante). L o ú ltim o no puede c u lm in a r en ca­
tarsis; es el m o vim ie n to in ic ia l de una pesadilla autoperpetuante
y autorreforzante que se desarrolla en espiral hacia abajo.
Los que están fijados como una estatua en una posición profe­
sional d irá n probablem ente que m i reacción es “ su bjetiva ” y por
ende no realista. Esta acusación se desautoriza suficientem ente con
m i dem ostración de que esc tip o de posición profesional es una

1 t iestos vo m itó cuando le d ije ro n lo que había com ido (Esquilo, A g a m e ­


n ó n , 1598, ¿i.).
«I lin n V SU I’APF.I. 273

s u b je tiv a ) contra la percepción de la realidad en sus pro-


. minos (ca p ítu lo vn). Por eso sólo puedo instar a esos crí-
jmi aprendan a sentir —leyendo p or e jem plo la Poética de
í<-s para que puedan em patizar autorresonantem ente ante
■1 *1 1 que estudian.
o¡uo o rem anente la in flu e n c ia subjetiva u o bjetiva que
nuestras esperanzas así como nuestras experiencias anterio-
otta trib u en nuestra a ctitu d para con la tr ib u que esta-
ii liando.
i U»; La profesora M ead me dice que a su llegada entre
ns, sus experiencias de Samoa le h icie ro n exclam ar: “ iQ ué
ii desagradable!” En cambio, las experiencias del profesor
con los dobuanos le h icie ro n o p in a r: “ ¡Qué gente tan
le !”
n» el residuo va más a lo hondo e in flu y e permanentemen-
tip o de personalidad del antropólogo, ta n to en sentido
como en negativo.
...i t?7; M e consta que m i am istad con los mohaves a firm ó en
le modo perm anente la tendencia, determ inada c u ltu ra l y sub­
límente, a apreciar el afecto y la p ro x im id a d hum ana m ientras
lu vida con los sedang corroboró el disgusto que siempre me
• non las borracheras y las bajezas.
• I irs id u o no tiene necesariamente efectos nocivos. A veces aú­
na nuestra percep tivida d y nos perm ite descubrir rasgos, ma-
i o significados que sin eso podríam os haber pasado inadver-

a\o 338: U n estudio de 400 trib u s (Devereux, 1955a) muestra


' 1111 sólo se conocen dos trib u s que creen que una m u je r puede
lim ita r sencillam ente queriendo. Los dos inform es proceden de
Iim Beaglehole y son p o r lo ta nto de fia r. Parece razonable suponer
que habiéndose encontrado con esta creencia entre los hopis (P.
Hr.iglehole, 1935), deliberadam ente se pusieron a averiguar si exis­
tía o no entre los pukapuka (E. y P. Beaglehole, 1938).
Im ¡dentalm ente, esta observación plantea ciertas cuestiones rela-
llv.is a la validez de los estudios de d is trib u c ió n en que, de uno u
u n o modo, se tom a en cuenta tam bién la ausencia comunicada
d r determ inado rasgo. H ay indicaciones de que no se com unicó la
pi esencia de algún rasgo en una zona dada porque como nadie
esperaba h a lla rlo a llí, no lo buscaron.
i'-aso 339: Poco tiem po después de haber a firm a d o Gay ton (1935)
que el m o tiv o de O rfeo faltaba en la m ito lo g ía de las trib u s yu-
nias p u b liq u é un m ito de O rfeo mohave (Devereux, 1948c), obte-
m Kl. CIKNTÍUCO V Si; I

n id o en 1932, y descubrí una versión de ese m ito tam bién en i‘


heim (1931), en sus notas de campo inéditas sobre los yuntas
Caso 340: K roeber (1948b) p u b lic ó un m ito niohave que n>i,.
nía el m o tiv o de la b ru ja de Endor, pero aseveraba que est <».
tiv o no se encuentra en n in g u n a o tra parte en la c u ltu ra mol» »
Sin embargo, en 1950 uno de mis inform antes m encionó es].....
neamente la evocación de los m uertos en un contexto culm»
enteram ente diferente (Devereux, 1961a). Después Kroeber ( I .
p u b lic ó tam bién una com unicación acerca de la clarividencia im >b
ve, pero concluía —creo que erróneam ente— que era u n rasgo tu
mado recientem ente en préstamo y m al integrado a la pauta cni
tu ra l mohave —quizá por no haber pensado en el m o tiv o de la mi
tica b ru ja de Endor, m uy afín, del que resulta una variante l.i
clarivid e ncia ritu a l.
Puede uno toparse con algo absolutam ente inesperado en fui un
del todo accidental.
Caso 341: A u nq u e nin gu na etnografía de trib u s yumas men< in
na el angosto puente p o r el que deben pasar los m uertos ;mir>.
de llegar a la morada de los espectros, un in fo rm a n te mohau
serio p roporcionó vo lu n ta ria m e n te un in fo rm e detallado de es¡i
creencia en el curso de una conversación en que se trataba dt1
temas m uy diferentes. Es probable que los trabajadores de campu
—entre ellos yo tam bién— no buscaran este m o tiv o tan sólo porque
n in g u n a obra de etnografía dedicada a los yumas lo menciona,
Esto nos lleva a preguntarnos cuántas im portantes creencias no o
tarán así sin registrar sencillam ente porque, no esperando halla)
las en una zona dada, uno no las busca. . . sobre todo cuando lleva
cuestionarios ya listos para su empleo.
E l residuo a veces tiene efectos secundarios al parecer perjudicia
les, pero en realidad beneficiosos.
Caso 342: Los libros de Fortune sobre los dobuanos (1932a) y
los omahas (1932b) revelan un interés sistemático p o r el lado
triste o sombrío de la c u ltu ra .2 Pero estos libros, fueron recibidos
por los antropólogos de m odo m uy diferente. Siendo la cultura
dobuana áspera, incluso en el n ive l m anifiesto, su obra fue acep­
tada inm ediatam ente como etnografía clásica. En cambio, el inte­
rés de F ortune p o r el aspecto som brío (latente) de la cultura
omaha causó al p rin c ip io consternación, al menos en privado,
puesto que hasta entonces la c u ltu ra de los omahas se tenía por
una c u ltu ra de tip o corriente en los llanos m eridionales —y lo es,1

11 Observa uno en especial su relato, en el prefacio de la m onografía sobre


los omaha, acerca de cómo la penuria económica y social de aquella trib u
aum entó la eficacia de su la b o r de campo.
* iA I ll>Al> S SL PAI’EI. 275

!i i i c iiu E l caso es que la obra de Fortune es m eticulosamen-


\
in: y además, es una im p o rta n te aportación a nuestro co­
m o de toda la pauta de los llanos m eridionales, precisa-
Imeque destaca algunos de sus aspectos anteriorm ente des-
•'I.
la novedad e im p o rta n cia del estudio que hizo Fortune de
días no se debe exclusivam ente a su capacidad, que todo
Mito reconoce; parece que tam bién había algunas causas de-
■mtes subjetivas.
-■> su obra sobre los dobuanos había enfocado su atención
hosquedad fund am e nta l de ciertas culturas estaba, por de-
■ i, precondicionado para buscar el lado sombrío de la c u i­
daba, ante rio rm e nte olvidado. El elemento de contratras-
o de este remanente io revela casi exclusivamente el hecho
que si bien F ortu ne tenía sin duda conciencia de haber estu-
du ante todo la cara m anifiesta de la cu ltu ra dobuana, no com-
lidia —al menos no ta n to — que había descrito p rin cip a lm e n te
ii>i latente, com plem entaria, de la cu ltu ra omaha (caso 323). . .
1 vi7 porque el clim a afectivo de su pauta latente le recordaba
iid u ir a dobuana y, además, porque era com patible con su Í i i -
por los aspectos ásperos de la cu ltura.
I lr no haber hab id o n in g ú n in fo rm e del lado m anifiesto de la
i id i ni a omaha, su m onografía hubiera representado, en el marco
di1 ir lc i encía a ntropológico o rd in a rio , una “ distorsió n ” ; incluso
Ittililn a podido aducirse que (en cierto m odo) nos decía más de
Ful tune que de los omahas. Pero como había ya una m onografía
llth ic i de estas gentes (Fletcher y La Flesche, 1905-6), la obra de
h iilu n e hace de “ correctivo” y nos dice más del aspecto anterior-
iMnite descuidado de la c u ltu ra omaha que de la persona de For-
11111 »’, Nos hace com prender que la cu ltu ra omaha tiene honduras

|« li ológicas y aun abismos, anteriorm ente insospechados. “ A stig­


mática” en apariencia tomada por separado, en realidad contra­
il isla el tip o diferente de “ astigm atism o” de las obras anteriores
Mibu; los omahas y nos perm ite contem plar la c u ltu ra de esa trib u
“ i’ll relieve” y sin distorsiones.
( llaro está que F ortu ne no parece haberse puesto deliberada­
mente a co rreg ir la im presión creada por las m onografías existen-
Ies sobre los omahas, aunque el resultado haya sido el mismo.
\il<’inás, uno se pregunta si, sin ese precedente corrector, se h u ­
ll m a puesto Codere (1956) deliberadam ente a revisar la b rilla n te
p n o algo “ astigm ática” descripción que hace Benedict (1934) del
i.liante de la sociedad k w a k iu tl. H oy día, esas investigaciones co­
u r t loras son casi la regla. La o rig in a l co n trib u c ió n de Fortune a
276 El. C IE N T ÍF IC O V SU II i .t

la in icia ció n de esta nueva form a de proceder no debe em ¡-i


olvidarse, por grande o pequeño que haya sido el papel qu>
in c lin a c ió n personal por el lado som brío de las culturas hay;i .U
empeñado en ello.
En realidad, cabe a la antropología el m é rito de haber ream
nado tan rápida y constructivam ente a este estím ulo, como ti
hará ver la com paración con lo que o c u rrió con los estudios
Grecia. A pesar de su e ru dición universalm ente reconocida, y
abundancia de ideas, Lobeck (1829) no consiguió verdaderamr»
m ellar la serena imagen de Grecia que persistía en la im a g in a n '
de los helenistas;-pasó bastante tie m p o hasta que se patentizó ij
la crista lin a luz de Grecia no llegaba a todos los rincones oscui
de la civiliza ció n griega. L a “ clásica noche de W a lp u rg is ”
Goethe (Fausto) es en ú ltim a instancia todavía m ucho más »
sica” (W in cke lm a n n ) que “ W a lp u rg is ” o “ noche” . La gran ol
de Rohde (1893) Psyche fue, según se reconoce, la que rom pió
cristal, pero todavía se m antenía u n id o . La luz —de la ciencia,
la p ro verbia l del cielo griego— no penetró realm ente en los ri
cones oscuros sino cuando una pequeña compañía de helenisi
ingleses —p rin cip a lm e n te Frazer (1911-15) y H a rriso n (1921, 192
1927), seguidos p o r M u rra y (1951)—3 aplicó sistemáticamente 1
insights antropológicos a las cuestiones griegas. El p rim e r análisi
y único sistemático, no sólo del lado sombrío de la c u ltu ra gricg
sino tam bién de su relación con la serenidad griega —¡cuestión <1
im p o rta n cia decisiva!— se p u b licó exactamente 122 años despné
del Aglaopham us, de Lobeck. Y fue Los griegos y lo irraciona
obra de Dodds (1951) que hizo época, la que o bligó casi por
sola a los helenistas a tom ar en cuenta los descubrim ientos del p*
coanálisis.
E l análisis de la relación entre el lado m anifiesto y el latent
de la cu ltu ra es in fin ita m e n te más im p o rta n te que la present"
ción de estos dos aspectos por separado. En efecto, la principa
causa de distorsión en los estudios de c u ltu ra y personalidad n
es tanto el desconocim iento del “ reverso de la m edalla” como e
no log ra r d e fin ir la relación conjugada entre las dos caras. Es est
om isión la que conduce sea a descripciones parciales y no ambi
guas de la pauta c u ltu ra l y de la personalidad étnica sea a inter
pretaciones excesivamente bipolarizadas. Es ciertam ente leg itim

" Primeras ediciones: para Frazer, 1890; para H a rriso n , 1903 (P ro le gom ena )
1912 (T /ie m /j), 1921 (t-lpilego m ena y, para M u rra y, 1912. Como no estoy escri
hiendo aquí una h isto ria de los estudios griegos, sólo puedo m encionar de pa­
sada otros “ héroes de la c u ltu ra " de este im p o rta n te m ovim ie n to , como A. B.
Cook, F. M. C o rnfo rd , A. Fang, etcétera. »
'A )M I II Ai» Y SU PAPEL 277

iiim b ié n insu ficien te — decir, como algunos psicoanalistas, que


>i básico del hom bre es el co n flicto . Este m odo de ver o lvid a
• lite! aún más im p o rta n te de que la vida del hom bre no es
■Mit lo sino el in te n to —a veces altam ente exitoso— de resol-

< • hubiera parecido evidente p o r sí m ism o a Freud, que se


• iba en la vid a real de la gente y sabía que las “ instancias
• **" o fantasmas eran realidades puram ente psíquicas, que
*.h ila n en el cerebro de la gente. Sabía que no debía dejarse
■i por la falacia de la concreción fuera de lugar. T o d o esto
u n id lo menos evidente a algunos de sus discípulos que
la sabiduría superior (?) de los epígonos— consideran la cons-
■*u de modelos abstractos más d iv e rtid a que el estudio de las
■Ms tie carne y hueso. T em o que no esté lejano el día en
ni psicoanalista sensato y prudente tenga que hacerse eco
1 que d ijo una vez el prudente y sensato a ntrop ó lo go H a lló ­
le sus colegas: “ Sencillam ente, no les interesa m ucho la gen-
s)o es p robable que se in v ie rta esta tendencia m ientras no
i . m ía n todos los psicoanalistas a d is tin g u ir entre teoría y filo -
>ii.i 1.a p rim era sólo nos autoriza a h ablar de realidad, m ientras
iii< la segunda nada más nos perm ite d e c id ir si el lenguaje que
•"ibl,unos es g ram atical: no puede decirnos si lo que hacemos o no
i h l inos tiene sentido en relación con los hechos. Así como los
aihivaches y a rtific io s empobrecen al observador aún más que al
’M liii.il experim ental, la filosofía empobrece el pensam iento teórico
I la aplicamos a fines que no sean el rig o r y la “ g ra m a ticalida d ”
i le nuestros enunciados teóricos.
Así como el empleo sim ultáneo de dos lentes astigmáticos de­
bidamente intercom pensantes puede asegurar la no distorsión, así
pie» ¡sámente puede obtenerse insig ht por la rectifica ció n recíproca
de datos obtenidos por diferentes personas, por diferentes medios
según diferentes marcos de referencia. N o es necesario que in-
h l ; i en esto aquí porque lo veremos am pliam ente en el ca pítulo
iH, Sólo destacaré que es pereza esperar a que lo inesperado
rom o la m onografía de F ortu ne sobre los omahas— nos obligu e
literalm en te a cam biar de métodos de explicación y aun de ¡nves-
i igurión.4
Una estimación adelantada del residuo probable a veces nos
perm ite escoger trib u s convenientem ente contrastantes para el es-

* l'n a analogía podría servirnos. M ientras funciona el conm utador, los fe­
nómenos <¡ue produce su m an ip u la ció n requieren de explicaciones eléctricas.
Si se rom pe, el fenóm eno requiere una explicación mecánica.
278 E L C IE N T ÍF IC O Y SC C IE N C IA

lu d io de la gama de variaciones de un rasgo, pauta o com porta­


m iento dados.
Caso 343: Mead (1949b) estudió las variaciones culturales en
la concepción de “ m asculino” y “ fem enino” trabajando con tres
grupos —los arapesh, los m undugum or y los tc h a m b u li—, cada uno
de los cuales define lo “ m asculino” y lo “ fem enino” de modo
diferente.
H ay una form a especial de residuo que entraña tam o experien­
cia a nte rio r como espectativas —a veces injustificadas.
Caso 344: H abiéndom e especializado, durante tni form ación como
antropólogo, exclusivamente en Indonesia y Oceania, para m í el
in d io norteam ericano “ típ ic o " era el cazador de búfalos, a caballo,
de las praderas. Por desgracia, m i prim era experiencia de campo
fue con los hopis que, como a Low ie, me disgustaban tanto que
me costó considerarlos indios “ verdaderos” ( = los de los Plains).
Por eso cuando me d ije ro n que pasara con los mohaves —de quie­
nes sólo sabía que (como los hopis) eran cultivadores y peleaban
a pie— quedé desconcertado, puesto que suponía que serían igua­
les que los hopis. M is negativas previsiones fueron probablemente
reforzadas tam bién p o r m i pasado húngaro, donde se tiene p or tan
cierto que “ el caballo hace al hom bre” que la palabra gyalog
(a pie) tiene tam bién el sentido peyorativo de “ despreciable” o
“ v illa n o ” . Y me costó varios días com prender que sí bien los
mohaves peleaban a pie, no tenían nada de gyalog en el sentido
figurado de esta palabra.
E l efecto de rebote: A u nq u e desde la A ntigüedad es sabido que
una cu ltu ra extraña puede servir de norm a para juzgar o ca lib ra r
la propia, en algunos casos tam bién puede favorecer la tendencia
personal del científico.
Caso 345: A pesar de su am or por Atenas y su estima por la
democracia, H erodoto, d o rio tradicionalm ente simpatizante con la
m onarquía, idealizó algo a C iro y D arío y, a pesar de su entusias­
mo p o r la lib e rta d de la Hélade, fue incapaz de d is im u la r su ad-
m iración por Artemisa, reina de su ciudad natal, H alicam aso,
aunque como vasallo de Jerjes ella en persona —y con harta biza­
rría — hubiera mandado un im p o rta n te contingente de la flo ta
griega que intentaba vencer a Grecia. Jenofonte, i s d p u lo del re­
lativam ente an i ¡demócrata Súd ales y tíiudatlano d t la vencida
Atenas, que sólo vela la salvación en colaborar con la victoriosa
Esparta, aristocrática y m onárquica (caso 141), p in tó en su Ciro-
pedia un cuadro m uy idealizado de C iro el Grande y en su A n a ­
basis, íamlnéi) de C iro el menor. T á c ito evaluaba la decadencia
de sus paisanos de acuerdo con su concepción (idealizada) de la
PKKSONAM DAU 'i SU V A I 'E l. 279

n i bal Germ ania. La idealización por Rousseau (1755) del hom bre
n atural coincide históricam ente con la expansión colonial francesa.
I n cada uno de estos casos, se idealiza al enemigo —o en el caso
de Rousseau a la víctim a — de la pro pia nación tan sólo para dar
base a la crítica de la cu ltu ra propia.
Algunas veces, diferentes efectos de rebote producen el mismo
lip o de distorsión (caso 133).
U n electo com ún de rebote se debe al deseo de agradar a los
lectores potenciales. Este efecto es notable sobre todo en el caso
de aficionados sensacionalistas y oportunistas, aunque sus datos
sean en sí mismos buenos.
Caso 346: Kroeber ha m ostrado (1925a, 1951b) cómo al tratar
de ser espeluznante lo que hizo Stratton ( 1857) fue desfigurar el
significado im p líc ito en la cautivida d de las muchachas oatman
entre los mohaves. Pero destaca con razón que si se leen con ánim o
M ítico, algunas partes del lib ro de Stratton son m uy útiles para
el especialista en cuestiones mohaves.
Por desgracia, n i siquiera los científicos son siempre inmunes al
afán de sacrificar al é xito m undano y entregarse al newspeak (neo-
lengua) de O rw e ll (1949).
Caso 347: Nunca pude determ inar si un científico del com porta­
m iento cuya labor seguí atentamente unos dos decenios era o no
un exponente del p u n to de vista psicoanalítico y sospecho que él
mismo tampoco lo sabía.
En ocasiones, un electo planeado de rebote puede lograrse sin
distorsionar los hechos, sencillamente por la elección de dete rm i­
nado m edio de publicación.
Cuso 348: C ontando con la n o to ria ausencia de hum or de la
época de los nazis decidí p u b lic a r en la Alem ania nazi un a rtículo
en que se estudiaban am pliam ente las ideas de los mohaves sobre
Ja pureza racial, que son prácticam ente una caricatura de las de
H itle r. M i o rig in a l fue aceptado a vuelta de correo; fue la acep­
tación más ráp id a que tuve (Devereux, 1937tl).
Casi no es necesario decir (pie en manos de científicos de menor
cuantía y (o integridad que, por ejem plo, Mead (caso 283), la evi­
dente im p orta ncia de ciertos datos p rim itiv o s para la estimación de
la sociedad occidental puede conducir a una distorsión del mate­
ria l mismo, o a una fo rm u la ció n indebida de su pertinencia para
nuestras costumbres.
“ N osotros" vs. ‘’ellos” . Los antropólogos d ifie re n considerable­
mente unos de otros en su capacidad y /o disposición a formarse,
en relación con el grupo que estudian, el sentido del “ nosotros” ,
(pie conviene d is tin g u ir del de “ ellos” . Además, el mismo antro-
280 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

pólogo experim enta la sensación de “ nosotros” respecto de una


tr ib u y de “ ellos” respecto de otra. Ambas actitudes están deter­
m inadas p o r la contratrasferencia y afectan a nuestros resultados,
aunque conscientemente tratem os de adoptar la posición del ob­
servador p a rticip a n te que —teóricam ente más que en la re a lid a d -
está a caballo entre el “ nosotros” y el “ ellos” .
Caso 349: En las deliciosas memorias del coronel John Masters
(1956) cuando estaba sirviendo en la fro n te ra noroeste de la In d ia
hay u n curioso incidente. Después de haber o bligado una columna
inglesa a un grupo de merodeadores patanos a presentar batalla,
u n “ agente p o lític o ” inglés elogió la b izarría de "nuestros mucha­
chos” , que resultaron ser los patanos, a cuyo estudio y e nte nd i­
m ie nto había dedicado su vida entera. Com o apunta con justeza e!
coronel Masters, aquella m anifestación, algo fa lta de tacto, del
sentido de “ nosotros” del agente p o lític o en relación con “ sus” pa­
tanos era la m ejor prueba de su eficiencia y u tilid a d .
N uestro sentido de “ ellos” y la oposición al “ nosotros” respec­
to de o tro g ru po suele poderse estim ar m ediante la regla práctica
de d ecidir si a una persona perteneciente a ese g ru po la estimamos
exclusivam ente como in d iv id u o o si su a filia c ió n trib a l tam bién
desempeña un papel en nuestro m odo de verla. T a m b ié n es bueno
preguntarse si sentimos en nuestro am igo in fo rm a n te a un m iem ­
b ro típ ico de esa trib u o a u n divergente o aberrante.
Caso 350: U na fa m ilia sedang de T e a H a me adoptó fo rm a l­
m ente (caso 420); me d ije ro n que bebiera agua sacada del p ro pio
conducto del poblado (lo que significaba que yo era, de facto como
de ju re , m ie m bro del pueblo), se entendía que m i alma de hogar
residía en una de las piedras deL hogar de una cierta casa larga
(caso 24) e incluso realicé varios rito s p o r el g ru p o (caso 59). En
cam bio no me adoptaron en una fa m ilia mohave n i en la trib u ,
aunque los mohaves me d ije ro n muchas veces que yo no era “ en
re a lid a d ” un blanco sino un mohave. De todos modos, yo tengo
un sentido del "nosotros” en relación con los mohaves —y ellos lo
tienen para conm igo— y u n sentido del “ ellos” en relación con los
sedang. Además, pienso en mis mejores amigos sedang estricta­
m ente como in d ivid u o s y en mis mejores amigos mohaves e x p lí­
citam ente como fu la n o el mohave y zutano el mohave, y siento
que los prim eros son scdangs atípicos y los ú ltim o s mohaves tí­
picos.
O tra buena regla práctica es considerar el grado en que las ha­
zañas de un g ru po hacen o no “ la t ir más aprisa” nuestro corazón,
Caso V I : 1.a resistencia increíblem ente brava de un puñado de
mohaves y yumas contra una hueste m ucho m ayor de maricopas y
»\ I'K K S O N A L ID A D Y S I; PAPU. 281

pintas (Kroeber, 1925b) —q la de los atenienses en M a rtó n — me


«iItu 1a del m ism o m odo que una antigua balada húngara acerca
de! ú ltim o combate de Vérbulcsu. En cam bio aprecio la defensa
sorprendentem ente ingeniosa de los sedang en T ea H a contra los
li anceses de una manera puram ente intelectua l, como un excelen-
le rasgo de táctica, y la defensa de los espartanos en las T e rm o ­
pilas me provoca esta reacción: “ Sólo para eso eran buenos."
('aso 352: C uando L o w ie visitó a un colega a fines de 1956, su
(ouversación se deslizó inevitab lem en te hacia la campaña del Sinaí.
Inm ediatam ente antes de sa lir del despacho de su colega, Low ie
d ijo : "D eberíam os ayudar a Israel, porque es la avanzadilla más
o rien ta l de nuestra civiliza ció n . N aturalm en te, tam bién respeto la
civilización árabe (p a u s a )... pero la campaña israelí tne recuerda
mía p a rtid a de guerra de los crows."
Reacción característica de “ nosotros" que com plem enta la que
acabamos de cita r es la tendencia a sentirse personalm ente h erido
y rebajado por el m al proceder del grupo por el que sentimos
como "nosotros".
Caso 353: A unque el ataque solapado de Pearl H a rb o r lo per­
petraron los japoneses, muchos norteam ericanos odiaban más a los
alemanes, según parece porque éstos estaban cu ltu ra lm e n te más
cerca de Estados U nidos, de m odo que la vergüenza de los alema­
nes era en cierto m odo una vergüenza para toda la civiliza ció n oc­
cidental.
Caso 354: Yo no me sentía avergonzado cuando los sedang se
conducían con bajeza, pero cuando oigo decir que actualm ente hay
mucha delincuencia ju v e n il en la reservación mohave me siento
personalmente h u m illa d o —en el sentido más lite ra l de la pala-
lira — porque algunos m iem bros de " m i" trib u hayan caído tan
bajo.
O tro m odo de m e d ir nuestro sentido de ide ntifica ción en rela­
ción con un g ru po es averiguar hasta qué p u n to nuestro incons­
ciente concuerda con —y nuestro in fo rm a n te reconoce esa concor­
dancia— el inconsciente del g ru po estudiado (y en especial con
el "inconsciente é tn ico ").5 A l aplicar esta prueba, debemos esme­
rarnos en d is tin g u ir cuidadosamente entre las observaciones im ­
pulsivas, que son verdaderam ente p roducto de nuestro inconscien­
te, y las que tienen sus raíces en los procesos preconscientes.
Caso 355: U n a vez que me d ijo un mohave que las almas de los
m uertos son o bjeto en el angosto puente que lleva a la tie rra de
•• F.t inconsciente étnico contiene aq u ello que a codos los m iem bros de un
g ru p o dado se les enseña sistemáticam ente a re p rim ir. No tiene relación con
el “ inconsciente ra c ia l" de Jung (Devereux, 1956c).
L’ 82 1.1, C l ï M l H C O V SL C IIN C .IA

los espíritus tie un ataque ¡adecente, im p ulsivam ente solté una


observat ion poco delicada acerca de lo que yo haría en semejante
situación. Esta salida, que b ro tó tie m i inconsciente, fue acogida
to n fuertes risotadas y provocó esta respuesta: “ ¡Eso es precisamen­
te lo que dicen nuestros jóvenes!” El paralelism o se debía a seme­
janzas fundam entales entre m i p ro p io inconsciente y el de los
mohaves y era por e llo una prueba tie m i sentido de “ nosotros” —y
el de ellos.
Caso 356: La prim era vez que presencié cierta com plicada cere­
m onia setlang, mi im p ulsiva pregunta de “ por qué era fu la n o y
no zutano quien tocaba el ta m b o r” in te rru m p ió el ritu a l. Se había
com etido un error, y los ancianos conferenciaron al p u n to acerca
tie los modos y medios de contrarrestarlo sin tener que empezar
otra vez toda la costosa ceremonia. Es el caso que aquí, a dife ­
rencia tie m i brom a con los mohaves, m i pre gu nia p or lo del tam­
bor no era m ate ria l inconsciente, sino sim plem ente el pro du cto de
un hecho c o m b in a to rio preconsciente que no entrañaba más
que una com prensión in tu itiv a de la norm a básica de los ritos se­
tlang y por eso no reflejaba un sentido tie “ nosotros".
Reflejándose a m enudo el inconsciente por m edio del h um or
(Freud 19(>0b), el m odo en que una in tru s ió n o p a rticip a ció n nues­
tra en un intercam bio hum orístico afecta a la conversación es una
buena m edida de nuestro sentido de com penetración (nosotros).
Caso 357: U n día, dos de mis amigos m ois se pusieron a tomarse
el pelo en form a obscena, algo parecida a los dozens de los negros
norteam ericanos (D o lla rd , 1939). Después de haberlos escuchado
un rato, hice yo tam bién una observación hum orística, y el choteo
se in te rru m p ió de sopetón, visiblem ente porque un m ate ria l in ­
consciente indigesto (ajeno) había sido inyectado en la interac­
ción. En cam bio, yo soy capaz de meterme en cu a lq u ie r conversa­
ción mohave sin in te rru m p irla .
U n test psicológicam ente afín es el tie si en una trib u dada en­
tendemos /nacho más fácilm ente los sueños de nuestros amigos
personales que los de inform antes casuales.
Caso 35<S: H abía lite ra lm e n te un solo sedang —am igo estim ado—
de tuyos sueños podía yo ta p ia r la tendencia general m ientras me
los iba contando; era como si estuviera leyendo un texto sedang
to n una traducción (in te rp re ta tiva ) entre líneas. Los sueños de
tasi iodos los demás sedang sólo los podía entender después de ana­
lizar cada uno de sus elementos p o r separado y correlacionarlos a
continuación con la cvsiiuciura general del sueño. Estoy seguro de
que tal sería hoy el taso todavía, aunque entretanto me he hecho
psicoanalista. En cam bio ya en 1932-33, o sea m ucho antes de que
S r iR S O N A U D A » Y Sl¡ 1’ A I ‘ H , -18 *5

naviera algún conocim iento de psicoanálisis, podía inm ediatam en­


te com prender la tendencia de c u a lq u ie r sueño mohave, incluso los
Míenos de las personas que yo no conocía personalm ente y cuyos sue­
ños me contaban m is inform antes.^
I ’n algunos casos, un verdadero sentido de “ nosotros” en rela-
i it'm con una trib u nos p erm ite entender tam bién los sueños de
miembros cu ltu ra lm e n te afines a ella.
Caso 359: Poco después de m i prim era época entre los mohaves
leí algunos sueños yumas registrados p o r R óheim (1932) y los en-
i elidí tan fácilm ente como entendía los sueños mohaves.
Caso 360: En 1935, tuve que hacer, como parte de un examen
escrito p re lim in a r para m i doctorado en F ilosofía un análisis psi-
io c u ltu ra l de una serie de sueños walapais (Kroeber, 1935). A u n ­
que en aquel tie m p o sabía poco o nada de los walapais, nunca
había visto antes aquellos sueños y contaba con cuatro horas, en
una hora los tuve analizados. Pero el análisis de una serie compa­
sible de sueños tomados de mis propias notas de campo entre los
M'dang y soñados p o r in d iv id u o s que conocí personalmente, me
hubieran tomado, estoy seguro, m edio día com pleto.
A veces uno se form a un sentido em pático de “ nosotros” incluso
respecto a grupos que no ha estudiado personalmente.
Caso 361: Com o lo indica m i psicoterapia de un in d io neurótico
de los llanos (Devereux, 1951a), entendía la tendencia general de
sus sueños desde un p rin c ip io , aunque nunca había visto a un
in d io “ lo b o ” y sabía menos de c u ltu ra “ lob o ” que de los crows y
cheyennes. M i capacidad de em palizar con m i paciente desde el
p rin c ip io se debía en parte al hecho de que —como a muchos oc­
cidentales— me resultaba sim pática la pauta básica de los indios
de las praderas (La Barre, 1946a) y en parte a la incom parable
h a b ilid a d de Low ie —a veces casi pasmosa— para hater v iv ir a sus
estudiantes la esencia del m odo de vida de los indios de las pea-
deras.
L a com prensión in tu itiv a de la etiqueta de un g ru po no siem­
pre se debe a las semejanzas entre nuestra cu ltu ra y la de la trib u
que estudiamos. De hecho, suele ser más d ifíc il acomodarse espon­
táneamente a una c u ltu ra casi, pero no del todo, igual a la nues­
tra que a una d iferen te de m odo fu ndam ental, porque en el caso
p rim ero uno da por hecho autom áticam ente que “ agarra la onda” ,
m ientras que en el o tro caso sabe bien que no es así.
Caso 362: U n psiq uia tra inglés decía que se le hacía más fácil

” El psicoanalista tam bién entiende los sueños «le algunos de sus pacientes
con mucha fa cilid a d , pero tiene que tra b a ja r enorm em ente para entender los
de otros.
2H4 K l, C I I . N T ÍF IC O Y SU C II-N C IA

acostumbrarse a la In d ia que a Estados U nidos, debido a las claras


diferencias entre la c u ltu ra inglesa y la h in d ú y las engañosas se­
mejanzas entre la inglesa y la norteam ericana.
Caso 363: Poco después de llegar a Estados U nid os fu i invita do
a visita r a cierta fa m ilia . Según la costum bre europea, llegué des­
pués de las 5 de la tarde y esperé, en vano, que me dieran té. F i­
nalm ente, a eso de las 6 oí en la cocina ru id o de platos y supuse
que lo ib a n a servir, pero me in v ita ro n a cenar. Acepté la in v i­
tación, pero seguí preguntándom e cuándo servirían el té, puesto
que daba p o r descontado que la cena sería a las 8; por eso me
sorprendí cuando me anunciaron que la cena estaba servida. Unos
cuantos días después supe todo abochornado que m is huéspedes se
habían sentido obligados p o r m í a in v ita rm e a cenar por haber lle ­
gado tan tarde. Por otra parte, nunca cometí n in g ú n e rro r de tacto
social grave entre los mohaves y sólo uno entre los sedang (caso
364), porque nunca d i p o r supuesto que entendía autom áticam en­
te las señales convencionales de esos sistemas “ exóticos” de etiqueta
y p or eso me esforzaba en p e d ir ayuda a cada paso.
La índole de nuestras fa u x pas * sociales en un am biente c u ltu ­
ral dado indica tam bién si operamos en térm inos de “ nosotros”
o de “ ellos” .
Caso 364: U n día, m i padre a do p tivo M b ra :o me regañó por con­
d ucirm e “ ind eb ida m e n te ” con las esposas de sus hijo s verdaderos.
A l protestar yo que siempre había sido respetuoso y solícito, re p li­
có: “ Precisamente de eso se quejan. T u s hermanas políticas son
parientes tuyas para brom ear." H a b ien do descubierto la índole tic
m i “ d e lito ” pedí perdón, pro m e tí enm endarm e y pedí a M b ra :o me
enseñara la m anera debida de hacer bromas a mis cuñadas; pero
nunca se me h ubiera o cu rrid o p re gu ntar a nadie cómo tenía que
brom ear con los mohaves: sabía p or in s tin to desde el p rin c ip io
que m i inconsciente y el de ellos hablaban la misma lengua
(caso 555).
En suma, m i fa u x pas norteam ericano (caso 363) se debió a mi
autom ática pero in ju s tific a d a suposición de que la etiqueta nortea­
mericana y la europea eran iguales, m ientras que el fa ux pas co
m etido con los sedang se debió a haber actuado de acuerdo con
ciertas ideas preconcebidas acerca de la “ naturaleza hum ana” , sin
estudiar p rim ero el modo que tiene la c u ltu ra sedang de plasmar
ese aspecto p a rtic u la r de la “ naturaleza h um ana” .
A unque este análisis de las reacciones de “ nosotros” y “ ellos” no
sea exhaustivo, basta para nuestros fines actuales.

M eletlm u <U* pala, lu llu «Ir la tió (en fia n te s en el o iio in a l). [t .]
I * l ’ IK S O N A L ID A D V SU P A l'K L 28r>

fu nd am e nta lm e nte, el sentido de id e n tific a c ió n con todos los


hombres presupone:
1. El sentido de la p a rticip a ció n cabal, sin p rivile g io s n i lim i-
laciones, en el p a trim o n io hum ano. E n los capítulos x iv y xv exa­
minamos varias im portantes actitudes de “ nosotros” y “ ellos” en
i elación con la raza y el sexo.
2. El sentido de la u n ifo rm id a d psicológica fu nd am e nta l de to­
dos los hombres. El único sistema psicológico que parte de ahí es
el psicoanálisis. Ejem plos de este tip o de id e n tific a c ió n se h a lla ­
rán en toda esta obra y en especial en el ca p ítu lo siguiente.
3. L a capacidad de ver en c u a lq u ie r sistema c u ltu ra l simplem en-
le un espécimen de un fenóm eno genérico y característicamente
hum ano: la c u ltu ra per se.7
('.aso 365: La filo lo g ía clásica es una de las pocas ciencias de la
conducta que, con raras excepciones (Dodds, 1951, 1965), han re­
sistido en general a las intrusiones de la psicología cien tífica —y
rn especial del psicoanálisis— y después de un breve coqueteo con
l'Vazer, a las de la a ntrop o lo gía tam bién, fundándose (W ila m o w itz-
M o e lle n d o rff, 1955, 1959) en que los griegos deben ser entendidos
exclusivam ente en térm inos griegos. T om a da en su v a lo r n o m in a l,
esta o p in ió n de W ila m o w itz es semejante a la de la antropología
contemporánea. Por desgracia, en un n iv e l más p ro fu n d o , olvida
el hecho básico —o lvid ad o tam bién por algunos antropólogos a la
antigua— de que E urípides sólo pudo ser ateniense prim eram ente
porque era hom bre y después porque la civiliza ció n de Atenas era
necesariamente u n espécimen —m uy bien logrado— de la c u ltu ra en
general. Las ovejas no pueden ser atenienses; n i los horm igueros,
(as com putadora» o las ideas platónicas pueden crear una c iv ili-
/.tciónc
Ef sentido de “ nosotros” , tan ra ro en la práctica, puede perfec­
cionarse u lte rio rm e n te p o r m edio de un sentim ie n to bien atempe­
rado de “ ellos” , que perm ite al investigador descubrir diferenc ias
entre diversos grupos, in d ivid u o s, cu lturas y personalidades é tn i­
cas. A q u í es donde encaja el verdadero fin de la investigación del
co m portam iento resum ido perfectam ente p or la d e fin ic ió n de P o in ­
caré (1913) de que la ciencia es la búsqueda de semejanzas en las
diferencias y de diferencias en las semejanzas.
El sentido de “ nosotros” y el de “ ellos” representan reacciones
<ontratrasferenciales cuyos efectos nocivos y deform antes a veces

T Es esta una prueba más de m i icsis ele que el estudioso de cu ltu ra -y-p cr-
sonalidad y de e tn op siq u ia tría es un a n tropólogo en el sentido más estricto
(kroebcriano) de la palabra. Su interés p rin c ip a l es la cu ltu ra p e r se; sin este
concepto no puede operar de n in g u na manera (Devereux, 1956c).
-ÍÍSIÍ K I. C IE N T ÍF IC O Y SC C IE N C IA

pueden reducirse al m ín im o estudiando cuidadosamente nuestras


reacciones de “ ellos" y “ nosotros" en relación con un g ru p o y mez­
clando con m ano experta —no meram ente balanceándose entre
ellas— estas tíos reacciones con el fin de hacer resaltar ta m o las
diferencias como las semejanzas entre el g ru p o y el investigador
del com portam iento cpie lo estudia.
c a Wt u i .o X IX

I.A C O N T R A ’T R A S F E R E N C IA D E S E N C A D E N A D A :
E l, PAPEL, C O M P L E M E N T A R IO

Aún más im portantes que las determ inantes contratrasferenciales


que el cien tífico de la conducta lleva a la situación observacional
son las reacciones que sus sujetos le desencadenan insidiosam ente
\ que a co ntin ua ció n él pone p or obra de acuerdo con su tip o de
personalidad. Precisamente porque profesa tener una mente que
se gobierna sola, aun cuando él haga tie observador participante,
es posible que no com prenda cómo sus sujetos lo intro d u ce n en
el lecho de Procusto de un estatus adscrito, escogido de acuerdo con
las necesidades de ellos. Si el observador p a rticip a n te piensa en-
lonces que debe aceptar ese estatus, tiene una excusa de realidad
plausible para no escudriñar las satisfacciones inconscientes (pie
io n e llo pueda tener y jx>r lo ta nto desempeñará lo que llam a 1 1 .
Deutsch (1926) un “ papel co m plem entario’’.
La excelente fo rm u la ció n de Deutsch abarca sólo el papel com ­
plem entario neurótico, en que entra la reacción neurótica del res*
pondiente a una solicitación verdadera, pero neurótica, del desen*
4 adenador. Pero puede ampliarse para que se comprenda tam bién

el papel com plem entario autístico y aun psicólico, en que el res­


pondiente o bien evalúa m al las mismas señales de solicit ación
de m odo completam ente dereísta o bien niega que se haya hecho
ni pueda hacerse— una solicitación vá lid a ; en el ú ltim o taso dt1»-
rm peña u n papel com plem entario respecto de una “ no so licita ció n ”
ficticia, que puede desencadenar un com portam iento (dereísta)
igual que una solicitación m al in terpretad a . 1
El papel com plem entario no tiene p or qué ser siempre destruc­
tor, ni siquiera fundam entalm ente neurótico. Es posible que pro-
»m e sim plem ente satisfacciones inconscientes de que no alcanza
a tener insight. Esto —y el m odo desviante en que puede m anifes­
tarse el com portam iento com plem entario— puede ilustrarse m ejor
1 Kn muchos respectos, esto corresponde a hablar incoherentem ente “ cada
4111 icn
de una cosa’’, que —como ha demostrado O 'B rie n Moore (1924)— es el
modo acostum brado en la llam ada comedia nueva de los griegos para in d ica r
que uno de los dos interlocutores estaba loco. Muchas bromas p rim itiv a s se
basan tam bién en este entender cada q u ié n una cosa.
f2871
288 H . C IE N T ÍF IC O V SU C IE N C IA

dem ostrando que incluso los animales experim entales pueden ha-í
cer desempeñar al observador un papel com plem entario.
Caso 366: U n estudiante graduado que d uran te la depresión tra­
bajaba de ayudante en un la b o ra to rio de biología ponía ta n to em­
peño en proteger del d o lo r a las ratas que debía operar que mató
a varias de ellas adm inistrándoles una dosis excesiva de cloro­
form o.
Caso 367: Varios médicos h um a n ita rio s me d ije ro n que cuando
tenían que aprender técnicas quirú rgicas operando perros sanos 2
les resultaba p articu la rm e n te penoso operar a p erritos domésticos
perdidos, que hacían patéticos esfuerzos por caer bien a todo el
m undo. U n m édico bondadoso se sentía tan acongojado por ha­
berle q u ita d o parte de los intestinos a uno de esos perrito s que
acabó por lle va rlo a su casa y hacerlo el fa v o rito de la fa m ilia .
Yo creo que muchos de estos penosos problemas —y quizá to­
dos— podrían evitarse si el e xperim entalista empleara la cabeza
p rim ero y el escalpelo después. Com o indica el caso 372, un psicó­
logo intelige nte —p or h um ano— logró re p e tir un experim ento ex­
cepcionalm ente b ru ta l sin in f lig ir n in g ú n daño y por eso obtuvo
resultados más convincentes —por más naturales— que los que pudo
dar el p rim e r experim ento, con las ratas h o rrib le m e n te dañadas.
En realidad, como m ostrará el caso 370, la b ru ta lid a d de los expe­
rim entos suele deberse al sadismo latente del que los practica.
Estas apreciaciones nos o bliga n a analizar las causas de la insen­
s ib ilid a d en la experim entación con animales —o con humanos en
ios campos de concentración nazis— algo más detenidam ente.
La insensibilidad de muchos experim entadores —justam ente fus­
tigada por M en nin ge r (1951)— suele ser un despliegue h is trió n ic o
de “ o b je tiv id a d ” ante una galería in te rio riza d a de colegas críticos,
que opera como una suerte de Superyó. Esta analogía es ta nto más
válida por cuanto el Superyó, por d e fin ic ió n , es una instancia psí­
quica arcaica, cruel y obtusa (Devereux, 1956a), causante de más
b rutalidades que podría jam ás efectuar el E llo más desinhibido.
A hora bien, como la inse nsib ilid ad y la b ru ta lid a d producen
sentim ientos de culpa incluso en el experim entador más endure­
cid o , ' 1 se hacen inevitables las m aniobras defensivas.
U na reacción pecu lia r es la tendencia a responder a la to ta l

v Alguno* piolV.snics <lr u n ir í a ponen ahora en duda la u tilid a d de este


procedim iento docente.
11 Q u ie to dr*(¡tent tpie no me opongo en lo absoluto a toda experim entación
con animales y yo m ism o lie ie a li/a d o algunos experim entos de este tip o . Sen­
cilla m e n te insisto en «pie en n im b o s casos se pueden realizar experim entos
sin in f lig ir dados n i lesiones, em pleando la cabeza en lu g a r del escalpelo.
I * U lN tU A T R A .S F F .R K N C IA DESEN CAD EN ADA 289
im potencia del anim al e xpe rim en tal como si fuera una “ señal de
.••lit ita c ió n ” de b ru ta lid a d . N o es esto m uy diferente de la a c titu d
igrrsiva de la hiena con las hienas heridas e inermes, o del hecho
ile que los tiburones se vuelven locos cuando hay sangre en el
iifj'Hii. . aunque sea la de o tro tib u ró n . Demuestra que los hom ­
ines no son m ucho mejores, la insensata b ru ta lid a d que provoca
l.i im potencia del vencido incluso en un vencedor que no tiene
in ju ria s ’' que vengar.4 Siendo la im potencia del anim a l experi­
m ental la que provoca esa b ru ta lid a d , es un co m portam iento com­
plem entario en el sentido más estricto de la palabra.
Algunas veces se p riva al a n im a l de sus medios de in s p ira r com­
pasión, pero en otros casos es un subterfugio lin g ü ís tic o el que le
niega el derecho a la compasión.
Caso 368: Los lastim eros a ullid os de los perros desagradan tan­
in a muchos experim entadores que en algunos laboratorios prac-
tiia n ru tin a ria m e n te la ablación de las cuerdas vocales del perro.
Ivsto nos recuerda el cuento amargamente iró n ic o de H eine, del
m illo n a rio que hizo expulsar a un m endigo porque el relato de sus
males le partía el corazón.
Caso 369: U n subte rfug io físico y lin g ü ístico com binado paraliza
prim ero al a n im a l experim ental hasta tal p u n to que apenas está
vivo y después califica este pobre ser de “ preparación” . . . lo que
da a entender que de ser pasó a “ cosa” , que ya no merece compa­
sión. En este caso, la reacción com plem entaria es de fria ld a d , por
considerarse absurdo el que una mera “ preparación” tenga derc-
i ho a que se la compadezca. R efleja esto, sin necesidad de insistir,
una to ta l divergencia entre el “ c ie n tífic o ” y la realidad.
Dado el hecho de que la idea 4e poder absoluto se instrum enta
de form a sumamente im presionante p o r el trato que da el hom ­
bre a los animales (Russell, 1938b), determ inado en grado sumo
por factores inconscientes (M e nn ing er, 1951) es d ifíc il sostener
sobre todo en una época que vio realizar experim entos innece­
saria e inten cio na lm e n te brutales a médicos en seres hum anos en
los campos de concentración nazis (M itsch e rlich y M ie lke, 1949)—
que no se realizan en animales experim entos innecesaria y /o inten-
<ionalm ente brutales.
El caso es que muchos experim entos innecesarios (M enninger,
1951) se ejecutan ante todo para satisfacer un sadismo inconscien­
te “ del c ie n tífic o ” y que p o r eso revelan más acerca del experi­
m entador que de las cuestiones que investiga.

4 D erro ta d o Creso, logró persuadir al victorioso C iro de que detuviera los


desmanes de sus soldados señalándole que los bienes que estaban destruyendo
eran ahora propiedad del m isino C iro (Jenofonte, C iro p e d ia , 7.2.11 « .).
!
“>90 II. C IE N T ÍF IC O V SC C IE N C IA

Caso 370: D uran te la ausencia del profesor, un estudiante de b io ­


logía hizo preparativos para estudiar la quím ica del cerebro en
los monos m uertos de determ inado modo. A su vuelta, el compa­
sivo profesor canceló aquellas disposiciones, recordó a su ayudante
cómo le había dicho que ese problem a había sido ya estudiado
exhaustivam ente en laboratorios m ejor equipados para aquel tip o
de investigaciones y le aconsejó que aprendiera a d o m in a r la irra ­
cion al —y v isib le — a ntipatía que le inspiraban los monos.
Incluso experim entos en sí m eritorios se realizan a veces de un
m odo innecesariamente duro, que satisface el sadismo latente.
Caso 371: A u nq u e puede estudiarse la h a b ilid a d de las ratas
para aprender a salir de un la b e rin to sin ind icio s visuales constru­
yendo un la b e rin to oscuro en que se graba el paso de la rata por
diversos medios mecánicos y electrónicos, un e xperim entador sim­
plem ente sacaba de golpe los ojos a la rata, sin tomarse siquiera
la molestia de anestesiarla prim ero.
E l cu lto neu ró tico p o r la pose cien tífica im p id e a veces al cien­
tífic o servirse de su im aginación y le hace realizar un experim ento
in ne cesari arríente b ru ta l, aunque un m om ento de re fle x ió n le h u ­
biera p e rm itid o obtener resultados más convincentes con uno in ­
doloro.
Caso 372: La teoría de que el aprendizaje entraña la form ación
de una serie fija de unidades m ínim as de com p orta m ie nto m otor
se puso a prueba sometiendo ratas, que habían apren did o a co­
rre r p or un lab erinto, a una operación del cerebro, la cual me­
noscabó tanto su m o tilid a d que después sólo podían salir del
la b e rin to rodando. U n e xperim entador más hum ano y por lo tanto
más im a g in a tivo probó la misma teoría haciendo que las ratas
—excelentes nadadoras— salieran nadando del la b e rin to por el que
p rim e ro habían apren did o a correr. El caso habla p or sí solo.
U na form ación reactiva —sin in s ig h t— contra nuestros impulsos
sádicos puede manifestarse en form a de la práctica de lle va r al >
extrem o una situación peligrosa para a llí detenerse —o sea de an­
siedad erótica y de masoquismo— en su lab or con animales in tr ín ­
secamente peligrosos.
Caso 373: N o sólo las personas que tienen en su casa animales
peligrosos, como las serpientes (M e nn ing er, 1951), sino tam bién al­
gunos zoólogos y directores de zoológicos m in im iza n com pulsiva­
mente la peligrosidad de las fieras y p or e llo a veces padecen le­
siones fatales. La m otivación de su conducta es probablem ente
semejante a la que induce a algunas personas a hacerse domadores
de circo y se e ntiende m ejor de acuerdo con la psicología del juego
(Bergler, HMH, Devereux, 1950b).
<>NTRA1 RA S EF.RE NC IA D E S E N C A D E N A D A 291

1.1 hecho de que sea posible m anejar incluso animales peligro-


ios de un m odo no n eu ró tico y no amante del peligro se ve tanto
rn la historia, consagrada por el tiem po, de cómo dom ó A le ja n d ro
Magno a Bucéfalo (P lutarco, Vida y hazañas de A le ja n d ro , 6)
tom o en el relato que hace Ferenczi (1955) de las proezas de do­
mador de un herrero húngaro.
La dureza innecesaria en la experim entación con animales es
poco más que una negación neurótica y una form ación reactiva
«outra nuestro sentim iento de culpa por haber in flig id o dolor, y
«s probable que ésta y algunas otras defensas hayan in flu id o hon­
damente en la teoría conductista del aprendizaje.
C iertam ente, el m odelo conceptual de la rata blanca que sub-
vace en muchos experim entos sobre com portam iento y h alla su ex­
presión fin a l en la ficción del “ stat. ra t” , no sólo no es psicoló­
gico y a veces n i siquiera biológ ico sino que —a diferencia de la
labor experim ental realizada p o r los etólogos— no a rro ja n inguna
luz sobre la psicología sut generis de la rata (caso 397). Este insight
hizo que algunos experim entadores sesudos llam en a los experi­
mentos de aprendizaje una suerte de juego de ajedrez.
En suma, tanto la índole de la especie a nim a l estudiada como
el com portam iento idiosincrásico del anim al in d iv id u a l pueden,
cu algunos respectos, considerarse “ solicitaciones” capaces de p ro ­
vocar en el experim entador formas m uy extremas de com porta­
m iento com plem entario (po sitivo o negativo). Por eso es razona­
ble el que la tentación de entregarse a un com portam iento com ­
plem entario sea aún m ayor en el estudio del hom bre y es este pro­
blema el que ahora nos proponemos exam inar.
Todos los tipos habituales de interacción social los configura la
d e fin ició n por la sociedad del tip o "a p ro p ia d o " de reciprocidad
que es menester log ra r entre las personas interactuantes. Muchos
tipos de co m p orta m ie nto recíproco se inculcan sistemáticamente,
para preparar al in d iv id u o a formas estandarizadas de interacción.
Y así, en muchas colectividades se enseña a hombres y mujeres no
sólo el com portam iento com plem entario intersexual sino tam bién,
por lo general, procedim ientos de copulación tradicionales, que
se entiende com plem entan el com portam iento previsible de cual­
q u ie r m ie m bro del o tro sexo. Estas normas com plem entarias se
inculcan de un modo tan eficaz que incluso los homosexuales tie n ­
den a im ita r el com portam iento norm al entre los dos sexos en sus
relaciones con su pareja (Devereux, 1937a).
Esta regla es bastante general. A u nq u e a la muchacha victoria-
na.se le enseñara a ser v irg in a l, fríg id a, sexualmente torpe y mo­
nógama m ientras que a la polinesia se le enseñaba a ser sensual.
292 K l. C IE N T ÍF IC O V SI C IE N C IA

sexualmente experta y promiscua y a la o u le d n a il a ser una pros­


titu ta profesional, en d e fin itiv a la norm a de com portam iento que
se enseñaba a cada una de estas muchachas era la que se suponía
que satisfacía las esperanzas y necesidades de c u a lq u ie r h om bre co­
rrie n te con quien fuera probable que viviera. Sólo en casos excep­
cionales se enseña a una muchacha desde el p rin c ip io a satisfacer
las necesidades concretas de un hom bre en p a rtic u la r.
Caso 374: En algunas pequeñas tribu s australianas que tienen
en vigo r estrictamente reglas de m a trim o n io preferencial, desde el
nacim iento se destina a una muchacha para un hom bre en par­
ticu la r, y es probable que la eduquen en consonancia.
Caso 375: En la Europa feudal se prom etía a una princesa, prác­
ticam ente desde el nacim iento, a un p rín cipe joven y se la pre­
paraba sistemáticamente para su m a trim o n io con ese hom bre, por
ejem plo confiando su educación a su fu tu ra suegra. Estos manejos
no siempre daban buenos resultados: la infam e Isabel Ráthory, que
después se bañaba en la sangre de muchachas campesinas, fue
educada en su adolescencia por su amable y hum ana fu tu ra suegra,
la condesa viuda Úrsula Nádasdy.
Caso 376: Si un novio somalí teme cortar los genitales in fib u -
lados de su novia para abrirlos, contrata a una anciana (pie, des­
pués de m e d ir su pene, corta a la novia exactamente lo suficiente
para que deje e ntrar un órgano de ese mismo tam año (Róheim ,
sin fecha).
Todos los miembros de diadas, tríadas, etc. humanas tra d ic io ­
nales desempeñan papeles recíprocos que se com plem entan m utu a ­
mente y form an una pauta, ya que de o tro modo la vida social
sería un caos insondable.
N o sólo se enseña al in d iv id u o a desem peñar el papel que tiene
asignado sino tam bién a esperar y provocar que o tro in d iv id u o
le dé ciertas muestras de consentim iento y el tip o de com porta­
m ie nto com plem entario que tiene el derecho de esperar.
I La señal de solicitación de la mano extendida hace que el com­
i
pañero potencial extienda la suya, si consiente, para hacer posible
el apretón de manos. El lobo se reconoce derrotado descubriendo
su vulnerable garganta, así como el perro m anifiesta su sumisión
echándose panza a rrib a ; estas señales de solicitación mueven en­
tonces al vencedor a perdonar la vida al vencido (Lorenz, 1955).
H ub o incluso en la antigua Esparta lo que sólo puede calificarse
de ritu a l de opresión, conform e en todo con las pautas de interac­
ción estilizadas y cargadas afectivamente que hemos esbozado (D<
vercux, lM 5 a).
La enculturación enseña al in d iv id u o a sentir satisfacción nol
I V ( ;o N T R ,V lR .\S b ' I'.RF.N CIA. D I SF.NCADFN A I)A 293
Ins actos recíprocos tradicionales y a conducirse “ debidam ente”
il un en situaciones imprevistas, a veces asim ilando una situación
nueva a una tra d icio n a l (caso 31). U na situación sin precedentes,
que el grupo debe regularizar y hacer e ntrar en el m olde de las
i n iprocidades de interacción tradicionales, es la entrada en escena
de un antropólogo. A l asignarle un estatus trad icio n al, la trib u
jiiiede tener para con él formas de conducta tradicionales m ientras
que él, a su vez, deberá tener una conducta com plem entaria apro­
piada.
C uando no llega la respuesta esperada a una señal de solicita-
( ión —tal vez por no haber sido entendida— puede producirse una
i onfusión m uy grande y aun verdaderas reacciones de pánico.
Caso 377: E l o ficia l y antropólogo francés O dend’ hal fue muer-
lo por negarse a aceptar la comida que le ofrecían ciertos aldeanos
mois, que consideraban ese gesto un acto amistoso (ritu a l) com­
plem entario de aceptación. Por eso, al no conducirse O dand’hal
to n el com portam iento com plem entario esperado, lo interpretaron
io n io indicación de h ostilida d y reaccionaron a la contraseñal “ ame­
nazadora” m atándolo. (In fo rm a ció n personal; Guerlach, 1906, sin
detalles.)
La sociedad enseña al in d iv id u o tanto las señales de solicitación
debidas como el modo debido de responder a ellas, aunque en
.dgunos casos solicitaciones y respuestas se van apartando gradual­
mente de su norm a in ic ia l y adquieren un género nuevo y más
idiosincrásico de a p lica b ilid a d y propiedad. En las fases iniciales
de una relación, todas las solicitaciones y respuestas deben adap­
tarse a lo que espera la sociedad, para p o s ib ilita r el u lte rio r des­
a rro llo de la relación. Después, cuando la relación empieza a pro­
fundizar, las solicitudes se van haciendo y satisfaciendo cada vez
más en fu nció n del tip o de personalidad ro n o c id o de nuestra pa­
reja. Esta progresión es especialmente patente en los regalos. Uiu>
da a una persona de condición conocida pero de tip o de persona­
lidad desconocido un regalo que se piensa ha de gustar a q uien ­
quiera tenga esa posición. Vienen después los regalos seudoperso-
nalizados, como certificados de regalo, que parecen decir; “ Deseo
hacerte un regalo de acuerdo con tus gustos, que todavía no co­
nozco, pero espero llegar a conocer bien.” Finalm ente, cuando uno
llega a conocer los gustos del otro, le hace regalos que satisfagan
las necesidades del que los recibe ta nto como las de q uien los da
(Devereux, 1952b).
Caso 378: U n analizando pequeño y delicado, muy poco seguro
«le su m asculinidad, decidió regalarme un par de calcetines para
Navidad, lo que “ p or desgracia” —o sea con toda inten ció n — hacía
294 EL. C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

necesario que averiguara qué núm ero calzaba yo. Por eso telefo­
neó en secreto a m i esposa, quien, m uy sensata, se negó a darle la
inform a ción deseada. Su deseo de hacerme un regalo despersona­
lizado im p ro p io representaba una solicitación de que yo me dejara
lle va r a una posición fá lico-exhibicionista (pie = pene), que h u ­
biera com plem entado sus necesidades voyeuristas y su com pulsión
de ordenar jerárquicam ente a hombres y mujeres según sus “ falos”
(— deposiciones) reales y /o anales.5
Caso 3 79: Más o menos por entonces una analizanda, en un es­
tado de fuerte trasferencia positiva, fantaseó hacerme calcetines de
p u n to bien ajustados a m í y no a su esposo, para ella sexualmente
im perfecto (calcetín = vagina).
La sincronicidad de estas dos reacciones de trasferencia se debió
probablem ente al hecho de que —a consecuencia de una caída gra­
ve— yo cojeaba p or aquel entonces.®
C iertos neuróticos se dan una m aña casi sobrenatural para p ro ­
vocar reacciones egodistónicas incluso en las personas normales.
U na persona o rdinariam ente sana y decente siente así m ucha an­
siedad cuando una “ víctim a crónica de las circunstancias” —que
en realidad es u n “ coleccionista de inju sticia s” — consigue hacer
de ella, sin que sepa bien cómo, u n ser áspero e in ju sto . Com o le
fa lta in s ig h t, su respuesta a estas m aniobras le parecerá a él sobre­
n a tu ra l precisamente porque el coleccionista de inju sticia s no ope­
ra en un vacío psíquico. Y logra su o b je tiv o (inconsciente) —que
es dem ostrar que el m undo está contra él— m ediante una m oviliza­
ción increíblem ente eficaz y tortuosa de la agresividad neurótica
inconsciente que pueda h a lla r incluso en sus más generosos am i­
gos. De m odo semejante, algunos parásitos encantadores pueden
suscitar complejas reacciones ma terna les-y-eró ticas incluso —y a
m enudo sobre todo— en las solteronas dom inantes. La invo lun ta- *

* En un p ic n ic vio que una muchacha llevaba unos b a n q u illo s m uy g ra n ­


des y s in tió la aprem iante necesidad de “ estrecharle la mano y reconocer que
e lla era e l m e jo r” .
• 1.a cojera, que im p lica un “ sugestivo” meneo hacia a rrib a y hacia abajo
lie u e un fu e rte valor de estim ulo sexual para muchas mujeres. E n la m ito lo ­
gía griega, el esposo do A fro d ita es el cojo Hefesto, que —salvo el gigante
l'a lla s fue el único dios suficientem ente sensual para tra ta r de v io la r a la
virgen Alona (Eow ell, IÍHH»), l l n p ro ve rb io erótico de las m ujeres rumanas
dice que “ Dios nos lib re de que nos pegue un ciego (que no ve dónde caen
«ns golpes) y île que nos tome un cojo (que cae pesadamente sobre una)” .
( Ilu h iia q u r te m id a ) que para muchas campesinas, la paliza es prenda del
am or de su esposo.) U n n n ija n n de guerra me d ijo que los am putados de una
pierna eran especia luiente atractivos para las mujeres. (Cf. M im n crm u s [?{.
fragm ento 23, E d m u n d s .)
IA CON T H A T RA SFF k l N C 1A DESENCADENADA 295

l ia h o stilid a d de que dan muestras en d e fin itiv a los amigos de los


«oleccionistas de inju sticia s y las reacciones maternales-eróticas de
las amigas, o rd in a riam e nte narcisistas y frígidas, de los parásitos
varones representan un com p orta m ie nto com plem entario n euróti-
ii), consecuencia de la m oviliza ción de impulsos egodistónicos in ­
hibidos por las m aniobras pavorosamente eficaces de sus neuróticos
protegidos.
La tendencia del analizando a id e n tific a r a su analista en la
irasferencia con una imagen parental tem prana representa tam bién
un in te n to de hacer que el analista desempeñe un papel com ple­
m entario. Si esta solicitación acierta a satisfacer las necesidades
neuróticas no resueltas del analista, es posible que acepte im p u ls i­
vamente esta id e n tid a d im putada y en la contratrasferencia m a n i­
fieste el co m portam iento com plem entario deseado. Sólo el análisis
de la solicitación del paciente y, por encima de todo, de su pro­
pio deseo inconsciente de darle gusto con el com portam iento com­
plem entario, perm ite al analista seguir siendo objetivo.
Las personas poderosas im placablem ente narcisistas pueden a
veces m o d ifica r —por la fuerza o p or fraude— la d e fin ic ió n norm a l
<le la situación haciendo solicitaciones ilegítim as cuya extremada
im propiedad im p id e que la desorientada víctim a las rechace con
sus defensas usuales o que les dé satisfacción p o r m edio de res­
puestas estandarizadas cu lturalm en te. Tales solicitaciones tienden
a m o v iliza r defensivamente aquel segmento neurótico de la per­
sonalidad de la víctim a que la aquiescencia a tan fantásticas so li­
citaciones probablem ente halagaría. Esto explica p o r qué los est la­
ves, así como las víctim as de un lavado de cerebro, ataban por
amar a sus amos (H in k le y W o lf, 1956, Devereux, 1965a).
E l alejam iento físico del endogrupo, que in h ib e con suma e fi­
cacia las reacciones desviantes y sustenta al Yo racional (Devereux,
1942a) tiende a d e sin h ib ir las tendencias neuróticas y a favorecer
el a c tin g o u t. E l antropólogo sobre el terreno está en esa situación
y p o r eso debe m o viliza r los recursos de su Yo (e Ideal del Yo)
para resistir a la tentación de “ pasar al acto” (act o u t).
Caso 38 0 : U n antropólogo e brio se condujo en una form a de
a c tin g o u t bastante exagerada sobre el terreno y tu vo la sorpresa
de descubrir que —al c o n tra rio de lo que ocurre en su propia c u l­
tu ra — la trib u que estaba estudiando se negara a considerar su
c m briaguez una excusa legítim a.
A veces el a c tin g o u t se “ ju s tific a ” pretendiendo representar una
observación p articip a nte correcta y /o un com portam iento comple­
m entario esperado. En algunos de esos casos, la cu ltu ra de la trib u
«ontiene realm ente esa solicitación, pero no d irig id a al visitante.
296 E L C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

Sin embargo, p o r razoms neuróticas, éste puede hacer como si


fuera para él.
C 'isó 3 81: U n e xplo ra d o r fue asesinado porque, p or razt nes po
sib emente neuróticas, tra tó de p a rtic ip a r en ciertas actividades tic
jue están excluidos los extrañ >s. El re la to o fic ia l para quedar bien
a e que lo m ata ron debido a un acto de v io le n c ia . .. que, entre
paréntesis, ta m b ié n él había cometido, aunque sabía que aquella
trib u era conocida p or responder a la violencia con la violencia.
Por eso debe interpretarse su conducta como una s o lic ita c ió n in ­
consciente de que lo m ataran; tales m aniobras disim uladam ente
suicidas son m ucho más comunes de lo que puedan pensar los no
psiquiatras (Devereux, 1961a).
N aturalm en te, es buena p olítica satisfacer las solicitaciones tra­
dicionales de la trib u que se está estudiando. Si p o r alguna razón
piensa u no que no puede hacerlo sin lastim ar su p ro p ia integridad,
con un poco de sentido com ún es probable que salga del aprieto.
Caso 382: U n etnólogo, m uy enamorado de su m ujer, estudiaba
u n g ru po de polinesios cuyas muchachas persiguen afanosamente
d los hom bres “ exóticos” . C uando tra tó de desalentar a la más
¿udaz diciéndole que estaba casado, le d ije ro n que estar casado
con una m u je r blanca no tiene im p orta ncia . A esto re p licó el
ingeniosa etnólogo que su esposa era una polinesia de otra isla.
Siendo co n tra rio a la usanza el seducir al m a rid o de una p o lin e ­
sia, el etnólogo pudo ser fie l a su esposa sin enemistarse con las
muchachas del lugar.
A l a ntropólogo al que se le asigna un estatus tra d ic io n a l sin que
él lo advierta puede fácilm ente hacérsele tener una conducta com­
ple m e n taria —a veces notablem ente egodistónica. Además, si no
obra como esperan que lo haga, es probable que tenga diversas
d ificu ltad es sin que pueda darse cuenta de cómo sucedió (caso
377). Esto significa que así como el coleccionista de injusticias
suele arreglárselas para que lo agreda incluso la persona más ama­
ble del m undo, así el tra b a ja d o r de campo puede descubrir de
p ro n to que lo están arrastrando en form a irresistible al papel com­
ple m e n tario que le han asignado y por eso ver in v o lu n ta ria m e n te
la sociedad que está estudiando tan sólo desde el p u n to de obser­
vación ventajoso del estatus que le a trib uye ro n. Por cierto que
una vez que <e ha asignado u n estatus al antropólogo, la trib u
vuelve luu i.< <1, de com pleta buena fe, sólo aquella de sus facetas
que com plem enta H estatus asignado. Esta autopresentación de
la trib u orientada batía el estatus se convierte entonces en cansa
de un género tie distorsión y mala interpretación que analizo en
el resto de este capítulo.
i \ CO N TRA 1 KA.SI'T.RI-.NCI A D TS K N C A D F.N A D A 207

Sería una tontería insigne, suponer que es el carácter “ n e u ró tic o "


de la trib u el que im pone al a ntrop ó lo go el co m portam iento com­
plem entario, aunque sus m aniobras —como las del parásito o el
Mileecionista de inju sticia s— m o viliza n las necesidades neuróticas
lalentes del antropólogo. I.a extrañeza de la cu ltu ra que estudia,
l.i in co m p ren sib ilid ad in ic ia l de sus “ señales de s o lic ita c ió n ” (que
precisamente por ser incom prensibles incid en de m odo directo en
ai inconsciente), su norm a irresistiblem ente consecuente y su in-
.isiencia en a trib u ir al antrop ó lo go determ inado estatus, indepen­
dientem ente de que a él le parezca egosintónico o egodistónico e
independientem ente de que él entienda o no en verdad todas sus
implicaciones, m o viliza n sin rem edio reacciones e im pulsos neuró­
ticos y regresivos aun en el antrop ó lo go norm al, cuyas defensas y
((‘acciones condicionadas p o r la c u ltu ra suelen ser ineficaces en una
sociedad extraña.7 Además, precisamente porque cada cu ltu ra pone
por obra en form a decidida ciertos impulsos re p rim id o s en la cul-
iura del antropólogo, el papel que le asignen estim ulará como es
natural algunos de sus im pulsos de o rd in a rio inh ibido s. E l que
entonces él los “ actúe” (act o u t ) o los reprim a, o bien los dom ine
lo m o una persona m adura, dependerá de sus in s ig h ts sobre sus
impulsos ocultos, y de su capacidad de sublim arlos.
Caso 383: Com o veremos en el caso 391, la cond ició n de “ rico
e x p lo ta d o r" que los sedang tra ta ro n de asignarme estim uló nece­
sariamente los anhelos de poder y egoístas que en realidad tengo.
Pero como yo había logrado su b lim a r esas debilidades mías (y de
toda la h u m an ida d) con bastante eficacia, no las “ actué” (acted
o u t) y hasta conseguí m o d ifica r ciertas im plicaciones antipáticas
del estatus que me habían a trib u id o sin necesidad de .v o frm o n lro ­
larme neuróticam ente. En cam bio, m i estatus a trib u id o entre los
Itopis m o vilizó en m í im pulsos que (entonces) tenía yo menos
electivam ente entendidos y sublimados, de m odo que cada X tie m ­
po tenía que recordarm e a m í m ism o cuán desaconsejable era el
a c tin g o u t de aquéllos dentro del papel que me habían a trib u id o .
Digamos de paso que ta l vez esto e xp liq u e en parte por qué me
gustan tan poco los hopis.
E l hecho de que cada tr ib u estim ule im pulsos neuróticos d ife ­
rentes en el antrop ó lg o tiene consecuencias científicas bien marca­
das. Sin duda, el “ diagnóstico” p siq u iá trico de una cu ltu ra dada
representa a veces no una evaluación o b je tiva de su pauta básica
sino una proyección de aquellos im pulsos suprim idos en el a n tro ­
pólogo que esa cu ltu ra estim ula.

7 Algunos reaccionan a eslo haciéndose “ na iivu s’’.


1*18 I I. C IE N T ÍF IC O Y SL' C IE N C IA

A unque una trib u p rim itiv a no es el equivalente de un pa­


ciente, el p re d ic a m e n to p sico ló g ico del a ntrop ó lo go sobre el te­
rreno —su incapacidad de esquivar del todo el papel com plem en­
ta rio que se le im pone— es dinám icam ente com parable al de una
analista a q uien un analizando trata de o b lig a r a un papel com­
ple m e n tario causante de ansiedad.
La contextura to ta l (preexistente) del antropólogo determ ina
necesariamente los tipos de estatus que se le pueden asignar y los
papeles com plem entarios que se le pueden im p o n e r p or m edio de
m aniobras.
Caso 3R4: L in to n , un veterano de la prim era guerra m un dia l,
tu vo una vez. que desempeñar un papel en un rito comanche que
sólo podía efectuar un guerrero probado en el campo ele batalla,
ya que entonces no había n in g ú n comanche en vida que tuviera
títu lo s para ello. Esto significaba que los comanches autom ática­
mente hacían g ira r hacia él aquella faceta de su c u ltu ra que pre­
sentan a sus guerreros experim entados. Esto podría e x p lica r la ex­
celencia de los datos de L in to n , por ejem plo, acerca del papel com­
p le m e n tario que desempeñan los jóvenes comanches y las mujeres
tam bién, en relación con los guerreros (K a rd in e r y L in to n , 1945).
N i siquiera la m ejor antropóloga, n i el m ejor antropólogo no ve­
terano h ub ie ran podido posesionarse de un papel semejante.
A l analizar tanto nuestros datos de campo como las com unica­
ciones de otros investigadores, hay que aprender pues, a d is tin g u ir
no sólo entre sucesos observados personalm ente y declaraciones de
los inform antes, sino tam bién entre hechos m ejor vistos desde la
posición a tr ib u id a al tra b a ja d o r de campo y los m ejor vistos des­
de la posición que se le negó. U na vez ha captado uno la im p o r­
tancia de esta d istin ció n suele serle posible —al menos durante
cierto tie m p o — ocupar una posición desde donde un hecho par­
tic u la r —o bien su lado opuesto o com plem entario— puede verse
del m odo más efectivo. El caso 392 muestra cómo pude obtener
no sólo el p u n to de vista del amo de esclavos sino tam bién el del
esclavo acerca de la esclavitud, tanto en calidad de in s titu c ió n
como de co n ju n to tic experiencias conjugadas.
Caso hV5; T a l vez la m ejor apreciación del estatus a trib u id o al
a ntrop ó lo go por la trib u que él estudia sea la de R óheim (1932),
quien com prendió no sólo que las gentes de D uau lo llam aban
esa esa - r it o prestigioso que d istrib u ye larguezas— sino también
las im plicaciones del papel de esa condición a trib u id a . Pero tengo
la im presión tie que R óheim no com prendía con igual claridad
que él aceptó aquella condición p rin c ip a lm e n te porque concorda-
I A C :O N TR A TR A S Fl KFNC.1A DI S 1 N C A l)i:N ADA 29!)

I>a con su d e fin ic ió n de sí m ism o como caballero húngaro, dotado


de lin a pasión casi melanesia por el desp ilfa rro prestigioso en fo r­
ma de h osp italida d espléndida. Por eso me pregunto si R óheim
sabía que al aceptar aquella categoría realm ente alentaba a las
gentes de D uau a presentarle aquella faceta de su personalidad
social que suelen presentar a los esa esa.
Caso 386: D ebido a su p ro fu n d o conocim iento de sus esotéricos
ritos, la posición de R óheim entre los australianos era más o me­
nos la de un m uchacho que accidentalm ente h ubiera tropezado
<on un r ito de in ic ia c ió n y por eso tenía que ser in ic ia d o inm e ­
diata [y p rem aturajm ente —o bien m u e rto — para reg ula rizar la si­
tuación y que el saber esotérico quedara lim ita d o a los iniciados,
(lo m o el papel de m uchachito ciertam ente no concordaba con la
d e fin ició n que de sí hacía R óheim , sentía que no entendía su
estatus entre los australianos con la misma clarida d con que había
com prendido su condición de esa esa en D uau.
Caso 387: La posición de R óheim entre los yumas, de “ joven al
que es menester enseñar’’ era visiblem ente aún menos apropiada
para él que su categoría en A u stralia, lo que acaso e xp liq u e por
<jué h a llo en su lab or sobre los yumas algunas insuficiencias —como
el no haber entendido la diferencia entre el sueño real y el sueño
c.hamanista, compuesto de m itos (Devereux, 1957c)— que no
encuentro en sus inform es de campo de D uau ni de A u stralia
(caso 393).
En algunos casos, el trab aja do r de campo acepta sólo una pane
del estatus que la trib u quiere a trib u irle . A l presentar las siguien­
tes experiencias personales deseo destacar cpie yo estaba en m ejo­
res condiciones que R óheim para entender m i situación, sent illa-
mente porque R óh eim tu vo que empezar desde el p rin c ip io , m ien­
tras que a m í ya me habían señalado el problem a sus observât ¡ti­
ñes de pionero en la m ateria.
Caso 388: Acepté gustoso dos segmentos del estatus que me a tr i­
buyeron los sedang:
a] M e encantaba ser el h ijo ado ptivo de M b ra :o y —después de
m i fa u x pas in ic ia l— bromeaba gustoso con mis hermanas p o líti­
cas (adoptadas) (caso 364).
b] Me pareció ventajoso reconocer, en respuesta a repetidas pre­
guntas, que yo me podía volver un hom bre tigre. Conseguí que
los sedang, que odiaban a los blancos, ansiaran hacerme m ie m bro
de su aldea, ya que un aliado tan te rrib le tenía que *er una buena
ayuda para defender a T ea Ha tie los vecinos halang.* N a tu ra l-

" U n m a trim o n io sedang p e rm itió a su h ija casarse con un m ilic ia n o moi


300 KLClI N T î'l'K X ) V SL' C U .N C I \

mente, al aceptar que yo era un hom bre tigre, tenía que acepl.n
tam bién la im p u ta ció n suplem entaria de que —en parte por sa
hom bre tigre y en parte por comer carne a d ia rio , a diferencia <U
los sedang— después de m i m uerte m i alm a se volvería un tigre
fantasma, m ientras que las aimas de mis parientes sedang sólo se
vo lve rían venados fantasmas. D ebido a esta creencia, más de un
am igo sedang me hizo prom eterle que m i tig re fantasma no per­
seguiría n i devoraría a su inerm e venado fantasma.
Caso 389: Los conquistadores españoles aceptaron rápidam ente
la ventajosa im p u ta c ió n de que ellos eran los esperados “ dioses
blancos” cuya llegada cu m p lía una antig ua profecía azteca (caso
171).
Caso 3 9 0 : T ra b a ja n d o en T ea H a descubrí que si bien a los
sedang les encantaba tom ar m is medicinas, consideraban necesario
com pletar m i tra ta m ie n to del organism o con un tra ta m ie n to cha-
m anista del alma. Com o quiera que esto significaba que algunas
personas enfermas e indigentes te n d ría n que salir en la noche fría
y lluviosa para ser o bjeto de un costoso tra ta m ie n to chamanista,
decidí hacerme chamán yo m ism o. U na noche sim plem ente des­
aparecí del p oblado y al día siguiente hice creer que me habían
llevado a la tie rra de los dioses del T ru e n o , que me habían o to r­
gado facultades chamánicas. Además, pude reforzar m i dicho p o r­
que en dos ocasiones tuve la suerte de encontrar hachas neolíticas,
que se entiende que sólo los chamanes pueden localizar.
U na vez chamán reconocido, tuve otros problemas. Los sedang
creen que los dioses del T ru e n o conceden facultades chamánicas
sólo a aquellos a quienes quieren hacer ricos. De ahí que si un
chamán hace curaciones gratuitas, los dioses, considerando que
desprecia su don, se lo q u ita rá n rápidam ente. Com o m i negativa
a aceptar pago ponía en p e ligro las “ facultades” que eran ú ltile s
para ellos, los sedang, preocupados, empezaron a meter en m i co­
cina pagos no solicitados p o r m is operaciones chamánicas, lo que
significaba que, m uy en contra de m i vo lu n ta d , m is curaciones
se habían convertido en una verdadera carga para mis pacientes.
Por eso empecé a aceptar honorarios, pero siempre re trib u ía la
valiosa jarra que había recibid o con dos huevos, que valían cosa
de dos centavos, Kste trasparente su bte rfug io satisfacía perfecta­
mente a ios legalistas sedang, ya que nada les im pedía hacer tratos
ventajosos ron un chamán. Y por m i parte, yo aceptaba esta tran-

dc o tro pueblo a to itclit It'tii que á te co n vin ie ra en establecerse, después de


desmovilizado, n i el pueblo de mi esposa. Siendo soldado, se le suponía b ra ­
vura y se cousideiaba que tendí lu un gran va lo r potencial para el poblado.
t I * lN I U A T K A S H K I N C IA desencadenada 3(1 Ï

iii 11*>11, en parte para convencerlos de que no perdería m is “ fa-


tili.ides" y en parte para no tener la enemistad de m is codiciosos
i u in p e t¡dores” chamanes.
Caso 391: Los sedang tem ían que yo fuera u n ric o e x p lo ta d o r
despiadado, de esos cuya alm a de gran riqueza aplasta y somete
i'igonzosamente ( lim ) las almas menores y más débiles de los
|inliies. Com o a pesar de saber esto yo no podía d ecidirm e a tra ­
pillos m al, seguí pagando lo ju sto aun a los pobres vendedores de
ilnm ntos o artefactos, trataba consideradam ente a todos y, cuando
ii’iiía algún problem a im p o rta n te con algún sedang, me ponía a
querellarm e con él como con un igual, en lug ar de regañarlo como
i un in fe rio r.
A l p rin c ip io esta conducta —tan im p ro p ia de un ‘‘ric o ’ — causó
u n id la consternación. Y hacia el fin a l de m i estancia me decía u n
.imigo sedang: “ C uando llegó usted aquí, creimos que estaba loco
para obrar como lo hacía. Com o suponíamos que usted sería sober­
bio y abusivo, su generosidad nos espantaba y co nfu nd ía , pero des­
pués nos dem ostró usted que se puede ser rico y de buen n a tu ra l.”
I lay que decir que esto no era un vano cu m p lid o . Después de
,m ostumbrarse a mis maneras, los de Tea H a se rie ro n de un en­
la m o de un poblado leja no que se negaba a aceptar un regalo de
q u in in a porque no podía pagar; se b urla b an de su tem or y le ase­
guraron que nadie esperaba que pagara. E l d escubrim iento de que
una persona generosa no es necesariamente to nta afectó incluso a
las relaciones entre ellos. A l p rin c ip io de m i estancia oía a la gente
rid ic u liz a r a un v iu d o ancianp de buen corazón (pie ayudaba a
iodo el m un do ; hacia el fin a l de m i estancia, muchos eran los
que alababan su generosidad y am abilidad. Además, en le a lia
nadie se aprovechaba de m í, aunque es legal aprovecharse de un
rico lo bastante to n to para no abusar de los demás. Y fin alm e n te,
cosa tam bién im p orta nte, cuando un hom bre de otra aldea «pliso
que se me m u lta ra indebidam ente, el consejo le a d v irtió que yo
podía hacerlo m u lta r a él, por haberme acusado sin razón.
En suma, el prestigio de m i “ riqueza” , com binado con el hecho
de que yo la había empleado sin aprovecharme, hizo respetable la
generosidad, al menos en Tea H a, que antes de que los franceses
los d errotaran era el poblado más ru d o de todos los sedang caza­
dores de esclavos. Por otra parte, m i ejem plo no hubiera p o d id o
dar a los sedang un rasgo que no hubiera estado ya d entro de
ellos, y si no hubiera te n id o lím ites incluso el derecho del ric o
a e x p lo ta r a los demás (véase caso 393).
El hecho de que inevitablem ente la trib u vuelva hacia el an­
tropólogo aquella de sus facetas que suele volver hacia el que
K l. C IE N T ÍF IC O Y SU C IE N C IA

ocupa el estatus que ella le asignó, puede ser causa de serias dis*
torsiones en las m ú ltip le s com plejidades de su cu ltura.
Caso 392: M ientras esperaban todavía que yo me condujera como
un rico e xplotad or descubrí casualmente que tam bién veían en mí
a un dueño de esclavos. Los m iem bros de m i casa me llam an pa:
(padre), porque así llam an los esclavos a su amo; y se cortaron el
pelo, no por im ita rm e sino porque los esclavos deben lleva r el pelo
corto.
A h ora bien, m ientras creyeron mis inform antes que yo era due­
ño de esclavos, claro está que no podían ofenderme describién­
dome las iniquida d es tie la esclavitud desde el p u n to de vista del
esclavo. Sim plem ente trataban de enseñarme a ser un b u e n amo
diciéndom e cómo hasta los esclavos tenían ciertos derechos, cómo
algunos se habían casado con la h ija de su amo y otros, que habían
llegado a ser más ricos que sus amos, se consideraban tan bien tra­
tados que no pensaban que valiera la pena com prar su libertad.
N adie me hablaba de brutalidades con los esclavos, n i de esclavi­
tu d in fa n til ileg al. . . n i siquiera m i mozo de cuadra, T o :a n g , que
al quedar huérfano fue vendido por sus parientes y v iv ió esclavo
hasta que los franceses lo libe ra ro n. La verdad es que ni siquiera
supe que había sido esclavo hasta que se hizo tan r it o a m i ser­
vicio que, en su calidad de nuevo m ie m bro de la clase acomodada,
pudo perm itirse pensar en dem andar a sus parientes por haberlo
esclavizado ilegalm ente. N o pudo darme una o p in ió n de la escla­
v itu d como esclavo sino cuando —él, que había sido libe ra do legal­
mente hacía años— dejó de ser esclavo a sus propios ojos. Si yo
no hubiera repudiado la condición de dueño de esclavos que me
a trib u ía n , mis datos sobre la esclavitud entre los sedang hubieran
sido con toda seguridad tan desfigurados como la imagen nostál­
gicamente auto vind ica d ora de las “ glorias de antaño” de un sureño
norteam ericano.
Caso 3 93: De los casos 334 y 392 puede deducirse que si en su
propia c u ltu ra no h ub ie ran tenido leyes que restringían la explo­
tación desenfrenada y la arrogancia desmedida, m i ejem plo no hu ­
biera podido persuadir a los sedang de que uno podía ser “ ric o ”
y bueno. I’ ero sólo después de haber aprendido a considerar “ na­
tu ra l” mi bondad me hablaron de las reglas que protegían a los
desvalidos. Sólo entonces supe que un a d u lto que em puja al suici­
d io a un n iñ o o a una muchacha es castigado como si hubiera
com etido un asesinato, que a los esclavos capturados en una in ­
m is ió n no se les podía o b lig a r a cargar el b o tín sacado de su aldea,
y que no se debe reí» de los animales que padecen. Hasta entonces
I k C O N T R A T R A S F I.R F .N C IA D FSENCAO F.N AD A 308
.t»ld había oído decir: “ ¿Cómo podemos ser buenos nosotros si to­
dos nuestros dioses y antepasados fu eron malos?” !»
En suma, tuve que luch ar cuando menos con dos de los pape­
les que a rbitrariam ente me a trib u ye ra n para poder recorrer toda
l.i tram a social, para que me d ije ra n cosas que los ricos prefieren
o lv id a r o disfrazar, para persuadir a mis parientes adoptivos ma­
naes de que debían llam arm e “ h ijo ” o “ herm ano m en or” y no
m bok (señor), o para que m i padre a d o p tivo M b ra :o se sintiera
<011 derecho de regañarme por un in v o lu n ta rio fa u x pos (caso 364).
De no haber podido lograr esta lib e rta d de m ovim ientos, sólo h u ­
biera visto aquellas facetas de la c u ltu ra y la personalidad sedang
que se muestran a los ricos y los explotadores “ ciudadanos p rin c i­
pales". N aturalm ente, podía haber anotado algunos datos que in ­
dicaran que la situación tam bién tenía otros aspectos, pero hubiera
podido considerar esos detalles com plem entarios tan sólo como
muestras de esas peculiares contradicciones que a veces hasta tras­
m in a n la program ación de una com putadora. N o hubiera com­
prendido que eran precisamente esos aspectos del derecho sedang
los que hacían posible la vida en una cu ltu ra ruda y que repre­
sentaban la rebelión del ser hum ano sensible contra todo lo bár­
baro e insensato y lo que destruye el amor y las sublimaciones.
La im perfección de muchas descripciones de culturas y persona­
lidades étnicas suele deberse al hecho de que el tra b a ja d o r de cam­
po estaba entrando in vo lu n ta ria m e n te en el estatus p a rtic u la r adon­
de lo llevaban con sus m aniobras, y así sólo podía ver aquel aspecto
de la cu ltu ra y de la gente que pueden ver quienes tienen ese
estatus p a rticu la r, y que hacia ellos se vuelve. De ahí que, en lugar
de calm ar nuestra conciencia cien tífica con la ficción de la posi­
tio n neu tra l del observador p articip a nte , debamos analizar la si­
tuación real en que nos hacen entrar ciertos manejos, para que
podamos llegar a la o b je tiv id a d real que sólo el análisis del papel
que se nos ha a trib u id o p o sib ilita . La ficción del observador par­
ticipa nte no puede rem plazar a ese análisis, ya que con frecuencia
da una in fo rm a ció n totalm ente engañosa.
Caso 394: U n día decidí hacer de observador p a rtic ip a n te —y
buen h ijo — ayudando a m is parientes sedang a lim p ia r de mala
hierba su arrozal. El dato más n o to rio que saqué de aquella jo r ­
nada de observación p articip a n te fue un d o lo r de espalda. Pero
la inferencia “ dolorosam ente evidente” de observador p articip a nte
de que mis parientes vo lvie ro n con dolores iguales hubiera sido un *

* Sería tentador tra ta r aquí lo que yo he denom inado “ el ritu a l de la


opresión", pero me contentaré con aconsejar a l lector un ensayo en que trato
este asunto con cierta a m p litu d (D evereux. 1965a).
304 I I. C il - . N T Í I 'ir O V SL¡ C IE N C IA

desvarío, porque ellos sí estaban acostumbrados a aquel trabajo


y yo no. Este e jem plo sencillo pone de relieve la falacia de la
idea de que la observación p a rticip a n te necesariamente garantiza
la buena o b je tivid a d . O tro ta nto puede decirse de m is reacciones
tie observador p a rtic ip a n te a la obliga ció n ritu a l de m atar un puer­
co con un garrote (caso 59), reacciones que con toda seguridad no
solían ser las de los sedang.
Sólo en casos raros perm ite el estatus a trib u id o al etnólogo ha­
cer una lab or de campo a fondo.
Cfl.ro 3 9 5; Los mohave decían que yo era un mohave joven, que
debía ser e n cu lturad o (caso 387). De hecho, el anciano T catc me
p id ió explícitam ente que preservara, poniéndolas por escrito, las
costumbres y las tradiciones históricas por las que ya no se in te ­
resaban los jóvenes (Devereux, 1951b). En este sentido, pues, me
consideraban el e ncu ltu ra d o r potencial de las futuras generaciones
mohaves. Esta d e fin ic ió n de m i categoría era tan vasta que incluso
m is acciones le jo s de la reservación se apreciaban de acuerdo con
la cu ltu ra mohave. Y así, m ientras estaba entre los mois, cazado­
res de cabezas, de In do chin a, el anciano chamán H ivsu : T u p o :m a
—y tam bién otros muchos amigos— se preocupaban por m í como
p or un guerrero joven que está “ viaja nd o p o r el n om bre'’ (Mc-
N ichols, 1944) en te rrito rio enemigo. De igual manera, cuando los
mohaves supieron que me había ofrecido v o lu n ta rio para servir en
la segunda guerra m u n d ia l y que me habían dado un nom bram ien ­
to de o fic ia l, no sólo in te rp re ta ro n esto como el debido com porta­
m ie nto de k w a n a m i :hye (bravo tribe ño ) sino que m i v o lu n ta rie ­
dad incluso provocó en un joven amigo, que servía de soldado (De­
vereux, 1948d), el “ cu lto al héroe” típicam ente mohave (Stewart,
1947). Y hasta tenía respecto de mis padres (a quienes nunca ha­
bía visto) la a ctitu d que hubiera tenido si ellos tam bién hub ie ran
ido a la reservación (Devereux, 1961a) y estaba dispuesto a in co r­
porar tam bién a m i esposa a la trib u . C uando alguno de mis amigos
mohave conoció a m i esposa y yo —m edio en b rom a— propuse que
a ella tam bién la consideraran mohave (honoraria), uno de ellos
rep licó gravemente: “ La llam arem os V irm a k, de la gens V i:m a k ,
que es la m ía.” La reacción de “ nosotros” de los mohave para con­
m igo la expresó perfectam ente m i amiga e intérprete H am a: U tce:,
quien al darle y o las gracias por su cooperación, rep licó : “ ¿Por qué
no íbamos a cooperar contigo? (Io n otros antropólogos trab aja ­
m o s ... co nligo nos visitam os” (Devereux, 1961a).
litis d ilrrc m ia s c ie u iílic ámente inestimables entre los inform es
de campo de diversos etnólogos que laboran uno tras o tro con la
misma irib ú suelen deberse al hecho de que no a todos los inves-
I.A C O N T R A T R A S F E R E N C IA D E S E N C A D E N A D A 305

tigadores sucesivos se les a trib uye necesariamente la misma cate­


goría. La acultu ra ción y el tra scu rrir del tiem po probablem ente
desempeñan un papel relativam ente pequeño en la determ inación
del estatus que se asignará a los diversos antropólogos que laboren
<on la m ism a trib u , aunque sin duda hay muchas excepciones a
esta regla.
Caso 396: H a b ie n d o Kroeber trabajado al p rin c ip ia r el siglo en
los ú ltim o s mohave ancianos nacidos en los días anteriores a la
reservación, se hizo una fig u ra casi legendaria, y esto a pesar del
hecho de creer los mohave que el contacto con su sangre extraña
había m atado a sus antiguos inform a ntes (caso 411). De ahí que
al volver con los mohave unos 40 años después lo consideran casi
un mohave de los días anteriores a la reservación. T a m b ié n fueron
queridos otros cuatro antropólogos, y les d ieron una categoría se­
m ejante a la mía. U n o —persona p articula rm en te decente— fue
m uy m al juzgado y algunos le a trib u ye ro n un estatus que no cua­
draba con la verdadera personalidad de aquel antropólogo. H u b o
uno al que querían tan poco que algunos de m is inform antes se
negaban a tra b a ja r con él, y decían que era un blanco típico, lo
que tam bién es, claro está, un estatus mohave, pero m uy poco en­
vidiable.
N unca se d irá bastante que sólo el análisis cuidadoso del estatus
(jue uno tiene en la tr ib u le p erm ite o rie n ta r su periscopio por
todo el campo a vo lu ntad , de m odo que pueda averiguar no sólo
la o p in ió n del amo, sino tam bién la del esclavo, acerca de la es­
clavitu d.
N aturalm en te, hay algunas actitudes que nunca se aprenden del
todo —por ejem plo, porque uno es hom bre y no m ujer. Otras no
se pueden aprender enteramente debido a su p ro p io tip o de ctno-
centrism o, de in fle x ib ilid a d neurótica, etc. De ahí que si bien se
puede decir poca cosa de la pro verbia l fa m ilia navajo, "com puesta
por la m adre, su esposo, sus hijos, un tío vie jo y un a ntrop ó lo go ” ,
sólo si antropólogos y antropólogas con diferentes personalidades y
antecedentes étnicos, y diferentes estatus a trib u id o s por la trib u ,
vuelven a estudiar periódicam ente una trib u , podremos tener un
cuadro verdaderam ente cabal de su cu ltu ra y su personalidad ét­
nica desde todos los puntos de vista. U n trab aja do r de campo con
suerte puede a veces lo g ra r una visión am plia de una cu ltu ra
desde muchos puntos de vista sin hacer n in gú n esfuerzo especial,
pero es más probable que logre este o bjetivo si trata consciente­
mente de entender la posición a que le han llevado y a co n tin u a ­
ción analiza ta nto su significado subjetivo como sus im plicaciones
objetivas, a la manera como el psicoanalista analiza la posición
306 EL CIENTÍFIC O V SL' CIENC IA

com plem entaría en que su analizando trata de p on erlo con sus ma


niobras, y cómo reacciona él a eso.
Es decir, lo que de verdad im p o rta en la ciencia no es la atri
bución, aceptación o rechazo de un estatus dado o de u n papa
com plem entario sino el análisis consciente y el conocim iento del
carácter segmentario de la faceta que nos m u e s tra n (autom ática­
mente), debido a lo que creen que somos. Sólo este in s ig h t nos
perm ite in s is tir en que nos muestran tam bién lo que norm alm ente
se o culta a las personas que tienen ese estatus.
Para acabar: muchas descripciones etnológicas son inequívocas
y exentas de contradicciones, no porque los hechos en sí sean per­
fectamente concordantes, sino porque el investigador generalizó
aquella faceta de personalidad y c u ltu ra que sus sujetos, en el
desempeño de su papel com plem entario, le presentaban. Este sis­
tema de com portam iento de presentación de sí segm entario y o rien ­
tado hacia el estatus inevitablem ente parece m ucho más claro y
p o r ende científicam ente más satisfactorio que la personalidad ét­
nica vista de cuerpo entero o la c u ltu ra vista desde las más diversas
posiciones imaginables. E l único defecto de estas imágenes satisfac­
toriam ente claras e inequívocas es que da la casualidad de que
ind uce n a error.
» H A R IA PARTE

I A D IS T O R S IÓ N C O M O C A M IN O
H A C IA L A O B J E T IV ID A D

Freud describió lo “ psicológicamente complementario” que


se manifiesta aquí en una formulación extrañamente pa­
recida a las proposiciones de Bohr: “ No sólo es constante­
mente inconsciente el significado de los síntomas; hay tam­
bién una relación de representación recíproca (Vertretung)
entre esta inconsciencia [de su significado] y la posibilidad
de su existencia.”

PASCUAL jo r d a n (1934, p . 248)


CAPÍTULO XX

Kl, D E S E N C A D E N A M IE N T O C O M O P E R T U R B A C IÓ N

l.ü u tilid a d científica de las "p ertu rb a cio ne s" creadas p o r el ob­
servador y por la observación se hacen resaltar m e jo r consideran­
do ta m b ién perturbaciones los medios de observación —experim en­
tos, tests, entrevistas— ya que tam bién ellos provocan u n com por­
tam iento que de o tro m odo no se hubiera producido.
A u nque todo co m portam iento es provocado, p or ser respuesta
.1 algún estím ulo in te rio r o exterior, conviene d is tin g u ir entre dos
tipos ideales: el “ co m portam iento in d u c id o " que consiste en res­
puestas a experim entos, tests, entrevistas y cosas semejantes y el
"co m po rta m ie nto v iv o ” , compuesto de respuestas a todos los demás
estímulos. N o es necesario decir que en ambos casos la reacción
tiene que ser parte del re p e rto rio potencial del organismo.
A l com p orta m ie nto in d u c id o acompaña siempre el com porta­
m iento vivo, puesto que es im posible idear procedim ientos de in ­
ducción que suprim an todo com portam iento vivo: la rata no puede
correr p o r el la b e rin to (com portam iento in d u cid o ) sin respirât
(com portam iento vivo). La exageración del com portam iento in d u ­
cido a ta l p u n to que haga im posible el com portam iento vivo, atut­
ía la experim entación al in te rv e n ir el A b to tu n g s p rin z ip tie Bohr
(cap ítu lo XXII).
E l com portam iento in d u cid o es la respuesta a estímulos dispues­
tos de m odo que provoquen una actividad cuyo valor para la
ciencia lo determ ina p rim o rd ia lm e n te el m odo en que d ifie re del
(o m p o rta m ie n to vivo y, secundariamente, por la luz que a tro ja
sobre el m ism o estím ulo desencadenado!’.
U na rata que o prim e una palanca para h u ir de un toque eléctri­
co, un chim pancé que obtiene comida p or m edio de una ficha que
p rim e ro hubo de ganarse, una persona que reacciona a una lám ina
tie Rorschach o es entrevistada p or un antropólogo, etc., responden
a estímulos que o bien no se dan en la vida real o son menos m ar­
cados. Además, la respuesta (desencadenada) que se les hace dar es
una que probablem ente nunca tu vie ro n que dar antes, sobre todo
cu ese contexto p a rticu la r. Esta especificación e lim in a la “ nube-
Rorschach” mencionada por Aristófanes (N ubes, 335 « .).
Los experim entos tienden a provocar un com portam iento de
[309]
310 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DISTORSIÓN

form a que lo vuelva accesible a la observación y susceptible de u ti­


lización como dato cien tífico :
1. Se hace que la respuesta se produzca prácticam ente aislada
—in v it r o — para hacerla observable.
2. Se a m p lific a a ta l p u n to que pueda medirse.
3. Se hace o c u rrir en contextos que o rd in a ria m e n te no provocan
esa respuesta (re flejo condicionado).
4. Se provoca una respuesta c o m p re n s ib le en un contexto oscu­
ro, cuyo significado se aclara entonces con esa respuesta (po r ejem ­
p lo , la instrucción “ E xp liq u e , p o r fa vo r” después de registradas
las respuestas iniciales a una lám ina de Rorschach).
5. Se desencadenan respuestas a n te rio rm e n te no hechas re a lid a d ,
que son sin embargo parte del re p e rto rio de unidades de com por­
ta m ie nto posible con que cuenta el sujeto (aprender a nadar).
6. Se crean in d ic io s d e riva d o s que a rro ja n luz sobre pautas n o r­
m alm ente no puestas por obra, o de un m odo incom prensible e
in d ire c to (asociaciones libres vistas como indicadores de lo incons­
ciente, etc.).
N in g ú n organismo puede tener una reacción que no form e par­
te de su re p e rto rio potencial y todo co m portam iento obtenido de
u n organismo obedece a esta norm a básica.1 Esto im p lic a que a l­
gunos de los resultados de un experim ento de aprendizaje en que
entran ratas a rroja más luz sobre la psicología de las ratas que
sobre los procesos del aprendizaje. Es éste un hecho que el cien­
tífic o sólo pasa p o r a lto p o r su cuenta y riesgo.
Caso 397: U n experim ento con ratas acabó por resultar inser­
v ib le porque el experim entador —¡que llevaba muchos años traba­
ja n d o con ratas!— o lv id ó que las ratas son, p o r d e c irlo así, fotófo-
bas y que p o r eso prefieren autom áticam ente una parte oscura
del la b e rin to a una p in ta da de blanco. Esta fa lta de interés por
e l com p orta m ie nto vivo c a ra cte rístico de la especie rata in v a lid a
muchos experim entos y es el precio que pagan algunos psicólogos
p o r su m odo de ver, centrado en la “ rata estadística” .
U n o suele poder d is tin g u ir entre co m p orta m ie nto vivo y com­
p o rta m ie n to in d u c id o cerciorándose de si la respuesta provocada
es ante lo d o un v a lo r de f i n en sí m ism o o sólo u n v a lo r de in d ic io
interm edio. Si pid o al mesero que me traiga una taza de café, su
acatam iento es com p orta m ie nto vivo, porque p o n e f i n a la cadena
de sucesos que yo inicie’’ y sólo en sí tiene un valor y un significado

1 Si uno iiitn p i* h im p u ta a un in s e c t o e s p e c t r o ( A p lo p u s m a y e ri), s ig u e e s te


a m b u la iid o n lilic i n u iin u r . ¡muque p a ra e llo te n g a que c a m b ia r e l o r d e n en que
a n t e r io r m e n te m o v ía la s p u tu n que le quedan.
tl I »I •»I NCARF-NA M IE N T O COMO P E R T U R B A C IÓ N 311

I hi i ti m í.2 En cam bio, la salivación de un perro cuando suena un


Hmhre o las respuestas de un paciente a un Rorschach no tienen
va loi île fin en sí y su ú nico va lo r para el c ie n tífic o es el m odo en
»fiM* d ifie re n de otras respuestas (vivas), o bien el hecho de que
•m ojen luz sobre o tro proceso, quizá más fundam ental.
Para e vitar oscuridades innecesarias veremos aquí sólo las res­
puestas desencadenadas, p o r ejem plo una prueba proyectiva, pero
Halaremos de ilu m in a r especialmente aquellos aspectos que acla^
irn tam bién otros procedim ientos de desencadenamiento y sus
irs ii liados.
En cu alqu ier discusión de los tests como procedim ientos desen-
ladrnadores hay que destacar antes que nada el que en toda situa-
»li>n desencadenante y toda respuesta desencadenada hay tam bién
vestigios de situaciones y respuestas vivas. Por ejem plo, muchos
sujetos que se someten a una prueba de Rorschach están acostum­
brados a m ira r un cuadro y /o a lo escrito, y todos han tenido la
experiencia de fantasear acerca de esos objetos y de expresar de pa­
la hra sus fantasías. La verdad es que cuando no hay precedente
vivo, la prueba puede resultar m uy d ifíc il de efectuar.
('aso 398: Los sedang tienen esculturas representativas ru d im e n ­
tarias, como los juguetes, pero carecen de representaciones rea­
listas bidim ensionales de los objetos tridim ensionales. De ahí que
i uando se les enseña una fotografía p o r p rim e ra vez sólo ven ilu ­
tante un buen rato manchas blancas y negras (Devereux, 1057b).
Com o esto indica que a los sedang les resultaría d ifíc il "ver ” algo
trid im e n sio n a l en una lá m in a de Rorschach, para un resumen psi-
lodiagnóstico de su personalidad étnica habría que tom ar en tu r n
la su desconocim iento de las representaciones bidimensionales.
E l m odo cu ltu ra lm e n te condicionado que tiene un gru po de i r
presentar o p e rc ib ir la form a y el color en situaciones reales no
puede in f lu ir en sus reacciones Rorschach, pero tal ve/ sea en sí
una reacción Rorschach.
Caso 399: L in to n (1956) indicaba que a llí donde un nortéame
ricano vería dos mujeres en determ inada mancha de Rorschach,
un k w a k iu tl probablem ente vería una persona p a rtid a en dos. Esto
norm alm ente se in te rp re ta ría como una reacción que refleja fu e r­
te h o stilid a d , pero sería más acertado in te rp re ta rlo de acuerdo con
la práctica k w a k iu tl de representar los animales en una superficie
plana como si estuvieran partidos en dos. .. lo que, como apunta

2 Los neuróticos suelen tranform ar un v a lo r de fin en un va lo r de in d ic io


in te rm e d io in te rp re ta n d o p o r e je m p lo la obediencia del mesero como señal de
am or o bien como prueba tangible de su p ro p io carisma.
312 A LA O B J E T J V rD A D PCK LA DISTO RSIÓ N

L in to n con razón, podría ser en sí una m anifestación de la in te n ­


sa agresividad de los k w a k iu tl.
Caso 400: Los sedang trazan siempre figuras blancas sobre fo n ­
do oscuro. Y así, en lugar de p in ta r un diseño oscuro sobre un
tu bo de bam bú, p o r naturaleza de co lo r claro, ennegrecen p rim e ­
ro el tu b o y después graban en él un diseño claro. Sus tejidos, que
son básicamente de un blanco mate o a m a rille n to tienen una
cenefa negra adornada con un diseño blanco. H ay además pruebas
comportam entales de que perciben una fig u ra blanca sobre fondo
oscuro más claram ente que una form a oscura sobre fondo b la n ­
co. C uando atraviesan de noche u n arrozal tropiezan con más fre ­
cuencia que cuando van p o r el bosque, es de suponer que debido
a que el sendero por el campo se ve oscuro p o r contraste con los
tallos verde claro o am arillos del arroz, m ientras que el sendero
p o r el bosque parece claro en com paración con los árboles y los
matorrales. Esto indica que —debido al co nd icio na m ie nto c u ltu ­
ra l— los sedang probablem ente se interesarían en los detalles b la n ­
cos de la lám ina de Rorschach, y sucede que la tendencia a reac­
cionar a los detalles blancos suele re fle ja r ira y agresividad, rasgos
sobresalientes del carácter étnico sedang.
Los modos cu ltu ra lm e n te condicionados de p e rc ib ir las situacio­
nes reales corresponden tam bién a tests proyectivos, como los p ro ­
ductos de la cu ltu ra misma.
Caso 4 0 1 : W allace (1950) dem ostró que los jerog lífico s mayas,
analizados como si fueran reacciones y lám inas de Rorschach, r in ­
den un cuadro psicodiagnóstico que se asemeja ta nto a las antiguas
presentaciones descriptivas como a las modernas psicodianósticas
de esa trib u .
H a b la n d o en p u rid a d , las reacciones al Rorschach o a l t a t
(test de apercepción temática) contienen tam bién muchas respues­
tas vivas no proyectivas que suelen pasarse por alto. De ahí que
sólo aquellos componentes de toda la reacción que son p rim o rd ia l­
mente respuestas desencadenadas son tratadas como datos. Por otra
parte, el no darse una reacción o respuesta viva esperada —por
ejem plo en la form a de una aserción de que uno no puede ver
nada en absoluto en una mancha de Rorschach - se trata como
com portam iento desencadenado de considerable i/r >ortanda diag-
nósl ¡ca.
El com portam iento desencadenado en una situación de test sue­
le set altam ente específico, o sea que no es sim plem ente un tip o
nuevo de respuesta viva sino una reacción s u i generis, cuya d istin -
tivid a d de tarácier g a ia n ti/a de antem ano la prueba misma. A d e ­
más, siempte rellcju la punta básica que subyace a las respuestas
1. D E S E N C A D E N A M IE N T O COMO P ER TURBACIÓ N 313

vivas reales del mismo sujeto —científicamente a veces menos uti-


lizables—. . . a m enudo con más claridad que las respuestas vivas
leales.
La d e fin ició n casi contractual de una situación desencadenadora
como una de lib e rta d —con menos restricciones y consecuencias
que en una situación viva— puede en sí provocar reacciones insó­
litas.
Caso 402: U na muchacha ligeramente neurótica y p or lo gene­
ral algo in h ib id a se sentía tan atraída por el guapo psicólogo que
le estaba haciendo pasar un test, que aprovechó la situación de
prueba de Rorschach, contractualmente desinhibida, para p ro d u ­
c ir una p ro p o rc ió n a n o rm a lm e n te elevada de respuestas sexuales
—m uy “ apropiadas” y nada extrañas— como para señalar al que
hacía el test su d isp o n ib ilid a d como pareja sexual.
L a efectividad de las pruebas proyectivas se debe en gran parte
a la lib e rta d contractual que se encuentra en la situación de test
que, desde el p u n to de vista del Superyó y de las buenas costum ­
bres, resulta así una manera de situación “ como si” , de responsabi­
lid a d reducida. C iertam ente, como el m enor sentido de responsa­
b ilid a d por nuestos sueños (Freud, 1961a), la índole de “ como si”
de la situación de test fa cilita también la emergencia de un m ate­
ria l que de o rd in a rio sería suprim ido.3
Incluso los analizandos que al parecer se niegan a aceptar el
aspecto de tolerancia, de “ todo se vale” , de la situación analítica,
pueden aprovecharlo de un modo indirecto.
Caso 403: U na analizanda rígidamente m oralista insistía en que
la situación analítica también tenía que ser extrem adam ente m o­
ral. Por eso le parecía in a u d ito que yo fuera lo bastante "p oco
profesional” para lle va r m i pene conmigo al gabinete a n a lítico ,4
aunque no podía e xplicar cómo hubiera yo pod id o q u itá rm e lo y
dejarlo púdicam ente en otra pieza. El caso es que su repudio en
un nivel de la tolerancia de la situación analítica le p erm itía apro­
vecharla en o tro nivel, hablando bastante de m i im p u d o r y de
m i pene.
El grado en que uno se siente responsable tanto de sus sueños
como de su com portam iento desencadenado en una situación de
test a veces tiene fuerte influencia de la cu ltura.
El hecho de que uno se sienta menos responsable de sus sueños que de sus
actos o rd in a rio s fue u tiliza d o eficazmente en la psicoterapia de un in d io dé­
los llanos, a q u ie n se alentó a resolver sus problemas en sueños (Devereux,
195 la).
4 Como ella sentía que las mujeres no tenían genitales sino sólo u n vacío
(icaso 232), la presencia de sus genitales en el co n su ltorio a nalítico no presen­
taba n in g ú n problem a.
314 A LA O B J E T IV ID A D POR LA D ISTO RSIÓ N

Caso 4 0 4 : E l padre A n d ré D up eyra t me d ijo cómo los melane*


sios y papúes le confesaban haber com etido a d u lte rio , aunque sólo
lo soñ a ra n , porque ellos no d istin gu en verdaderam ente entre las
actividades de v ig ilia y las oníricas, y por eso se sienten tan res­
ponsables de lo que sueñan como de los actos reales.
E l aspecto “ como si” de muchas situaciones desencadenantes ex­
plica en parte p o r qué es el psicoanálisis tan eficaz p rocedim iento
desencadenador. La postura postrada del paciente, la in v is ib ilid a d
del analista y su tolerancia de las reacciones trasferenciales desen­
cadenan en el analizando un co m p orta m ie nto que no suele tener
en m edida observable —o no tiene co n cie n cia de te ne rlo — en las
situaciones de la vida corriente.
Pueden obtenerse resultados algo semejantes p o r m edio de tests
que requieran un tip o de a ctivid ad regresivo y poco conocido que
conduzca, p o r ejem plo, a la producción de u n o bjeto cuya cualidad
es incapaz de apreciar el som etido al test.
Caso 405: E l test de d ib u ja r un hom bre está relativam ente es­
tru ctu ra d o , puesto que el som etido al test sabe cómo es un h om ­
bre; además, tratará de hacer un d ib u jo lo más “ a rtís tic o ” que le
sea posible. Por eso tiene razón La Barre (1961) al referirse tam ­
bién a ciertos tests proyectivos en su ensayo sobre el arte, puesto
que a m i parecer, uno de los objetivos latentes del sometido al
test es artístico. La p in tu ra con los dedos (inventada por R u th
F. Shaw) es en cam bio un test regresivo, no estructurado y sin pre­
cedente. Favorece una regresión parcial a la fase del em barrado
con deyecciones, lo que podría e xplicar p o r qué tantas p inturas
hechas con los dedos ponen tie relieve rasgos de personalidad ana­
les o bien contienen representaciones disim uladas e inconscientes de
los intestinos o de las aberturas del cuerpo.5 N o es estructurado
porque el sometido a prueba tiene que descubrir p o r sí lo que
puede hacerse con la p in tu ra de dedos. N o tiene precedente p or­
que casi n in g ú n sujeto a test ha visto nunca una p in tu ra artística
hecha con los dedos. Por eso, en ta n to trata de acercarse a una
norm a estética, esta norm a tam bién será creación suya y p or lo
ta nto será un dato im p o rta n te para el diagnóstico. Por eso im p u g ­
no la práctica de la señorita Shaw de enseñar a los sometidos a la
prueba a p iu la r con los dedos, puesto que la gran belleza de su
obra no sólo da al probando una norm a estética externa, sino que
tam bién le muestra lo que se puede hacer p in ta n d o con los dedos.
Esto representa una e structuración innecesaria de la prueba, que
lim ita la espontaneidad (desencadenada) del sujeto y p o r e llo re­
duce el valor diagnóstico tic la p in tu ra así obtenida.
1 Más adelante w m u id la la «electividad in h e re n te de ese test.
M . n rS I NCA O E N a m ie n t o c o m o p e r t u r b a c ió n 315

Kl hecho de que en las situaciones inductoras muchas de las


irglas de conducta normales sean abolidas p o r convenio e xplica
por qué la presentación de sí del sujeto en la situación ind u cto ra
«libere ta n to de su presentación n o rm a l de sí, como d ifie re el com ­
p ortam ien to de una persona furiosa o em briagada de su conducta
o rd in a ria. N aturalm en te, el co m p orta m ie nto in d u c id o y /o de la
embriaguez es tan típ ico del sujeto como su conducta n o rm a l, pues­
to que los estados afectivos excepcionales con frecuencia a m p lifi-
i j i i i sencillam ente las tendencias y unidades de co m p orta m ie nto
norm alm ente in h ib id a s, lo que debe conocerse tam bién para en­
tender plenam ente la personalidad del sujeto. H ay incluso en la
vida situaciones nada estructuradas, o que lo son sólo negativa­
mente, en que el sujeto tiene un co m portam iento que, desde el
p un to de vista del diagnóstico, puede tratarse como un com porta­
m ie nto desencadenado.
Caso 406: El código sexual, en gran parte negativo, del occiden­
te, no da orien ta ción para el co m p orta m ie nto sexual racional. De
ahí que la conducta co ita l sea con frecuencia una suerte de psico-
«Irama (diagnósticam ente relevante), provocado p o r el carácter no
estructurado de la situación sexual, que explica por qué el com­
p ortam ien to co ita l del analizando es estudiado tan cuidadosamente
en el psicoanálisis. Y a la inversa, cuando u n código c u ltu ra l —como
el K a m a s u tra — pone reglas tan exageradamente complicadas, el
co m portam iento co ital puede volverse un r itu a l sin significado afec­
tivo, lo que explicaría p o r qué los hindúes contemporáneos, que
ya no siguen las instrucciones de esos manuales sexuales religiosos,
tienen tantas dificu ltad es sexuales.
N o es necesario decir que el adagio in v in o v e rita s y el valoi de
diagnóstico del co m p orta m ie nto in d u c id o no im p lica n (pie la vei
dadera naturaleza del hom bre se revele sólo en la em briague/ o
m ediante tests. H ay m ucha verdad psicológica tam bién en el com ­
p ortam ien to sobrio o no desencadenado, aunque en ciertos respec­
tos y para ciertos fines el co m portam iento provocado pueda ser
más revelador, p o r ejem plo, al a m p lific a r los deseos inconscientes
y d is m in u ir las defensas. De ahí que no sea suficiente decir sim ple­
mente cjue un test revela “ más” de un sujeto que su conducta en
la vida; hay que especificar tam bién exactamente q ué técnica des­
encadenados revela y aclara su lu g a r en nuestra im agen to ta l de
la personalidad del sujeto.
T o d a técnica de desencadenamiento es, además, tam bién un me­
canism o de selección que, como un prism a, tiene su coeficiente
específico de refracción ( caso 405). Desenmaraña y aísla los ele­
mentos norm alm ente in id e n tifica b le s de un compuesto com plica-
31G A I.A O B J E T IV ID A D POR L A DISTORSION

do. Además, precisamente p or a m p lific a r ciertos rasgos, todo test


necesariamente dism inuye otros. M uchos tests proyectivos están
construidos como para establecer una conexión con aquellos nive­
les de la personalidad que en las situaciones reales están ocultos
o sistemáticamente son reducidos al m ín im o , aunque son tan im ­
portantes para el psicólogo como los órganos internos de un ani­
m al para el biólogo. Sin embargo, si el descubrim iento de los ór­
ganos internos no in d u jo a los biólogos a negar la im p o rta n cia de
la piel, algunos ingenuos psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas
de tests obran como si todo cuanto realm ente im p o rta ra de un su­
je to fuera su inconsciente.
C laro está que algunos científicos del com p orta m ie nto van al
o tro extrem o y a firm an que los datos obtenidos psicoanalítica o
proyectivam ente no refle ja n “ en verdad” la norm a básica de la per­
sonalidad. Desmiente sus opiniones el hecho de que ni siquiera
los expertos en tests pueden fin g ir resultados patológicos de tests
que sean convincentes.
Caso 407: U na experta en Rorschach, em ocionalm ente estable,
tra tó —p or vía de expe rim en to — de in v e n ta r Rorschachs maniacos,
esquizofrénicos, paranoides, etc. Después de te rm in a r aquellos tests
fingidos invariablem ente descubrió que a pesar de cierto núm ero
de respuestas “ típicam ente esquizofrénicas” , etc., el cuadro “ diag­
nóstico” fin a l seguía siendo u n re fle jo —m anifiestam ente desfigu­
ra d o — de su p ro pia y e q u ilib ra d a personalidad.
La d istin ció n entre com p orta m ie nto desencadenado y com porta­
m ie n to vivo no es, pues, valorativa, puesto que n in g u n o de los dos
es más “ n a tu ra l” que el otro. E l com p orta m ie nto desencadenado
y el vivo d ifie re n sim plem ente de género, pero sólo por la d ife ­
rente config uració n de sus elementos co nstitutivos según aparecen
en la s u p e rfic ie observable d e l c o m p o rta m ie n to .
Por eso un cuadro de la personalidad nunca lo dice todo de un
sujeto sí se deriva exclusivam ente de datos obtenidos por m edio
de técnicas desencadenadoras, n i contiene necesariamente más ele
méritos de ju ic io que un cuadro derivado exclusivam ente del com­
p o rta m ie n to vivo observable. Además, nunca es una réplica sin des­
figurar de la autopresentación del sujeto en las situaciones vivas.
Es cosa diferente, que com plem enta la imagen de la personalidad
construida con datos del rom p on am iento vivo. T odas esas imágenes
partiales son necesariamente caricaturas, que deben fundirse en
una imagen diagnóstica am plia de la personalidad del sujeto.
Pero todavía no es esto todo lo q u e im p o rta . N o sólo cada test
proyectivo desencadena tina proyección diferente de la personali­
dad y hate resaltar ciertos rasgos específicos —m anifiestos o la-
ti DESENCADENAM IENTO CO M O PKRTURUAC.lÓN 317

(« lites— de la personalidad a expensas de los demás, sino que cada


método de desencadenamiento tiene su coeficiente s u i g e neris de
i H ra cdó n . U na reacción desencadenada deform a la personalidad
de un m odo si se ha logrado en una situación psicoanalítica, de
u tro si se obtu vo con un test proyectivo y de o tro si fue resultado
de una entrevista antropológica. Estas tres respuestas no pueden
entonces combinarse directam ente en un cuadro, sino que p rim e ro
hay que trasform arlas y u nificarlas, para que desfiguren todas las
partes de la rea lid ad del m ism o modo. U na analogía nos ayudará
tal vez a visualizar el p rocedim iento:
U n cartógrafo no puede yuxtap on e r sim plem ente un mapa de
proyección azim utal equidistante de H olanda, u n mapa de proyec­
ción de M ercator de Bélgica, u n mapa de proyección o rtográfica
de Francia y un mapa de proyección policónica de España para
fo rm a r un mapa de Europa occidental, porque no c o in c id iría n , ya
que cada u no de esos mapas habría sido hecho con d iferen te fin .
Cada uno de ellos desfigura (proyecta) la superficie que represen­
ta de cierto modo, porque es geom étricam ente im posible proyec­
ta r una superficie curva, trid im e n sio n a l, en una superficie plana
(mapa) sin d eform arla sistemáticamente de uno u o tro modo. De
ahí que el cartógrafo tenga que d e fin ir p rim e ro el o b je to de su
mapa y después proyectar la superficie curva en la plana de m odo
que quedan relativam ente exentas de cam bio (invariantes) en la
proyección ciertas propiedades de la extensión curva, aunque eso
deform e otros aspectos de esa superficie.
Después de d e cid ir con qué fin desea hacer un mapa de Europa
occidental, el cartógrafo va tom ando uno por uno sus cuatro ma­
pas de base y los va deform ando hasta que los cuatro desfiguren
la E uropa occidental de m odo u n ifo rm e y adecuado a l f in que
persigue. Sólo así son los cuatro mapas yuxtaponibles.
U n m al cartógrafo, no fa m ilia riza d o con la geometría proyec-
tiva, opera de o tro modo. Escoge en cada mapa las subsecciones
menos desfiguradas, las recorta y a co ntin ua ció n trata de y u x ta ­
ponerlas, pero descubre que esos mapas seccionales “ no desfigura­
dos” sencillam ente no encajan. Si entonces se pone a arreglar cada
u no de esos mapas seccionales para hacerlos concordar, acaba p o r
hacer un m onstruo cartográfico que desfigurará cada sección más
de lo que estaba en su mapa o rig in a l.
E l no entender la im p o rta n cia de esta analogía para la in te r­
pretación general de baterías de tests proyectivos es probablem en­
te la causa de los inform es de tests repletos de jerga y escritos por
psicólogos de tercera, que a veces a trib u ye n a sus sujetos procesos
y estados intrapsíquicos verdaderam ente h o rrip ila n te s en su afán
318 A LA O B J E T IV ID A D POR L A DISTO RSIO N

de c o n cilia r sus resultados brutos de Rorschachs, que proyectan la


personalidad de una manera, con sus resultados brutos de Szondi,
que la proyectan de otra. La misma ingen uid ad insp ira tam bién
el credo del semántico general de que “ el mapa debe de corres­
ponder al te rrito rio ” . .. sin n in g u n a especificación acerca de cómo
—y para qué— debe corresponder, o sea sin d e fin ir el sistema de
proyección empleado al hacer el mapa.
Sólo haciendo uniform es los grupos de datos brutos obtenidos
p o r diversos métodos de desencadenamiento —o sea deform ándolos
de acuerdo con un solo sistema y nada más— podemos co n s tru ir
una representación del co m portam iento tan exacta como pueda
ser c u a lq u ie r representación de tan complejas realidades.
Es casi siempre posible e vita r las interpretaciones indebidam en­
te sincretistas de una batería de datos de tests teniendo presente
que:
1. Todas las pruebas tratan de provocar p rim o rd ia lm e n te aque­
llo que no es observable o m anifiesto en el co m portam iento vivo.
2. Cada test proyecta con suma precisión un aspecto p a rtic u la r
de la personalidad. Así, p o r ejem plo, las tendencias homosexuales
se re fle ja n con m ayor claridad en el test de Szondi que en el de
W echsler-Bellevue, aunque éste se emplee tam bién como test pro-
yectivo.
A su vez, esto im p lica que:
1. La in te rp re ta ció n com binada de una serie de tests revela más
de la pauta oculta que de la m anifiesta de la personalidad.
2. La in te rp re ta ció n com binada de una batería de tests tiene
que ponderar diferentem ente el rasgo X si lo revela Ja prueba
A, que tiende a exagerarlo (o m in im iz a rlo ) que si lo revela la
prueba B, que lo proyecta de m odo invariante.
3. Tenem os que ponderar el rasgo X de un m odo si lo revela
la prueba A, que lo proyecta según se m anifiesta en el com por­
ta m ie n to vivo, y de o tro m odo si lo revela la prueba B, que u tiliz a
p rin cip a lm e n te sus m anifestaciones inconscientes.
4. H ay que tra ta r los datos que pertenecen al co m portam iento
vivo de m odo diferente que los procedentes de m ate ria l (incons­
ciente) desencadenado.
5. La inte rp re ta ció n p o r separado de estas dos series de datos
debe preceder a los intentos de aclarar su interjuego.
T o d o buen testador (U nico procede in s tin tiva m e n te de este
modo; sus informes son p o r eso claros y exentos de jerga, m ientras
que los malos suelen rstar enredados y repletos de jerga. O tro ta n ­
to sucede m u las ¡ttlei prélat iones psicoanalíticas y etnológicas y
aún más con las rtnopuim analíticas.
I I . D E S E N C A D E N A M IE N T O COMO P E R T U R B A C IÓ N 319

Caso 408: Las interpretaciones etnopsicoanalíticas de R óheim


—con las que no siempre estoy de acuerdo— son siempre in trín s e ­
camente claras y precisas. R óh eim resulta d ifíc il de entender tan
sólo porque espera que el conocim iento del psicoanálisis y la et­
nología del lector sea tan grande como el suyo; por eso om ite m u ­
chos de los pasos interm edios de su razonam iento. En cam bio
Erikson (1943), con su com pleja in te rp re ta ció n de la visión del
m undo de los yuroks, que no deja espacios a lle n a r por el lector,
me parece intrínsecam ente im plau sible, porque es más filoso fía
que a ntrop o lo gía o psicoanálisis.
A u n el m e jo r resumen diagnóstico, hecho de acuerdo con p r in ­
cipios sanos, es una proyección (tendenciosa) de la personalidad
del sujeto según opera en una situación desencadenante. Por eso
suele m in im iz a r aquellos rasgos de co m p orta m ie nto vivo que los
tests desencadenadores, en su búsqueda de m a te ria l inconsciente,
d ism inuyen sistemáticamente. Esta situación no es irrem ediable,
puesto que em pleando los tests diagnósticos de maneras nuevas uno
puede tam bién dar con las capas m anifiestas de la personalidad
y captar rasgos que aparecen p rin cip a lm e n te en las situaciones
vivas. U n paso ú til en este sentido es la práctica de consignar no
sólo las respuestas al test sino tam bién el com p orta m ie nto del su­
je to en la situación de prueba. O tra innovación podría ser ded i­
car atención especial a aquellos rasgos que am engua n o to ria m e n te
un test dado. Por ejem plo, el test de Szondi, que a m p lifica las p u l­
siones básicas, amengua la inteligencia, de m odo que sus resulia-
dos raram ente se tom an en cuenta al evaluar la inteligencia de!
sujeto. Pero precisamente p or ser un m edio deficiente de apreciar
la in te lig e n cia desencadenada, un test de Szondi bien analizado
podría dar in fo rm a c ió n im p o rta n te acerca de la inteligencia tlel
probando en la situación viva. D icho de o tro modo, I u n ¡ndua<io
nes de su capacidad intelectua l que consiguen p e n e tra r itu luso r tt
su test de Szondi son de la m a y o r im p o rta n c ia para la é va lu a i ió n
d e l fu n c io n a m ie n to in te le c tu a l d e l s u je to e?i las situaciones vivas
que entrañan la m oviliza ción de pulsiones. De hedió, la verdadera
relación entre la capacidad intelectua l real de un sujeto dado y
la potencial puede probablem ente apreciarse m ejor com parando
su capacidad potencial —como la revela el test de Bellevue-Wechs-
le r— con su re n d im ie n to in te le ctu a l real en el test de Szondi, por
ejem plo, que no com parando su p ote ncia l con su re n d im ie n to real
medidos solam ente p o r la prueba de Bellevue-Wechsler.
Y a la inversa, dado que la prueba de Bellevue-W echsler no es
especialmente sensible a las pulsiones latentes, los datos relativos
a pulsiones obtenidos p o r m edio de esta prueba pueden aclarar
320 A I.A O B J E T IV ID A D POR I. A DISTORSIÓN

m ejor el papel de las pulsiones en el fu ncio na m ie nto v iv o real del


sujeto que el test de Szondi, que revela la estructura pulsión;d
(desencadenada) del sujeto.
Sólo m ediante una juiciosa in te rc a lib ra c ió n del com portam iento
vivo y el desencadenado, p or una parte, y los resultados obtenidos
p o r diferentes tests, por la o tra , puede lograrse una imagen com­
pendiosa de la realidad. En las situaciones inductoras tanto como
en el estudio de los trastornos ocasionados p o r el observador y la
observación, el cam ino real hacia la o b je tiv id a d es el aprovecha
m ie n to ingenioso de las distorsiones a que someten nuestros datos
los métodos de desencadenamiento. Precisamente porque la rea
lid a d se hace sim ple sólo después de haber uno aceptado su apa
rente co m plejidad puede descubrirse la verdad tan sólo conside­
rando que la existencia de com plejidades y dificu ltad es es el dato
más característico y fu nd am e nta l de la ciencia.6

a A jh’Huh ex ite ro a rlo destarar que los problem as examinados en este capí­
tu lo son absolutam ente <11*1 linos de las indagaciones de Sarason y su penetran­
te dÍN<|itisi<ióti m e n a del antropólogo, el psicólogo y el in fo rm a n te como
"fuentes de e n t il" ( tlliu lw lli y Sarason. 1953). Sarason traía —acertadam ente—
de descubrir y co rre g ir el m m : yo tra to de aprovecharlo al m an e ja rlo como
t A l’ ÍT U L O XXI

E l, A P R O V E C H A M IE N T O D E LOS T R A S T O R N O S
P R O D U C ID O S P O R L A O B S E R V A C IÓ N

El hecho de que los datos sobre la conducta causante de ansiedad


ocasionen distorsiones en su registro e in te rp re ta c ió n podría dar
a entender que es im posible una ciencia o bjetiva del com porta­
m iento. Si esto fuera cierto, podríam os a firm a r que la ciencia física
tam bién es im posible, puesto que los inevitables defectos de todo
aparato y la llam ada ecuación personal del experim entador in tro ­
ducen tam bién errores sistemáticos en los experim entos físicos. En
realidad, hasta las m atemáticas están sometidas a las lim itaciones
humanas.
Caso 409: Hace algunos decenios, un conocido m atem ático p u ­
blicaba una “ dem ostración” del teorema de Ferm at en una de las
principales publicaciones de matemáticas del m undo. Por desgra­
cia, tanto el a u to r como el d ire cto r de la revista tenían tanta ansia
de ver dem ostrado el teorema que no pararon mientes en un e rro r
in ic ia l, que in va lid ab a p o r com pleto el resto de la “ dem ostración” .1
U na causa de (in ju s tific a b le ) desesperación en la ciencia del
com p orta m ie nto es que la mera presencia de un observador in tro ­
duce una nueva variable en la situación que observa. El observa­
d or trastorna de ta l m odo el curso o rd in a rio de los sucesos y la
estructura h a b itu a l de las relaciones que el hecho observado no
se desarrolla como se h ub ie ra desarrollado de no haber estado
presente el observador. Esto parece im p lic a r que n in gú n observa­
d o r real puede llegar al tip o y grado de e xactitud y o b je tiv id a d
que podría obtener un observador in v is ib le .a
L a presencia de un observador puede trastornar la economía:
Caso 410: El d in e ro que gasté en T ea H a representaba tal a flu jo
de riqueza que red ujo la superficie cu ltiva da por los lugareños

’ E l teorema — todavía no dem ostrado— de Ferm at postula que si, en la


ecuación

tP + yP = 'P
p > 2, nunca pueden ser enteros x , y y z.
2 Más adelante se verá que esto no es una desgracia.
[321]
322 A LA O B J E T IV ID A D PCR LA DISTO RSló

durante m i estancia en aquella com unidad. Si yo no hubiera c


nocido el hecho, mis datos sobre la superficie labrada de costum
bre p or Tea H a h ub ie ran sido inexactos.
La asociación de un in fo rm a n te con el a ntrop ó lo go visitan o
puede afectar p rofundam ente a su estatus:
Caso 4 11: En la prim era década de este siglo, Kroeber traba]<>
intensivam ente con el mohave más anciano, que inevitablem enii
m u rió a poco. Pero los mohave estaban convencidos de que había
m uerto p o r su ín tim a relación con un extraño, cuya “ fu erte ” san
gre había h e rid o a la suya “ d é b il’’ (Devereux, J961a).
Caso 4 12: Antes de hacerse in fo rm a n te m ío, M b rie n g era un in
d iv id u o bastante pobre, que la gente de T ea H a menospreciaba
porque su fa lta de energía física le hacía parecer indolente. Pero
después de tra b a ja r conm igo durante año y m edio se c o n v irtió
en uno de los más prósperos y p o r ende influyentes del pueblo.
E l mero hecho de que una persona se sepa observada afecta ra­
dicalm ente a su com portam iento. N atu ra lm e n te , el grado en que
éste sea m od ifica d o dependerá de si el espectador es un m iem bro
de su grupo, presente por alguna d ilig e n cia legítim a, o un obser­
va do r de fuera, que estudia las cosas con cámara fotográfica y cro­
nóm etro.
Caso 4 1 3 : M is inform antes sedang me d ije ro n repetidas veces
que durante las borracheras (rituales) había m ucha a ctivid ad se­
x u a l y citaban una serie de incidentes en apoyo de sus dichos que
al p rin c ip io yo no quería tom ar en consideración porque, aunque
había estado en varias de aquellas escenas de parranda, no había
observado n in g ú n co m portam iento sexual. Pero después de que m i
adopción me hizo m ie m bro del grupo, presencié varios incidentes
que co nfirm a ro n las declaraciones anteriores de mis inform antes,
que así d ife ría n de m is propias observaciones. Antes de m i adop­
ción, m i presencia cohibía el co m portam iento amoroso; una vez
adoptado yo, la gente se conducía en m i presencia como tenía por
costum bre (caso 415).
Y así, en lo re la tiv o al com p orta m ie nto de beber, mis observa­
ciones iniciales eran en cierto m odo menos “ correctas” que los d i­
chos de mis inform antes.
Peto esto no significa que mis inform antes d ije ra n cosas más
conformes a los heriros de lo que habían sido m is observaciones
in itia le s ; sim plem ente eran conformes a o tro s hechos. M i presencia
en <alidad de observador croaba hechos anómalos; los datos —q u i­
zá ligeram ente adornados - que me llevaban mis inform antes per­
tenecían ¡d com portam iento ru tin a rio . En suma, yo tomaba c u i­
dadosamente nota de acontecim ientos alterados; mis inform antes
A P R O V E C H A M IE N T O DE TR A S TO R N O S O B S E R V A C IO N A L E S 323

in r daban datos desfigurados subjetivam ente de acontecim ientos


no alterados.
A! m ism o tiem po, m is observaciones iniciales eran un docum en­
to de las reacciones típicas sedang a una situación observacional,
donde m i presencia era un elem ento desencadenador. M is notas de
aquel período eran por eso sólo ligeram ente más significantes en
lo psicológico que en lo antropológico, puesto que es costumbre
m ir e los sedang in h ib ir todo lo re la tivo al am or en presencia de
extraños. En cambio, los datos proporcionados p or mis in fo rm a n ­
tes son un docum ento de los modales corrientes de los sedang según
<e m anifiestan fuera de una situación experim ental-observacional.
Por eso son algo más significantes antropológica y psicológicam en­
te, salvo en aquello en que su descripción del co m portam iento
erótico a rro ja luz sobre el tip o de personalidad de cada narrador.
Y así, los relatos de M b rie n g solían ser m ucho más rabelesianos
que los de M braro. Éste denotaba su desazón llenando sus relatos
tie observaciones como: “ Ya ve, se lo digo todo; no me avergüen­
zo.” O tra causa de distorsión en estas narraciones es el hecho de
que el in d u c to r es una persona determ inada: después de hacerse
mi padre de adopción, M b ra :o aún tenía que hacer mayores es­
fuerzos para vencer su tim idez, m ientras que M b rie n g se hizo más
desenfadado que nunca, puesto que ahora era un pariente m ío que
podía brom ear.
En algunos casos, las diferencias de personalidad pueden in c lu ­
so hacer que dos inform antes den dos versiones al parecer muy
divergentes de una costum bre o una creencia que, vistas con más
detenim iento, resultan cabalmente compatibles la una con la otra,
al menos en el n ive l de los significados latentes.
Caso 414: El ponderado Ahm a H u m a .re explicaba la etiología
de la enferm edad h ik w i. r de un m odo no sexual (ataque por sier­
pes sobrenaturales), m ientras que el ardiente H ivsu: T u p o :m a des­
crib ía esa enfermedad en térm inos señaladamente obscenos (coito
bajo el agua). C laro está que ambos inform antes decían exacta­
m ente la misma cosa; la relación entre sus dos modos de presen­
tarla es parecida a la que hay entre el contenido latente y el ma­
nifie sto de un sueño (Devereux, 1961a) (véanse tam bién casos 6,
" y S).
Estas apreciaciones no sustentan la insistente a firm ació n de Jules
H en ry (1961) de que los datos obtenidos p o r observaciones direc­
tas son necesariam ente superiores a los obtenidos preguntando a
inform antes.3 U n in fo rm a n te es ciertam ente menos preciso que

La d o ctrin a de que sólo los dalos de nuestros sentidos son válidos es en


324 A LA O B J E T IV ID A D POR LA IM M n B M i

una cámara cinem atográfica. Pero el análisis cuidadoso de sus •l<


claraciones suele p e rm itirn o s corregir las deformaciones debida. ■
su tendencia personal, m ientras que es casi im posible decit ^\\^>
parte de algún co m portam iento fo to grafia do hubiera ocurrido li­
no haber sido fo to grafia do y cuánto fue m o d ifica d o radicalm m n
—o provocado realm ente— por el conocim iento que tenía el sujn>-
de la presencia de la cámara. L o que puede uno asegurar es que i -
film a ció n de u n r itu a l afecta al com p orta m ie nto menos que la Id
m ación de una activid ad o rd in a ria , espontánea y estructurada so-
rigidez, porque la rigidez del p atrón litú rg ic o contrarresta en pan­
el im pacto in q u ie ta n te del am biente observacional, m ientras qn<
una secuencia configurada de m anera menos consciente —como I <
preparación de una comida o el dar el pecho a un n iñ o — es pío
bable que se vea afectada de m odo radical por el conociinicnio
que tiene el sujeto de que lo están observando y fotografiando
Caso 4 15: M is prim eras fotografías de diversos ritua le s estado
nales sedang son semejantes en todo lo que es s ig n ifica tivo a las
que tomé un año después. Pero hay una diferencia entre las foto
grafías casuales que tomé en la prim era y la segunda m ita d de un
estadía. En las prim eras, los sujetos parecen m uy conscientes de si
mismos y suelen m ira r al objetivo. En las otras parecen más nato
rales; pocos son los que m ira n a la cámara y la m ayoría siguen con
lo que estaban haciendo.
L a descripción que hace un in fo rm a n te de un acontecim iento
dado pasa inevitablem ente p or el filtr o de su personalidad y ade
más está acomodada a la pauta de su c u ltu ra , que no sólo espe< i
fica lo q ue debe suceder sino tam bién cóm o debe contarse ,4 Por
eso las declaraciones de un in fo rm a n te ta l vez sean menos exactas
en cuanto a los hechos pero cu ltu ra lm e n te más reveladoras que
las observaciones de un extraño. Además, un h ip o té tico observador
in v is ib le que confiara exclusivam ente en el testim onio de sus sen
tidos, no podría aprender nada en absoluto acerca del m odo en
que esa c u ltu ra hace que se vean y narren los hechos o del modo
como reaccionan los m iem bros de esa sociedad al ser observados.

c k ito s respectos una ilu sió n solipsista que lleva a dos tipos de absurdos. En
el n ive l practico im p lica que el antropólogo tiene, entre otras cosas, que
practicar el canibalism o o s u frir un rito de in icia ció n homosexual en Nueva
(tiiin e a . En el nivel teórico, significa que desde el p u n to de vista del lector,
el in fo rm e que el antropólogo presenta de sus propias observaciones no es
nuis d ig n o de fe que lo» relatos de inform antes indígenas, d ific u lta d que no
puede obviarse i re u n iendo a la teoría de los tipos de Russell exam inada en
el ca p ítulo ni.
4 1.a in flu e n cia de lo que se espera cu ltu ra lm e n tc en la narración de nues­
tro sueño está Halada en tío» obras anteriores (Devereux, 1951a, 1957c).
■m i* M I t A M IK N T O OK TR A S TO R N O S O B S E R V A C IO N A I. I\S 325
1 ' aspectos de una c u ltu ra me parecen tan im p orta ntes que
.... lias veces me desplazaba p ara que u n in fo rm a n te sedang me
•■«H na un suceso que yo había ya presenciado y registrado desde
i i'iiiid p io hasta el fin , p or a v e rig u a r cóm o gustan los sedang de
<i \ com unicar ta l hecho (caso 4 1 6 ).
■i q u ie ro dar a entender q ue u n o n o deba observar, fotogra-
t<n y film a r todo cuanto pueda. Pero es sencillam ente deseable
■ i i n de descubrir el m odo ‘‘d e b id o ", específico de la c u ltu ra ,
li iv r un suceso y de c o m u n ic a rlo — o bte ne r tam bién después, de
|»mihipantes y /o observadores indígenas, un in fo rm e verbal del
I.IK» y d is c u tirlo con ellos d eta lla da m en te .
(luso 416: V i a la m u je r de M b rie n g d a r a luz un h ijo e incluso
upuuié la frecuencia de sus dolores de parto. Por eso estoy per-
ln lam ente seguro de que registré los hechos como es d e b id o . . . e
igualmente seguro de que m i presencia afectó a toda la situación,
lin luso probablem ente a la frecuencia de los dolores. Por eso ha­
blé de lo que había visto con el p ro p io M brien g, para conocer su
'p u n ió de vista’’ sobre lo o c u rrid o y cómo consideraba su p ro p io
H im portam iento, cuya corrección fue puesta en duda p o r su misma
luja. Descubrí así que la fa lta crónica de d in e ro de aquel hom-
litc (caso 412 ) lo hizo renuente a p ro m e te r u n sacrificio aun des­
pués de evidenciarse que su esposa iba a tener un parto d ifíc il,
pero al fin cedió a los ruegos de su fa m ilia ; su a ctitud le parecía
n tll legítim a, puesto que sencillam ente había estado defendiendo
el estatus económico de su fa m ilia . En cambio, aunque no tome­
mos en cuenta sus ansiedades edípicas y de riv a lid a d entre her­
manos, es evidente que su h ija púber, que hacía de partera, se
Indignaba p o r lo que ella ca lifica b a de m ezquindad em pedernida
y j>or eso reaccionó al día siguiente con un ataque histérico des­
tru c to r que re q u irió ayuda psicoterapéutica de urgencia.
En este caso, la verdad com p le ta sólo podía descubrirse por la
ca libración recíproca de una variedad de datos; mis propias ob­
servaciones, la in flu e n c ia de m i presencia en aquellos sucesos, el
modo de ver M b rie n g su conducta, las reacciones de la h ija al
com portam iento de su padre y m i subsiguiente intervención tera­
péutica, que r in d ió datos acerca de sus verdaderos sentimientos, y
que yo no podría haber o b te n id o por otros medios.5
Muchos ‘‘p rim itiv o s ’’ dan p o r supuesto que una situación —sea
real o m ítica — puede percib irse de muchos modos. Esto no sólo lo
declaraban explícitam ente los mohave, sino que tam bién es parte

Para el empleo de los métodos psicoterapéuticos como fuentes de in fo r­


mación antropológica véase D evereux, 1957a.
326 A LA O B J E T IV ID A D POR LA D lS TO H A lál

integrante de todo el p atrón o n írico de m itos de aquella tribu, %


causa tra d icio n a l de fricciones entre personas que soñaban {)
diferentes "sueños” relativos al m ism o acontecim iento m ítico (!)«•
vereux, 1957c).
La v is ib ilid a d del observador, que in flu y e en los hechos q u f
observa, no es, pues, causa de desesperación. C uando los físít «m
com prendieron que la mera "in spe cción ” del electrón afecta a su
co m portam iento de m odo tan radical que se hace im posible deict-
m in a r s im u ltá n e a m e n te y con ig u a l precisión su m om ento y mi
posición, Heisenberg, en lug ar de re n un ciar a ulteriores experim eij.
taciones con los electrones fo rm u ló su famoso " p rin c ip io de in*
d ete rm in a ció n ” , que no es —como suele suponerse erróneam ente-
un enunciado acerca de la realidad física "n o observada” y “ exenta
de interferencias” n i un re p u d io de la causalidad sino un enun j
ciado teórico y un aprovecham iento o rig in a l de los lim ite s de la I
experim entación (capítulos x x m y x x iv ).
En lugar de dep lo rar el trastorno creado por nuestra presencia
sobre el terreno o en el la b o ra to rio y en lugar de poner en duda
la o b je tiv id a d de las observaciones de la conducta, debemos abor­
dar el problem a de u n m odo constructivo y averiguar q u é insights
p o sitiv o s —no o b te n ib le s p o r o tro s m edios — podem os sacar d e l he-
cho de que la presencia de u n o b se rva d o r (q u e es d e l m ism o orden
de m a g n itu d q u e lo que observa) tra s to rn a el suceso observado.
L o p rim e ro que hay que d ejar sentado es que incluso en ausen­
cia de un observador de fuera, el curso de los acontecimientos
puede ser alterado tanto por hechos exteriores no humanos como
p o r la presencia accidental de un observador indígena no invitado.
Caso 417: U n im p o rta n tís im o ritu a l de los m nong gars hubo de
in te rru m p irse porque un tigre alteró de ta l m odo el desarrollo
de los acontecim ientos que fue necesario hacer una ceremonia es­
pecial para contrarrestar los efectos de aquella in tru s ió n (Condo­
minas, 1957).
Caso 4 1 8 : Repetidas veces he descrito (Devereux, 1961a, etc.)
cómo m o d ifica la interacción entre dos participantes sexuales moha-
ves la in tru s ió n de un observador mohave, que a veces tam bién
hace de chistoso.
Caso 418: Incluso el no dejarse tu rb a r por un in tru s o es una reac­
ción a la observación. La negativa de una disoluta b ru ja mohave
a in te rru m p ir el coito con su herm ano al e n tra r su tía en la recá­
mara es una reacción auténtica al ser observado, ya que sin aque­
lla in te rru p ció n no h ubiera pod id o hacer gala de inconm ovible
ante las interrupciones (Devereux, 1939d).
Si insistim os en considerar al observador tan sólo como causa
- m i v j n i A M IE N T O DE t r a s t o r n o s o b s e r v a c io n a l.e s 327

u distorsión, tenemos que considerar tam bién de igu al manera el


MiiMnrno causado p o r un tig re o p o r un in tru so indígena o u n gra-
« En realidad, así como uno puede aprender m ucho de una
i u lim a analizando las reacciones a tales intrusiones (no antropo-
lógicas), tam bién se puede aprender m ucho de una c u ltu ra anali-
■iido el trastorno creado p o r la presencia y las actividades de un
oiiropólogo.
I,a reacción de una trib u a la llegada del a ntrop ó lo go puede
iiuisiderarse así, ta nto una p e rtu rb a ció n científicam ente estéril,
M inio un d ato científicam ente p ro d u ctivo acerca de cómo se con­
duce la tr ib u con los extranjeros y en situaciones inesperadas.
Caso 4 20: C uando llegué a T ea H a había todavía tan áspera
oposición a los franceses que acababan de ocuparla, que casi todas
Lis personas sim plem ente me boicoteaban. Los únicos que consin­
tieron en relacionarse conm igo fueron —como era de suponer—
hombres m arginales (coso 334), ya que, como otros muchos grupos,
los sedang se sirven de las personas m arginales como de interm e ­

diarios y am ortiguadores en sus relaciones con los blancos.6 C uan­


do a pesar del boicot no quise m archarm e, tra ta ro n de deshacerse
de m í p o r el ham bre, negándose a venderme a lim e n to suficiente.
Esto tam bién estaba de acuerdo con una pauta básica: en ciertas
ocasiones ritua le s se puede no vender arroz a los forasteros. De he-
i lio, una vez, ya aceptado yo parcialm ente y necesitando arroz en
una ocasión en que —por razones ritu a le s— no se podía vender,
propusieron espontáneamente que yo “ rob ara ” algo de arroz de
su depósito y después les diera u n “ regalo” aprop iad o y pagara
una “ m u lta ” n o m in a l por el robo. Com o se ve en el caso 148, este
subterfugio tam bién estaba de acuerdo con una pauta básica. Des­
pués me aceptaron como vecino y construyeron para m í un nuevo
acueducto que llevaba directam ente a m i casa. A l p rin c ip io creí
que esto era un acto de amistad, pero según lo entienden los sedang
eso significaba que m i casa era o tro poblado. Posteriorm ente me
d ije ro n que en adelante podría tom ar agua del conducto público,
con lo que me hacían m ie m bro del pueblo, que es la com unidad
ju ríd ic a y r itu a l de los que beben una misma agua.7 A p a rtir de
entonces, consideraban vagamente m i alma de hogar como residen-

8 Por eso, cuando la a d m in istra ció n ordenó a Tea Ha que nom brara un
jefe de aldea responsable ( ly u la n g ) —categoría a n teriorm ente desconocida en
aquella t r ib u — el que se propuso para el puesto no fue el je fe ritu a l del
poblado (k an p le y) sino un ineficaz jefe de casa, que en caso de problem a
con la ad m in istra ció n colonial podía se rvir de chivo e xp ia to rio sacrificable.
7 Esto tal vez exp liq u e p or qué son tantos los poblados que llevan el nom ­
bre de Te a — agua.
328 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DISTOR.SI

te de una de las casas h rgas regulares, y m i cond ició n era la H


u n m ie m bro de la m ilic ia indígena que, físicamente ausente del
b la io y no p a rticip a n d o electivam ente en sus rituales —sal/o q u f l
et calidad de in v ita d o — es técnicamente un “ ja b a lí” , un ser l f l
ruano que renuncia tem poralm ente a su categoría de hum ano ( i f l
te re u x, 1937c). Después fu i m ie m bro de una fa m ilia , m i alma d r
hogar se trasladó a su hogar (caso 350) y m i estatus fue el de un
allegado plenam ente hum ano y m ie m bro de la com unidad que es­
taba de viaje (o sea que vivía físicamente en m i p ro p ia cabaña), o
bie n el de un joven que vive en la casa de los solteros que, en
grandes ocasiones rituales, debe “ volver a casa” y d o rm ir, cuando
menos parte de la noche, en la casa larga de la fa m ilia .
M i llegada ocasionó, pues, u n trastorno, y en cada fase de mi
aceptación g radual hubo otros trastornos. L o que nos interesa aquí
es que n in gu na de esas perturbaciones fue científicam ente estéril;
cada una de ellas esclareció los mecanismos homeostáticos que per­
m ite n al sedang lid ia r con problemas im previstos y sin preceden­
tes. Además, alg u no s de los insights que p ro c u ra ro n a q u e llo s datos
io h a n sid o o b te n id o s p o r n in g ú n o tro m e d io y n u n c a p u d o ob ­
servarlos n i a n a liz a rlo s n in g ú n a n tro p ó lo g o in m a te r ia l e in v is ib le .
Por otra parte, así como la observación de que el m ira r un elec­
tró n crtaba trastornos llevó a descubrir nuevos hechos tanto en la
teoría física como en el m étodo c ie n tífico en general, las experien­
cias de este tip o , debidam ente aprovechadas, nos llevarán, como
espero dem ostrar, a una ciencia más significante de la conducta.
En u n ;iiv e l concreto, todo caso o trastorno sin precedentes pone
a prueba la clase, el alcance y la a da p ta b ilid a d de un sistema, como
la cu ltu ra o la personalidad, hasta el lím ite y de un m odo en que
no puece p ro b a rlo n in g ú n caso n i observación corrientes. Esto
revela lo que un sistema puede hacer y hasta dónde puede llegar
sin cam biar de naturaleza, sino solamente m oviliza n do algunas de
sus premisas tácitas y de sus potencialidades e im plicaciones la­
tentes. E n o tro caso demuestra la incapacidad del sistema para en­
frentarse a ciertas situaciones nuevas en fu n ció n de sí y revela el
m odo como debe de m odificarse para e vitar el n au fragio en los
escollos de hechos sin precedentes.
Este estado de cosas se parece algo al que se presenta en los t r i­
bunales cuando los cambios sociales hacen su rg ir situaciones nunca
vistas. Nat oralm ente, los abogados dicen que “ los casos d ifícile s
hacen malas leyes” (haciendo las leyes aquí equivalentes de la de­
cisión del trib u n a !, en el sentido de Holm es). Pero esto se debe
exclusivamente a la obsesión p ro p ia del cerebro legalista y a la
extremada osificación del derecho, que a m enudo no sólo va dece-
I ' f l IV A i I I A M IE N T O D I. TR A S TO R N O S O K S E R V A C lO N A l.F S 3#)

i i Imh ¡i la zaga de las realidades sociales, sino además —al menos


M irm ía— no es m odif¡cable p o r quienes lo aplican. T a l no era
I i.iso en la Atenas antigua n i lo es en algunas sociedades p rim i-
>4vus. donde —a pesar de un notable atraso en algunos campos—
• I ilrte ch o y la costum bre son entes vivos, cuya aplicación y ajuste
iim rosa de la colectividad, o sea de quienes v iv e n p o r ese derecho
•i costumbre, y no sólo con ellos (Devereux, 1965c).
(lasi igualm ente p ro d u ctiva de in s ig h ts es la id e n tific a c ió n del
m am ) de referencia o com plejo c u ltu ra l p o r m edio del cual la
i olcctivid ad se las arregla con el trastorno creado por la presencia
ilr l investigador.
( laso 421: Los sedang resolvieron el problem a que creaba m i
presencia aprovechando la fle x ib ilid a d de su com plejo sistema de
leyes y su capacidad de operar de acuerdo con ficciones ju r íd i-
I as (caso 420). Los mohave, nada legalistas, se contentaron con
e quiparar sus reacciones emocionales a un hecho social. Com o yo
1rs gustaba, entendía que esto significaba que yo era “ verdadera­
mente” un mohave, lo que hacía innecesarios los procedim ientos
de adopción. De hecho, la adopción fo rm a l no existe entre los
mohaves; d e n tro de ciertos lím ites, la cohabitación con una m u je r
encinta hace que el h ijo p o r nacer sea del que cohabita, del m is­
mo m odo que el querer y cria r a un n iñ o hace de él fu ncio na lm e n ­
te un h ijo p ro pio . Si yo h ubiera v iv id o durante m ucho tiem po
entre los hopis, sin duda h ub ie ra solucionado el problem a de m i
presencia de acuerdo con su com plejo ritu a lis m o .
Casi es innecesario a ña dir que los in d iv id u o s tienen lam bió»
modos característicos de enfrentarse con esos trastornos y que el
estudio de cómo se conduce un in d iv id u o en relación to n la per­
tu rb ació n ocasionada p o r el observador es un dato psicológico de
ca pita l im p o rta n cia para la investigación de la conducta.
Las consideraciones que anteceden son aplicables tam bién al psi­
coanálisis, cuyos capciosos contradictores deploran las p erturb acio ­
nes que la situación analítica, la presencia del analista, su perso­
nalidad, sus teorías, etc. ocasionan en el analizando y que, según
ellos, p riv a n a los datos analíticos de toda validez objetiva. Los
que vierten esas lágrim as de cocodrilo no com prenden que algunos
datos im p orta ntísim o s (trasferencia y contratrasferencia) n o o b te ­
n ib le s p o r o tro s m edios, sólo pueden dejarse ver y registrar gracias
a ese trastorno (capítulo x x m ).
Los segmentos de cu ltu ra que una sociedad suele em plear para
lid ia r con lo inesperado, la fle x ib ilid a d y a m p litu d del segmento
—o bien su rigidez e insu ficien cia — así como la elección de un
am o rtig ua do r personal especial (“ recepcionistas” ) proporcionan
330 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DISTO RSIÓ N

precisamente el tip o de datos que es posible obtener sólo creando


un trastorno: llegando a escena, lib r illo de notas en mano. Como
suele ser el caso en la ciencia —aunque quizá no en la práctica
ju ríd ic a — los casos d ifícile s, manejados debidam ente, hacen “ leyes”
(científicas) superlativas, m o viliza n d o las potencialidades latentes
de la c u ltu ra estudiada y abriendo al a ntrop ó lo go nuevas perspec­
tivas, ta n to en la práctica como en la teoría. P or eso la próxim a
expansión y el desarrollo de técnicas de campo habrán de venir
de la teoría, incluso la psicoanalítica. T a l es el curso n orm a l de la
evolución en todas las ciencias que han superado el tosco em pi­
rism o. En ellas, es la teoría la que guía a la experim entación y
no al co n tra rio .8

" Ks ciar» que no ha b lo aq u í de la práctica a n terio rm e n te condenada (capí­


tu lo x i) ili* idear CXpe lim e n fox en apoyo de una p o sició n teórica p a rtic u la r
m iiiu « in ede coil (until h e cu em ia en los experim entos de aprendizaje— sino
t ie u n a le o ilu que Hide el diseño de experim entos destinados a in te n ta r la
exploración tic lux <onxenietu la s de la teoría y a proveer de base a lo s nuevos
desarrollos teóricos.
CAPÍTULO XXII

1.1, D E S L IN D E
E N T R E S U JE T O Y O B S E R V A D O R

U no de los temas que aparecen una y o tra vez en este lib ro es la


realidad y la im p o rta n cia de las interacciones consciente e incons­
cientes entre observador y sujeto. De vez en cuando se patentiza
que muchas dificu ltad es de la ciencia de la conducta se deben
a que se rehuyen y no se tom an en cuenta esas acciones recíprocas
y sobre todo al hecho de que la observación del sujeto p o r el ob­
servador se com plem enta p o r la contraobservación del observador
por el sujeto.
Este conocim iento nos obliga a re n u n cia r —al menos en un sen­
tid o exento de afectación— a la idea de que la operación fu n d a ­
m ental en la ciencia del co m p orta m ie nto es la observación de un
sujeto p o r un observador. Debemos rem plazaría p or la idea de que
es el análisis de la acción recíproca entre ambos, en una situación
donde son al m ism o tiem po observadores para sí y sujetos para el
otro. Pero incluso en ese caso hay que aclarar lógicam ente la ín ­
dole y el lu g a r de deslinde entre los dos, porque los intentos expe­
rim entales de crear esos deslindes siempre fa lla n , por ser lógica y
prácticam ente contraproducentes.
Podría aducirse quizá que el sentido com ún basta para decirnos
q u ié n es el sujeto (rata, entrevistado, p rim itiv o , paciente) y q uién
el observador (psicólogo, sociólogo, antropólogo, psicoterapeuta).
Por desgracia, el m om ento en que se recurre a ese “ sentido com ún”
para rom per los nudos gordianos no puede resistir un estudio de­
tenido en fu n ció n del m ism o sentido com ún a plicado im placable­
mente y llevado a sus consecuencias últim as.
A h ora bien, incluso si la ciencia de la conducta (en ta n to que
operación) se redefine como observación recíproca de sujeto y ob­
servador, la palabra “ observación” no tiene sentido, a menos de
que se establezca un d e slin d e entre los dos p o r medios especifica-
bles. Las barreras experim entales, que se dice im p id e n la contraob­
servación, no pueden c o n s titu ir un deslinde lógicam ente defendi­
ble, ya que desde el p u n to de vista del sujeto son prolongaciones
demostrables del observador. Esto es tan cierto de una pantalla
[331]
332 A LA O B J L T lV lD A l) DOR L A DISTO RSIÓ N

con visión en un solo lado como de la tin ta que oculta el cuerpo


del calam ar al observador, pero que al hacerlo señala su presencia.
En cierto sentido, cu alqu ier m edio, de los tests e instrum entos has­
ta el ano nim ato psicoanalítico pasando p o r las pantallas con v i­
sión de un solo lado, es in fo rm a c ió n de que el observador no desea
que el observado sepa de é l y que p o r e llo revela ta n to de él como
una resistencia o un “ o lv id o ” revelan acerca del paciente psicoana­
lític o (caso 11).
Ya hemos visto cómo era inadecuado el deslinde “ lógico” creado
al negar al observado la conciencia de sí (ca p ítu lo m ) y cómo re­
sultaba científicam ente más fru c tífe ro a trib u ir conciencia al sujeto
y p e rm itirle hacer enunciados, al m ism o tiem po que se perm itía
a l observador —es decir, al así d e fin id o — hacer tam bién enuncia­
dos acerca de enunciados. Esta d e fin ic ió n no oculta el hecho de
que, h ab lando de un m odo realista, haya observación recíproca.
D isting ue entre el observador y el observado sólo operacionalm en-
te, al d e cid ir q u ié n de los dos puede hacer ese tip o de enunciados
con p e rtin e n c ia .
En estas situaciones diádicas, sujeto y observador se definen en
fu n ció n de lo que pueden hacer pertinentem ente.
1. A l “ sujeto” se le perm ite hacer enunciados y tener un com por­
ta m ie nto no sólo respondiente sino tam bién operante, en el que
e ntran enunciados que refle ja n su p ro p ia conciencia de sí y del
observador. A co ntin ua ció n se tratan sus enunciados como in fo r­
m ación pertine nte en ese contexto p a rtic u la r, y se especifica que
todo com portam iento que im p lic a conciencia es lógicam ente un
enunciado.
2. A l “ observador” se le perm ite hacer sólo enunciados acerca
de los enunciados de su sujeto. En un contexto diferente puede
hacer enunciados tam bién acerca de sus propios enunciados. A con­
tin u a ció n , sólo se tratan como in fo rm a ció n p ertine nte en el con­
texto observacional p a rtic u la r en que analiza su p ro p io com porta­
m ie n to cie n tífico sus enunciados acerca de sus propios enunciados.
En tales situaciones él es, pues, el observador y el observado.
Este m odo de establecer un deslinde entre A-el-observador y B-
el-ob,sei vado:
1. Requiere observación recíproca.
2. Reconoce e xplícitam ente que ta n to A como B elaboran sus
impresiones .sensoriales m ullías y las trasform an en in fo rm a ció n
pertinente.
ib 1.a a d q u is ic ió n de in fo rm a ció n por el sujeto acerca del ob­
servador so trata entum es rom o un fenóm eno en b ru to que llega al
alcance del experim ento y es pai te de su re n d im ie n to total.
M S I.IN D E E N T R E S U JE T O V OBSERVADOR 333

4. La a d q u is ic ió n de in fo rm a ció n p or el observador acerca del


sujeto no se trata como un fenóm eno “ en b ru to ’’ que llega al al-
i;uice de ese experim ento; no es parte de su re n d im ie n to porque
n i ese contexto, el acto por el cual el observador adquiere in fo r­
m ación acerca del sujeto no es pertinente.
5. Puede empero tratarse como un fenóm eno en b ru to d en tro
del ám b ito de otro experim ento (a veces concom itante), que cae
dentro del ám b ito de otra ciencia: por ejem plo, de la sociología
<lel conocim iento o de la psicología de la lab or científica. E l que
el segundo experim ento sea ejecutado realm ente, o interpretad o,
no hace al caso. L o que im p o rta es que esto pueda suceder, sea
haciendo que el observador se observe tam bién a sí mismo, sea ha­
ciendo que un segundo observador observe al observador. Pero
debe entenderse que, aun cuando esto se haga co in cidien d o con la
observación de un sujeto, lógicam ente es un experim ento separado.
Unos cuantos ejemplos aclararán esta ú ltim a especificación.
Caso 422: T a n to T hom pson (1945) como G o ld fra n k (1945) tra ­
taron datos casi idénticos relativos al conform ism o de los indios
pueblo de modo radicalm ente diferente uno del otro. La elabora­
ción de T ho m pso n le d io in fo rm a ció n acerca de la integración lo-
gicoestética de la c u ltu ra de los ind ios pueblo, m ientras que la de
G o ld fra n k le d io in fo rm a ció n acerca del precio (psicológico) que
esos mismos indios pagan por su conform ism o. T a n to T ho m pso n
como G o ld fra n k operaban como antropólogos bona fid e y sus res­
pectivos discursos eran igualm ente antropológicos. En cambio, el
soberbio análisis que hace B ennett (1946) del c o m p o rta m ie n to ela
borador de datos de T hom pson y G o ld fra n k no es a ntrop o logia
sino una clarivid e nte co n trib u c ió n a la sociología y l<i psicología
de la ciencia.
Caso 423: Los candidatos psicoanalíticos analizan p rim ero bajo
la supervisión de un analista de control. M ientras a n a li/u n a sus
pacientes elaboran sus datos sensoriales y los trashu man en i o lo r,
inación acerca de sus pacientes. Después, una vez a la semana, pre­
sentan su la b o r a su supervisor. D uran te esa hora, éste hace más que
ayudar ai candidato a entender los problemas de su paciente. El
o b je tiv o verdadero de esa supervisión es tra ta r como datos el m odo
en que el candidato ha trasform ado las impresiones sensoriales que
de su paciente tiene en inform a ción . D icho de o tro m odo, lo que
era in fo rm a ció n elaborada en las sesiones analíticas se convierte
en dato b ru to (fenómeno) en la hora de co ntrol, en que el “ obser­
vado” no es el paciente del candidato sino el candidato mismo. En
algunas cosas uno puede incluso ser su p ro p io analista supervisor:
Varios de los casos citados en este lib ro describen mis propias reac-
334 A LA O B J E T IV ID A D POR L A DISTO RSIÓ N

ciones a las situaciones de investigación sobre el terreno, en el la­


b o ra to rio y en el consu ltorio psicoanalítico. A l producirse estas
reacciones yo hacía de antropólogo, o de psicólogo experim ental,
o de psicoanalista, y p or eso trasform é m is impresiones sensoriales
en in fo rm a ció n antropológica, psicológica o analítica. Pero al dis­
c u tir mis reacciones, ya no soy el antropólogo, el psicólogo n i el
psicoanalista sino un sociólogo y /o u n psicólogo de la c ie n c ia ...
o sea que soy m i p ro p io analista supervisor. Por e llo la mayoría
de mis datos brutos son ahora las conclusiones que había sacado
ante rio rm e nte en o tro contexto y el m odo en que las saqué. En
este nuevo contexto mis anteriores ‘‘enunciados acerca de enun­
ciados” son ahora sim plem ente “ enunciados” acerca de los cuales
tra to de e m itir un enunciado.
En suma, el-observador-A es sencillam ente aquel cuya a dquisi­
ción de in fo rm a ció n acerca de el-sujeto-B no es tratada como dato
b ru to en el contexto específico de un experim ento u observación
dado. L a adquisició n de in fo rm a ció n de A acerca de B puede v o l­
verse dato b ru to sólo en o tro e xperim ento u observación, cons­
tru id o e in te rp re ta d o de acuerdo con u n m arco de referencia dife ­
rente. En cambio, la a d q u is ic ió n de in fo rm a c ió n de el-sujeto-B
acerca de el-observador-A se trata ya como un d ato b ru to en el ex­
perim e nto in ic ia l, se elabora exactamente del m ism o m odo que
otras unidades de com portam iento de B y conduce a una in fo rm a ­
ción que es parte del re n d im ie n to to ta l (pe rtin en te y deseado) de
ese experim ento.
Así pues, el sujeto es aquel cuyas reacciones al psicólogo (por
ejem plo) se tratan como datos psicológicos. El observador (po r ejem­
p lo el psicólogo) es aquel cuyas reacciones al sujeto no se tratan
—en ese contexto— como datos psicológicos. . . aunque en otro
contexto puedan ser tratadas como datos (po r ejem plo) para una
psicología de la experim entación o de la observación.
La d istin ció n entre observador y sujeto no es una d ific u lta d su i
generis de las ciencias de la conducta, en que el sujeto puede con­
traobservar al observador y em prender pertinentem ente un com­
p o rta m ie n to operante. Tales d ificu ltad es existen tam bién en la m i-
crofísica, aunque el electrón no pueda en realidad contraobservar
ai físico y por eso sólo pueda tener un com portam iento respon­
diente.
Llegados aquí hay que plantear una cuestión te rrib le para el
co n d u ctismo ingenuo. Si, como hacen algunos conductistas, trata ­
mos la com ietu ia de sí como algo fuera de lugar, la reacción es­
pecífica del electi i ii i a) ser inspeccionado nos obliga a p ostular que
contraobserva al i istico y aun da muestras de co m portam iento ope-
M S I.IN D E E N TRE S U JE TO V O BSERVAD O R 335

rante. A su vez, esto im p lic a que, en el sentido conductista más


p rim itiv o , uno p odría in te rp re ta r la “ psicología” de los electrones
reaciam ente del m ism o m odo que in te rp re ta lo que a veces se hace
pasar p o r “ psicología” de las ratas. A l hacerlo, se acaba por tener
una psicología (?) de los electrones, o una teoría cuántica no rela­
tivista (?) del co m p orta m ie nto de la rata, que p re te n d e n ser u na
psicología. Esta ú ltim a especificación excluye el recurso, en este
contexto, a la tesis de B o hr de que el organism o a m p lific a los m i-
<roprocesos sometidos al p rin c ip io de com plem entariedacl (véase
más abajo). B o hr (1934) reconoce explícitam ente que este p rin c i­
pio no puede aplicarse de este m o d o y específica que hay ya una
relación de com plem entariedad entre fisiología y psicología. En
suma, la m ejor prueba de que la consciencia perceptiva es una
realidad irre d u c tib le en la investigación de la conducta es preci­
samente el hecho de que incluso el electrón podría decirse que
contraobserva al físico, si no se trata la conciencia como un com­
ponente sine qua n o n de la observación y la contraobservación en
la ciencia de la conducta.
U na vez aceptado esto, en física nunca cabe duda acerca de quién
observa a quién. N o obstante, incluso en física tiene una gran im ­
portancia m etodológica el lug ar donde se deslindan o bjeto y ob ­
servador.
L a n a tu ra le za de u n d e s lin d e se e je m p lifica m ejor con la curva
de Jordan. En topología, una curva de Jordan es c u alqu ier línea
que encierra p o r com pleto una determ inada parte de espacio, de
modo que todo p u n to del universo quede “ d e n tro ” o “ fuera” de esa
curva. Por desgracia, esta evidente propiedad de las curvas de J o r­
dan es d ifíc il de dem ostrar m atem áticam ente, aunque esto no tie ­
ne p or qué preocuparnos aquí, porque es p ro b a b le que el deslinde
entre o bjeto y observador sea en dos respectos un género muy es­
pecial de curva de Jordan.
1. Este deslinde es por d e fin ic ió n “ m ó v il” y su “ desplazam iento''
no es c o n tin u o sino discontinuo. A l llam arla sim plem ente “ m ó v il”
paso p o r alto de m om ento el hecho de que se regenera constante­
mente (ca p ítu lo x x iv ) en u n “ lu g a r” apropiado para nuestras nece­
sidades operacionales (Devereux, 1966a).
2. Esto im p lic a que su ubicación, en cu a lq u ie r m om ento, sólo
puede ser o b je to de una “ corrección de tir o ” m uy p a rtic u la r.
De estas dos cualidades del deslinde, la p rim era —que es con
m ucho la más sim ple de las dos— será exam inada u lterio rm e nte.
De m om ento basta con hacer ver que sólo puede ubicarse el des­
lin d e p o r m edio de una operación de “ corrección de tir o ” .
H ay núm eros irracionales, como y j 2, cuya m ag n itu d sólo puede
336 A LA O B J E T IV ID A D POR L A DISTORSIÓN

determ inarse p or una operación de corrección de tir o denominada


“ corte D e d e kin d ” . Com o sabemos que y 2 es m ayor que 1 pero
m enor que 2, (1 < y/ 2 < 2), podemos d e lim ita r o u bicar su mag­
n itu d real acercándonos sim ultáneam ente a ella desde dos direc­
ciones opuestas. Se construyen dos series, una de las cuales empie/a
desde 1 y va aum entando m uy lentam ente m ientras que la otra
empieza desde 2 y va d ism inuyendo m uy lentam ente. Ambas series
convergen hacia la m a g n itu d representada p o r y / 2, pero nunca pue­
den encontrarse del todo, puesto que y 2 es u n núm ero irracional.
En algún p u n to de la m enor distancia posible entre estas dos series
convergentes se encuentra y/ 2.1
E l lu g a r del deslinde entre observador y sujeto puede también
determ inarse sólo p o r un p rocedim iento así, aunque con una dife ­
rencia im p o rta n te . H a b la n d o de un m odo fig urad o, no tenemos
que detener la serie creciente, que p a rtió de 1, inm ediatam ente
antes de que “ se pase” de y/ 2, n i la serie decreciente, que partió
de 2, inm ediatam ente antes de que “ quede co rta ” respecto de y/ 2.
En lu g a r de eso, tenemos que dejar que cada una de estas dos
series se salte la m a g n itu d y/ 2 y después localizar y / 2 en aquel
sector del co n tin u o en que las dos series se recubren parcialm ente
en la m enor extensión posible, en lug ar de situ a rlo en el espacio
(corte) que queda entre las dos. Innecesario es decir que no se
tie n e la in te n c ió n de a p lic a r esta p ro p o s ic ió n a t p ro b le m a m a te ­
m á tic o d e l irra c io n a l y/ 2, que ha cíe seguir como lo definiera
D edekind. Solamente me sirvo del corte D edekind a manera de
analogía para ilu s tr a r có m o o p in o que debería concebirse y defi­
nirse el lug ar del deslinde entre observador y sujeto porque, como
veremos, este “ deslinde” es en realidad un traslape constantemente
regenerado.
A h ora estamos preparados para dedicarnos al problem a del des­
lin d e entre observador y o bjeto en física. Según Lenzen (1937),2 los
físicos se interesaron en el problem a del lugar de deslinde entre
o bjeto y observador cuando vie ro n que los medios de observación
empleados en los experim entos de mecánica cuántica hacían pade­
cer trastornos ine lud ib les al objeto de la experim entación (véase
in fra ).

1 I l:i« «* lie iu p o que estoy convencido de que el fenóm eno psicológico des­
c rito cu la ley de W ebei •F e r (m er debería analizarse de un m odo semejante al
p ro re d in iie n lo del corte de Dedekind (Devereux, 1966a).
‘ K c tn n n m i aquí de una ve/ por todas la in calculable deuda que este ca p ítu ­
lo tiene pata con el ¡m Al ¡sis del problem a del deslinde p o r Lenzen. Sus otras
obras y mis im ivenm cioiies con él me hacen tam bién su d e udor intelectual
en otros re s |X 'C tO H .
D E S LIN D E E N T R E S U J E T O Y OBSERVADOR 337

El interés por el lugar del deslinde entre o bjeto y observador


presupone una conciencia creadora de la existencia del observador.
El observador “ base de operaciones” —no ya sim plem ente un per­
sonaje necesario pero extrínseco— hizo su p rim era apa rición s ig n i­
fic a n te cuando la teoría de la re la tiv id a d empezó a estudiar los
ienómenos en e l observador. D ejando el m argen debido para d e r­
la cuantía de sim p lific a c ió n exagerada, el astrónom o re la tivista no
estudia una estrella “ allá fuera” sino “ aquí d e n tro ” . . . en si m ism o .
Dicho de o tro modo, estudia los eventos que se dan en o d en tro
de su observatorio y que sólo se presume tu vie ro n su origen en
aquella estrella. N ew to n estudió los m ovim ientos de dos cuerpos,
M y N , en m o vim ie n to re la tivo uno respecto de o tro , como si él
hubiera estado en un cuerpo absolutamente fijo X. E instein estu­
dió los m ovim ientos de los cuerpos M y N como si él h ubiera
estado en uno de ellos. Además, m ientras estaba en el cuerpo M
no pretendía estudiar los eventos “ que pasaban a llá ” en el cuerpo
N; en lug ar de eso, estudió las repercusiones de los eventos que
tenían su origen en el cuerpo N ta l y como afectaban a sus ins­
trum entos, que tam bién estaban situados en el cuerpo M ; es decir,
estudiaba los “ eventos en sí m ism o” . Buena parte del e x tra o rd i­
n ario adelanto de la física m oderna se debe a este estudio de los
Ienómenos físicos “ en el observador” (M iln e , 1934).3
En cuanto el físico empezó a estudiar los fenómenos en el ob ­
servador y captó tam bién el significado de los trastornos que su
aparato (=: el acto de observación) produce en los experim entos
de mecánica cuántica, la determ inación del lugar de deslinde en­
tre el o bjeto y el observador se hizo de capital im p orta ncia para
la metodología.
Los físicos interesados en este problem a empleaban una psico­
logía que no excluía la consciencia (Lenzen, 1937) y p o r ello
afirm aban que el observador “ empieza” en el p u n to donde dice
"y esto percibo” . Esta penetración in tu itiv a trasform ó el p ro b le ­
ma del lug ar del deslinde en el problem a de d eterm inar el pun-
to /in s ta n te en que conviene decir “ y esto percibo” . N o siendo
todos los puntos/instantes igualm ente apropiados para ta l fin , de­
bemos tra ta r de d eterm inar exactamente qué puntos/instantes pue­
den considerarse convenientes. L o p rim e ro que se necesita tom ar
en cuenta para ta l determ inación —al menos heurísticam ente y
1 A unque sería aventurado in fe rir que estamos tratando aquí del “ espíritu
de los tiem pos” y no de una coincidencia, es d ig n o de mención el que la rein-
i inducción del físico por E instein en el e xperim ento físico y la de la persona
del terapeuta p o r Freud en la situación terapéutica coinciden en el tiem po
m u los esfuerzos de muchos científicos de la conducta p o r e x c lu ir al observa­
dor del experim ento.
338 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DlSTOKMl'-

para empezar— es el problem a de si tiene más significado habbi


de deslinde entre el objeto y el aparato o de deslinde entre el apa
ra to y el observador.
En p rin c ip io , todos estos deslindes son móviles, y se puedo \
debe m overlos de acá para a llá según la disposición experimental
y la o rien ta ción teórica. Además, el aparato mismo, empleado <l<
cierto modo, es en la práctica parte del observador, y emplead"
de o tro m odo es parte del objeto. Esto explica p o r qué el mejm
m odo de determ inarlas es u no que se parezca al corte de Dedekiml
N iels B o h r dem ostró la m edida en que la disposición experimen
ta l determ ina e l-lu g a r del deslinde analizando un experimenin
sencillo: la exploración de u n objeto por m edio de un bastoncillo
Si éste se agarra firm em ente, se convierte en p ro longación de l.i
m ano y el lug ar del deslinde estará en el “ o tro ” extrem o (el distal)
del palo. SÍ se tiene suelto preceptualm ente no es parte del ol>
servador, y p o r ende el deslinde estará en “ este” extrem o (el pm
x im a l) del palo.
A u nq u e B o hr no llevó su análisis de este e xperim ento mucho
más allá, es im p orta nte, lógica y psicológicamente, que la disc.tr
pancia entre estos dos deslindes se debe al hecho de que el ex pe
rim e n to con el bastón aferrado rin d e datos p rim o rd ia lm e n te <i
nestésicos, m ientras que el del bastón suelto rin d e principalm ente
datos táctiles. Esto tiene que ver directam ente con el problem a <lt
la observación de sí, cuyo p ro to tip o esquemático sería la explota
ción del cuerpo p ro p io con un bastoncillo. Para s im p lific a r l:e>
cosas, no tom o en cuenta la dom inancia la te ra l y considero sola
m ente lo que sucedería en el caso de un a m b id e xtro investigado!
de sí mismo.
1. La m ano A, teniendo aferrado el bastoncillo, explora la mano
B. L a m ano A recibe p rim o rd ia lm e n te in fo rm a c ió n anestésica
perteneciente a la mano B. La m ano B recibe p rim o rd ia lm e n te in
form ación tá c til perteneciente al bastoncillo.
2. La m ano A, teniendo suelto el bastoncillo, explora la mano
B. Ambas manos reciben p rim o rd ia lm e n te in fo rm a c ió n tá c til, aun
que la m ano “ activa” A recibe in fo rm a c ió n sobre todo acerca tic
la m ano B y la mano “ pasiva” B sobre todo acerca del bastoncillo
Nuevas complicaciones se presentan cuando el m iem bro así ex
plorado es el pie (sensorialmente subordinado) del observador, o
si ase el bastoncillo con un dedo del píe para e xp lo ra r su mano
A ú n más com pleja es la situación en que la mano, que tiene una
sensibilidad e p ittilic a , explora con un basto ncillo el g la n s pcn¡\,
que sólo tiene una sensibilidad p ro top á tica.4 Estas complicaciones
* Esto acaso a rro je alguna luz sobre la m asturbación, donde Ja mano sen
• > ,1 IN D E E N T R E S U J E T O V OBSERVAl>OR 339

■m ontan m ención pero no tienen p or qué ocuparnos más en este


(iMitexto.
En el ejem plo de Bohr, un basto ncillo aferrado es menos parte
d rl o bjeto que del observador. Suelto, es más parte del objeto
que del observador.
Kstos dos modos de tener el bastoncillo son paradigm áticos de
inda experim entación y observación de la ciencia de la conducta.
(lu a lq u ie r experim ento que no deja al sujeto la elección cons-
«m ite y cu alqu ier m odo de p ensar acerca de la conducta 5 en que
mi entren, al menos en p rin c ip io , las nociones de elección cons-
. KTite y de consciencia corresponden a experim entos con el bas-
...m illo aferrado. Los experim entos en que se perm ite la elección
. .insciente y el observador es lib re de pensar acerca del com porta­
m iento de su sujeto como cjue refle ja o entraña una elección cons-
i im te (“ dándose cuenta’’) (como variable interm edia) correspon­
den a un experim ento con b astoncillo suelto.
Esto significa que exactamente el mismo experim ento, con las
mismas ratas, es in te rp re ta d o p o r J. B. W atson como un e xpe ri­
mento de bastoncillo aferrado, en que el aparato es (en cierto
mudo) parte de el-observador-Watson, m ientras que interpretad o
pm E. C. T o lm a n es un experim ento de bastoncillo suelto, en que
et aparato es (en cierto m odo) parte del sujeto (objeto), sea éste
Mía u hom bre. Ésta puede ser una razón de que nunca sea posi-
l.lr hacer un “ experim ento c ru c ia l” que decida de una vez para
ictnpre, sobre una base s u sta n tiva , entre la teoría de respuesta y
1.1 teoría cognitiva. Esa decisión sólo puede tomarse lógicam ente
(i a p ítu lo i i i ). La diferencia conceptual entre experim entación de
bastoncillo aferrado y de bastoncillo suelto puede incluso e xplicar
pui qué los psicólogos de la respuesta a veces no logran d u p lic a r
tus experim entos de los psicólogos cognitivos, y viceversa. Es casi
i <>mo si las ratas de G u th rie obraran diferente que las ratas de
Colman.6 N o tenemos por qué ocuparnos ahora en saber precisa-

•Ible e p icrítica (que recibe tam bién sensaciones cinestésicas) m a n ip u la el pene,


tuya sensibilidad es protopática. Es posible tam bién que a rro je algo de lu¿
«obre la tendencia neurótica a tra ta r a la pareja sexual como una “ cosa” con
1.1 que uno no se “ fu n d e ” psicológicamente.
Sólo un m odo p a rtic u la r de pe n sa r en un fenóm eno lo vuelve dato, o sea
in lo rtn a ció n p e rtin e n te para una ciencia determ inada y concretamente, in fo r-
m.u ión p e rtin e n te para la ciencia en fu n ció n de la cual piensa uno y cuyo
i narco de referencia emplea para hacer de un fenóm eno no específico de esa
d is c ip lin a un dato o in fo rm a ció n específico de la misma. Para un ejem plo,
véase c a p ítu lo i, nota 3.
" t ’ na analogía puede ser la d iferencia entre el m odo de in te rp re ta r la misma
uníala los discípulos de un virtuo so clásico y los de uno rom ántico.
340 A LA O B J E T IV ID A D POR I.A DISTORSIÓN

mente cómo se introduce la posición teórica del observador en rl


experim ento, ya que en los capítulos anteriores hemos visto q»n
ocurre de un m odo perfectamente comprensible.
E l cam bio de lím ites del observador, postulado aquí sólo poi
razones lógicas, tiene tam bién, como ya vimos (capítulo iv ) un sip
n ifica d o psicológico. Lo refle ja n la inco rp o ra ció n de prendas (Ir
vestir y de pertenencias a la imagen del observador (capítulos xxi,
x x iv ), Ja eyección de ciertos órganos de la imagen del cuerpo (como
en la parálisis histérica) o la extroyección de los productos de la
psique en las alucinaciones, etc. Muchos psicólogos correlacion¡m
estos fenómenos con el cam bio de lím ites del Yo. Creo más ú til
ver en e l Yo un lím ite y no algo con lím ites (cap ítu lo x x iv ).
Esta correspondencia entre las distinciones lógicam ente necesa
rias y los procesos psicológicos verdaderos no es más sorprendente
que la correspondencia entre el fu ncio na m ie nto y la estructura de
un cerebro electrónico.7
Hasta ahora, he estudiado sólo el problem a de la m o v ilid a d del
deslinde desde el p un to de vista lógico y psicológico y demostrado
que es necesario a trib u ir m o v ilid a d al deslinde. El problem a a con*
siderar ahora es el de los criterios empleados para dete rm ina r dón.
de "em pieza” el observador o el objeto. Esto puede en p rin c ip io
discutirse sin m encionar el lugar exacto del deslinde sobre la línea
im a gin aria que va del objeto al observador pasando por el apa­
rato. E l m ejor p u n to de p a rtid a para este análisis es, una vez más,
un sim ple experim ento de macrofísica, analizado prim eram ente por
J. von N eum ann (19S2) y re fo rm u la d o después por Lenzen como
sigue:
“ A l desarrollar la teoría del deslinde analizo una observación
com pleta en registro físico, estim ulación y percepción. De acuerdo
con ella distingo entre deslinde físico , b io ló g ic o y p e rc e p tu a l...
C uando m ide la tem peratura, el observador ve un h ilillo de mer­
cu rio en el term óm etro, pero el objeto de la m edición es la tem­
peratura del m edio ambiente. Éste registra un efecto en el term ó­
m etro, y así el deslinde físico es entre el m edio y el termómetro.
L a luz reflejada desde el term óm etro estim ula la retina, y de
o rd in a rio uno coloca el deslinde b io lóg ico entre la luz y la retina.
E l observador percibe el term óm etro como lejos de sí, y de acuer1

1 Las especulaciones acerca de si “ entes" diferentes pueden tener una ” ló


gica” d ife re n te son metafísicas y no q u ie ro abandonarm e a ellas, sobre todo
dado que el hacer hipótesis acerca de "e llo s” y de su "ló g ic a ” es ya una opo.
ración hum ana de lógica, de m odo que, como suele suceder en metafísica, el ra
zonam iento es vicioso.
I ll S I.tN D K E N T R E S U J E T O Y OBSERVAD OR 341

do con ello, el deslinde perceptual se ubica entre el term óm etro


) la luz con que se lo ve.”
Es esencialmente este experim ento el que me propongo reanali-
/ar, am p lia nd o algo los puntos de vista de Lenzen y proponien­
do criterios adicionales para d eterm inar el lug ar del deslinde.
Lo que el observador n o percibe directam ente es el calor o la
lem peratura del agua, aunque eso es lo que trata de estudiar.
Tam bién parecería n a tu ra l ubicar el deslinde b iológico en la
superficie externa del globo ocular. Pero Lenzen lo puso en la re­
lina, d en tro del cuerpo; esta sign ificativa especificación subyace a
lodo el resto de m i discusión.
La observación básica es que podemos seguir el camino de la
luz desde la superficie externa del globo ocular, por la lente, sólo
hasta la retina. En el m om ento en que la luz incide en la retina,
no podem os seguirla p o r los m ism os m edios (ó p tic o s ), puesto
que en ese preciso p u n to /in s ta n te el rayo de luz cesa de existir
io n io tal. L o que sucede a p a rtir de entonces ya no es un fenó­
meno ó ptico sino neurológico y electroquím ico. T o d o cuanto puede
uno estudiar ahora es la propagación, no de la luz sino del im-
fuicto que la luz causa en la retina.
Vistos desde fuera son válidos los tres deslindes de Lenzen: el
llsico, el bio lóg ico y el psicológico. Pero dentro del universo de
discurso escogido —y correctam ente escogido— por Lenzen, el des­
linde b io lóg ico no hace al caso, puesto que él m ism o insiste en
que el deslinde lógicam ente pertinente es e l psicológico, o sea el
punto en que uno dice “ y esto percibo” . D eterm ina este p u n to /
instante la manera en que el observador opera y piensa acerca de
W. Si es un m acrobiólogo sin m alicia, ta l vez ubique el p un to/in s-
litnie de “ y esto percibo” en la superficie del globo ocular.
Si es un optóm etra o un estudioso de la óptica física, tal vez lo
ubique en la retina, donde el rayo de luz deja de e x is tir como tal.
Si es un electroquím ico o un neui oftalm ólogo, puede buscar los
electos del im pacto de la luz en la retina por el nervio óptico y
hasta el cerebro, aunque ya no p or medios ópticos sino electroquí­
micos y neurológicos.
Pero llega un m om ento en que esta búsqueda tampoco va “ a
ninguna p arte ” . Es el p u n to en que los experim entos y expedien­
tes electroquím icos y neurológicos ya no pueden seguir el im pulso
llo v io s o , porque lo que ocurre más allá de ese p u n to /in s ta n te ya
Un es un fenómeno electroquím ico n i neurológico, sino psicológico.
Esta m od ifica ción de la situación ya o cu rrió dos veces antes. La
observación de “ calor” —d e fin id a aquí como la velocidad de las
moléculas— fue remplazada p o r la observación de la luz reflejada
342 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DISTOWUÚ

desde el extrem o de la colum na de m ercurio del term óm etro, qu<


se había expandido porque el agua le había tra s m itid o algo de su
calor. Fue en este p u n to donde empezamos a estudiar la luz, drl
m ism o m odo que en la re tin a dejamos de estudiar la luz y empr
zamos a estudiar la propagación electroquím ica de los impulsos
nerviosios. En cada uno de estos casos, cambiamos de marco <(«■
referencia y de técnica e xpe rim en tal en el preciso p u n to /in s ta n ir
en que ya no podemos seguir observando lo que ocurre por medio
de los métodos empleados anteriorm ente y no podríam os expli
cario de acuerdo con el m arco de referencia a nte rio r. Precisamente
lo m ism o sucede cuando se agotan los medios electroquím icos de
seguir los acontecim ientos y p or ende tam bién las explicaciones
electroquímicas.
L o que im p o rta es que las explicaciones electroquím icas no se
acaban porque no sepamos suficiente electroquím ica sino porque
los fenómenos dejan de ser de índole electroquím ica, del mismo
m odo que dejaron de ser térm icos en el extrem o de la columna
de m ercurio u ópticos en la retina.
Los diversos deslindes son así “ inherentes” , en el sentido de que
la disposición e xperim ental nos obliga a pasar del estudio de la
propagación del calor al de la propagación de la luz, y después
al de la propagación electroquím ica de los im pulsos neurales. En
o tro sentido, los deslindes son una fu n c ió n del conocim iento real
o pretendido. E l "co no cim ie nto p re te n d id o ” com prende aquí tam ­
bién lo que uno podría saber el día en que se entienda cabalmente
la electroquím ica de la propagación de los impulsos.
En suma, el deslinde psicológico —el p u n to /in s ta n te en que uno
dice “ y esto percibo” — es aquel en que cesan el conocim iento y
las explicaciones reales o pretendidos. El conductista clásico se
queda sin explicaciones cuando te rm ina n sus unidades comporta-
mentales. .. a llí donde las inicrorrespuestas se convierten en mate­
ria de experiencia. El sobrenaturalista se queda sin explicaciones
cuando la m ateria de la psicología se convierte en la m ateria del
“ alm a” . El m ayor pecado lógico de los platónicos es que p rá c ti­
camente nunca se les agotan las “ explicaciones” .
Pero este p u n to /in s ta n te tam bién puede definirse por una con­
vención. U n o puede re n un ciar legítim am ente a buscar los fenó­
menos más allá de cierto p un to. U n o puede pretender, de acuerdo
con su p ro p io marco de referencia, que su conocim iento cesa en el
p u n to que no desea sobrepasar. Estofes legítim o. L o que no lo es,
es pasar por a lto los deslizamientos al pasar del estudio de la té r­
m ica al de los fenómenos ópticos, o de éstos a los electroquím icos.
Y menos leg ítim o aún es declarar (hipotéticam ente) in fin ito el
> .! E N TR E S U JE TO Y O BSERVAD O R 343

.m liiio abarcado p o r nuestro tip o p a rtic u la r de conocim iento. Con-


■ l ímente, el e lectroquím ico no puede decir que en algún m o­
ni. n i o fu tu ro el p u n to /in s ta n te en que uno dice “ y esto percibo”
i o á d e n tro del ám b ito de su tip o p a rtic u la r de e nte n d im ie n to
i. lugar de ser su lím ite .
i cónicamente, la ubicación del “ y esto percibo” es aquel lugar
ii donde empieza la “ caja negra” del “ p e rife ra lista ” . Es el p u n to
... «•. a llá del cual no tiene conocim iento o bien se niega (le gítim a ­
mente) a tenerlo. Para el refin ad o psicólogo guth rie an o, la caja
negra empieza a llí donde te rm in a el co m portam iento observable
t empiezan las variables interm edias. Para el refin ad o fre u d ia n o o
inlm aniano, empieza a llí donde te rm in a el estím ulo y empiezan
liis construcciones hipotéticas, como el mapa co g n itiv o o las ins­
umí ias psíquicas (E llo, Yo, Superyó, Id ea l del Yo). Cada quien,
liu luso el psicólogo más “ centralista” , tiene en algún lugar una
M ja negra que contiene (y esconde) algo o todo de esto: lo que
uno no sabe n i puede saber con su d iscip lin a o sus conocim ientos,
lo que p o r razones de m étodo se niega a saber ( = a tom ar en
i lienta) y lo que uno presenta (esperanzado) como explicación
(variables interm edias, construcciones hipotéticas, etc.) de lo que
uno sabe y conviene en to m a rlo en cuenta.
Estas consideraciones pueden vincularse inm ediatam ente con el
problema de las observaciones “ en el observador” . L o que este ex­
perim ento no nos perm ite decir es que uno observa la tem peratura
del agua o, más exactamente, su calor. Y así, no sólo el term óm e­
tro, sino tam bién el globo ocular, la retina, el nervio óptico, etc.
pueden, para ciertos fines, ser llam ados “ aparato” . Por eso el p ro ­
blema es p rim o rd ia lm e n te el de si este aparato es un bastoncillo
.iferrado o uno s u e lto ... quizá con algunas gradaciones interm e ­
dias. Si está aferrado con m ucha rigidez, el observador empieza en
la superficie del term óm etro, o cuando menos en el p u n to donde
se refleja la luz en la pun ta de la colum na de m ercurio; y si está
muy suelto, empieza a llí donde la electroquím ica se queda sin ex­
plicaciones.
I odos los experim entos de la ciencia de la conducta son de bas­
to n c illo aferrado o de bastoncillo suelto, y nuestras teorías deter­
m inan la manera de sostenerlo, que a su vez in flu y e radicalm ente
n i ellas. Los experim entos de b astoncillo aferrado suelen dar in ­
hum ación del género que W illia m James llam a de “ conocim iento
acerca de” , los de bastoncillo suelto dan in fo rm a c ió n del tip o “ fa­
m ilia rid a d con” . G u th rie en psicología y W h ite en antropología
son científicos de bastoncillo aferrado. Freud T o lm a n , L in to n ,
Mead, Lévi-Strauss y La Barre son científicos de bastoncillo suelto.
344 A LA O B J E T IV ID A D P CR LA DISTO RS [Ó

Antes de poder d is c u tir las consecuencias de ubicar el deslind


a llí donde uno se queda sin explicaciones electroquím icas, hay qut
analizar el im pacto del experim ento y la observación en el objen
o el sujeto. Una vez más, conviene empezar con un ejem plo tk
física.
En los experim entos de macrofísica, el examen de un objeto t
la experim entación con el m ism o no destruyen necesariamente 1
que uno exam ina o aquello con lo que experim enta. E l que pese
mos u n trozo de h ie rro no im p id e que retenga su peso y volumen.
En ciertos experim entos de mecánica cuántica la situación es ra
dicalm ente diferente.
Si “ exam inam os” un electrón, por ejem plo p o r m edio de un
m icroscopio de rayos gamma, para d e te rm ina r su posición, la ins
pección en sí no “ fuerza” al electrón a te n e r una posición deter
m in ab le pero hace im p o s ib le d ete rm ina r s im u ltá n e a m e n te y cor
ig u a l precisión su m om ento. La d eterm inación de su posició
con una precisión de Ax causa una in ce rtid u m b re de S vT de su
velocidad, que es cuando menos igu al a h j M .8 En este nive l d
experim entación, el error nunca puede ser m enor que h. En suma,
cu alqu ier interacción (experim ental) que pueda p e rtu rb a r el m un
do e xte rio r (o sea el observador y /o su aparato) p o r m edio d
una señal (capaz de ser observada y registrada) tam bién reacciona
sobre el sistema mismo.
Esta observación llevó a Heisenberg al concepto de “ relación
de in d e te rm in a ció n ” .9 C on vertid o en p rin c ip io m etodológico se
llam a “ p rin c ip io de exclusión o com plem entariedad (de B o h r)” y
no es la fo rm u la ció n de una d ific u lta d puram ente técnica sino
una propiedad inherente de la m ateria (B ohr, 1937).
Y así uno no puede llegar d e n tro del electrón —n i siquiera has­
ta él— sin crear una situación que d ifie ra radicalm ente de la que
queremos investigar, puesto que, como destaca Heisenberg, la in ­
d e te rm in a c ió n está en la s u p e rfic ie d e l e le ctró n . En los fenómenos
de este tip o , el lug ar donde se ubica la perturb ación es por éso
tam bién el lu g a r de un deslinde, de m odo que el lím ite e xterior
de un o bjeto no es un dato a pr io r i sino el resultado de la “ ins­
pección” , .. ya sea ésta un e xperim ento o una e xplicación (Deve-

h M es la masa, h es la constan le de Planck que representa el cuanto más


pee)ucrio posible <le energía. 1.a ecuación básica es: AxAív, Sr h / M .
" Algunos rie n t (tiros sostienen que este p rin c ip io entraba la acausalidad de
los procesos cuánticos. Kinslein y B ertra n d Russell no están de acuerdo con
esta o p in ió n . El ú ltim o , en p a rtic u la r, destaca que es la p a la b ra “ in d e te rm i­
nación” la que indicaba que esos procesos eran acausales, aunque pertenece
sólo a una im precisión in e vita b le de la m edición (Russell, 1927).
W S I.lN U E EN TR E SU JETO V O BSERVAD O R 345

re ti x 1960b). C u a lq u ie r p ertu rb a ció n de este tip o es tam bién un


deslinde, y cu alqu ier deslinde es asimismo el lug ar donde se ubica
cu alqu ier género de perturbación.
A ú n más im p o rta n te es el hecho de que cuanto más ahonda uno
en ciertos objetos, más se atenúa el fenómeno que uno quería es­
tu dia r, hasta que acaba p or desaparecer, de acuerdo con el p rin c i­
pio de exclusión de Bohr. Por eso un lím ite cuando menos está
siempre en el extrem o distal del sondeo (p ro b e ), sea éste m ate ria l
o conceptual.
£1 p u n to de apoyo de m i argum entación es que los consecuen­
cias teóricas son las m ism as, ya sea e l sondeo m a te ria l o c o n c e p tu a l,
porque:
1. E l fenóm eno está siempre en el extrem o d istal del sondeo
m aterial o conceptual, inm ediatam ente después del tip o de e x p li­
cación que estemos em pleando precisam ente entonces (Devereux,
1960b).
2. E l fenóm eno estudiado desaparece, de acuerdo con el p rin c i­
p io de exclusión de B ohr, si la experim entación o la explicación
se llevan demasiado lejos. E n tre paréntesis, ésta podría ser otra
tazón para que Meyerson estuviera en lo ju sto cuando insistía en
que la explicación (reducción) com pleta de un fenómeno im p lica
lógicam ente la negación de su existencia.
B ohr (1934) y Jordan (1932, 1935, 1936, 1947) veían que uno po­
día acabar (a b to te n ) con una rata si la sometía a un sondeo m a­
terial demasiado p ro fu n d o de su com portam iento. A esto añadiría
yo que puede hacerse eso tam bién construyendo un m odelo concep­
tual de la rata que reduzca su co m p orta m ie nto a procesos in f in i­
tesimalm ente pequeños que, si pudiéram os investigarlos experim en­
talm ente, acabarían con la rata (Devereux, 1960b). Es esto algo que
los neuroelectroquím icos probablem ente saben de modo in tu itiv o ,
pero que algunos psicólogos conductistas clásicos prefieren ign o ­
rar. La construcción de un sistema g uth rie a n o por neuroelet tro-
quím icos es inconcebible, porque sabrían que eso sería poro más
<(ue un parloteo lisicalista.
En todos estos casos se lleva demasiado lejos un tip o de sondeo.
Nada de eso sucede cuando en el m om ento de producirse la per­
tu rb ació n que crea un deslinde uno pasa a alguna otra e xplica­
tio n o recurre a o tro m étodo de sondeo.10
1. U n e x p e rim e n to de ciencia de la c o n d u c ta empieza en el m o­
m ento en que se perm ite al sujeto decir —en el m om ento en que

¡" En el e xperim ento de inedición del calor uno pasa del sondeo térm ico al
ó p tico y de a llí ul electroquím ico.
346 A LA O B J E T IV ID A D POR LA IM S T ol ' i.

uno está dispuesto a o ír al sujeto decir— pertinentem ente “ y < i


p ercib o ” .
2. E l c ie n tífic o de la co n d u c ta empieza donde dice "y esto j •• •
cib o ” . E ntre estos dos puntos/instantes está (en cierto modo) .
“ aparato” m ate ria l y /o conceptual. Estos dos lím ites de la ron
ciencia pueden m anipularse librem ente para que se acomoden
nuestros objetivos y nuestro marco de referencia. Buena parte d«
la soberbia lab or expe rim en tal realizada p o r los guthrieanos |>u
d ría a d q u irir una significancia psicológica genuina si a cu alqu in i
se le p e rm itie ra exclam ar en algún p u n to de la línea: “ Y esto pu
cibe la rata .” 11
En la ciencia de la conducta de n in g ú n aparato se puede pen .w
que responda de un m odo d eterm inado por la naturaleza del l<
nóm eno estudiado; el “ aparato” —así d e fin id o — es lo que prodm*
los fenómenos estudiados. De ahí que c u a lq u ie r psicologizacim.
que trate de e xc lu ir la experiencia, ya sea haciendo del sujeto um
“ p reparación” (caso 369), ya sea e lim in a n d o la conciencia de m»
explicaciones y sus construcciones teóricas, corresponde a una A l­
lo ttin g que e lim in a lo que pretendía estudiar (Devereux, 19601.i
El estudio real o fic tic io de una “ preparación” rin d e inform â t ion
tan sólo acerca de las “ preparaciones” , no de las ratas ni de l.i
personas.
Antes de seguir adelante es necesario esbozar la teoría de la es
perim entación con seres vivos de B o hr y Jordan, que pone r<
estudio d entro del campo de una “ relación de indeterm inación
(reform ulada biológicam ente) o un “ p rin c ip io de com plem entarir
d ad ” . B o h r y Jordan dem ostraron term inantem ente que si uno da
ta de d e te rm ina r cabalm ente las funciones de la vida, tiene qm
ahondar tanto en el organism o y p e rtu rb a r tan radicalm ente su
estado esencial cjue acaba p or a n u la r o s u p rim ir el fenómeno min
m o que trataba de estudiar: la vida. Es decir, se acaba con el o r­
ganismo. Y entontes uno hace exactamente lo m ism o que cuando
observa ( = in te rfie re con) un electrón. Este descubrim iento fue*
fo rm u la d o en el llam ado A b fó tu n g s p rin z ip o p rin c ip io de destruí*
ción, que D onnan (1936-37) llam a el “ p rin c ip io de exclusión de
B o h r” .
Puesto que en com paración con los electrones hasta los virus son
gigantes, B o hr postulaba que el organism o a m p lific a los procesos
del tip o estudiado en la mecánica cuántica. In dica , por ejemplo,
que aun unos pocos q u a n ta de luz estim ulan el n e rvio óptico y poi
11 Los físicos antiguos, iju e creían erradam ente en la teoría del ilogistu,
acum ularon muchos conocim ientos válidos acerca del calor. Lo único que ne
cesitaban sus descubrim ientos era una refo rm u la ció n en otros térm inos.
>1 IN D I. I N I K E S U JE T O Y O BSERVAD O R 347

¡In pueden in d u c ir un m acrocom portam iento, aunque esto es una


me pequeñísim a del problem a global de la a m p lifica ción .
I'it cierto m odo, podría decirse que u n tip o de deslinde entre
¡nn vad or y sujeto en la ciencia del co m p orta m ie nto se ubica en
1 punto donde el examen (o el experim ento) provoca un compor-
•micnto que representa una a m p lifica ció n de los microprocesos
i nr quedan d e n tro del campo del p rin c ip io de exclusión de Bohr.
1h ia los fines de nuestra d isquisición im p o rta poco el que lo am-
¡ Mu ado sea verdaderam ente a-causal en el sentido de B ohr o cau-
il n i el de E in stein y Russell, con ta l que se conceda que la ins-
• m ión produce fenómenos de un m odo sujeto al p rin c ip io de
iili in m in a c ió n , o sea diferente del que uno busca observar,
l uda observación o e xperim entación de la ciencia de la con-
>> ii«t:i es de este tip o (ca p ítu lo x x n i).
Verdad es, naturalm ente, que según B o hr y Jo rd an esta situación
»• o b lite ra en los grupos, del m ism o m odo que se o b lite ra (in te r-
•nnipensadoramente) en el estudio de los procesos macrofísicos am-
iilítit ados, en que —debido a la m a g n itu d de M — h / M es peque-
dUimo.
Yo aceptaba antes casi p o r com pleto esta conclusión adicional,
l«rn> ahora no estoy seguro de aceptarla.12 M uchos de los casos ci-
Mdos en este lib ro in d ica n que un acto de inspección verdadera-
u irnie m ín im o en teoría (tra b a jo de campo, experim ento, terapia
llr grupo) puede no sólo tener consecuencias desproporcionada­
mente grandes sino tam bién, de m odo m uy específico, p ro d u c ir
fu lómenos nuevos, que representen una alteración del estado (pie
Hilo deseaba estudiar.
Esto es más fácil de a d v e rtir en grupos pequeños, pero tam bién
p u n ie observarse en los grandes: a veces, una interven ción teórica­
mente m ín im a pero sumamente específica puede p ro d u c ir grandes
1*1n los (ca p ítu lo x x i), porque el g ru p o a m p lific a aún más lo que
I’U el in ic ia d o r es ya una a m p lifica ció n de los m icrofenóm enos.
Hilos pocos y ligeros q u a n ta bastan para hacer que u n hom bre g ri-
!«■ ''¡F u eg o !” y ocasione una espantada (Devereux, 1966a).
Por eso me in c lin o a d u d ar de que B o hr y Jordan tengan razón
n i postular la o b lite ra ció n to ta l de la com plem entariedad en el
plano social. Parecería que no puede ser ignorado, p o r e jem plo
" K xam inc —sin abarcar toda la im p orta n cia de este p u n to — la p o sib ilid a d
di i(iic la “ obediencia a la ley” p o r parte del ciudadano puede in te rp re tarse
n i fu n ció n de u n m odelo teórico de sociedad donde puede considerarse que el
■’policía D onovan” —que representa “ la ley” — no tiene posición “ d e fin id a ” y
que está, como d iría D irac, “ d is trib u id o a lo largo de una lín e a " y por lo
Im ito im p on e la obediencia a la ley a todo lo largo de esa línea, precisamente
put lo “ in d e te rm in a d o ” de su posición en el tie m p o l (Devereux, 1940a).
348 A LA O B J E T IV ID A D i'O k I.A U I-.IH M

en el análisis de los efectos que el trab ajo de campo prod n u ­


la trib u estudiada, sobre todo dado que la sociedad es, lét un .uni­
te, un “ cam po” estructurado y tiene sistemas propios pata auijil
fica r estímulos inherentem ente pequeños (Devereux, 19H*i< >,
V o lvie n do al problem a de la inspección de un solo organinm
debería ser ahora evidente que cuando “ m edim os” un oigamuiH
no medimos sim plem ente su reacción al im pacto del estím ulo ipi>
se quería m e d ir inicialm en te , sino tam bién su reacción al imp,un
de la misma operación de m edir.
Esto nos hace preguntarnos si al o b lig a r a unas ratas ciegas i
co rrer por un la b e rin to obtenemos ante todo inform a ción a u n •
de “ la ra ta ” o, concretamente, de ese ser m uy diferente que es hii<
rata ciega. C uando uno condiciona monos paralizados experim rn
talm ente, el experim ento quizá dé sólo in fo rm a ció n acerca de l.i
potencialidades de los organismos paralizados y casi nada am« -■
de los no paralizados. Sabemos tam bién que uno puede in d m n
una regresión h ip n ó tica tan grande que pueda obtenerse un r r lli
jo de B abinski aun en un a d u lto norm al, aunque ese refle jo tl<
costumbre sólo se da en los niños de brazos y en algunas enferme
tlades de los nervios.13 Por eso no podemos estar seguros de q u e
esos estudios pro po rcio ne n in fo rm a c ió n acerca del “ com portaniien
to v iv o ” (ca p ítu lo xx).
A u nque tenemos ya muchos ejemplos al respecto, deseo cilai
o tro más, porque es precisamente el que lla m ó m i atención hacia
este problem a por prim era vez.
Caso 424: Hace unos cuantos años vi una película en que se
mostraba la conducta co pulatoria de los monos. Para que la film a ­
ció n del co m portam iento co ita l fuera posible siempre que convi­
niera, todas las hembras habían sido castradas y cuando había que
film a rla s se les producía un estro a rtific ia l con inyecciones de es-
trógeno. Para m í, el dato más notable de aquella película era el
desapego casi catatónico, sobre todo de las monas, cuyo com porta­
m ie nto en la cópula era radicalm ente diferente del que se observa
en los zoológicos m odernos o en la selva. Sus posturas y expresio­
nes faciales se asemejaban de hecho a las que se ven en las monas
“ criadas" por una "m a d re ” de felpa (H a rlo w , 1962). C uando apun-

F.l doctor <¡ai wood pregunta atinadam ente qu é es lo que estudiamos cuan­
d o ii lies lio sujeto a d u lto norm al h ip n o tizad o presenta el signo de Babinski.
Yo supongo que estudiamos una "p re p a ra c ió n " sut ge neris (ya d e fin id a en
o tra p i u l e ) cuyo co m p o rta m ie n to a rro ja luz ante todo sobre sí misma y sólo
indirectam ente co n trib u ye —si acaso— a nuestro conocim iento de los bebés \
a d u ltos normales o d e las enfin inedades ncm ológicas en que el signo de Ba­
binski es uno ilc los síntomas.
| i l -i IN 1* 1; E N T R E S U J E T O V OBSERVAD OR 34í>

i • lo a un investigador p s iq u iá tric o de o tro la b o ra to rio co nvino


in que aquella película no le decía nada acerca de la conducta
.....d n a tu ra l de los monos. C itaré sólo u no de los factores o lv i-
. I . . 1. 1S por quienes hicie ro n la película, porque enum erarlos todos

• . asi im posible. Salvo cuando se les adm inistraba estrógeno, las


Humas se hallab an en un estado de m enopausia provocada q u irú r-
j|h ámente, con todo cuanto acarrea fisiológicam ente (cambios me-
I abúlicos) y psicológicamente. Los estrógenos inyectados las sacaban
u saltos periódicos de ese estado; en cuanto habían sido m etaboli-
/udos los estrógenos, vo lvían de un salto a su estado asexual. Así
Hi» había c o n tin u id a d real (Devereux, 1966b) entre el h a b itu a l
m iado menopáusico y la fase sexual ocasional. Por eso se tienen
que haber sentido tan desorientadas como parece haberse sentido
el Odiseo de H om ero cuando Palas Atenea lo sometió a una serie
ile súbitas m e ta m o rfo s is ... lo que demuestra solamente que los
científicos de la conducta tienen todavía m ucho que aprender de
los poetas, así como de la d istin ció n que hace H u g h lin g s Jackson
(1931-32) entre los síntomas resultantes de la d is o lu c ió n de las fu n ­
ciones superiores y los de la lib e ra c ió n de las inferiores.
V o lvie n do al problem a del deslinde, es posible sostener que el
deslinde científicam ente más relevante está situado en el p u n to
donde se produce una p erturbación, a trib u ib le al p rin c ip io de com-
plcm entariedad. En muchos casos, este p u n to está ubicado —al me­
nos para el observador exento de pre ju icios de la situación expe-
i ¡mental g lo b a l — m uy “ adentro’ ’ del observador o experim entador.
KI p u n to /in s ta n te en que el observador exclama "y esto percibo”
bien podría ser tam bién el p u n to donde prevalece una situai ón
referible al p rin c ip io de com plem entariedad.
Se ha dicho que el “ yo” está entre a rrib a y abajo, a la derecha
y a la izquierda, delante y detrás. La misma o p in ió n expresaba
en form a dram áticam ente conmovedora un esquizofrénico am bula­
to rio en rem isión to ta l, que pagaba aquella rem isión bajando el
nivel de sus aspiraciones. “ Antes me parecía que era yo un chi-
charito, que me traqueteaban de acá para allá por el cogote. A h í
es donde empecé y o ."
En gran m edida puede discutirse esta cuestión en fu n ció n del
nivel de la psique que el observador tra ta como su “ avanzadilla”
más extrem a. Es el n ive l en que, cuando le llega un estím ulo ex­
te rio r, exclama; “ y esto percib o ” . Este tip o de conducta es de im ­
portancia decisiva para entender diversas formas de psicoterapia,
consideradas aquí experim entos (ca p ítu lo x x m ).
El ú ltim o problem a a exam inar es el que plantea un análisis
u lte rio r del experim ento con el bastoncillo. Es evidente que el
350 A LA O H J E T 1 V ID A U POR I.A lim n »

basto ncillo suelto rin d e datos táctiles y el aferrado cinrstM lt


Pero hay tam bién al menos o tro dato a considerar: la peiieju
del m o vim ie n to de nuestra m ano explorando, aun en los taso»
que la “ e xp lo ra ció n ” es sólo una operación m ental. Los dalo»
lativos a este proceso no deben confundirse con lo que se llamii
“ la adquisició n de conocim iento” , que pertenece a otra d is tip li
y no a la que in sp iró el experim ento. En algunos respectos, la |
cepción por el observador del m o v im ie n to de su m ano (o m n il
al e xp lo ra r es probablem ente tam bién un dato lógicam ente con
pónchente a la p e rtu rb a ció n que causa la inspección en los <x|
rim entos con electrones u organismos. Es u n fenóm eno nuevo, pt
d u cid o por el experim ento, que se considera aquí como un iq
de com portam iento.
Este descubrim iento nos llevó al problem a de la naturaleza <
los datos de la ciencia de la conducta, que veremos en el capital
siguiente.
• mi ru l o xxiu

I I D R ÍA D E L D E S L IN D E Y N A T U R A L E Z A
Ml LOS D A T O S DE L A C IE N C IA D E L C O M P O R T A M IE N T O

I .1 i nu maleza de una ciencia se define cabalm ente p or su aprove-


ili.im ie n to de aquellos aspectos de los fenómenos que otras cien-
i tas no aprovechan. En un grupo de ciencias consagradas esencial­
mente a los mismos fenómenos, la d iscip lin a que estudia con m ayor
dedicación un aspecto de los fenómenos que las ciencias afines es­
tudian sólo incid en talm en te —y que las no afines no tocan para
nada— será paradigm ática. S ólo en este sentido lim ita d o es el
psicoanálisis la más característica de todas las ciencias del com por­
tam iento, lo que no quiere decir que sea la m ejor o la más ade­
lantada. En realidad, precisamente p o r ser paradigm ática de las
«illas ciencias del co m p orta m ie nto es tam bién necesariamente en
algunos respectos la menos adelantada y ta l vez hasta ahora la que
menos aportaciones sustanciales ha hecho a las conquistas perm a­
nentes de la ciencia del com portam iento.
El concepto de conducta de W atson o el concepto del área de
c u ltu ra de Kroeber ta l vez sobrevivan a conceptos freudianos como
el del Yo y el Inconsciente, del m ism o m odo que el la b e rin to del
psicólogo ta l vez sobreviva al sofá del psicoanalista. N o obstante,
la epistem ología y m etodología de un W atson o un Kroeber no
pueden e xp lica r los datos y teorías de Freud, m ientras que la epis­
temología y m etodología psicoanalíticas pueden e xp lic a r los datos
y teorías de W atson y Kroeber; el sofá p sicoanaltuo puede dar ob­
servables equivalentes al com p orta m ie nto de reco rrido de un la­
b erin to , m ientras que el la b e rin to no puede p ro d u c ir fenómenos
psicoanalíticos de a m p litu d suficiente 1 para que sean accesibles a
la observación.
Freud insistía ya en que el psicoanálisis era ante todo una teo­
ría y un m étodo de investigación psicológicos y sólo secundaria­
m ente un p rocedim iento terapéutico. Si damos un paso más allá
en la dirección señalada p o r F reud podemos p ostu lar que el psico­
análisis es ante todo y sobre todo una epistemología y una m eto­
dología. Es ésta su p rin c ip a l c o n trib u c ió n a la ciencia y casi la

1 O de cu a lq u ie r a m p litu d , según el profesor La Barre.


[351]
& »ü A LA O B J E T IV ID A D POR LA D IS TO R SIÓ N

única base que tiene para pretender que sea paradigm ático de las
demás ciencias de la conducta.
Por desgracia, es precisamente la epistemología el aspecto me­
nos estudiado del psicoanálisis, sobre todo debido a la m o n o p o li­
zación casi to ta l del psicoanálisis p o r los estudiosos de las ciencias
aplicadas (Devereux, 1952a). Además, lo que atacaban sus oponen­
tes no era su epistemología y su lógica, (relativam ente e m briona­
rias todavía), sino sus datos y teorías sustantivos; esto hizo a los
psicoanalistas defender y perfeccionar los ú ltim o s y descuidar las
prim eras.2 Pero la causa decisiva de este descuido es que la mayo­
ría de los interesados en las bases lógicas del psicoanálisis eran
más metafísicos que lógicos y más form alistas que construccionistas.
Por consiguiente, su p u n to de p artida era: “ H ay un X " y no:
“ Puedo co n stru ir una instancia X con los siguientes m e d io s .. . ”
U n o de los pocos construccionistas auténticos fue Freud, cuya ac­
titu d cien tífica básica desdeñaban algunos de sus discípulos te ñ i­
dos de metafísica, como un ingenuo racionalism o decim onónico.
En co n ju n to , los teóricos del psicoanálisis tendían a tra ta rlo
como a un sistema postulacional o h ip o té tic o deductivo —cosa que
tal vez llegue a ser, pero que actualm ente con seguridad no es—
y p or e llo dedicaban la m ayor parte de sus energías a una explo­
ración prem atura de todas las im plicaciones teóricam ente posibles
de lo que todavía no es un esquema conceptual.3 A veces se hace
esto sin considerar si una com binación teóricam ente posible de
conceptos tiene o podría tener su equivalente en la realidad. Por
eso nos encontramos a veces con trabajos teóricos —y aun clínicos—
que parecen un b a lle t p la tó n ico de abstracciones, o bien una com­
bin ació n de figuras de ajedrez (conceptos, fichas conceptuales) rea­
lizada sin tom ar en cuenta para nada el hecho de que n in g ú n ju e ­
go puede cond ucir a semejante disposición de las piezas en el
tablero. Esta exploración de todas las im plicaciones posibles de un
esquema podrá ser legítim a en matemáticas, donde siendo lenguaje
se les puede hacer “ d ecir” cu a lq u ie r cosa gram aticalm ente; pero
no es legítim a en toda ciencia que profese ser descripción de la
realidad. En estas ciencias, toda im p lica ció n teóricam ente posible
del sistema conceptual básico que no tenga equivalente en la rea­
lida d demuestra que el sistema es defectuoso o p o r lo menos in ­
com pleto.4
a Todos los gru jios coligados están más ansiosos p or salvar sus dioses lares (pie
las necesidades básicas de la vida.
:l Un esquema conceptual es una serie de conceptos ligados entre sí p or m edio
de una serie de postulados, cusas im plicaciones pueden presentarse en form a
de teoremas.
4 Si A y It juegan al ajedrez «le acuerdo con una serie incom pleta de re-
DFSI.rNUF. V DATOS UK L A C IK N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 35 3

Precisamente por no ser todavía la teoría psicoanalítica un sis­


tema conceptual com pleto hay tendencia a tratar sus conceptos
como realidades, aunque el m ism o Freud los llamara “ nuestra m i­
tología” . A pesar de esta advertencia, cada día son más los in te n ­
tos de u bicar el Yo en el prosencéfalo, el E llo en el tálam o. . . más
o menos. Algunos psicoanalistas no parecen comprender que uno
se sirve de conceptos como Yo, preconsciente y otros semejantes,
no porque denoten re a lid a d e s de m odo demostrable, sino porque
son los mejores —y casi los únicos— instrumentos con que conta­
mos por ahora.5 Si algún día todos y cada uno de estos conceptos
pudieran remplazarsc por instrum entos mejores, la ciencia que em­
pleara esos nuevos instrum entos seguiría siendo el psicoanálisis,
con ta l de que siguiera aplicando la epistemología psicoanalítica.
En cambio aquellos que en ese tie m p o siguieran apegados a los
conceptos freudianos pero abandonaran su epistemología básica
—como se hace ahora cada vez más— renunciarían a lo esencial del
psicoanálisis.
La posición actual del psicoanálisis como ciencia bien pudiera
asemejarse a la de los milesios, cuyas aportaciones imperecederas
a la ciencia fueron no sus conceptos sino su forma de em plear­
los. . . o sea su epistemología y su metodología básica. El hecho
de que en una obra quizá in titu la d a D e la naturaleza, A naxim an-
d ro analizara (quizá) la realidad en térm inos de caliente, frío ,
húm edo y seco no ofrece interés para la ciencia contemporánea.
Lo im p o rta n te es que A n a xim a n d ro considerara la naturaleza ana­
lizable, que previera el concepto de las variables analíticas y se
sirviera de conceptos d efinibles operacionalm ente, aun cuando los
que él empleara fueran científicam ente insatisfactorios.
Para los fines de nuestra disquisición, dedicada exclusivam ente
a los datos, im p o rta poco que los conceptos del psicoanálisis sean
acertados o errados. L o que im p o rta es que la epistemología psi­
coanalítica llevara a descubrir los más extraordinarios de lodos los
fenómenos de la conducta: los que según la term inología actual
se consideran manifestaciones del in co n scie n te ... y es sobre todo
por esta razón por la que el psicoanálisis podría convertirse en la
base lógica de toda investigación del com portam iento.

glas, un peón blanco puede acabar en la casilla ocupada prim ero por el rey
b la n c o ... lo que no puede suceder en un juego verdadero, puesto que los
peones sólo pueden moverse hacia adelante. (En esta analogía trato a rb itra ­
riam ente el ajedrez, no como un “ lenguaje” sino como un fenómeno natural.)
s En un tiem po en que yo era c o n tra rio al psicoanálisis, solía decir que todos
los nombres (conceptos) de Freud eran erróneos y todos sus verbos (mecanis­
mos) acertados.
354 A LA O B J E T IV ID A D P L R I.A DISTO RSIÓ N

A u nq u e yo soy de los llam ados íreudianos clásicos,6 me pro po n ­


go presentar aquí un análisis de la epistemología piscoanalítica to­
talm ente independiente de la validez —o no validez— de los con­
ceptos y teorías psicoanalíticos. Concretamente in te n to d e fin ir los
datos psiconalíticos tan sólo en función de las operaciones que los
hacen accesibles a la observación, ilu m in a n d o así tam bién las ca­
racterísticas más d istin tivas de todos los datos de la ciencia de la
conducta. U n a ciencia joven puede arreglárselas m ejor o peor sin
conceptos n i teorías, pero no sin una epistemología.
L a n a tu ra le za de los datos p sico a n a lítico s (com o datos de la cie n -
cia de la co n d u cta ): n in g ú n fenómeno tiene un significado inhe­
rente y por eso no es dato n i inform a ción sino sim plem ente una
fuente potencial de datos. Se convierte en dato al ser asignado
a (o ser apropiado por) una ciencia (cap ítu lo n) que escoge entre
sus muchos aspectos los que considera pertinentes y a los que pue­
de a trib u ir un significado de acuerdo con su marco ele referencia
característico. En este sentido, la teoría básica de c u alqu ier ciencia
es al m ism o tiem po tamiz y prensa, porque determ ina tanto el tipo
como la cantidad de inform a ción que puede e x p rim ir de un fe­
nómeno dado. Menos evidente es que la trasform ación de un fenó­
meno en dato (in fo rm ació n) depende no sólo de lo “ e m itid o ” sino
tam bién de lo “ re cib id o ” .7
T o d o com portam iento observable puede tratarse como enuncia­
do (mensaje), aunque no todo en él sea com unicación intencional
y algo pueda acaso revelarse inadvertidam ente. Las huellas que
deja el fu g itiv o al que siguen la pista son mensajes, pero no in te n ­
cionales. Casi todas las ciencias del com portam iento estudian los
mensajes involuntarios, y sobre todo el psicoanálisis, ideado de fo r­
ma que a m p lifica particularm ente los mensajes (desencadenados)
in vo lu n ta rio s en que se traiciona el sujeto, al que después alienta
a escrutar las huellas que dejó en su huida.
Caso 425: U n analizando que temía com petir con cualquier figu
ra paterna citaba una vez una observación de o tro paciente: "La

* Yo mismo empleo constantemente los instrum entos conceptuales de! pu


coanálisis, pero los trato como a instrum entos y no como a dioses lares. Lo*
empleo porque no conozco instrum entos mejores y porque me han sido ú ti
les. Los instrum entos tienden a valerse p or sí; tienen que ganarse el sustento
día tras día y hay que desecharlos cuando dejan de ser los mejores con que
se cuenta. En cambio la epistemología tiene que ser alim entada p or el cienil
fico , p o r su p ro p io bien, para no de ja r de ser u n cie n tífico y convertirse ru
un mero técnico o peor aún, un guardián de antigüedades conceptuales.
7 La d istinción psicológica entre el sentim iento de que algo es “ emiticl<>
y no “ recibido ” o (viceversa) es epistemológicamente im p o rta n te (Develen*
1053a).
d e s l in d e y datos de la c ie n c ia del c o m p o r t a m ie n t o 355
gente suele brom ear acerca de cuán d ifíc il es hablarle a un doctor
de un paciente en su hospital. Y no es extraño, ya que antes de
enfermarse, los pacientes tenían la misma form ación que los doc­
tores.” A l llegar aquí el analizando recogió el aliento, se retorció
y empezó a re ír falsamente: “ ¡Dios m íol Ahora com prendo lo que
va a decir usted que significa e s to .. . que me atrevo a compararme
con los doctores. .. pero no es usted quien hizo esta interpretación.
La hice yo. Le d ije yo. Ya sé que con frecuencia tra to de esquivar
la responsabilidad p or el significado de mis observaciones, de pre­
ver sus interpretaciones y decir que usted d iría qué significan esto
o aquello. Pero usted no me deja salirme con la mía y siempre re­
plica que fu i yo y no usted q uien hizo la interpretación .”
En este caso, el m ism o analizando trasform ó un mensaje in ic ia l-
mente in in te n c io n a l (que yo recibí) en una com unicación in te n ­
cional (que él em itió). En otros casos, es el cien tífico de la con­
ducta —incluyendo el psicoanalista— quien, al m oviliza r todos sus
recursos, trasform a los mensajes que representan un in v o lu n ta rio
traicionarse en inform a ción científicam ente pertinente.
Hasta aquí, el m odus o p e ra n d i del psicoanalista es el mismo que
el de los demás científicos de la conducta. Como todos ellos, es­
tudia la conducta observable y la trata como inform ación. Como
algunos de ellos, escruta tam bién los mensajes no intencionales y
lee entre las líneas de la conducta. Sólo en una cosa opera de
modo diferente que todos los demás científicos de la conducta: en
(pie trata como fuente básica de inform a ción los fenómenos que
emergen desde el inconsciente, cuya existencia misma niegan al­
gunos otros científicos de la conducta.
Se ha dicho a veces que el inconsciente no es directam ente obser­
vable porque en el m om ento en que se hace observable tie ja tie
ser inconsciente. Esto es verdad sólo dentro de ciertos límites,
Caso 426: U n paciente que tenía un m iedo patológico a los m i­
crobios y creía que los llevaba el viento, hablaba de una ligera
epidem ia de p o lio m ie litis en el b arrio de la ciudad donde vivía
su padre, pero añadía que el viento solía soplar de la ciudad hacia
la zona afectada por la epidem ia, “ lo cual es una suerte (pausa)
para él” . T o d o el mensaje inconsciente estaba contenido en esta
pausa. La dirección del viento era una suerte para el padre del
paciente, pero no para el paciente, que tenía razones neuróticas
(inconscientes) para desear que su padre estuviera m uerto. El m o­
nólogo del paciente era con seguridad una actividad consciente y
la mayor parte de lo que decía era un mensaje consciente e inten-
<ional. En cambio, la pausa, breve pero reveladora, sólo era cons-
c irm e en tanto el paciente recordó haber hecho una pausa en
3!)G A I.A O B J 1.T1 V ID A D POK I.A DISTO RSIÓ N

cuanto yo se lo señalé. El significado de la pausa no era consciente.


Epistem ológicam ente, el hecho de que yo observara la pausa d d
paciente no significaba que yo observara su inconsciente directa­
m e n te * Esta pausa corresponde sólo a las huellas dejadas por los
píes de un fu g itiv o acosado, de las que puede sacarse inform ación
acerca del fu g itiv o . En cierto m odo esto se asemeja al hecho de que
uno está obligado a estudiar el calor de una taza de agua extra
yendo in fo rm a ció n de ind icio s ópticos (cap ítu lo x x u ). De hecho,
em pleando anteojos m uy potentes puedo exam inar el agua en ebu
Ilic ió n desde una gran distancia y sencillam ente al notar que d
agua está h irv ie n d o ya observo que su tem peratura es de I00°C.
aunque en el curso del examen yo no tenga experiencias térmicas
de n in g ú n género.
E l com plejo problem a de la inspección del inconsciente se en
redaba aún más por una abundancia de lenguaje excesivo po?
ambas partes. Puesto que el psicoanalista, siendo científico, tiene
que preocuparse más por sus propios lapsus que por los de sus
críticos, es bueno re b a tir aquí un contraargum ento p sicoanalítim
m uy oído —y nacía lógico— que desacredita más a quienes lo en»
plean que a aquellos contra quienes va d irig id o .
E l argum ento del esco torna afirm a que los no analizados tienen
tam bién demasiados puntos ciegos para poder captar las manifesta
ciones del inconsciente y de hecho son incluso incapaces de captai
sus propios escotomas. Yo tam bién a firm é una vez esto (Devereux,
I950d). R etrospectivam ente n i siquiera llego a com prender cómo
pude hacerlo, ya que el descubridor de los escotomas, Freud, no
fue analizado, porque el autoanálisis es im posible.1* Hay además
muchos científicos razonables, pero no analizados, que entienden
de verdad el inconsciente. .. si no el suyo, p or lo menos el de los
demás. Y tam bién los poetas y los chamanes p rim itiv o s (Devereux.
1961a) tienen un m anifiesto conocim iento del inconsciente y sue
len a p lica rlo con gran destreza.
Pero esto no tiene verdadera relevancia científica, puesto que el
argum ento del escotoma sim plem ente postula un defecto real o
fic tic io en el observador y en su observación. Tales defectos pura­
mente técnicos son por d e fin ic ió n obviables. Además, la existent i:i
de escotomas no im p lica que el in d iv id u o no perciba y reaccione
a las manifestaciones del inconsciente a su manera, sino que s ó lo

s Más aciclan le vcicm os In qui* observé directam ente.


" F.l autoanálisis co n tin uo de las personas analizadas sólo puede im p e d ir l.i
nuera represión de los tn s ig ltis obtenidos en el curso del análisis y puede .1
reces ensanchar y ahondar esos in s ig h ts , escudriñando u lte rio rm e n te sus im
plicaciones, con lo que refuerza las sublimaciones.
U S l.lN D E S DATO S l)|-, I.A C IE N C IA DE C C O M P O R T A M IE N T O 357

niega su origen inconsciente y /o lo racionaliza. El chiste de “ sus


escotomas le im p ide n a usted ver sus escotomas” se parece in q uie -
I antemente a un razonam iento c ircu la r.10 C uanto antes abando­
nen los psicoanalistas este especioso argum ento, antes los entende-
lá n los demás científicos de la conducta.
En d e fin itiv a , nada es científicam ente relevante salvo la especi­
ficación exacta de las operaciones por m edio de las cuales puede
obtener in fo rm a ció n acerca del inconsciente cu a lq u ie r c ie n tífico
razonablemente serio. El único o b je tiv o es, pues, aquí, el análisis
operaciunal de los medios por los que —y el m odo en que— el in ­
consciente se hace accesible al observador.
Si hubiéram os de postular desde el p rin c ip io que el inconsciente
es una variable heurística interm edia, nos veríamos obligados a
(o n s tru ir inm ediatam ente un sistema h ipotético-deductivo cuyas
im plicaciones habrían de tener equivalentes demostrables en la rea­
lidad. En parte porque no creo que eso sea posible actualm ente
y en parte porque considero necesario tom ar precauciones para no
volverse un "abstractor de quintaesencia” (Rabelais) en un campo
donde la tentación de abandonarse al vuelo de la fantasía es a
veces casi irresistible, he p re fe rid o ir haciendo una d e fin ic ió n ope­
ra tio n a l del inconsciente.11 Este enfoque necesariamente pone coto
;i la fantasía, como se lo pone el o b je tivo de esta disquisición, que
<-s d e te rm in a r la índole de los datos de la ciencia de la conducta
y no defender n in g ú n tip o en p a rtic u la r de teoría sustantiva.
í.os críticos m al inform ados a firm a n que el psicoanalista “ adoc­
trin a ” a sus pacientes; señalan que los pacientes de un freu dia no
tienen sueños freudianos, los de un ju n g u ia n o , junguianos, y así
sucesivamente. Esta a firm ació n (que es causa de anim osidad y
duele m ucho) es perfectamente cierta en lo descriptivo, pero en
lo lógico perfectam ente im p ro p ia , porque confunde lenguaje con
inform ación. U no no “ a do ctrin a ” a un hotentote al enseñarle a
hablar en inglés siempre que le p erm ita decir en inglés lo que él
quiera. U n o sim plem ente pone una base para la com unicación.
Acaso se objete que cada lenguaje preestructura ta n to el pensa­
m ie nto como la realidad (W h o rf, 1952). Esto es m uy cierto, y tam ­
bién hace m uy poco al caso, puesto que los hábitos “ lingüísticos”

Los argum entos de este tip o pueden hacer de bum erán, en fo rm a de la


i m ilraacusación —que en realidad no deja de tener alguna base— de que al-
i;o nos psicoanalistas son incapaces de comunicarse científicam ente.
11 Estas precauciones no conducen a una tim idez teórica. Y menos deberían
in d u c ir al psicoanalista a retroceder ante el tip o de datos critica do en toda
i sla obra, o ante ciertas estadísticas que quisieran hacer e n tra r u n cuadro de
/ en el agujero redondo de una hipótesis nula.
358 A LA O B J E T IV ID A D POR LA D IS TO R SIÓ N

neuróticos del analizando se m anifiestan de m odo más deslum ­


brante cuando se le hace h ablar “ en inglés” en lu g a r de en su
n ativo lenguaje de hotentote. Pero de todos modos esto no es toda­
vía más que una visión parcia l del problem a.
M ucho más honda es la objeción de que la técnica psicoanalíti-
ca crea los fenómenos que después explica. Esta a firm ació n, a la
que no se puede contestar nada porque da la casualidad de que
es verdad, no im p lic a que el psicoanálisis sea una seudociencia, ya
que sucede exactamente lo m ism o en la experim entación m ecáni­
ca cuántica no relativista (cap ítu lo x x n ). T a m b ié n conviene re­
cordar aquí el chiste de los psicólogos de tests: “ La inteligencia es
lo que m iden nuestros tests” , que im p lic a que la intelige ncia m en­
surable es resultado de la misma operación de someter a test. H ay
asimismo mucha sabiduría en aquel epigrama que dice que “ el psi­
coanálisis es la enferm edad que él m ism o pretende cu ra r” . Pero
como estos dichos tienen una in te n ció n crítica, los psicoanalistas
han tratado de refutarlos, sin com prender que sus oponentes les
a trib u ía n el m é rito del m ayor de todos los descubrim ientos posi­
bles en la epistemología de la ciencia de la conducta: que los datos
más característicos de todas las ciencias del com p orta m ie nto son
fenómenos desencadenados por la misma observación.
En muchas ciencias del com portam iento son los datos fundam en­
tales los “ enunciados” (com portam iento) de los sujetos. En psi­
coanálisis, los enunciados brutos del paciente son datos re la tiv a ­
mente secundarios que —como los de N ew to n — están “ allá fu era ”
(ca p ítu lo x x n ). A l m ism o tiem po, en los datos de la ciencia de
la conducta entran tam bién las percepciones del observador, aun­
que estas percepciones apenas hayan sido aprovechadas, porque el
deslinde entre observador y sujeto se hacía pasar “ allá fuera” , lo
más lejos posible del observador. En psicoanálisis, las observaciones
más relevantes del observador están —como las de E in stein — “ acá
d e n tro ” , y p o r lo menos “ en” la psique del observador, y aun en
cierto sentido “ d e n tro ” de ella.
La epistemología subyacente a la observación de la ciencia de la
conducta es en extrem o com pleja. El m ejor m odo de exam inarla
es d ete rm ina r el p u n to /in s ta n te en que el observador la traía como
su “ avanzadilla” más alejada (cap ítu lo x x n ). S im p lific a n d o exa­
geradamente las cosas, por ahora, podemos decir que esta avan­
zadilla ú ltim a es el p u n to /in s ta n te en que, al llegarle un estím ulo
—sea éste “ in te rio r" o “ e x te rio r” — el observador exclama “ y esto
percibo” . C laro está que en realidad es posible —según el análisis
que hacen J. von N eum ann y Lenzen del e xperim ento de m edición
del calor— decir que uno puede exclam ar “ y esto percibo” sola-
D E S L IN D E Y DATO S DE L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 359

m ente a propósito de un hecho “ in te rio riz a d o ” . . . como el cambio


e le ctroq uím ico en el n ervio óptico, aunque con seguridad no es el
n ervio ó p tico el que “ dice” : “ y esto percibo” . Este problem a puede
analizarse m ejor en fu n c ió n de la situación psicoterapéutica, que
es paradigm a de todo e xperim ento y observación genuinos de la
ciencia de la conducta (Devereux, 1957a).
E l deslinde entre psicoierapeuta y paciente: T o d a form a de psi­
coterapia presupone cierto traslape entre terapeuta y paciente, que
n i siquiera tiene p o r qué ser conceptual. U na persona generosa
que recoge un c a c h o rrillo lastim ado y lo conforta le im presiona —y
penetra en él— solamente porque p rim e ro dejó que el ca ch o rrillo
la im presionara —y llegara a e lla — para provocar su compasión.
A esta compasión provocada responde después el c a c h o rrillo cesan­
do de gem ir.
D ifíc ilm e n te podría decirse que el deslinde entre terapeuta y
paciente esté en los labios de éste. A u n en la esfera de lo concep­
tu a l hay en general cuando menos un traslape de léxico entre los
dos. La palabra “ m adre” designa para cada uno de ellos la m ujer
que lo tra jo al m undo. Pero en una situación terapéutica trascul­
tu ra l puede haber asimismo im portantes divergencias semánticas.
El terapeuta occidental sabe que sólo tiene una madre, m ientras
que su paciente p rim itiv o sabe que su tía m aterna es tam bién su
“ m adre” clasificatoria. Por eso es posible que no lleguen a enten­
derse. De m odo semejante puede pensar el terapeuta occidental
que es costum bre amar a su herm ano; pero al paciente griego de
la A n tigü e da d pudo parecerle que un am igo es un amigo, pero
un herm ano un enemigo (A rte m id o ro , 4.70).
La situación es aún más com plicada cuando para el terapeuta
el excusado es ante todo un a d m in ícu lo higiénico, m ientras que
para su paciente esquizofrénico es ante todo un trono, o bien un
a n tro h o rrib le , d en tro del cual espera un m onstruo para tragarse
sus deyecciones (Devereux, 1952b).
La in fo rm a ció n que dim ana del paciente y llega al psicotera-
peuta por los canales sensoriales puede detenerse en su cam ino en
diversos puntos. El p siquiatra conductista acaso la detenga al ex­
clam ar “ y esto percibo” en el m om ento en que llega a su conscien­
cia. Puede entonces —p la ntan do , por d ecirlo así, una piedra lim í­
trofe o un m o jó n — p re scrib ir in su lin a o electrochoque. . . o in c lu ­
so una lobotom ía. Es su m odo de decir: "eso es cuanto necesito sa­
ber ( = puedo aguantar)” o bien "hasta aquí y n i un paso más” .
U n o recuerda aquí aquel p siq uia tra que decía a su paciente que
se guardara sus obscenidades (caso 112). U n p siq uia tra como éste
canaliza de modo inte n cio n a l todo cuanto el paciente dice direc-
360 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DISTO RSIÓ N

lam ente a su esfera con. cíente, donde lo trata por m edio de un


proceso secundario ra d o i al. Con este proced im ien to trata de im ­
p e d ir fugas a la esfera de lo inconsciente —y a veces incluso de
lo preconsciente y de garantizar que su p ro p io tip o de actividad
m ental (lógica) de proceso secundario no será perturb ad o por
reverberaciones procedentes de su inconsciente y preconsciente. En
suma, sofoca deliberadam ente las reverberaciones anxiógenas que
en él suscita su paciente, aunque esto es le g ítim o sólo cuando uno
es m uy in e xp e rto y no puede hacer de esas perturbaciones un uso
constructivo y en cambio reacciona a ellas con una ansiedad en
que nadie puede provocar in s ig h t,12
Ésta es la situación “ id e a l” o, más bien, es lo que los p siq uia ­
tras de ese género creen estar haciendo. Porque en realidad tam ­
bié n reaccionan a las reverberaciones que en su inconsciente cau­
san los dichos del paciente, como se echa de ver en el pánico con
que g rita n (prem aturam ente) “ y esto percib o ” y en el contraataque
de que hacen o bjeto al paciente con el choque eléctrico o la lo-
botom ía. Con tales medidas tra ta n de im p e d ir que el paciente lle ­
gue al terapeuta, metiéndose ellos, defensivamente, en el paciente,
¿sto significa que la p e rturb ación en apariencia pasa de la psique
del terapeuta a la del paciente. En ú ltim a instancia, esto represen­
ta un c im b io de lug ar del deslinde, pero sólo en ta n to lo que de­
bía ser un experim ento de b astoncillo suelto se vuelve de bas­
to n c illo aferrado.
E l m o iu s o perandi del “ psicoanalista id e a l” 13 es d iferen te p or­
que, para él, esta p ertu rb a ció n es u n dato fu nd am e nta l que debe
m axim izarse. Para él no es un subproducto, indeseable aunque in ­
evitable, sino más bien la meta de sus actividades de recolección
de datos psicoanalíticos. .. como debiera ser tam bién la de la
la b o r de investigación del cie n tífico de la conducta. E l psicoana­
lista ide al canaliza deliberadam ente los estímulos que dim anan del
paciente directam ente hacia su p ro p io inconsciente y, en grado
menor, tam bién a su preconsciente. Además, usa de aparato de
percepción —o receptor— aquella porció n de su psique que la ma­
yoría de los demás científicos de la conducta tratan de esconder
y em paredar y empezará por elaborar esos estímulos p o r m edio

“ Un la tid id a ln } > n i « i c o preguntó en una sesión de supervisión colec­


tiva : “ ¿CuAula agresión tengo que d e ja r m anifestar a m i paciente?” Yo re ­
p liq u é ; "('.nauta pueda in fe rí aguantar; si le p e rm ite pasar de ese lím ite , no
podrá tra ta rlo en absoluto pon pie estará usted demasiado angustiado.”
l" A menos de tpie se derla i r de o tro m odo, "e l psicoanalista” es, en nues­
tra actual disquisición, un **lijm>*‘ ideal a no c o n fu n d ir con n in g ú n psicoana­
lista concreto, ya tpie el luejoi analista tiene sus lim ita cio n es humanas.
H I M . IN D I. V DATO S IH l.A C IE N C IA O il. C O M l ’O K T A M IF .N T O 3(51

ilc su a ctivid a d m ental de proceso p rim a rio . D eja llegar —y llegar


.ulentro— a su paciente. P erm ite la creación de una perturb ación
dentro de sí y después la estudia más atentam ente aún que los
dichos del paciente. E ntiende a su paciente psicoanaliticam ente sólo
hasta donde entiende los trastornos que su paciente causa dentro
de él. Dice “ y esto percibo” sólo en relación con las reverberaciones
que h alla ‘‘en sí m ism o” (Devereux, 1956a).
Esta apreciación es epistemológicam ente capital. La p erturba-
i ión se produce ‘‘d e n tro ” del observador, y entonces la siente como
el estím ulo verdadero y la trata como el dato relevante. Es lógica­
mente líc ito decir que es a esta —y sólo a esta— p ertu rb a ció n a la
que reacciona el observador diciendo ‘‘y esto percib o ” . Además,
la p e rturb ación se produce, como ya vimos, en el m om ento en que
uno se queda sin explicaciones ‘‘allá fuera” (c a p ítu lo x x u ).
T a l vez insista el metafísíco en que la p erturb ación debe sepa­
rarse de su percepción y postule la existencia de dos regiones, una
de las cuales es el lu g a r de la perturb ación y la otra, el de la per­
cepción. El operacionalista p re ferirá decir que la exclam ación “ y
esto percibo” es p ro du cto de la p e rturb ación misma, que no ocurre
fuera del “ sistema” perturb ad o sino exactamente en su lím ite y
que es en realidad su lím ite (véase in fra ).
Lógicam ente, la perturb ación es un enunciado p er se; y el “ y
esto percib o ” es un enunciado acerca de un enunciado. Es, ade­
más, un enunciado racional, aunque su contenido o b je tiv o parez­
ca irra cio n a l. Si el paciente dice: “ los huevos salen del o m b lig o de
la g a llin a ” y el analista replica “ y los hijos del o m b lig o de la ma­
dre” (caso 429), hablando objetivam ente, ambos hacen enuncia­
dos irracionales. Pero en tanto la observación del analista es un
enunciado acerca del enunciado del paciente, es racional, porque
quiere decir: “ Y percibo que usted está queriendo acercarse al
enunciado a dicion al de que los hijos tam bién salen del o m b lig o .”
Más adelante seguiremos con esta com plicadísim a cuestión.
V o lvie n d o al tema p rin c ip a l, es evidente (pie muchos d e n til icos
de la conducta tra ta n “ lo s u b je tivo ” como una causa de e rror sis­
temático, m ientras que el psicoanalista lo trata como su p rin c i­
pal fuente de in fo rm a ció n , sim plem ente porque su análisis didác­
tico lo capacitó para to le ra r tales inform aciones subjetivas (De­
vereux, 1956a).14

14 U na vez más es preciso in s is tir en que no deben confundirse ios fenóm e­


nos brutos con la in fo rm a ció n . Excepto, natura lm e nte , para el obispo Berke­
ley (1901), todos los fenómenos son fuentes potenciales de datos esenciales y
existen antes de su percepción. A los berkeleyanos les íespondc cabalmente en
este contexto Poincaré (1913), q u ie n señala que los dos enunciados de “ el
3<>2 A LA O B J !• Í1 V ID A !) POR LA DISTO RSIÓ N

El experim ento psicoanalítico no sólo provoca el com portam ien­


to que estudia sino que en verdad lo crea . . . exactamente como
le d ije ro n siempre al psicoanalista los enemigos del psicoanálisis,
pero él no quería escucharlos. Crea ese co m portam iento en el
m ism o sentido en que la experim entación de la mecánica cuántica
crea los fenómenos sumamente característicos de esa mecánica (ca­
p ítu lo x x ii). Esto es un hecho y —hasta donde pueda decirse que
un hecho tiene algún p ro pó sito — su p ro pó sito es o b lig a r al cien­
tífic o a sacarle el m ayor p a rtid o posible. El co m p orta m ie nto así
p ro d u cid o com prende tam bién las reacciones específicas del pa­
ciente a la existencia del terapeuta y al am biente físico y form al
del análisis. Com prende por encima de todo respuestas a la expe­
riencia de ser analizado, y es esta experiencia la singular, y dife ­
rente en todo de las experiencias de la vida corriente (capítulo j
xx). Es incluso probable que sea esto lo que provoca la trasfe-
rencia, porque in cita al paciente a descubrir —y si fuere necesario j
a in v e n ta r— semejanzas entre su análisis y la vida corriente, para j
que pueda conducirse en el análisis como lo hace siempre. En este
sentido es la trasferencia un traslado im p ro p io de conocim iento
aprendido. Es una suerte de “ incom petencia adiestrada” que se ¡
asemeja a la “ estupidez biológ ica ” que observamos en los anim a­
les que operan en fu nció n de compulsiones in s tin tiva s en situa­
ciones en que ese com p orta m ie nto es abo rtivo . Baste pensar aquí
en la rata preñada que, si está p rivada de m aterial para la cons-
tru ció n del nido, trata su propia cola como si fuera una paja, la
alza una y otra vez y la deposita donde quiere hacer el nido. Es
probablem ente además esta extrañeza de la situación (desencade-
nadora) la que hace que hasta una persona norm a l —como un
candidato a n a lítico — sea susceptible de tener una neurosis de tras­
ferencia.
O tro factor im p o rta n te que produce fenómenos su i generis es la
d iferencia básica entre “ confesarse” algo a sí m ism o y confesárselo
a alguien, q u itá n d o le así lo “ p riv a d o ” a sus “ secretos” .
H ab la n d o objetivam ente, el paciente produce dos tipos de in ­
fo rm a ció n: E l p rim e ro consta de la in fo rm a ció n que él sabe que
com unica y además tiene la inten ció n de com unicar. El segundo
es la in fo rm a tio n (pie com unica “ in in te n c io n a lm e n te ” y “ entre lí ­
neas” , sin darse d ie n ta de que lo hace. La in fo rm a c ió n de este
segundo tip o puede utilizarse tam bién fuera de la situación ana-

iin n a to e x lc iio i e xN le " v " e x más <«'>modo suponer que el m undo e x te rio r exis­
te" solí e < ju i\a li,iilc ii, puesto (¡tic «le ambos pueden sacarse las mismas deduc­
ciones. Elaborado i pan l.ilm cu tc, >«• convierten en datos at ser asignados a una
ciencia (cap ítu lo n); cliib io lu lo s más, se convierten en in fo rm a ció n .
D E S LIN D E V DATO S DK I.A C IE N C IA D E I. C O M P O R T A M IE N T O 363

1ítica. E l m odo que tuvo la profesora Mead de sacarme in fo rm a ­


ción que yo m ism o ignoraba poseer cuando me entrevistaba en
relación con las costumbres húngaras (caso 136) es un ejem plo
perfecto de este proceso. En psicoanálisis tam bién desempeñan un
papel im p o rta n te las revelaciones in vo lu n ta ria s (caso 429).
Tales datos revisten tanta im p o rta n cia para el psicoanalista como
para el c ie n tífico del co m p orta m ie nto clásico y son a todas luces
pro du cto de la interacción entre el observador y el observado. Son
sencillam ente datos diádicos.
La interacción psicoanalítica tam bién produce un tercer género
—aún más latente— de datos que son, en p rin c ip io , los más carác-
terísticos de toda la ciencia de la conducta. Los psicoanalistas ha­
blan a veces de la “ revelación” del inconsciente del paciente en
análisis. Es una m anifestación fo rm u la d a con descuido. El incons­
ciente no es más directam ente observable que el calor de la taza
de agua en el e xperim ento analizado por J. von N eum an. L o que
es directam ente observable, y p or e llo constituye un dato, es la
repercusión —la p e rtu rb a ció n — que lo dicho p o r el paciente oca­
siona en el inconsciente del analista. Es la inspección de esas per-
turbac'ones internas la que p roporciona datos “ en el observador”
y aun, hablando sin rebuscam iento, “ d e n tro ” del observador. En­
tonces se supone que esos datos tienen su origen —exactamente
como en la astronom ía re la tivista (cap ítu lo x x n ) — “ a llá fuera” ,
o sea en o d entro del paciente. A l in te rp re ta r sus reverberaciones
d entro de sí, el analista profesa in te rp re ta r tam bién el inconsciente
del paciente.
Ésta es claram ente una hipótesis y, además, una en que entra
la suposición secundaria de que el inconsciente del analista es m uy
semejante al de su paciente, sobre todo porque el inconsciente
de uno es una fu n ció n o porción de la psique relativam ente in d i­
ferenciada y por eso puede parecerse al de o tro in d iv id u o más que
nuestro consciente, m uy diferenciado. T o d o analista que cree per­
c ib ir directam ente el inconsciente de su paciente y no el suyo p ro ­
p io se engaña. Quienes analizan en fu nció n de esta hipótesis errada
sólo efectúan seudocuras. A naliza n mecánicamente y hacen de sus
analizandos lo que a veces es denom inado un “ id io ta ” y que sería
más acertado d enom inar un “ zom bie” . Esto tam bién representa
una form a de “ destrucción” y logra por medios psicológicos lo que
el electrochoque o la lob otom ía p o r medios físicos.
Las anteriores consideraciones tienen una relación directa con
m i escepticismo acerca de lo que puede aprenderse con experim en­
tos en que se niega la conciencia del sujeto y en especial los expe­
rim entos con las llamadas “ preparaciones” (caso 369). T o d o expe-
3G4 A LA O B J E T IV ID A D POR [.A DISTO RSIÓ N

rim e n to que aumenta la distancia entre el observador y el


observado, cu a lita tiva o cuantitativam ente, niega im p lícitam e nte
el supuesto fu ndam ental de que uno puede analizar el inconsciente
del sujeto sólo porque es parecido al del observador. Sólo una
“ preparación” puede analizar a otra “ preparación” .
En u n sentido decisivo, bien puede considerarse que una “ pre­
paración” no tiene inconsciente, simplem ente porque buena parte
tie su consciente ha sido destruida, liberándose así lo que a n te rio r­
mente era inconsciente. A unque está lejos de ser seguro que los
animales tengan un inconsciente, el com portam iento de los anim a­
les descerebrados ind ica que algo anteriorm ente in h ib id o queda
ahora lib re y ocupa la “ superficie” del com portam iento. Conside­
raciones algo semejantes se aplican tam bién a las lobotom ías —nada
raras— que producen resultados diam etralm ente opuestos a los es­
perados. Además, en muchos casos estos resultados “ inesperados”
pod ría n pronosticarse con m ucha exactitud, y sólo sorprenden a
quienes piensan en fu n ció n de “ preparaciones” .13
A u nq u e sería lógicamente deseable posponer o tro poco el estu­
d io del significado operacional asignado aquí a l inconsciente, q u i­
zá sea m e jo r tratar el asunto de una vez, para que no surja la
sospecha de que lo introducim os de contrabando.
¿Qué significa cuando uno dice que el inconsciente del analista
hace eco al del paciente?
Las diferencias fundam entales entre los diversos modos de reac­
cionar a un enunciado pueden ponerse de relieve analizando un
chiste.
Caso 427: U na señora de Nebraska dice a su esposo: “ Si uno
de los dos muere, me iré a Los. Ángeles.”
Su esposo podría reaccionar a esta frase sencillamente haciéndole
ver cuán ilógica es, ya que “ uno de los dos” bien podría ser la
esposa. En ese caso, el esposo reacciona sólo al contenido m an i­
fiesto y la presentación form al del pensamiento de su esposa. N o
deja que el mensaje im p líc ito de “ quisiera que te m urieras para
poder irm e a Los Ángeles” llegue a su inconsciente y repercuta
en él. Percibe ( = detiene) la frase de ella en el n iv e l consciente,
donde la elabora y desde donde se la devuelve en la form a de un
análisis lógico. M ucha p siquiatría conductista se hace de este modo.
Pero si hubiera dejado que el mensaje im p líc ito (inconsciente)

1B Kn li m a ocasión, m» m iem bro tic la ju n ta de lobotom ía de u n hospital


p re d ijo , p u m o por p u m o y p o r escrito, el desfavorable resultado de una lo-
bolom ia propuesta, pero lue derrotado en la votación. Ejecutada la loboto-
ntía, sus resultados cnul'i m ia ro n hasta el m enor detalle los pronósticos del
d is c re p a n te ... pero a po to [.se propuso o tra lobotom ía, y atín más radical!
D E S LIN D E V DATO S D E L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 3 6i>

llegara a su inconsciente, sentiría enojo, acaso sin saber por qué.


En ese p u n to podría d e cid ir escudriñar la causa de su desazón.
Su prim era hipótesis podría ser que el enojo se debió a lo que
acababa de decirle la esposa. A contin ua ció n podría preguntarse
por qué debería preocuparle un to nto lapsus linguae como ése.
Pero podría contestarse a sí m ism o: "P orque ese lapsus reveló in ­
vo lu ntariam en te que deseaba m i muerte. U n deseo inconsciente
de m uerte es potencialm ente peligroso; podría d om in a rlo, porque
sabe bien que si me asesinara iría a la s illa eléctrica. V a ld ría más
hacerle ver su deseo de m uerte, para que pueda d o m in a rlo .” En
este caso, el m arido no empezó analizando el lapsus linguae de su
esposa sino su p ro p io enojo. Fue, analizando su enojo, como llegó
a ver la h o stilid a d de su esposa. Entonces es el análisis de su enojo
—que él relaciona con el lapsus de su esposa— lo que le comunica
a ella como análisis del lapsus de ella. Es el análisis de su p ro p io
inconsciente lo que le presenta como análisis del inconsciente
de e lla, y destaca entre otras cosas que la h o s tilid a d de ella es
inconsciente puesto que se m anifestó no en form a de un enunciado
d irecto sino de una m anifestación velada, alusiva e in v o lu n ta ria
de lapsus linguae (traicionarse).
En otros casos, pone en guardia al observador no lo que dice
el sujeto, sino lo que no dice.
Caso 428: U n colega psicoanalílico me d ijo una vez que no po­
día analizar el sueño que había tenido la noche antes. Se trataba
de un p la tillo en que había tres pescados llamados Marcos, M ateo
y Lucas. Este mensaje ocasionó en m í cierta perturbación, una
ligera in q u ie tu d que entrañaba la sensación de que faltaba algo.
Los psicólogos de la Gestalt llam an a esta experiencia “ em p uja r
hacia el cierre” ; es la necesidad de com pletar, de un modo ade­
cuado al sistema, una configuración parcialm ente completa (De­
vereux, 1951c). Pensé en este p u n to "y esto percibo” y entonces dije :
“ Falta Juan.” M ¡ colega d io un respingo y repuso: "A h o ra entien­
do e l sueño; se trata de Ju an .”
La ligera in q u ie tu d que sentí me comunicaba que había que
entender algo. E xam inando esa in q u ie tu d com prendí que estaba
"e m pujando hacia el cierre” . R elacionando esta experiencia con
m i in te rlo cu to r, com prendí que su sueño era incom pleto. Cons­
ciente o preconscientemente advertí que tres de los cuatro evan­
gelistas se llam an Marcos, M ateo y Lucas. Esto no bastaba para
dem ostrar que m i colega había "pensado” efectivamente en los
cuatro evangelistas. Pero observé que los evangelistas estaban re­
presentados por peces y recordé súbitam ente que el símbolo de
Jesús para los prim eros cristianos era el pez. Esto aseguraba que
366 A LA O B J E T IV ID A D POR L A D IS TO R SIÓ N

“ debía” haber un cuarto pez, llam ad o Juan. El no haber soñado


m i colega con o tro pez llam ado Juan era una om isión n o to ria , que
pedía a voces reconocim iento. Además, la m ism a ocultación (o m i­
sión) señalaba lo que había sido ocultado (o m itid o ). E l hecho
de que el o m itid o fuera Juan y no Marcos, M ateo o Lucas in d ica ­
ba que en el sueño se trataba realm ente de Juan. (Compárese
Freud, 1961b, Fodor, 1945.)
Este incidente consiste p rim o rd ia lm e n te en una serie de cosas
experim entadas por m í m ism o y en segundo lugar com prende dos
hipótesis: que la in q u ie tu d que yo sentía era de origen externo, o
sea que la causaba el sueño de m i colega. . . y que los sueños tra ­
tan m aterial re p rim id o .
E l “ em p ujó n hacia el cierre” es un hecho ve rificab le experim en­
talm ente. Si uno muestra a un sujeto un d ib u jo incom pleto (por
ejem plo, una cara sin boca) taquistoscópicamente, el sujeto no
notará la om isión; su necesidad subjetiva ele cerrar la configuración
le hará “ s u p lir” la boca que falta. Se le muestra una cara incom ­
pleta pero él percibe una completa.
En otros casos, la sensación de inacabam iento tiene raíces me­
nos específicas, más configuracionales. Si u no pasa la velada ha­
b la n d o con un quím ico, no le sorprenderá que no m encione la
m úsica; pero si pasa la velada con un m úsico será s ig n ific a tiv o el
cjue no haga nin gu na alusión a su m ateria.
Caso 429: U n analizando hablaba una vez incesante c insustan­
cialm ente de las gallinas de su abuela. Escuchándole sentí una
desazón: parecía fa lta r algo. T en ía la sensación de que el analizan­
do estaba pasando el tiem po para no decir nada. Entonces noté
que no había hablado de huevos. O bjetivam ente, no tenía por
qué m encionar los huevos, ni eran tampoco los huevos la única
cosa que no había m encionado de las gallinas. Pero yo sentía como
que el no m encionar los huevos «o era ig u a l que el no m encionar
el cacareo y el q u iq u iriq u í. Si se h ubiera tratado de u n músico o
un orador, lo que me hubiera sorprendido es que no mencionase
el cacareo o el q u iq u iriq u í. En el caso de un paciente lite ra lm e n te
obsesionado p o r las secreciones y los productos del organismo, era
la ausencia de m ención de los huevos lo que parecía extraño. Por
eso le pregunté: “ ¿Y qué me dice de los huevos?” N o hubiera po­
d id o predecir la respuesta; sólo podía pronosticar que cu alqu ier
cosa que respondiera sería significante. Su respuesta fue un ade­
m án in v o lu n ta rio : antes de que tu viera tiem po de p ro n u n cia r una
palabra, su m ano derecha señaló el om bligo. Después empezó a
tartam udear, a decir frases incom pletas, cada una de las cuales con­
tradecía a la a nte rio r. D uran te aquel discurso lle n o de divagacio-
D E S LIN D E V DATO S D |, L A C IE N C IA DEL C O M I'O K T A M IE N T O 3(i7

lies com prendió p o r p rim era vez en su vida que a pesar de cuanto
había a prendido en la universidad creía todavía que los niños na­
cen por el o m b lig o . . . y tam bién por prim era vez en su vida supo
por qué necesitaba creer algo que “ sabía” que no era cierto
(caso 246).
Com o en el o tro caso, lo que me alertó que había algo que ne­
cesitaba análisis era la in q u ie tu d que creaba en m i inconsciente
el que el analizando no hablara de huevos. Sólo podía analizar
aquella p e rtu rb a ció n y reconocer que tenía algo que ver con los
huevos; que al no h ab la r tan claram ente de huevos, m i analizando
estaba en realidad “ h ab lando” de huevos. M i experiencia de “ y esto
percibo” me hizo entonces p lantear una cuestión que no expresaba
m i o p in ió n , y a su vez esto fa c ilitó en el analizando la emergencia
del m aterial inconsciente que había in c id id o en m i inconsciente
y había causado en él una perturbación.
Caso 430: En dos ocasiones distintas, por lo menos uno de mis
analizandos, el señor A, me in d u jo a e rro r (en un contexto en
apariencia no a na lítico) p o r m edio de un fraude m uy curioso. M e
com unicaba un hecho perfectam ente cierto e im p o rta n te de m odo
ta l que me hacía ded ucir que lo había m anejado él del modo más
ind icad o y razonable, aunque en realidad lo había hecho de un
m odo m uy in s ó lito y nada razonable. Conseguía o cu lta r lo que es
detrás de la fachada de lo que debería ser, y me hacía deducir sen­
cillam ente, p o r m i cuenta, que él había hecho lo que debía hacer.
Innecesario es decir que la discrepancia entre “ es” y “ debería ser"
desempeñaba un gran papel en su neurosis.
C uando traté de in te rp re ta r para él el m odo en que había per­
petrado su engaño, tropecé con una de sus resistencias acostum­
bradas: no “ entendía” lo que yo trataba de hacerle saber. Ilu.s-
cando alguna m anera de hacerle entender asomó desde m i ¡nro n v
cíente una fantasía, que com uniqué a m i analizando en form a de
m etáfora: “ Suponga que me enseña la fotografía de un rostro liu
m ano y me pide que in v ite a comer al dueño de ese rostro. Sabe
usted que yo deduciré que ese rostro pertenece a un ser hum ano
y que p or lo tanto espero encontrarm e con una persona. Pero
usted sabe que ese rostro es el de un c e n ta u ro .. . cosa que no me
com unicó.”
Esta alegoría p e rm itió al analizando captar lo que había estado
tratan do de explicarle, y que eso era cuanto yo había estado tra ­
tando de hacer por él. Pero tam bién me lla m ó la atención la índole
de m i fantasía (m etáfora). M e pregunté por qué había “ escogido”
una fantasía de centauro, cuando lo m ism o pudiera haber escogi­
do una sirena o alguna o tra cosa parecida. De p ro n to recordé que
368 A IA O B J E T IV ID A D I ’OR I.A DISTO RSIÓ N

ya una vez había u tiliz a d o la idea del centauro tratan do de hacer


una in te rp re ta ció n con el señor B, racionalizador com pulsivo q in ­
trataba de hacer de su análisis un debate forense o una disquisi­
ción filosófica. T ra ta n d o ele conseguir que el señor B entendiera
lo que estaba haciendo, le d ije : “ Supongamos que usted tiene un
vislum bre de un o bjeto que se acerca, que parece un torso hum a­
no encima de u n caballo. En lugar de esperar a que ese ser se
acerque lo suficiente para poder id e n tific a rlo , usted decide que
es un centauro. Entonces corre a su bib lio te ca y empieza a fo rm u ­
la r una teoría b iológica para e xplicar cómo podría un m am ífero
estar compuesto de dos partes tan desemejantes y tener dos torsos
y seis m iem bros.’’
Después empecé a preguntarm e qué podrían tener en común el
señor A y el señor B, los dos únicos pacientes que me habían p ro ­
vocando fantasías de centauros. Entonces me di cuenta de que am­
bos habían recibid o enseñanza en escuelas d irig id a s p o r una o r­
ganización conocida por su elevado nivel intelectua l, sus conoci­
m ientos clásicos y su estricta insistencia en el pensam iento y el com­
p o rta m ie n to disciplinados, así como p o r hacer de la lógica un em­
pleo tendencioso y aun tortuoso, poniendo trampas e h ila n d o dema­
siado fin o . T a n to el señor A como el B habían recibid o fuerte in ­
fluencia de sus maestros y se habían convertido en argumentistas
y discutidores m uy diestros y sutiles. Ahora bien, en la m itología
griega, el más famoso de todos los centauros era Q u iró n , maestro
de varios héroes griegos. Además, a los mismos griegos les resul­
taba d ifíc il d e cid ir si los centauros eran más animales o más hu
manos.30 Y así, el análisis de m i p ro p ia fantasía me p e rm itió un.
inte rp re ta ció n suplem entaria acerca del origen de la tendencia del
señor A a engañarme haciéndome creer que él había hecho lo
que debía hacer, y no lo que en re a lid a d había hecho.
En resumidas cuentas, decía la verdad de manera que me enga­
ñara. A hora bien, si yo me dejaba engañar, era sin duda tu lp a
mía y no de él, que había dicho la verdad. . . y muchos de los p ro ­
blemas de este analizando consistían en ser técnicamente ‘ culpa­
b le ’’ o “ inocente’’.
O tra fuente de m i fantasía del centauro puede haber sitio m i
conocim iento de que el o ráculo tic Delt'os constantemente recurría
a este tip o de engaño. ( loando Creso, rey de L id ia , le preguntó
q uién ganarla la guerra, si él o C iro , rey de Persia, el oráculo le
di jo que si lut haba to n lia Persia d e stru iría un gran reino. Derro-

En cl ( ¡ in i) d e l señor A tu imagen del centauro m e la su g irió la m in en el


hecho d e que solfa soñar con estaiuas ecuestres y caballos montados.
D E S L IN D E V DATO S DE L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 369

taclo p or Persia, Creso reprochó al oráculo el haberlo engañado,


pero el o ráculo rep licó que la culpa era de él por no haber enviado
otra embajada para pre gu ntar si el gran reino que d estruiría sería
el suyo o el de C iro (H e rod oto , 1.90).17
En todos los casos que anteceden lo que se analizó —lo que p ro ­
vocaba la exclam ación “ y esto percibo” — era una p erturbación
en m i psique, que a co n tin u a ció n relacionaba yo con el analizan­
do. En cada caso p e rm ití que el inconsciente del sujeto in cid ie ra
directam ente en el m ío y creara una in q u ie tu d . Después traté esas
perturbaciones (fantasías) como in fo rm a ció n acerca del inconscien­
te del analizando. Y así, desde un p u n to de vista lógico, m i único
dato real era, p o r ejem plo, m i fantasía del centauro. Esta fantasía
era un enunciado (mensaje, com portam iento) que, hablando es­
trictam ente, hacía m i inconsciente. R e firie n d o este enunciado a
m i paciente hacía yo de m i enunciado (acerca de la p erturb ación
producida en m i inconsciente) un enunciado acerca del enunciado
del paciente. E xperiencialm ente (y experim entalm ente) m i fanta­
sía del centauro era una reacción de “ y esto percibo” ; lógicamente,
era un “ enunciado acerca de un enunciado” .
Se puede proceder de la m ism a manera en una investigación
o bjetiva de ciencia de la conducta dejando que la in fo rm a c ió n ya
obtenida repercuta en nuestro inconsciente.
Caso 431 : U na m u je r sedang me com unicó que los solteros prac­
ticaban el coito anal en la casa clu b de los hombres; mis in fo r­
mantes varones lo negaron enérgicamente. U n día, u no de mis
mejores inform antes, M brie n g , me contaba cómo las sanguijuelas
fo rm a ro n un puente sobre u n río pegándose cada sanguijuela a
la parte posterior de la que llevaba delante.18 El relato era a n i­
m ado y pintoresco, y m i inconsciente reaccionó con una fantasía,
inspirada por el hecho de que unos años antes había o ído yo ha­
b la r de un clu b n octu rn o de homosexuales que había en Berlín,
donde los p articipantes form aban un obsceno círculo. Relacioné
esta fantasía con lo que me acababan de contar (así como con lo
que me había dicho m i in fo rm a n te hem bra) y exclamé: “ ¡Como
los jóvenes de la casa c lu b !” M b rie n g soltó una carcajada y d ijo :
“ ¡Así, exactam ente!” A nte su confesión in v o lu n ta ria , M b rie n g me
d io entonces inform a ción detallada acerca de las actividades hom o­
sexuales cjue se desarrollaban en la casa club.

17 El excelente análisis de Fenichcl (1954) T h e m is a p p re h e n d e d oracle y su


pvoblema me hizo poner de relieve (Devereux, 1965f) que el verdadero p ro ­
pósito de los oráculos es que los entiendan equivocadamente.
ls Posiblem ente una reminiscencia del puente form ado p o r monos en el R a ­
in ayana.
/

370 A LA o b j e t iv id a d por la d is t o r s ió n

Podría cita r muchos ejemplos semejantes de m i experiencia de


campo, pero este caso basta para hacer ver cuán ú til es prestar
atención no sólo al contenido m anifiesto de los enunciados del
in fo rm a n te sino tam bién a las reverberaciones que suscita en nues­
tro inconsciente. Además, el hecho de que M b rie n g quisiera hacer­
me aquel relato sólo podría interpretarse como m anifestación in ­
v o lu n ta ria “ accidentalm ente in te n c io n a l’’, m otivada p o r su ante­
r io r m e n tira acerca de la hom osexualidad de los varones solteros.
En tales m entiras deliberadas, la verdad re p rim id a conscientemen­
te desempeña dinám icam ente el papel de m aterial inconsciente. ..
a veces a ta l p u n to que es la índole de la m e n tira la que señala
la verdad (casos 6, 7 y <?).10
Para m is fines actuales esto y no más es lo necesario para una
d e fin ic ió n operacional del inconsciente y del m odo como se hace
accesible a la observación. Los ejemplos anteriores pueden gene­
ralizarse hasta cierto p u n to del m odo siguiente:
Siempre que un paciente hace un com entario de apariencia irra ­
cional o im p ro p ia , la mente lógica del analista percibe sólo la irra ­
cion alida d fo rm a l. Pero casi en el m ism o instante tiene el mismo
analista una breve reacción afectiva y /o una breve fantasía irra c io ­
nal p o r su parte. Esta fantasía es la p erturb ación arriba m encio­
nada. A continuación, la mente lógica del analista analiza su p ro pia
fantasía y la trata como una respuesta ( = “ asociación” ) a la decla­
ración irra c io n a l del paciente. Es en cierto m odo el análisis de su
p ro pia p erturb ación (fantasía) lo que después com unica el analista
al paciente diciendo que es el análisis de la fantasía del paciente.
La tarea p rin c ip a l del analista es dejar que los enunciados irra ­
cionales del paciente lleguen a su inconsciente. Por eso ha de es­
cuchar al paciente con una “ atención librem ente flo ta n te ” —en
u n estado de distracción receptiva— que perm ite que las observa­
ciones del paciente incid an directam ente en su inconsciente sin ser
p rim ero elaboradas (distorsionadas) p or su consciente.
Caso 432: T u ve una vez, durante casi dos semanas, la sensa­
ción de que uno de mis analizandos estaba tratan do (inconscien­
temente) de decirm e algo, pero era incapaz de p e rc ib ir lo que que­
ría. A la siguiente vez que lo vi, tenía un serio resfriado y algo de
fiebie, lo que me puso un poco soñoliento y aún más tra n q u ilo
que de costumbre. Kn aquel estado de atención librem en te flo ta n te
dejé que las liases del paciente resbalaran p o r m í m ientras las iba
considerando latí perezosamente como uno ve pasar las nubes en

"* l.a relación n i l r r In v n ila d s u p rim id a y el contenido de la m e n tira ha


sido analizada en vntiMN jn ib lltju lo n e s anteriores (Devereux, 1953b, 1955a, 1966h).
IH.SI.1NDE Y DATO S DJ. L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 371

un caluroso día de verano. En este sentido, lo que decía m i pacien­


te podía in c id ir directam ente en m i inconsciente y causar en m í
una p erturb ación perceptible. La consecuencia fue que en cosa de
m in utos entendí lo que m i analizando estaba tratan do de decirme
bacía cierto tiem po.
Si uno analiza esas situaciones auténticam ente terapéuticas de
acuerdo con el experim ento paradigm ático puede com parar la taza
de agua caliente con el inconsciente del paciente que sólo puede
manifestarse por medios conscientes, del m ism o m odo que las p ro ­
piedades térmicas del agua sólo pueden hacerse accesibles a la ob­
servación p o r medios ópticos.
La diferencia fu nd am e nta l entre el experim ento físico y el psico-
a n a lítico es que en el segundo lo exam inado (“ allá fuera” ) se con­
sidera de idéntica índole a lo que se experim enta (“ a qu í” ) inm e­
diatam ente antes de que se produzca la reacción de “ y esto perci­
bo ” ; el inconsciente del paciente es observado exam inando el in ­
consciente del observador. N aturalm en te, podría idearse tam bién
un experim ento físico que se asemeja algo al experim ento psico
a na lítico “ c irc u la r” : un aparato com plicado p odría quizá trasfor­
m ar en calor la luz reflejada desde el extrem o de la colum na de
m ercurio, y a contin ua ció n podría examinarse ese calor de alguna
manera. En general, la inspección circu la r se produce raram ente
en la experim entación física y p o r desgracia se evita sistemática­
m ente en las observaciones acostumbradas en la ciencia de la con­
ducta. Es fundam ental en la experim entación psicoanalítica, donde
los fenómenos conscientes son poco más que los equivalentes de
“ aparato” . Es en el inconsciente del analista donde se da la per­
tu rb a ció n a la que reacciona el analista diciendo “ y esto percibo” .
Es el inconsciente del analista el que presenta esta p erturb ación
como un dato fu nd am e nta l para los niveles conscientes y raciona­
les de su psique.
E l seudoproblema del a do ctrin am ien to psicoanalítico. Las con­
sideraciones que anteceden serán citadas sin duda en apoyo de la
a firm ació n de que el analista adoctrina a su paciente e im pone sus
propias fantasías sobre las de éste. E xam inando la naturaleza de la
inte rve n ció n psicoanalítica veremos que tal suposición es errónea.
A u nq u e el analista exam ina su p ro p io inconsciente directam ente,
no añade nada a las fantasías del paciente, del m ism o m odo que el
term óm etro no añade nada al calor de una taza de agua. A l hacer
una interpretación, el analista sólo dice: “ Me enviaste un mensaje;
he aquí lo que oí.” El term óm etro dice: “ M e enviaste un mensaje
(calor) y m i colum na de m ercurio lo oyó: se expandió.” N i el ter­
m óm etro n i el analista deform an el mensaje sino que lo traducen
372 A LA O B J E T IV ID A D POR LA D IS TO R SIÓ N

fielm ente. La distorsión se produce sólo a llí donde el analista es


parcialm ente “ sordo” o el term óm etro parcialm ente ineficaz o ca­
prichoso.20 El análisis didáctico del p ro p io analista le perm ite no
in te rp o n e r prem aturam ente su consciente entre el inconsciente del
paciente y el p ro p io y le enseña a no temer las repercusiones del
inconsciente del paciente en el suyo. El analista “ sordo” es como
un ciego a quien alguien tratara de e xplicar lo que significa la pa­
labra “ b la nco "; distorsiona la inform a ción no por “ a ñ a d irle ” algo
sino por empezar “ q u itá n d o le ” algo.21 El consciente del analista
puede captar sólo lo que hay de ilógico en el dicho del paciente,
como en el caso 427 el esposo vio sólo, al p rin c ip io , que la e qu i­
vocación o ra l de su esposa era ilógica y por eso no podía él tra ­
d u c ir (asignar un significado a) la frase de ella. Sólo si perm ite
que su p ro p io inconsciente se turbe con el del paciente puede el
analista tra d u c ir la fantasía in in te lig ib le del paciente en una in te ­
lig ib le . Y a la inversa, si no responde plenam ente al inconsciente
del paciente —con una fantasía que es una traducción com pleta de
la fantasía (latente) de su paciente— está “ añadiendo" algo de su
cosecha a la traducción. Esta adición es una distorsión contratras-
ferencial; su fuente es aquel segmento reservado, in m ó v il e inacce­
sible del inconsciente del analista que no puede hacer eco a la fan­
tasía del paciente n i tra d u cirla . Sólo puede devolverla en una fo r­
ma distorsionada que lleva la huella de la rígid a pared donde re­
botara, pero en la cual no dejó un im pacto verdadero.
Veremos esta cuestión u lte rio rm e n te a propósito del concepto
del aparato psíquico como deslinde (cap ítu lo x x iv ).
Los datos más d istin tivo s del psicoanálisis no son, pues, e x p ri­
midos de fenómenos que ocurren “ allá fuera” , en un m un do exte­
rio r d e fin id o a rb itra ria m e nte y cuyos fenómenos sólo aísla pero
no m od ifica la experim entación o rd in a ria . Son más bien datos
derivados de una situación diádica en que tienen poco significado
“ e x te rio r” e “ in te rio r” en el sentido triv ia l y donde el im pacto del
experim ento en sujeto y observador es m ucho más im p o rta n te que
el com portam iento respondiente del sujeto. E l e xperim ento psi-
coanalítico hace más que aislar ciertos aspectos de los fenómenos
de un m undo (supuestamente) e xterior; los crea al inspeccionarlos.

w Un term óm etro n i que la colum na de m ercu rio hubiera sido remplazada


p o i mía til* anua totoleada fin ia un term óm etro “ caprichoso” , porque ta n to
r l volum en del agua u ip e ililii to m o el volum en del hie lo a 0 ° C es m a y o r
que el volum en tie la misma cantidad de agua a 4°C.
*■ D ite asi la a nadióla tia d ic io u a l: “ Es blanco el color de la nieve’’. “ ¡A h !
Q uiere usted decir q u r es f ilo y húm edo.’' “ Blanco como el cisne.’’ “ A já, suave
y con plumaK.” Etcóteiu.
D E S LIN D E Y DATO S D i. L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 373

Ivsta es la base lógica —aunque tácita— de la o p in ió n freudiana


de que el p rocedim iento psicoanalítico es al mismo tiem po téc­
nica de investigación y p rocedim iento terapéutico.
Inspección y terapia. C uando se emplea debidamente, la “ ins­
pección” es la única operación o intervención psicoanalítica ge-
u uina , y las m odificaciones que ocasiona esta inspección en el su­
jeto inspeccionado son m odificaciones terapéuticas. E l denom ina­
d o r com ún de todos los fenómenos psicológicos creados por la ins­
pección es el in sig h t; es esa conciencia de sí {self-au>amess) sin la
cual no tiene sentido la teoría de la ciencia de la conducta.22
E l psicoanálisis, ta nto en calidad de investigación como de te­
rapia, trata de obtener efectos m áxim os m ediante intervenciones
en apariencia m ínim as. H ay dos técnicas —y sólo dos— que m axi-
m izan el im pacto de estímulos m ínim os: el m om ento tim in g (se­
lección del a propiado) de la intervención y su especificidad. La
inte rp re ta ció n más im presionante —y acertada—, hecha a un pacien­
te que no está m aduro para ella —en quien no reanim a asociacio­
nes traum áticas— queda sin efecto. Además, no es la m ag nitu d ab­
soluta ti objetiva sino la especificidad de la intervención la que da
resultado.
Caso - l i l : U n a señora joven en análisis, que llevaba un vestido
sin mangas, d ijo : “ Acaba de darme u rtic a ria ” ; a continuación alzó
los brazos para hacerme ver que estaban llenos de manchitas rojas.
Yo re p liq u é : “ Está usted tan enojada inconscientemente conm igo
que se o rin a en su p ie l.” La paciente d io u n fuerte respingo y a
co ntin ua ció n v o lv ió a alzar los brazos diciendo: “ M ire, desapare­
ció la u rtic a ria .” U na inyección de adrenalina hubiera producido
el mismo resultado pero no, como la interpretación, en cosa de
segundos.
Datos de éstos ju s tific a n muchos aspectos del procedim iento psi­
coanalítico, desde el anonim ato a na lítico hasta las intervenciones
en apariencia m ínim as pero altam ente específicas y agudas, pasan­
do por el silencio. Cada partícu la de paja que lleva una in te rp re ­
tación y cada desviación respecto del m om ento teóricam ente ade­
cuado {tim in g ) reducen su efectividad. En el m om ento apropiado,
una sim ple intervención, quizá sólo un “ sí” m usitado basta. C inco
m inutos antes o después habría que g rita rlo y aun así haría poca
im presión.
El hecho de que ilu te m o s uquí con fenómenos de un tip o ya estudiado
p o r B o h r no im p lica que - como oí d e cir a un candidato en un seminario
psicoanalítico— “ el m ovim ie n to de los electrones en el cuerpo del paciente
sea ta m b ié n un dato psicoanalítico'’. A parte del hecho de que esos son in fa n ­
tilism o s científicos, es o lv id a r p or com pleto que sólo la (in im aginable) “ con­
ciencia” de esas partículas podría ser un dato psicoanalítico.
374 A LA O B J E T IV ID A D POR L A D IS T O R S IÓ N

La especificidad de una in te rv e n c ió n no tiene p o r qué im p lic a r


u n enfoque sin afecto n i unas palabras impersonales y exentas de
co lo rid o , n i en la terapia n i en la investigación.
Caso 434: U n jo v e n analizando afecto a un a ctin g o u t in f a n til­
m ente to n to , c o m p re n d ió al fin que se había aferrado a ese com ­
p o rta m ie n to solam ente p o rq u e a los seis años le había p ro p o rc io ­
nado la única a prob ació n verdadera que re c ib ie ra en su vida. U no s
cuantos días después de hecha y aceptada esta in te rp re ta c ió n , el
a n a liza n d o v o lv ió a m e n cio n a r que era m u y sensible a la b u rla , y
a ñ a d ió que los m odales del ana lista (a veces ligeros, pero nunca
sarcásticos) le hacían se n tir com o q ue le tom aban el pelo. En este
p u n to fu e p o sib le hacer una in te rp re ta c ió n p ara la que hab ía id o
p re p a ra n d o el te rre n o ese to n o de voz especial, em pleado d u ra n te
casi u n año con bastante p re m e d ita c ió n : "S u conducta es ta l q ue
la más o b je tiv a d e scrip ció n de e lla parecería iró n ic a . T o d a su v id a
ha hecho usted el gracioso buscando esa a p ro b a c ió n condescen­
d ie n te que se da a los n iñ o s ‘lis to s ’, en lu g a r de la e stim a c ió n
q u e u n o concede a u n a d u lto . . . y además, ha tra ta d o de o c u lta r
su a g re sivid a d con m on ería s de payaso." Esta in te rp re ta c ió n , al
c o n tr a r io de m uchas c o n fro n ta c io n e s , fu e hecha con un to n o de
voz serio y com pasivo.
A l día sig u ie n te , el a n a liz a n d o d e c la ró que a h o ra p o d ía ya d o ­
m in a r su te n d e n c ia a hacerse el g ra cio so así co m o la de ce n su ra r
y re b a ja r.23 E n a q u e l p u n to to d a v ía p o d ía d o m in a r sólo lo que
a n te rio rm e n te h a b ía sid o irre fre n a b le , p e ro le costó lo q u e él lla ­
m ab a las p rim e ra s noches sin sueño de su v id a .
L a p a ja q u e a rra s tra u n a in te r p r e ta c ió n s ie m p re re d u ce su e fi­
cacia, acaso p o rq u e u n a in te r p r e ta c ió n b r u ta l al v o le o s ie m p re i n ­
c id e ta m b ié n en el m a te ria ] in c o n s c ie n te adyacente, cuya r e m o v i­
liz a c ió n e m b o rro n a la s itu a c ió n .24
Estas co n s id e ra c io n e s e x p lic a n ta m b ié n p o r q u é u n o tie n e q u e
r e d u c ir a l m ín im o la e s p e c ific id a d d e l a m b ie n te a n a lític o , q u e de
o tr o m o d o p o d ría te m e r el a n a liz a n d o c o m o a una " in t e r p r e t a ­
c ió n " m u d a s u p le m e n ta ria ,25 q u e c o rre s p o n d e ría a u n peso m u e r-

Habiendo leído en la autobiografía de un escritor famoso que siempre lee


a iid a d o sa in riiir (as pruebas de imprenta, el analizando examinó de pe a pa
uno de sus libros, palabra por palabra, y se sintió recompensado al hallar
varias críalas insignificantes.
* (ími rntifiisJón semejan ir de microfcnónrenos (producidos por la inspec­
ción) w m u tliando uu giau numero de microfenómenos "indeterm inados'’
que apa recen slm iillám aiitenle dan lugar a un macrofenómeno "determ inado” .
Pero esto la) vez sea sólo una analogía.
M Un patiente ne sentía "anisado’’ de no ser persona muy leída por m i
gran biblioteca.
D E S LIN D E Y DA TO S D F L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 375

to. Pero el caso 11 in d ica que el am biente no debe empobrecerse


excesiva n i a rtificia lm e n te , porque eso c o n s titu iría un estím ulo
(— inte rp re ta ció n ) masivo negativo.
H ab lan do m etafóricam ente, una in te rp re ta ció n se asemeja algo
a una prueba de alergia, en que un estím ulo m ín im o pero especí­
fico, que incide en una sensibilidad específica, produce repercu­
siones masivas. En cam bio, la situación analítica en su c o n ju n to
es com parable a un estado de deficiencia (“ fru s tra c ió n ” ) provoca­
do experim entalm ente y revela el m odo que tiene el analizando de
compensar esa deficiencia reaccionando a señales inexistentes con
un com p orta m ie nto trasferencial.20 Esta fa lta de estímulos exte­
riores es la que puede hacer que un paciente reaccione a un ana­
lista serio y de edad m ediana como si fuera, p o r ejem plo, la madre
bonita, retozona y seductora de su infan cia (ca p ítu lo v). N a tu ra l­
mente, tam bién se observa la trasferencia en la vida co tidian a pero,
salvo en los psicóticos, nunca en una fo rm a tan extrem ada como
en la situación analítica.
Es cierto que incluso en la vida cotidiana una observación sin
im p o rta n cia a veces provoca una reacción tremenda, porque da por
casualidad, en el m om ento preciso, en un p u n to sensible. Esta
sensibilidad a veces es inculcada cu ltu ra lm e n te y determ ina en
parte em inente el contenido tra d ic io n a l de los insultos o agravios
(Devereux, 195le ).27 Pero estas reacciones explosivas son raras en
la vida corriente, precisamente porque los estímulos m ínim os ne­
cesitan llegar exactamente en el m om ento a propiado para ser e fi­
caces. De m odo análogo, un analista inexperto puede hacer repe­
tidas veces una in te rp re ta ció n perfectamente atinada y específica
sin log ra r nada, debido a su m ala elección del m om ento; y conse­
g u irá el fin deseado cuando presente su interpretación en el m o­
m ento debido. Hechos de este tip o se in te rp re ta n a veces tenden­
ciosamente como “ a d o ctrin a m ie n to ” a na lítico o “ terapia de suges­
tió n ” . N o son a do ctrin am ien to sim plem ente porque las in te rp re ­
taciones, incluso repetidas, que no se hacen en su debido m om en­
to no suelen causar n in g ú n im pacto en el inconsciente del ana­
lizando.
R esum iendo: el psicoanálisis produce los fenómenos que a con­
tin u a ció n interpreta. El “ expe rim en to ” psicoanalítico es en este
sentido el equivalente del tip o de experim entación de mecánica
cuántica sometido al p rin c ip io de in d eterm in ació n de Heisenberg.

'M U na analogía bastante buena es el hecho de que al seguir manando, la


sangre se va haciendo más coagulativa. hasta que deja de m anar.
w R óheim (1932) p u b licó un esclarecedor análisis de las diferentes reaccio­
nes de somalíes y árabes al in s u lto de “ ¡C hinga a tu padre!” .
376 A IA O B J E T IV ID A D PCR L A DISTO RSIÓ N

Además, al crear y aprovechar esos fenómenos, el psicoanalista sue­


le tener que renunciar a penetrar con insight en otras regiones del
com portam iento. Por ejem plo, cuanto m ejor entiende cómo ve el
paciente a su madre, menos descubre a veces cómo es ella en re a li­
dad. Por fo rtun a, esto es algo que sólo el paciente necesita des­
cu b rir, y la única m isión del analista es capacitarlo para que lo
haga.
Esta misma relación de com plem entariedad se logra en otro res­
pecto. A l avanzar el análisis se va haciendo más d ifíc il determ inar
con la misma precisión lo que “ procede” del analizando y lo que
“ procede” del analista. Se ha visto, por ejem plo, que el analista
no interpreta realmente el inconsciente del paciente sino las re­
percusiones de ese inconsciente en el suyo, que por fo rtu n a es m uy
parecido al del paciente, pero más accesible a la inspección y a la
u tiliza ció n racional.
Llegados aquí resulta posible hacer un examen p re lim in a r del
sentido psicológico de "fu e ra ” y "d e n tro ” , ya que este contraste
es d e fin ib le operacionalm ente en fu nció n de los paradigmas expe­
rim entales estudiados en este capítulo y el anterior.
E l inconsciente puede definirse operacionalm ente como una se­
rie de funciones (y no "regiones” ) que cam bian sin cesar:
1] Capaz de producir en el analizando fantasías irracionales y
material afín
2] que sometidos directam ente a análisis lógico sólo pueden dar
inform a ción acerca de su absurdo form al, pero
3] si se les perm ite in c id ir directam ente en las funciones análo­
gas del analista provocan en éste la aparición de fantasías irra ­
cionales o m aterial afín, que representan ex hypothcsi u n com por­
tam iento “ respondiente” ,
4] Este material causa una reacción de "y esto percibo” y es un
dato fundamental,
5] que a su vez puede someterse a un análisis lógico y tratarse
como un enunciado acerca del enunciado del analizando. En té r­
minos menos rigurosos esto equivale a la trasform ación de una
fantasía in in te lig ib le en otra in te lig ib le y corresponde a una tra ­
ducción o un descifram iento.
Si relacionamos con el paciente la p erturbación c .1 analista en­
tramos en una actividad de ciencia de la conducta (investigación).
Si se examina la p erturbación del analista en relación consigo
mismo y, por la inspect ion y el análisis, la trasformamos en un
enunciado acerca del p ropio enunciado del analista, esta actividad
v e iu ra en el camjro de acción tie la psicología o de la sociología
de la ciencia.
DF S U N DF. Y DATOS OF I A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 377

La d e fin ic ió n de estos dos modos posibles de inspeccionar y apro­


vechar el “ enunciado” (fantasía, afecto) del observador en la si­
tuación de experim entación es una actividad epistemológica y me­
todológica.
Concretamente, si tomamos el caso 430 como paradigm a:
L A l fantasear (acerca de cualquier cosa) yo hago un “ enuncia­
do” referible al paciente.
2. A l fantasear concretamente acerca de centauros (y no de si­
renas, por ejem plo) hago un enunciado referible ante todo a m í
(autoanálisis).
3. A l d e fin ir los modos en que esta fantasía resultó aprovecha­
ble, hago una aportación a la epistemología y m etodología de las
ciencias de la conducta.
En ninguna parte de m i razonam iento in tro d u je el concepto de
“ regiones” . N o u tilic é los conceptos de inconsciente, preconscien­
te, consciente, E llo, Yo, Superyó o Ideal del Yo en un sentido “ geo­
gráfico” . En cuanto me referí a ellos im p lícitam e nte los u tilic é para
denotar funciones del observador, que pueden hacerse accesibles a
la observación recurriendo a operaciones especificabas. El que
aquello que yo llam o “ inconsciente” debiera “ en realidad” lla m a r­
se de algún otro m odo es más o menos tan im p o rta n te como decir
que el anim al que yo lla m o lobo debiera “ en realidad” llamarse
lupus.
Son posibles otras dos objeciones:
1. Podría afirm arse que alguna otra operación hace al incons­
ciente más accesible a la observación. T a l enunciado sólo es cien­
tíficam ente leg ítim o si uno especifica a co ntinuación esa opera­
ción.
2. Podría afirmarse que lo que la operación que esbocé hace
accesible a la observación no es “ el inconsciente” sino otra cosa.
En ese caso habría que dar una etiqueta apropiada a lo que m i
operación vuelve observable y esbozar tam bién la operación que
hace asequible a la inspección el inconsciente “ verdadero” .
Según calculo, conviene emplear los conceptos de Freud, sobre
todo si los tratamos como a grupos de funciones y no como a “ re­
giones” de la psique (Devereux, 1956a).
En cierto sentido, el enunciado de que hay que dejar que los
dichos del sujeto lleguen hasta el observador y ocasionen una per­
turbación a la que éste reacciona con la exclamación “ y esto per­
c ib o ” , trata simplemente tina perturbación como lím ite . El que
sea lím ite entre “ regiones” o entre grupos de funciones im p orta
poco, en cierto modo. M etodológicam ente sólo entraña que cuan­
to más se difie re la reacción de “ y esto percibo” y en más fun-
‘578 A LA O B J E T IV ID A D POR I . A DISTO RSIÓ N

ciones se perm ite que el estím ulo incida, más im p o rta n te será —y
más auténticam ente co m p orta m e ntal— el fenómeno en verdad per­
cibid o. E l que uno lo exprese diciendo que se p e rm itió al estím ulo
llegar hasta el inconsciente del observador (d e fin id o como “ n iv e l”
o como “ re g ió n ” ) o bien diciendo que “ muchas” o “ algunas im ­
portantes” funciones se pusieron en m o v im ie n to p or el estím ulo
ése, dependerá de que uno piense la psique como un campo es­
tru c tu ra d o o como una serie de operaciones (funciones) reales y
posibles. Estos dos conceptos son estrictam ente equivalentes y fá­
cilm ente interconvertibles en todas las operaciones im portantes.
La p e rtu rb a c ió n /lím ite puede así definirse como el p u n to donde
el estím ulo llega a la superficie del inconsciente o bien como algo
situado entre la ú ltim a fu n ció n en que incide el estím ulo y la
p rim era fu n c ió n que realiza la operación consistente en decir “ y
esto p ercib o ” . El p rim e r m odo de enfocar tiende a poner de relie­
ve el lím ite , y el segundo, la perturbación. E l enfoque del campo
estructurado nos perm ite d e fin ir la superficie del inconsciente como
una curva de Jordan, como el lím ite entre lo que es “ in te rio r” y
lo que es “ e x te rio r” en un m om ento dado. E l enfoque de la serie
de funciones nos hace d e fin ir el deslinde entre “ in te r io r ” y “ ex­
te rio r” como un “ corte” en el sentido que a esta palabra se da en
el ca p ítu lo X X I I . Pero si, como insinuam os anteriorm ente, la ubica­
ción de la curva de Jordan se define por m edio de ese “ corte” , se
hace patente la absoluta equivalencia de las dos definiciones en
el más estricto sentido poincareano. Dado que no parece haber
operación especificable que nos p e rm itie ra d e c id ir si la psique “ es”
un campo estructurado o una serie de funciones, el único argum en­
to verdadero que puedo presentar en abono de m i concepto es uno
de tip o práctico, que Freud h ubiera sido el p rim e ro en estimar:
un concepto no geom étrico de la psique hace parecer ociosas m u ­
chas especulaciones acerca de la localización cerebral del Yo, etc.,
sin por eso e x c lu ir los estudios legítim os de la localización en
el cerebro de funciones específicas. El concepto de la m ente como
una serie tie funciones hace tam bién más fá cil de com prender la
equivalencia de los enunciados “ está m al ro b a r” y “ m i padre me
decía —y p o r eso lo creo— que está m al ro b a r” .
Y por fin , y esto tam bién tiene su im p orta ncia , el concepto de
la psique como una serie de funciones (operaciones) nos ayuda
m u tilo a entender por qué un com portam iento dado puede e x p li­
carse con la misma p le n itu d en térm inos psicológicos y en té rm i­
cos sociológicos y por qué, aunque converjan estas dos explicacio­
nes, no pueden utilizarse sim ultáneam ente (Devereux, 1945,
D E S LIN D E V DATO S DE L A C IE N C IA DEL C O M P O R T A M IE N T O 379

I961b).2s Por cierto que en fu n d ó n de este concepto, lo que en


un contexto se trata como “ d e n tro ” , en o tro contexto puede tra ­
tarse como “ fuera” . . . y viceversa, claro está. N atu ra lm e n te , o tro
tanto es posible, aunque más d ifíc il, si se piensa la psique hecha
de “ regiones” .
T odas estas consideraciones son esencialmente epistemológicas y
metodológicas. N o tienen, n i se quería que tu vieran , nada que
ver con la corrección o incorrección de n in g u n a teoría, nin gu na
serie de conceptos n i n in g ú n sistema conceptual. Personalmente
me parece cómodo em plear los conceptos de Freud, que para m í
designan series de funciones; pero esto no im p lic a cjue necesaria­
m ente quien qu iera emplee otros conceptos o agrupe funciones de
m odo diferente esté errado. Yo no tra to de defender la teoría psi-
coanalítica. M i único o b je tivo es aclarar la im p o rta n cia de la epis­
tem ología y la m etodología que entraña la la b o r analítica para la
investigación de la ciencia de la conducta en general.
La d e fin ic ió n operacional del inconsciente es al m ism o tiem po
un análisis de la naturaleza de la experim entación psicoanalítica.
Los datos que arroja el experim ento son exclusivam ente datos de
la ciencia de la conducta. N in g u n a o tra ciencia se interesa en esos
fenómenos, aunque un cie n tífico no com portam ental pueda in te ­
resarse en ellos p o r razones subjetivas. Puede incluso analizar al­
guno, pero las conclusiones que saque no tienen p o r qué ser con­
clusiones de la ciencia de la conducta.
Caso 435: U n sueño relacionado con una sierpe que se m ordía
la cola d io a K ekulé la idea del a n illo bencénico (ca p ítu lo m ).
A q u e l sueño era un pro du cto de su inconsciente y al prestarle aten­
ción y tra ta r de entender su significado o cuando menos averiguar
a qué se refería, K ekulé estaba dedicado a una investigación de
ciencia del com portam iento. Pero la conclusión que sacó de su
investigación fue puram ente de quím ica. Son ejemplos com para­
bles el sueño que p e rm itió a Poincaré (1913) resolver un d ifíc il
problem a de matemáticas, el que pro po rcio nó a Descartes el p u n ­
to de p a rtid a para la filosofía cartesiana, el que sugirió a Agassiz
la fo rm a de u n pez fósil, el que in d icó a H ilp re c h t cómo lig a r dos
c ilin d ro s con inscripciones babilónicas, etc. (Freud, 1961c, Schón-
berger, 1939, L ew in, 1958, etc.).
Hasta un cie n tífico de la conducta puede resolver un problem a
de su m ateria en sueños. E l té rm in o de “ auto con e ctivid ad ” se me
presentó en un sueño y me hizo com prender que el sentim ento

-* Este doble análisis de la vida de un in d io mohave ya fue p u blicado en


o tra parte {Devereux, 1901a).
380 a la c a jr n v iD A D por la d is t o r s ió n

de Ja coherencia de uno en el espacio y la c o n tin u id a d (persisten­


cia) en el tie m p o es la base del sentido de nuestra p ro p ia ide n ­
tid a d (Devereux, 196tíb). En lógica, esto no es d ife re n te de sacar
conclusiones de o tra ciencia no co m p o rta m e n ta l de un sueño. L o
que es algo d ife re n te lógicam ente es el análisis que hace el ana­
lista de sus p ro pia s fantasías m ie ntra s analiza a sus pacientes. L o
que yo conseguí hacer con la p alab ra soñada “ a u to c o n e c tiv id a d ”
está fuera del sueño y se d efine a q u í com o e xp e rim e n to . L o que
hice de m i fantasía de centauros en cam bio quedaba d e n tro del
“ e x p e rim e n to ’’ terapéutico.
Si aceptamos ahora la tesis de que el d ato más característico de
una ciencia es aquel aspecto de la re a lid a d que las demás ciencias
no estud ian a su m anera, puede considerarse dem ostrado que los
más fu nd am e nta les de todos los hechos de la ciencia de la conducta
son los acaecidos d e n tro de la psique del observador. Los datos del
psicoanálisis no son, cla ro está, los únicos datos de la ciencia de
la conducta, y una ciencia de la co nd ucta que desechara todos los
demás géneros de datos y m étodos sería absurda. T a m b ié n lo sería
una ciencia de la co nd ucta que no reconociera la naturaleza cliá-
dica de toda observación, ig n o ra ra que buena p a rte del c o m p o r­
ta m ie n to to ta l del su je to es p ro d u c to de la inspección y desdeñara
el im p a c to q u e el e x p e rim e n to causa en el observador.
Sería a rro g a n te y vano p re te n d e r que todas las ciencias de la
co n d u cta fu e ra n ramas del psicoanálisis. Pero creo serio y razona­
ble p ro p o n e r que las demás ciencias de la c o nd ucta tom en en
cu e n ta los d e scu b rim ie n to s e pistem ológicos y m e to d o ló g ic o s del
psicoanálisis. N o es más razo na ble p e d ir al p sicó log o de los a n i­
m ales que p onga a su ra ta o su m o n o en u n sofá a n a lític o que
pasar p o r a lto q ue el a n im a l se da cuenta de algunas cosas. L o
que p ro p o n e m o s es q ue se reconozca q ue el d e slin d e e n tre obser­
v a d o r y observado es el lu g a r d o n d e se p ro d u c e u na p e rtu rb a c ió n ,
así com o la p e rtu rb a c ió n es el lu g a r de u n d eslind e, y q ue los
e n u n cia d o s (c o m p o rta m ie n to , mensajes) se d is tin g a n de los e n u n ­
ciados acerca de enu nciad o s. Si n o se hace así, la in v e s tig a c ió n y
la te oría de la cien cia de la co n d u c ta se gu irá n sien do a u to a n u -
lan ics.

1
C A P ÍT U L O X X IV

D E S L IN D E , E S T R U C T U R A Y E X P L IC A C IÓ N

La d e fin ic ió n de los datos de la ciencia de la conducta en fu n c ió n


de las operaciones que los hacen asequibles evitaba sistemática­
mente todo examen de la estructura de la psique y de los concep­
tos psicoanalíticos que subyacen en el m odelo conceptual que de
la psique tiene el psicoanalista.
M ostraremos ahora que la epistemología subyacente en esta de­
fin ic ió n nos perm ite tam bién a trib u ir un significado operacional
a la proposición de que la psique tiene una estructura y que este
m odo de enfoque no nos com prom ete a p r io r i con n in g ú n m odelo
e structural en p a rtic u la r. De acuerdo con la d e fin ic ió n operacio­
nal propuesta para el concepto de estructura psíquica, las mismas
proposiciones pueden derivarse de diversos modelos de la psique,
lo cual significa que todos esos modelos son equivalentes en el
sentido de Poincaré. Además, precisamente p o r reconocer la d ife ­
rencia existente entre la e xplicación psicológica y la sociológica de
la conducta, este enfoque nos perm ite tam bién especificar la rela­
ción entre las explicaciones sociológicas y las psicológicas.
En lo que vamos a ver, la d eterm inación de una curva de J o r­
dan y la construcción de un corte, por una parte, y la d eterm ina­
ción de “ regiones” y series o grupos de “ funciones” (que aquí
tam bién pueden abarcar “ co nte nid o ” ), por otra, son operaciones
equivalentes.
Todas estas definiciones básicas son operacionales:
1. U n o puede d e te rm in a r en cu alqu ier m om ento dado cuando
menos un p u n to /in s ta n te donde se produce la perturbación.
2. Esta perturbación produce la reacción de “ y esto percibo” .
3. Esta p erturb ación (con sus productos) crean ( = son) un lí ­
m ite y determ inan ( = son) su ubicación.
4. La p erturbación, sus productos y el lím ite pueden den om i­
narse Yo (u otra cosa).
5. En nuestra d isq uisición no se afirm a nada más del Yo.
6. Pueden decirse otras cosas del Yo; lo que uno diga depende
de su marco teórico de referencia.
Lo que no puede afirm arse operacionalm ente del Y o es que tie-
[3 8 1 ]
382 A LA O B J E T IV ID A D POR LA DIS TO R SIÓ N

ne lím ites; puesto que se le define como lím ite , no puede al m is­
m o tie m p o tener un lím ite , y menos uno que pueda “ rom perse” .
Más adelante veremos que sólo en un sentido clín ico y figurado
puede hablarse de “ ru p tu ra de los lím ites del Y o ” .
El p u n to de referencia en toda nuestra actual d isq uisición es la
p erturb ación /d eslind e . H a b la n d o por ahora geométricam ente, la
ubicación de toda “ re g ió n ” psíquica (si las hay) se determ ina de
acuerdo con ese deslinde (curva de Jordan). H a b la n d o m e ta fó ri­
camente no decimos que la fron te ra franco-alemana está a X k i­
lóm etros de París, n i siquiera que París esté a X kilóm etro s de esa
frontera. Lo único que podemos decir den tro de este m arco de re­
ferencia es que París está a “ u n ” lado de la frontera. H a b lan do
en lenguaje a ritm é tico podemos en c u alqu ier m om ento d e c id ir si
una fu n ció n dada q o un gru po de funciones () esta a un ^ac^°
o al o tro de ta l d ivisión . En este contexto, en “ fu n c ió n ” puede
caber, si uno así lo desea, “ co nte nid o ” . Se especifica que la com­
posición de un gru po de funciones Q ( = q lf q2, q¿ . . .) en un
tie m p o t no tiene p o r qué ser idéntica a su com posición en el
tie m p o t + Aí. De igual m anera si se reconoce que un Q o q dado
en el tie m p o t es, “ este” lado de la d ivisión , en el tiem po t -f- A i
estará al “ o tro ” lado. Por razones de clarida d en la exposición
emplearé de aquí en adelante la te rm ino log ía de “ d e n tro ” y “ fue­
ra ” , en lugar de la term inología, de estilo más enredado, de “ este
la d o ” y “ el o tro la d o ” , pero entendiéndose que las dos series son
equivalentes.1
Dado el hecho de que una fu n c ió n dada pueda en un m om ento
estar “ d e n tro ” (del lado de acá de la d iv isió n ) y en o tro m om ento
estar “ fu era ” (o del lado de allá de la d ivisión ), la a firm ació n de
que el lím ite es m ó v il es en cierto m odo sólo una manera tie ha­
blar. E l lím ite no puede ser, stricto sensu, “ m ó v il” , puesto que
constantem ente se está creando de novo; el deslinde está en cual­
q u ie r m om ento dado en el lu g a r donde se produce la p ertu rb a ­
ción. Si no hay p erturb ación , no hay deslinde. Por eso no hay
deslinde, en el sentido que nos interesa, en un cadáver. (Es pa-
tente la im p o rta n cia de esta declaración en relación con el A b to -
tu n ^ s p rin iif> de Hohr.) D en tro de este marco de referencia, la vida
es un estado de ¡a m ateria en que puede producirse una p e rtu r­
bación a n to a m p lijira d a creadora de deslinde.
L ú a m e lá lo i.i lal ve/ aclare esto:
Caso 7 h>: I.a <t istiundacl luchó contra el Islam en Poitiers, Ha-

1 Para “ lU 'iitio " y " lu r iu " n i l>¡«»ic»>>ía véase La Barre (1954); para psicoso-
nr.Uica. Devereux, (19(»(iu).
DESLINDE, ESTRUCTURA V E X PLIC A C IÓ N 3RS

tin , C on stantinopla, V iena y G a llip o li. En un marco tie referencia


claram ente especificable es líc ito , en teoría, decir que “ P oitiers r=
H a tin = C onsta ntin op la = Viena = G a llip o li” , porque en ese
marco de referencia, todos ellos fueron los puntos de la “ m ism a”
p ertu rb a ció n creadora de deslinde. Todos fueron “ cortes” o sea
puntos de la curva de Jordan que separaba el Islam de la C ris­
tiandad.
El problem a puede aclararse aún más tratan do de d ete rm ina r
si el concepto (construcción hip otética ) de “ Superyó” debe consi­
derarse “ d e n tro ” o “ fuera” de este lím ite . Hemos dicho que el
Superyó es el residuo o p re cip ita d o irra cio n a l de todas las expe­
riencias tempranas que el n iñ o no p u d o d o m in a r en el m om ento
en que o cu rrie ro n (Devereux, 1956a). De m om ento, tratarem os el
Superyó como un código de prohibiciones, y no concederemos una
im p orta ncia especial al hecho de que sea una instancia psíquica
arcaica, b ru ta l, estúpida y co rrup ta cuyo vocabulario se compone
de una sola palabra: “ ¡N o !” H istóricam ente, el Superyó es con
toda seguridad de origen externo; funcionalm ente, es interno . En
su origen lo crearon unos acontecim ientos; actualm ente, es u n g ru ­
po de funciones que crean acontecim ientos. Es un creador perm a­
nente de perturbaciones.
El Superyó ( = código de prohibiciones) puede compararse con
algo que podríam os lla m a r “ im p u lso ” , una serie de necesidades
y /o m otivaciones positivas. El E llo fre u d ia n o es en cierto modo
una de estas series de m otivaciones positivas.
T o m a n d o p o r m odelo la obediencia a las leyes, y concretam ente
el no cometer asesinatos, puede decirse que fu lan o se abstiene de
asesinar sea porque su Superyó es m uy fuerte, sea porque su im ­
pulso es m uy d ébil. T ra ta m o s a qu í estas explicaciones como in fe ­
rencias puram ente heurísticas y de sentido com ún.
Cada una de estas explicaciones puede dar origen a otras dos
secundarias.
Puede afirm arse que fu la n o no comete asesinatos porque su pa­
dre le d ijo que eso era un d e lito ; tam bién puede sostenerse que
se abstiene de m atar a nadie porque le parece que es un d elito.
La p rim era e xplicación pone al Superyó “ fu era ” , la segunda “ den­
tro ” . Pero tam bién podemos decir que fu la n q no mata porque
en c u alqu ier m om ento puede aparecer en escena el p o licía D o n o ­
van. Parafraseando la d e fin ic ió n que hace D ira c de la “ posición”
del electrón no inspeccionado, expresé ya esto en o tro lug ar (De­
vereux, 1940a) diciendo que la posición del p olicía Donovan es
la m ayor parte del tiem po “ in d e te rm in a d a ” . . . que está en cierto
m odo “ d istrib u id a a lo largo de la ley” . Es éste^un enunciado so-
m A LA O B J E T IV ID A D POR L A DISTORSIÓN

tio lô g ic o . P ero u n o puede d e c ir ta m b ié n que fu la n o se abstiene


de m a ta r p o rq u e su S uperyó se lo p ro h íb e . A l d e c ir esto, no tene­
mos p o r qué e spe cifica r si colocam os a l S uperyó “ d e n tro ” o fu e ­
ra ” ; lo que tenem os que e spe cifica r es que, d e n tro d e l m arco de
refe re n cia a q u í em pleado, puede a trib u irs e un s ig n ific a d o opera-
c io n a l a l S uperyó y asim ism o a c u a lq u ie r e n u n c ia d o que lo sitúe,
com o p o d ría ser, “ d e n tro ” o “ fu e ra ” . S iendo este e n u n c ia d o de
ín d o le psicológica, lo que n o puede re c ib ir u n s ig n ific a d o opera-
c io n a l en este c o n te xto es la p o s ic ió n del p o lic ía D o n o v a n . Y a la
inversa, cu a n d o el p o lic ía D o n o v a n está presente en persona (“ de­
te rm in a d o ” ), no podem os a tr ib u ir u n s ig n ific a d o o p e ra cio n a l a la
p o sició n d e l Superyó, que en esa s itu a c ió n es “ in d e te rm in a d o ” .
Esto s ig n ific a ta m b ié n que en sem ejante situ a ció n , hasta u n e n u n ­
ciad o que especifique que queda “ d e n tro ” o “ fu e ra ” está despro­
vista de sentido.
En suma, cuando el p o lic ía D o n o va n está presente puede a tr i­
buírsele a él, pero no al Superyó, u n s ig n ific a d o ope ra cion al. C u a n ­
do está ausente, puede a trib u irs e u n s ig n ific a d o o p e ra cio n a l al Su­
peryó, pero no al p o licía D onovan. Estas dos operaciones se ba­
ila n en relació n de co m p le m en taried a d cada una respecto de la
o tra (D evereux, 1940a).
T a m b ié n pueden plantearse problem as de “ d e n tro " o “ fu e ra ” ,
en relació n con el “ im p u ls o ” . Este hecho ya lo h abían notado los
griegos.
Caso 437: Agam enón in s u lta im p u lsiva m e n te a A quiles. En cuan­
to com prende las consecuencias de su acción, se siente convencido
de que su im p u lso v in o de fuera, de que era ate (Dodds, 1951,
A d kin s, 1960).
Caso 438: L a Medea de E u ríp id e s expone largam ente su p la n
de m ata r a sus h ijo s para castigar a su in fie l padre Jasón. En cierto
m odo, h ab la nd o se convence de su h o rrib le decisión. A l p rin c ip io
habla como si tu vie ra co no cim ien to del origen in te rn o de su im ­
pulso. Después de que a fuerza de h a b la r se ha puesto furiosa, ha­
bla como si la causa de su im p ulso fuera "a lg o ” e xte rio r. R iv ie r
(1960) o pina que su discurso a rro ja luz sobre las teorías psicoló­
gicas de Eurípides. . . o sobre su fa lta de teorías aceptables. En m i
o p in ió n , E urípides tan sólo d io una descripción clínicam ente pre-
<isa de lo que en rea lid ad se siente en tales casos.
('.aso En las ’¡'rayanas, de Eurípides, H écuba trata de per­
suadir a Menelao de que castigue a Helena por haberse fugado con
Paris. Helena a trib u ye su fuga a A fro d ita ; era entonces de origen
externo.2 Ilé tn h a replica: “ Eue tu mente la que se c o n v irtió en
9 Que yo sepa, m ulle Im «t I iu i Im do ver que el argum ento de Helena lo pro-
DESLINDE, ESTRUCTURA V EXPLICACIÓN 385

A fro d ita .” Es decir, ella a trib uye un origen in te rn o a lo que para


H elena era de origen externo. Según Lesky (1960), ese pasaje arro ­
ja luz sobre las teorías psicológicas de Eurípides. En realidad, H e ­
lena y Hécuba inte rp re ta n el m ism o com portam iento de dos modos
com plem entarios; están en desacuerdo en cuanto al lado de la d i­
visión o de la curva de Jordan en que debe situarse el im pulso. El
problem a consiste en saber de dónde viene el “ im pacto” que uno
percibe. Esta escena es idé ntica en esencia a aquella de Medea en
que ésta habla al p rin c ip io como Hécuba y acaba hablando como
Helena. I.o que en las Troyanas es un agon —un debate teórico o
forense— en Medea es un fenómeno clínico,
La convergencia de dos modos subjetivos de e xperim entar con
dos modos teóricos de e xp lica r el com portam iento es teóricamente
im p orta nte y demuestra que nuestra disquisición es operacional.
C iertam ente, ‘‘d en tro ” y “ fuera” (de este lado de la d ivisió n y del
o tro lado de la misma) son definibles operacionalm ente sólo como
modos de experim entar, “ temo que el policía Donovan se presen­
te en cualqu ier m om ento” y “ creo que m atar es pecado” son dos
modos de sentir la misma p erturbación. El p rim e ro im p lica que
algo incide en el lado “ d ista l” de la d ivisión o la curva de Jordan,
el segundo que incide en el lado “ p ro x im a l” . Medea siente al p rin ­
c ip io (pie un im pulso incide en el lado p ro xim a l y después que
incide en el distal de esa d ivisió n o curva.
N in g u n o de estos impulsos es perceptible m ientras no ocasiona
una p erturbación al crear un deslinde que —por ser el lugar del
fenómeno de ” y esto percibo” — puede equipararse al Yo, al que
otros ta l vez den o tro nom bre.
Debemos destacar una vez más que el Yo, d e fin id o de este modo,
no es sim plem ente “ m ó v il” . Es en realidad creado a cada instante.
Por eso puede no tener una ubicación a p rio r i n i propiedades “ mé­
tricas” verdaderas. Y p o r lo tam o no se puede asignar n in g ú n sig­
nifica do operacional a la noción de “ lím ites del Yo” .
En cam bio es posible —aunque en extrem o d ifíc il— asignar u n
sentido operacional al fenómeno equivocadamente calificado de
“ ru p tu ra de los lím ites del Y o” , La d ific u lta d fundam ental es el
hecho de que la p e rturb ación /d eslind e no tiene a p r io r i posición
determ inada; aparece ora “ a qu í” y ora “ a llá ” . H ablan do m etafó­
ricam ente, tan p ro n to está en Poitiers como en H a tin , etc. En
cierto m odo no tiene posición n í duración en el tiem po, aunque
todas las posiciones se determ inen con respecto a él, Su única pro­
nuncia la Peullope homérica en su soi premíente defensa de Helena (Odisea,
tí3.218 ss.) {El pasaje se comenta en Devereux, 1957d.) Argumentos semejantes
se hallan en dos trozos de vii'lnono, por Corgias e ISócrates.
386 A LA O B J E T IV ID A D POR I.A DISTO RSIO N

piedad como coordenada es, además, que tiene dos “ lados” . N i si­
q uiera significa nada decir que en cu a lq u ie r m om ento dado un
g ru po de funciones Q (o una fu n ció n q) está a una distancia “ ma­
y o r” o “ m enor” de esta p e rtu rb a ció n /d e slin d e . Sólo puede a tri­
buirse un significado m uy in d ire c to a la “ d istancia” desde el des­
lind e.
Considérese un espacio de tiem po: t 0 a f,, durante el cual ocu- ^
rre n n fenómenos (eventos) de p e rturb ación /d eslind e . Si durante M
este tie m p o el espacio Q (o q) no entra en n in g u n o de estos fenó- I
menos puede decirse —hablando de u n m odo general— que está H
“ distante” del deslinde. Si d urante este espacio de tie m p o (5 o q I
e ntran repetidas veces en eventos de p ertu rb a ció n /d e slin d e , puede M
decirse que están “ cerca” de e lla . . . o sea cerca de casi cu alqu ier
deslinde (actualm ente) “ posible” .
A h ora bien, la expresión: “ Q (o q) entra en un fenóm eno de
p e rtu rb a ció n /d e slin d e ” , sólo puede tener un significado operacio-
nal. Siendo el o bjeto del enunciado “ y esto percibo” , “ pasa” de
u n lad o de la d ivisió n (o curva de Jordan) al o tro . Y así en M e -
dea el im p ulso pasa de “ d e n tro ” a “ fuera” , de “ a q u í” a “ a llí” . En
el experim ento de m edición del calor, el estím ulo pasaba del ex- '
te rio r al in te rio r cuando el observador exclamaba “ y esto percibo” . j
De m odo semejante, los sentim ientos, pensamientos, recuerdos etc.,
pueden e n tra r y salir de la conciencia. Este paso es siempre un
“ salto” ; Q (o q) sim plem ente deja de estar en “ este” lado y de
repente está en “ a q u e l” lado. Buenos ejemplos de esto son las
reacciones de “ ¡E ureka!” —observables incluso en los monos su­
periores (K o h le r, 1927)— o el trán sito de u n pensam iento de lo
inconsciente a lo co nscien te .. . o viceversa.
D en tro de este m arco de referencia casi el único significado que
puede a trib u irse a una “ ru p tu ra ” de los lím ites del Yo es la ate­
nuación de la reacción de “ y esto percibo” , que im p lic a la d is m i­
n ución de la p erturb ación causante de deslinde. En un sentido im - ¿
portante, la p ertu rb a ció n se debe a la d is tin c ió n entre el “ yo” y el jfl
“ no yo” . Este “ yo ” no debe confundirse con el concepto del Yo; es ■
sim plem ente lo que está “ d e n tro ” , y el “ no yo” es lo que está 1
“ fuera” . E l Yo es lo que d istingue entre el “ yo” y el “ no yo” ; 9
es lo que realiza la operación de “ d is tin g u ir” . C ua nto menos se 1
distingue entre el “ yo” y el “ no yo” , m enor es la a m p litu d de la
reacción de “ y esto p e rc ib o ". . . y viceversa, claro está. Si se des­
plazan cantidades de (¿s (o qs), sin trastorno perceptible, de “ acá”
a “ a llá ” o viceversa, se horra la d is tin c ió n entre “ yo” y “ no yo”
experiencialinente. .. y por ende tam bién la atenuación del Yo,
que es precisamente una p erturb ación , o sea ante todo una dis-
Ill S I.IN D E , E S TR U C TU R A V E X P L IC A C IÓ N 387

(ilic ió n perceptual. N o se debería pensar aquí, claro está, en la


diferencia perceptual entre los datos anestésicos que proporciona
el experim ento de basto ncillo aferrado y los táctiles del de baston­
c illo suelto, donde el o bjeto explorado es “ externo” . Pero se pue­
de pensar —d entro de lím ites estrictos— en la e xploración de nues­
tro pie con un bastoncillo (cap ítu lo x x n ), donde la diferencia de
naturaleza entre las percepciones de la m ano y del pie (— objeto)
están en la raíz de la reacción de “ y esto percibo” . En u n sentido
m uy lim ita d o , podemos considerar esta diferencia de percepción
como una diferencia de energía potencial en física, aunque incluso
esta analogía debería rodearse de diversos caveats. E l caso es que
nin gu na analogía (n i siquiera parcialm ente concreta) puede arro­
ja r luz sobre este problem a sin enredarlo en otros respectos. Es
aquí p rin cip a lm e n te donde todas las comparaciones son defectuo­
sas... como lo son tam bién en relación con el fenóm eno de “ in ­
d ete rm in a ció n ” , que sólo puede captarse debidam ente si se fo rm u ­
la en térm inos abstractos. Com o de costumbre, la naturaleza nos
hace ver que no le im p o rta n las d ificultades que plantea a los
científicos.3
C u a lq u ie r m odelo aceptable de la psique que com prenda el con­
cepto de conciencia perceptiva puede e xplicar p o r qué y cómo un
(¿ o un q “ pasa” el deslinde; un m odelo de la psique en que no
entre este concepto no puede explicarlo.
A diferencia del carácter esencialmente in d u c tiv o y operacional
de los modelos generales de la psique, los modelos de psicopato-
logía son necesariamente nom otéticos (Devereux, 1963a); esto no
entraña, claro está, que p o r eso sean necesariamente no operacio-
naíes tam bién. La psicopatología puede establecer normas d efi­
nibles operacionalm ente que nos p erm ita n d e te rm ina r las anoma­
lías en el m odo en que —y en las causas debidas a que— un Q o un
q “ pasa” el lím ite o deja de “ pasarlo” ; o entra en una p e rtu rb a ­
ción o deja de e n tra r en ella. En tales casos es más sencillo h ablar
de menoscabo (“ ru p tu ra ” o “ im p e rm e a b ilid a d ” ) del Yo en cali-

3 Nadie podría saber m ejor que yo las d ificu lta d e s que esio entraña. E l m o­
delo del Yo aquí exam inado fue presentado p or p rim e ra vez, en form a e xtre ­
m adam ente ru d im e n ta ria , en 1938, ante un gru p o de psicólogos de la U n i­
versidad de C a lifo rn ia , presidido p o r el profesor E. C. T o lm a n . Me costó 27
años fo rm u la r este concepto del Yo —que al p rin c ip io denom iné “ la zona de
fric c ió n ” y puse entre una “ zona de h á b ito ” y un “ núcleo de la persona­
lid a d ” — de un modo operacional y lógicam ente coherente. Sólo puedo esperar
que la paciencia de quienes en verdad traten de entender m i concepto del
Vo sea tan grande como la h u m ild a d con que presento lo que me consta no
puede ser una solución sino sólo la fo rm u la ció n de un problem a en form a
operacionalm ente v e r ifia b le y lógicam ente aclarable.
888 A I.A OU|»TIV|l»AD POR J.A DISTORSIÓN

dad de lím ite, aunque no sea un menoscabo de los límites del Yo,
puesto que la perturbación hace ( = es) el “ paso” de (¿ o q.
El fenómeno equivocadamente calificado de “ ruptura de los lí­
mites del Yo” puede definirse operacionalmente como cualquier
proceso en que el “ paso” de la linea ( = cambio de latió) no pue­
de correlacionarse con una experiencia comunicable de “ y esto
percibo” y /o donde la “ ubicación” de (¿» y qs respecto de la d iv i­
sión o curva es insólita en sentido clinico. Es en este ú ltim o sen­
tido en el que la psicopatología es una ciencia nomotética (Deve­
reux, 1968a), que se ocupa sólo de las peculiaridades del Yo que,
en nuestro esquema actual, es estrictamente una construcción per­
teneciente a un fenómeno de lím ite y la base de toda distinción
entre "in te rio r” y “ exterior” o —hablando de una manera gene­
r a l- entre “ yo" y “ no yo" ( = “ ello” ).
El no yo ( = ello) es lógicamente distinto del E llo psicoanalí-
tico; a veces pueden considerarse iguales, pero sólo en términos
de su “ contenido". Como hay un ir y venir constante de (¿s y r/s
entre los dos lados, la única distinción real entre “ yo” y "no yo”
es que están situados en lados contrarios de la división o curva de
Jordan. Además, en ciertos estados excepcionales, en que no hay
intercambio de “ m aten»!” entre los dos lados, el lado que en el
tiempo t estaba “ aquí” en el tiempo t -)- At puede estar “ a llí” , con
lo que “ yo” se convierte en “ no yo” y viceversa, en función de
nuestro modo de experimentarlo (y /o in te rp re ta rlo )... siendo pre­
cisamente la manera de experimentar (y/o interpretar) la que d i­
ferencia el “ yo” del “ no yo” . Una analogía que reconocemos vaga
ilustrará este proceso: si un in d ivid u o “ inspecciona” su cólera, ex-
periencialmente la “ cólera” está “ a llí” . Si tiene un pensamiento
al que —acaso inexplicablemente— siguió un pensamiento de có­
lera, es el pensamiento el que está “ a llí” y no “ aquí” . En este
sentido, pues, la perturbación también determina lo que está "aquí”
y lo que está “ allá ” en cualquier momento dado. La psique como
experiencia siempre está " a llí” ( = ello). Es ésta otra razón de
que sea conveniente ver en el Yo una región con propiedades tie
ocupación de espacio y un lugar predeterminaba, definible exte-
normeme.
Dentro de este marco de referencia, la historia de un caso anor­
mal o patológico es:
1. Un informe del orden en que diversas funciones (Qs o qs)
están sucesivamente ora en un lado, ora en el otro de la perturba-
ción/deslinde.
2. Un análisis de las perturbaciones en el curso de las cuales
HI.,M.INDE, KSTRUf.TURA V KXPI.ICACÍÓN 889

—y de la manera en que— una Q o q pasa de un lado del lim ite


al otro.
. 3. Una interpretación de la observación de que, por lo general,
una Q o q está en un lado de la división (por ejemplo, una ex­
plicación de por qué un pensamiento obsesivo dado es constante­
mente consciente o cierto recuerdo traumático de la infancia per­
sistentemente inconsciente).
En ningún lugar de esta disquisición se asignó un “ lugar" al
deslinde —un “ lugar" que es lo que puede determinarse con refe­
rencia a cualquier sistema (exterior) de coordenadas, puesto que
la base misma de este enfoque es que la perturbación/deslinde es
en sí la única coordenada válida, Metafóricamente, en este marco
de referencia, Poitiers, H atin, Constantinopla y G a llip o li no son
“ lugares" en lo absoluto sino una sola coordenada.4
Esto da a entender que cuanto más cuidadosamente exploramos
diversas funciones (Qs y qa), más indeterminado se vuelve el lim i­
te entre ellas puesto que lo que —como en el caso de Medea— es­
taba "dentro" en el tiempo t ta l vez esté “ fuera" en el tiempo
/ 4- Ai. Pero si enfocamos nuestra atención en el lím ite mismo,
es Q (o q) el que tiende a hacerse indeterminado, sobre todo en
lo tocante a su “ contenido" ( = el “ ello” experimentado).
N o sólo el científico sino también el hombre social opera en
gran medida en función de “ dentro” y “ fuera” . Para el teólogo, la
“ tentación" está en cierto modo “ fuera” . Para el jurista está en
gran parte “ dentro” .
Es posible d istinguir entre “ dentro" y “ fuera" en el discurso de
la ciencia de la conducta por medios estrictamente operacionales.
Lo que en un discurso dado se trata con m otivo "operante” se
ubica, pues, “ dentro"; lo que se trata como un motivo “ instrumen­
ta l" se ubica, por consiguiente, “ fuera” . Lo que en un discurso
psicológico se trata como m otivo "operante" se trata en el discurso
sociológico como m otivo “ instrum ental", y viceversa (Devereux,
1961b).
Las mismas proposiciones pueden derivarse de cada uno de es-*

* Muchas de las ¡deas arriba expuestas fueron formuladas por entero, pero
con cierta torpeza, antes de 1940, fecha en que conocí la importante obra de
K u rt I.ewin. Por eso es nula m i deuda intelectual con éste por las Ideas aquí
presentadas; en cambio mi denda moral es grande, ya que ciertas semejanzas
entre algunas de nuestras conclusiones respectivas me alentaron a seguir deba-
tiéndeme con este problema. I.a importancia de esta concurrencia de algunas
ideas de Lcwfn y mías parece especialmente grande si se toma en cuenta que
el razonamiento de I.ewin es en lo esencial geométrico (topología, hodología}
mientras que el mío se basa esencialmente en la teoría de la mecílnicn cuán­
tica y en ia teoría de los números.
390 A LA O B J E T IV ID A D PCR LA DISTO RSIÓ N

tos dos tipos de diseurs > que, si bien com plem entarios, son al
m ism o tiem po ig u a ln ie n l1 “ completos” (Devereux, 1945). Siem­
pre que el análisis de la conducta se lleva a cabo consecuentemen­
te de ambos modos, las conse juencias com portam entales de la ex-
olicación A son las mismas que las de la e xplicación B.
Caso 440: Psicológicamente, la b ru ja mohave Sahaykwisa: era
autodestructora. C u ltu ra lm e n te , en su calidad de b ru ja mohave
triu n fa d o ra , era o bligado que in cita ra a alguien a m atarla. Psico­
lógicamente, era lo bastante autodestructora (m o tivo “ operante” )
para haber in cita d o a alguien a m ata rla aun sin su m andato c u l­
tu ra l (m o tivo “ in s tru m e n ta l” ). Sociológicamente era una b ru ja
mohave lo bastante buena (m o tivo “ operante” ) para in d u c ir a a l­
guien a m atarla, aunque no hubiera sido autodestructora (m o tivo
“ in s tru m e n ta l” ). Para el psicólogo, el m andato c u ltu ra l d eterm inó
el m o d o en que ella causó su p ro p ia m uerte. Para el sociólogo,
fue su a utodestructividad la que d eterm inó el m odo en que ella
c u m p lió el m andato c u ltu ra l de hacer que la asesinaran (Deve­
reux, 1961a).
Éste es el único m odo epistem ológicam ente le g ítim o en que pue­
de establecerse una relación especificable operacionalm ente entre
las explicaciones psicológicas y las sociológicas (Devereux, 1961b).
U na exploración com pleta de la m etodología y la teoría de estas
ciencias de la conducta que están entre los fenómenos in d iv id u a ­
les y lo? socioculturales queda más allá del alcance de nuestra
obra.8
Q uizá sea lo único im p o rta n te de ésta que saca conclusiones ine ­
lu d ib le s de la m áxim a de H e rá clito : “ M alos testigos son los ojos
y los oíd js para los hombres, si tienen almas que no entienden su
lenguaje.” Q uisiera creer que aquel antig uo sabio jo n io no rep u ­
d ia ría del todo m is apreciaciones.•

• Los punto» esencia Ir» del problema se trataron en una serie de trabajos
anteriores (Devereux, 1937e, 1938a, 1940a, 1945, 1952b, 1955a, 1957a, 1958a,
b , 1960b, 1961a, b, 19«5n).
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