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ESCRITOS POLITICOS Cornelius Castoriadis Edicin de Xavier Pedrol. Ly Lb tel Gheh, Hoan’ oS LA POLIS GRIEGA Y LA CREACION DE LA DEMOCRACIA* (Fragmento) [..J Cuando se estudia Grecia y més particularmente las insti- tuciones politicas griegas, la mentalidad «modelo/antimode- lo» tiene una consecuencia curiosa pero inevitable: esas instituciones son consideradas, por asi decirlo, «de manera estiticas, como si se tratard de una dinica «constitucién» con sus diversos earticulos» fijos de una vez por todas, y a los que sc podria (y sc deberia) sjuzgare © wevaluary come tales. ES una aproximacion para personas en busca de ecetas —cuyo rntimero, a decir verdad, no parece estar en disminucié Pero la esencia de lo que importa en la vida politica de la anti- gua Grecia —el germen— es, sin duda, el proceso histérico ~ Es eno rercheeue cafes prominin el 5 ab 1982 en Nusa Yor om touve de ued los Hark Arendt Merial fsa on Poel Piao. Scho for Sil Rr tly eal re Seco eh sa, 986 meompin yy aie 18.2) La outst tres recog 1986. ap 261-306 Hy aac. Ba roe Commun Cronnos instituyente: la actividad y las luchas que se desartollan en torno a la transformacién de las instituciones, la auto-institu- cién explicita (siquiera sea parcial) de /a polis como proceso permanente. Ese proceso se desarrolla durante casi cuatro siglos. La eleccion anual de los thesmothétai en Atenas se remonta a los afios 683-682 a.C. y es probablemente en la misma época cuando los ciudadanos de Esparta (unos 9.000) se establecieron como hémoiol (xsemejantess, es decir, igua- les) y se asenté el reinado del némos (ley). Y la expansién de la democracia en Atenas prosigue hasta una fecha avanzada del siglo IV. Las poleis —y en cualquier caso Atenas, sobre la que nuestra informacién presenta menos lagunas— no cesan de cuestionar su propia institucién; el démas continda modifi- ‘cando las normas dentro del marco en que vive. Todo esto es, desde luego, inseparable del vertiginoso ritmo de la creacién durante ese periodo en todos los dmbitos, més alld del campo estrictamnente politico, Este movimiento es un movimiento de auto-instituci6n explicito. La significacién capital de la auto-institucién expli- cita es la autonomia: nosotros establecemos nuestras propias leyes. De todas las cuestiones que plantea este movimiento, voy a tratar brevemente tres: aquién» es el «sujeto» de esta autonomia?, ;cudles son los limites de su accién? y cual es el objeto» de la auto-institucién aut6noma?™ La comunidad de los ciudadanos —el démos— proclama que es absolutamente soberana (el démos es autdnomos, autédikos, autoteles: se rige por sus propias leyes, pose su jurisdicci6n independiente y se gobiemna él mismo por decir- lo en los términos de Tucidides). Esta comunidad afirma igual- mente a igualded politica (el reparto igual de la actividad y del poder) de todos ios hombres libres. £1 auto-estableci- miento, la autodefinicién del cuerpo politico contiene —y contendré siempre un elemento arbitrario. La norma que TT Por razones de espacio, yo ‘riseno estoy obligado a hablar en sérminos westikics Souhalmererpipacat gem pete tinea toa oo Larous cntcaY A REON BELA DEHOCHICA 195 rige el establecimiento de las normas, en la terminologia de Kelsen, quién establece la Grundnorm, es un hecho. Para los griegos, ese «quién» es el cuerpo de los ciudadanos varones fibres y adultos (lo cual quiere decir, en principio, hombres nacidos de ciudadanos, aunque la naturalizacién fuera cono- cida y practicada). La exclusién de la ciudadanta de las muje- res, de los extranjeros y de los esclavos es ciertamente una limitacién que para nosotros resulta inaceptable. En la practi- ‘c, esta limitacién nunca fue suprimida en la antigua Grecia (enel plano de las ideas, las cosas son menos simples, pero No Voy a abordar aqui ese aspecto de la cuestidn). Mas si por un instante nos dejamos arrastrar por e| estipido juego de los améritos comparados», podemos recordar que la esclavitud sobrevivié en Estados Unidos hasta 185 y en Brasil hasta el final del siglo XIX, que en la mayorfa de los paises «democra- ticos» el derecho al voto fue concedido a las mujeres sélo al terminar la Segunda Guerra Mundial, que en aguel momento ‘ningGn pais reconocta a los extranjeros ese derecho y que, en la mayoria de los casos, |a naturalizacién de los extranjeros residentes no tiene nada de automatica (una sexta parte de la poblacion residente de la muy «democratica» Suiza esté cons- tituida por metoikoi) La igualdad de los ciudadanos es naturalmente una igual- dad ante la ley (isonomia), pero sustancialmente es mucho mas que eso. Esa igualdad no se limita 2 la concesién de derechos» iguales pasivos, sino que entrafia la particjpacién general activa en los asuntos pablicos. Esa participacién no ‘est librada al azar; por el contrario esté activamente alentada por normas formales asf como por el éthos de la polis. Segin fl derecho aieniense, un ciudadano que fechazaba tomar parte en las luchas civiles que conmovian la ciudad se torna- ba dtimos, es decir, perdia sus derechos politicos? La paricipacién se materializa en la ecclesia, la asamblea del pueblo que es e! cuerpo soberano activo. Todos los ciudadanos 7 Aves, Conti de ls tenes, IS. 106 Comaus Castomon tienen el derecho de tomar la palabra (isegorfa), sus voces se valoran por igual (isopsephia) y a todos se impone la obliga~ cién moral de hablar con absoluta franqueza (parrhesia). Pero la pparticipacién se materializa también en los tibunales donde no hay jueces profesionales; casi la totalidad de los tribunales esté formada por juradés y sus miembros son elegidos por sorteo. La ecclesia, asistida por [a bulé (consejc), legisla y gobier- na. Es la democracia directa. Tres aspectos de esta democr ‘merecen un comentario mas amplio. a) £1 pueblo por oposicién a los rrepresentantes». Cada vez queen [a historia moderna una colectividad politica ha entra- do en un proceso de auto-constitucién y de auto-actividad radicales, la democracia directa ha sido redescubierta o rein- vventada: consejos comunales (town meetings) durante la rev lucién norteamericana, secciones durante a Revolucién Francesa, Comuna de Paris, consejos obreros o sOviets en st forma inicial. Hannah Arendt ha insistdo muchas veces en la importancia de estas formas. En todos estos casos, el cuerpo soberano es [a totalidad de las personas afectadas; cada vez que una delegacién resulta inevitable, [os delegados no son simplemente elegidos, sino que pueden ser revocados en todo momento. No oividemos que la gran filosofia politica clasica ignoraba la nocién (mistficadora) de «representacién», Para Herédoto, lo mismo que para Aristételes, la democracia es el poder del démas, poder que no sufre ninguna limitacién en materia de legislacién, y Ja designacién de los magistrados (no de erepresentantes»!) se realizaba por sorteo © por rota- cin. Hoy algunos se obstinan en repetir que la constitucién preferida por Aristételes, la que denomina la politefa, es una mezcla de democracia y de aristocracia —pero olvidan ahadir que el elemento «aristocréticor de esta politeia, para “Aristételes, estd en el hecho de que los magistrados son elegi- ‘dos; pues, en varias ocasiones Anistételes define claramente la eleccién como un principio aristocrétice—. Y esto no era menos claro para Montesquieu y para Rousseau. Tue Rousseau, y no Marx ni Lenin, quien escribié que los ingleses presen Larus cmca A AON 2¢1A MDCIAGA 167 se sienten libres porque eligen su parlamento, pero que en rea~ lidad no son libres més que un dia cada cinco afos. Y cuando Rousseau explica que la democracia es un régimen demasia- do perfecto para fos hombres y que solo se adapta a un pue- blo de dioses, entiende por democracia la identidad det soberano y del principe, es decir, la ausencia de magistrados. Los liberales modernos serios —por oposicién a los «filésofos politicos» contemporaneos— no ignoraban nada de todo esto, Benjamin Constant no glorificé las elecciones ni la «represen- tacidns en cuanto tales; defendié en ellas males menores, basdndose en que la democracia era imposible en los paises moderns a causa de sus dimensiones y que la gente se desin- teresaba de los asuntos piblicos. Sea cual sea el valor de estos _argumentos, se fundamentan en el reconocimiento explicito de {que la répresentaci6n es un principio ajeno a la democracia. Y esto admite poca discusién. Desde el momento en que hay ‘cepresentantes» permanentes, la autoridad, la actividad y la ini- Ciativa poltticas son arebatadas al cuerpo de ciudadanos para ser asumidas por el cuerpo restringido de los «representantes fos cuales las emplean con el fin de consolidar su propia posi- cin y crear las condiciones susceptibles de influir, de no pocas maneras, en el resultado de las siguientes welecciones», b) El pueblo por oposicién a los sexpertoss. La concepcién sriega de los «expertos» esté ligada al principio de 2 demo: cracia directa. Las decisiones relativas a la legislacién, asi como también a los asuntos politicos importantes —a las cues- tiones de gobierno son acordadas por la ecclesfa tras escu- char a diferentes oradores y, en su caso, a quienes pretenden pposeer un saber especifico sobre los asuntos discutidos. No hay ni podria haber «especielistas» en cuestiones politicas. E saber técnico politico —o la esabiduria politicax— pertenecen a la comunidad politica, pues la téchne, en sentido estricto, se halla siempre vinculada 2 una «actividad técnica especifica y ‘estSnaturalmente reconocida en su propic: dominio. Asi, en el Protigoras, Platén explica que los atenienses seguirin el conse- jo de los técnicos cuando se trate de construir muros 0 navios, = ae 105 Comes Cssomaoe pero escuchardn a cualquiera en materia de politica, (Las juris- dicciones populares encarnan la misma idea en el ambito de fa justicia.) La guerra es, por supuesto, un dmbito espectfico ‘que supone una téchne propia: los jefes de guerra, los strate oi, también son elegidos, por la misma razén que los técni- Cos en otros &mbitos son encargados por la pdlis de realizar una tarea particular. En definitiva, Atenas fue, pues, una poli- tefa, en el sentido aristotélico, puesto que ciertos magistrados (muy importantes) eran elegidos. La eleccidn de los expertos plantea un segundo principio, central en la concepcién grieza, y claramente formulado y aceptado no s6lo por Arisidteles, sino también, pese a sus enormes implicaciones democraticas, por Platén, el enemigo jurado de la democracia. El buen juez del especialista no es otro especialista, sino que es el usuario: el guerrero (y no el hrerrero) en el caso de la espada, el caballero (y no el talabar- tero) en el caso de la silla de montar. Y naturalmente, en el ‘caso de los asuntos piblicos (comunes), el usuario y, por lo tanto, el mejor juez no es otro que la pélis. A la vista de los resultados —l2 Acrépolis o las tragedias coronadas—, se inclina uno a pensar que el juicio de ese usuario era més bien sano. Nunca se insistré bastante en el contraste que hay entre esta concepcién griega y la vision moderna, La idea domi- nante segin la cual los expertos s6lo pueden ser juzgados por otros expertos es una de las condiciones de la expansién y de la irresponsabilidad creciente de los modernos aparatos Jerérquicos burocréticos. La idea dominante de que existen sexpertos» en politica, es decir, especialistas en cuestiones universales y técnicos de la totalidad es una burla de la idea misma de democracia: el poder de los hombres politicos se justfica por el esaber técnico» que ellos sexian los dnicos en poser; y el pueblo, por definicién inexperto, es llamado perié- dicamente a dar su opinién sobre esos «expertos». Teniendo en cuenta la vacuidad de la nocién de una especializacién en Ccuestiones universales, esta idea contiene asimismo los gér- ‘menes del creciente divorcio entre la aptitud para escalar a la ‘a rous cRtCA yu xt OF a ewe cumbre del poder y la aptitud para gobernar —divorcio. més flagrante en las sociedades occidentales—. ©) La comunidad por oposicin al «éstados. La polis, RO €s un «Estado» en sentido modemo. La propia pala «Estado» no existe en griego antiguo (es significative et de que los griegos modemnos hayan tenido que inventar palabra para designar esta cosa nueva y que hayan recurrido fa antigua voz kratos, que quiere decir pura fuerza) PA (en el titulo det libro de Platén, por ejemplo) no significa’ Stat, como figura en la traduecién alemana clésica (la duccién latina respublica es menos sinnwidrig), sino q designa a la ver la institucin/constitucién politica y 1a mane: fa en que el pueblo se ocupa de los asuntos comunes. La obs: tinacion de algunos en traducir el tratado de Aristteles Athenaion Politeia como «la Constitucién de Atenas» es una vergiienze para la filologla moderna: es, al mismo tiempo, un error linghistico flagrante y un signo inexplicable de ignoran- cia 0 de incomprensién por parte de hombres muy eruditos, Aristbteles escribi6 La constitucién de los atenienses, Tucidides es absolutamente explicito en este punto: Andres gar pall, | porque la pélis son los hombres. Antes de la batalla de Selamina, Temistocles, cuando tuvo que recumtic @-un ultimo argumento para imponer su téctica, amenaz6 a los otros jefes aliados: los atenienses se irén con sus familia y sus flotas a fun dar una nueva ciudad en el oeste, aunque para los atenienses és incluso que para los demés giegos— su tiera era saprar a y estaban orgullosos de proclamar que eran autéctonos, la idea de un «Estado», es decir, de una insttucién distin- ta y separada del cuerpo de los ciudadanos, habria sido incomprensible para un griego. Sin duda, la comunidad pol. tica existe en un sivel que no se confuncle con el de la ceali- dad concreta, «empiricas de millares de personas reunidas en asamblea en un lugar concreto y un dia determinado. La comunidad politica de los atenienses, la pélis, posee una exis- tencia propie: por ejemplo, los tratados se cumplen indepen dientemente de su antigiedad, se acepta la responsabilidad 19 Cons Casromans Por los actos pasados, etc. Pero no se establece una distincién entre un «Estado» y una spoblaciéns; esa distincién opone, Por un lado, la epersona moral», el cuerpo constituido y per” fanente de los atenienses perennes © impersonales, y por otro, los atenienses de carne y hueso. Ni sEstadoo, ni caparato de Fstado», Existe, naturalmente, en Atenas una organizacién técnico-administrativa, (muy importante en los sigios V y Vi, pero ésta no asume funci6n politica alguna. Es significativo el hecho de que esta adminis. ltaci6n se componga de esclavos hasta en sus niveles mas ele- vados (policia, conservaci6n de los archivos pblicos, finanzas pablicas; quizé Ronald Reagan y con seguridad Paul Volcker habrian sido esclavos en Atenas). EsOs esclavos eran supervi- sados por ciudadanos magistrados elegides generalmente por sorteo. La «burocracia permanente» encargada de las tareas de efecucién, en el sentido mas estricto de este término, esti a cargo de esclavos (y, para prolongar el pensamienio de Aristoteles, podria ser suprimida cuando las maquinas...). En la mayor parte de los casos, la designacién de los magis- trados por sorteo o rotaci6n asegura la participacién de-un Bran numero de ciudadanos en funciones oficiales —y les per. mite conocerlas—. El hecho de que la ecclesia decida sobre las cuestiones gubernamentales de importancia asegura el! control del cuerpo politico sobre los magistrados elegidos, asi como la posibilidad de revocar los poderes de estos dltimos en todo momento: en el transcurso de un proceso judicial la con- dena acareea, inter alfa, la vetirada del cargo de magistrado, Por supuesto, todos los magistrados son responsables de su gestion y tienen ei deber de rendir cuentas (euthune), lo hacen ante la bulé durante el periodo clésico En cierto sentido, la unidad y la existencia misma del cuer- Po politico son apre-politicass, por lo menos en la medida en que se trata de esta auto-institucidn politica explicita. La comu. nidad comienza, por asi decirlo, a «acreditar» su propio pasado con todo lo que este pasado comporta. (Esto corresponde, por tuna parte, a lo que los modernos han llamado la cuestion de la ssociedad civil» contra el «Estado».} Ciertos elementos de este ‘Urdu omtcn yu xton oF oboe dato de panda pueden ser polticamente sin interés 0 bien. intransformables; pero, de iure, la «sociedad civil» es en si un objeto de accién politica instituyente. Algunos aspectos de la teforma de Clistenes en Atenas (506 a.C.} lo ilustran de forma evidente. La divisidn tradicional de la poblacién en tribus queda reemplazada por una nueva divisién que tiene dos Objetos esenciales. En primer lugar, el propio numero de les \ribus se modifica. Las cuatro phylai tradicionales (jénicas) se transforman en diez y cada una de ellas se subdivide en tres. trttues, todas las cuales tienen una parte igual en el conjun to de las magistraturas por rotacién (lo que implica, de hecho, la creacién de un nuevo aio y de un nuevo calenda- fio epoliticose). En segundo lugar, cada tribu esté formada, de manera equilibrada, por los démos agrarios, maritimos y Uurbanos. Las tribus —cuya «sedes ya se encuentra en la ci, dad de Atenas— se tornan, pues, neutras en cuanto a las Particularidades territoriales o profesionales; son manifiesta- mente unidades politica. Asistimos aqui a la creacién de un espacio socia! propia- mente politico, creacién que se apoya en elementos sociales, econdmicos y geogréficos sin estar empero por eso determi. ‘nada por eles. En este caso no hay espejismo de «homoge: neidads: la articulaciGn del cuerpo de ciudadanos, asi creada n una perspectiva politica, se superpone a las articulaciones «pre-politicass sin aplastarias. Esta articulacién obedece a imperativos estrictamente politics: la igualdad en el reparto Gel poder, por un lado, y la unidad del cuerpo politico (por ‘oposiciGn a los «intereses particularess), por otto. Una de las més somprendentes disposiciones atenienses Manifiesta el mismo espiritu (Aristételes, Poltica, 1330a 20) Cuando la ecclesia delibera sobre cuestiones que entrafian la Posibilidad de un conflicto (de una guerra) con una polis veci_ na, los cludadanos que viven en las cercanias de las fronteras ‘no tienen derecho a tomar parte en la votacién; pues no podran volar sin que sus intereses particulares dominaran sus motivos, cuando en realidad la decisién ha de tomarse en virtud de ‘consideraciones generales V2 Comes Casto Esto revela nuevamente una concescién de la politica di metralmente opuesta a la mentalidad moderna de defensa y afirmacion de «interesese. Los intereses deben mantenerse apartados, tanto como sea posible, en el momento de tomar decisiones politicas. (Imaginese a siguiente disposicién en la constituci6n de Estados Unidos: «Cada vez que sea necesario decidir sobre cuestiones relativas a la agricultura, los senado- res y los representantes de los estados en los que predomina la agricultura no podrén participar en la votaciéns.) Llegados a este punto, podemos comentar la ambigtiedad de la posicién de Hannah Arendt en lo relativo a fo que deno- mina lo esocials. Arendt percibié con razén que Ia politica quedaba aniquilada cuando se convertia en una méscara para la defensa y afirmacién de «intereses», porque entonces el espacio politico se encuentra desesperadamente fragmentado.. Pero, sila sociedad ests, en realidad, arofundamente dividida por «interesese contradictorios —como lo est hoy— la insis- tencia en la autonomia de lo politico se tomna algo gratuita. La respuesta no consiste, pues, en hacer abstraccién de lo ssocial», sino en cambiarlo, de tal suerte que el conflicto de los intereses «socialese (es decir, econdmicos) deje de ser ef factor dominante en la formacién de las actitudes politicas. A falta de una acci6n en este sentido, la situacién resultante serd la que hoy caracteriza a las sociedades occidentales: la des- composicién del cuerpo politico y su fragmentacién en grupos de presién, en lobbies. En ese caso, como la «suma algebrai- car de intereses contradictorios es muy a menudo igual a cero, el resultado es un estado de impotencia politica y de deriva sin objeto, como el que observamos en el momento actual. La unidad del cuerpo politico tiene que ser preservada incluso contra las formas extremas del conflicto politico: tal es, ‘2 mi juicio, la significacién de la ley ateniense sobre el ostra. cismo (contrariamente a la interpretacion habitual que ve en ella una precaucién contra la proliferacién de tiranos). No hay que dejar que la comunidad estalle por efecto de las divis nies y de fos antagonismos politicos, oor eso uno de los dos jefes rivales debe soportar un exilio temporal ‘a rous catca yu cbi6n oc Dewocuaca 113 La participacién general en la politica implica la creacién (por primera vez en la historia) de un espacio publico. El acen- to que Hannah Arendt ha puesto sobre este espacio, la eluci- dacién que ha aportado de su significado constituye una de sus mayores contribuciones a la comprensicn de la creacién institucional griega. En consecuencia, yo me voy a limitar a tratar algunos puntos suplementarios. EI surgimiento de un espacio pablico significa que se ha creado un dominio pablico que «pertenece a todos» (ta koina)>. Lo «public» deja de ser un asunto privado —del rey, de los sacerdotes, de la burocracia, de los politicos, de los especialistas, etc—. Las decisiones referentes a los asuntos comunes deben ser tomadas por la comunidad. Pero la esencia del espacio piblico no remite tnicamente a las edecisiones finales»; si fuera asf, este espacio estaria mas 19 menos vacfo. Este espacio remite, asimismo, a los presu- puestos de las decisiones, a todo cuanto conduce a ellas. Todo aquello que importa ha de aparecer en el escenario piblico. la materializacién efectiva de esta idea se encuentra, por ejemplo, en la presentacién de la ley: las feyes se graben en mériol y son expuestas al piblico a fin de que todo el mundo, pueda verlas. Pero, y esto es mucho més importante, esta norma se materializa también en la palabra de la gente que habla libremente de politica y de todo aquello que le puede interesar en el 4gora, antes de deliberar en la ecclesia. Para com- render el formidable cambio histérico qu: esto supone, basta Comparar esta situacién con la tipica situacién easidtica» Esto equivale-a la creacién de la posibilidad —y de la rea- lidad—de la libertad de palabra, de pensamiento, de examen y de cuestionamiento sin limites. ¥ esta creacién establece el logos como vehiculo de la palabra y del pensamiento en el se- no de la colectividad. Es una creacién que corre pareja con los dos rasgos fundamentales del ciudadano ya mencionados: la ‘Algo sitar ae neuen en ces scissile, ch gu es dominio et conte ‘ado a pesto de ls asus sere pus uct an secs iy aoe owl 0 puede tesonarse a 8 Commas CsromAcss isegoria, gual derecho para todos 2 hablar con toda franque- za, y la parrhesia, el compromiso asumido por cada uno de hablar realmente con toda libertad cuando se trata de asuntos piblicos. Impora insistir aqui en la distincién entre lo «formal» y lo reals. La existencia de un espacio piblico no es una simple cuestién de disposiciones juridicas que garantizan a todos la misma libertad de palabra, etc. Tales clausulas son siempre solamente una condicién de la existencia de un espacio pibli- 0, Lo esencial esté en otro sitio: squé va a hacer la poblacion ‘con esos derechos? Los rasgos determinantes a este respecto son el cofaje, la responsabilidad y la verglienza (aidos, ais- chune). A falta de ello, el respacio piblicos se-convierte sen- cillamente en una espacio de propaganda, de mistificacién y de pornografia —como ejeriplifica lo que sucede cada vez més en la actualidad—. No hay disposiciones juridicas que puedan contrarrestar semejante evolucién —o, en todo caso, sas disposiciones engendran males peores que los que pre~ tenden curar—. Sélo la educaci6n (paidela) de los ciudadanos como tales puede dar un contenido verdadero y auténtico al espacio péblicon. Pero esa paidefa no es principalmente una uestion de libros ni de fondos para las escuelas, Supone, de entrada y sobre todo, tomer conciencia del hecho de que la polis somos también nosotros y que su destino depende tam- bién de nuestra reflexién, de nuestro comportamiento y de puestras decisiones; en otras palabras, es participaci6n en la vida politica. ; a creacion de un tiempo pablico no reviste menos impor- tancia que la creaci6n de un espacio pablico. Por tiempo piblico no entiendo el establecimiento de un calendario, de tun tiempo «socials, de un sistema de referencias sociales tem- porales —cosa que naturaimente existe en todas partes—, sino El surgimiento de una dimensién en la que la colectividad pueda contemplar su propio pasado como el resultado de sus propios acciones y donde se abra un futuro indeterminado Como émbito de sus actividades. Tal es el sentido de la crea- ion de la historiogratia en Grecia. Es curioso comprobar cue Larous cRECA Y tA eRACION BELA BEHOERIEN 5 la historiografia, hablando con rigor, s6lo ha existido en dos periodos de la historia de a humanidad: en la antigua Grecia yen la Europa modema, es decir, en las dos sociedades donde se ha desarrollado un movimiento de cuestionamiento de las instituciones existentes. Las otras sociedades slo condcen el reinado indiscutido de la tradici6n y/o el simple «registro por escrito de fos acontecimientos» realizado por los sacerdotes 0 por los cronistas de los reyes. Herddoto, en cambio, declara ‘que las tradiciones de los griegos no son dignas de crédito. De ahi se sigue la ruptura con la tradici6n y la baisqueda critica de las «causas verdaderass. Y ese conocimiento del pasado esta abierto a todos: se dice que Herddoto lefa sus Historias a los fgriegos reunidos con motivo de los juegos olimpicos (se non é vero, @ ben trovato). Asimismo, la «Oracién fanebres de Pericles contiene una visién de conjunto de la historia de los atenienses desde el punto de vista del espiritu que animaba las ‘actividades de las generzciones sucesivas, visi6n que llega hasta el tiempo presente e indica claramente nuevas tareas para cumplir en el futur. {Cuiles son los limites de la accién politica, los limites de la autonomia? Si la ley es otorgada por Dios o si hay un efun- damentos filos6fico o cientitico de verdades politicas sustanti- vas (si la Naturaleza, la Razén o le Historia representan el «principio» Gltimo), entences existe para la sociedad una norma extra-social. Existe una norma de la norma, una ley de ta ley, un criterio en virtud del cual se hace posible discutiry decidir el cardcter justo 0 injusto, apropiado © inapropiado de una ley particular (0 del estado de cosas). Este crtetio est dado de una vez por todas y ex hypothesi no. depende en modo alguno de la accién humana. Una vez que se ha reconocido que no existe semejante base —bien sea porque existe una separacion entve la religién y la politica, como ocurte imperfectamente en las sociedades modernas; bien sea porque, como en Grecia, la religion se mantiene rigurosamente apartada de: las actividades politi ‘ca5-~ y una vez asumido que tampoco hay xcienciae, ni epis temr-ni téchne, en materia politica, Ia cuesti6n acerca de qué lee 116 Commins Castomnos es una ley justa, qué es la justicia, cual es la «buena» institu- cién de a sociedad se convierte en una auténtica interroga- i6n (es decir, en una interrogacién sin fin). La autonomia sélo es posible si la sociedad se reconoce como la fuente de sus normas. En consecuencia, la sociedad no puede eluir esta pregunta: :por qué esta norma y nn ora? En otras palabras, la sociedad no puede evitar la pregunta sobre la justicia (y responder, por ejemplo, que la justicia es la voluntad de Dios o la voluntad del zar 0 incluso el reflejo de Jas relaciones de producci6n). Tampoco puede librarse de la cuestién acerca de los limites de sus acciones. En una demo- racia, el pueblo puede hacer cualquier cosa y ha de saber ‘que no debe hacer cualquier cosa. La democracia es el régi- men de la auto-limitacién y es, pues también el régimen del riesgo histérico otra manera de gécir que es el régimen de |a libertad— y un régimen trégica. El destino de la democra- cia ateniense ofrece una ilustracién de ello. La caida de Atenas —su derrota en la guerra del Peloponeso— fue el resultado de la hybris de los atenienses. Pues la hybris no supone simple mente la libertad; supone también la ausencia de normas fijas, la imprecisi6n fundamental de las referencias Gltimas de nues- tras acciones. (EI pecado cristiano es, por supuesto, un con- cepto de heteronomia,) La transgresin de la ley no es hybris, es un delito definido y limitado. La hybris existe cuando la auto-limitacién es la Gnica enorman, cuando se transgreden limites que no estaban definidos en ninguna parte, La cuesti6n de los limites de la actividad auto-instituyente de una colectividad se despliega en dos momentos. gHay un criterio intrinseco de la ley y para la ley? ,Se puede garantizar efectivamente que ese criterio, cualquiera que sea su defini- cidn, no serd nunca transgredido? En el nivel mas fundamental, la respuesta a estas dos inte~ rrogaciones es un no categérico. No hay norma de la norma ‘que no sea ella misma una creacién histérica y no hay nin- gin medio de eliminar los riesgos de una hybris colectiva Nadie puede proteger a la humanidad contra la locura 0 el suicidio. i : (Lirouscmecay ceo oe BeIoCEAC 117 Los tiempos mocemos pensaron —o lo pretendieron— que habian descubierto la respuesta a estas dos preguntas ‘amalgamandolas en una sola. Esa respuesta seria la «constitu- cidn», concebida como una carta fundamental que incorpora las normas de las normas y define cléusulas especialmente estrictas en cuanto a su revisin. No es apenas necesario recordar que esta «tespuiestay no se aguanta ni logicamente ni en los hechos, que la historia moderna desde hace dos siglos hha hecho ridicula de todas las maneras imaginables esta idea de una «constituciéns 0 que la edemocracias més antigua del mundo liberal occidental, Gran Bretafia, no tiene «constitu: ién». A este respecto, basta.con subrayar fa falta de hondura y la duplicidad del pensamiento moderno —tanto en la esfera de las relaciones internacionales como en ef caso de los cam- bios de regimenes politicos— En el plano internacional, @ pesar de la tet6rica de los profesores de «derecho internacio- ral publico», no hay en realidad derecho, sino la «ley del més fuerte»; en otras palabras, existe una «ley» mientras las cosas fo tengan realmente importancia ~en tanto no se tenga nece- sidad de la ley—. Y la «ley del més fuerte» vale igualmente para establecer un ntsevo worden legal» en un pais: «una revo- Jucién victoriosa crea derecho», ensefta casi la totalidad de los profesores de derecho internacional puiblico y todos los paises siguen esta maxima e7 la realidad de los hechos. (Esta «revolu- ccidne no tiene por qué ser, y generalmente no es, una revolucién propiamente dicha: lo mas frecuente es que sea un putsch Iriunfante.) Y segtin la experiencia de la historia europea de los lltimos sesenta afos, la legislacién introducida por regimenes «ilegales, cuando no «monstruosos®, se ha mantenido siem- pre, en lo esencial, tras su caida La verdad, en este caso, es muy simpie: frente 2 un movi- miento hist6rico que dispone de la fuerza, las disposiciones juridicas no tienen ningGn efecto —bien sea que movilice acti- vamente 2 una gran mayoria, bien sea que se apoye en una minoria fandtica y despiadada respecto de una poblacién pasi- v2 0 indiferente, 0 bien que la fuerza bruta esté simplemente concentiada en las manos de un pufiado de coroneles—. Si sets Me Comauvs Cstomons podemos estar razonablemente seguros de que mafiana el res- tablecimiento de la esclavitud en Estados Unidos 0 en un pais europeo es extremadamente improbable, el cardcter «razona- ble» de nuestra previsién no se funda en las leyes existentes ni en las constituciones (porque en ese caso serfamos perfecta- mente idiotas), sino que se funda en un juicio sobre la reac- cién de una inmensa mayor‘a de la poblacién ante un intento semejante. au z En la practica griega (y en el pensamiento griego) no exis- tela distincién entre la «constitucién> y la «ley. La distincion ateniense entre las leyes y los decretos de la ecclesia (psép- hismeta) no presentaba el mismo carécter formal y, a fin de cuentas, desaparecié durante el siglo IV. Pero la cuestiOn de la auto-limitacién se abordé de manera distinta (y més profunda, creo). Séio me detendré a considerar dos instituciones en rela ci6n con este problema. 7 La primera es un procedimiento aparentemente extrafo pero fascinante, conocido como graphe paranomon (acusa- Cin de ilegalidadys. Veamos una répida descripcién. Un ciu- dadano hace una proposicién a la ecclesia y ésta la adopta. ‘Duro ciudadano puede llevar a éste ante la justicia portal ini- ciativa y acusarlo de haber incitado al puebio a votar una ley legal. Y o bien queds absuelto, o bien es condenado, en cuyo caso fa ley es anulada. Asi pues, se tiene el derecho de propo- ner absolutamente todo lo que se quiera, pero se debe refle- xionar cuidadosamente antes de presentar una proposicién sobre la base de un movimiento de carécer popular y hacer 2 aprobar por una débil mayoria. Pues la eventual acusacién savin jungaeia por un jurado popular de dimensiones consi- derables (501, 2 veces 1.001 0 hasta 1.501 ciudadanos que eu Dino onigar t Bemocrane moderne vac raceme eH ante Bee 77 6 hay a names ne Tee Sa sas dp mgr tenia ree oa dn UsrousCHEGAY LA co OF A tHOCRIOA 119 id de jueces} designado por sorteo. El démos les, al démos contra si mismo: se apelaba contra luna decisién tomada por el cuerpo de los ciudadanos en su totalidad (0 por la parte presente en el momento de adoptar la Proposicién) y ante una amplia muestra, seleccionada al azar, del mismo cuerpo reunido una vez apaciguadas las pasiones, con el objeto de sopesar de nuevo los argumentos contradic. torios y juzgar la cuestiOn con un relative distanciamiento. Al ser el pueblo la fuente de la ley, el «control de la constitucio- nalidad» no puede confiarse a «profesionales» —en todo caso, 2 un griego le habria parecido ridicula la idea—, sino al pro. pio pueblo que actuaba baja modalidades diversas. El pueblo dicta la ley, el pueblo se puede equivocar, el pueblo se puede corregir. He aqui un magnifico ejemplo de una institucidn efi- caz de auto-limitacién. Otra institucién de auto-limitacién es la tragedia. Se tiene 'a costumbre de hablar de stragedia griegas (y los investiga. dores escriben obras con ese titulo), cuando en realidad no ‘existe tal cosa. Existe solamente una tragedia ateniense. La tra- gedia (por oposicién al simple «teatros) solo podia en efecto ser creada en la ciudad donde el proceso democratico, el pro- ces0 de auto-institucién, aleanz6 su apogeo. La tragedia pose, evidentemente, una multiplicidad de niveles de significacién y no se la puede reducir a una estre. cha funcién ‘spolitica». Pero hay, sin ninguna duda, una di- mensi6n politica cardinal de la tragedia, que no hay que confundir con las sposiciones politicas» asumidas por los poe tas ni tampoco con el alegato de Esquilo tan comentado (con raz6n, aunque de modo insuficiente) en favor de la justicia publica y contra la venganza privada en la Orestiada, La dimension politica de la tragedia resulta en primer lugar Yante todo de su base ontolégica. Lo que la tragedia muestra 2 todos, no discursivamente, sino por presentacion, es que €! Ser es Caos. El Caos se presenta aqui primero coms la ausen cia de orden pare el hombre, como la falta de correspondencia Positiva entre las intenciones y las acciones humanas por un la- do, y su resultado 0 realizacién, por el otro. Ademas, la tagedia 120 Comms Casomons muestra no solo que no somos duefios de las consecuertcias de nuestros actos, sino que ni siquiera dominamos su significe- do. El Caos se presenta también como Caos dentro del hombre, fs decir, como su hybris. Y, como en Anaximandro, el orden que prevalece finalmente es orden a través de Is catdstrofe, orden «privado de sentido». La experiencia universal de la catdstrofe esté en el origen de la Einstellung fundamental de la tragedia: Ia universalidad y la imparcialidad Hannah Arendt tenfa raz6n cuando escribia que la imper-

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