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A primera vista, el caso de Venezuela sobresale dentro del ciclo de las mareas rosas en
América Latina y su esfuerzo por revertir los altísimos niveles de desigualdad en la
región.
En los años de bonanza del petróleo durante el mandato de Hugo Chávez (1999-2013),
el gobierno hizo lo que se supone que debe hacer un gobierno de izquierdas que
promete justicia social y redistribución de la riqueza. Consiguió sacar a miles, quizás
incluso a millones de venezolanos de la pobreza y reducir las desigualdades de ingresos
hasta tal punto que Venezuela fue, en 2010, el país más igualitario de toda
Latinoamérica.
Los hospitales dan cuenta del incremento espectacular de niños y bebés desnutridos y la
mitad de la población ha perdido como mínimo 11kg de peso. La crisis ha agravado
también la desigualdad. La sociedad se divide ahora entre los que tienen acceso a
petrodólares y los que no.
Las clases “dolarizadas” todavía pueden pagar los altos precios del mercado negro e
incluso se benefician de la debilidad de la moneda nacional, ya que los bienes y
servicios que se ofrecen en el mercado local les resultan baratos.
¿Por qué el chavismo – con un amplio respaldo electoral, una agenda claramente
redistributiva y un contexto macroeconómico favorable – no fue capaz de reducir la
desigualdad estructural en Venezuela?
Para responder a esta pregunta, hay que tener en cuenta dos factores clave: a) la extrema
polarización política entre dos bloques claramente delimitados, y b) el legado
institucional del régimen anterior. El poder del chavismo se ha fundamentado en una
amplia pero difusa coalición que incluye sectores populares, colectivos civiles
progubernamentales, el ejército y algunas iglesias evangélicas.
Chávez también consiguió establecer control sobre las principales instituciones del
gobierno central y la compañía estatal de petróleo. El bloque chavista en el poder
contrasta claramente con la oposición. El movimiento opositor, que pelea con uñas y
dientes contra el chavismo, tiene el apoyo de las clases media-alta y alta, la industria
agroalimentaria y las finanzas, la jerarquía de la Iglesia Católica y los sindicatos.
Cuando Chávez fue elegido presidente en 1999, no se encontró con vacío de poder sino
con un entramado estatal que funcionaba razonablemente bien.
Cuando Chávez fue elegido presidente en 1999, no se encontró con vacío de poder sino
con un entramado estatal que funcionaba razonablemente bien, y su gobierno tuvo por
consiguiente que ajustar sus planes en función de estas estructuras institucionales
preexistentes y de los funcionarios que se encontraban en ellas.
Otra innovación institucional fueron las Misiones Educativas, que operaban fuera del
sistema educativo tradicional y se diseñaron para ofrecer nuevas oportunidades a
personas adultas, desde alfabetización a títulos universitarios.
Las inscripciones a los centros de enseñanza privada se dispararon durante los años del
gobierno de Chávez.
Todo lo contrario, las tasas de homicidio alcanzaron niveles sin precedentes bajo
Chávez, a lo que contribuyeron sin duda las desigualdades persistentes en la
distribución de la riqueza y en las oportunidades de alcanzar una vida mejor.
Pero también la polarización política y los legados institucionales del pasado jugaron un
papel decisivo. El ascenso del chavismo dio inicio a un prolongado conflicto entre el
gobierno y el sindicato de trabajadores más importante de Venezuela, la Confederación
de Trabajadores de Venezuela (CTV) por el control del movimiento sindical.
Por otra parte, Chávez consideró inicialmente que las políticas sociales eran el mejor
remedio contra el crimen, lo que conllevó un progresivo deterioro de la calidad y
profesionalidad de las fuerzas de seguridad. Y cuando la reforma policial se incorporó a
la agenda política en 2008, cayó - al igual que la reforma educativa - víctima de la
polarización política.
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