Está en la página 1de 2

12/4/22, 15:21 El Mostrador

NoticiasBlogs y Opinión

Opinión

El suicidio: otro mandato de masculinidad


por Sergio Martínez Gutiérrez 12 abril, 2022

A lo largo de la historia, el suicidio ha tenido diversas interpretaciones, unas más complejas que otras, lo que nos
permite hoy por hoy preguntarnos: ¿es el suicidio un acto de resistencia de la masculinidad siglo XX? El enunciando
reviste una complejidad analítica temeraria, dado que, de ser así, lo que debiéramos preguntarnos es qué nivel de
conciencia hay en este acto de resistencia, debido a que en este caso lo que se resiste es un tipo de construcción de
identidad que, queramos o no, está interpelada, está cada vez más arrinconada contra la pared, con una sensación de
término, de sentencia definitoria.

Más allá de lo que pudiera ser entendido como un perfil, lo central –a mí entender– es prefigurar un contexto: ¿qué
hace hoy comprensibles estas formas de resolución? Solución en el sentido del agobio previo; deudas, ruptura
amorosa, crisis existencial, consumo, etc., etc., donde la acción suicida pasa a ser en sí misma una válvula de escape.

¿Cómo entendemos este fenómeno? La primera reacción o respuesta que nos damos está en la esfera de la
psicologización: no pudo resolver el problema, no superó el agobio, estaba mal, etc.; y lo que se habla es
reconducido, redireccionado mediante una mentalización de un pensar positivo o, por otro lado, la psiquiatrización:
no se diagnosticó el trastorno, dejó de tomar sus fármacos, estaba depresivo, etc., en este caso la palabra no es
escuchada y, por lo tanto, no emerge el sujeto con su demanda.

Estas miradas, aun cuando en algunas ocasiones son necesarias para afrontar situaciones límites (crisis agudas), no
alcanzan a desarrollar un programa de tratamiento o conformar un programa de intervención, que haga sentido tanto a
hombres como a mujeres, y se constituyen, por lo tanto, como propuestas de una terapéutica fallida. Las dificultades
para otorgar espacios terapéuticos, que tengan una mirada más comprensiva, distintas a las dominantes en los centros
públicos de atención, favorecen al abandono, la refractariedad, el NSP (no se presenta).

Se evidencia que un porcentaje cercano al 45% de los suicidas, consultan o han estado vinculados a un programa de
salud mental (Kposowa,2003). Una cifra no menor, si observamos que uno de los objetivos para disminuir los
suicidios es otorgar ofertas terapéuticas. En definitiva, lo que ocurre es que las personas tratan de salir de la situación
agobiante, consultan, se entregan a un trabajo terapéutico, pero para un porcentaje importante no es suficiente. ¿Qué
es lo que hace que estos programas no impacten de la forma esperada? Se evidencia una distancia entre la demanda
de atención, entendida como el contenido de la demanda y la oferta de una terapéutica, algo no se encuentra entre
estas dos dimensiones, en otras palabras, la persona en problema no encuentra lo que busca, no hace sentido, algo
que, de por sí, no es de entera responsabilidad de los equipos terapéuticos, porque incluso el que demanda no tiene
muy claro qué es lo que necesita resolver.

En el último tiempo pudiéramos señalar que existen efectos pospandemia o, para decirlo de otra manera, la pandemia
ha contribuido a una sensación de fragilidad y agobio. Es esta idea de fragilidad la que se manifiesta de muchas y
variadas maneras. Se expresaría en un aumento de la agresividad o disminución de la tolerancia, sensación de
incertidumbre, etc., etc., pero estas situaciones –a nuestro entender– son la manifestación de una capa más superficial,
es la epidermis de un complejo y más profundo dilema social. Es en este sentido que la pandemia y toda su
complejidad solo ha sido un gatillante, un disparador de situaciones incluso intrapsíquicas (que se constituyen por lo
demás en interacción social), que requieren, para su abordaje, espacios de atención y contención terapéutica que, en
definitiva, es la creación de una comunidad de afectos, que nos permita tener un soporte, una especie de colchón que
haga la caída menos dañina.

1/2
12/4/22, 15:21 El Mostrador

¿Qué elementos son lo constituyen este cuadro? Esta tormenta perfecta deambula por los fenómenos de la
construcción de subjetividad, que en los últimos casos que se presentan (dos en Iquique, uno en Arica, uno en
Santiago, los dos últimos adolescentes), interpela a ciertas masculinidades, prefigurando un malestar producto de un
mandato masculino (Segato, 2019), que no se resiste.

Ciertas cifras apuntan a que los hombres consultan menos que las mujeres por problemas de salud mental y que son
los hombres quienes concretan más que las mujeres (NVDRS, 2016). Pareciera ser que hay un sesgo de género en el
acto suicida. Es en este sentido que el viejo pero vigente refrán, “los hombres no lloran”, pudiera ser un indicador de
que cierta masculinidad está más arrojada a una solución del tipo suicidal. La desolación identitaria en que nos
encontramos los hombres de este siglo XXI, tiene una profundidad abismal, que hace plausible el arrojo al vacío del
espacio de tres personas.

Cuando se analizan las cifras de personas en actos suicidas, y contacto con equipos de salud mental, estas señalan que
son las mujeres las que más consultan. En este sentido subyace esta idea de masculinidad referida por Segato, que
señala que al hombre lo miden sus propios pares (espectáculo de la potencia, jerarquía, fraternidad masculina, ideal
de hombre) y lo que se mide es su capacidad de protección, potencia sexual, jerarquía en el cuidado, cada una de las
cuales alejan a los hombres de ubicarnos como personas frágiles, padecientes, sufrientes, dependientes y, en
definitiva, nos alejan de la posición de ayuda, de ponernos en la disposición analítica y terapéutica de otra
subjetividad.

De alguna manera, esta idea de ser objeto de ayuda nos hace sentir menos hombres, menos representantes de esa
identidad masculina, que se nos ha construido a golpes, burlas y desprecio, pero también privilegios, durante siglos
(Segato, 2013). Una actitud que se esconde, a ratos, es la misoginia, la que se enseña en los juegos infantiles y en los
desafíos físicos a temprana edad. Esto en definitiva pudiera estar en la base de las resistencias a mirar de otra manera
lo que nos ocurre, de ubicarnos como personas que sufrimos y que no tenemos todas las herramientas ni la potencia
para solucionarlo solos, reconocer esta fragilidad entendida como “debilidad” será un gran giro en la posibilidad de
una nueva masculinidad. Lo señalado por Lutereau, en relación con que “el hombre ha muerto”, cobra sentido, ha
muerto ese hombre potente y proveedor del siglo XX, pero el temor sigue estando, a decir de Gramsci, que en esos
claroscuros de los cambios puede suceder que en esta nueva construcción o se cristaliza este hombre machista y
patriarcal que sigue realizando actos y hechos públicos cada vez más violentos, o se da paso a una nueva y renovada
masculinidad, que no teme en pedir ayuda, que no sufre ni padece con eso, pero por sobre todo, que no deja de ser
hombre.

Efectivamente, la posibilidad de tener contextos más favorables para la vida es de un alcance de largo aliento, del tipo
de un cambio paradigmático, que ubique tanto a hombres como mujeres en una dimensión de no competencia, de no
sumisión, de no violencia. Esta posición subjetiva debiera de permitir una construcción identitaria distinta a la
masculinidad actual, marcada o influenciada por siglos de dominación patriarcal y machista; estas lógicas de potencia
sexual, de éxito y reconocimiento social, solvencia y certeza económica, misoginia, etc., etc. El agobio suicida lo
vemos en esta conformación identitaria, que aleja la búsqueda de apoyo, o la condiciona, la oculta en el consumo de
drogas de forma compulsiva, en el arrojo temerario de “la primera línea”, en la resolución violenta de los conflictos,
etc., etc.

Reflexionar sobre estos elementos, creemos, permitirá ubicar ciertos determinantes sociales para una mejor y más
contenedora salud mental, entender que la condición de clase social, de género, étnica y de grupo etario, son basales
para referenciar un programa de atención menos expulsivo y más acogedor, que ponga en el centro de la atención a
estos determinantes y al sujeto(a) decimonónico(a) y sus complejidades. En definitiva, postulamos una comunidad de
cuidados, una relación de apoyo mutuo, que sea parte del lugar de donde uno vive, que no es contradictorio con la
idea de que algunes necesitarán de acudir a espacios de contención más específicos, centros de atención para personas
con problemas de salud mental, pero de este tema, de estos centros y de su terapéutica, hablaremos en otra ocasión.

2/2

También podría gustarte