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No soy tan bueno con las palabras, ni con las notas, ni con los trazos, como para expresar

claramente lo
que siento. Y es que ahora que le he dado vueltas al asunto, lo que intento expresar vive en el silencio y
despojarlo de él es casi como desnaturalizarlo. Quizá por eso el único camino que encuentro para
decirte lo que sucede es el de usar todos los códigos que conozco, porque no puedo describir lo que me
pasa cuando te observo mirando al horizonte pero tal vez pueda ponerlo en una melodía... no puedo
poner en palabras lo que mis ojos miran cuando tu cabello se enciende por la luz que se filtra en la
ventana pero quizá pueda dibujarlo... o podría usar los sonidos de Coltrane, las palabras de Proust y
algunas imágenes de Klimt, que son las que más me acercan a esta sensación de eternidad que tengo
cuando te pienso. Y es que no soy ellos, pero sé que sintieron lo mismo cuando se animaron a buscar el
tiempo perdido y encontraron un beso entre sus cosas favoritas.

Es cierto, no nos distinguen nuestras emociones, en eso somos simples y parecemos programados, pero
sabemos que somos más que máquinas porque buscamos expresarnos de manera única. Ahora mismo,
mientras escribo esto, intento dibujarte como suspendida en un poema y pretendo componer una
pequeña canción. Pero ni mis palabras, ni mis trazos, ni mis notas, son una exigencia, ni piden nada, ni
son cadenas... solo están aquí manifestando lo que me significas.

Puede ser que trazos, palabras y sonidos ayuden, pero estoy condenado a quedarme con esta sustancia
que me tranquiliza cuando estás cerca y que me conduce a estos relatos cuando te alejas. No mentiré
Dani, por más presente que se viva el presente uno siempre tiene algunas esperanzas y tu presencia
vino con muchas de ellas a removerlo todo. Porque no debe ser casualidad que justo cuando escribo
esto suene el “My funny Valentine” de Chet Baker, o que

La verdad es que ya hace tiempo estiré mi mano esperando tomar la tuya y hoy es mano de un árbol
que contempla... y otra vez esta esperanza que viene con el miedo... y otra vez esta alegría que viene
con la nostalgia. Temo del amor que es un impostor, se presenta siempre como el fin de las angustias
y cuando se marcha deja campos desolados. Mi cuerpo fue uno de esos campos pero ha sido nutrido de
a poco; le sembraron semillas, lo regaron llantos y le brotaron flores que lo alumbran. Ahora sé que no
habrá desolación en campos que se riegan, ni angustias en flores que sueltan semillas fértiles. No habrá
miedo en tierras que aprendieron a llorar, ni vientos que tiren árboles que junten sus manos.

¿Qué tuvo que acomodarse en nuestros corazones y nuestras vidas para que al final, después de años de
cruzarnos sin poner mucha atención en ello, nos reconociéramos para andar un camino común?

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