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¿Llamado a predicar a Cristo?

por Gordon MacDonald


El concepto de «llamamiento» es una de las ideas
bíblicas más profundas. La Biblia presenta varias
historias acerca de llamamientos de hombres y
mujeres quienes, cuando fueron llamados al
servicio, salieron y marcaron a su generación en
una forma particular. Tales llamamientos tenían
varias singularidades. ¿Ocurre lo mismo hoy en
día?

Hay un viejo chiste —de hecho es tan viejo que las generaciones más nuevas
no lo conocen y, por eso, puede reciclarse.

Un joven granjero estaba en sus sembrados cuando de repente observó una


formación nubosa muy peculiar. Las nubes formaban las letras V, Y, P y C, de
inmediato pensó que era un llamado de Dios: ¡Ve y predica a Cristo! El
granjero se apresuró a contarle a los diáconos de su iglesia e insistió en que
había sido llamado a predicar. Los diáconos, con mucho respeto hacia la
pasión del granjero, lo invitaron a subir al púlpito. Ese domingo, el sermón fue
largo, tedioso, y muy incoherente. Cuando por fin terminó, los líderes
quedaron en silencio y aturdidos. Finalmente, un diácono bastante mayor le
dijo entre dientes al supuesto predicador, «A mi me parece que las nubes
decían: Ve y planta cebada».

Si realmente así ocurrió, no hubiera sido la primera vez en donde ha habido


confusión acerca de lo que significa ser llamado al ministerio.

El concepto de «llamamiento» es una de las ideas bíblicas más profundas. La


Biblia presenta varias historias acerca de llamamientos de hombres y mujeres
quienes, cuando fueron llamados al servicio, salieron y marcaron a su
generación en una forma particular. Tales llamamientos tenían varias
singularidades.

Primero, en una u otra forma, todos estos llamamientos se originaron de Dios.


Dios Padre llamó a Abraham, Moisés, Isaías, y Amós (para nombrar algunos).
Jesús llamó a doce hombres «para estar con él», y luego los envió a discipular
a las naciones. El Espíritu Santo llamó a Saulo, a Bernabé y a otros para
darles una oportunidad apostólica. Ningún personaje bíblico se auto-realiza
una unción.

Segundo, los llamamientos bíblicos eran totalmente impredecibles. Gedeón,


por ejemplo, al ser llamado, respondió: «¿Cómo libraré a Israel? Mi familia es
la más pobre en Manasés, y yo el menor de la casa de mi padre» (Jue 6.15).
¿Por qué David? ¿Por qué Jeremías? ¿Por qué Simón Pedro? Y, de toda la
gente, ¿por qué Saulo de Tarso quien dijo: «Yo había sido blasfemo,
perseguidor y agresor» (1 Ti 1.13)?.

Cuando se le preguntó a San Francisco por qué Dios lo había llamado, él


respondió. «Dios escoge al más débil, al más pequeño, al más humilde de los
hombres sobre la faz de la tierra, para usarlos».

Tercero, los llamamientos bíblicos usualmente se concentran en las tareas


abrumadoras y aparentemente imposibles. Construir un bote, Noé; guiar una
nación fuera de Egipto, Moisés; eliminar a un rey malvado, Elías; predicar a
los gentiles, Pablo. Sin embargo, el llamamiento era tan apremiante que eso
era lo que le daba coraje a la persona llamada.

Finalmente, cada llamamiento bíblico era único. Ningún llamado era igual a
otro. Las circunstancias, la naturaleza, las expectativas del llamamiento: todo
era personalizado. Cuando Dios quería que alguien dijera algo o guiara a un
pueblo, él se lo ordenaba a la persona en una forma que no tenía
precedentes.

Las personas no podían ofrecerse como voluntarias a un llamado, como si


este fuera un anuncio clasificado del periódico. Las personas, a veces
extrañas, eran seleccionadas mientras otras, aparentemente más valiosas y
capacitadas, no lo eran. Solo existió una Ester, un Juan el Bautista. Solo hubo
un Moisés a pesar de lo que Miriam y Aarón se atrevieron a pensar el día que
preguntaron, «¿No ha hablado Dios también a través de nosotros?».

Estas observaciones no tan nuevas son dignas de repetirse ya que forman un


fundamento para un ministerio de autoridad en el siglo veintiuno. Si hemos
perdido la fe en la idea de que dichos llamamientos continúan hoy en día,
entonces tal vez hemos perdido contacto con el elemento sobrenatural que el
ministerio necesita desesperadamente. Las preguntas claves son simples:
¿Dios todavía llama a los hombres y mujeres como lo hizo alguna vez? Y,
¿sabemos cómo reconocer e implementar un llamamiento que debería
desarrollarse?

La forma en que Dios me llamó

He vivido mi vida bajo la disciplina del llamamiento. Al mirar atrás, parece que
el llamado emergió debido a una conspiración familiar, en la cual mi madre y
abuela le pidieron fervientemente a Dios que levantara un predicador en su
familia. Ese predicador aparentemente era yo. Para mí es todo un misterio la
forma o la razón por la cual Dios combinó su elección con las oraciones de
dos mujeres. Pero la oración de estas mujeres forman parte de la historia.

Cuando tenía dos años, dos aviones de combate se estrellaron justo sobre mi
hogar. Combustible y desechos llameantes cayeron sobre nuestro vecindario.
Yo estaba en el patio de atrás justo en el único lugar donde no cayó ningún
resto. El hecho de que no me pasara nada fue un misterio, tal vez un milagro.
Tres años después en una situación similar, me rescataron de un incidente en
donde casi me ahogo. Así es la historia de mi vida: Dios había preservado mi
vida por un propósito que solo él conocía.

«Sé cuidadoso», me decía mi madre. «Nunca te atrevas a decirle que no a


Dios. No deberías escoger hacer algo, excepto aquello que Dios te llama a
hacer. Si no lo haces, estarás triste toda tu vida». ¿Un poco radical? Tal vez,
pero una vez más eso es parte de la historia.

Durante mi infancia y mis años de adolescencia, me enamoré de la idea de


una vida pastoral. Cuando otros chicos soñaban en manejar camiones de
bomberos y jugar en el baseball profesional, yo soñaba con predicar la
Palabra y dirigir a las personas hasta Jesús. Una de mis niñeras me dijo que,
cuando tenía cuatro años, me encantaba jugar a «servicio de adoración», en
el cual ella era la feligrés y yo el pastor.

Cuando era un adolescente, me apasioné con las palabras, las oratorias y el


liderazgo. Hombres y mujeres en el ministerio me decían que veían mi
potencial dirigido al trabajo pastoral. Mi corazón suspiraba cuando escuchaba
a personas que nos desafiaban con respecto a la dirección de la actividad del
reino. Podía imaginarme en un púlpito o en la obra misionera. No había nada
más que me interesara tanto.

Sin embargo, en la universidad sucumbí ante el impulso de unirme a la Fuerza


Aérea y volar jets. Fui al centro de reclutamiento para hacer el examen físico
requerido.

«Confundes los colores», me dijo un doctor mientras examinaba mis ojos. «No
puedes distinguir muy bien ciertos colores, por eso, no calificas como piloto».

Mientras dejaba el centro de reclutamiento, creí haber escuchado una risa del
cielo. Como si Dios me estuviera diciendo, «¿Realmente creíste que te
escaparías tan fácilmente de tu llamado?» Mi corta rebelión se acabó, me
sometí a lo que parecía ser inevitable —estaba destinado a servir a Dios.

Cuando conocí a mi esposa, Gail, nos enamoramos rápida y fácilmente ya


que ambos teníamos un sentimiento semejante: servir a Jesús a «tiempo
completo». Pronto el llamado al ministerio se hizo más especifico y me di
cuenta, con la ayuda de otros, de que mis «instintos» (¿dones?) eran los de
un pastor — no los de un administrativo o evangelista o misionero.

Ya han pasado 42 años de vida adulta, y casi nunca ha habido un momento


en el que no haya disfrutado la vida desde una perspectiva pastoral: estar ahí
para la gente en sus momentos difíciles, animarlos a ser fuertes en el Señor,
desafiarlos a un crecimiento personal donde Cristo es el modelo, ayudarlos a
discernir su llamado y dones. A pesar de que ya no tengo una responsabilidad
diaria con una congregación, todavía sirvo como pastor.

Usted podría llamar esto una historia de llamamiento. Cada persona llamada
tiene una. Una historia de llamamiento es una historia de «palabras y eventos
susurrados» que captura su alma y puede estar seguro de que Dios le está
hablando.

Para algunos de nosotros, la historia del llamamiento es algo dramático. En un


momento impresionante, usted está convencido de que Dios le ha hablado y
dirigido. Después de esta experiencia, nunca vuelve a ser la misma persona.

Para otros, como yo, el llamamiento es como un continuo goteo: una gota tras
otra hasta que usted deja de resistirse: «¡Está bien, está bien!»

Una vez que es llamado, la seguridad económica, lugar, notabilidad,


aclamación y poder ya no son tan importantes. La obediencia se vuelve el
aspecto primordial. Hace que ya no se sienta obligado a amontonar fortunas e
imperios; el llamamiento lo lleva a rendirse a la voluntad de Dios. Temo que
esto suene excesivamente piadoso, pero por siglos ha sido la perspectiva de
las personas que han sido llamadas.

¿Dios llama a todo el mundo?

En mis primeros años, me pareció que la mayoría de las historias de


llamamientos surgían cuando la persona tenía trece o catorce años. Los
campamentos cristianos, escuelitas bíblicas de vacaciones, viajes misioneros
eran lugares claves donde se desafiaba a la gente joven a escuchar el
llamado de Dios y a comprometer sus vidas al servicio cristiano.

Tal vez soy solo yo, pero ya no escucho tantas historias de llamamientos hoy
en día. Escucho menos historias de llamamientos y más acerca de carreras,
menos acerca de la voluntad de Dios para su vida y más acerca de cómo
reconocer una oportunidad. En los campus de los seminarios, conozco menos
estudiantes que me dicen: «Estoy aquí porque Dios me ha llamado al
ministerio»; por el contrario, hay más que me dicen: «Sólo estoy probando las
aguas, por eso, solo llevo unos cuantos cursos».

En los años sesenta, durante el movimiento de renovación de la iglesia, fue


una moda decir: «Todos los cristianos son llamados». Sonaba muy lindo. Al
igual que otros, me atrajo la idea y lo consideré algo creíble y motivacional. La
implicación de esta enseñanza, sin embargo, es que si todos son llamados,
entonces la noción de un llamamiento sobrenatural —una transacción en la
cual Dios soberanamente selecciona a algunos a ser evangelistas, pastores y
maestros (Ef 4)— dejaba de ser especial. Entonces, convertirse en pastor es
lo mismo que convertirse en un piloto comercial —cualquier área puede ser su
«llamado», y usted decide cual quiere que sea.

Esa idea llevó a algo bastante desafortunado. Empezamos a perder un


aspecto importante del liderazgo cristiano. Perdimos el poder que viene de
reconocer que Dios separa a ciertos hombres y mujeres, y los destina a un
liderazgo espiritual.

Con el tiempo, nuevas palabras dominaron nuestro vocabulario. Palabras


como visión, ser guiado, talentoso, y pasión. Cada vez se escuchaba menos:
«Dios claramente me llamó».

Tal vez fue conveniente disminuir el sentido del llamado porque esto
significaba que todos nosotros éramos iguales en la designación de Dios y,
por esa razón, no tenemos que seguir a ningún otro líder si no queremos. Tal
vez caímos en la misma lógica de aquellos líderes israelitas que le dijeron a
Moisés: «¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son
santos, y en medio de ellos está Jehová, ¿por qué, pues, os levantáis
vosotros sobre la congregación de Jehová?» (Nm 16.3). Para ellos, las
palabras tienen un matiz religioso y parecen ser bastante razonables. Sin
embargo, la última vez que leí la historia, aquellos que dijeron tales cosas se
los tragó la tierra en un terremoto. ¡Imagíneselo!

Entonces, ¿los líderes de la iglesia son llamados en una forma especial? O


¿ahora todos somos iguales y llamados y, por tanto, ninguno tiene el llamado
especial de guiar al resto?

Mi sugerencia es que seamos bastante cuidadosos cuando «jugamos» con


esa pregunta. Nuestra cultura ha facilitado que la gente se mueva hacia la
dirección de que «cada uno ha sido llamado». Este movimiento, sin embargo,
podría generar consecuencias que pronto podríamos lamentar. En este
cambio aparentemente inocente, el movimiento cristiano peligra en perder el
ejemplo espiritual de hombres y mujeres quienes han cambiado una vida
privilegiada promedio por una de sacrificio. También corremos el riesgo de
alejarnos del precedente bíblico de que Dios siempre ha seleccionado a
ciertas personas para darles una autoridad poco común y anticiparles que
podrían «sufrir por su nombre».

Un llamado no es simplemente unir una carrera con el ministerio.

Reconocimiento de la voz

Existen algunos aspectos que autentifican un llamado. Con esto me refiero a


experiencias que nos convencen de que V-Y-P-C realmente significa «Ve y
predica a Cristo» y no «Ve y planta cebada». Un llamado especial
generalmente es el resultado de tres o cuatro aspectos.

1. ¡El cielo sí habla! ¿Las formas en que lo hace? Muchas y variadas.


Sin embargo, hay un momento de certeza de que Dios ha puesto sus
manos sobre usted y ha dirigido su atención hacia un pueblo, tema, o
función en particular. Amy Carmichael fue llamada a la India; Lutero a
predicar la justificación; Graham a evangelizar. Mary Slessor, quien
pasó su vida en África, escuchó la voz del cielo a través de la muerte
de su héroe, David Livingstone. Antes de morir, Livingstone escribió:
«Quiero que dirijas tu atención a África. Sé que en unos cuantos años
moriré en ese país, el cual ahora está abierto… No permitas que se
vuelva a cerrar. Lleva a cabo la tarea que he empezado. La dejo
contigo». James Buchan, biógrafo de Slessor, escribe: «Mary leyó los
reportes acerca de la muerte de su héroe y una idea ridícula empezó a
girar en su cabeza. Esta idea volvía una y otra vez a pesar de que ella
intentaba desecharla: tenía que ir a África para seguir a Livingstone…
por más de un año trató de olvidar la idea pero nunca pudo hacerlo».
2. Confirmación. La autenticidad de un llamado generalmente (no
siempre pero generalmente) es confirmado por otras personas que
perciben el trabajo único del Espíritu Santo en una persona en
particular. Un excelente ejemplo es la forma en que actuaron los
profetas y maestros de Antioquía, quienes escucharon el llamado del
Espíritu Santo con respecto a Saulo y Bernabé. Lo mismo ocurrió con
el discipulado que Aquila y Priscila le dieron a Apolos. Una de las
historias de llamamiento más hermosas es la vida de George W. Truett
—uno de los predicadores más grandes en los Estados Unidos.

El joven Truett estudiaba leyes y, ocasionalmente, ayudaba en una


congregación cuando necesitaban a alguien como predicador «de
relleno». Una noche en una reunión de liderazgo, un hombre mayor se
levantó y dijo: «Esta iglesia tiene un deber por cumplir, y hemos
esperado mucho tiempo para llevarlo a cabo. Por eso, pongo la moción
de que esta iglesia llame a un tribunal eclesiástico para ordenar a
George W. Truett en la obra del ministerio de evangelización a tiempo
completo». Se hizo la moción y fue secundada sin consultarle a Truett.
Truett quedó atónito. Se levantó y dijo: «Estoy consternado,
simplemente consternado».

Sin embargo, una persona tras otra se levantaba y le decía: «Pero


hermano George, tenemos la profunda convicción de que usted debe
estar predicando». Truett les pidió que esperaran seis meses. Ellos
respondieron: «No esperaremos ni seis horas. Hemos sido llamados a
hacer esto ahora… no esperaremos… debemos seguir nuestras
convicciones». «Ahí estaba yo», recuerda Truett, «frente a toda la
congregación, frente a una iglesia profundamente movida. No había
nadie que no hubiese llorado —una de las horas más solemnes y
supremas en la vida de la iglesia. Me habían lanzado al río, y yo sólo
tenía que nadar». Me atrevería a decir —sin olvidar que hay
extraordinarias excepciones— que un llamado al ministerio no es un
llamado hasta que una parte del Cuerpo de Cristo ha dicho que así es.
3. Talentos. Hay algunas historias extrañas (y probablemente
verdaderas) de llamamientos, donde la persona no tenía ninguna
capacidad aparente para la tarea ministerial. Pero esos casos son poco
comunes. Con el llamado vienen los talentos —esa misteriosa
autoridad de capacidad y espíritu que Dios otorga a la persona llamada.
Cuando esta persona está alineada con su llamado, algo poderoso
ocurre, y nosotros, los observadores, quedamos asombrados.

«Ve y busca a los pobres», San Francisco escuchó que Dios le decía
en su corazón a través de sus amigos y de encuentros inevitables con
leprosos. El Papa intentó convertirlo en administrador, en arquitecto, en
un funcionario jerárquico. Pero Francisco se rehusó porque su instinto
estaba dirigido a los pobres. Además, todos aquellos que lo habían
conocido como el hijo frívolo de un comerciante se maravillaron al ver
la transformación. Instintivamente, sabía que hacer cuando se
comprometió con los pobres.
4. Los resultados. Como ocurre en los otros aspectos, en este también
hay excepciones, pero las preguntas son bastantes difíciles. ¿Hay
personas que están siendo impactadas por la persona supuestamente
llamada? ¿Son movidas a seguir a Jesús? ¿Crecen semejantes a
Cristo? ¿Son motivadas a un mayor compromiso y visión? Estas son
algunas de las preguntas que vale la pena tener en cuenta cuando se
evalúa a alguien que ha sido llamado.

San Patricio tuvo un sueño. En él, los irlandeses le decían: «Apelamos a ti,
santo siervo de Dios, a que vengas y camines entre nosotros». Para Patricio,
fue un llamado y lo obedeció. Viajó por todas las áreas rurales para testificar a
los jefes y reyes. Una nación entera empezó su viaje a la conversión cristiana.
Como lo dijo Thomas Cahill, el resultado a largo plazo del llamado de San
Patricio fue una transformación nacional, y los monjes irlandeses, a cambio,
«salvaron la civilización».

Cuando Eric Liddell, en Carros de fuego, le dijo a su hermana: «Cuando corro,


siento el placer de Dios», sacó a la luz un aspecto del llamado que es difícil de
explicar. Cuando uno vive obedientemente en el centro del llamamiento, uno
siente el placer de Dios; uno conoce el gozo.

Seamos francos: Hombres y mujeres han obedecido el llamado de Dios y se


han vuelto mártires. Otros se han encargado de tareas extremadamente
difíciles y desalentadoras, y apenas sobreviven. Algunos han pasado
inadvertidos en lugares desconocidos y finalizan la carrera y sienten que
nunca alcanzaron algo de valor medible.

Han habido otros, por supuesto, cuyas vidas han brillado con resultados
espectaculares —quienes en sus predicaciones, escritos, organizaciones, y
habilidad para comisionar a las personas han dejado una huella en la historia
de la iglesia. ¿Qué tenían en común? Sintieron el placer de Dios; tuvieron
gozo. No es un concepto muy científico; pero es una experiencia real.

¿Qué mantiene a estas personas durante las dificultades? Solamente el


recuerdo imborrable de un momento en el que se sintieron muy seguros de
que el cielo les había hablado y estaban bajo una designación divina. No
podían huir; no podían retroceder; no podían renunciar.

La mayoría nunca podrían decirle por qué escucharon el llamado. Son los
primeros en admitir que eran los primeros en pecar (palabras de Pablo), que
son incapaces para la tarea (palabras de Pablo), y que ocasionalmente han
deseado, como Jonás, huir. Pero el llamamiento prevaleció. Entienden las
palabras de Dietrich Bonhoeffer: «Cuando Cristo llama a un hombre, él les
pide que vengan y mueran».

Estas son las personas llamadas quienes tienen, como Santiago lo dijo, una
responsabilidad mayor.

Y yo —por medio de la bondad misteriosa de Dios— he sido uno de ellos.

En el primer trimestre del año 2004, Gordon MacDonald participó como


conferencista en las dos convenciones de pastores nacionales de los Estados
Unidos. Gordon MacDonald es editor adjunto de Leadership y presidente de
World Relief.

Título del original: God’s Calling Plan. Copyright © 2003 por el autor o
por Christianity Today International/Leadership Journal. Usado con
permiso. Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los
derechos reservados.

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