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Termina la era de los hipotecas, préstamos y créditos

baratos en la eurozona en plena crisis energética y de


precios por la invasión rusa de Ucrania. El Banco Central
Europeo (BCE) pondrá fin en su reunión de julio a una
década de tipos de interés en mínimos históricos (la
referencia oficial para las bancos ha estado fijada en el 0%
algo más de 8 años) para dejar de alimentar a la inflación
con el riesgo de asfixiar a los estados más endeudados,
como Italia y España, y a las familias y empresas, sobre
todo a las más vulnerables.

“La amenaza de recesión en los próximos trimestres es


real”, lamenta Sergi Lanau, economista jefe adjunto del
Instituto de finanzas internacional (IIF, por sus siglas en
inglés). Con el reto de encontrar equilibrio entre ese
apercibimiento y los precios disparados (y teniendo en
cuenta que el mandato del BCE es controlar la inflación en
los países que comparten el euro con la política
monetaria), este jueves, la presidenta de la institución,
Christine Lagarde, anunció que subirá 25 puntos básicos
(un 0,25%) el precio del dinero (los tipos de interés de
referencia) tras finalizar este mes las compras “netas” de
deuda del último programa de adquisición de bonos de
países y de empresas que quedaba vigente, tras acabar
también el de emergencia por la pandemia de COVID en
marzo.

La situación es delicada. Al encarecer los préstamos y


dejar de inyectar dinero, la línea que separa la capacidad
del banco central de contener la inflación o de acabar
ahogando a la economía es muy fina.

“El banco central tendrá que caminar por una línea muy
fina ante una disyuntiva de crecimiento-inflación adversa y
en constante evolución. Si bien la inflación podría resultar
más sólida y generalizada de lo previsto, lo que exigiría
una respuesta más agresiva por parte del banco central,
los riesgos a la baja siguen dominando las perspectivas
económicas”, resume Silvia Dall'Angelo, economista de la
gestora Federated Hermes.

Crédito más caro

La retirada gradual de las inyecciones de dinero y la


expectativa sobre la decisión de subir tipos ha venido
endureciendo las condiciones de financiación de los países,
de las empresas y de las familias durante las últimas
semanas (ver gráfico). “Y los préstamos, hipotecas y bonos
seguirán encareciéndose en los próximos meses”, advierte
el Banco de España en su último informe sobre
perspectivas económicas, publicado este viernes.

El ejemplo más claro para las familias es el euríbor (la


principal referencia respecto a la que se establece el precio
de las hipotecas), que ha pasado de establecer un mínimo
histórico diario en el -0,501% en diciembre a
escalar hasta el 0,68% actual. Esta subida incrementa el
coste de las hipotecas nuevas, ya sean a tipo fijo o a tipo
variable, y el de las actualizaciones de estas últimas.

También ha sufrido las consecuencias el Tesoro Público de


España esta misma semana, la última vez que ha acudido
al mercado a pedir dinero, que ha conseguido al interés
más alto de los últimos años, al 2,55% a 10 años. Tras
llegar a emitir al 0,4% al mismo plazo en diciembre.

El Banco de España también avisa de que los criterios de la


banca para conceder préstamos se han ido volviendo más
exigentes y que lo serán todavía más. En este caso serán
las empresas, grandes y pequeñas, las que enfrenten
mayores dificultades para conseguir financiación, según las
previsiones del propio regulador.

“En el mercado está cotizando una subida de los tipos de


interés de 50 puntos básicos en septiembre [tras los 25
enteros de julio], y de hasta 200 puntos en el próximo
año, pero es una expectativa exagerada”, observa Sergi
Lanau, del IIF, quien insiste en que “el riesgo de recesión”
existe, “incluso aunque el BCE no acometa el incremento
de 50 puntos en septiembre”.

Fragmentación

Antes del riesgo de recesión, la otra gran amenaza para la


eurozona es lo que las autoridades y los especialistas están
llamando “la fragmentación del mercado”. Que a pie de
calle hay que entender como la forma preliminar y
elegante de hablar de que una subida de los tipos de
interés perjudica más a los países periféricos (los más
endeudados). Los que en la crisis del euro de 2010 y 2012
fueron agrupados bajo el acrónimo PIIGS
(los cerdos Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, por
sus siglas en inglés).

Lagarde intentó esta misma semana alejar esta amenaza,


citando “flexibilidad” y “dependencia de los datos”, aunque
no supo explicar cómo practicara estas premisas. “El
diseño de cualquier herramienta específica contra la
fragmentación es una tarea difícil, que se está llevando a
cabo a puerta cerrada”, comenta Silvia Dall'Angelo, de
Federated Hermes.

Fin a las compras “netas”

El BCE inició los programas de compra de deuda para


favorecer la salida de la Gran Crisis Financiera de 2008, y
desde 2020 ha cubierto todas las necesidades de
financiación de España y en general del conjunto de la
eurozona, con un programa específico por el comienzo de
la invasión de Ucrania, en un ejercicio histórico de
contestación común, incluso más relevante que los fondos
de recuperación Next Generation. Ha comprado el déficit,
es decir, todo lo que ha habido que gastar y que los
ingresos no cubrían, como partidas extraordinarias como
los ERTE, el ingreso mínimo vital (IMV), las rebajas de
impuestos a la electricidad o el descuento a los
carburantes.

El programa de emergencia de compras de deuda del


banco central y el mantenimiento de los tipos de interés
oficiales en el 0% han sido, de hecho, el sostén para la
actividad económica –permitiendo que las empresas, las
familias y el propio Estado hayan accedido a crédito
barato–. Y, del mismo modo, las condiciones inmejorables
sobre las que se están desplegando las inversiones del Plan
de Recuperación.

Por un lado, hay que entender que con finalizar las


compras “netas”, el BCE quiere decir que se deja margen
para ir reinvirtiendo los vencimientos de toda la deuda que
ha comprado en los últimos años. Es decir, no creará más
dinero, pero seguirá interviniendo en el mercado. Más
difícil es que lo haga solo para reducir el coste de
financiación de Italia, España o Grecia si se eleva en
exceso, porque chocaría con los límites de la eurozona y de
los socios más disciplinados fiscalmente.

Por eso, Sergi Lanau, del IIF, en línea con otros expertos,
considera que si lo viera necesario la autoridad monetaria
podría arrancar otro programa de compras de deuda
“general”, aunque coincida con el ciclo de subida de los
tipos de interés, lo que contentaría a las dos bandos del
club del euros (los conocidos en la jerga financieras como
los halcones y las palomas).

De momento, la deuda no debería ser un problema para


España ni en el corto ni el medio plazo. Hasta podría verse
como una oportunidad si se admite la previsión que el
propio Gobierno envió a la Comisión Europea en el
Programa de Estabilidad 2022-2025, y que comparte el
Banco de España.

En el documento, el Ejecutivo calcula que los pagos de


intereses por la deuda se mantendrán cerca del 2% del PIB
durante los próximos años, pese al sobreendeudamiento y
pese a la subida generalizada de los tipos de intereses,
gracias a las condiciones inmejorables de los últimos años,
que han permitido reducir a mínimos el coste medio de la
deuda y alargar los vencimientos (por encima de los 8
años).

España pagó 26.805 millones de euros en intereses en


2021, un 2,15% del PIB. Y en 2020 la factura fue de
25.237 millones, un mínimo desde 2010. En 2013, tras el
rescate a la banca en el verano anterior, el gasto en
intereses de la deuda rozó los 37.000 millones, un 3,7%
del PIB.

Para las familias, la situación es más complicada. El Banco


de España calculó hace unos días que un incremento de
entre 100 y 300 puntos básicos en los tipos de interés
elevará la carga financiera de las familias endeudadas más
pobres a cerca del 35% de su renta disponible.
A partir de ahora, y si nada cambia, el BCE asumirá la
teoría que dice que con el fin de las compras de deuda y la
subida de los tipos de interés, deja de alimentar la
inflación, al encarecer las hipotecas y los préstamos y
frenar, por tanto, la actividad generada artificialmente con
su creación de dinero.

Sin embargo, muchos expertos se preguntan si esta teoría


(y las complicaciones que acarrea) aplica a una subida de
precios, aunque ya extendida a prácticamente toda la cesta
de bienes y servicios, que está originada en el petróleo,
el gas y otras materias primas básicas en la industria,
la agricultura o la alimentación, por la perturbación que
supone la guerra iniciada por Rusia y cuando se da un
shock de oferta. Y, sobre todo, que no tiene réplica en
los salarios, sino más bien en una significativa pérdida de
poder adquisitivo de los trabajadores, y sobre todo de los
hogares más pobres.
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