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LECTURA N°3 DE ECONOMÍA Y DESARROLLO

TEMA: EL SUBDESARROLLO

LA HISTORIA COMO ADVERTENCIA: TRES SIGLOS DE LA ECONOMÍA PERUANA

Comentario (por Juan Mendoza)

Errar es humano. Y es humano también aprender de las malas decisiones. Pero repetir los
errores es fácil cuando no sabemos cuáles han sido o cuando dejamos que el paso del tiempo
nuble nuestros recuerdos. La reciente obra de Bruno Seminario, “El desarrollo de la economía
peruana en la era moderna”, es una notable contribución para evitar transitar por los mismos
caminos sin salida del ayer. El texto, fruto de décadas de meticulosa y concienzuda
investigación, contiene estimaciones sobre el producto bruto interno y la población del Perú
desde 1700. El trabajo de Seminario es un absoluto tour de force para los estudiosos del
desempeño económico del Perú en el largo plazo. El propósito de esta entrega es compartir
algunas de las impresiones que me deja la revisión del libro.

El aporte central de Seminario es, como hizo Kuznets para los Estados Unidos, haber
recopilado información dispersa e inconexa y convertirla en series económicas largas y
depuradas. Comenzaré por sugerirle al lector que no se sienta abrumado por las casi 1,300
páginas del texto. La lectura se hace ágil por las numerosas y magníficas tablas y gráficos, y por
la fascinación que el descubrimiento del pasado despierta en uno. Y es que al igual que los
fósiles se apoderan de nuestra imaginación y nos hacen viajar a tiempos remotos, la rica y
cuantiosa información estadística de cada nuevo capítulo transporta nuestra mente al país en
que vivieron nuestros antepasados.

Los datos de Seminario nos dicen que el crecimiento sostenido es un fenómeno reciente que,
en el caso del Perú, tiene lugar a partir de las primeras décadas del siglo XX. En efecto, antes
del siglo pasado había épocas de crecimiento sucedidas por etapas de regresión económica. El
ingreso per cápita en 1900, en los primeros años de la República Aristocrática, era similar al de
la década de 1760, cuando Amat y Juniet gobernaba el Perú encandilado por la Perricholi. Vale
la pena recordar que, hasta donde sabemos, ninguna economía europea había experimentado
crecimiento sostenido antes de la revolución industrial. Según Angus Maddison, por ejemplo,
el ingreso per cápita en Europa en los albores del siglo XVIII no era apreciablemente distinto
del de la época de los romanos. El problema es que mientras Europa Occidental comenzó a
crecer a mediados del siglo XVIII, el Perú solo lo ha hecho de manera sostenida desde inicios
del siglo XX.

De hecho, la lectura del texto ha confirmado una vieja sospecha que abrigaba sobre nuestra
historia: El subdesarrollo del Perú tiene larga data y es, esencialmente, culpa de nosotros
mismos. En particular, el Perú no era un territorio atrasado durante la época colonial. Por
ejemplo, hacia finales del siglo XVIII el ingreso per cápita del Perú era mayor o igual que el de
España y alrededor de 3/5 del de Inglaterra. En otras palabras, al final de la colonia, la
diferencia entre el nivel de vida del Perú y el de los países más desarrollados no era abismal,
como si lo ha sido desde hace décadas. Alguien podría observar, y estaría en la correcto, que
no había país en el mundo de hace dos siglos que no fuera pobre y sombrío en comparación a
los estándares contemporáneos. El punto es que nuestro país no estaba atrasado en relación a
Europa Occidental.

En efecto, el subdesarrollo del Perú se explica, fundamentalmente, por la casi nula expansión
en el ingreso per cápita durante los primeros 80 años de vida republicana. El crecimiento
romedio anual entre 1821 y 1900 fue de 0.6%. Peor aún, el crecimiento entre 1800, poco antes
del proceso de emancipación, y 1890, el final del gobierno de reconstrucción de Cáceres, fue
negativo e igual a -0.3%. Así, para un peruano de fines del siglo XIX, la frase “todo tiempo
pasado fue mejor” hubiese sido apropiada. La lección que deberíamos aprender es que el
subdesarrollo de nuestro país es responsabilidad de nosotros los peruanos y no de los
extranjeros. Ha sido durante la época republicana, en especial al inicio de la misma, que el
estándar de vida relativo del Perú pasó de ser de uno comparable al de un país europeo a uno
similar al de los territorios atrasados del orbe. Por supuesto, lo más fácil es siempre culpar a
los otros de las propias desventuras. Pero, en el caso del desarrollo económico, los culpables
somos nosotros mismos. Los datos de Seminario rechazan las hipótesis que la causa del
subdesarrollo del Perú se encuentra en la colonización española o en el accionar del capital
estadounidense en el siglo XX.

Pero ¿qué hemos hecho o qué hemos dejado de hacer para convertirnos en un país
subdesarrollado? ¿Por qué no podemos abandonar el subdesarrollo cuando países alguna vez
más pobres, como Singapur o Corea del Sur, lo han conseguido? ¿Estamos condenados a tener
siempre un ingreso per cápita mediocre? Sin duda todas estas son preguntas harto difíciles.
Con todo, pienso que ha habido dos factores fundamentales que explican nuestro atraso
pertinaz. El primero es la fortaleza del Estado (o más bien la ausencia de la misma) y su
capacidad de provisión de bienes públicos. El segundo ha sido el intervencionismo estatal que
ha interferido con la iniciativa y la eficiencia privadas.

Considero que la debilidad del Estado es la explicación central del lamentable desempeño
económico del Perú, en particular al inicio de la vida independiente. El problema es que, a
diferencia de los países que vivían en la periferia de la América española, el Estado colonial fue
completamente destruido por el proceso emancipador que sacudió a la región. El fin de la
administración colonial representó el colapso de las instituciones estatales, las que tuvimos
que re-fundar luego que los ejércitos extranjeros (que supuestamente nos liberaron)
abandonaron el Perú a fines de la década de 1820. Conviene recordar que mientras el ejército
“patriota” estaba compuesto en su mayoría por colombianos, chilenos y argentinos, el grueso
del ejército “realista” era peruano. Al contrario de lo que muchos podríamos creer, la
independencia fue la primera guerra que perdimos.

La independencia fue una catástrofe macroeconómica. De acuerdo a Seminario, el ingreso per


cápita se contrajo en más de 70% entre 1808 y 1822. Peor aún, mientras el Estado español
había mostrado notable eficiencia en defender el territorio peruano, el Estado republicano
abandonó la arquetípica función pública de seguridad externa e interna, vale decir la razón
misma por la que un hombre libre aceptaría la existencia de un poder centralizado. Así,
mientras España pudo defender con éxito al Perú durante casi 300 años del apetito de Francia
e Inglaterra, los peruanos fuimos incapaces de defender nuestro territorio de nuestros vecinos.
No una sino varias veces, durante el siglo XIX, fuimos invadidos, perdiendo en el proceso cerca
del 40% del territorio que tenía el virreinato del Perú poco antes de la independencia. La
incapacidad de nuestro Estado para protegernos fue tal que incluso nuestra capital, la antigua
joya de la corona española, fue ocupada por el ejército chileno entre enero de 1881 y octubre
de 1883. La debilidad del Estado republicano significó, en marcado contraste con el Estado
colonial, inestabilidad política e ineficiente provisión de defensa nacional. Y esta debilidad
institucional le costó caro al país. No fue sino hasta el primer gobierno de Castilla, casi 25 años
luego de la proclamación de la independencia, que el país tuvo cierto grado de estabilidad
política. Pero la incapacidad del Estado de proteger las fronteras del país tuvo su máxima
expresión en la derrota en la Guerra del Pacífico. Todo hombre de bien quisiera que la
violencia entre las naciones estuviera para siempre en el pasado. Pero vale la pena recordar la
factura que nos dejó la improvisación en la provisión de defensa nacional. Más allá de la
pérdida de Tarapacá, la Guerra con Chile representó el mayor desastre macroeconómico de la
historia del Perú. Entre 1879 y 1883 el ingreso per cápita se contrajo en cerca de 80%.

El segundo factor que, en mi opinión, explica nuestro subdesarrollo es las numerosas


ocasiones en que hemos adoptado políticas intervencionistas que alejan al mercado de la
asignación de recursos. Todos los economistas aprendemos en el primer curso de economía
que los mercados suelen ser eficientes cuando se les deja operar. Nos enseñan que el precio
de equilibrio es el resultado de igualdad entre la oferta y la demanda. También aprendemos
que fijar precios fuera del equilibrio origina mercados negros o escasez. Sin embargo, por
alguna curiosa e indescifrable razón, muchos de nosotros olvidamos estas lecciones esenciales
de la teoría de precios cuando diseñamos políticas públicas. De pronto, probablemente
imbuidos de buenas intenciones, queremos diversificar la economía cambiando los precios
relativos, desarrollar la agricultura con subsidios, aumentar el crédito con la banca de fomento,
incrementar la productividad mediante la reforma agraria, o industrializarnos a través de
aranceles altos.

Pero los datos nos dicen que el fracaso monumental de la planificación central no fue una
casualidad. En nuestro propio país, la evidencia sugiere que la tasa de crecimiento de la
economía es apreciablemente mayor cuando abandonamos nuestras tendencias
intervencionistas y dejamos que los mercados operen. Por ejemplo, la tasa de crecimiento del
ingreso per cápita durante el gobierno de Odría, en que primaba la libertad económica, fue de
3.8%. Asimismo, desde 1990, en que nos vimos forzados a privatizar las numerosas empresas
públicas y a llevar a cabo reformas de mercado, el ingreso per cápita ha crecido cerca de 3.5%.
Por el contrario, entre 1968 y 1990, entre Velasco y el primer gobierno de García, el ingreso
per cápita se redujo en poco más de 1% como promedio anual. Tengamos presente esta
dolorosa lección: la libertad económica lleva al desarrollo mientras que la planificación central
es garantía de estancamiento o regresión económica. Los griegos creían que al sumergirse en
las aguas del río Leteo, a la entrada del infierno, las almas olvidaban, en un instante y para
siempre, todos sus recuerdos, sus odios y afectos, sus penas y alegrías. Pero sería un suicidio
para un país olvidar sus errores macroeconómicos. El libro de Seminario es un espléndido
aporte a la memoria colectiva sobre la economía peruana.
Mendoza, J. (2015, Setiembre 23). La historia como advertencia: tres siglos de la economía

peruana. [Mensaje en un Blog]. Economía Aplicada. Recuperado de


https://gestion.pe/blog/economiaaplicada/2015/09/la-historia-como-advertencia-tres-siglos-
de-la-economia-peruana-por-juanmendoza.htm

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