Está en la página 1de 9

Christine de Pizan

Christine de Pizan (Venecia, 1364 – Monasterio de Poissy, hacia 1430) fue una filósofa, poeta
humanista y escritora. Su obra más conocida es La ciudad de las damas (1405), es considerada la
precursora del feminismo occidental y se sitúa en el inicio de la llamada querella de las mujeres,
un debate literario surgido en torno a la situación de las mujeres y su defensa frente a la situación
de subordinación que marcaba la época.

Christine fue exitosamente educada en forma autodidacta, y aprendió a hablar francés, italiano y
latín.

Sus primeros poemas y baladas de amores perdidos transmitían la tristeza de su prematura viudez,
y se hicieron populares de inmediato.

Después de 1399 comenzó a escribir sobre los derechos de las mujeres y fundó «La Querelle de la
Rose», una agrupación femenina para discutir el acceso de las mujeres al conocimiento. Esta
agrupación permaneció hasta el siglo XVII.

Estuvo implicada en la primera polémica literaria francesa, con lo que algunos consideran un
rudimentario manifiesto de movimiento feminista. Escribió varias obras en prosa defendiendo a
las mujeres frente a las calumnias de Jean de Meung en el Roman de la Rose.

En 1406 publicó un tercer libro con esta temática, llamado El libro de las tres virtudes (Le Livre des
trois vertus).

Tampoco dudó en opinar sobre política en la Epístola a la reina Isabel (Epistre à Isabelle de
Bavière), de 1405, y sobre la justicia militar en el Libro de los hechos de armas y de caballería (Le
Livre des Faits d'armes et de chevalerie), del año 1410.

Christine estaba devastada por las hostilidades con Inglaterra y la guerra de los 100 años, por lo
que en 1418 se trasladó a vivir en un convento. Fue contemporánea de la líder militar Juana de
Arco, quien convenció al rey Carlos VII de expulsar a los ingleses de Francia. A ella dedicó una de
sus últimas obras, Canción en honor de Juana de Arco (Ditie de Jehanne dArc), en 1429, donde
celebra su aparición pues, según de Pizan, reivindica y recompensa los esfuerzos de todas las
mujeres en defensa de su propio sexo. Después de completar este poema en particular, parece
que de Pizan, a los 65 años, decidió poner fin a su carrera literaria. Christine de Pizan murió en
1430.

X. Christine de Pizan: La utopía de un espacio separado.

En ella se llega por primera vez (que sepamos) en Occidente a imaginar un espacio político
exclusivamente de mujeres y a proclamar la necesidad material y mental de su existencia: es decir,
a formular lo que hoy Ursula Le Guin ha denominado una ginecotopía (Gynetopia) un lugar de
mujeres que no es utopía porque utopía quiere decir «no lugar» y, precisamente, lo que se busca
es construir un lugar propio tangible, dotado de corporeidad. Un lugar que, en el siglo xv, Christine
de Pizan concibió ni más ni menos que como una «Ciudad de co-sororidad» (Cité de consoeurerie).

Desde el siglo XII existe en Europa lo que se suele llamar die Frauenfragela cuestión mujeres: las
mujeres en general representaron desde entonces un problema, en tanto que colectivo, para los
que regían las diversas formaciones sociales cristianas porque ellas desbordaron esquemas,
pusieron en práctica una variedad de comportamientos no previstos hasta entonces para ellas en
los modelos de género dominantes.

El análisis de los significados de la propuesta de ginecotopía que Chris- tine de Pizan formula en La
Cité des Lames es inseparable de la biografía y del resto de la producción de esta autora. En
realidad, incluso el propio descubrimiento personal de su talento de escritora está muy vinculado
con la historia de su vida y con la acogida inmediata de sus primeras obras.

A. La historia de vida de Christine de Pizan y su relación con su obra

Es el primer autor de Francia y, con gesto de paradoja, se suele añadir «que este autor es una
mujer». Lo que se quiere decir (en parte) con esto es que ella fue la primera persona que vivió de
su producción literaria en lengua francesa, gracias al mecenazgo real o aristocrático dispensado a
sus obras.

En 1380, cuando tenía unos quince años, fue casada con otro intelectual de élite, un secretario
real unos diez años mayor que ella llamado Etienne du Castel. Tuvo una hija y dos hijos, el último
de los cuales murió de niño.

En esta década (1400) tomaron forma, por una parte, su vocación de escritora, y, por otra, su
conciencia de la subordinación y —sobre todo— de las múltiples formas de explotación de las
mujeres que operaban en la sociedad de su época. Los principales problemas con que tuvo que
enfrentarse fueron (por este orden): de dinero, de soledad, de indefensión, de salud. Todos ellos
agravados por la circunstancia de ser mujer. Ella misma cuenta que pasó varios años metida en
pleitos para recuperar el dinero que el rey debía a su marido y, muy especialmente, para recuperar
las inversiones que éste había hecho en la sede de varios mercaderes con el fin de asegurar el
futuro económico de sus hijos (un panorama muy visto entre las viudas medievales). Parece que
gastó en abogados más de lo que logró recuperar y que sufrió numerosas vejaciones por
presentarse sola ante los tribunales. En estas experiencias se inspiraron muchas de sus reflexiones
posteriores sobre la explotación de las viudas y sobre la necesidad de educar a las niñas a
desenvolverse solas en todos los asuntos de la vida social {Le Livre des Trois Vertus).

Durante esta década difícil, Pizan se dedicó además a buscar mecenas cuyo apoyo le permitiera
vivir como escritora. Parece, también, que para mantenerse trabajó de copista de manuscritos y,
quizá, que formó un taller de copÍ5tería. Durante el mismo período, tuvo que resolver el problema
del futuro de su hija, que no se podía casar porque no tenía dote.
Es interesante notar aquí que, años más tarde, en La Mutación de Fortune, Pizan resumirá las crisis
y transformaciones que pasó en esta década de su vida sirviéndose del viejo tópico greco-romano-
crístiano de «convertirse en hombre»; para Pizan, esta transgresión de rol de género significó
ocupar y ejercer responsabilidades y privilegios atribuidos al género masculino, sin que ello
implique que rechazó ser mujer.

En torno a 1400, la fortuna de esta autora volvió a girar y produjo las primeras obras que
empezarían a hacerle famosa. Es de destacar que el paso a la fama lo diera precisamente en un
contexto muy concreto de lucha entre hombres y mujeres. Lucha en dos sentidos: en el de
mantener un debate literario sobre los contenidos de lo femenino en su época y en su tradición
cultural; y en el sentido de sostener un enfrentamiento vivo y real entre profesionales de la
escritura hombres y una profesional mujer. Se trata de] famoso debate en torno al Román de la
Rose, que, además de ser un enfrentamiento por cuestiones de género que no se lo montaron
exclusivamente hombres, fue, al parecer, el primer debate literario conocido en Francia.

Entre los argumentos feministas que Christine de Pizan sostuvo en el debate en torno al Román de
la Rose destacan dos:

1) La supuesta maldad de las mujeres, especialmente la de las mujeres casadas contra sus
maridos, no tiene nada que ver con la naturaleza femenina sino con las circunstancias sociales en
que ellas se ven obligadas a vivir. Un argumento cuya lógica deja irremediablemente en ridículo
otros como, por ejemplo, el de Tomás de Aquino que sostenía que ordenar sacerdotisa a una
mujer seria como ordenar a un ser defectuoso: no arraigaría el sacramento debido a la naturaleza
de las recipientes, incapaz de dar sentido al sacramento.10

2) La imagen negativa tradicional de las mujeres, su identificación con Eva, con el pecado, con la
avaricia, su difamación sistemática en suma, son injustas porque la historia está llena de ejemplos
de mujeres virtuosas.

Un último género (aparte de la poesía) que Pizan cultivó fue la autobiografía. El texto más
importante es Le Livre de la Mutación de Fortune (1404). En él narra su niñez, sus años felices de
matrimonio y las crisis y reajustes personales que vivió durante sus primeros trece años de
viudedad. Como en todas sus obras, hay en ésta elementos y observaciones muy bellas entre
muchas disquisiciones morales. Un pasaje especialmente atractivo, por su intimidad y también por
la clara conciencia de la jerarquía de géneros que manifiesta, es el que dedica a describir su
relación con sus padres. Pinta a su padre como filósofo y a su madre como Dama Naturaleza.13
Dice que la riqueza de su padre consistía en una serie de piedras que había extraído de la Fuente
de las Musas en el Monte Parnaso. Dos de estas piedras tenían un valor especial, una ponqué le
daba el poder de adivinar el futuro y de interpretar las revoluciones de los planetas y los
movimientos de las estrellas, la otra porque le daba la capacidad de curar enfermedades
(recordemos que era astrólogo y médico). Ella, por haber nacido mujer, no pudo heredar los
tesoros de su padre y —prosigue— se vio obligada a contentarse con los fragmentos y residuos de
su saber que consiguió ir recogiendo (una metáfora que, en clave religiosa, usa Dhuoda en su Líber
manualis). Puesto que no pudo heredar los conocimientos de su padre, su madre le puso al
servicio de Dama Fortuna, dándole en herencia su propio saquito de piedras preciosas, las
virtudes; aunque estas piedras no resultan tan valiosas como las piedras de su padre. Estar al
servicio de Dama Fortuna implica entrar en ese mundo de inseguridad, de vaivenes, de altibajos
incontrolables y de dependencias ineludibles que caracterizan la vida adulta de las mujeres.

Los últimos años de su vida (no sabemos cuántos, pero al menos once) Christine de Pizan los pasó
retirada, con su hija, en la abadía de Poissy. Allí escribió su última obra conocida, Le Diñé de
Jeanne d'Arc (1429).

Ella vivió el primer triunfo de Juana de Arco y la coronación del delfín con el nombre de Carlos VII
como la culminación de sus mejores esperanzas para Francia y como su gran revancha en tanto
que mujer, También, como la prueba viva e irrefutable de que sus argumentos en defensa de las
mujeres, esgrimidos durante tantos años, eran correctos. Escribió lo siguiente en Le Ditié de
Jeanne d’Arc:

«Qué honor éste para las mujeres Bien amada de Dios, parecía,

Cuando esa muchedumbre triste, resignada a la derrota,

Huyó del reino, presa del pánico.

Ahora rescatada aquí por una mujer

(Lo que no pudieron hacer cinco mil hombres}

Que hizo desaparecer a los traidores.

Casi no es posible creer que sea cierto.»15

El triunfo de Juana de Arco fue asimismo, para Christine de Pizan, una prueba de que la genealogía
de mujeres ilustres que había trazado en La Cité des Dames, los potencíales que ella atribuía a las
mujeres del pasado, eran finalmente visibles también en el presente de su propia época.

Se puede decir que Pizan ha sido (quizá) tan famosa como ella esperaba desde su individualismo
renacentista. Charity C. Wilíard ha distinguido cuatro períodos de popularidad.16 17 18 El primero,
durante su vida, por su poesía, por el debate en torno al Román de la Rose, por su L’Epislre Othea,
por La Cité des Dames y por La Mutación de Fortune. El segundo, a mediados del siglo xv en la
corte de los duques de Borgoña. El tercero, en el París de la segunda mitad del siglo xv y primera
del xvi. El cuarto, desde que fue redescubierta en 1883; en esta última etapa fue muy criticada por
algunos y reivindicada, en general, por las sufragistas. En nuestros días, la artista Judy Chicago ha
invitado a Christine de Pizan a participar en The Dinner Party.

B. La Cité des Dames y las ginecotopías


En Le Livre de la Cité des Dames, escrito entre el 13 de diciembre de 1404 y abril de 1405,
Christine de Pizan expone su visión de una ciudad nueva, habitada exclusivamente por mujeres.
Una ciudad que, siguiendo la tradición social y política grecoüatina, es una entidad política
autónoma. Una ciudad que tiene su historia propia, una historia construida por mujeres cuyas
actividades dan forma a genealogías femeninas que se entrecruzan para crear las raíces de la
identidad de género de las pobladoras de la ciudad en el presente contemporáneo a la autora y en
el futuro ideal que ella prevé.

La primera parte (o primer libro) comienza presentándonos a la autora encerrada en su pequeño


estudio, rodeada de libros como la humanista ideal, muy deprimida por la lectura de una obra
titulada Las lamentaciones, de un tal Mateólo: un poema en latín de finales del siglo xm que había
sido traducido al francés hacia 1370 y que había obtenido un gran éxito. Como en el caso del
Román de la Rose, Las Lamentaciones de Mateólo era un texto furiosamente misógino, una
especie de compendio de muchos de los argumentos tradicionales contra las mujeres y sobre las
desgracias y servidumbres que comportaba para los hombres el matrimonio. Mientras Christine de
Fizan está sentada reflexionando entristecida en torno a las causas de la difamación sistemática de
las mujeres, se queda dormida y, en sus sueños, se le aparecen tres damas que le ayudarán a salir
de su abatimiento: Razón, Rectitud y Justicia. Cada uno de los tres libros que constituyen la obra
está formado por el diálogo de la autora con esas tres figuras alegóricas, diálogo que trata de la
verdadera naturaleza de las mujeres y de las verdaderas causas de sus difíciles condiciones de
vida.

Empieza los diálogos Razón, que consuela a Christine comunicándole que ha llegado para las
mujeres la hora de su liberación, y le anuncia que, con la ayuda de las tres virtudes (que son laicas,
no fe, esperanza y caridad) construirá una ciudad inexpugnable en la que «sólo vivirán mujeres
ilustres de buen renombre» y en la que las mujeres que la habiten serán inaccesibles a cualquier
agresión.

Pizan acusa a Ovidio («cuya viva inteligencia» —dice— «brilla en todos sus poemas») de dedicarse
a criticar a las mujeres cuando, ya viejo, no podía tener placer con ellas, de manera que, por
envidia, quiso amargar el placer de los jóvenes.

Rectitud: Fizan sigue en esta parte el mismo método de ilustrar sus teorías sobre la condición de
las mujeres con ejemplos del pasado y de introducir en los diálogos temas que a ella
personalmente le preocupaban. Entre estos, destacan especialmente dos: uno, su defensa de la
educación de las mujeres; otro, al tratar de la castidad, su lúcida defensa del argumento que dice
que las mujeres no sienten placer cuando son violadas. Con este argumento salía al paso de uno
los contenidos —que ella califica de «abominable»— de la retórica misógina medieval. Un
contenido cuyos precedentes ideológicos se remontan ni más ni menos que a Agustín de Hipona y
su Ciudad de Dios. Pizan denuncia el morboso y fálico argumento de Agustín y sus seguidores.

Christine de Pizan llegó a construirse una identidad poética original, una identidad cuyas raíces
estaban en su circunstancia de ser mujer, en vez de limitarse a adaptarse al modelo masculino
existente.
Si aplicamos al texto de La Cité des Dames claves de lectura procedentes de la teoría feminista
contemporánea, descubriremos enseguida dos grandes temas (y sus múltiples ramificaciones) en
que texto del XV y crítica del siglo XX se encuentran;

1) La condición de las mujeres no es de origen natural sino social, consecuencia de las


circunstancias de subordinación en que se ven obligadas a vivir. En otras palabras, Pizan percibió lo
que hoy llamamos la construcción social del género y, también, la sistemática jerarquía de género;
es decir, la casi universal supremacía de lo masculino sobre lo femenino, con la tremenda secuela
de oposición y lucha entre hombres y mujeres en la vida social que esa jerarquía inevitablemente
comporta, Precisamente para que las mujeres se defendieran de las agresiones de los hombres,
fue necesario edificar una amurallada Cité des Dames.

2) La utopía de un espacio separado. Un espacio que no sólo está físicamente apartado (y no por
un umbral, sino por una muralla) del mundo de los hombres, sino que es, además, una
ginecotopía, un espacio social y político exclusivamente de mujeres.

Pizan, que era favorable al matrimonio, excluye, no obstante, de su ciudad ideal a la familia. Una
contradicción determinada en parte por los contenidos de la literatura misógina que ella rebatió;
una contradicción que la autora no intenta resolver; quizá porque la sociedad que vivimos y la que
soñamos las ordenan lógicas diferentes. Tardaría, de todos modos, siglos en llegar el análisis
(pionero, aunque no definitivo en absoluto) de las relaciones entre la familia, el Estado y la
subordinación de las mujeres: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Engels,
cuya primera edición es de 1884d7 La intuición básica de Pizan, que consiste en imaginar una
ciudad sin familias si esa Ciudad iba a garantizar la libertad y la defensa de las mujeres, es una
intuición que perdura.

Caróle Pateman:

«Diferencia sexual es diferencia política; diferencia sexual es la diferencia entre libertad y


dominación. Las mujeres no son una de las partes del contrato originario mediante el cual los
hombres transformaron su libertad natural en la seguridad de la libertad civil. Las mujeres son la
materia del contrato. El contrato (sexual) es el vehículo mediante el cual los hombres transforman
su derecho natural sobre las mujeres en la seguridad del derecho civil patriarcal. Pero si las
mujeres no tienen parte en el contrato originario, si ni pueden tener parte, ¿por qué los teóricos
clásicos del contrato social (de nuevo con excepción de Hobbes) hacen del matrimonio y del
contrato matrimonial parte de la condición natural? ¿Cómo se puede suponer que unos seres que
carecen de las capacidades de contratar puedan no obstante estar siempre entrando en este
contrato? ¿Por qué, además, insisten todos los teóricos clásicos (incluido Hobbes) en que, en la
sociedad civil, las mujeres no sólo pueden sino deben entrar en el contrato matrimonial?»

La categoría de análisis «contrato sexual» puede servir de puente entre el tema del espado político
separado y los de la sexualidad y formas de reproducción imaginadas en las ginecotopías a que
antes me refería,
Christine de Pizan no entra en el tema de la reproducción humana en su Ciudad. En el contexto
histórico en que vivió, quizá, como le pasó a Juana de Arco, no se le ocurrió imaginar que la
posibilidad de que todas las mujeres rechazaran la heterosexualidad fuera un problema teórico
urgente.45 46 La figura de la virgen-madre reinando en la Ciudad podría dar pie a especulaciones
o sugerencias en el sentido de partenogénesis, pero el texto de Pizan no resulta explícito.47

De sexualidad, en cambio, sí había en su libro. Y habla insistentemente para prevenir a las mujeres
de los peligros que entraña para ellas el deseo apasionado de hombres.

¡Huid, damas mías, huid! Evitad esas uniones, porque debajo de la alegría se esconden los venenos
más amargos, y que comportan la muerte. Dignaos, mis muy veneradas damas, aumentar y
multiplicar las habitantes de nuestra Ciudad buscando la virtud y evitando el vicio, y regocijándoos
en el bien.»

Las pobladoras de la Ciudad —Pizan lo repite hasta la saciedad— serán exclusivamente «mujeres
de bien», «mujeres virtuosas», «damas», «mujeres ilustres», es decir, mujeres que han sabido no
dejarse seducir, no dejarse dominar por un deseo apasionado de hombres. Y da igual que sean
vírgenes, no vírgenes, madres, viudas, ricas o pobres.

Andrea Dworkin se ha inclinado por ver en el coito el núcleo del predominio social de los hombres
sobre las mujeres en las sociedades conocidas. Y por defender el ideal medieval de virginidad
como una opción que resultó liberadora para las mujeres. No, evidentemente, porque el coito sea
naturalmente bueno o malo, sino porque no puede existir para las mujeres heterosexualidad libre
en un mundo de predominio social masculino. En contextos sociales de predominio masculino,
libertad sexual supondría para las mujeres —en opinión de Dworkin—, ser siempre jodibles, es
decir, estar permanentemente accesibles al deseo masculino.

la historia de Juana ilumina y clarifica hasta qué punto el deseo masculino determina las
posibilidades de una mujer en la vida: hasta dónde, a qué ritmo, a dónde, cuándo y cómo se puede
mover; por qué medios; en qué actividades puede participar; cuáles son los límites de su libertad
física; la subyugación total de su forma física y de su libertad a lo que los hombres quieren de
ella».

Solo sigue y solo ve ser,

Sólo me ha quedado mi dulce amigo,

Sólo suy, sanz compañero ne maestro,

Solitario suy, triste y colérico Solitario suy en desordenada languidez,

Solo tu sigues mas que nadie perdido,

Solo quedaba suy sanz amigo.

Sólo siguiendo una puerta o una ventana,

Sólo suy en un rincón muciado,


Suy solitario para que me llene de lágrimas, Suy solitario, triste o apaciguado,

Alone suy n'est qui tant siée, Alone suy en mi habitación cerrada, Alone suy sanz demouree amigo.

Solo sigue en todas partes y en todos los seres. Solo sigue, donde veo donde me siento,

Solo suy más que otras nadas terrenales, Solo suy de todos los abandonados,

Sola, eres duramente bajada,

Alone a menudo se queda llorando, Alone se queda sin un amigo.

Príncipes, ahora ha comenzado mi dolor: solo con cualquier amenaza de duelo, solo con más
mancha que la muerte,

Solo quedaba suy sanz amigo.

LA MARQUESA HUMANISTA

Vittoria Colonna (Marino, abril de 14901 – Roma, 25 de febrero de 1547), marquesa de Pescara,
fue una poetisa e influyente intelectual del Renacimiento italiano.

Los Colonna, aliados de la familia Dávalos, concertaron el matrimonio de Vittoria con Francisco
Fernando de Ávalos, noble napolitano de origen español, cuando era todavía una niña. Vittoria y
Francesco se casaron el 27 de diciembre de 1509 en Ischia, en el Castillo Aragonés.2 Aunque el
matrimonio había sido dispuesto para servir a los intereses de sus respectivas familias, resultó
bien desde el punto de vista sentimental.

Francesco Ferrante debió partir a la guerra, a las órdenes de su suegro, para combatir a favor de
España contra Francia. Fue hecho prisionero en la batalla de Rávena, en 1512, y deportado a
Francia; se convirtió en oficial del ejército de Carlos V y fue gravemente herido en la batalla de
Pavía, el 24 de febrero de 1525. Vittoria corrió a reunirse con él en Milán, pero antes de llegar le
sorprendió la noticia de su fallecimiento en Viterbo.

Cayó en una depresión, llegando incluso a pensar en el suicidio, pero la superó con la ayuda de sus
amigos. Durante esta época escribió sus Rimas espirituales. Tomó la decisión de retirarse a un
convento en Roma, e hizo amistad con varios eclesiásticos que trataban de impulsar una corriente
reformista dentro de la Iglesia católica.

Su obra literaria comprende poemas de amor, dedicados a su marido, las Rimas, subdivididas en
Rimas amorosas y Rimas espirituales, inspiradas en el estilo de Francesco Petrarca, y
composiciones en prosa de tema religioso, entre las cuales están el Pianto sulla passione di Cristo y
la Orazione sull’Ave Maria. Sus obras se imprimieron por primera vez en Parma en 1538, pero
poco después aparecieron nuevas ediciones: en Florencia y Venecia, respectivamente.

Vittoria ahogó su dolor en la pluma escribiendo bellas rimas de amor a su esposo desaparecido.

Vittoria Colonna fue una auténtica mujer del Renacimiento. Aristócrata, culta, refinada, escribió
poesía dedicada a su marido y prosa reflexiva sobre temas religiosos y espirituales. También
cantaba magníficamente y sabía tocar el laúd. Fue admirada por grandes hombres de su tiempo
como Baldassare de Castiglione o Leonardo da Vinci, quien llegó incluso a inmortalizarla con su
genial pincel. También tuvo, sin embargo, detractores, aquellos que seguían empeñados en alejar
a las mujeres del mundo del arte y la erudición.

Pensamientos espirituales controvertidos

Vittoria Colona escribió también una interesante producción literaria en rima y prosa centrada en
temáticas religiosas y espirituales. Sus ideas cercanas al reformismo fueron investigadas por la
Inquisición.

Muchos de esos poemas están dedicados al dolor por la muerte de su marido:

«Cuando muerte deshizo el nudo amado / que ataron amor, naturaleza y cielo, / robó a mis ojos el
placer y al corazón su sustento, / mas unió las almas de forma aún más es trecha. / Ése es el lazo
del que me alabo y glorio, / el que me aleja de todo error mundano: / me mantiene en el camino
honrado / donde de mis deseos aún gozo. / Estériles los cuerpos, mas fecunda el alma, / pues su
valor dejó tan claro rayo / que siempre será luz de mi nombre. / Si el cielo me fue avaro en otras
gracias, / y si mi amado bien muerte me esconde, / aún con él vivo: y ya más no deseo».

También podría gustarte