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Utopia Una aventura filoséfica Ana Alonso Nacié en Tarrasa (Barcelona) en 1970, aun- que ha residido durante la mayor parte de su vida en Leon. Se licencid en Ciencias Bioldgicas por la Universidad de Leon y amplio sus estudios en Escocia y Paris. Ha publicado nueve poemarios y, entre otros, ha recibido el Premio de Poesia Hiperién (2005), el Premio Ojo Critico de Poesia (2006) y el Premio Internacional Manuel Acufha de Poesia en Lengua Espafiola en México (2017). Entre sus libros dirigidos al ptiblico infantil y juvenil, destacamos la coleccién Pizca de Sal, y otros titulos como La casa de muficas y Los instantes perfectos. Junto a Javier Pelegrin, es coautora de la serie de fantasia y ciencia ficcién La lave del tiempo (Anaya) y de otras sagas, como Tatuaje, Yin, Odio el Rosa y La reina de Cristal. En 2008 obtuvieron el Premio Barco de Vapor por Ef RY-ro eNom AME] on (-e] 9 Col eUa clon White Raven por el libro La ciudad trans- parente, el premio 2009 del Templo de las Mil Puertas a la mejor saga juvenil espanola por La lave del tiempo y el XII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil en 2015 con E/ Sueno de Berlin. Su obra ha sido traducida a diferentes idio- mas (desde el francés o el aleman hasta el japonés, el coreano y el turco). Utopia Una aventura filoséfica Ana Alonso ANNAYA, Capitul Capitul Capitul Capitul Capitul Capitul Capitul indice lo 1 lo 2 oS . lo4 . lo 5 OG , O71 s copies Capitul Capitul Capitul Capitul Capitul OD: oe lo 10 5. ieapiale Capitul Frases lo 15 para recordar Términos para recordar ..........sceccecseessestessesseeeeeeee 143 A mi padre, José Maria Conejo, que me enseno a amar la Filosofia. Ya todas las personas que todavia recorddis sus maravillosas clases en el instituto. Capitulo 1 —Lia, despierta. Hay que bajar del autocar. A partir de aqui, seguimos en todoterreno. Abro los ojos y me encuentro con el rostro bron- ceado de Raquel, la monitora del campamento. Antes, cuando nos la presentaron en el pueblo de Ferreries, me pareci6 que sonreia demasiado. Y encima nos dio la bienvenida con un monton de estupideces sobre la «energia positiva» y el disfrutar del ahora y la tole- rancia a la frustracién... Casi vomito con tanta cursi- leria. Ahora, sin embargo, no sonrie, y me repite con fir- meza que me baje de una vez. Vaya, no ha tardado mu- cho en mostrar su verdadero rostro: el de una carcelera, porque eso es lo que representa para todos los que esta- mos aqui. Ninguno de nosotros es tan idiota como para no darse cuenta de que este bonito campamento en un rinc6n aislado de Menorca esta diseriado, en realidad, como una prisién para adolescentes que dan proble- mas. En su pagina web (porque tienen pagina web y todo) lo venden como un «regalo de calma y serenidad para ensefiar a los jévenes a superar las adicciones a las Ana Alonso nuevas tecnologias y reconectar con la naturaleza». Ajj. Detesto ese lenguaje de libro de autoayuda. Y el nombre del campamento... Es que te tienes que refr. Se llama Utopia. Utopia, nada menos. Todo el mundo sabe que una utopia es una especie de mundo ideal que nunca se hace realidad. O sea, que estan reconociendo ya desde el principio que todo esto es utopico y no lleva a ningun lado. No nos van a cambiar por tenernos castigados unos dias en mitad de ninguna parte. Que, es, por cier- to, el significado primitivo de la palabra «utopia»: «No lugar». Un sitio que no existe. Por desgracia, este «no lugar», efectivamente, no existe para las redes de telefonia movil. Aqui ninguna compaiiia tiene cobertura. Ya me lo habian dicho, pero aun asi he querido comprobarlo. Lo primero que he hecho al bajarme del autobis ha sido sacar el mo- vil. Cero conexion. Es increible. Eso significa cero miisica en streaming durante todos los dias que dure la tortura esta. Pero claro, se supone que es justamen- te la idea. Mis padres me lo dejaron claro. «Vas alli por eso, Lia. Porque necesitas desconectar». Mas pala- breria barata. Me parece estar viendo a mi madre solténdome ese discurso con cara de funeral mientras mi padre, detras, asentia con la cabeza. Y me lo dicen ellos, que estan mas enganchados al mévil que yo. Hasta mientras co- memos tienen el movil al lado del plato, no vaya a ser que se pierdan una alerta de wasap o de Instagram, en a Utopia. Una aventura filosofica el caso de mi madre... Y sin embargo, parece que soy yo la que tiene un problema. Todo se debe a un maldito descuido. Bueno, mas de uno... Quiza hayan sido dos... no, tres veces. Cuando me pongo a ver videos en youtube, pierdo la nocién del tiempo. Voy saltando de una cancion a otra, y a veces no me fijo en el consumo de datos. Total, que me he pasado los tltimos tres meses. Y a través de la app de la compania he comprado unos cuantos gigas extras. No pensé que mis padres se fueran a dar cuenta, la verdad. Como ellos compran tantas apps y suscripcio- nes con la cuenta familiar... Ademas, tampoco me pa- recio tan grave. Es dinero, sf, pero yo no gasto demasia- do en ropa ni en otras cosas. Pensé que si me decian algo, les podia ofrecer que me lo descontaran del regalo de cumpleafios. No sé por qué, la idea no cold. Yo creo que el problema es que me ven como una adicta. Para ellos, ver videos de youtube es malo en si mismo. El contenido de los videos es lo de menos. Da igual que veas al youtuber mas impresentable del planeta (que es lo que suele hacer mi hermano) o que te dediques a buscar actuaciones en directo de tus grupos favoritos: para ellos no existe ninguna diferencia. Total, que aqui estoy, con otros cinco desgraciados como yo a los que sus padres han querido castigar este verano. La cosa pintaba mal desde que me despedi de mis padres en Mahon para unirme al grupo. Y empeord cuando, en Ferreries, nos detuvimos para recoger a los Ana Alonso tres ultimos alumnos del campamento. Porque resulta que una de ellas era Beatriz. Justamente Beatriz, la chi- ca més creida e insoportable de mi clase. Pensdndolo bien, no creo que sea una casualidad. Su madre y mi madre se conocen de algo relacionado con el trabajo (mi madre es periodista y la suya se dedica a la moda, creo). Total, que una de las dos debio de hablarle de este campamento a la otra. Ya le preguntaré a mi madre de quién fue la idea cuando la vea. Tampoco tengo muy claro qué hace Beatriz aqui. Se supone que todos los reclusos de Utopia tenemos pro- blemas de adiccién a las TIC. Seguramente lo suyo sea Instagram, tiene toda la pinta de ser la tipica que se pasa el dia colgando fotos de sus modelitos para que la gente le ponga corazones y sentirse eso que llaman una it girl. De todas formas, lo mas probable es que no tarde en enterarme. Seguro que lo primero que hacemos cuando lleguemos al albergue, en una zona llamada el Barranco, es presentarnos delante de nuestros compatie- ros. Y nos haran contar en voz alta el motivo de nuestra participacion en el programa Utopia. Una confesién de- tras de otra, en plan Alcohélicos Anénimos... Me en- tran sudores frios solo de imaginarlo. El trayecto en todoterreno hasta el lugar donde va- mos a dormir se me hace bastante largo. El vehiculo pega botes en los baches que nos hacen golpearnos unos contra otros, a pesar de los cinturones de seguri- dad. Yo comparto coche con Raquel, un chico que se 14 | Utopia. Una aventura filosofica llama Nelson, Beatriz y otros dos que no me han dicho sus nombres. Beatriz y yo no nos hemos saludado, como si no nos conociésemos. Tengo la sensacion de que a ella le ha hecho tanta ilusion encontrarme aqui como a mi coincidir con ella. Y llegamos por fin. Menos mal, me duelen todos los musculos del cuerpo por el traqueteo del jeep. Cuando bajamos, noto una ligera sensacion de mareo. Miro al- rededor. Estamos entre dos paredes de roca tapizadas de vegetacion hasta la mitad de su altura, aproximada- mente. La combinacion del verde de las plantas con el color dorado de la piedra es extrafia y bonita. Quiero decir... bonita para verla unos minutos y después volverte a tu casa a hacer cosas realmente interesantes. {No para quedarse encerrado aqui! Raquel sefiala con una sonrisa de éxtasis a un: que planean en circulos sobre nosotros. Estan muy al- tas. Sus siluetas oscuras se recortan majestuosas contra el azul intenso del cielo. —Buitres —susurra—. No sé si habéis lefdo la infor- macion en la web, pero esto es una reserva natural y hay varias especies de aves protegidas. En ese momento, no sé por qué, me mira directa mente a la cara. —A ti te interesan los pajaros, Lia? No sé a qué viene esa pregunta. En todo caso, no voy a contestar lo que ella espera solo para quedar bien. ayes Ana Alonso —Los pajaros me parecen ratas voladoras y no me importaria que se extinguiesen —digo, desafiante—. Son esttipidos, no tienen cerebro. Para mi sobran. Los demas me miran asombrados. Hay un chico alto que lleva una camiseta muy gastada de Spiderman y que me clava una mirada horrorizada, como si acabase de insultar a su padre o algo asi. En fin... a lo mejor me he pasado. Pero da igual, en el fondo es mejor que todos sepan de qué voy desde el primer momento. A mi no me van a vender este «buen- rollismo» de amor a la naturaleza y a todos nuestros se- mejantes. Yo no voy de eso. Raquel es la tinica que no parece escandalizada por lo que acabo de decir. Sin perder la sonrisa, contintia hablando. —Pues aqui las aves son las reinas, y estamos obliga- dos a seguir unas normas para no asustarlas ni incomo- darlas. Hay que evitar los ruidos estridentes, sobre todo cuando estamos en el exterior. Por eso se recomienda hablar en voz muy baja o en susurros. Y también, en algunos momentos, practicar el silencio consciente. Por ejemplo, durante las comidas, que se sirven en el por- che. Ya veréis como se disfruta de los alimentos cuando no te distraes hablando. Se me escapa un suspiro de alivio. Al menos eso es una buena noticia. Yo lo que quiero es que esto pase cuanto antes y volver a mi vida normal. No me interesa hacer amigos. Ninguno de los compafieros tiene pinta os Utopia. Una aventura filosdfica de escuchar la musica que yo escucho, asi que no va- mos a conectar. Punto. Y las normas de Raquel me lo ponen facil si quiero pasar de ellos. En lo que se refiere a mi, cuanto menos tenga que hablar con los demas, mucho mejor. 7 | | | Capitulo 2 La cena fue vegetariana, pero a pesar de eso no estuvo mal. Los que la preparan son un par de nepalies que van siempre vestidos de blanco y no hablan mas que inglés. Por lo que ha explicado Raquel, en este lugar suelen hacerse retiros de yoga y uno de ellos participa como monitor en las meditaciones con cuencos tibetanos. Sera por eso que siempre esta sonriendo y parece relajado. Qué se yo. En todo caso, como cocineros forman un buen equipo. Prepararon dos ensaladas grandes de pasta un arroz con frutos secos que estaba riquisimo. Lo me- jor, lo de comer en silencio. Es verdad que se saborean mejor los platos. No sé, a mi me resulto relajante. Pero el silencio se termino en cuanto subimos a la habitacion. Las chicas nos alojamos en una casa y los chicos en otra que esta a unos cinco minutos caminan- do por un sendero que atraviesa un riachuelo. En la par- te de abajo de nuestra casa, accediendo por una puerta distinta, se encuentra el apartamento de los nepalies. Los participantes en el campamento Utopia solo somos tres chicos y tres chicas en total. Raquel nos Ana Alonso explicé mientras repartia toallas y sabanas que estas «Jornadas revitalizantes», como ella las llama, suponen una especie de experimento para ellos, porque nunca antes han trabajado con adolescentes. Esa es la razon de que hayan decidido comenzar con un grupo pequenio. Lo cual tiene su lado bueno y su lado malo. Lo bueno es que no hay que hacer el esfuerzo de socializar con un montén de gente aburrida: solo con cinco. Lo malo es que una de esas cinco personas me odia: Beatriz. Sé que le caigo mal desde que ibamos a Infantil. Y lo peor de todo es que a veces intenta disimularlo. Yo por lo menos no soy tan hipocrita. Beatriz me provoca recha- zo y no lo oculto, salta a la vista. Yo aprecio la sinceri- dad, y no estoy dispuesta a fingir que alguien me cae bien si no me cae bien. No le veo ningun sentido. Beatriz y yo compartimos habitacién con otra chica que se llama Helena y que tiene aspecto de deportista. Cuando se puso el pijama, pude ver sus piernas more- nas de corredora, con los gemelos muy desarrollados. Los brazos también los tiene atléticos. Sinceramente, no entiendo qué pinta aqui. Se supone que esto es para frikis de la tecnologia y de las redes sociales, no para gente como ella. Siento curiosidad, la verdad, pero no tanta como para hacer el esfuerzo de preguntarle por qué ha venido. Por fortuna, hasta ahora nos hemos li- brado de las presentaciones de grupo. Supongo que antes o después Ilegarén... aunque, con lo que ha pa- sado esta noche, ya no estoy muy segura de que tenga Utopia. Una aventura filosofica sentido que nos presentemos, porque ahora nos cono- cemos todos. La norma aqui consiste en acostarse pronto y levan- tarse temprano, algo a lo que ninguno de nosotros esta acostumbrado. Y menos que nadie, Bea. Seguin nos conto a Helena y a mi al llegar a la habitacion, ella nun- ca se duerme antes de las dos de la mariana. —Mi hora punta en Instagram son las doce. Es cuan- do recibo mas likes —cont6, mientras soltaba su mo- chila sobre la cama grande, al lado de la ventana—. Mucha gente estara esperando mi foto del dia en estos momentos. Y yo aqui sin poder colgar nada. Una lasti- ma, porque el cuarto tiene su gracia. Seguro que a mis seguidores les gustaria Es verdad que la habitacién que compartimos las tres resulta bastante curiosa. En realidad, toda la edifi- cacién es uma cueva protegida por una pared blanca con ventanas. En la parte de abajo se encuentran el apartamento de los nepalies, un cuarto de batio y la coci- na. Nuestro dormitorio esta en el primer piso. El techo y los muros son de roca amarillenta erosionada por el mar hace millones de afios. Raquel nos explicé que todo el barranco se hallaba sumergido bajo las aguas del Mediterraneo hasta no hace mucho tiempo. Helena eligié la cama que habfa detras del biombo, supongo que para tener algo mas de intimidad. A mi me quedo la otra, que se halla pegada a la pared de pie- dra, justo a la derecha de las escaleras. Ana Alonso Mientras me ponia el pijama, tuve que seguir aguan- tando la chachara insustancial de Beatriz, que no pare- cia dispuesta a callarse. —AMis posts mas populares son los de mis outfits, pero también hay que combinar con algunos sobre estilo de vida. Y esto de venir a un rincén perdido de Menorca para desco- nectar tiene su glamour —continu6—. Pero claro, pierde todo el interés si no lo puedes contar. De todas formas, voy a hacer fotos para colgarlas en cuanto tenga cobertura. —Y te van a dejar? —le pregunté, rompiendo la promesa que me habia hecho a mi misma de no dirigir- le la palabra—. Se supone que estamos aqui para des- engancharnos de toda esa mierda. Beatriz me clav6 sus ojos azules e insolentes. Y me dedico la mas despectiva de las sonrisas. —No sé de qué mierda me hablas. Yo estoy aqui porque mis padres querian ir: nian donde dejarme —explico—. Al menos hay que re- conocer que escogieron un sitio bastante chic. Rustico, pero chic. Caro también, me imagino. No les he pre- guntado cuanto les ha costado. Mientras ella hablaba, yo me habia quitado las botas. Me tumbé en la cama dandole la espalda. Si estaba es- perando a que yo le diera conversacion, lo tenia claro. Que le soltase el rollo a la otra, que justo en ese mo- mento habia regresado del bafio Saqué un comic de Marvel de la mochila y me puse a hojearlo mientras Beatriz le contaba sus batallitas a rrr nt ete cemrrenmanrerenmereen emen eranernt Utopia, Una aventura filosofica Helena. Leer, lo que se dice leer, no pude leer nada, porque la luz de la lampara de la mesilla era demasiado débil para distinguir la letra. Por lo visto, en este barran- co no hay tendido eléctrico, y se necesita un generador para producir electricidad. Por eso no tienen horno en la cocina ni se pueden utilizar secadores o planchas del pelo. Otra cosa que Beatriz lleva fatal, y sobre la que se explayo durante por lo menos un cuarto de hora, interrumpiéndose solo para escuchar los monosilabos poco entusiastas de Helena, que ella interpretaba como respuestas. No recuerdo en qué momento me quedé dormida. Solo sé que me desperté el fogonazo en los ojos de una linterna. Me incorporé aturdida. La que me estaba apuntando con aquella luz que me deslumbraba era Helena. — Qué pas —jEs que no has oido a Raquel? Subié hace un mo- mento. Ha dicho que bajemos inmediatamente. —Pero jqué hora es? —iY yo qué sé? Baja. También estan los nepalies, y Raquel ha ido a despertar a los chicos. Toqué la pantalla del movil para consultar la hora. Las tres y media de la madrugada. — Qué es esto, una yincana nocturna de supervi- vencia o algo asi? —No te lo tomes a risa. Ha pasado algo malo. No sé qué es, pero Raquel esta muy nerviosa. ? —pregunté. 23 24 Ana Alonso Sin esperarme, bajé las escaleras. Unos segundos mas tarde la of conversar con Beatriz en voz baja. Alargué un brazo para coger la sudadera que habia dejado colgada del biombo de madera a los pies de la cama y me la puse encima del pijama. Me calcé las de- Pportivas sin ponerme calcetines y bajé yo también. Justo en ese momento se abrié la puerta que daba al porche. Entraron los tres chicos: Nico, Fernando y Nel- son. Los tres traian cara de suefio, y me parecié que Nico, ademas, estaba algo asustado. Detras venia la monitora. Llevaba el pelo suelto, y se habia echado un pafiuelo blanco bordado con dibujos de elefantes sobre los hombros del pijama sin mangas. Iba descalza. —iQué pasa, por qué nos has despertado? —pre- gunté. —Venid conmigo —contest tiesa, hacia el cuarto de bafio. Una vela iluminaba la zona del lavabo. Alguien (Ra- quel, supongo) habia prendido una varilla de incienso y la habia depositado en un pebetero de ceramica, a la derecha del grifo. Pero lo que enseguida atrajo nuestra atencion fue lo que habia dentro del lavabo. Era un pajaro muerto. Te- nia el plumaje negro, o al menos eso me parecié en un principio. Raquel cogio al animal con cuidado y le dio la vuel- ta. Las plumas del pecho eran blancas, pero estaban Utopia. Una aventura filosoica manchadas de sangre. El pobre animal tenia un alam- pre clavado en el cuello. —jQuién ha podido hacer esta atrocidad? —dijo, paseando la mirada sobre nosotros—. ,Quién puede ser capaz de una cosa tan abominable? Contestadme. Quiero respuestas. Nos quedamos todos callados. Raquel cogié delica- damente el pajaro con las manos y las extendié hacia donde me encontraba yo. Instintivamente, di un paso hacia atras. —He dicho que quiero respuestas —insistio—. jAl- guien me puede explicar lo que ha pasado? Beatriz levant6 la mano. Y luego me sefialé con el dedo. —Ha sido ella —dijo—. Yo la of levantarse y bajar. eos ya escuchasteis todos lo que dijo ayer sobre los pajaros. Los odia. Y no es la primera vez que hace “e asi —afiadio, mirandome a la cara—. Ya paso en el instituto. Con una rana. La dejé en el despacho del di- rector, también con algo clavado y llena de sangre. La expulsaron un mes... Por eso no tiene amigas en clase. Todos le tienen miedo. Esta loca. No sé por qué la han admitido aqui. iz 25 Capitulo 3 Esta mariana, al despertar, lo primero que noté fue el dolor de cabeza. Se extendia por todo el lado dere- cho, desde la frente hasta la nuca. Era como tener agujas clavadas entre los ojos, detras del oido, en las sienes... Por un momento cref que habfa sofiado la historia del pajaro, que todo habia sido una pesadilla. Pero no; por desgracia, recordaba cada detalle con demasiada claridad. Todavia no entendia muy bien lo que habia ocurri- do. 5Como habia pasado a convertirme, de pronto, en la principal sospechosa del asesinato del pajaro? ;Por qué todos habian creido a Beatriz? Yo intenté explicarles lo de la rana en el instituto, para que comprendiesen que los dos casos no tenfan nada que ver. La rana que puse en el despacho del direc- tor ya estaba muerta. La habfa sacado del laboratorio, donde teniamos que diseccionarla. Aprovechando que el director estaba en clase, se la dejé en su mesa. Para afia- dir dramatismo, le clavé un lapiz y manché al animal muerto y la carpeta que habia debajo con un sobrecito de kétchup que habia cogido de la cafeteria en el recreo. KE 27 28 Ana Alonso Lo hice como denuncia, porque estoy en contra de la utilizacion de animales en la investigacion y la profeso- ra de Biologia se negaba a escuchar mis argumentos. Sabia que iban a pillarme, pero lo hice de todos modos porque queria que la cosa se comentase y se abriese un debate en el centro. La tutora no quiso entender mis razones y me expulsaron un mes, es cierto. Pero tam- bién es verdad que, desde entonces, el departamento de Biologia ofrece a los alumnos la posibilidad de reali- zar disecciones virtuales en el ordenador si estan en contra de la utilizacion de animales. Asi que, a pesar del castigo, consegui mi objetivo, y no me arrepiento de- masiado de haberlo hecho... aunque fue todo un poco teatral y desagradable, lo reconozco. Es evidente que lo del pajaro en el lavabo no se pare- ce en nada a lo que yo hice con la rana. Pero mis com- pafieros de campamento, por lo visto, no opinan lo mismo. Cuando terminé de dar mis explicaciones, se hizo un profundo silencio... que a mi me sono extrafia- mente acusador. Raquel puso fin al momento de tensi6n enviandonos a todos a dormir de nuevo. A mi, lo tnico que me dijo cuando me acerqué a ella fue que ya hablariamos... y que se aclararia la verdad. Bueno, eso espero... que se aclare. Porque no me apetece nada pasarme los siete dias de campamento que faltan interpretando el papel de la asesina de paja- ros a quien todos odian. Yo puedo ser muchas cosas, Le a Utopia. Una aventura filosofica pero nunca haria algo tan cruel. Me duele que los de- mas me crean capaz de algo asi. Y Beatriz, que me co- noce desde Infantil... Como puede haberme acusado de esa manera? {Tanto me detesta? Me gustaria pensar que es ella quien ha hecho lo del pajaro, solo para acusarme a mi. Pero la verdad es que no me cuadra. Beatriz es presuntuosa, prepotente, pue- de que hasta envidiosa, pero no tiene tanta imaginacion como para inventarse una estratagema tan complicada solo para hacerme dafio a mi. Y ademas, estoy segura de que se moriria de asco si tuviera que tocar un pajaro o cualquier otro bicho. La conozco bien desde que te- nia tres afios. Es supermiedosa Durante el desayuno nadie me dirigio la palabra. En realidad, tampoco hablaban entre ellos. Con la excusa de que hay que guardar silencio para respetar a las aves, todos masticaban a dos carrillos sin prestar atencion a los demas. O fingiendo que no prestaban atenci6n. Aun asi, las dos veces que me atrevi a levantar la vista del plato, mis ojos se tropezaron con los de Nico. No sé por qué, me molesto darme cuenta de que me espiaba. Supongo que lo de ser una asesina de pajaros me ha vuelto interesante de repente... al menos, para ciertas personas. Raquel no aparecié por el porche mientras desayu- nabamos. Cuando terminamos, los nepalies nos indica- ton en inglés que debfamos acompatiarlos hasta un lugar 29 30 Ana Alonso que ellos llaman «el circulo de Piedra», donde nos esta- ban esperando. Caminamos detras de ellos por un estrecho sendero sombreado de sauces y avellanos que discurria paralelo al rio. Después de unos diez minutos avanzando en silencio, llegamos a unos escalones tallados en la roca. A la izquier- da, en una pequeifia pradera, habia tres burros pastando. Los animales levantaron la cabeza al oirnos llegar y se que- daron observandonos con aire de desconfianza. —iA ver si el préximo bicho que aparece muerto es uno de estos! —dijo Fernando en voz alta. Nadie le rio la gracia. Los nepalies subieron delante de nosotros hasta una explanada circular pegada a la pared rocosa del barran- co, justo por encima del rfo. Eran las ocho de la majia- na, y hacia fresco. En el centro de la explanada, sentado en un taburete de madera, nos aguardaba un anciano vestido con una tunica blanca. Fl viento ondulaba los pliegues de la prenda a la altura de los tobillos del individuo, un poco por encima de sus sandalias de cuero. —iAh, por fin estais aqui! —dijo con una voz ex- trafamente juvenil para la edad que aparentaba—. Menos mal, me estaba cansando de esperaros. —Perdone... squién es usted? —pregunto Helena. El hombre arque6 las cejas, sorprendido. —Vaya... no me conocéis? Soy Socrates, mucha- chos. Seguro que habéis oido hablar de mi. Utopia. Una aventura filosofica Bueno. Aquello era el colmo. Después de toda la aventura nocturna, Raquel desaparecia y nos dejaba en manos de aquel tipo que seguramente seria un actor de segunda. {Qué idea tan buena! Debia de formar parte del programa de animacion del campamento. Brillante, realmente brillante. Nos miramos unos a otros, entre enfadados y des- orientados. —Vosotros sabéis de qué va esto? —pregunto Nel- son—. Porque yo pensé que, al menos, ya que no nos dejan ni jugar a la play ni ver youtube ni hacer nada in- teresante, no sé, nos pondrian a hacer yoga o algtin tipo de ejercicio. No teatro. —Claro que vamos a hacer ejercicio. Ejercicio mental —dijo el anciano sonriendo—. 3O es que tt piensas que el cuerpo es mas digno de ser ejercitado que la mente? —Oye, esto es una tonteria —no pude menos que exclamar—. Si eres Sécrates, ;por qué hablas en espa- fiol? De verdad, no sé de quién ha sido la idea, pero es esttpida. Somos un poco mayores para jugar a esto. El anciano me miré con la cabeza ladeada. —Qué pasa, jte da miedo ejercitar la mente? —me pregunto en tono socarron—. Quiza encuentres cosas dentro de ti que prefieres ignorar... Pero eso no arregla nada. Créeme, la vida que no se examina a si misma no merece ser vivida. —Seguro que Lia esta de acuerdo con eso —salto Beatriz—. jPor eso se dedica a matar pajaros! 31 32 And Alonso Fernando solté una carcajada, pero los demas no se rieron. Sécrates mir6 a Beatriz con curiosidad. — (Estas acusando a tu companera de haber matado un animal? Esa es una acusacién muy seria —dijo grave- mente—. Supongo que tendras motivos de peso para sostenerla. —Claro que tengo motivos. Ya se los expliqué a to- dos ayer. Raquel, la monitora, también estaba —expli- co Beatriz con impaciencia—. {No se lo ha contado? El anciano ignor6 la pregunta. —Pareces una de esas personas que creen tener to- das las respuestas —murmuro, mirando a Beatriz con aire pensativo—. Y eso es peligroso, créeme. Todos ig- noramos mas cosas de las que sabemos. Reconocer la ignorancia es el primer paso para combatirla. —Oiga, yo sé lo que sé —se defendio Beatriz —O quiza crees saber algo ¢ Es un habito muy comun, aceptar nuestros juicios sin examinarlos ni reflexionar sobre ellos. En Atenas, mi ciudad, dedico casi todo mi tiempo a luchar contra ese mal. Sobre todo, intento ensefiar a los jovenes a encon- trar el verdadero conocimiento por si mismos. Porque el conocimiento no es algo que nos puedan regalar. Te- nemos que descubrirlo dentro de nosotros. Y a veces, para eso necesitamos un poco de ayuda. —Usted es un filésofo, ;no? —pregunté Nelson, siguiéndole la corriente al anciano—. ;Y qué hace aqui? Utopia. Una aventura filosofica —Bueno, no sé si sabéis lo que significa «filosofta». Significa «amor a la sabiduria». Yo no soy un sabio, pero amo aprender, y ensefiar lo que aprendo a los de- més. Sobre todo a los jévenes. Por eso dedico gran par- te de mi tiempo a hablar con ellos. Intento hacer nacer en su interior esa luz del saber que llevan dentro sin ser conscientes de su poder. ;Sabéis a qué se dedicaba mi madre? —wNi idea —contesto Helena. —Era comadrona. Ya sabéis, una de esas mujeres que ayudan en los partos para que los nifios nazcan bien. Bueno, pues yo he heredado su oficio. También ayudo en los partos, pero en los partos del pensamien- to. Ayudo al conocimiento a nacer. Y para eso me he inventado un metodo: un tipo de didlogo al que yo lla- mo «may€éutica», que en griego significa precisamente tir en los nartos» en los partos». —Muy interesante —comento Nelson con una son- risa. Su tono indicaba que queria decir justamente lo con- trario. —Creo que intentas dar a entender con tus palabras algo distinto de lo que dices —dijo Socrates mirandolo con expresién amable. —Justo —contest6 Nelson sin dejar de sonreir—. Estoy siendo irénico. —Bueno, sé que vosotros llamais ironia a eso, pero para mi la ironia es otra cosa: es ignorancia fingida. Yo at Ana Alonso la utilizo mucho en mis conversaciones, porque cuando nos hacemos los ignorantes, obligamos a los demas a explicarnos sus puntos de vista, y eso a su vez los ayu- daa ellos a aclarar sus ideas. {Lo entiendes, Nico? —jComo sabe mi nombre? —pregunto el aludido. Socrates hizo un gesto vago con las manos. —Me he informado antes de venir aqui, como po- déis suponer. Pero no has contestado a mi pregunta... —Creo que lo entenderia mejor con un ejemplo —con- fes6 Nico. —Ah, pues vamos a ello. Podemos empezar con tu compafiera Beatriz. Acaba de acusar a Lia de matar un pajaro. sMantienes tu acusacion, Beatriz? —Por supuesto que la mantengo. Estoy segura de que ha sido ella. No puede haber sido nadie mas. —Y en qué te basas para afirmar eso? —Para empezar, la of levant Y ademas, no es la primera vez que mata animales y los expone asi. Lo hizo en el instituto con una rana. La dejo en el despacho del director —vVamos por partes. Dices que oiste a Lia bajar las escaleras. Pero gla viste bajar? —No, solo la oi. — iY cémo sabes que era ella? ;Conoces bien sus pa- sos? jPodrias distinguirlos de los de otra persona? Beatriz se removi6, incémoda. —Venian del lado de la habitacion donde ella duer- me —fue su respuesta. ar las escaleras. ey b: e y b: Utopia. Una aventura filosofica —Pero eso no significa que los pasos fuesen suyos, jo me equivoco? — De quién iban a ser si no? —pregunto Beatriz jrritada. Socrates se encogié de hombros. —No lo sabemos, puesto que tt no viste a la perso- na que daba esos pasos. ;O es que los pasos de Lia tie- nen alguna cualidad que los hace facilmente reconoci- bles? —No, no especialmente —tuvo que admitir Beatriz. —Por otro lado, dices que tuvo que hacerlo ella por- que en el pasado hizo algo parecido con una rana. —No fue parecido —interrumpi yo. Sécrates me hizo un gesto con la mano para que me callara. —Una pregunta, Beatriz. sPor qué conoces tti ese episodio del pasado de Lia? —Porque hemos ido juntas a clase desde siempre. Primero en el colegio y luego en el instituto. —Y de todos los recuerdos que tienes de ella, shay otros que te hagan pensar que es cruel con los anima- les? Beatriz se qued6 pensando. —No... no sé. En segundo teniamos como mascota de clase a una tortuga de verdad. Un dia la profesora nos dijo que habia muerto. Lia se eché a llorar. —Luego el tinico hecho del pasado de Lia que te hace pensar que pudo matar al pajaro fue el episodio 35 Ana Alonso de la rana. Y creo que ella misma os explico ayer las di- ferencias con el asunto del pajaro. —Aun asi, estoy segura de que fue ella —insistio Beatriz con terquedad. —Lo crees por ese episodio que conoces sobre Lia. Dime una cosa, Beatriz. {TU conoces el pasado del resto de los chicos y chicas del campamento igual que el de Lia? —No, claro que no. jSi no los habia visto nunca an- tes de ayer! —Entonces, no los conoces. No sabes si les han hecho cosas malas a los animales. Lo ignoras, ;verdad? Beatriz se quedo un rato callada antes de contestar. —Si... lo ignoro —admiti6 por fin, —Entonces, si no conoces todos los hechos del pa- sado de los demas, no crees que te faltan datos para comparar a Lia con tus compafieros? —Bueno... Puede que si. —sY qué me dices de ti? :Alguna vez has hecho algo esttipido de lo que te hayas arrepentido? —Alguna vez. —iY crees que lo repetiras en el futuro? —No, claro que no. {No quiero repetirlo! —iY no crees que lo mismo podria ocurrir con Lia? ¢Que quiz ella tampoco tenga ningtin interés en repe- tir los errores que cometi en otras ocasiones? —No sé... supongo —contest6 Beatriz de mala gana. Utopia. Una aventura filosofica —Lo que pasa es que me odia porque no soy como ella y sus amigas —exclamé yo, incapaz de contenerme ni un minuto mas—. Yo no soy una idiota vestida de rosa como ellas. Yo razono, y eso es lo que no me pue- de perdonar. Socrates se volvié hacia mi con una sonrisa burlona en la cara. —Espera, espera... gTU crees que Beatriz es idiota porque se viste de rosa? —Creo que hay una relacion... si. —Entonces, si tu te pones su camiseta rosa, gseras idiota también? —No. Porque aunque me la pusiera, a mi no me gusta ese color —expliqué. —O sea, que, segtin ti, que te guste el rosa esta rela- cionado con ser estttpido. Pero a mi me gusta mucho el rosa y no soy estpido. ;O piensas que lo soy? —No. Pienso que me esta tomando el pelo —tepli- qué, molesta. Sécrates meneé la cabeza, repentinamente serio. —Te equivocas, Lia. He utilizado mis preguntas para que ta misma Tlegues a la conclusion de que estas dejan- dote llevar por los prejuicios que tienes hacia Beatriz. Lo mismo que ella contigo. Os estais juzgando mutuamente sin conoceros. Espero que este pequefio interrogatorio os ayude a las dos a ser honestas con vosotras mismas... y a reconocer que realmente sabéis muy poco la una de la otra, aunque pens€is que no es asi. {37 Capitulo 4 Esto empieza a ser muy raro. Se supone que estamos en un campamento de desintoxicacion tecnoldgica, de acuerdo. Pero ;de verdad hace falta todo este montaje? La verdad, no creo que mis padres fueran conscien- tes del desastre de organizacion que hay aqui. Ni de lo salvaje que es el entorno. Quiero decir... Una cosa es que te leven a alojarte en una casa rural en plena natu- raleza y otra que te afslen en un barranco sin cobertura ni teléfonos fijos donde no hay mas que buitres, a4gui- las, alguna cabra salvaje y tres burros de los que alguien debe cuidar, supongo, aunque no sé quién. Eso, para empezar. Y después, la desaparicion de Ra- quel, la monitora. ;Dénde diablos se ha metido? Yo creo que el asunto del pajaro en el bario la asusto y que por eso ha salido corriendo sin tan siquiera despedir- se. O eso, 0 tenia calculado marcharse después del primer dia de campamento desde el principio. Pero no parece muy probable, jno? ;Por qué iba a hace una cosa asi? Y luego, el ntimero del fildsofo. Sécrates. Supongo que es nuestro nuevo monitor. Desde luego, esta muy metido en su papel. 39 Ana Alonso Sera una ocurrencia de los organizadores, segura- mente. «Vamos a ensefiar a estos chicos a pensar por si mismos disfrazando a un actor de filosofo griego anti- guo». {Qué original! Admito que la sesién de ayer con él fue interesan- te... aunque algo incémoda. No sé como, me hizo llegar a conclusiones sobre mi relacién con Beatriz que no me gustan. Porque yo estoy convencida de que Beatriz me tiene mania, y de que es una idiota, pero ayer... con este «Socrates»... no fui capaz de razonarlo. Delante de todos, quedé como una boba que se deja guiar por sus prejuicios. Claro que a Beatriz le paso lo mismo, pero peor todavia. Ella misma, con sus respuestas, fue dedu- ciendo que no tenia ninguna base para acusarme de la muerte del pajaro. Me imagino que eso es lo que queria ensefiarnos el monitor: eso de la mayéutica. Ensefiar a nensar a otros ha pen a otros | éndoles preguntas y prac . Me parece interesante, y puede resultar util. Se lo dije al tipo al final de la sesion, y él me miro de un modo extrafio —la mayéutica es util, pero no es eso lo que la vuel- ve tan valiosa —me contest6 pensativo—. Es valiosa porque nos permite acceder al conocimiento verdade- ro. Y ese conocimiento no siempre nos resulta util o agradable. Sin embargo, como seres humanos, no po- demos darle la espalda. No sé. Yo no lo tengo tan claro. Si una verdad te hace dano o no se ajusta a lo que tu quieres, jen serio tienes iront Utopia. Una aventura filosofica que aceptarla solo porque es verdad? ;No seria mejor en- gaharnos para no sufrir? Nos haria mas felices. .. Estuve pensando en ello toda la tarde. Y tuve mu- cho, muchisimo tiempo para pensar, porque después de la comida, los nepalies nos dijeron que disponiamos de unas cuantas horas libres hasta la cena, aunque po- diamos acompafiarlos para hacer yoga en el circulo de piedra, si queriamos. La mayoria fueron para no morir- se de aburrimiento (supongo que el aburrimiento for- ma parte del programa este de desintoxicacién. Debe de ser el tratamiento estrella). Pero yo me quedé. Eso del yoga no va conmigo. Soy demasiado nerviosa, no seria capaz de dedicarme a hacer respiraciones lentas contando hasta seis y cosas Ppareci- das, me pondria histérica. También se qued6 Nico. Me lo encontré en el por- che leyendo un comic de Batman. A mi también me atrae el mundo de los superhéroes, me he leido casi to- dos los comics buenos (y muchos de los malos tam- bién), asf que me acerqué a hablar con él. —Ese me decepcioné un poco —le dije Era uno que ya habia leido. Nico levanté la cabeza y me miro. Tiene los ojos claros y tistes... 0 mas bien melancélicos. Si, esa seria la pala- bra (mi profe de Lengua del afio pasado estaria orgullo- sa de mi). —iTe gusta leer cémics? —pregunt6—. No es muy Corriente en las chicas. 41 42 ‘Ana Alonso «Ya estamos», pensé. El topico de siempre: que a las chicas no nos gustan los videjuegos ni los comics, que todas nos pasamos el dia pendientes de Instagram... En mi caso, paso de Instagram. Es verdad que hay pocos videojuegos que me interesen, pero, desde luego, los que me gustan no son el Candy Crush ni ese tipo de cosas que se suelen asociar a las chicas. En todo caso, prefiero la musica. Y en cuanto a los comics y los man- gas... si, esa aficion la he heredado de mis padres. Te- nemos una coleccién bastante completa en casa. Mi hermano mayor pasa de ella, y mis padres tienen muy poco tiempo para leer ultimamente, asi que, en la prac- tica, es como si fuese mfa. Le dije a Nico que si, que me gustaban los comics. Y que Batman era mi superhéroe favorito. —El mio también —replicé él con entusiasmo—. sSabes por qué? Poraue en realidad no tiene poderes {Sabes por qué? Porque en realidad no tiene poderes sobrehumanos. Solo la voluntad de combatir el mal. Y a la vez, me gusta ese lado oscuro. No es el tipico su- perhéroe perfecto, como Superman. —Pues yo soy muy fan de Superman —contesté—. Un tipo extraordinario que intenta pasar desapercibido: lo contrario que todos los demas superhéroes. Me encanta. —Tendremos que preguntarle mafiana a Socrates qué le parece la lucha contra el mal de los superhéroes de los cémics —dijo Nico con una sonrisa y una chispa malévola en los ojos. Me eché a reir. Utopia. Una aventura filosofica —Si, a ver qué nos dice. Nos hara un monton de preguntas sobre ellos hasta marearnos para que llegue- mos a las conclusiones que él quiera. Ya veras. Nico asintio. —No sé, a mi me gusto —dijo timidamente—. Ra- zonar asi, sin dar nada por sentado... es casi como un juego. —Me imagino que esa es la idea. Que aprendamos a entretenernos con ese tipo de juegos mentales para que nos desenganchemos de la tecnologia, no? Se supone que somos todos unos adictos Nico asintio en silencio. Esperé un momento, porque cref que iba a contarme algo relacionado con lo que yo acababa de decir. La verdad es que yo sentia curiosi- dad: queria saber por qué lo habian metido en el cam- pamento, cual era su problema. Sin embargo, no afiadié nada més. Al parecer, él no tenia ningunas ganas de compartir confidencias sobre su vida... ni tampoco curiosidad acerca de la mia. Un poco decepcionada (no lo voy a negar), subi a mi habitacién. Estuve leyendo un buen rato tumbada en la cama. De vez en cuando levantaba la cabeza y me que- daba un momento mirando los arboles y las rocas a tra- vés de la ventana abierta. jCudnta serenidad alli fuera! Tan diferente de mi, que podria definirme como una tormenta encerrada en el cuerpo de una persona. Aquel mosaico de verdes formado por las distintas clases de arboles se agitaba en la brisa, recordandome 43 Ana Alonso que estaba vivo. Me vino a la cabeza la idea absurda de que los arboles me estaban Ilamando. Y la escuché. Me puse las zapatillas de deporte, bajé las escaleras a toda prisa y, después de saludar a Nico de pasada, des- cendi por los peldafios de piedra que conducen a la orilla del riachuelo. Durante un buen rato caminé al borde del agua, escuchando el silencio. O lo que yo creia que era silencio, porque cuando empecé a prestar atencion, me di cuenta de que estaba Ileno de rumores: el del agua del rio, el zumbido de algunos insectos que pasa- ban cerca, cantos de pajaros, crujidos entre la hierba, el latigazo rapido de una lagartija escondiéndose bajo una roca... Nunca antes habia salido a caminar yo sola por el campo. Al principio, avanzaba casi con miedo. No habia nada humano alli, en aquel paisaje. Nadie a quien yo le importara. Poco a poco, esa idea me empezo a resultar liberadora. Senti que me iba fundiendo con los arboles y las piedras, que me volvia igual que ellos. Ya no nece- sitaba preocuparme todo el rato por mi, o por lo que los demas pudieran pensar de mi. Se me hacia tan ex- trafio... No alcanzo a explicarlo bien, pero el caso es que, de repente, mis pasos me parecian mas ligeros. Como si me hubiese quitado un gran peso de encima. Y también notaba mds ritmica y pausada mi respiracion. «A lo mejor deberia probar lo del yoga», pensé. «A lo mejor lo que se siente es algo parecido a esto...». Utopia, Una aventura filosofica No sé cuanto rato estuve vagabundeando por el fon- do del barranco. Cuando me quise dar cuenta, el cielo se habia oscurecido, y la luna asomaba por encima de una de las paredes de roca. Regresé por donde habia venido, vagamente asusta- da. Me habia alejado mucho de la casa-cueva. Menos mal que solo tenia que seguir el curso del rio para no perderme. De todas formas, la oscuridad avanzaba muy deprisa. Me costaba distinguir donde ponia los pies. Por eso los meti varias veces entre las ortigas. Cuando llegué a la casa, todos estaban sentados en el porche, cenando a la luz de unas bombillitas suspendi- das de los arboles. —iVaya, la hija prodiga! —dijo Beatriz con sorna al verme aparecer—. Pensdbamos que te habias escapado. —Los nepalies han preguntado por ti —afadio Fer- nando—. Pero no parecian demasiado preoc Esa gente no se pone nerviosa por nada. —Y Raquel? —pregunté—. ;No ha venido? —No. Ni ella, ni el tipo ese disfrazado de Socrates, ni nadie mas —replico Helena en tono de frustracion—. Aqui solo estan estos dos que ni siquiera hablan espafil. —Al menos cocinan fenomenal. Y la clase de yoga no esttivo mal tampoco —afirm6 Nelson. Al decir eso, no sé por qué, miro a Beatriz y le dedi- c6 una sonrisa radiante, ensenando su blanquisima dentadura. En ese momento me di cuenta de que Nel- son es un chico realmente atractivo. | 45 ‘Ana Alonso Beatriz le devolvié la sonrisa. Parece que se entien- den bien, esos dos. Lo que significa que ya tengo un enemigo mas aqui... porque Nelson apoyara a Beatriz cuando ella se meta conmigo, seguro. Esta claro que ella le importa, y querra demostrarlo dandole la razon. Eso me complica bastante las cosas. Porque vuelvo a estar en el punto de mira de todos. Empezo durante la cena. En algun momento, las cosas comenzaron a torcerse. Fue cuando escucha- mos una respiracion fuerte y agitada entre las ramas de los arboles que hay entre el porche y la bajada al rio, a la derecha. Fernando fue el primero en captar aquel sonido an- gustioso. — Lo ois? —pregunt6—. Parece la respiracion de un hombre. O de una mujer... A ver si es Raquel que nos esta espiando subida a un arbol. Nos refmos. —Pues si es asi, debe de estar contenta... Nos dije- ron que tenfamos que comer en silencio y hablar en su- surros, y no le estamos haciendo caso —recordé yo. Nelson, Beatriz y Fernando me miraron como si fue- se una aguafiestas. Me arrepenti de haber hablado... Pero ya era demasiado tarde. Todo el mundo se quedé callado escuchando aquella respiracion tan angustiosa. —Es un animal —susurr6 Nico—. Y, por el ruido que hace, bastante grande. —Un pajaro —dijo Beatriz—. Un pajaro agonizando. 46 | Utopia. Una aventura filosfica El comentario nos dejé sin palabras durante un buen rato. La comida estaba rica, como la noche anterior, pero a mi se me habia quitado el apetito. No podia pensar en nada que no fuese aquel sonido de algo vivo que su- fria... 0 quiz4 solo estaba durmiendo. Acababan de servirnos el postre (una crema de arroz con trocitos de ciruela y melocotén) cuando Fernando se levanté y se fue muy decidido hacia el lugar del que proventan aquellos jadeos roncos. —Gallina el que no me acompafie —chill6, en un tono estridente que hizo que el sonido cesase de pronto. Nelson fue tras él. Helena y Nico también se levan- taron. —Como eres, Fernando. Has asustado al bicho —dijo Helena. —Si se ha callado, es que no se estaba muriendo —con- testo el aludido. —A lo mejor era un bicho que estaba dormido y ti lo has despertado —apunto Nico. Las voces se apagaron bruscamente. Vi a Fernando in- clinarse, y luego a Nelson. Nico retrocedié, como asus- tado. Mis ojos se encontraron con los de Beatriz, que me observaban hostiles, aguardando mi reaccion. —éQué pasa? —pregunté en voz alta. Todo el grupo regres6 al porche. Fernando traia algo en la mano. Lo dejé caer con brusquedad sobre la mesa, 48 Ana Alonso al lado de la fuente de porcelana blanca que contenia los restos del postre. Era un pajaro. Un pajaro grande y ensangrentado. Tenfa unas tijeras doradas clavadas en.el pecho. Unas tijeras exactamente iguales a las mfas. Capitulo 5 Supongo que mi equivocacién consistio en callarme cuando vi las tijeras. Debi decir que eran mias. Pero es que me parecio tan absurdo que estuvieran clavadas en aquel pobre pajaro, que ni yo misma acababa de creér- melo. Intenté convencerme de que eran unas tijeras iguales, de que se trataba de una casualidad. Fue un error, porque Helena y Beatriz las habfan vis- to en mi bolsa de aseo. Son unas tijeras que llaman la atencion, doradas con adornos en negro, de esas que se compran en las tiendas de recuerdos de Toledo. Inme- diatamente, las dos se volvieron a mirarme. —jComo has podido? Eres un monstruo —me dijo Beatriz. —Claro, por eso no has ido a la clase de yoga —afia- dié Helena clavandome unos ojos desencajados—. Para hacer... esto. jEres una psicopata! —Un momento —intervino Nico—. No sé por qué pensdis que ha sido Lia, pero es mentira. Hemos estado juntos todo el tiempo, mientras vosotros estabais en yoga. Creo que nunca me he sentido mas agradecida. jAl menos Nico no me tomaba por una asesina peligrosa! 49 Ana Alonso Sin embargo, ni Helena ni Beatriz parecieron convenci- das por sus palabras. —Pues la habras ayudado tt —dijo Beatriz furio- sa—. Psicopatas a pares. Yo voy a decir que avisen a mi casa para que vengan a recogerme. No quiero quedar- me aqui ni una noche mas. —Si, haces muy bien —dijo Fernando—. Hoy es un pajaro, pero manana... {Quién sabe! jPodrias ser tt! Lo dijo en tono de humor, intentando hacer gracia. Pero nadie le siguio la corriente. —A lo mejor no son mis tijeras —murmuré, casi sin aliento—. A lo mejor las mias siguen en mi bolsa... —Vamos a comprobarlo —dijo Nico. Y nos alejamos en direccién a la casa mientras los demas se quedaban murmurando a nuestras espaldas. Al tiempo que subfamos las escaleras, noté que el cora- zon se me aceleraba hasta latir a un ritmo desbocado. «Por favor, que estén ahi mis tijeras», pensaba. «Por favor...». Corri hacia el batio y abri la cremallera de mi neceser plateado. Rebusqué con dedos temblorosos. Las tijeras no estaban. Nico, detras de mi, me observaba en silencio. Nues- tras miradas se encontraron en el espejo del lavabo. —No he sido yo —dije, conteniendo a duras penas las lagrimas. —Lo sé —dijo Nico, y me puso una mano en el hombro—. Pero alguien quiere que parezca que has sido ta. Utopia. Una aventura filosifica — (Beatriz? —dije, pensando en voz alta—. Vamos al mismo instituto, y esta claro que me odia... —Pues debe de odiarte mucho para ser capaz de algo asi. Me volvi a mirar a Nico. —A lo mejor lo han tramado todo ella y Helena —aventuré—. A lo mejor son ellas las psicépatas. Nico asintid. —Puede ser. El problema es que la culpable, de mo- mento, pareces tt. Bueno, nosotros. —Ya. No tenias que haberme apoyado. Ahora iran a por ti también. Pero gracias. Nico sonrio débilmente. —De nada —murmuré—. jSabes? Estoy un poco asustado con todo esto. —Si. Yo también —admiti —No me gusta la idea de aue te tengas aue aued No me gusta la idea de que dormir aqui con esas dos —continud Nico fio... —Creo que a ellas todavia les gusta menos la idea de quedarse aqui conmigo. —Ya... Parecian indignadas de verdad. Si estan fin- giendo, son unas actrices buenisimas. Nico tenia razon. Si lo del pajaro lo habian hecho ellas para culparme a mi, desde luego estaban interpre- tando el papel de su vida. Se lo habian currado mucho, habia que reconocerlo. Pero jpara qué? ;Qué querian conseguir, que me echasen del campamento? 51 52. Ana Alonso De pronto todo me parecié absurdo e inverosimil. No podia ser. Nada de lo que estaba pasando tenia el menor sentido. —Voy a dormir —le dije a Nico—. No me siento ca- paz de enfrentarme a esas miradas otra vez. Buenas no- ches... y mil gracias. Me acosté. La imagen del pajaro con mis tijeras cla- vadas en el vientre no se me iba de la cabeza. Me horro- rizaba... y a la vez me inundaba de una aguda sensa- cién de cansancio. Queria encontrar una explicacion, pero, por mas que me esforzaba, no lo conseguia... Y en algun momento, agotada, me quedé dormida. Me despert6 el gong que tocaban cada mafana los nepalies para indicarnos que el desayuno estaba listo. Cuando me levanté, vi que Helena y Beatriz no se en- contraban en la habitacion. Se me ocurrio que tal vez ni siquiera hubiesen dorm i n-maiedal nm miedo! Angustiada, me duché en cinco minutos bajo un dé- bil chorro de agua templada, me vesti con una camiseta y unos pantalones de chandal y bajé. Me sorprendio encontrar solamente a Nico sentado a la mesa. —Buenos dias. Te estaba esperando —me dijo—. Los demas ya se han ido al circulo de piedra. Parece que hay clase. — (Ha venido Raquel? —pregunté, esperanzada. —No lo sé. Ya sabes que los nepalies no dan muchos detalles. Vamos, desayuna algo rapido... Venga lo que venga, és mejor afrontarlo con el estomago lleno. Utopia. Una aventura filosofca Agarré un pedazo de pan tostado, unté un poco de mermelada por encima y me lo comi en tres mordis- cos, mientras Nico me observaba alarmado. —Lia, te vas a atragantar... —No quiero llegar tarde. Bastantes problemas tengo ya. {Hace mucho que se fueron los otros? —Nelson y Fernando acababan de irse cuando ba- jaste. A las chicas no las he visto. Su explicacién no hizo mas que acrecentar mi ner- viosismo. O sea, que probablemente era verdad: Beatriz y Helena me estaban rehuyendo, porque crefan que yo era una psicopata. Y lo peor era que... si lo creian de verdad, era porque lo del pajaro no lo habian hecho ellas. Pero, si no lo habian hecho ellas, ;quién podia haber sido? ;Nelson? ;Fernando? ;Alguno de los dos nepa- Hee? lies? Nico no, no era posible... ;O si? Caminamos juntos en silencio hasta el circulo de piedra. Desde lejos, vi ondear una tunica blanca entre Ja ropa deportiva oscura de nuestros companeros. Parecia que «Sécrates» estaba de vuelta. Pero no, no sera Socrates. Cuando llegamos al circu- lo, nos dimos cuenta de que se trataba de un hombre mas joven, con la barba oscura y una nariz recta y fina que le daba un aspecto... no sé, aristocratico. Nos mir6 sin sonrefr mientras nos sentabamos en el suelo detras de los otros. El permanecia de pie. 53 34 ‘Ana Alonso —Por fin llegan los que faltaban. Y el tiempo es pro- picio para hablar de filosofia. Bienvenidos... Soy Pla- ton, ciudadano ateniense y fildsofo. —Encantado. Ya habia oido hablar de ti —contest6 Nico. Platon arqueo las cejas. —Me sorprenderia que fuese de otro modo —dijo—. Se me considera uno de los padres del pensamiento oc- cidental... Incluso hay por ahi algtin filosofo moderno que ha llegado a afirmar que toda la historia de la filo- sofia occidental durante los wltimos 2400 afios no es més que una coleccion de comentarios sobre mi obra. La gente tiende a exagerar. —Pues, si eres tan buen fildsofo, a ver si nos ayudas a salir de esta ratonera —le interrumpio Beatriz en un tono entre impaciente y mordaz—. En serio, no sé de qué va esto, pero yo necesito que avises a los organiza. dores porque quiero llamar por teléfono a mis padres y aqui no hay cobertura. Platon la miré con fijeza. —No sé de qué me hablas —contest6—. Y no sé qué significa «teléfono», aunque suena parecido a una mez- cla de palabras griegas que querria decir «hablar desde lejos». —Oye, os estais pasando con el teatrillo este —se quejo Beatriz, visiblemente nerviosa—. Quiero salir de aqui. Esto da miedo. ;Tu te has enterado de lo de los pajaros muertos? O, mejor dicho, asesinados. Ayer Utopia. Una aventura flosofica aparecié otro. Con las tijeras de Lia clavadas en el vien- tre. {Lia es una asesina, una loca peligrosa, y yo no quiero compartir habitacion con ella! —Eso no es verdad —protesté débilmente—. Las ti- jeras eran mias, pero yo no se las clavé al pajaro. ;Como iba a hacer algo asi? Es monstruoso. —Oye, eran tus tijeras, yo lo vi con mis propios ojos —exclamo Helena, también muy alterada—. {Todos lo yvimos! Platén suspir6. —Unas tijeras clavadas en el vientre de un pajaro —resumio—. Todos lo visteis. Y creéis que eso que vis- teis es la verdad. Pero jlo es? ;Podéis estar seguros? —iQué quieres decir? Claro que podemos estar se- guros de lo que vimos —dijo Nelson. —Amigo mio, lo que percibimos a través de la vista y li- los dem: dad, no la realidad misma. Justamente eso es lo que os queria explicar hoy. —Espera... jestas diciendo que la vista puede engafiar- nos? Eso es una tonteria —afirmo Beatriz, desdefiosa. —No estoy diciendo que los sentidos nos engafien. Digo que los sentidos nos permiten captar lo que existe en el mundo sensible, que es el mundo de los objetos, de las cosas. Pero cada objeto, cada realidad que existe en el mundo sensible, no es mds que una copia de otra reali- dad mas perfecta, eterna e inmutable, que existe en otro mundo: el mundo de las ideas, o mundo inteligible. 55 Ana Alonso —Espera, espera... {Estas hablando de universos pa- ralelos 0 algo asi? —pregunto Fermando. —Estoy hablando de dos planos de la realidad que conviven en nosotros y en todo lo que nos rodea. Noso- tros somos una combinacion del mundo sensible y el in- teligible. Nuestra alma, antes de que naciésemos y queda- semos atrapados en el cuerpo, existio en el mundo de las ideas, y tenia un conocimiento perfecto de esa realidad. Pero, anclada al cuerpo, poco a poco ha ido olvidando... y confundiendo las burdas copias del mundo sensible con sus modelos perfectos, que son las ideas. Solo si escuchamos nuestra parte mas racional, podemos ir re- cordando gradualmente esa otra realidad eterna que ja- mas cambia y que un dia conocimos. Aprender es recor- dar lo que el alma, atrapada en el cuerpo, ha olvidado. —Pero entonces, {ttt sostienes que lo que vemos no es verdad? —pregunté— 3Que no po mos fiarnos de los sentidos? —Solo hasta cierto punto. Los sentidos nos permi- ten percibir los objetos, que son como sombras 0 co- pias de las ideas. Pero no nos permiten percibir las ideas mismas. Eso solo podemos lograrlo a través del razonamiento y la intuicién. Os lo explicaré con un mito, para que lo entendais. Es el mito de la caverna. Platén paseo su mirada sobre nuestros rostros expec- tantes antes de proseguir. —Imaginaos que hubieseis nacido en una cueva, enca- denados de manera que siempre tuvieseis que estar Utopia. Una aventura filosofica mirando la misma pared de roca. Toda vuestra vida. De- tras de vosotros arde un fuego, y entre vosotros y el fuego pasan personajes y objetos que proyectan sus sombras so- bre la pared que estais mirando. Esas sombras serian para yosotros la realidad: la tinica realidad que conocéis. Me estremeci solo de pensarlo. —Ahora, imaginad que a uno de esos prisioneros de la caverna lo liberan de pronto y le hacen salir de la gruta. La luz del sol lo cegaria al principio, no veria nada. jDemasiados afios acostumbrado a la oscuridad! Pero poco a poco, sus ojos se irian habituando a la luz. ¥ entonces descubriria las cosas tal y como son, y no sus sombras. Se quedaria maravillado, sno creéis? —Si, si lo creo —contest6 Nico con aire sofiador. —Bueno. Ahora imaginad que esa persona baja de nuevo a la cueva y les explica a los demas que lo que ellos creen que es la realidad no son mas que sombras de otras cosas mas bellas y perfectas que él ha visto. Le creerian? —Probablemente no —dijo Beatriz—. Pero eso no significa que... —Significa que nosotros somos como esos prisione- ros de la caverna. Lo que percibimos a través de los sentidos son sombras. Sombras de otras realidades mas perfectas que son las ideas, y que solo podremos con- templar a la luz del conocimiento —Vale, todo eso esta muy bien, pero, si no podemos fiarnos de los sentidos, ;como resolvemos el misterio Ana Alonso del pajaro? —pregunt6 Helena—. ;Como podemos co- nocer al culpable? —Buscad la verdad dentro de vosotros —dijo Platon mirandonos uno a uno con sus ojos grises y penetran- tes—. La llevais en vuestro interior, solo tenéis que li- beraros de la tirania de los sentidos para recordar. —No entiendo lo que dices, y no quiero mas compli- caciones —dijo Beatriz, perdiendo definitivamente la pa- ciencia—. Lo que quiero es llamar a mis padres y que vengan a recogerme. Y creo que los demas quieren lo mismo. Este sitio da miedo, y queremos irnos de aqui. gNo es verdad? Decidlo, compafieros. El que esté de acuerdo conmigo que levante la mano. Todos levantamos la mano. Incluso yo. Platon sonrio benevolente. —Lo siento, pero no soy partidario de la democracia, los mas ra- cionales, los que no se dejan engariar por los sentidos y estén dispuestos a esforzarse para alcanzar el verdadero conocimiento. Y esos, queridos mios, no sois vosotros. Asi que no importa lo que votéis... la decision de seguir 0 no seguir aqui no es vuestra, y no hay nada mas que decir. Capitulo 6 —Ese tipo es un dictador, pero yo no me pienso quedar callada ni aguantar esto —chillo Beatriz detras de mi mientras caminaébamos todos juntos de vuelta hacia la casa-cueva—. jEs que nos tienen secuestrados, o qué? Quiero volver con mis padres. —Nos tienen prisioneros. Somos los prisioneros de la caverna —coment6 Fernando riendo. —No tiene gracia —replic6 Beatriz, enfurecida— Nada de lo que esta pasando aqui tiene gracia. —Vamos... No lo, no? —pre- gunto Nelson—. Por ejemplo, jme has conocido a mi! —Ya veo que tti tampoco me tomas en serio. Pero me da igual. Este campamento apesta y no voy a parar hasta que me escuchen. Mira, ahi esta Chandra. Voy a hablar con él, a ver si consigo algo. En efecto, Chandra estaba en el porche, disponiendo con gestos lentos y cuidadosos los platos sobre la mesa para el almuerzo. De los dos nepalies, él es el que mejor entiene el inglés. Aun asi, cuando Beatriz se fue hacia él echando chis- pas con los ojos y empez6 a exigirle en ese idioma que Ana Alonso viniese Raquel y que avisasen a sus padres, el hombre se qued6 mirandola con cara de no entender nada. —Raquel not here —se limitaba a repetir, con una amable sonrisa—. Sorry. Pero Beatriz no se rendia facilmente. Siguid vocife- rando un buen rato ante Chandra, que la contemplaba con una mezcla de asombro e incomprensi6n. Cuando por fin se dio por vencida, se sento a la mesa con nosotros, que ya habiamos ocupado nuestros asien- tos. Por desgracia, yo la tenia justo enfrente. Me clavo una mirada llena de odio y desconfianza. —Antes o después, me haran caso —afirmo en tono amenazador—. Y tt pagaras por lo que has hecho. —Yo no he hecho nada —contesté—. A lo mejor la que lo ha hecho eres ta. Beatriz me mird como si me fuera a asesinar. —Estas loca —dijo—. Menos mal que aqui todos sa- ben la verdad. Hasta Nico, aunque te siga la corrien- te... vete a saber por qué. Continuamos comiendo en silencio. Chandra y su companiero habian desaparecido, asi que tuvimos que recoger los platos nosotros mismos. Me ofreci a fre- gar... no sé por qué. Supongo que queria que el grupo me viese como una buena persona. Nico se qued6 conmigo en la cocina para ayudarme acolocar y secar la vajilla. —La verdad es que, a pesar de lo desagradable que es, Beatriz tiene razon en una cosa —dijo—. No esta 60 |

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