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Aliaga-Buchenau, A. I. The “dangerous” potencial of reading. Routledge, New York and London, 2004,
introducción y capítulo 1.
Introducción
...Él se enfrascó tanto en su lectura que… de tanto leer se le secó el cerebro de manera que
vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en sus libros… y
asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas
soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.
Rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio un loco en el
mundo, y fue que le pareció convenible y necesario… hacerse caballero andante, e irse por
todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras.
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Buenos Aires: Losada, 1996.1
Capítulo Uno
Lectura y Poder en el Siglo XIX
Sólo en los últimos cien años, como resultado de la aceptación de una nueva y más
optimista actitud a la naturaleza y aptitudes del hombre promedio, se ha expandido
la idea de que la alfabetización es de alguna manera buena por sí misma, uno de
los derechos naturales del hombre, independientemente de los usos que se da a
los nuevos medios de comunicación por la palabra escrita, y que los intentos de
negar educación elemental a los pobres ha sido abandonada totalmente en todas
las sociedades avanzadas.45
De cualquier manera, muchos académicos han cambiando esta idea
negando el aspecto del aumento del poder de la lectura y la alfabetización.
Estas críticas han señalado que la alfabetización no iluminó a las clases bajas
en el siglo XIX, en su lugar sirvió como una herramienta para mantener una
estructura social jerárquica y relaciones dominantes de poder.46 De hecho, el
argumento es tomado tan lejos como para decir que la propagación de la
alfabetización sólo reforzó las distinciones sociales y las profundas brechas
entre las diferentes clases. La alfabetización sirvió como un “instrumento de
estabilidad social en un tiempo de cambio, facilitando el progreso y el desarrollo
sin (o con una disminuida) amenaza de desorden.” 47 Las mismas viejas
establecidas elites –religiosas, políticas, y las clases altas (a pesar de la
importancia creciente de las clases medias)- tomaban decisiones y se
quedaron en el poder, mientras la controlada expansión de la alfabetización
mantuvo a las clases bajas en su lugar. La valoración de la propagación de la
alfabetización como reforzadora de las distinciones de clases parece
lógicamente correcta y una muy atractiva interpretación.
De cualquier forma, el miedo expresado por la figura ficticia Lady
Ludlow, refleja el miedo de muchos contemporáneos, pues relaciona lectura y
alfabetización con una potencial subversión del poder. Si aquellos en el poder o
en mejores posiciones temían el posible resultado de la expansión de la
alfabetización, ellos debieron haber percibido la alfabetización como algo que
aumenta el poder. Desde que la elite no quería que aumente el poder de las
clases más bajas, vehemente intentaron mantener la alfabetización acorralada,
y si aprobaron su propagación, lo hicieron a fin de encauzar el poder que venía
con ella. De hecho, las clases que mandaban estaban divididas por sus
actitudes con respecto a la educación popular, a veces alentándola para
satisfacer sus propias aspiraciones, en otros tiempos tratando de reprimirla por
miedo a disturbios sociales. Ellos apuntaron al control social a través de la
ignorancia: es más fácil gobernar y explotar gente analfabeta que gente
alfabeta “por la simple razón de que es extremadamente difícil asegurarse que
nunca desarrollen un gusto por la literatura subversiva.”48
Muchas tácticas fueron usadas a lo largo del siglo XIX para frenar el
poder de la alfabetización o por lo menos encaminar el poder que la
alfabetización y la lectura podían imbuir. La alfabetización a solas era temida
como potencialmente peligrosa. De cualquier forma, una base moral en la
instrucción aseguró que la alfabetización conduciría al bien, forjaría ciudadanos
moralmente rectos.49 Por lo tanto, la escolarización debía ser llevada a cabo
correctamente, eso es, valores morales apropiados debían ser enseñados junto
con la alfabetización.
Como centros morales la familia y especialmente las madres daban a
sus hijos su primera educación. Una importante función de las madres era
socializar a los hijos, debían enseñarles a leer y a adquirir los valores morales.
Por lo tanto, las madres lograban un estatus prominente como guardianas del
material de lectura. Con el fin de cumplir la función de mujeres como
educadoras, los hombres imponían la alfabetización en ellas para socializar a
los hijos. Las mujeres, por lo tanto, debían ser “adecuadamente” educadas
para prepararse para su rol como madres.
En la educación de ambos, mujeres y hombres, se buscaron severos
métodos para reducir el peligroso potencial de la alfabetización. En el sistema
educativo inglés, por ejemplo, el método catequista de aprendizaje por
memorización y las escuelas monitoreadas pueden haber enseñado las
primeras nociones de la alfabetización, pero este método además desalentó el
pensamiento crítico y la conciencia que puede venir aparejada con la lectura.50
La educación que la gente iba a recibir claramente no los equipó para investigar
libremente—en su lugar [supuestamente iba a implantar] en la mente, a través de
la costumbre o a través del miedo o del placer, una invariable secuencia y
asociación de ideas que conducirían finalmente a la felicidad de todos. 51
Pero esta noción implica que el acto de leer podría aumentar el poder a
aquellos que no lo tenían en ese momento y elevar su consciencia e incluso
incitar la acción revolucionaria. El miedo a los disturbios sociales permanece en
el fondo de la censura y todos los otros problemas para controlar y limitar la
expansión de la alfabetización.
Las medidas—métodos educacionales para frenar la habilidad del
pensamiento crítico y la censura— así como el miedo representado por las
observaciones de Lady Ludlow, indican que la lectura y el poder se enlazaron
estrechamente. La desestabilización del mercado de libros y los cambios
consiguientes de los lectores representan una amenaza al orden establecido y
a aquellos en el poder. Su principal miedo era que la adquisición de la
alfabetización por parte de las clases bajas podría derivar en un desequilibrio
de la estratificación social. El miedo es expresado en el deseo de controlar la
alfabetización y el acto de leer.
Aquellos que temían el acceso de las clases bajas a la alfabetización
fallaron al considerarla a ella o a la lectura misma un factor de reestabilización.
Lo que es leído refleja el discurso dominante de la sociedad y puede fabricar
deseos que dejan al lector dónde él o ella deberían ir—“sin peligro”. La
promoción de material de lectura “seguro” fue extensamente utilizado como un
medio de controlar la amenaza de poder subversivo como resultado de la
alfabetización. Poder y lectura son por lo tanto unidos de dos maneras. Por un
lado, la lectura otorga poder en el lector ya que tiene acceso al conocimiento o
incluso a ideas subversivas. Por otro lado, leer imparte poder a aquellos a
quienes se les concedió el control de las lecturas. Ellos controlan la lectura de
dos formas: con implementaciones externas de control, tales como la vigilancia
institucional del material de lectura, que serviría para acabar con cualquier
peligro, y mediante mecanismos de control interno para limitar cualquier
tendencia subversiva inherente en la lectura. Los materiales de lectura no solo
reflejaron el discurso dominante, sino también socializaron al lector creando
deseos en ellos que los controlan. Aquellos que tienen control sobre los
lectores y sobre lo que las lecturas son, pueden contener o reestabilizar la
amenaza de lectura con mensajes inherentes de sumisión al discurso
dominante y entumecer el sentido de injusticia solapándolo con el sentimiento
de triunfo sobre el acceso equitativo a la alfabetización.
Como muestra el ejemplo de Lady Ludlow, la ficción del siglo XIX trata
los temas de la adquisición de la alfabetización, el debate sobre educación y la
noción de que la lectura aumenta el poder. De este modo, las narraciones
contemporáneas reflejan el compromiso con la realidad histórica. Esto es para
decir que un examen de la literatura arroja luz en las actitudes frecuentes en
este clima de cambio histórico. Una discusión sobre The Narrative of the Life of
Frederick Douglass (1845), de Frederick Douglass, una narrativa en la cual los
esclavos adquieren la alfabetización—así como Ragged Dick ( 1867) de Horatio
Alger, y Germinal ( 1885), de Emile Zola, dos narrativas en las cuales miembros
de las clases bajas alcanzan los objetivos en la vida a través de la habilidad de
leer— expone muchos de los problemas discutidos en este capítulo. Un
esclavo americano, un joven americano de las calles y un trabajador de la mina
de clase baja en Francia, cada uno personifica los cambios potencialmente
desestabilizadores que ocurrieron durante el siglo XIX con la lectura y la
alfabetización. Al mismo tiempo, las tres diferentes actitudes de los autores
revelan un completo espectro de reacción ante la desestabilización del mundo
de la lectura. Los siguientes tres capítulos muestran que los tres autores tratan
el potencial poderoso de la lectura de diferentes maneras. Pero cada uno se da
cuenta que la lectura está conectada al poder, y que la desestabilización del
mundo de la lectura en el siglo XIX implica un potencial poderoso.
NOTES A LA INTRODUCCIÓN
1 Miguel de Cervantes Saavedra, The Adventures of Don Quixote, trans. J.M. Cohen (New York:
Penguin Books, 1950) 32–33.
2 Dos trabajos críticos en esta dirección son: Carla Peterson, The Determined Reader: Gender and Culture
in the Novel from Napoleon to Victoria (New Brunswick, NJ: Rutgers UP, 1986) y Joëlle Gleize, Le
double miroir: Le livre dans les livres de Stendhal a Proust (Paris: Hachette, 1992). Además, Jann
Matlock’s chapter, “Dangerous Reading: The Trials of the Nineteenth-century Novel,” puntualiza
cuestiones similares. Jann Matlock, Scenes of Seduction: Prostitution, Hysteria, and Reading Difference
in Nineteenth-Century France (New York: Columbia UP, 1994). Otros trabajos relacionados son:
Sandrine Aragon, Des liseuses en péril: images de lectrices dans les texts de fiction (1656–1856) (Paris:
Honoré de Champion, 2003); Dawn-Leslie Hayward, “‘Intimate Reverberations:’ Representations of the
Woman Reading in Nineteenth-Century American Women’s Texts,” diss., U of Kansas, 1999; Simon
Eliot, “Books and Their Readers I-II,” The Nineteenth-Century Novel: Identities, ed. Dennis Walder
(New York: Routledge, 2001) 157–95, 331–57. Peterson analiza textos británicos y franceses del siglo
XIX en los que los personajes leen, pero no señala estas prácticas desde el ángulo del empoderamiento
que en mi caso empleo en mi trabajo. Gleize no comparte tampoco mi perspectiva. Su studio analiza tipos
de lectores, de lecturas, tipos de libros, etc., que aparecen en las novelas francesas. Aragon examina un
largo período y solo pone el foco en las mujeres francesas lectoras de ficción, mientras que Hayward
describe protagonistas lectoras en textos escritos por mujeres en el siglo XIX en Norteamérica. Cada
trabajo citado examina cuestiones ligadas a la lectura de protagonistas en las ficciones decimonónicas
desde la perspectiva de la nacionalidad. El trabajo de Eliot es más comparativo.
3 Varios trabajos estudian el tópico del protagonista lector o el libro en el libro extensamente en otros
siglos. Ver, por ejemplo, Edgar Bracht, Der Leser im Roman des 18. Jahrhunderts (Frankfurt am Main:
Verlag Peter Lang, 1987); Ralph-Rainer Wuthenow, Im Buch die Bücheroder Der Held als Leser
(Frankfurt am Main: Europäische Verlagsanstalt, 1980); and Liselotte E. Kurth, Die Zweite Wirklichkeit:
Studien zum Roman des 18. Jahrhunderts (Chapel Hill: U of North Carolina P, 1969).
4 Patrick Brantlinger, The Reading Lesson: The Threat of Mass Literacy in Nineteenth- Century British
Fiction (Bloomington: U of Indiana P, 1998).
5 Para una detallada bibliografía sobre Don Quixote, see Margot Kruse, “Gelebte Literatur im Don
Quixote” Gelebte Literatur in der Literatur: Studien zu Erscheinungsformen und Geschichte eines
literarischen Motivs, ed. Theodor Wolpers (Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 1986) 30–72; and
Walter Pabst, “‘Victimes du Livre’: Versuch über eine literarische Konstante,” Filologia y Didáctica
Hispánica: Homenaje al Profesor Hans-Karl Schneider, ed. José María Navarro et. al. (Hamburg: Helmut
Buske Verlag, 1975) 497–525.
6 Jean-Maurice Gautier, “Lectures d’Emma,” Actes du Colloque International de Clermont-Ferrand: Le
Lecteur et la Lecture dans l’oeuvre, ed. Alain Montandon (Clermont-Ferrand: Association des
Publications de la Faculté des Lettres et Sciences Humaines, 1982) 59–68.
7 Elizabeth Gaskell, My Lady Ludlow and Other Stories (New York: Oxford UP,1989) 11.
NOTES AL CAPÍTULO 1
1 Gaskell, My Lady Ludlow 77.
2 Gaskell, My Lady Ludlow 11.
3 Para una discusión sobre la relación entre literature e historia ver: Hayden White, Metahistory: The
Historical Imagination in Nineteenth-Century Europe (Baltimore: Johns Hopkins UP, 1973); Lilian R.
Furst, All Is True: The Claims and Strategies of Realist Fiction (Durham, NC: Duke UP, 1995); Michael
Carrigan, “Fiction as History or History as Fiction? George Eliot, Hayden White, and Nineteenth-Century
Historicism,” CLIO: A Journal of Literature, History, and the Philosophy of History 29. 4 (Summer
2000): 395–415; Roland Barthes, “Histoire ou Littérature?” Torre: Revista de la Universidad de Puerto
Rico 2.4–5 (Apr.-Sept. 1997): 159–77; and Peter Barry, “Hew Historicism and Cultural Materialism,”
Beginning Theory: An Introduction to Literary and Cultural Theory, ed. Peter Barry (New York:
Palgrave, 2002) 172–90. Furst explica que la historia en la ficción no es necesariamente importante como
suministro de conocimiento factual para el lector pero sí funciona como un código de autenticidad
realista. En otras palabras, como aquello que Roland Barthes llama efecto de realidad. Roland Barthes,
“The Reality Effect,” The Realist Novel, ed. Dennis Walder (England: Routledge in association with
Open University, 1995) 258–61.
4 Para profundizar en los estudios sobre historia de la lectura, historia de la literature e historia del libro
ver para Francia: James S. Allen, In the Public Eye—A History of Reading in Modern France, 1800–1940
(Princeton: Princeton UP, 1991); François Furet and Jacques Ozouf, Lire et écrire: l’alphabétisation des
français de Calvin à Jules Ferry, 2 vols. (Paris: Les Editions de Minuit, 1977); Martyn Lyons, Le
triomphe du livre: une histoire sociologique de la lecture dans la France du XIXe siècle (Paris: Promodis/
Editions du cercle de la librairie, 1987); Anne-Marie Thiesse, Le Roman quotidien. Lecteurs et lectures
populaires à la Belle Epoque (Paris: Chemin vert, 1984); Dean DelaMotte, “Making News, Making
Readers: The Creation of the Modern Newspaper Public in Nineteenth- Century France,”
Nineteenth-Century Media and the Construction of Identities, ed. Laurel Brake et. al. (New York, NY:
Palgrave, 2000) 339–49. Para Inglaterra: John Jordan and Robert Patten, eds., Literature in the
Marketplace: Nineteenth-Century British Publishing and Reading Practices (Cambridge: Cambridge UP,
1995); Alan Richardson, Literature, Education, and Romanticism: Reading as Social Practice, 1780–1832
(Cambridge: Cambridge UP, 1994); and the very detailed study by Richard D. Altick, The English
Common Reader: A Social History of the Mass Reading Public, 1800–1900 (Chicago: U of Chicago P,
1957); y para Estados Unidos: James Machor, “Fiction and Informed Reading in Early
Nineteenth-Century America,” Nineteenth-Century Literature 47.3 (Dec. 1992): 320–48; Lydia Cushman
Schurman, “The Effect of Nineteenth-Century ‘Libraries’ on the American Book Trade,” Scorned
Literature: Essays on the History and Criticism of Popular Mass-Produced Fiction in America, ed. Lydia
Cushman Schurman et. al. (Westport, CT: Greenwood, 2002) 97–121; Cathy Davidson, ed., Reading in
America: Literature and Social History (Baltimore: Johns Hopkins UP, 1989); James L. Machor, ed.,
Readers in History: Nineteenth Century Reading and the Contexts of Response (Baltimore: Johns
Hopkins UP, 1993); Daniel H. Borus, Writing Realism: Howells, James, and Norris in the Mass Market
(Chapel Hill, NC: U of North Carolina P, 1989); Ronald J. Zboray, A Fictive People: Antebellum
Economic Development and the American Reading Public (New York: Oxford UP, 1993); Lee Soltow
and Edward Stevens, The Rise of Literacy and the Common School in the United States: A
Socioeconomic Analysis to 1870 (Chicago: U of Chicago P, 1981); Charles Alan Johannigsmeier, Fiction
and the American Literary Marketplace: The Role of Newspaper Syndicates in America, 1860–1900
(Cambridge: Cambridge UP, 1997); Adrian Johns, The Nature of the Book: Print and Knowledge in the
Making (Chicago: U of Chicago P, 1998).
5 Allen, In the Public Eye 3.
6 Allen, In the Public Eye 5.
7 See Harvey J. Graff, The Legacies of Literacy (Bloomington: Indiana UP, 1987) 340–41.
8 Klaus Heitmann, “Der französische Roman im Zeitalter des Realismus 1930–1880,” Europäischer
Realismus, ed. Klaus von See (Wiesbaden: Athenaion, 1980) 31.
9 For the term “interpretive communities,” see Stanley Fish, Is There a Text in This Class? The Authority
of Interpretive Communities (Cambridge, MA: Harvard UP, 1980).
10 Robert Darnton, “First Steps Toward a History of Reading,” Australian Journal of French Studies 23.1
(Jan.-Apr. 1986): 12.
11 Este término como el de lectura “extensiva” ha sido propuesto por Rolf Engelsing, Der Bürger als
Leser: Lesergeschichte in Deutschland 1500–1800 (Stuttgart:J. B. Metzler, 1974).
12 Borus, Writing Realism 39. Borus también utiliza los términos lectura “intensiva” y “extensiva”.
13 Cambios similares a aquellos señalados para Norteamérica, Francia e Inglaterra, tambipen tuvieron
lugar en Alemania, como Engelsing en Der Bürger als Leser describe.
14 Allen, In the Public Eye 29.
15 This term is also used by Cathy N. Davidson, “Introduction: Towards a History of Books and
Readers,” American Quarterly 40.1 (March 1988): 7–17.
16 Harvey J. Graff señala que “estas miradas invisibilizan desarrollos de la literature popular y su
distribución precedentes”. Sin embargo, Nevertheless, admite que las innovaciones tecnológicas no
tienen precedentes. Graff, Legacies of Literacy 279.
17 Roger Chartier, “Frenchness in the History of the Book: From the History of Publishing to the History
of Reading,” American Antiquarian Society 97.2 (1988): 316.
18 Allen, In the Public Eye 8.
19 Las tapas de tela fueron sustituidas por tapas de cuero y para evitar el lento proceso de encuadernado
se inventó la encuadernación con goma de pegar. Altick, The English Common Reader 278.
20 Altick, The English Common Reader 308.
21 Borus, Writing Realism 38.
22 Zboray, A Fictive People 37–54, and Allen, In the Public Eye 30.
23 Zboray, A Fictive People 55–82, and Armin Paul Frank, “Die amerikanische Literatur 1850–1900,”
Jahrhundertende—Jahrhundertwende, ed. Helmut Kreutzer, vol. 18 (Wiesbaden: Athenaion, 1976) 1–34,
and Borus, Writing Realism 38.
24 Borus, Writing Realism 39, Allen, In the Public Eye 31.
25 Christopher P. Wilson, “The Rhetoric of Consumption: Mass Market Magazines and the Demise of the
Gentle Reader, 1880–1920,” The Culture of Consumption: Critical Essays in American History,
1880–1980, ed. Richard Wightman et. al. (New York: Pantheon Books, 1983) 39–65.
26 Allen, In the Public Eye 31.
27 Aunque Wilson usa la frase solo para el período 1880 – 1920, esta aplica metafóricamente para el
cambio que tuvo lugar a lo largo del siglo XIX en el mercado editorial en Francia, Inglaterra y
Norteamérica. Wilson, “The Rhetoric of Consumption.”
28 R.K. Webb, The British Working Class Reader, 1790–1848: Literacy and Social Tension (London:
Allen & Unwin, 1955) 23.
29 Altick, The English Common Reader 213–39.
30 Graff, Legacies of Literacy 280.
31 Es importante recordar que estos cambios tuvieron lugar a través del siglo y en diferentes modos en
diferentes países. Como Harvey Graff señala, para la primera mitad del siglo en Francia “los habitantes
pobres de los centros urbanos, asumiendo que sabían leer, carecían de la privacidad necesaria para
sumergirse en un libro, de la luz, y probablemente del tiempo y la energía que insume.” Sólo en la
segunda mitad del siglo se observaría los desarrollos mencionados más arriba. Graff, Legacies of Literacy
279.
32 Borus, Writing Realism 102–16, and Allen, In the Public Eye 7.
33 Allen, In the Public Eye 8.
34 Graff, Legacies of Literacy 280.
35 For this terminology, see again Engelsing, Der Bürger als Leser.
36 Darnton, “First Steps toward a History of Reading” 12. Darnton señala que los conceptos de Engelsing
son atractivos pero simplistas. Los hábitos de lectura no cambian en términos de extensividad sino en
variedad de direcciones. Sin embargo, son términos útiles para describir un tipo particular de cambio. A
su vez, y contradiciendo su propio argumento, Darnton cita el trabajo de David Hall que también describe
la transformación de las prácticas de lectura en Nueva Iglaterra en el período 1600 – 1850 de la misma
manera que Engelsing lo describe para los territorios germanos. Ver: David Hall, “Introduction: The
Uses of Literacy in New England, 1600–1850,” Printing and Society in Early America, ed. William
Leonard Joyce (Worcester, MA: American Antiquarian Society, 1983) 1–47.
37 Borus, Writing Realism, and Allen, In the Public Eye.
38 Unas pocas excepciones muestran que los miembros de clases sociales bajas tienen acceso a la lectura
a principios del siglo XVIII. Por ejemplo, la investigación de Robert Darnton en la Biblioteca ducal
Wolfenbüttel demuestra que una significativa “democratización” de la lectura tuvo lugar en Germania
alrededor de 1760. Las fuentes que Darnton consulta muestran que muchos de los socios que toman
prestados libros pertenecen a clases sociales bajas (mozos, lacayos, oficiales de menor rango del ejército).
Darnton, “First Steps toward a History of Reading” 11. Sin embargo, esta no es la clase trabajadora
lectora que es parte de la masa de lectores del siglo XIX.
39 Allen, In the Public Eye 8.
40 In France, for example, the 1833 Guizot law complemented by the 1880 Jules Ferry law guaranteed
compulsory secular elementary education for all French people. By the end of the century the French
were practically fully literate. Allen, In the Public Eye 10, and Furet and Ozouf, Lire et écrire 349–69.
41 Allen, In the Public Eye 8.
42 El alcance de este trabajo no es suficientemente largo como para incluir un análisis sociológico de la
variedad de grupos tomando parte en el debate sobre los pro y los contra de la educación. Para éste tema
ver: Martyn Lyons, Le triomphe du livre: une histoire sociologique de la lecture dans la France du XIXe
siècle (Paris: Promodis/Editions du cercle de la librairie, 1987); Alan Richardson, Literature, Education,
and Romanticism: Reading as Social Practice 1780–1832 (Cambridge: Cambridge UP,1994); Lee Soltow
and Edward Stevens, The Rise of Literacy and the Common School in the United States: A
Socioeconomic Analysis to 1870 (Chicago: U of Chicago P, 1981); Susan Ann Spencer, “Culture in
Anarchy: Classical Education as a Counterrevolutionary Force in Nineteenth- Century England,” diss., U
of California, Santa Barbara, 1993; and Martyn Lyons, Readers in Society in Nineteenth-Century France:
Workers, Women, Peasants (New York: Palgrave Macmillan, 2001).
43 Lawrence Stone, “Literacy and Education in England 1640–1900,” Past and Present
42 (l969): 74.
44 Stone, “Literacy and Education” 84.
45 Stone, “Literacy and Education” 89.
Traducción: Noelia Massini
Revisión y corrección de estilo: Virginia Cuesta