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El Eclipse de la Familia.

Constatemos para empezar un hecho obvio: los niños siempre han pasado mucho
más tiempo fuera de la escuela que dentro, sobre todo en sus primeros años.
Antes de ponerse en contacto con sus maestros ya han experimentado
ampliamente la influencia educativa de su entorno familiar y de su medio social,
que seguirá siendo determinante —cuando no decisivo— durante la mayor parte
del período de la enseñanza primaria. En la familia el niño aprende —o debería
aprender— aptitudes tan fundamentales como hablar, asearse, vestirse, obedecer
a los mayores, proteger a los más pequeños (es decir, convivir con personas de
diferentes edades), compartir alimentos y otros dones con quienes les rodean,
participar en juegos colectivos respetando los reglamentos, rezar a los dioses (si la
familia es religiosa), distinguir a nivel primario lo que está bien de lo que está mal
según las pautas de la comunidad a la que pertenece, etc. Todo ello conforma lo
que los estudiosos llaman «socialización primaria» del neófito, por la cual éste se
convierte en un miembro más o menos estándar de la sociedad.

Si la socialización primaria se ha realizado de modo satisfactorio, la socialización


secundaria será mucho más fructífera, pues tendrá una base sólida sobre la que
asentar sus enseñanzas; en caso contrario, los maestros o compañeros deberán
perder mucho tiempo puliendo y civilizando (es decir, haciendo apto para la vida
civil) a quien debería ya estar listo para menos elementales aprendizajes.
En la familia las cosas se aprenden de un modo bastante distinto ha como luego
tiene lugar el aprendizaje escolar: el clima familiar está recalentado de afectividad,
apenas existen barreras distanciados entre los parientes que conviven juntos y la
enseñanza se apoya más en el contagio y en la seducción que en lecciones
objetivamente estructuradas. Del abigarrado y con frecuencia hostil mundo exterior
el niño puede refugiarse en la familia, pero de la familia misma ya no hay escape
posible, salvo a costa de un desgarramiento traumático que en los primeros años
prácticamente nadie es capaz de permitirse. El aprendizaje familiar tiene pues
como trasfondo el más eficaz de los instrumentos de coacción: la amenaza de
perder el cariño de aquellos seres sin los que uno no sabe aún cómo sobrevivir.
Me refiero a una cosa rara, rarísima, quizá en cierto modo perverso, los niños
felices, no los niños mimados o supe protegidos. Puede que se trate de un ideal
inalcanzable en referencia al cual sólo pueden existir grados de aproximación,
nunca la perfección irrebatible (también la felicidad familiar es una de esas
capacidades abiertas de las que hablábamos en el capítulo precedente).
La educación familiar funciona por vía del ejemplo, no por sesiones discursivas de
trabajo, y está apoyada por gestos, humores compartidos, hábitos del corazón,
chantajes afectivos junto a la recompensa de caricias y castigos distintos para
cada cual, cortados a nuestra medida (o que configuran la medida que nos va a
ser ya siempre propia).
Cada vez con mayor frecuencia, los padres y otros familiares a cargo de los niños
sienten desánimo o desconcierto ante la tarea de formar las pautas mínimas de su
conciencia social y las abandonan a los maestros, mostrando luego tanta mayor
irritación ante los fallos de éstos cuanto que no dejan de sentirse oscuramente
culpables por la obligación que rehúyen.
La principal consecuencia de estas transformaciones es que en los hogares
modernos de los países desarrollados cada vez hay menos mujeres, ancianos y
criados, que antes eran los miembros de la familia que más tiempo pasaban en
casa junto a los niños. Pero dejemos a la sociología de la familia el estudio de esta
evolución del núcleo doméstico, sus implicaciones laborales y urbanísticas, etc.,
pues no faltan precisamente análisis sobre tales temas que sería incapaz de
mejorar y que me parece ocioso repetir.
De ahí que la experiencia, ese aprendizaje por la vía del placer y del dolor, esté en
franco desprestigio.
En el terreno laboral, tampoco la experiencia tiene demasiado buena prensa, pues
se prefiere el joven virgen de toda malicia y condicionamiento previo que por no
tener aprendida ninguna maña anterior se hace tanto más rápidamente con el
manejo de los novísimos aparatos que cada mes salen al mercado
Sin embargo, para que una familia funcione educativamente es imprescindible que
alguien en ella se resigne a ser adulto.
Existe un gran problema, la televisión, el problema no estriba en que la televisión
no eduque lo suficiente, sino en que educa demasiado y con fuerza irresistible. La
televisión ha terminado con ese progresivo desvelamiento de las realidades
feroces e intensas de la vida humana, las verdades de la carne, y las verdades de
la fuerza se hurtaban antes a las miradas infantiles cubriéndolas con un velo de
recato o vergüenza que sólo se levantaba poco a poco. La tarea d la escuela
resulta el doble de complicada, por una parte tiene que encargarse de muchos
elementos de formación básica de la conciencia social y moral de los niños que
antes eran responsabilidad de la socialización primaria.
Una actitud escolar vagamente inspirada en Piaget sostiene que la ética no puede
enseñarse de modo temático, sino que debe ejemplarizarse en toda la
organización del centro educativo, en las actitudes de los maestros y su relación
con los alumnos.
La instrucción religiosa es una opción privada de cada cual que el Estado no debe
obstaculizar en modo alguno, pero que tampoco está obligado a costear a los
ciudadanos.
La cuestión de las drogas es quizá el más difícil de los puntos que se encarga
tratar educativamente a los maestros. Dado el desarrollo de la química y la
facilidad de producir droga sintética por medios casi caseros, los jóvenes van a
vivir irremediablemente toda su vida entre productos alucinógenos, euforizantes o
estupefacientes. En la escuela sólo se pueden enseñar los usos responsables de
la libertad, no aconsejar a los alumnos que renuncien a ella.
Dentro de la violencia, una sociedad humana desprovista de cualquier atisbo de
violencia sería una sociedad perfectamente inerte.

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