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Agradecemos ante todo la acogida cordial que nos brinda en este día la ciudadanía de Carlos Paz,
representada por el Sr. Intendente Municipal.
Quiero dirigir, al mismo tiempo, a todos los aquí presentes, un saludo cordial unido al anhelo que
esta celebración reconforte y anime nuestro corazón de ciudadanos que quieren comprometerse
con su Patria.
Como argentinos festejamos hoy el inicio de nuestro camino hacia la independencia nacional.
Comienzo que se gestó en Buenos Aires y que llegó a su plenitud en el Congreso de Tucumán que
proclamó la independencia y señaló el nacimiento de “una nueva y gloriosa nación”.
Esta revolución se la debemos en primer lugar al pueblo, no a jefes, caudillos o libertadores, sino a
la “masa popular que rompe las cadenas” en 1810, formando un ejército que cruzando la
Cordillera de los Andes libertaría a medio mundo sin otra recompensa que la gloria. Pero tampoco
debemos dejar de recordar la participación de hombres como Mariano Moreno, Juan José Castelli,
Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano o José de San Martín.
La Revolución fue un hecho inevitable de las leyes históricas donde las colonias españolas
necesitaban para su progreso y desarrollo una administración y gobierno propios. Las colonias
eran vastas y estaban alejadas de la Metrópoli. Por lo que debemos reconocer que la revolución
fue consecuencia lógica e inevitable de la posibilidad de evolución.
Los creyentes de distintas tradiciones, fieles religiosas, queremos hoy dar damos gracias a Dios
porque reconocemos que la Patria es un precioso don de su Providencia.
Un don regalo que, al mismo tiempo, ha sido confiado a nuestra libertad. En la conciencia de esta
cualidad de la Patria vemos un motivo de encuentro con todos los ciudadanos que, sin adherir a
ninguna tradición religiosa, son personas de una auténtica buena voluntad.
Lo que ha sido confiado a nuestra libertad son, ante todo, las enormes riquezas naturales
distribuidas a lo largo y a lo ancho de la dilatada geografía de nuestro país. También y sobre todo
la generosa riqueza de los talentos que adornan a nuestro pueblo, que fueron acrecentados por
los notables aportes de los inmigrantes que eligieron a la Argentina como su Patria.
En nuestro corazón surge, al considerar esas riquezas recibidas, algunas preguntas acuciantes:
¿qué hemos hecho con ese enorme capital? ¿qué estamos haciendo con esa hermosa herencia
llegada a nuestras manos?
Sin ánimo de hacer una descripción completa y mucho menos rigurosa, podemos decir que a lo
largo de nuestra historia, más que bicentenaria, hemos hecho, gracias a Dios, cosas grandes y
admirables, fruto del ingenio innato, de la aplicación cuidadosa al cultivo de las ciencias, del
desarrollo notable de la cultura en todas sus expresiones por parte de muchísimos conciudadanos
nuestros.
Pero debemos reconocer, con dolor, que también somos responsables de cosas mezquinas y
lamentables. Así, por ejemplo, al celebrar el centenario de los hechos de Mayo de 1810, nuestra
Nación estaba considerada entre los países más importantes y prósperos del orbe. Sin embargo,
cabe hacerse esta pregunta: ¿esa prosperidad, esa riqueza estaban distribuidas con verdadera
equidad entre todos los ciudadanos?; ¿no estaban más bien concentradas en pocas manos?
Hemos hecho cosas tremendas y reprobables, como la violencia fratricida con diversas
expresiones a lo largo de los años: los enfrentamientos entre unitarios y federales en el siglo XIX;
el terrorismo y la represión terrible y totalmente fuera de la ley del siglo pasado; los
resentimientos, los revanchismos e incluso las venganzas que nos hacen sufrir y nos paralizan
hasta el día de hoy.
¿Y qué es lo que estamos haciendo? Me parece que estamos desoyendo y olvidando las lecciones
de nuestra historia, sobre todo de la más reciente.
Releyendo los mensajes del episcopado entre los años 2001 y 2003, años de profunda crisis, da la
sensación que están escritos para la situación actual. ¿No estaremos repitiendo la historia?
Teniendo a la vista también algunas homilías del entonces Arzobispo de Buenos Aires, el Cardenal
Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, da la sensación que sus reflexiones y sugerencias no han sido
tenidas en cuenta en nuestros procederes como ciudadanos.
Somos, aunque duela decirlo, como un “espectáculo para el mundo”, que no entiende nuestras
constantes contradicciones. Al respecto el Papa Francisco siendo Cardenal Bergoglio decía en un
Te Deum del 25 de mayo de 2004: “No pocas veces, el mundo mira asombrado un país como el
nuestro, lleno de posibilidades, que se pierden en posturas y crisis emergentes y no profundiza en
sus grietas sociales, culturales y espirituales, que no trata de comprender las causas, que se
desentiende del futuro…”
El mensaje esperanzador tiene Tenemos que ser realista y por ello hemos de reconocer con
sinceridad y verdadera humildad nuestros errores, equivocaciones. Alguna vez los obispos de
Argentina dijeron: “tenemos que reconocer y asumir nuestras derrotas, pero no vivir como
derrotados”. Es de verdad un enorme desafío. Vale la pena afrontarlo.
Tenemos además que dolernos de nuestros desaciertos, pero debe ser un dolor que nos mueva a
un sincero propósito de cambio. Un cambio que, seguramente, será progresivo, a través de
procesos laboriosos, de diálogos respetuosos y esforzados, como fueron los concretados durante
el desarrollo del llamado “diálogo argentino”, y que como entonces deberán estar animados y
sostenidos por una paciencia inquebrantable y una constancia verdaderamente tenaz, que no se
rinda ante ninguna dificultad que se presente. A esta tarea estamos moralmente exigidos todos los
ciudadanos, especialmente aquellos que, por voluntad popular, han recibido el encargo de
administrar los destinos de nuestra Nación.
En toda nuestra Patria se honra y venera de manera muy sentida a la Santísima Virgen. A Ella le
encomendamos nuestra querida Patria. A María, que desde Luján nos dice: “Argentina, canta y
camina”. La Patria debe cantar con alegría; con alegría porque camina y caminar quiere decir: salir
de nuestras “zonas de confort”, ser permanentemente solidarios, hacer siempre el bien, ser justos,
decir siempre la verdad, ser generosos y serios en el trabajo para el progreso de todos, acortar
distancias con nuestros conciudadanos, rellenar las grietas, encontrarnos de veras entre todos y
trabajar juntos.
Que la Virgen nos lo alcance de la mano bondadosa de Dios, a todos los ciudadanos y a las
autoridades, a quienes encomendamos especialmente a Dios. ¡Que así sea!”.