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Una vez que un fármaco penetra en la circulación sistémica, se distribuye entre los tejidos
corporales. Esta distribución no suele ser uniforme, debido a varios factores como diferencias en
la perfusión sanguínea, la fijación a los tejidos, el pH regional y la permeabilidad de las
membranas celulares.
Una vez que un fármaco ingresa en los tejidos, la velocidad de distribución en el líquido
intersticial depende fundamentalmente de la perfusión. En los tejidos poco perfundidos (p. ej.,
muscular, adiposo), la distribución es muy lenta, en especial si el tejido presenta una alta afinidad
por el fármaco. Algunos medicamentos se acumulan en ciertos tejidos (por ejemplo, la digoxina
se acumula en el corazón y en los músculos esqueléticos, los cuales también pueden actuar
como depósitos de fármaco adicional. Estos tejidos liberan con lentitud el fármaco en la sangre,
evitando una disminución rápida de sus niveles hemáticos y prolongando de este modo su
efecto. Algunos fármacos, como los que se acumulan en los tejidos grasos, abandonan los
tejidos tan lentamente que circulan por el torrente sanguíneo durante varios días después de
haberlos dejado de tomar.