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L U C E S / Opinión

Héctor López Martínez


La Salle, centenario de una fructífera presencia

16/5/2022 07H0 - ACTUALIZADO A 16/5/2022 07H0

La presencia en el Perú de los Hermanos de las


Escuelas Cristianas, más conocidos como Hermanos
de La Salle, cumple un siglo y siento la necesidad de
volcar en estas líneas mis sentimientos de cariño y
gratitud a mis inolvidables profesores. El Instituto
de los Hermanos de las Escuelas Cristianas fue obra
de San Juan Bautista de La Salle (1651 – 1719),
religioso francés canonizado el 24 de mayo de 1900
por el Papa León XIII, quien ha legado aportes de
gran significación en el ámbito de la educación
logrando que sus continuadores difundieran sus
enseñanzas en todo el mundo con renovado éxito.
AD
En setiembre de 1921 los Hermanos de las Escuelas
Cristianas suscribieron el contrato pertinente para
hacerse cargo del Colegio – Seminario Santo Toribio,
siendo esta la primera labor que emprendieron en el
Perú. Fue monseñor Emilio Lisson, Arzobispo de
Lima, quien conocedor de la admirable capacidad
académica de los Hermanos de La Salle gestionó
personalmente en Bruselas su venida al Perú. A
partir de 1926 los Hermanos comenzaron su labor
docente para la colectividad limeña. En los primeros
años alquilaron locales, cada vez más amplios, pues
el número de alumnos de primaria y secundaria
crecía constantemente, así como el prestigio de su
institución.
Tan plausible como previsible acogida hizo que los
Hermanos tomaran la decisión de construir un
colegio. Para ello eligieron un amplio terreno en el
que sería distrito de Breña, en la cuadra 6 de la Av.
Arica. Las obras se iniciaron en 1934 y fue
inaugurado el 17 de mayo de 1936, con asistencia del
presidente de la República Oscar R. Benavides. Es
un edificio muy amplio y cómodo. Tiene cuatro
pisos, una hermosa capilla, teatro, museo de
especies naturales y una nutrida biblioteca.
Posteriormente se anexó el local de Kennel Park,
convirtiéndolo en velódromo y campo deportivo.
Desde hace algunas décadas tiene una gran iglesia
que destaca por sus bellos acabados.
Colegio La Salle, interiores.

Tiempo es ya de recordar a mis profesores. Al


hermano Oscar, Noé Zevallos, amante de las letras,
buen poeta; al mesurado hermano Enrique; al
hermano Agustín, quien solía frotarse
constantemente las manos y era un magnífico
profesor de Historia Universal y otras materias de
Humanidades; al ceñudo hermano Miguel, profesor
de Física y Química; al afable hermano Alberto, que
nos enseñaba Filosofía; al cordial hermano Héctor,
encargado de la librería; al rollizo y bonachón
hermano Honorio, quien preparaba un brebaje
tonificante para los jugadores del equipo de básquet
y estaba a cargo del coro; al hermano Graciano,
prefecto de disciplina; al hermano Hipólito,
encargado de lo que hoy se conoce como logística,
quien entre otras cosas hacía funcionar como un
reloj los 14 modernos ómnibus, de color azul,
llamados “góndolas”, que llevaban y traían a la
mayoría de alumnos de casi todos los distritos
capitalinos, pues el colegio estaba entonces un poco
a trasmano. La mayoría de los Hermanos eran
españoles y algunos habían luchado en la Guerra
Civil. Había también peruanos, ecuatorianos y
bolivianos. En el viaje de promoción que tuvo lugar
en 1953 conocí en los colegios del Cuzco y Arequipa
a muchos Hermanos que supe después habían sido
trasladados a Lima.
Recuerdo con muchísimo afecto a mis compañeros
de clase de la ya mencionada promoción de 1953,
una década floreciente para nuestro país, y tengo el
placer de mencionar que gran número de ellos
alcanzaron importantes posiciones ejerciendo sus
carreras en el ámbito civil y algunos en el militar.
Muchas anécdotas harían interminables estas
palabras. Puede parecer un tópico, pero realmente
los años escolares son entrañables. Teníamos todos
los días una hora del curso de Religión y la fe que
recibí de mis padres se fue cimentando hondamente
con las enseñanzas de los Hermanos de mi colegio.
Si estuviera en el siglo XVI me definiría como
“cristiano viejo, aunque pecador”. Pero en este siglo
XXI puedo dar gracias a Dios que mi fe la mantengo
intacta. En ella viví y en ella deseo morir.
Finalmente, mis mejores deseos y augurios en este
centenario a los Hermanos de las Escuelas
Cristianas esperando que cumplan otros centenarios
más. Mis mejores recuerdos, arropados de
nostalgia, a la “Mansión de Paz”, como dice nuestro
himno tantas veces cantado y grabado eternamente
en el corazón.

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