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Estar sola ….

de un hombre

María, de 28 años, llega a la consulta muy angustiada, hace un mes y medio. Se presenta diciendo
que concurre por varias cosas, “pero …. estoy sola desde los 18 años”. La invade la angustia, afecto
que la acompaña en mayor o menor medida, casi todo el tiempo. Al preguntar por qué se decide a
consultar en este momento dice que se casaron sus dos amigas, que fue al casamiento de una de
ellas y se angustió al sentirse sola. Agrega “vivo sola hace dos años …. Todo lo demás está
encaminado, el trabajo ordenado”. Es abogada en un estudio bastante grande e importante en el
que trabaja hace unos pocos años. Le pregunto acerca del “varias cosas” y dice que tiene
conflictos con su abuela paterna pues “nos desprecia, a mí, a mis padres y a mis hermanos. Hace
comparaciones viles entre mi prima y yo. “María nunca estará a la altura de Laura”. Con mi prima
tengo una linda relación pero somos opuestas, ella es más suelta en los afectos y yo en el trabajo.
En cuanto a sus afectos dice que a sus 18 años un chico le rompió el corazón y que a partir de ahí,
ninguno le pareció interesante, que se quedó llorando el alejamiento de aquel novio con quien
estuvo casi un año, y respecto del cual le mentía a sus padres, quienes criticaban su relación. “Juan
era todo para mí, era todo lo que me gustaba, ahora no hay nadie como él”. Le digo, “nadie está a
su altura?”. Se angustia y cuenta que siempre tuvo problemas con su imagen, a los 10 años
engordó 20 kilos en tres meses, por una rabia con su madre quien al descubrir que el padre la
engaña con otra mujer obliga a toda la familia, a mudarse a la provincia. María llora los cambios de
colegio, de amigos y dice que se sentía sola.

Al principio, luego de la primera entrevista, me preguntaba por el diagnóstico. María estaba muy
angustiada, con un alivio apenas tenue luego de ese primer encuentro. Esa fue la razón por la que
la vi dos veces por semana, las primeras dos. Había un motivo con el que acudir a un analista,
aunque venía por recomendación de una amiga y sin poder dar cuenta de, aparte de aquella
relación con el muchacho de la adolescencia, cuál era su historia en el campo del amor. Es más,
parecía que estaba desentendida de eso sostenida en aquel “me rompió en corazón”.

María dice haber bajado algunos kilos durante la adolescencia, aunque nunc a logró aceptar del
todo su imagen en el espejo, dice que siempre se veía fea. Que ahora también se ve fea que por
eso no se arregla. Tiene al inicio un aspecto desprovisto de adornos o arreglos que tengan que ver
con lo femenino. Este punto también me llama la atención al inicio. A los 19 años volvió a engordar
“por el abandono”. Lo que sí miro siempre, encantada, desde chiquita, son los discursos de los
presidentes. Cuando veo en la televisión presidentes hablando, me quedo mirando eso, no importa
lo que digan. Es más, he escuchado algunos que hablan en idiomas que no entiendo y me quedo
mirando. Cuenta esto con una sonrisa y el relato mismo la vivifica. Dice que a partir de esa práctica
se empezó a interesar por la política, por eso estudió abogacía, aunque no se imagina trabajando
de abogada. Milita en un partido político, quiere ser asesora de algún funcionario en el congreso.
Al preguntarle por la escena de quedarse mirando la imagen de un presidente, no puede
responder nada. Nuevamente, algo que me hace pensar en el diagnóstico, o en todo caso en qué
efecto de anudamiento del que no puede decir nada, tiene esa escena. La pregunta por esa
práctica no la angustia. A diferencia de los momentos en que las preguntas se acercan a algo que
tenga que ver con la separación.

De su infancia trae un dato que reaviva su angustia al enunciarlo: tuvo enuresis nocturna hasta los
12 años y recuerda que su madre no le daba importancia y decía que ya se le iba a pasar. Su padre
no decía nada. Le digo que ella escuchaba con atención lo que decían los presidentes. Responde:
idealizo a los presidentes. Esa intervención se apoya en la idea de poder ligarla un poco a algo que
la vivifica, o que al menos no la angustia.

La siguiente sesión viene con un aspecto diferente: está arreglada, lleva un vestido y me lo
muestra entusiasmada. Relata que tuvo dos sueños durante esa semana. Primer sueño: mi ex
novio y yo íbamos a un cumpleaños, él caminaba adelante mío y yo nunca lo alcanzaba. Segundo
sueño: me casaba con un vestido muy lindo blanco y zapatos azules. Le digo: un vestido muy lindo!
Esta intervención, en la misma línea de la anterior, seguía la idea de poder acompañarla en
sostenerse en algún lugar que aplaque un poco la intensa angustia que habitualmente
experimenta. La primera intervención en esta dirección creo que produce el hecho de soñar y
traer los sueños. Por eso vuelvo a intervenir en la misma dirección.

Cuenta que una amiga le dice que si no suelta ese novio, nunca va a poder. Angustiada dice que
no puede, que nunca pudo. Le pregunto sobre cómo es su historia con las separaciones. Nunca
pude, a los 10 me tuve que separar de mis abuelos, de mi escuela y de mis amigas. De un día para
el otro nos fuimos a vivir a la casa de fin de semana. Mi mamá se enteró que mi papá tenía una
novia. Yo ya lo sabía, vi una vez un dije en el auto y lo supe. Allí empecé a engordar, se lo dediqué a
mi mamá. A los 19 dejé de comer cuando me abandonó mi novio. Todo fue siempre de golpe en
mi casa. Desde chica estoy enojada con mis padres. ¡Aún es con ellos!, intervengo, para darle valor
a las ideas que ella trae acerca de lo que le ocurre y le digo que acompañaré su trabajo sobre lo
que ella trae, a su propio tiempo. Esto hace ceder la angustia. Desde ese momento y hasta ahora,
no ha vuelto a tener momentos de angustia intensa. Paso de verla dos veces por semana, a una.

Comienza a decir: si no me separo de ellos nunca voy a tener un novio. Estoy atada a ellos. Sola no
puedo, necesito sentirme respaldada. Pero en realidad es que todo lo pienso en función de ellos, si
les gusta mi militancia, si tuviera un novio cómo tendría que ser para que les guste. Le pregunto de
dónde viene este “estar atada a ellos” y dice que su madre repite hasta el cansancio que “una
mujer es alguien que puede mantener la familia unida”. Pero entonces qué vida de pareja tienen
tus padres?, le pregunto. Dice que nunca han salido solos, que sólo una vez fueron a comer pizza y
la madre se arrepintió y volvieron a su casa con comida para todos. Una mujer que no puede estar
a solas con un hombre, le digo. Dice que no quiere que le pase lo que a su hermano mayor, tiene
una esposa, un hijo y una casa, pero aún vive con sus padres. Pero a la vez le da mucho temor la
idea de poner distancia.
Para esta mujer, qué estatuto tiene la imposibilidad de separarse? Qué intervenciones serían
apropiadas para este momento, frente a la labilidad que presenta? Me interrogo por aquella
sostenida enuresis en la infancia, que a nadie llamaba la atención; también por ese relato de
quedarse mirando los presidentes hablar y estos dos momentos de desregulación pulsional que
ella asocia a dos separaciones. Es decir, hay un argumento que le permite significar los dos
acontecimientos, pero qué es primero, el acontecimiento de desregulación y luego ella lo significa
o algo que ella no puede significar produce la desregulación en la pulsión oral?

Viviana Capisciolto

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