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Colegio Polivalente Alejandro Flores

Departamento: Lengua y Literatura


Profesora: Carol Santander – Diana Bravo

GUÍA N°3 – Manolo en la víspera


Lengua y Literatura – II° medio

Nombre: ____________________________________________ Curso: ______________

Fecha: ____/_____/2022

Objetivo:
Leer y comprender cuentos latinoamericanos modernos y contemporáneos, considerando
sus características y el contexto en el que se enmarcan

Instrucciones Generales:
 Lee atentamente el texto y responde las preguntas que se desprenden.

 Cuida tu ortografía, redacción y caligrafía. RECUERDA QUE ESTA ES UNA INSTANCIA FORMAL.

Manolo en la víspera
José Miguel Varas

Entre todas las voces y todas las caras que no volví a escuchar ni a ver después del once, sobresalen la voz
y la cara de Manolo. He recordado muchas veces nuestro último encuentro.

Venía caminando el español por la calle Estado, cerca de la Galería España. Lo vi más flaco que nunca,
ladeado por el peso de su maletín, vestido como siempre de luto riguroso, con su largo abrigo negro, su
chambergo negro, camisa blanca, corbata negra. La barba negra en punta reducía a un triángulo su rostro
de mejillas hundidas. Sobresalía su gran nariz quijotesca, brillaban sus ojos negros trágicos, bordeados de
luto.

—¡Hombre! —exclamó al verme—, que estás muy gordo.


—Gracias —le respondí picado—, no estoy mucho más gordo que antes. Tal vez menos. ¿A qué viene
eso?

A menudo me costaba darme cuenta de si Manolo hablaba en serio o en broma. Por otra parte, las cosas
que decía en serio con frecuencia provocaban grandes carcajadas.

Nunca supe si era un español republicano de los del Winnipeg o si había llegado más tarde o si era
descendiente de viejos emigrados. O de los conquistadores. En todo caso no cabía duda de su filiación
"roja" ni de su irreconciliable oposición a Franco, a quien llamaba a veces "el niño de las monjas". Era el

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peor insulto.

Me lo presentó Armando Molina, en aquel tiempo estudiante de Derecho, como el suscrito. Caminamos
por el Parque Forestal y luego por la calle Merced en dirección al centro. Nos detuvimos los tres,
automáticamente, ante el escaparate de una librería. Un grueso volumen ocupaba el lugar de honor: "La
vida erótica de los genios". Manolo dio un paso atrás, poseído de un acceso de indignación moral:
—¿Cuándo les van a dejar los cojones tranquilos a los genios!

Nunca conocí a nadie que viviera en un estado comparable de incandescencia emocional y verbal, que
produjera tal constante chisporroteo de historias, dichos y ocurrencias. Y todo eso, con un acento
español riguroso, un vocabulario riquísimo y un gran dominio del idioma.

Informó la prensa, en aquellos días de frecuentes algaradas, que la policía sería dotada de un nuevo tipo
de gas destinado a disuadir a manifestantes callejeros. Su efecto en quienes lo inhalaran sería una diarrea
instantánea, suficiente para desmoralizar hasta a los subversivos más vehementes. Manolo acuñó
entonces una de sus más celebradas consignas: "El deber de todo revolucionario es usar calzón de
goma".
La explicaba así:
—Antes de salir a la calle, cada manifestante se colocará con todo cuidado sus pañales, doblados en
triángulo y asegurados en su lugar por medio de un imperdible. Ese adminículo que vosotros llamáis
"alfiler de gancho". Encima de ellos el calzón de goma, muy bien ajustado, sobre todo en los bordes, y
¡ya! Podéis marchar a las barricadas y ¡arriba los pobres del mundo!

Sostenía el español que por la línea materna descendía de una princesa filipina. Siempre llevaba consigo
una delgadísima daga, de aspecto peligroso, en una vaina curva de madera labrada con motivos
orientales. A veces la sacaba del bolsillo y la mostraba, a medias desenvainada, explicando de qué modo,
en caso de necesidad, sangraría con ella a un cogotero o a un enemigo de clase, clavándosela en la
yugular.

Lo obsesionaba la guerra entre Estados Unidos y España (1898) que despojó a España de las Filipinas.
Describía con todo detalle sus episodios, desde la explosión del "Maine" en la bahía de La Habana, hasta
los combates navales en los que resultó destruida la flota española. Afirmaba que la mortandad española
había sido enorme en el combate de Cavite, cerca de las costas filipinas, con un efecto inesperado en la
fauna marina.

—Se pusieron diabéticos.


—¿Qué, quiénes?
—Los tiburones. De tanto comer españoles.

No explicaba por qué aquella dieta podía tener tales consecuencias, aunque aludía al intenso consumo de
"azucarillos y aguardiente" en las sobremesas peninsulares. De paso emitía una de sus observaciones
sobre asuntos político-económicos.

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—¿Sabéis por qué Franco ha sido benevolente con la Revolución Cubana y ha mantenido buenas
relaciones con Fidel y viceversa?
—Será porque Fidel es gallego.
—No. Pensad: ¿qué sería de la sobremesa española sin Cuba? ¿Y qué sería de la economía cubana sin la
sobremesa española?
—No sigo del todo tu razonamiento.
—Es asunto de conveniencia mutua. Las exportaciones cubanas son una sobremesa española: tabacos,
ron, café y azúcar.

Se resistió largo tiempo a aceptar una ocupación mercantil. Finalmente, agotadas sin éxito las
posibilidades de empleos de aceptable dignidad y resuelto a mantener a su familia, que crecía
velozmente, postuló a un cargo en un laboratorio germánico como distribuidor de muestras
farmacéuticas. Le pareció que sería un trabajo decoroso, en contacto con gente de cierto nivel
intelectual. Lo sedujo porque se desarrollaba en buena medida al aire libre, en la medida que lo sea el
aire de la ciudad; en fin, sin el encierro de una oficina, con horarios más o menos libres y en lugares como
hospitales, clínicas y consultorios, situados en diversos barrios.

La empresa lo sometió a una entrevista. Sus antecedentes eran buenos, tal vez excesivos para el empleo;
sus respuestas precisas denotaban gran conocimiento de la farmacopea (que había adquirido
memorizando en 48 horas varios catálogos farmacéuticos y un Vademécum). Su cultura y la corrección de
sus modales eran manifiestas. Pero algo desasosegaba al entrevistador:

—Nos gustaría contar con sus servicios. Pero... nuestra firma tiene ciertas normas. Los distribuidores de
muestras se ciñen a ciertas reglas que... Es decir, para que usted ingresara a nuestra organización sería
conveniente, más bien sería necesario, que se cortara la barba. ¿Me entiende? Que se afeitara.

Manolo se puso de pie y respondió sin vacilar:


—Antes la muerte. Y se retiró sin volver la vista atrás, convencido de que había sido rechazado. No se
sabe qué sucedió después tras los muros del laboratorio, pero al día siguiente recibió en su casa una carta
en la que se le informaba que había sido aceptado. De la barba, ni una palabra.

Manolo comentaba la extrañeza de los médicos cuando lo vieron aparecer por primera vez con su
maletín de muestras, barbado, trágico, como siempre vestido de negro, tan diferente de sus colegas, de
caras relucientes y sonrisas dentífricas.

— Aquello los descolocaba. Entre ellos decían entre dientes: "Si le dejan usar barba, por algo será... no
puede ser un empleado corriente, tal vez un jefe de la firma". Y claro, me recibían con especial
consideración.

Pronto se extendió por consultas y hospitales la fama de su ingenio. Cuando llegaba, los médicos
abandonaban a sus pacientes y acudían en enjambre a escucharlo. Pronto estallaban las carcajadas. Él
exponía con toda seriedad los méritos terapéuticos o clínicos de los medicamentos que distribuía, pero
con su propio estilo.

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—Hoy os traigo un nuevo compuesto contra la hipertensión. Hace bajar la presión como un aeroplano
alcanzado por los antiaéreos en el frente de Aranjuez: ¡en barrena!

Vivió el tiempo de la Unidad Popular como la realización de un sueño. Pero no se le ocultaban los
problemas. Lo indignaba la falta de dignidad de ciertas personas ante las manifestaciones abusivas de
poder:
—¿Habéis visto esos tíos que manejan los trolebuses? En la esquina de Bilbao con Miguel Claro la gente
se aglomera de tal modo en la parada que parece un mitin. Y cuando aparece aquel elefante, corren a su
encuentro suplicantes, le hacen señas serviles, algunos se arrodillan a su paso rogándole que abra las
puertas. Pero el chofer, entronizado en su cabina, hace girar el enorme volante haciendo fuerza con
ambos brazos, como si abriera una esclusa del canal de Panamá, desvía el vehículo hacia el centro de la
calzada y al pasar, ¡chas!, escupe en el rostro a los arrodillados.

La última vez que lo vi venía caminando por la calle Estado.


—¡Hombre! —exclamó al verme—, que estás muy gordo.
—Gracias —le respondí picado—, no estoy mucho más gordo que antes. Tal vez -menos. ¿A qué viene
eso?
Se me acercó mucho, después de mirar a diestra y siniestra con gestos conspirativos:
—Es que presentas mucho blanco.

Me reí con ganas, pero su advertencia me causó un leve escalofrío porque se sumaba a otros presagios.
Creo haber dicho ya que nuestro encuentro se produjo el 10 de septiembre de 1973.

1. A partir de tu lectura del texto, indica el significado contextual de las siguientes palabras:

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2. Completa el recuadro de PENTA con la información que se desprende del texto:

Elemento de la
Cómo se presenta en el texto
narración
Principales Secundarios

Personajes

Físico Psicológico

Ambiente

Narrador

Tiempo

Acontecimientos

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