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DEGOLLADOR
-¿Dónde vas tan elegante, pajarito? –surgió tras ella una voz
entre un coro de risas. Los pasos cada vez estaban más cerca, y
un sudor helado comenzó a apoderarse de ella.
Amédée palideció
-Madeimoselle…
-La casa fue construida hace cincuenta años, y diseñada por uno
de los arquitectos de la corte. Lo llaman estilo Rococó. La compré
el año pasado, y los muebles iban incluidos en el precio, y
aunque son demasiado ostentosos para mi gusto, al final la
pereza de redecorar totalmente el lugar pudo más que el daño a
mis ojos –bromeó
-Creo que ambos hemos olvidado que soy una joven provinciana
de veinte años. Mi formación no incluye la lectura exhaustiva de
la Encyclopédie, y sólo he leído algún cuento de Voltaire, y la
nueva Eloisa, de Rousseau. No espere más de mí, salvo algún
recuerdo de los comentarios durante las tertulias de mi padre y
sus amigos en mi casa, que oyera de pasada y sólo servían para
alarmarme, al hablar de la situación de Francia. Así pues,
lamento no estar a vuestra altura.
-Claro que sí, Dadou, usted siempre tan diligente. Estoy seguro
que nuestra invitada sabrá apreciar el pequeño banquete que
hemos preparado en su honor.
-Era médico –de nuevo esos ojos escrutadores-, bueno, más bien
curaba a los animales. Atendía partos de yeguas y vacas, ya sabe.
No dejó mucho dinero cuando murió, aunque nunca me faltó lo
imprescindible mientras vivía. Vendí la casa e hice las maletas
hacia París. Avignon no podía ofrecerme demasiado.
-¿Café, té?
-No, gracias.
-Un año antes de morir mi padre puse los ojos en uno de los
hacendados más ricos de Avignon. Tenía diez años más que mi
progenitor, pero era viudo y apostaba porque no le quedaban
muchos años más de vida. No me fue difícil coincidir con él un
par de veces a solas, y me propuso convertirme en su amiga
íntima. Y vaya, a pesar de su avanzada edad, era un amante
fogoso. Ya había mantenido relaciones antes; algún mozo
apuesto y un par de forasteros que acudían a la fiesta de la
cosecha, así que tenía la suficiente experiencia para hacer
disfrutar a un hombre.
-Sí, por favor. Con agua templada. Que lleven una bañera a mi
habitación.
-¿Un Antiguo?
Ella sonrió
-Aún puede disfrutar un poco más del baño. Los amos son
pacientes.
Por fin se marchó la doncella y respiró aliviada. Deseaba estar
sola para disfrutar de ese momento. ¿Quién sabe cuándo
volvería a estar en una bañera semejante? Quizás nunca, si el
destino se torcía.
-Te aseguro que tiene una de las almas más oscuras que he visto
en los últimos años. Es muy influenciable y está desesperada –
argumentó Shavilev.
-¿Cómo de costosas?
Decidió que las palabras de Louis eran una trampa soterrada, así
que adoptó un aire indignado.
-Encantada, ciudadano. Mi nombre es Amédée Lemoine, aunque
discrepo de vos; nada justificaría la vuelta del rey al trono. Su
lugar está en la guillotina –sentenció.
-¿Y qué deseaba? Sea claro, por favor, y así podremos llegar
rápidamente a un acuerdo satisfactorio para ambos –a esas
alturas, ya sabía que no estaba conversando con ella únicamente
para poseerla.
-Tengo una lista –sacó un sobre doblado por la mitad del interior
de su casaca-. Tened. Aquí hay cinco nombres. Curiosamente, he
visto a uno de ellos en esta recepción.
-No será hoy. Tengo que guardar las apariencias. En primer lugar
sería sospechoso después de hablar con usted y, evidentemente,
si acudiera a su lecho esta misma noche, mi reputación caería
por los suelos.
-Estoy ca sada…
15 de Enero de 1793
-¡Oh! Pero he venido para hablar con Shavilev. Tengo que pedirle
unos consejos.
-Os lo agradecería.
-Sin duda.
-Confiaba en ello.
-No podría dejar que una amiga marchara sola en un viaje tan
peligroso en estos tiempos. Os propongo acompañaros.
-Oh, dejad esas ideas para mi señor –terció Dadou, con una
sonrisa-. Tiene mucha imaginación.
La joven sintió un súbito mareo, que pasó tan rápido como había
venido. Durante un segundo, en su cabeza se habían
arremolinado los rostros de sus enemigos, y presintió que Mijaíl
absorbía tal información. Se maldijo por crédula, y volvió a mirar
a su alrededor, intentando descubrir algún rostro conocido.
-A las siete pues. Espero que sea una noche agradable para
todos. Ahora tengo que irme, tengo algunos asuntos urgentes
que supervisar, bon après-midi, señores.
-Hasta mañana, monsieur Sellier –se despidió Mijaíl. Las dos
mujeres asintieron levemente, y cuando Laurent enfiló calle
abajo, Amédée respiró aliviada.
-No sé qué puede pasarle. ¿Se vuelve loco? Algunos dicen que los
dementes carecen de alma.
-Sólo seguiré con esto unos meses más -. ¿Cómo sabía a cuántos
amantes había traicionado? ¿Cómo sabía siempre tanto de los
demás? -. En un futuro cercano, he pensado en comprar alguna
hacienda en el sur, con una pequeña bodega y un huerto
soleado. Con las rentas viviré sin preocupaciones. Me redimiré,
volveré a cumplir los mandamientos del Señor. No quiero arder
en las llamas del infierno.
-¿Por ejemplo?
-¿Y cómo lo logra? ¿Tan sutiles son sus palabras como para
cambiar el parecer de cualquiera? –intervino Laurent.
-Hay una mujer que deseáis con toda su alma en esta sala. Y no
es Amédée, amigo mío –le dijo sólo para él-. ¿Queréis que os
diga su nombre?
-No hace falta que la mencionéis –dijo con una media sonrisa-.
Sólo quiero saber si podríais conseguir que pudiera poseerla.
-¡Esos son! –le reveló en voz baja-. Los trajo desde Rusia, en su
último viaje, pero nunca ha querido enseñármelos. Se lo
ofrecieron los Hijos de Baal.
-¡Ay, amiga mía! Vais a ver magia real, una magia tan antigua
como las primeras ciudades que se alzaron en el mundo. ¡Mirad
y deleitaros!
-Querida, dame lo que quiero, dámelo y todo será tuyo por fin.
Sí, las entidades los poseían. Estaban allí para volver a sentir,
amar, odiar, sufrir, y no iban a detenerse en absoluto.
Disfrutaban manejando las manos de Laurent mientras este
soltaba de las paredes del salón unas gruesas cuerdas, al final de
los cuales se encontraban sendos ganchos afilados.
Normalmente se utilizaban para unir una carreta a los arneses de
los bueyes que tiraban de ella, pero esta vez pensó en darle un
uso diferente.
Ayudado por Mathis –cuyos ojos, cada vez que recaían sobre la
figura de su amigo, echaban chispas al pensar que se había
acostado con su mujer-, hundieron cada pieza de acero en la piel
de la cocinera, en el espacio entre cada omóplato y la columna.
Cuando las puntas sobresalieron de la carne, riéndose de los
gritos de la mujer, pasaron las cuerdas a través de una de las
lámparas, de forma circular, y tiraron con fuerzas de los
extremos, izándola en el aire.
-No, amiga. Por muy negra que sea vuestra alma, hay cosas que
no quiero que veáis. Haced lo que he dicho –y la mirada que le
dirigió fue suficiente para hacerle comprender que era mejor
hacer lo que decía.
Se colocó el vestido y, ya en el vestíbulo, la capa que había
dejado en el armario. Salió a la calle y un viento helado sacudió
su cuerpo, como si la despertara de un mal sueño. El lacayo que
guardaba la entrada se encontraba dormido en una silla,
guarecido por una manta. Frente a la casa, un carruaje
aguardaba, paciente.
Amédée asintió.
-Venid a mi lado entonces, y veréis por mis ojos qué les pasó.
Pero prometedme que no le diréis nada a Mijáil. Se enfadaría
mucho si supiera que os lo he contado.
-¿Era lo que deseabas? –le preguntó ésta, con los ojos brillantes
y una siniestra sonrisa.
-O sea, es un prestamista.
-¿Por qué?
11 de julio de 1793
Ahora sí alzó Louis sus ojos de los documentos, para lanzar una
mirada burlona.
26 de Agosto de 1793
-Amédée, ¿Por qué te escondes de mí? –habló con una voz que
no era la suya. La joven la reconoció, y retrocedió temblando-. Yo
te ayudé, cumplí tus deseos, ¿Y así me lo pagas? –preguntaba
mientras andaba unos titubeantes pasos hacia ella.
2 de septiembre de 1793
-Es una forma de definir sus propósitos. Pactan con los seres
humanos el cumplimiento de algún deseo, a cambio del alma del
desdichado. A veces también tienen que cumplir sus órdenes
mientras permanecen en el mundo mortal.
E to es es ie to lo ue afirmaba Mijáil –dedujo Amédée-.
Robespierre vendió su alma a cambio del éxito político. Y en
algún momento del camino, tuvo que cansarse de las exigencias
que se le imponía, y rompió sus ataduras. Y yo sólo soy una
i sig ifi a te pieza e este juego
-Me alegro que hayas tomado esa decisión. Sólo en los brazos del
Redentor encontraremos la vida eterna. En el nombre del Padre,
del hijo y del espíritu santo, confesad vuestros pecados,
madeimoselle Amédée.
Recogió las piernas con ayuda de sus brazos, y le esperó allí, con
los ojos perdidos en el horizonte.
2.
1.
Hacía más de dos siglos que dejó de vivir con él. Nunca le
perdonó lo que le hizo a Amédée. Después de todo, aunque era
humana, había compartido buenos momentos con ellos, y la
consideraba lo más parecido a una amiga que puede ser una
mortal, siendo ella quién era.
Pero no.
Sí, lo sabía.
-Explícate.
-¿Y qué hace esta diosa entre nosotros? Pensé que habían
desaparecido todas estas deidades.
-¿Y bien?
-Perdimos el contacto con ellos hace unos días.
-Pensaba que no lo ibas a poner tan fácil – confesó con una risa
nerviosa.
Cuando uno de los suyos abusaba así de una mortal, tenía que
resignarse y apretar los dientes. Después de todo era su trabajo,
e interponerse sólo le acarrearía problemas muy graves. Sin
embargo, no iba a soportar cómo un hechicero de tres al cuarto
seducía de aquella manera a unas jóvenes indefensas.
Entonces él la miró.
-¿Una cerveza? Las nuestras están frías –propuso con una sonrisa
estúpida.
Esa presunción era un insulto para ella. Era la clase más baja
entre los demonios. Pero lo inquietante era que había
averiguado su naturaleza sobrenatural. Entre todos los mortales
del lugar, se había dirigido hacia ella con total seguridad,
obviando su fachada de turista mochilera.
-No, que va, si allí la mitad están chalados y la otra mitad son
unos misántropos de cojones. No, no, es una historia muy larga.
¿Y tú cómo te llamas?
-¿Francesa?
-Del mismo París, aunque hace mucho que no voy por allí.
-¿Cómo sabes que no soy un mortal? –Le cortó, antes de que las
ganas de asesinarlo fueran irresistibles-. No me creo lo de tu
sexto sentido.
-Pero es la verdad. Puedo distinguir los seres paranormales entre
una multitud, créeme. Ellos dijeron que era un don natural,
propiciado por algún trauma en el nacimiento.
-El trauma debió de ser para tu madre –se aproximó a él-. Dime
por qué no debería matarte.
-Explícate.
-Lo que llamas escritura son putas líneas y puntos, no hay más.
Algunos estudiosos sostienen que pueden ser números, otros
apuntan a que son anotaciones de un juego que se practicaba
con alubias. Sí, las pintaban de diversas formas, y así aparecen
representadas principalmente en frijoles, pero también en
cerámicas y tejidos, aunque nada indica que sea realmente una
escritura, que podría serlo, no se descarta. Pero nadie sabe qué
significa.
-Creo que no me explico bien. ¿Te digo otra vez lo que vamos a
hacer?
-¿Y las americanas que vinieron contigo? ¿Las vas a dejar solas?
-¿Una suite?
-Pienso que sería una mala idea. Si te fijas, hay algunos vehículos
volcados a lo largo del camino –reveló, echando a andar hacia su
objetivo.
-¿Y entonces?
-Esto es una mierda –se decía-. Mataré a Mijáil con mis propias
manos.
Por fin llegaron hasta San José Moro. Las luces del lugar estaban
apagadas, y el restaurante, aunque mostraba abiertas las
puertas, se encontraba desierto. Un viajero se había desviado de
la panamericana para tomar algo caliente, y andaba por el local
desorientado y maldiciendo la falta de atención. Finalmente, él
mismo se sirvió un bocadillo y un café, y enfiló hacia su auto.
La luz del sol la despertó. Miró su reloj y comprobó que sólo era
las seis de la mañana. Cerró las cortinas e intentó dormir un poco
más, pero era inútil; el desasosiego se había apoderado de ella.
La camiseta y la ropa interior aún estaban húmedas, pero se
vistió con ellas ante la falta de otras prendas.
-Un mes.
-No podemos andar por ahí con ropas modernas, tenemos que
pasar desapercibidos. Toma, te conseguí esto –dijo mientras le
lanzaba una faldita-. Sólo puedes vestir esto, nada por arriba.
-Bueno, algo así está pasando, por lo menos aquí. Atranca las
puertas y no salgáis hasta que vuelva. ¿Entendiste?
-No comprendo cómo están vivas, pero bien con ellas –comentó
Dadou, mientras rodaban por caminos que cada vez estaban más
embarrados.
-¿Cómo es eso?
-Ya te dije que esta noche me fue imposible dormir. Salí con
discreción con el fin de averiguar qué ocurría en los pueblos de
alrededor. A todos los que no se habían convertido los apaleaban
y se los llevaban atados hacia el cerro donde celebraban ayer su
liturgia. Estaban tan atareados que se olvidaron de inspeccionar
las chacras aisladas. Y eso es lo que las ha salvado –en ese
momento dejaron atrás el campo arqueológico treinta y ocho y
dirigió el vehículo hacia las vallas que delimitaban la excavación
del templo-. Solo espero que sigan olvidadas hasta que regrese.
-¿Un cuchillo?
Era Anne.
-¿Y Sally?
-Se ha tomado un Valium y está echando una cabezada. Creo que
es lo que deberíamos hacer todas.
-Me temo que está en las últimas –dijo el brujo con tono de
fastidio, mientras les envolvía de nuevo la oscuridad.
Rozó con las yemas de los dedos aquel ocre infernal, y creyó
sentir recuerdos desvaídos en el tiempo. Aquello no era cinabrio,
sino sangre humana. Ese lugar había sido escenario de matanzas
sin nombre, realizadas sobre enemigos capturados, o tal vez
infractores de la ley mochica.
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